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Críticas ordenadas por utilidad
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7,1
35.310
7
25 de noviembre de 2016
25 de noviembre de 2016
9 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
No todo sería malo para el thriller español en la Sección Oficial del recientemente concluido Festival de San Sebastián. Tras haber dejado escapar la verdadera joya del año en este género, Tarde para la ira, y dos días después de haber asistido a la confirmación oficial de que La isla mínima fue un golpe de suerte para Alberto Rodríguez, sería Rodrigo Sorogoyen el encargado de darnos una alegría. Que Dios nos perdone es el primer largometraje del madrileño después de Stockholm, su excepcional primer trabajo en solitario. Antes de entrar en materia y valorar las virtudes y los defectos de este policíaco que ofrece una limpia e interesante mirada sobre la ciudad de Madrid en 2011, en plena visita del Papa Benedicto XVI, con la ciudad intransitable, hay que aclarar que había muchas dudas en cuanto a las capacidades de Sorogoyen como realizador. El cambio respecto a Stockholm era bastante drástico, por lo que nadie sabía cómo de bien podía desenvolverse tras las cámaras en una tensa e interminable investigación policial.
Pues bien, en este momento, con dos cintas tan diferentes y tan satisfactorias a sus espaldas, podemos afirmar que nos encontramos ante uno de los directores más talentosos de nuestro país. Por encima de todo, Que Dios nos perdone es una película maravillosamente dirigida; un thriller que, bebiendo de algunas fuentes que ni siquiera merece la pena nombrar (sin ir más lejos, encontramos reminiscencias a tres de los mejores policíacos del siglo), es capaz de transmitir a las mil maravillas la incertidumbre y el caos de una visita que revolucionó la capital. Y es muy de agradecer un film así, que se sirve de los mecanismos del thriller hollywoodiense para hablar de nuestra sociedad sin caer en la copia o en la reelaboración impersonal.
Todos los méritos se deben a la estupenda labor de Sorogoyen, que construye una atmósfera opresiva que no deja respiro, generando una tensión que posibilita la complicidad emocional del espectador, con un soberbio trabajo de cámara que esquiva por todos los medios la monotonía. Si en Stockholm se apoyaba en el plano fijo para narrar los escabrosos acontecimientos de su segunda mitad, en esta ocasión nos sorprende con un virtuosismo inesperado, filmando algunas secuencias de acción como si llevara toda la vida haciéndolo. Para rematar la jugada, Antonio de la Torre y Roberto Álamo incrementan el poderío de la obra con sus descarnadas interpretaciones, especialmente en el caso del segundo, que nunca había estado tan bien.
Entonces, ¿hay algo que flojeé en la película? Por supuesto. Aunque fuera premiado de forma inexplicable, el guion, escrito a cuatro manos por el director y su colaboradora habitual, Isabel Peña, no está a la altura de las circunstancias. Pese a que Sorogoyen consigue plasmar la naturalidad pretendida en los diálogos, el desarrollo de la trama y los protagonistas deja mucho que desear. Sin ser ni mucho menos unidimensionales, sus vidas personales son tratadas con torpeza y de refilón, y el devenir de los acontecimientos en que se ven inmersos se muestra caprichoso en alguna que otra ocasión. Pero todas las piezas están bajo el control de un hombre que tenía muy claro lo que quería contar, y, especialmente, cómo quería hacerlo. ¿Cuál será el siguiente paso en la carrera de Sorogoyen como cineasta?
Pues bien, en este momento, con dos cintas tan diferentes y tan satisfactorias a sus espaldas, podemos afirmar que nos encontramos ante uno de los directores más talentosos de nuestro país. Por encima de todo, Que Dios nos perdone es una película maravillosamente dirigida; un thriller que, bebiendo de algunas fuentes que ni siquiera merece la pena nombrar (sin ir más lejos, encontramos reminiscencias a tres de los mejores policíacos del siglo), es capaz de transmitir a las mil maravillas la incertidumbre y el caos de una visita que revolucionó la capital. Y es muy de agradecer un film así, que se sirve de los mecanismos del thriller hollywoodiense para hablar de nuestra sociedad sin caer en la copia o en la reelaboración impersonal.
Todos los méritos se deben a la estupenda labor de Sorogoyen, que construye una atmósfera opresiva que no deja respiro, generando una tensión que posibilita la complicidad emocional del espectador, con un soberbio trabajo de cámara que esquiva por todos los medios la monotonía. Si en Stockholm se apoyaba en el plano fijo para narrar los escabrosos acontecimientos de su segunda mitad, en esta ocasión nos sorprende con un virtuosismo inesperado, filmando algunas secuencias de acción como si llevara toda la vida haciéndolo. Para rematar la jugada, Antonio de la Torre y Roberto Álamo incrementan el poderío de la obra con sus descarnadas interpretaciones, especialmente en el caso del segundo, que nunca había estado tan bien.
Entonces, ¿hay algo que flojeé en la película? Por supuesto. Aunque fuera premiado de forma inexplicable, el guion, escrito a cuatro manos por el director y su colaboradora habitual, Isabel Peña, no está a la altura de las circunstancias. Pese a que Sorogoyen consigue plasmar la naturalidad pretendida en los diálogos, el desarrollo de la trama y los protagonistas deja mucho que desear. Sin ser ni mucho menos unidimensionales, sus vidas personales son tratadas con torpeza y de refilón, y el devenir de los acontecimientos en que se ven inmersos se muestra caprichoso en alguna que otra ocasión. Pero todas las piezas están bajo el control de un hombre que tenía muy claro lo que quería contar, y, especialmente, cómo quería hacerlo. ¿Cuál será el siguiente paso en la carrera de Sorogoyen como cineasta?

6,8
15.750
6
5 de diciembre de 2016
5 de diciembre de 2016
8 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si no conociéramos medianamente bien a Jim Jarmusch, sin duda la figura más relevante del cine independiente estadounidense desde John Cassavetes, pensaríamos que Paterson surge como respuesta a las críticas recibidas por Solo los amantes sobreviven, que en muchos casos fue calificada de pretenciosa, pedante y elitista. Paterson, el conductor de autobuses que en su tiempo libre escribe poesía pero no quiere publicar el material que almacena en su pequeño cuaderno de notas, es el protagonista absoluto del film al que da nombre (o al que da nombre la ciudad que le da nombre a él, qué más da); su personalidad, humilde y reservada, sirve de contrapunto a la de los vampiros de su anterior película, en la que unos cuantos extrapolaron la naturaleza de los personajes al discurso de la obra y a la persona del propio Jarmusch. Sin embargo, todo es tan natural en su nuevo trabajo, tan rico y repleto de matices en su pretendida -y por ello extraordinaria- apariencia de simplicidad, que nadie se creería jamás que ha nacido como respuesta a cualquier cosa. Esta pequeña maravilla surge, por encima de todo, como una búsqueda de poesía, vida y cine entre las pequeñas cosas, entre lo mundano y aparentemente banal, intrascendente e inocuo.
Jarmusch elige una estructura cíclica para narrar, o más bien plasmar en imágenes (como si el universo fuera real y no diegético), la rutinaria aunque idílica existencia de la persona más entrañable del mundo, que forma, junto con su mujer Laura -llamada así en honor a Petrarca-, una de las parejas más perfectas de todas las ficciones. Todas las mañanas durante los siete días de una semana cualquiera, el director filma a través de un plano cenital el despertar de Paterson, que, abrazado a su musa, le da un beso de buenos días y se levanta de la cama para afrontar una nueva jornada laboral. Una vez concluido el primer día de la semana, asistiremos a la repetición con muy pocas variaciones de unos momentos en los que, aunque similares o idénticos a otros vividos con anterioridad, nuestro conductor poeta consigue encontrar la belleza de lo efímero. Paterson, uno de los pocos supervivientes de la era Whatsapp, va de su casa al trabajo, del trabajo a casa y de ésta a pasear a su perro Marvin cuando llega la noche, momento en el que aprovecha para tomarse una cerveza en el mismo bar de siempre. La repetición se presenta como un ingrediente fundamental de la narración, estando representada, además de por la propia linealidad secuencial, por los gemelos que se le aparecen al protagonista durante toda la película, como un trasunto de sus miedos que, afortunadamente (y gracias a su manera de disfrutar de la vida), deviene en elemento cómico.
La falta de rima en los versos de la niña poeta que le recita uno de sus poemas a Paterson en un momento de la película, apela a la rima visual que se establece a través de la repetición, de las salidas oníricas que son representadas mediante bellísimos planos sobreexpuestos en los que convive la influencia de William Carlos Williams con los versos de Ron Padgett. El lirismo que desprende la conjunción de poemas, imágenes y música, tan mágico como arrebatador, convierte a la obra en una película-poema, un canto a la búsqueda de la trascendencia de nuestra propia cotidianidad, alcanzable con una improbable sencillez: únicamente se necesita aprender a mirar de otra manera, a convertir una caja de cerillas (o cualquiera otro objeto en apariencia insignificante) en un vehículo de evasión e inspiración. Aunque lo fácil y previsible era caer en el retrato del hastío existencial del ciudadano medio americano, Jarmusch subvierte el modo de entender esas mismas circunstancias, echando abajo cualquier expectativa y haciendo de ésta una película decididamente única. La poesía, presente en toda la filmografía del cineasta en mayor o menor medida, se adueña de una de las obras más bellas y trascendentes del nuevo siglo.
PD: La crítica continúa en spoiler sin spoilers
Jarmusch elige una estructura cíclica para narrar, o más bien plasmar en imágenes (como si el universo fuera real y no diegético), la rutinaria aunque idílica existencia de la persona más entrañable del mundo, que forma, junto con su mujer Laura -llamada así en honor a Petrarca-, una de las parejas más perfectas de todas las ficciones. Todas las mañanas durante los siete días de una semana cualquiera, el director filma a través de un plano cenital el despertar de Paterson, que, abrazado a su musa, le da un beso de buenos días y se levanta de la cama para afrontar una nueva jornada laboral. Una vez concluido el primer día de la semana, asistiremos a la repetición con muy pocas variaciones de unos momentos en los que, aunque similares o idénticos a otros vividos con anterioridad, nuestro conductor poeta consigue encontrar la belleza de lo efímero. Paterson, uno de los pocos supervivientes de la era Whatsapp, va de su casa al trabajo, del trabajo a casa y de ésta a pasear a su perro Marvin cuando llega la noche, momento en el que aprovecha para tomarse una cerveza en el mismo bar de siempre. La repetición se presenta como un ingrediente fundamental de la narración, estando representada, además de por la propia linealidad secuencial, por los gemelos que se le aparecen al protagonista durante toda la película, como un trasunto de sus miedos que, afortunadamente (y gracias a su manera de disfrutar de la vida), deviene en elemento cómico.
La falta de rima en los versos de la niña poeta que le recita uno de sus poemas a Paterson en un momento de la película, apela a la rima visual que se establece a través de la repetición, de las salidas oníricas que son representadas mediante bellísimos planos sobreexpuestos en los que convive la influencia de William Carlos Williams con los versos de Ron Padgett. El lirismo que desprende la conjunción de poemas, imágenes y música, tan mágico como arrebatador, convierte a la obra en una película-poema, un canto a la búsqueda de la trascendencia de nuestra propia cotidianidad, alcanzable con una improbable sencillez: únicamente se necesita aprender a mirar de otra manera, a convertir una caja de cerillas (o cualquiera otro objeto en apariencia insignificante) en un vehículo de evasión e inspiración. Aunque lo fácil y previsible era caer en el retrato del hastío existencial del ciudadano medio americano, Jarmusch subvierte el modo de entender esas mismas circunstancias, echando abajo cualquier expectativa y haciendo de ésta una película decididamente única. La poesía, presente en toda la filmografía del cineasta en mayor o menor medida, se adueña de una de las obras más bellas y trascendentes del nuevo siglo.
PD: La crítica continúa en spoiler sin spoilers
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Sería tan injusto como erróneo hablar de esta película como una rareza dentro del universo de Jarmusch, pues no es más que una continuación, casi una respuesta, a ese mundo de casualidades y causalidades desarrollado a lo largo de 36 años. Paterson se acerca sin temor al cine más distendido y cómico del autor cuando la acción transcurre entre las paredes del bar, donde vemos las desventuras de una serie de personajes esencialmente jarmuschianos; el Paterson de Adam Driver observa con detenimiento y una suerte de gozo empático las conversaciones de los clientes del bar, así como las de los viajeros del autobús que conduce cada día. Si bien el guion se permite alterar mínimamente la rutina del protagonista, su resignada respuesta, en el fondo extrañamente optimista, no da pie a que se rompa jamás la naturalidad del relato. Para él, una página en blanco resulta igual de estimulante que la lluvia o una caja de cerillas; para nosotros, los estímulos más importantes llegan en forma de guiños coherentes y satisfactorios, que remiten a la obra del director, al cine y a la propia vida. Si la referencia a Mystery Train supone una vuelta a los orígenes, una rima interna, el homenaje a Moonrise Kingdom y la proyección en la diégesis de La isla de las almas perdidas se unen para dotar a la cinta de una poética aún mayor. Al fin y al cabo, Laura y Paterson son un par de almas perdidas (también gemelas, pese a sus notables diferencias) que, cada uno a su manera, convierten en algo especial todo lo que tocan. Así pues, está claro que los amantes sobreviven; y no necesariamente como emisores y receptores de dicho sentimiento, sino también aquellos que, ante todo, tienen la capacidad de amar la vida y de descubrir(se) la belleza de las cosas.
De entre todas las virtudes de la película, tan inmensas como dispares, destaca la sobresaliente interpretación de Adam Driver, que esquiva los premios y abraza la sublimidad. El actor hace con nosotros lo mismo que su perro con él en la ficción y nos arrastra en un precioso, detallista e irrepetible viaje. Si, como le dice el propio Paterson a su mujer, sus poemas no son más que palabras, podríamos decir que la película no son más que imágenes. Y, sin embargo, no hace falta nada más para dejar huella en el subconsciente del espectador. Además de ser con total probabilidad la obra más sincera y humana de Jarmusch, nos encontramos ante la más redonda de todas. Si como experiencia vital es tremendamente valiosa, a nivel cinematográfico es simplemente imposible de definir o etiquetar.
De entre todas las virtudes de la película, tan inmensas como dispares, destaca la sobresaliente interpretación de Adam Driver, que esquiva los premios y abraza la sublimidad. El actor hace con nosotros lo mismo que su perro con él en la ficción y nos arrastra en un precioso, detallista e irrepetible viaje. Si, como le dice el propio Paterson a su mujer, sus poemas no son más que palabras, podríamos decir que la película no son más que imágenes. Y, sin embargo, no hace falta nada más para dejar huella en el subconsciente del espectador. Además de ser con total probabilidad la obra más sincera y humana de Jarmusch, nos encontramos ante la más redonda de todas. Si como experiencia vital es tremendamente valiosa, a nivel cinematográfico es simplemente imposible de definir o etiquetar.

5,6
4.205
4
7 de mayo de 2015
7 de mayo de 2015
6 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde el año 2004 con El diario de Noa (Nick Cassavetes), la cita anual con alguna adaptación cinematográfica de las novelas románticas de Nicholas Sparks es ineludible. Este 2015 hemos tenido el privilegio o la desgracia de que se estrenen con sólo una semana de diferencia dos adaptaciones: Lo mejor de mí y El viaje más largo. La segunda, dirigida por George Tillman Jr., nos muestra la a priori imposible historia de amor entre dos jóvenes.
Los protagonistas de la película y el romance son Luke (Scott Eastwood), un joven campeón de rodeo que lleva un año sin competir por culpa de una lesión, y Sophia (Britt Robertson), una brillante estudiante cuyo sueño es trabajar en una galería de arte en Nueva York. Tras conocerse, empezará una relación de amor imposible, ya que Sophia debe irse en dos meses a Nueva York a realizar unas prácticas en una galería de prestigio. Los dos se han criado de maneras totalmente opuestas y tienen sueños y proyectos de futuro que no se asemejan en absoluto. Pero ya sabemos que el amor traspasa fronteras y cualquier tipo de barrera, y más en este tipo de novelas tan acostumbradas a buscar la lágrima fácil. Luke y Sophia le salvan la vida a un anciano que había sufrido un accidente de tráfico, Ira Levinson (Alan Alda), el cual de joven vivió una historia de amor que se nos presentará paralelamente a la historia principal. Sophia irá diariamente al hospital a ver a Ira y a leerle cartas que éste le enviaba a Ruth, su esposa fallecida.
Los hechos vividos por la pareja de los jóvenes Ira y Ruth Levinson, interpretados por Jack Huston y Oana Chaplin respectivamente, supondrán un aliciente para que Sophia y Luke dejen a un lado todos los obstáculos que se interpongan en su relación. Mientras ella termina por dejar a un lado su pasión en determinados momentos, él jamás desiste en su intención de ser el número uno. En las relaciones siempre hay una parte que hace más por la pareja que la otra, en este caso Sophia.
Nadie puede negar que en El viaje más largo están presentes todos los clichés y tópicos de los blockbuster románticos, pero la buena química existente entre sus protagonistas y un ritmo que no decae jamás, consiguen mantener el interés en todo momento. Las historias terminan por estorbarse la una a la otra en determinadas ocasiones. Cuando la historia ambientada en los años 40 nos interesa, la película vuelve al presente y viceversa. La historia del pasado es fundamental en el desarrollo de la historia y en el mensaje de ésta, pero me da la sensación de que tiene un excesivo tiempo en pantalla. El metraje sobrepasa las dos horas de duración, cuando se podía haber llegado al mismo punto con media hora menos.
La interpretación de los protagonistas es probablemente lo que más me ha gustado. Scott Eastwood y Britt Robertson desprenden sinceridad en todo momento, complementándose mucho mejor de lo esperado. Sería un error utilizar el término de “caras bonitas”, pues demuestran ser más que eso. Huston y Chaplin están muy bien, el problema es que no consigo conectar con su historia de amor en tiempos de guerra.
Pese a seguir el mismo patrón que otras películas inspiradas en novelas de Sparks, El viaje más largo me parece más interesante, menos manipuladora y mejor interpretada que la gran mayoría de dramas románticos de este corte. No llega a ser una buena película, pero tiene el estimable mérito de no molestar, que es un logro teniendo en cuenta lo esperado en un principio. No es una película que recomendaría, pero he de decir que hay cosas mucho peores en cartelera.
Twitter: @dfcinema
http://dfcinema.com/?p=238
Los protagonistas de la película y el romance son Luke (Scott Eastwood), un joven campeón de rodeo que lleva un año sin competir por culpa de una lesión, y Sophia (Britt Robertson), una brillante estudiante cuyo sueño es trabajar en una galería de arte en Nueva York. Tras conocerse, empezará una relación de amor imposible, ya que Sophia debe irse en dos meses a Nueva York a realizar unas prácticas en una galería de prestigio. Los dos se han criado de maneras totalmente opuestas y tienen sueños y proyectos de futuro que no se asemejan en absoluto. Pero ya sabemos que el amor traspasa fronteras y cualquier tipo de barrera, y más en este tipo de novelas tan acostumbradas a buscar la lágrima fácil. Luke y Sophia le salvan la vida a un anciano que había sufrido un accidente de tráfico, Ira Levinson (Alan Alda), el cual de joven vivió una historia de amor que se nos presentará paralelamente a la historia principal. Sophia irá diariamente al hospital a ver a Ira y a leerle cartas que éste le enviaba a Ruth, su esposa fallecida.
Los hechos vividos por la pareja de los jóvenes Ira y Ruth Levinson, interpretados por Jack Huston y Oana Chaplin respectivamente, supondrán un aliciente para que Sophia y Luke dejen a un lado todos los obstáculos que se interpongan en su relación. Mientras ella termina por dejar a un lado su pasión en determinados momentos, él jamás desiste en su intención de ser el número uno. En las relaciones siempre hay una parte que hace más por la pareja que la otra, en este caso Sophia.
Nadie puede negar que en El viaje más largo están presentes todos los clichés y tópicos de los blockbuster románticos, pero la buena química existente entre sus protagonistas y un ritmo que no decae jamás, consiguen mantener el interés en todo momento. Las historias terminan por estorbarse la una a la otra en determinadas ocasiones. Cuando la historia ambientada en los años 40 nos interesa, la película vuelve al presente y viceversa. La historia del pasado es fundamental en el desarrollo de la historia y en el mensaje de ésta, pero me da la sensación de que tiene un excesivo tiempo en pantalla. El metraje sobrepasa las dos horas de duración, cuando se podía haber llegado al mismo punto con media hora menos.
La interpretación de los protagonistas es probablemente lo que más me ha gustado. Scott Eastwood y Britt Robertson desprenden sinceridad en todo momento, complementándose mucho mejor de lo esperado. Sería un error utilizar el término de “caras bonitas”, pues demuestran ser más que eso. Huston y Chaplin están muy bien, el problema es que no consigo conectar con su historia de amor en tiempos de guerra.
Pese a seguir el mismo patrón que otras películas inspiradas en novelas de Sparks, El viaje más largo me parece más interesante, menos manipuladora y mejor interpretada que la gran mayoría de dramas románticos de este corte. No llega a ser una buena película, pero tiene el estimable mérito de no molestar, que es un logro teniendo en cuenta lo esperado en un principio. No es una película que recomendaría, pero he de decir que hay cosas mucho peores en cartelera.
Twitter: @dfcinema
http://dfcinema.com/?p=238

5,2
23.120
4
7 de julio de 2015
7 de julio de 2015
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
En una época inundada de remakes, secuelas, precuelas… llega la quinta de entrega de Terminator, la cual podría decirse que es todo a la vez. Porque Terminator Génesis es muy fresca e innovadora, actualizada a nuestro tiempo, pero a la vez es un magnífico homenaje a las dos primeras entregas de la saga. Esta entrega mantiene parte de la esencia de la primera y la acción desenfrenada de la segunda. Es un reinicio estupendo de la saga que, si bien no llega al nivel de las dos primeras –la mano de James Cameron se nota-, sí consigue recuperar parte del atractivo que en ellas encontrábamos. Y, cómo no, también permite recuperar a una pieza fundamental en la creación de la nostalgia tan extendida con esta saga, Arnold Schwarzenegger. Él mismo se define en Génesis como “Viejo, no obsoleto”.
La película dirigida por Alan Taylor, el cual resulta solvente en todo momento, nos traslada al año 1984, en el cual Kyle Reese (Jai Courtney) es enviado por John Connor (Jason Clarke) para proteger a la hija de éste, Sarah Connor (Emilia Clarke). Sin embargo, cuando llega al 1984 resulta que nada es como imaginaba: Un T-800 (Arnold Schwarzenegger) es ahora el protector de Sarah, ya que fue enviado 10 años atrás para salvarla. Ésta es la primera de las muchas alteraciones producidas en líneas temporales que nosotros –los protagonistas también- desconocemos. Así, podremos disfrutar de una escena con un trabajo de los efectos digitales asombrosa, en la que el Schwarzenegger envejecido acaba con el que fue enviado en 1984 para acabar con Sarah. Para colmo, Reese tendrá unos sueños muy reales que parecen indicarle que, en 2017, la creación de una revolucionaria app informática llamada Génesis se encargará de darle todo el poder a Skynet y de que tenga lugar otro Día del Juicio Final.
La premisa, como vemos, es de lo más enrevesada. El guion escrito por Laeta Kalogridis y Patrick Lussier hace que la película sea tremendamente descarada y atrevida, pero también enreda a la misma en un sinfín de líneas temporales de las que le será muy difícil salir. Y, pese a salir con bastante éxito de cada uno de los escollos en los que se ve sumida, es inevitable encontrar multitud de lagunas de guion si uno es mínimamente crítico.
Terminator Génesis no pretende ni por asomo ser totalmente fiel a la historia original, pero en todo momento parece mostrar respeto y amor hacia las dos primeras entregas de la saga. El papel de Schwarzenegger en Génesis se ve bastante perjudicado, sobre todo en el sentido de que su personaje en ocasiones queda reducido al homenaje y al chiste constante. Lo que ocurre aquí es que hay más personajes que aportan su granito de arena. Aunque es totalmente cierto que no tenemos un personaje tan protagonista como los que teníamos en las cintas originales, y tampoco unos lazos sentimentales entre éstos que alcancen las cotas emotivas que en aquéllas si se lograban. No obstante, y como ya he dicho, los cuatro personajes principales resultan imprescindibles e insustituibles. Está claro que Emilia Clarke no es Linda Hamilton, pero debo admitir que su trabajo es toda una sorpresa, una revitalizada versión de esa Sarah Connor luchadora de Terminator 2.
El factor diferencial que se encarga de hacer que Terminator Génesis se quede por debajo de las geniales Terminator y Terminator 2: el juicio final es James Cameron. No soy ni mucho menos admirador del director canadiense, pero habría que estar muy ciego para no admitir su importancia en el éxito y brillantez de éstas. Por otra parte, gran culpa de que Génesis resulte una secuela –por llamarla de alguna manera- más que digna es del director de ésta, Alan Taylor. Los silencios, la pausa y la magia desaparecen por completo, en favor de una estupenda y constante acción. Las escenas de acción están genialmente rodadas, y, lo que es más importante aún, bien montadas. La sensación de adrenalina que sentí durante todo el visionado es impagable, y esto es conseguido gracias al mencionado montaje y a una banda sonora mucho más ruidosa que la original, pero que es ideal y funciona a la perfección en una película en la que hay más fuegos artificiales.
Pero como he dicho anteriormente, no todo es positivo en la cinta de Taylor. Al tremendo lío que en ocasiones provoca un guion tan pretendidamente enrevesado, hay que sumarle algunos momentos de verborrea científico-tecnológica que recuerdan a los peores momentos de Interstellar. Inexplicables sobreexplicaciones de términos que realmente ni nos van ni nos vienen; no entiendo añadir ese tipo de escenas que sólo consiguen restar. Otra elemento destacable y que no logra funcionar tan bien como antaño es el componente emocional entre los personajes, aunque sería injusto desprestigiar este aspecto en Génesis, pues aunque no alcance la emotividad de los trabajos de Cameron, supera con creces a lo que estamos acostumbrados en películas de características similares.
Pese a no resultar excelente, Terminator Génesis es una más que correcta película y digna revisión del magnético e irrepetible mundo creado por Cameron, un mundo que vemos actualizado a nuestros días, en los que la dependencia de ciertas creaciones tecnológicas es excesiva. Espectacular, frenética y tremendamente entretenida, la nueva entrega de Terminator supone una sorpresa mayúscula. Además, y puede que esto no sea del gusto de algunos de los más acérrimos seguidores de la saga, abre la veda para posibles nuevas películas que continúen la historia desarrollada por Taylor en Génesis.
Crítica publicada en @dfcinema: http://dfcinema.com/2015/07/07/terminator-genesis-inesperada-reinvencion/
La película dirigida por Alan Taylor, el cual resulta solvente en todo momento, nos traslada al año 1984, en el cual Kyle Reese (Jai Courtney) es enviado por John Connor (Jason Clarke) para proteger a la hija de éste, Sarah Connor (Emilia Clarke). Sin embargo, cuando llega al 1984 resulta que nada es como imaginaba: Un T-800 (Arnold Schwarzenegger) es ahora el protector de Sarah, ya que fue enviado 10 años atrás para salvarla. Ésta es la primera de las muchas alteraciones producidas en líneas temporales que nosotros –los protagonistas también- desconocemos. Así, podremos disfrutar de una escena con un trabajo de los efectos digitales asombrosa, en la que el Schwarzenegger envejecido acaba con el que fue enviado en 1984 para acabar con Sarah. Para colmo, Reese tendrá unos sueños muy reales que parecen indicarle que, en 2017, la creación de una revolucionaria app informática llamada Génesis se encargará de darle todo el poder a Skynet y de que tenga lugar otro Día del Juicio Final.
La premisa, como vemos, es de lo más enrevesada. El guion escrito por Laeta Kalogridis y Patrick Lussier hace que la película sea tremendamente descarada y atrevida, pero también enreda a la misma en un sinfín de líneas temporales de las que le será muy difícil salir. Y, pese a salir con bastante éxito de cada uno de los escollos en los que se ve sumida, es inevitable encontrar multitud de lagunas de guion si uno es mínimamente crítico.
Terminator Génesis no pretende ni por asomo ser totalmente fiel a la historia original, pero en todo momento parece mostrar respeto y amor hacia las dos primeras entregas de la saga. El papel de Schwarzenegger en Génesis se ve bastante perjudicado, sobre todo en el sentido de que su personaje en ocasiones queda reducido al homenaje y al chiste constante. Lo que ocurre aquí es que hay más personajes que aportan su granito de arena. Aunque es totalmente cierto que no tenemos un personaje tan protagonista como los que teníamos en las cintas originales, y tampoco unos lazos sentimentales entre éstos que alcancen las cotas emotivas que en aquéllas si se lograban. No obstante, y como ya he dicho, los cuatro personajes principales resultan imprescindibles e insustituibles. Está claro que Emilia Clarke no es Linda Hamilton, pero debo admitir que su trabajo es toda una sorpresa, una revitalizada versión de esa Sarah Connor luchadora de Terminator 2.
El factor diferencial que se encarga de hacer que Terminator Génesis se quede por debajo de las geniales Terminator y Terminator 2: el juicio final es James Cameron. No soy ni mucho menos admirador del director canadiense, pero habría que estar muy ciego para no admitir su importancia en el éxito y brillantez de éstas. Por otra parte, gran culpa de que Génesis resulte una secuela –por llamarla de alguna manera- más que digna es del director de ésta, Alan Taylor. Los silencios, la pausa y la magia desaparecen por completo, en favor de una estupenda y constante acción. Las escenas de acción están genialmente rodadas, y, lo que es más importante aún, bien montadas. La sensación de adrenalina que sentí durante todo el visionado es impagable, y esto es conseguido gracias al mencionado montaje y a una banda sonora mucho más ruidosa que la original, pero que es ideal y funciona a la perfección en una película en la que hay más fuegos artificiales.
Pero como he dicho anteriormente, no todo es positivo en la cinta de Taylor. Al tremendo lío que en ocasiones provoca un guion tan pretendidamente enrevesado, hay que sumarle algunos momentos de verborrea científico-tecnológica que recuerdan a los peores momentos de Interstellar. Inexplicables sobreexplicaciones de términos que realmente ni nos van ni nos vienen; no entiendo añadir ese tipo de escenas que sólo consiguen restar. Otra elemento destacable y que no logra funcionar tan bien como antaño es el componente emocional entre los personajes, aunque sería injusto desprestigiar este aspecto en Génesis, pues aunque no alcance la emotividad de los trabajos de Cameron, supera con creces a lo que estamos acostumbrados en películas de características similares.
Pese a no resultar excelente, Terminator Génesis es una más que correcta película y digna revisión del magnético e irrepetible mundo creado por Cameron, un mundo que vemos actualizado a nuestros días, en los que la dependencia de ciertas creaciones tecnológicas es excesiva. Espectacular, frenética y tremendamente entretenida, la nueva entrega de Terminator supone una sorpresa mayúscula. Además, y puede que esto no sea del gusto de algunos de los más acérrimos seguidores de la saga, abre la veda para posibles nuevas películas que continúen la historia desarrollada por Taylor en Génesis.
Crítica publicada en @dfcinema: http://dfcinema.com/2015/07/07/terminator-genesis-inesperada-reinvencion/

7,4
69.535
3
25 de noviembre de 2016
25 de noviembre de 2016
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ponerse a hablar del talento de Denis Villeneuve a estas alturas de la película podría considerarse una falta de respeto hacia su persona. El canadiense se ha convertido, gracias a su buena mano como artesano y a su capacidad para hacer suyo cada uno de los guiones que ha llevado a la gran pantalla, en un director respetado y alabado casi con total unanimidad por grupos de espectadores de lo más diversos y por la crítica. Los primeros minutos de La llegada (Arrival, 2016) son la confirmación del talento de un narrador sin igual, cuyo único rival en la escena hollywoodiense actual es un peso pesado como David Fincher.
Lastrado por un guion insuficiente y algunas líneas de diálogo sobrantes, Villeneuve es capaz de narrar el periplo vital de la fallecida hija de la protagonista en unos pocos minutos con grandes resultados. Importando la estructura literaria de La historia de tu vida (título bastante más honesto y por lo tanto adecuado que el cinematográfico), el relato corto de Ted Chiang que sirve de base para la elaboración de la película, la voz en off de Louise (notable Amy Adams en un personaje que es pura contención, aunque con algo más de libertad -interpretativa y en el sentido literal de la palabra- que el de Emily Blunt en la excelente Sicario) nos guía y acompaña a las bellas imágenes que muestran la corta vida de su hija Hannah, cuyo nombre no es palindrómico por casualidad, desde su nacimiento hasta su muerte, pasando por el momento en el que contrae la enfermedad incurable que acabará con su vida. Esta suerte de prólogo, que gana en emotividad gracias al uso de On the Nature of the Daylight de Max Richter, remite al desasosiego de The Leftovers y al lirismo de Terence Malick. Sin la licencia explicativa de la palabra, innecesaria una vez vistas las preciosas escenas filmadas por Villeneuve y fotografiadas por Bradford Young, este inicio podría haber sido, además de esperanzador, sobresaliente.
En cualquier caso, es menester defender el trabajo del canadiense, que poco puede hacer con el guion de Eric Heisserer (sí, el guionista del remake de Pesadilla en Elm Street, Destino final 5 y Nunca apagues la luz), que coarta su libertad artística en pro de un tramo final propio de los hermanos Nolan desde los primeros planos. El tramo final supone una enorme contradicción si tenemos en cuenta que La llegada es un trabajo que, por encima de todo, habla de la comunicación y el entendimiento a múltiples niveles: entre familiares, entre países y culturas y entre especies, como ocurre en este caso con los alienígenas heptápodos que llegan a la Tierra.
La premisa es muy sencilla. Cuando doce naves extraterrestres llegan a la Tierra y se sitúan en puntos diferentes, los altos mandos del ejército contratan a una experta lingüista (Amy Adams) y a un matemático (un Jeremy Renner cuya presencia es una mera anécdota) para que intenten comunicarse con los heptápodos para saber cuáles son las verdaderas intenciones de su llegada. Lamentablemente, la pareja no tendrá demasiado tiempo para llevar a cabo un trabajo realmente complicado, pues las distintas naciones no se entienden las unas con las otras y el ejército no tendrá problema en entrar en acción en cuanto el comportamiento de los “invasores” (para los gobiernos este entrecomillado sería innecesario) suscite la mínima duda. Las claves para evitar la catástrofe se encuentran en el lenguaje, en nuestra forma de percibirlo y las claves que extraemos de nuestros recuerdos. Es por eso que, de manera bastante inteligente, seguimos los descubrimientos de Louise, eje central de la narración (de las dos líneas narrativas montadas con efectividad en paralelo: pasado y presente), al mismo tiempo que ella.
Hasta ahora todo (o casi todo) bien, pensaréis. Y no os falta razón, pues si bien el comienzo es espectacular (al menos en términos objetivos, ajenos a la conexión emocional o falta de ella), el desarrollo nos permite disfrutar (por enésima vez) del Villeneuve creador de atmósferas, apoyado, como no podía ser de otra manera, por un maravilloso diseño de sonido y por la (también por enésima vez) colosal banda sonora de Jóhann Jóhannsson, el mayor talento musical del cine contemporáneo. Las secuencias que tienen lugar en la nave alienígena son sencillamente impresionantes, aunque su impacto no es el mismo en un segundo visionado, y sostienen una parte central de la película en la que se nota demasiado que detrás hay un relato corto, y donde los avances no se producen hasta que el caprichoso guion decide acercarse a las masas de espectadores. En ese momento es donde se evidencia que todo lo visto anteriormente no era más que el aperitivo, el camino a seguir para, finalmente, traicionar la sencillez de la propuesta y el humanismo que pretendía transmitir.
PD: Continua en spoiler sin spoilers.
Lastrado por un guion insuficiente y algunas líneas de diálogo sobrantes, Villeneuve es capaz de narrar el periplo vital de la fallecida hija de la protagonista en unos pocos minutos con grandes resultados. Importando la estructura literaria de La historia de tu vida (título bastante más honesto y por lo tanto adecuado que el cinematográfico), el relato corto de Ted Chiang que sirve de base para la elaboración de la película, la voz en off de Louise (notable Amy Adams en un personaje que es pura contención, aunque con algo más de libertad -interpretativa y en el sentido literal de la palabra- que el de Emily Blunt en la excelente Sicario) nos guía y acompaña a las bellas imágenes que muestran la corta vida de su hija Hannah, cuyo nombre no es palindrómico por casualidad, desde su nacimiento hasta su muerte, pasando por el momento en el que contrae la enfermedad incurable que acabará con su vida. Esta suerte de prólogo, que gana en emotividad gracias al uso de On the Nature of the Daylight de Max Richter, remite al desasosiego de The Leftovers y al lirismo de Terence Malick. Sin la licencia explicativa de la palabra, innecesaria una vez vistas las preciosas escenas filmadas por Villeneuve y fotografiadas por Bradford Young, este inicio podría haber sido, además de esperanzador, sobresaliente.
En cualquier caso, es menester defender el trabajo del canadiense, que poco puede hacer con el guion de Eric Heisserer (sí, el guionista del remake de Pesadilla en Elm Street, Destino final 5 y Nunca apagues la luz), que coarta su libertad artística en pro de un tramo final propio de los hermanos Nolan desde los primeros planos. El tramo final supone una enorme contradicción si tenemos en cuenta que La llegada es un trabajo que, por encima de todo, habla de la comunicación y el entendimiento a múltiples niveles: entre familiares, entre países y culturas y entre especies, como ocurre en este caso con los alienígenas heptápodos que llegan a la Tierra.
La premisa es muy sencilla. Cuando doce naves extraterrestres llegan a la Tierra y se sitúan en puntos diferentes, los altos mandos del ejército contratan a una experta lingüista (Amy Adams) y a un matemático (un Jeremy Renner cuya presencia es una mera anécdota) para que intenten comunicarse con los heptápodos para saber cuáles son las verdaderas intenciones de su llegada. Lamentablemente, la pareja no tendrá demasiado tiempo para llevar a cabo un trabajo realmente complicado, pues las distintas naciones no se entienden las unas con las otras y el ejército no tendrá problema en entrar en acción en cuanto el comportamiento de los “invasores” (para los gobiernos este entrecomillado sería innecesario) suscite la mínima duda. Las claves para evitar la catástrofe se encuentran en el lenguaje, en nuestra forma de percibirlo y las claves que extraemos de nuestros recuerdos. Es por eso que, de manera bastante inteligente, seguimos los descubrimientos de Louise, eje central de la narración (de las dos líneas narrativas montadas con efectividad en paralelo: pasado y presente), al mismo tiempo que ella.
Hasta ahora todo (o casi todo) bien, pensaréis. Y no os falta razón, pues si bien el comienzo es espectacular (al menos en términos objetivos, ajenos a la conexión emocional o falta de ella), el desarrollo nos permite disfrutar (por enésima vez) del Villeneuve creador de atmósferas, apoyado, como no podía ser de otra manera, por un maravilloso diseño de sonido y por la (también por enésima vez) colosal banda sonora de Jóhann Jóhannsson, el mayor talento musical del cine contemporáneo. Las secuencias que tienen lugar en la nave alienígena son sencillamente impresionantes, aunque su impacto no es el mismo en un segundo visionado, y sostienen una parte central de la película en la que se nota demasiado que detrás hay un relato corto, y donde los avances no se producen hasta que el caprichoso guion decide acercarse a las masas de espectadores. En ese momento es donde se evidencia que todo lo visto anteriormente no era más que el aperitivo, el camino a seguir para, finalmente, traicionar la sencillez de la propuesta y el humanismo que pretendía transmitir.
PD: Continua en spoiler sin spoilers.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Teniendo en cuenta que la ciencia ficción está presente pero en ocasiones no es más que el pretexto, resulta bastante cuestionable el cúmulo de casualidades que precede a la pomposa conclusión, que combina la estética malickiana (va molestando más conforme avanza el metraje, siendo especialmente dañina en los últimos minutos, donde la impostura de algunos diálogos recuerda a los momentos menos inspirados de To the Wonder, pero sin el contexto y el tono de ésta) con una verbalización digna de Interstellar. El montaje altera (con justificación argumental-científica, seamos justos) tiempos, espacios y momentos, oscilando entre el ridículo y la sobreexplicación (como ocurría al principio, las palabras subrayan lo que las imágenes deberían decir -y dicen- por sí mismas). Son innumerables las veces en las que podrían omitirse los diálogos, bien por su redundancia, bien por su cursilería. Villenueve, o más bien Heiresser y las órdenes de producción, logran el impacto emocional a cualquier precio. Y es aquí donde un servidor, que en ningún momento logró emocionarse ni disfrutar de las incuestionables virtudes de la película, se posiciona en contra de una propuesta que arriesga demasiado para satisfacer las necesidades de gran parte del público.
La llegada aún no se ha estrenado en salas españolas, pero sería una insensatez poner en duda la efectividad de la que para muchos es la película del año. No obstante, es necesario cuestionar la unanimidad, plantear una serie de incógnitas que hagan posible crear un debate más que interesante respecto a las concesiones realizadas por crítica y público a partes iguales. La paradoja de que una obra cinematográfica que aboga por la comunicación, calificada de emotiva y profundamente humanista, establezca el diálogo con el espectador de la forma menos directa posible, con un absurdo enrevesamiento y finalizando con una decisión unilateral moralmente reprobable en términos comunicativos, genera, cuando menos, una serie de dudas al respecto de su discurso.
Sin lugar a dudas, es mucho más contundente en ese bienintencionado e inspirado alegato pacifista que en el intimista drama familiar, que habla de la imposibilidad de cambiar determinadas cosas que así nos han sido impuestas. Claro que esos temas no importan demasiado por estos lares, así que no es más que un apunte para aquellos que le den más importancia al fondo. De nuevo, Villenueve haciendo malabares con el material que se ve obligado a manejar. En menos de un año veremos lo que ha sido capaz de hacer con la secuela de Blade Runner, que, según sus propias palabras, puede ser el último trabajo que dirija con un guion ajeno.
La llegada aún no se ha estrenado en salas españolas, pero sería una insensatez poner en duda la efectividad de la que para muchos es la película del año. No obstante, es necesario cuestionar la unanimidad, plantear una serie de incógnitas que hagan posible crear un debate más que interesante respecto a las concesiones realizadas por crítica y público a partes iguales. La paradoja de que una obra cinematográfica que aboga por la comunicación, calificada de emotiva y profundamente humanista, establezca el diálogo con el espectador de la forma menos directa posible, con un absurdo enrevesamiento y finalizando con una decisión unilateral moralmente reprobable en términos comunicativos, genera, cuando menos, una serie de dudas al respecto de su discurso.
Sin lugar a dudas, es mucho más contundente en ese bienintencionado e inspirado alegato pacifista que en el intimista drama familiar, que habla de la imposibilidad de cambiar determinadas cosas que así nos han sido impuestas. Claro que esos temas no importan demasiado por estos lares, así que no es más que un apunte para aquellos que le den más importancia al fondo. De nuevo, Villenueve haciendo malabares con el material que se ve obligado a manejar. En menos de un año veremos lo que ha sido capaz de hacer con la secuela de Blade Runner, que, según sus propias palabras, puede ser el último trabajo que dirija con un guion ajeno.
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