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Críticas ordenadas por utilidad
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8
22 de febrero de 2021
22 de febrero de 2021
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aahh, Tokyo Nagaremonoooo!...
Yume wa iranai hana narabaaaa...hana wa chiroshi yume mo chiruuuu...
Dose chiru nara otokobanaaaa...oremo suteta ze kiriyueni...
Aahh, Tokyo Nagaremonoooo!...".
Interpretada desde su alma melancólica, es la balada de un vagabundo solitario que "no conoce el cementerio de la mañana ni necesita sueños, pues éstos se disuelven como se esparcen las flores, y, al fin y al cabo, la de un hombre siempre se esparce cuando renuncia al amor por su honor". La poética de la soledad elevada a la más descorazonadora belleza; impagable. Es este "Tokyo Nagaremono" el tema que cruza de principio a fin y que impregna con su negro sentimiento la película a la que da título, realizada en una especie de fecha clave: 1.966.
Aquí se empieza a determinar el futuro de dos directores, Shohei Imamura y Seijun Suzuki, ambos anclados en los dominios de Nikkatsu y bajo el yugo de las exigencias y los límites de sus mandamases. Aquel año el primero se larga de allí para proseguir su carrera con una productora propia; el segundo se queda por cuestiones alimenticias, y para su desgracia verse censurado al tener que dirigir el insulso y convencional melodrama "Kawachi Carmen" (al que acabó dando su toque único) como respuesta a la mala recepción de "Tattooed Life". Pero los recortes de presupuesto a los que se enfrentaron él y su director artístico Takeo Kimura sólo incrementaron aun más su osadía y visión rebelde.
Porque este dúo infatigable ante los fondos mínimos ya demostró su capacidad para convertir sus encargos en auténticas experiencias visuales desde que coincidieran en "Akutaro". Pero el fan de Suzuki se acordará del prólogo de "La Juventud de la Bestia" a lo largo de un primer tramo revestido de negro tétrico y blanco saturado que exuda los aromas del "noir" más añejo y "melvilliano"; y, como en aquélla, se visita rápidamente el color para iniciar esta historia: la de un joven convertido en objeto de la balada que canta su gesta, de soledad, de traición, de peregrinaje eterno, como en "Sandanju no Otoko".
Pero al contrario de su protagonista, Tetsuya es un vagabundo de ciudad, un yakuza que quiso dejar de ser yakuza y permanecer leal a su jefe Kurata sin tener que volver a matar ni cometer delitos; en su desafortunada búsqueda de una existencia mejor se halla una banda rival que intenta hacerse con el territorio de Kurata tras haber disuelto éste su familia. Estos son los ásperos entresijos donde nos sumerge el argumento ciertamente anodino de Kohan Kawauchi, una vez más indagando en la trágica figura del joven anti-héroe lanzando a un mundo demasiado cínico, nihilista y violento, y siendo forzado a practicar las mismas reglas para sobrevivir.
Antes de convertirse en fugitivo vagabundo, Tetsuya, por su fidelidad inquebrantable hacia su jefe (estableciendo con él una relación padre-hijo que aumenta la carga dramática), se coloca en el centro de esta tormenta de conspiraciones con dinero fantasma, chantaje a punta de pistola y traidores infiltrados de por medio, toda una novela negra de bolsillo que sucumbiría a los más aburridos clichés del cine comercial "B" de estar en manos de otro. Pero está en manos de Suzuki y es algo que se nota desde el primer minuto: estallidos de intenso color, atmósferas estilizadas, grandes decorados de línea "pop", cortes súbitos en las secuencias...
En efecto la historia, que obedece pautas muy convencionales del género, se eleva en una experiencia visual y sonora (y más aún durante su segunda mitad, iniciado el viaje de Tetsuya) por obra y gracia de este director de inagotable imaginación, que infiltra en ella influencias de las corrientes europeas, las coloridas aventuras de James Bond, las novelas detectivescas de Michio Tsuzuki, el "spaghetti western" y las tendencias más "pop" del momento. Un cóctel excitante, socarrón, que roza el onirismo, que desvirtúa e innova el cine negro y el de yakuzas como nadie se había atrevido a hacer a base de quebrantar sus reglas apostando por dejar que la estética domine sobre la lógica.
Puede que el relato de nuestro protagonista sea amargo, trágico y colmado de dolor, pero debido al virtuosismo de la puesta en escena planteada, "Tokyo Nagaremono" pasa a ser una catártica aventura a través de registros sensibles cuya estructura obedece más a las modulaciones de la pintura o la música que a estrictas leyes narrativas. Suzuki no conoce límites, y si se necesita alguna prueba más de lo que podía conseguir con tan poco presupuesto, atención a esos instantes del duelo entre Tetsuya y sus enemigos. Los engranajes del "pulp" negro convergen con las fantasías "pop"; el resultado: descaradamente fascinante.
Sorprende un joven Tetsuya Watari en una de sus primeras películas y acostumbrándose al rol de yakuza deambulante que encarnaría muchas veces en el futuro, interpretando, y de una forma muy sentida, la canción que da nombre al film (ligera variación de la que cantaba Koji Wada en aquella "Kutabare Gurentai"), acercándose todo a la épica del kabuki; la preciosa Chieko Matsubara es la chica clásica de este tipo de relatos (que sufre y llora constantemente por el héroe sabiendo que jamás le tendrá). Después, un correcto elenco de secundarios habituales de Suzuki y de Nikkatsu, como Ryuji Kita, Shinzo Shibata, el siempre carismático Hideaki Nitani y el detestable Tamio Kawaji (nunca hará este hombre un papel que nos agrade...).
Las rupturas que comenzaron a hacer eco a partir de "La Juventud de la Bestia" fueron encontrando cada vez más expresividad, fueron desatándose en un auténtico acto de rebeldía que alcanzó su cenit en la obtusa "Branded to Kill".
Suzuki siempre fue como Tetsuya, un vagabundo que seguía su propio camino desligado de las normas y las artimañas de los poderosos. Puede que sea su gesta la que se cante en esta obra, de sus mayores logros y referencia seminal para infinidad de directores posteriores (Johnnie To, Woo, Chazelle, Miike, pero sobre todo el sr. Tarantino...).
Yume wa iranai hana narabaaaa...hana wa chiroshi yume mo chiruuuu...
Dose chiru nara otokobanaaaa...oremo suteta ze kiriyueni...
Aahh, Tokyo Nagaremonoooo!...".
Interpretada desde su alma melancólica, es la balada de un vagabundo solitario que "no conoce el cementerio de la mañana ni necesita sueños, pues éstos se disuelven como se esparcen las flores, y, al fin y al cabo, la de un hombre siempre se esparce cuando renuncia al amor por su honor". La poética de la soledad elevada a la más descorazonadora belleza; impagable. Es este "Tokyo Nagaremono" el tema que cruza de principio a fin y que impregna con su negro sentimiento la película a la que da título, realizada en una especie de fecha clave: 1.966.
Aquí se empieza a determinar el futuro de dos directores, Shohei Imamura y Seijun Suzuki, ambos anclados en los dominios de Nikkatsu y bajo el yugo de las exigencias y los límites de sus mandamases. Aquel año el primero se larga de allí para proseguir su carrera con una productora propia; el segundo se queda por cuestiones alimenticias, y para su desgracia verse censurado al tener que dirigir el insulso y convencional melodrama "Kawachi Carmen" (al que acabó dando su toque único) como respuesta a la mala recepción de "Tattooed Life". Pero los recortes de presupuesto a los que se enfrentaron él y su director artístico Takeo Kimura sólo incrementaron aun más su osadía y visión rebelde.
Porque este dúo infatigable ante los fondos mínimos ya demostró su capacidad para convertir sus encargos en auténticas experiencias visuales desde que coincidieran en "Akutaro". Pero el fan de Suzuki se acordará del prólogo de "La Juventud de la Bestia" a lo largo de un primer tramo revestido de negro tétrico y blanco saturado que exuda los aromas del "noir" más añejo y "melvilliano"; y, como en aquélla, se visita rápidamente el color para iniciar esta historia: la de un joven convertido en objeto de la balada que canta su gesta, de soledad, de traición, de peregrinaje eterno, como en "Sandanju no Otoko".
Pero al contrario de su protagonista, Tetsuya es un vagabundo de ciudad, un yakuza que quiso dejar de ser yakuza y permanecer leal a su jefe Kurata sin tener que volver a matar ni cometer delitos; en su desafortunada búsqueda de una existencia mejor se halla una banda rival que intenta hacerse con el territorio de Kurata tras haber disuelto éste su familia. Estos son los ásperos entresijos donde nos sumerge el argumento ciertamente anodino de Kohan Kawauchi, una vez más indagando en la trágica figura del joven anti-héroe lanzando a un mundo demasiado cínico, nihilista y violento, y siendo forzado a practicar las mismas reglas para sobrevivir.
Antes de convertirse en fugitivo vagabundo, Tetsuya, por su fidelidad inquebrantable hacia su jefe (estableciendo con él una relación padre-hijo que aumenta la carga dramática), se coloca en el centro de esta tormenta de conspiraciones con dinero fantasma, chantaje a punta de pistola y traidores infiltrados de por medio, toda una novela negra de bolsillo que sucumbiría a los más aburridos clichés del cine comercial "B" de estar en manos de otro. Pero está en manos de Suzuki y es algo que se nota desde el primer minuto: estallidos de intenso color, atmósferas estilizadas, grandes decorados de línea "pop", cortes súbitos en las secuencias...
En efecto la historia, que obedece pautas muy convencionales del género, se eleva en una experiencia visual y sonora (y más aún durante su segunda mitad, iniciado el viaje de Tetsuya) por obra y gracia de este director de inagotable imaginación, que infiltra en ella influencias de las corrientes europeas, las coloridas aventuras de James Bond, las novelas detectivescas de Michio Tsuzuki, el "spaghetti western" y las tendencias más "pop" del momento. Un cóctel excitante, socarrón, que roza el onirismo, que desvirtúa e innova el cine negro y el de yakuzas como nadie se había atrevido a hacer a base de quebrantar sus reglas apostando por dejar que la estética domine sobre la lógica.
Puede que el relato de nuestro protagonista sea amargo, trágico y colmado de dolor, pero debido al virtuosismo de la puesta en escena planteada, "Tokyo Nagaremono" pasa a ser una catártica aventura a través de registros sensibles cuya estructura obedece más a las modulaciones de la pintura o la música que a estrictas leyes narrativas. Suzuki no conoce límites, y si se necesita alguna prueba más de lo que podía conseguir con tan poco presupuesto, atención a esos instantes del duelo entre Tetsuya y sus enemigos. Los engranajes del "pulp" negro convergen con las fantasías "pop"; el resultado: descaradamente fascinante.
Sorprende un joven Tetsuya Watari en una de sus primeras películas y acostumbrándose al rol de yakuza deambulante que encarnaría muchas veces en el futuro, interpretando, y de una forma muy sentida, la canción que da nombre al film (ligera variación de la que cantaba Koji Wada en aquella "Kutabare Gurentai"), acercándose todo a la épica del kabuki; la preciosa Chieko Matsubara es la chica clásica de este tipo de relatos (que sufre y llora constantemente por el héroe sabiendo que jamás le tendrá). Después, un correcto elenco de secundarios habituales de Suzuki y de Nikkatsu, como Ryuji Kita, Shinzo Shibata, el siempre carismático Hideaki Nitani y el detestable Tamio Kawaji (nunca hará este hombre un papel que nos agrade...).
Las rupturas que comenzaron a hacer eco a partir de "La Juventud de la Bestia" fueron encontrando cada vez más expresividad, fueron desatándose en un auténtico acto de rebeldía que alcanzó su cenit en la obtusa "Branded to Kill".
Suzuki siempre fue como Tetsuya, un vagabundo que seguía su propio camino desligado de las normas y las artimañas de los poderosos. Puede que sea su gesta la que se cante en esta obra, de sus mayores logros y referencia seminal para infinidad de directores posteriores (Johnnie To, Woo, Chazelle, Miike, pero sobre todo el sr. Tarantino...).

7,3
989
8
22 de enero de 2021
22 de enero de 2021
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Profiere su espada un clamor de venganza y muerte surgido de las mismísimas tripas del Infierno, y cuando éste concluye docenas de cadáveres cubren el espacio.
Pocos guerreros sin señor han reflejado tan visceralmente el Mal en su rostro y en el filo de su katana como él...
Son incontables los "chambaras" que llenaron las pantallas durante los '60, desde fábulas de puro entretenimiento hasta frescos épicos fieles a sucesos del Japón feudal pasando por aventuras de fantasía o retratos más oscuros dedicados a profundizar en la psicología de estos misteriosos y fascinantes personajes. El célebre autor Kaizan Nakazato se adelantaría casi cincuenta años creando a Ryunosuke Tsukue para "Daibosatsu Toge", serializada primero en periódico y extiéndose después a numerosos volúmenes, hasta convertirse en la novela más extensa escrita en Japón.
Debido a la popularidad de este ronin nihilista, amoral y psicótico, las adaptaciones no tardaron en llegar, siendo el maestro del género Hiroshi Inagaki el primero en llevar el texto al univero cinematográfico, y contando con el mítico Denjiro Okochi dando vida a Tsukue. Aunque por desgracia Nakazato falleció antes de ver otras secuelas y "remakes" de su serie literaria, éstos siguieron realizándose; quizás la más famosa fue la trilogía que inició Kenji Misumi en 1.960, esta vez protagonizada por otro habitual del "ken-geki", Raizo Ichikawa.
Entonces Kihachi Okamoto, prolífico y versátil cineasta, se vio un tanto forzado por sus jefes de Toho (quienes no estaban muy contentos con su trabajo en la aún inacabada "Satsujin kyo Jidai") a encargarse de una nueva adaptación, siguiendo el libreto del amplio colaborador de Kurosawa (y de él mismo) Shinobu Hashimoto. El relato comienza en el paso Daibosatsu en Marzo de 1.860, marcando el principio de la era Man'en debido al incidente histórico de Sakurada-mon; un peregrino budista y su nieta Omatsu suben la montaña y él se queda sólo rezando mientras la chica va a buscar agua.
Desde el primer momento Okamoto hace de Tsukue un ser de trasfondo puramente metafísico y demoníaco al rezar el anciano por su muerte y aparecer el anterior para rajarle con su espada a sangre fría; la secuencia, desoladora, daña por su aspereza y crueldad. A partir de aquí seguimos los pasos de este samurái, hijo del maestro de una escuela de lucha, aquejado por su incapacidad de empatía y dominado por una sola inquietud, la de devorar las almas que se encuentra en su camino; la trama se divide en tres episodios (o "incidentes") a lo largo de tres años, los cuales comprenderán diversos personajes y sucesos aparentemente separados para más tarde converger entre sí.
Destinado sólo a proyectar en la Humanidad su oscuridad interior, la mente y el alma de este villano no pueden sino conducirse por una senda en penumbra hasta su transformación total en demonio. El resorte de la venganza que le atañe es su combate con un guerrero de la escuela Kogen, Bunnojo Utsuki; el sagaz Sanjuro de Kurosawa le hacía entrañable a los ojos del espectador, pero Tsukue sólo despierta odio y desprecio por su poder de manipulación, por su inestable y psicótica conducta. Dos víctimas resultantes, Bunnojo y su esposa Ohama, forzada a quedarse con el ronin, impulsan a Hyoma, hermano del primero, en su deseo de ajustar cuentas.
Otra víctima es Omatsu, ayudada por un ladrón bondadoso llamado Shichibei que pronto será concubina de un poderoso señor; las convenciones de la época esbozan una desgarradora situación alrededor de la figura femenina (en el caso de Omatsu la imposición a la sumisión, en el de Ohama el inevitable descenso a la locura). Este segundo episodio, se inicia en la establecida era Bunkyu, cuando un desterrado Tsukue pertenece a la facción histórica Shinsengumi; ahora es el dojo de Toranosuke Shimada el escenario del mal presagio y la muerte, con Hyoma aún preparándose para su venganza, sentimiento que recorre e impregna toda la película.
Gran conocedor del sufrimiento humano al participar en la guerra, Okamoto precisa el impacto de la violencia con su escrutadora cámara, modelando en cada secuencia una exquisita composición de elementos, sobre todo destacando los naturales (la nieve, el viento, la lluvia), que, mezclados con la sangre derramada y los miembros cercenados consiguen elevar los combates a otro nivel artístico; los enfrentamientos en espacios interiores resaltan el desasosiego y la ausencia de oxígeno y escapatoria. El punto de inflexión lo hallamos en el atroz duelo contra Shimada, que hará aflorar la incertidumbre en la inestable mente de Tsukue, así como el miedo a sí mismo.
Los muchos duelos y traiciones y la interesante (pero a priori insulsa) subtrama de Omatsu derivan en ese capítulo final donde todos los personajes se cruzarán, brindándonos además algunos de los momentos más excitantes e intensos de la película (descrito en Zona Spoiler). El excelente trabajo de la fotografía en blanco y negro de Hiroshi Murai y la dirección artística de Takashi Matsuyama son clave para Okamoto en su creación de ambientes sofisticados y absorbentes; por otra parte cuenta con un gran reparto, el cual encabeza un Tatsuya Nakadai endemoniado (el reverso oscuro, desquiciado y viscoso del Tsugumo de "Hara-kiri").
A éste, que logra una interpretación tan amenazante capaz de helarnos los huesos, lo siguen el gran Toshiro Mifune (de nuevo coincidiendo con él), esa bellísima Yoko Naito y otros importantes actores como Ichiro Nakatani, Ko Nishimura, Kei Sato, Michiyo Aratama y los más veteranos Ryosuke Kagawa y Kamatari Fujiwara.
Aunque sea un "remake" palmo a palmo de la obra de Misumi, Okamoto retrata a Tsukue como el samurái amoral por excelencia, el más siniestro de la fábula "ken-geki" y quizás mejor que ninguno de los anteriores realizadores encargados de adaptarlo. Por desgracia la nueva trilogía planeada en un principio por Toho nunca se materializó, de ahí la extrañeza que provoca esa abrupta y feroz inconclusión; una lástima...
Pocos guerreros sin señor han reflejado tan visceralmente el Mal en su rostro y en el filo de su katana como él...
Son incontables los "chambaras" que llenaron las pantallas durante los '60, desde fábulas de puro entretenimiento hasta frescos épicos fieles a sucesos del Japón feudal pasando por aventuras de fantasía o retratos más oscuros dedicados a profundizar en la psicología de estos misteriosos y fascinantes personajes. El célebre autor Kaizan Nakazato se adelantaría casi cincuenta años creando a Ryunosuke Tsukue para "Daibosatsu Toge", serializada primero en periódico y extiéndose después a numerosos volúmenes, hasta convertirse en la novela más extensa escrita en Japón.
Debido a la popularidad de este ronin nihilista, amoral y psicótico, las adaptaciones no tardaron en llegar, siendo el maestro del género Hiroshi Inagaki el primero en llevar el texto al univero cinematográfico, y contando con el mítico Denjiro Okochi dando vida a Tsukue. Aunque por desgracia Nakazato falleció antes de ver otras secuelas y "remakes" de su serie literaria, éstos siguieron realizándose; quizás la más famosa fue la trilogía que inició Kenji Misumi en 1.960, esta vez protagonizada por otro habitual del "ken-geki", Raizo Ichikawa.
Entonces Kihachi Okamoto, prolífico y versátil cineasta, se vio un tanto forzado por sus jefes de Toho (quienes no estaban muy contentos con su trabajo en la aún inacabada "Satsujin kyo Jidai") a encargarse de una nueva adaptación, siguiendo el libreto del amplio colaborador de Kurosawa (y de él mismo) Shinobu Hashimoto. El relato comienza en el paso Daibosatsu en Marzo de 1.860, marcando el principio de la era Man'en debido al incidente histórico de Sakurada-mon; un peregrino budista y su nieta Omatsu suben la montaña y él se queda sólo rezando mientras la chica va a buscar agua.
Desde el primer momento Okamoto hace de Tsukue un ser de trasfondo puramente metafísico y demoníaco al rezar el anciano por su muerte y aparecer el anterior para rajarle con su espada a sangre fría; la secuencia, desoladora, daña por su aspereza y crueldad. A partir de aquí seguimos los pasos de este samurái, hijo del maestro de una escuela de lucha, aquejado por su incapacidad de empatía y dominado por una sola inquietud, la de devorar las almas que se encuentra en su camino; la trama se divide en tres episodios (o "incidentes") a lo largo de tres años, los cuales comprenderán diversos personajes y sucesos aparentemente separados para más tarde converger entre sí.
Destinado sólo a proyectar en la Humanidad su oscuridad interior, la mente y el alma de este villano no pueden sino conducirse por una senda en penumbra hasta su transformación total en demonio. El resorte de la venganza que le atañe es su combate con un guerrero de la escuela Kogen, Bunnojo Utsuki; el sagaz Sanjuro de Kurosawa le hacía entrañable a los ojos del espectador, pero Tsukue sólo despierta odio y desprecio por su poder de manipulación, por su inestable y psicótica conducta. Dos víctimas resultantes, Bunnojo y su esposa Ohama, forzada a quedarse con el ronin, impulsan a Hyoma, hermano del primero, en su deseo de ajustar cuentas.
Otra víctima es Omatsu, ayudada por un ladrón bondadoso llamado Shichibei que pronto será concubina de un poderoso señor; las convenciones de la época esbozan una desgarradora situación alrededor de la figura femenina (en el caso de Omatsu la imposición a la sumisión, en el de Ohama el inevitable descenso a la locura). Este segundo episodio, se inicia en la establecida era Bunkyu, cuando un desterrado Tsukue pertenece a la facción histórica Shinsengumi; ahora es el dojo de Toranosuke Shimada el escenario del mal presagio y la muerte, con Hyoma aún preparándose para su venganza, sentimiento que recorre e impregna toda la película.
Gran conocedor del sufrimiento humano al participar en la guerra, Okamoto precisa el impacto de la violencia con su escrutadora cámara, modelando en cada secuencia una exquisita composición de elementos, sobre todo destacando los naturales (la nieve, el viento, la lluvia), que, mezclados con la sangre derramada y los miembros cercenados consiguen elevar los combates a otro nivel artístico; los enfrentamientos en espacios interiores resaltan el desasosiego y la ausencia de oxígeno y escapatoria. El punto de inflexión lo hallamos en el atroz duelo contra Shimada, que hará aflorar la incertidumbre en la inestable mente de Tsukue, así como el miedo a sí mismo.
Los muchos duelos y traiciones y la interesante (pero a priori insulsa) subtrama de Omatsu derivan en ese capítulo final donde todos los personajes se cruzarán, brindándonos además algunos de los momentos más excitantes e intensos de la película (descrito en Zona Spoiler). El excelente trabajo de la fotografía en blanco y negro de Hiroshi Murai y la dirección artística de Takashi Matsuyama son clave para Okamoto en su creación de ambientes sofisticados y absorbentes; por otra parte cuenta con un gran reparto, el cual encabeza un Tatsuya Nakadai endemoniado (el reverso oscuro, desquiciado y viscoso del Tsugumo de "Hara-kiri").
A éste, que logra una interpretación tan amenazante capaz de helarnos los huesos, lo siguen el gran Toshiro Mifune (de nuevo coincidiendo con él), esa bellísima Yoko Naito y otros importantes actores como Ichiro Nakatani, Ko Nishimura, Kei Sato, Michiyo Aratama y los más veteranos Ryosuke Kagawa y Kamatari Fujiwara.
Aunque sea un "remake" palmo a palmo de la obra de Misumi, Okamoto retrata a Tsukue como el samurái amoral por excelencia, el más siniestro de la fábula "ken-geki" y quizás mejor que ninguno de los anteriores realizadores encargados de adaptarlo. Por desgracia la nueva trilogía planeada en un principio por Toho nunca se materializó, de ahí la extrañeza que provoca esa abrupta y feroz inconclusión; una lástima...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
En su maravillosa "Samurai", el sr. Okamoto, cual Fuller o Peckinpah, demostró el dominio que posee para exponer la violencia y la acción de forma que dejara los posos de un regusto amargo en las entrañas del espectador.
En "Daibosatsu Toge" el ojo de su cámara vuelve a registrar momentos realmente impactantes.
La desasosegante precisión del duelo entre Bunnojo y Tsukue, donde cada movimiento, cada gesto, cada inspiración de los personajes, va ahogándonos un poco más antes del abrupto desenlace; el combate en el bosque o ese que protagoniza Shimada entre la ventisca, brutal, épico a todos los efectos, tanto más cuanto que es rematado con una sentencia lapidaria por parte del personaje. Sin embargo es el último tramo del film el que acumula todo el potencial de la visión única que ofrece el director sobre lo que significa el descenso a los infiernos del espíritu del samurái.
Estamos en la posada. Omatsu es descubierta y obligada a mantenerse en silencio en una esquina de la habitación junto a Tsukue; el escenario está en penumbra, bañado por una oscuridad hipnótica (poniéndose de manifiesto, y más que nunca, la gran labor de Murai a la fotografía). De repente cambia la atmósfera; una brecha es abierta por los espíritus, que atraviesan el entorno para invadir la calma de los dos personajes; formas y estética cercanas al expresionismo arrastran a la película a una especie de latente irrealidad que se confude con el mundo visible.
La chica cree ver un espíritu tras el ronin; y está en lo cierto porque pronto las almas en pena de todos aquellos que asesinó a sangre fría emerjerán de las sombras para iniciar el tormento (a lo que ayuda Omatsu recordando el incidente del paso Daibosatsu). Okamoto desplaza las líneas de la realidad logrando un efecto siniestro y de una elegante extrañeza como hacía Mizoguchi en "Cuentos de la Luna Pálida", y lo que nos plantea no deja dudas: escorarse hacia lo puramente psicológico, deslizándonos entre los recovecos de la mente de Tsukue. De ahí que todos sus demonios interiores salgan en estampida.
Distintas voces familiares (las de Shimada, Ohama, el anciano, el bebé...) retumban sin cesar e invaden el espacio, las sombras se mueven sin poder capturarlas la hoja de la katana del enloquecido samurái, que chilla, se convulsiona y avanza sin control destrozándolo todo y precipitándose cada vez más a su inevitable transformación: de humano a demonio. Y llegan los contrincantes; Tsukue ya no es capaz de distinguir nada, todo lo que surge a su paso representa una amenaza, y la solución es acabar con ello. Asistimos a un espectáculo donde la brutalidad campa a sus anchas; se genera violencia en estado puro desde el fondo más oscuro del alma, envilecida y supurante de odio.
Okamoto y su samurái nos quitan la respiración en una irrefrenable y trepidante carnicería filmada con nervio y un sentido muy estricto de lo que debe ser la intensidad; no hay música, sólo el sonido de la sangre que nos salpica, el de los huesos quebrándose, el de los miembros amputados que caen y se acumulan y el de la katana del ronin destripando hasta el oxígeno.
Tsukue, poseído por su locura demoníaca, rechina los dientes y se carcajea desquiciado; pocas veces Tatsuya Nakadai brindó una actuación así de visceral e inquietante y sus ojos lograron inspirar tanto terror como en esta ocasión. Nunca sabremos qué ocurrirá debido a la cancelación de una posible secuela, así que la película acaba así, entre tajos y gritos y con el fiero rostro congelado del personaje, y como sus enemigos nosotros también terminamos vapuleados, sin aire, sin fuerzas.
Diez minutos sublimes que elevan la película a otro nivel, destacando no sólo en la obra del director sino en todo el género.
A la hora de la verdad otros maestros como Hideo Gosha, Tokuzo Tanaka, Eiichi Kudo o Kenji Misumi, ni siquiera Akira Kurosawa, habrían firmado un final mejor.
En "Daibosatsu Toge" el ojo de su cámara vuelve a registrar momentos realmente impactantes.
La desasosegante precisión del duelo entre Bunnojo y Tsukue, donde cada movimiento, cada gesto, cada inspiración de los personajes, va ahogándonos un poco más antes del abrupto desenlace; el combate en el bosque o ese que protagoniza Shimada entre la ventisca, brutal, épico a todos los efectos, tanto más cuanto que es rematado con una sentencia lapidaria por parte del personaje. Sin embargo es el último tramo del film el que acumula todo el potencial de la visión única que ofrece el director sobre lo que significa el descenso a los infiernos del espíritu del samurái.
Estamos en la posada. Omatsu es descubierta y obligada a mantenerse en silencio en una esquina de la habitación junto a Tsukue; el escenario está en penumbra, bañado por una oscuridad hipnótica (poniéndose de manifiesto, y más que nunca, la gran labor de Murai a la fotografía). De repente cambia la atmósfera; una brecha es abierta por los espíritus, que atraviesan el entorno para invadir la calma de los dos personajes; formas y estética cercanas al expresionismo arrastran a la película a una especie de latente irrealidad que se confude con el mundo visible.
La chica cree ver un espíritu tras el ronin; y está en lo cierto porque pronto las almas en pena de todos aquellos que asesinó a sangre fría emerjerán de las sombras para iniciar el tormento (a lo que ayuda Omatsu recordando el incidente del paso Daibosatsu). Okamoto desplaza las líneas de la realidad logrando un efecto siniestro y de una elegante extrañeza como hacía Mizoguchi en "Cuentos de la Luna Pálida", y lo que nos plantea no deja dudas: escorarse hacia lo puramente psicológico, deslizándonos entre los recovecos de la mente de Tsukue. De ahí que todos sus demonios interiores salgan en estampida.
Distintas voces familiares (las de Shimada, Ohama, el anciano, el bebé...) retumban sin cesar e invaden el espacio, las sombras se mueven sin poder capturarlas la hoja de la katana del enloquecido samurái, que chilla, se convulsiona y avanza sin control destrozándolo todo y precipitándose cada vez más a su inevitable transformación: de humano a demonio. Y llegan los contrincantes; Tsukue ya no es capaz de distinguir nada, todo lo que surge a su paso representa una amenaza, y la solución es acabar con ello. Asistimos a un espectáculo donde la brutalidad campa a sus anchas; se genera violencia en estado puro desde el fondo más oscuro del alma, envilecida y supurante de odio.
Okamoto y su samurái nos quitan la respiración en una irrefrenable y trepidante carnicería filmada con nervio y un sentido muy estricto de lo que debe ser la intensidad; no hay música, sólo el sonido de la sangre que nos salpica, el de los huesos quebrándose, el de los miembros amputados que caen y se acumulan y el de la katana del ronin destripando hasta el oxígeno.
Tsukue, poseído por su locura demoníaca, rechina los dientes y se carcajea desquiciado; pocas veces Tatsuya Nakadai brindó una actuación así de visceral e inquietante y sus ojos lograron inspirar tanto terror como en esta ocasión. Nunca sabremos qué ocurrirá debido a la cancelación de una posible secuela, así que la película acaba así, entre tajos y gritos y con el fiero rostro congelado del personaje, y como sus enemigos nosotros también terminamos vapuleados, sin aire, sin fuerzas.
Diez minutos sublimes que elevan la película a otro nivel, destacando no sólo en la obra del director sino en todo el género.
A la hora de la verdad otros maestros como Hideo Gosha, Tokuzo Tanaka, Eiichi Kudo o Kenji Misumi, ni siquiera Akira Kurosawa, habrían firmado un final mejor.

6,5
2.659
7
29 de noviembre de 2019
29 de noviembre de 2019
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jesse Woodson James y su hermano Alexander Franklin fueron dos de los forajidos más temidos y famosos de cuantos cabalgaron a través de las tierras del salvaje Oeste, y junto a su banda, la James/Younger, llegaron a convertirse en leyenda.
Aquí se nos presenta la historia de sus hazañas tras la Guerra Civil hasta su separación, captura y el posterior asesinato de su líder por Robert Ford.
Hay directores que durante sus carreras siempre han aprovechado para rendir tributo a sus mentores espirituales o ídolos, y si Woody Allen tenía a Ingmar Bergman, Brian DePalma a Alfred Hitchcock y Clint Eastwood a Don Siegel, no había nadie que idolatrase tanto a Sam Peckinpah como Walter Hill, para quien escribió el guión de "La Huida". Éste último consideraba que todos sus trabajos guaradaban esencia de "western", pero por fin podría afirmar tal cosa de manera literal cuando se puso al frente de su primera película del Oeste, la oportunidad perfecta de homenajear a su maestro como nunca había hecho.
Aunque no era la primera vez que las correrías de los James o los Younger eran plasmadas en pantalla (sirvan de ejemplo "La Verdadera Historia de Jesse James", "Los Hermanos Younger" o "Sin Ley ni Esperanza") la idea asaltó a James y Stacy Keach allá por 1.971, una explosión de combustión lenta que en un primer momento se barajó para ser transformada en miniserie de televisión producida por la NBC. Más tarde sería el productor Tim Zinnemann quien ofreció el proyecto a Hill, recientemente habiendo saboreado las mieles del éxito con "The Warriors".
La mayor curiosidad fue la intención del cineasta de reclutar a verdaderos hermanos actores para interpretar a los forajidos del film (Stacy y James Keach (además ejerciendo de guionistas y productores) dan vida a los James; David, Robert y Keith Carradine a los Younger; Dennis y Randy Quaid a los Miller y Christopher y Nicholas Guest a los Ford). La historia nos sitúa tras los terribles acontecimientos de la Guerra de Secesión, que ha hecho de Missouri un territorio dividido, marcado por la degeneración, la desfiguración, la derrota y un odio aún muy presente (las fichas del juego al que Cole no deja de perder: azules y rojas).
Testigos y supervivientes de la masacre, los Younger/Ford mantienen su banda como los miembros de la comunidad sudista a la que pertenecieron, una comunidad de hombres desatados y unidos en la pura negatividad (quizás por una causa noble, por el puro interés o por una esperanza de muerte); su mala fama como los más hábiles atracando bancos y trenes despierta el interés de la agencia Pinkerton, cuyos agentes irán tras ellos en nombre de la ley, una ley que se impone despiadada, causando más muertes y destrucción que los propios forajidos. La cacería será implacable y los resultados terribles.
Divorcio Norte-Sur en una tierra de violencia e inhumanidad donde los hombres no pueden librarse de esa vida fácil tan llena de peligros, dinero y crímenes por más que lo intenten (la mayoría de los protagonistas se asentarán al separarse, casándose o formando una familia), hombres unidos por una sincera amistad la cual les conducirá a la traición y el abandono por una de las razones más viejas del ser humano, la supervivencia, además de proponerse la figura de la mujer como sembradora de la discordia (Belle incita a Cole y al indio a luchar; Beth acrecienta la hostilidad entre Jim y Ed).
Walter Hill compone una sinfonía de sangre, polvo, alcohol y vasta naturaleza encontrando sus raíces en el tradicional "western" de Anthony Mann o Delmer Daves y en el más desencantado y crepuscular de Monte Hellman, Arthur Penn o Don Siegel, así como de otros títulos en particular ("El Fuera de la Ley", "Los que no Perdonan", "La Hora de las Pistolas"...). Aunque no hay influencia más grande para el director que la recibida de su maestro Peckinpah; de éste tomará algunos de sus temas más recurrentes, personajes de trazo grueso, brutalidad inherente al ser humano y cámaras lentas (de las que abusará hasta el tedio).
Pero, además de esto, hereda la melancólica imaginería de "Pat Garrett y Billy, "el Niño" " y un comienzo y un final directamente sacados de "Grupo Salvaje", un final del todo espectacular (el memorable asalto fallido en el Banco de Northfield) donde demuestra una vez más su nervio y precisión como director de acción. Bajo su mando, un plantel repleto de hermanos donde cada uno brinda unas decentes actuaciones, en especial David y Keith Carradine, Randy Quaid y James Keach, sin olvidar las intervenciones de James Whitmore Jr., Pamela Reed y el habitual del cineasta, James Remar (vistiendo los mismos trapos que en "The Warriors").
Pese a contar con cierto éxito en taquilla y una nominación para entrar en Cannes, la película no gozó de la gran acogida que seguramente esperaba Hill; parte de culpa recayó en el poco interés que se vivía en la época con un género cinematográfico tan mustio, que no así dio aquel 1.980 títulos tan interesantes como "El Valle de la Furia", "Tom Horn" o la mesiánica (y catastrófica) propuesta de Cimino "La Puerta del Cielo". Sin embargo la obra honesta, ruda y sobre todo primitiva que es "Forajidos de Leyenda" no engaña a nadie ni ofrece medias pintas.
Como dijo Albert-Patrick Hoarali: "El primitivismo del "western" es aún hoy día, a los ojos de los civilizados, lo esencial de su seducción".
Aquí se nos presenta la historia de sus hazañas tras la Guerra Civil hasta su separación, captura y el posterior asesinato de su líder por Robert Ford.
Hay directores que durante sus carreras siempre han aprovechado para rendir tributo a sus mentores espirituales o ídolos, y si Woody Allen tenía a Ingmar Bergman, Brian DePalma a Alfred Hitchcock y Clint Eastwood a Don Siegel, no había nadie que idolatrase tanto a Sam Peckinpah como Walter Hill, para quien escribió el guión de "La Huida". Éste último consideraba que todos sus trabajos guaradaban esencia de "western", pero por fin podría afirmar tal cosa de manera literal cuando se puso al frente de su primera película del Oeste, la oportunidad perfecta de homenajear a su maestro como nunca había hecho.
Aunque no era la primera vez que las correrías de los James o los Younger eran plasmadas en pantalla (sirvan de ejemplo "La Verdadera Historia de Jesse James", "Los Hermanos Younger" o "Sin Ley ni Esperanza") la idea asaltó a James y Stacy Keach allá por 1.971, una explosión de combustión lenta que en un primer momento se barajó para ser transformada en miniserie de televisión producida por la NBC. Más tarde sería el productor Tim Zinnemann quien ofreció el proyecto a Hill, recientemente habiendo saboreado las mieles del éxito con "The Warriors".
La mayor curiosidad fue la intención del cineasta de reclutar a verdaderos hermanos actores para interpretar a los forajidos del film (Stacy y James Keach (además ejerciendo de guionistas y productores) dan vida a los James; David, Robert y Keith Carradine a los Younger; Dennis y Randy Quaid a los Miller y Christopher y Nicholas Guest a los Ford). La historia nos sitúa tras los terribles acontecimientos de la Guerra de Secesión, que ha hecho de Missouri un territorio dividido, marcado por la degeneración, la desfiguración, la derrota y un odio aún muy presente (las fichas del juego al que Cole no deja de perder: azules y rojas).
Testigos y supervivientes de la masacre, los Younger/Ford mantienen su banda como los miembros de la comunidad sudista a la que pertenecieron, una comunidad de hombres desatados y unidos en la pura negatividad (quizás por una causa noble, por el puro interés o por una esperanza de muerte); su mala fama como los más hábiles atracando bancos y trenes despierta el interés de la agencia Pinkerton, cuyos agentes irán tras ellos en nombre de la ley, una ley que se impone despiadada, causando más muertes y destrucción que los propios forajidos. La cacería será implacable y los resultados terribles.
Divorcio Norte-Sur en una tierra de violencia e inhumanidad donde los hombres no pueden librarse de esa vida fácil tan llena de peligros, dinero y crímenes por más que lo intenten (la mayoría de los protagonistas se asentarán al separarse, casándose o formando una familia), hombres unidos por una sincera amistad la cual les conducirá a la traición y el abandono por una de las razones más viejas del ser humano, la supervivencia, además de proponerse la figura de la mujer como sembradora de la discordia (Belle incita a Cole y al indio a luchar; Beth acrecienta la hostilidad entre Jim y Ed).
Walter Hill compone una sinfonía de sangre, polvo, alcohol y vasta naturaleza encontrando sus raíces en el tradicional "western" de Anthony Mann o Delmer Daves y en el más desencantado y crepuscular de Monte Hellman, Arthur Penn o Don Siegel, así como de otros títulos en particular ("El Fuera de la Ley", "Los que no Perdonan", "La Hora de las Pistolas"...). Aunque no hay influencia más grande para el director que la recibida de su maestro Peckinpah; de éste tomará algunos de sus temas más recurrentes, personajes de trazo grueso, brutalidad inherente al ser humano y cámaras lentas (de las que abusará hasta el tedio).
Pero, además de esto, hereda la melancólica imaginería de "Pat Garrett y Billy, "el Niño" " y un comienzo y un final directamente sacados de "Grupo Salvaje", un final del todo espectacular (el memorable asalto fallido en el Banco de Northfield) donde demuestra una vez más su nervio y precisión como director de acción. Bajo su mando, un plantel repleto de hermanos donde cada uno brinda unas decentes actuaciones, en especial David y Keith Carradine, Randy Quaid y James Keach, sin olvidar las intervenciones de James Whitmore Jr., Pamela Reed y el habitual del cineasta, James Remar (vistiendo los mismos trapos que en "The Warriors").
Pese a contar con cierto éxito en taquilla y una nominación para entrar en Cannes, la película no gozó de la gran acogida que seguramente esperaba Hill; parte de culpa recayó en el poco interés que se vivía en la época con un género cinematográfico tan mustio, que no así dio aquel 1.980 títulos tan interesantes como "El Valle de la Furia", "Tom Horn" o la mesiánica (y catastrófica) propuesta de Cimino "La Puerta del Cielo". Sin embargo la obra honesta, ruda y sobre todo primitiva que es "Forajidos de Leyenda" no engaña a nadie ni ofrece medias pintas.
Como dijo Albert-Patrick Hoarali: "El primitivismo del "western" es aún hoy día, a los ojos de los civilizados, lo esencial de su seducción".

5,8
30.355
7
10 de mayo de 2018
10 de mayo de 2018
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
En realidad no es uno, como piensan algunos personajes de esta película, sino tres; tres libros cuyo terrorífico secreto va más allá de toda lógica y entendimiento.
Su título: "Las Nueve Puertas del Reino de las Sombras". Su autor: Aristide Torchia. Su poder: la capacidad de invocar al Príncipe de las Tinieblas.
Esa es la razón que lleva al joven y ambicioso Dean Corso, un "cazador" de libros raros que no se detiene ante ningún encargo siempre que sea bien compensado por ello, ser solicitado por el coleccionista Boris Balkan, quien persigue una obsesión: averiguar si su ejemplar de "Las Nueve Puertas del Reino de las Sombras" es verdadero o una mera imitación. Todo parece estar en su sitio, pero Balkan acaba por encomendar a Corso la misión de viajar a Portugal y Francia, para comparar su libro con los volúmenes restantes, uno propiedad de Victor Fargas y otro de la baronesa Kessler.
Ya de primeras, Corso vaticina una difícil tarea, pero no tiene ni la menor idea del peligro que entrañará su investigación, sobre todo cuando empiecen a aparecer los cadáveres de varias personas que tuvieron relación con los libros. Alguien intenta impedir que Balkan consiga los ejemplares, alguien que conoce el misterio oculto tras los textos de Torchia...de todos modos, hay algo que empieza a intrigar a Corso realmente, y es la posibilidad de que el co-autor de "Las Nueve Puertas..." sea el mismísimo Satán.
"El Club Dumas", escrita en 1.993, ha sido una de las novelas más aplaudidas de nuestro gran autor Arturo Pérez-Reverte, y yo no sé si él esperaba que alguien se interesase en llevarla a la gran pantalla...pero fijo que ni se imaginó a un director como Roman Polanski cometiendo tal empresa. La cosa venía de la adaptación escrita por Enrique Urbizu ("Todo por la Pasta", "La Caja 507"), quien ya había trasladado el relato corto "Un Asunto de Honor" al cine convirtiéndolo en "Cachito" y que, en palabras del propio Pérez-Reverte, le pareció asombrosamente buena.
Urbizu, por sugerencia del escritor, en pos de simplificar la trama central, obvió todo lo referente a Alexandre Dumas e imaginó otra trama con respecto a "Las Nueve Puertas...". Este guión acabó en las manos del sr. Polanski, quien venía de adaptar la obra de teatro de Ariel Dorfman "La Muerte y la Doncella", y si a Pérez-Reverte le gustó el trabajo de Urbizu, al franco-polaco le entusiasmó de tal manera que enseguida supo cual iba a ser su próximo proyecto; unos retoques más en la historia en colaboración con John Browjohn acabaron por transformar "El Club Dumas" en "La Novena Puerta".
En EE.UU. algunos lumbreras compararon el film con aquella obra de Polanski realizada 32 años antes, "La Semilla del Diablo" (por lo de tener otra vez a Satán como tema principal y esas tonterías), dejando la película por los suelos en última instancia. Bueno, "La Semilla..." logró impactarme sobremanera, pero no establecería semejanzas entre ella y la adaptación del libro de Pérez-Reverte; el director, dando su propia visión de "El Club Dumas", pues queda eliminada toda la subtrama de "Los Tres Mosqueteros" además de un puñado de personajes, construye una muy buena intriga en la que un detective sacado de cualquier novela negra de Raymond Chandler se ve metido en una investigación llena de hechos terroríficos y sobrenaturales a causa de un libro maléfico, evocando a la inventada por Dario Argento décadas antes en torno al "Suspiria de Profundis".
Por eso "La Novena Puerta", a pesar de su poca fidelidad al texto original y de ese final que deja mucho que desear, consiguió engancharme tanto, por su trama en la que se cruzan terror, humor negro, acción y ese suspense "hitchcockiano" del que tanto ha bebido Polanski envolviendo una tenebrosa leyenda, como es la de "Las Nueve Puertas del Reino de las Sombras", con elementos que siempre han suscitado mi curiosidad: el Diablo, lo oculto, la magia negra, el Apocalipsis...temas tan inquietantes como fascinantes.
Johnny Depp se convierte en el Lucas Corso que imaginó Pérez-Reverte, paseando su carisma y su particular sentido del humor por toda la película en eso que Emmanuelle Seigner vuelve a hacer de la chica misteriosa cuyo papel es más importante de lo que pensamos y que acaba seduciendo al prota (siempre hace lo mismo en las obras de Polanski...). Geniales Barbara Jefford y James Russo. Lena Olin se pone en plan "femme fatale", tan irresistible como odiosa e insoportable. Y el gran Frank Langella, como siempre, fantástico...siniestro, diría yo, en la piel de Balkan (Varo Borja en el libro).
Como si combinara sus "Frenético" y "La Semilla del Diablo" con "Eyes Wide Shut", "Inferno" y "Con la Muerte en los Talones", el director despliega una trepidante y excitante aventura a la vez que logra imbuirnos en una atmósfera inquietante, siniestra, desagradable y sugerente, llena de pistas y claves, donde nada es lo que parece.
Lástima ese final tan precipitado y poco concluyente.
Su título: "Las Nueve Puertas del Reino de las Sombras". Su autor: Aristide Torchia. Su poder: la capacidad de invocar al Príncipe de las Tinieblas.
Esa es la razón que lleva al joven y ambicioso Dean Corso, un "cazador" de libros raros que no se detiene ante ningún encargo siempre que sea bien compensado por ello, ser solicitado por el coleccionista Boris Balkan, quien persigue una obsesión: averiguar si su ejemplar de "Las Nueve Puertas del Reino de las Sombras" es verdadero o una mera imitación. Todo parece estar en su sitio, pero Balkan acaba por encomendar a Corso la misión de viajar a Portugal y Francia, para comparar su libro con los volúmenes restantes, uno propiedad de Victor Fargas y otro de la baronesa Kessler.
Ya de primeras, Corso vaticina una difícil tarea, pero no tiene ni la menor idea del peligro que entrañará su investigación, sobre todo cuando empiecen a aparecer los cadáveres de varias personas que tuvieron relación con los libros. Alguien intenta impedir que Balkan consiga los ejemplares, alguien que conoce el misterio oculto tras los textos de Torchia...de todos modos, hay algo que empieza a intrigar a Corso realmente, y es la posibilidad de que el co-autor de "Las Nueve Puertas..." sea el mismísimo Satán.
"El Club Dumas", escrita en 1.993, ha sido una de las novelas más aplaudidas de nuestro gran autor Arturo Pérez-Reverte, y yo no sé si él esperaba que alguien se interesase en llevarla a la gran pantalla...pero fijo que ni se imaginó a un director como Roman Polanski cometiendo tal empresa. La cosa venía de la adaptación escrita por Enrique Urbizu ("Todo por la Pasta", "La Caja 507"), quien ya había trasladado el relato corto "Un Asunto de Honor" al cine convirtiéndolo en "Cachito" y que, en palabras del propio Pérez-Reverte, le pareció asombrosamente buena.
Urbizu, por sugerencia del escritor, en pos de simplificar la trama central, obvió todo lo referente a Alexandre Dumas e imaginó otra trama con respecto a "Las Nueve Puertas...". Este guión acabó en las manos del sr. Polanski, quien venía de adaptar la obra de teatro de Ariel Dorfman "La Muerte y la Doncella", y si a Pérez-Reverte le gustó el trabajo de Urbizu, al franco-polaco le entusiasmó de tal manera que enseguida supo cual iba a ser su próximo proyecto; unos retoques más en la historia en colaboración con John Browjohn acabaron por transformar "El Club Dumas" en "La Novena Puerta".
En EE.UU. algunos lumbreras compararon el film con aquella obra de Polanski realizada 32 años antes, "La Semilla del Diablo" (por lo de tener otra vez a Satán como tema principal y esas tonterías), dejando la película por los suelos en última instancia. Bueno, "La Semilla..." logró impactarme sobremanera, pero no establecería semejanzas entre ella y la adaptación del libro de Pérez-Reverte; el director, dando su propia visión de "El Club Dumas", pues queda eliminada toda la subtrama de "Los Tres Mosqueteros" además de un puñado de personajes, construye una muy buena intriga en la que un detective sacado de cualquier novela negra de Raymond Chandler se ve metido en una investigación llena de hechos terroríficos y sobrenaturales a causa de un libro maléfico, evocando a la inventada por Dario Argento décadas antes en torno al "Suspiria de Profundis".
Por eso "La Novena Puerta", a pesar de su poca fidelidad al texto original y de ese final que deja mucho que desear, consiguió engancharme tanto, por su trama en la que se cruzan terror, humor negro, acción y ese suspense "hitchcockiano" del que tanto ha bebido Polanski envolviendo una tenebrosa leyenda, como es la de "Las Nueve Puertas del Reino de las Sombras", con elementos que siempre han suscitado mi curiosidad: el Diablo, lo oculto, la magia negra, el Apocalipsis...temas tan inquietantes como fascinantes.
Johnny Depp se convierte en el Lucas Corso que imaginó Pérez-Reverte, paseando su carisma y su particular sentido del humor por toda la película en eso que Emmanuelle Seigner vuelve a hacer de la chica misteriosa cuyo papel es más importante de lo que pensamos y que acaba seduciendo al prota (siempre hace lo mismo en las obras de Polanski...). Geniales Barbara Jefford y James Russo. Lena Olin se pone en plan "femme fatale", tan irresistible como odiosa e insoportable. Y el gran Frank Langella, como siempre, fantástico...siniestro, diría yo, en la piel de Balkan (Varo Borja en el libro).
Como si combinara sus "Frenético" y "La Semilla del Diablo" con "Eyes Wide Shut", "Inferno" y "Con la Muerte en los Talones", el director despliega una trepidante y excitante aventura a la vez que logra imbuirnos en una atmósfera inquietante, siniestra, desagradable y sugerente, llena de pistas y claves, donde nada es lo que parece.
Lástima ese final tan precipitado y poco concluyente.

6,9
12.991
8
3 de agosto de 2017
3 de agosto de 2017
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Caminando por las habitaciones rojas del otro lado de la realidad, Laura Palmer se adentra hacia logias negras cuyos viscosos rincones anuncian un futuro que no existe, sin salvación, el sendero de una autodestrucción que moldeará misterios irresolubles, pero revelará verdades aterradoras.
Son los últimos días de un ángel sin alas precipitado a la muerte.
La muerte se intuía desde otra parte. El 16 de Febrero de 1.991 ABC cancela la serie que había cambiado y pervertido para siempre el concepto de "drama policíaco televisivo"; por fortuna aún le quedaban unos meses más de vida, pero la de David Lynch ya estaba marcada por la amargura y el dolor al ver lo que hicieron a su creación. Dos días antes, curiosamente, firmaba un contrato con una productora francesa que le acabó tentando con la jugosa idea de un proyecto derivado de la serie; para él, que admitió "Estoy enamorado del lugar, es como un cuento de hadas...tenía que volver", era su oportunidad para seguir extendiendo el universo único de "Twin Peaks".
Lo malo es que casi nadie entendió la razón y le abandonaron, desde Mark Frost a Sherilyn Fenn pasando por Lara Flynn Boyle, incluso MacLachlan, hartísimo de su papel. Tal vez sólo él sentía la belleza de un proyecto así, una evocación, un sueño cumplido; "Fuego, Camina Conmigo" es por tanto un planeta extraño al margen de la serie aun conectada desde diversas zonas, regalo para el incondicional fan y a la vez causante de una potente desconexión/cortocircuito de su conocimiento previo. Y su largo prólogo, a modo de "capítulo 0", lo ejemplifica a la perfección...
Recursos narrativos/visuales similares, un reflejo torcido, tras el gran estallido de un televisor (evidencia de que Lynch quiere desligarse del medio): el cuerpo que va flotando por las aguas de un río no es el de Laura, es el de Teresa, mencionada por Cooper en aquel lejano piloto; sólo Gordon une ambas historias. Este crimen, raro y salvaje, se le asigna a una pareja en las antípodas de Cooper y Rosenfield: el cantante/actor Chris Isaak es una versión estirada, dura y callada del primero, mientras el joven Kiefer Sutherland es su "side-show", la versión despistada, algo torpe del Watson de Sherlock Holmes.
Y el lugar que visitan es el absoluto anti-Twin Peaks. En Deer Meadow pesa un clima desagradable y turbio, no huele a café ni a tarta de cerezas, no hay Gran Hotel del Norte sino un sucio parque de caravanas, aquellos agradables Truman, Andy y Lucy tienen aquí unos repelentes análogos y en lugar de la afable Norma Jennings está esa arisca fumadora Irene en una RR vacía, espeluznante, llamada Haps Diner. Pareciera un pueblo ocupado por los malos "doppelgängers" de los habitantes de Peaks. Entre gotas de humor ácido, todo son códigos y símbolos, deslizamientos a callejones sin salida, a veces referencia a la serie pero engendrándose por el camino todo un mundo que se rige por sus propias reglas.
La dama de la rosa azul, fuente viviente de pistas a descifrar, más allá la oficina del F.B.I., donde se recibe al trastornado Jeffries (un genial David Bowie), quien avisa de la dudosa identidad de Cooper (mucho antes de que su "otro yo" quede atrapado en los confines de la Logia Negra); descarada manipulación del espacio-tiempo bajo el constante signo de la amenaza y la premonición donde hechos del futuro afectan a los del pasado, una visita a la inquietante Logia, la "T" bajo la uña de Teresa (igual que la "R" bajo la de la Laura)...y un anillo como portal entre realidades (al igual que el cuadro) cuyo símbolo es el de la Cueva de la Lechuza de la serie: un rombo (la Logia Negra) entre dos picos (Twin Peaks).
Cooper despide este prólogo de poderosa imaginería con su clásico mensaje a Diane, señalando lo fallido del caso (o tal vez la innecesaria razón de ser del mismo prólogo). Y ahora sí, volvemos a nuestra Twin Peaks, la cálida atmósfera y el olor de los abetos Douglas son realzados por la hipnótica belleza de Sheryl Lee encarnando, por primera vez en presente, a Laura, que va de camino al instituto; esto es un sueño hecho realidad para nosotros, los fans...pero a espaldas de todo sueño se agazapa una horrorosa pesadilla, y es la que vive la misma protagonista.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
Lynch ha cruzado las más imposibles dimensiones en su visión del terror que subyace en las profundidades de Norteamérica y de la misma Twin Peaks, ha hecho lo que nunca pudo en la serie, pero ni es bien recibido en su llegada a Cannes, ni recompensado con una buena taquilla ni aplaudido por la crítica. Su sueño pasa aquel 1.992 entre la aversión y la indiferencia; sólo con el paso del tiempo y el cariño de los fans irá adquiriendo el valor que se merecía.
La "garmonbozia" de nuevo en forma de maíz guisado, "Bob" ya dueño de Leland, el cuerpo flotando con las primeras luces del alba esperando a ser encontrado por Peter en la mañana del 24 de Febrero de 1.989. Cuando volvamos a ver a Laura ya será parte de la Habitación Roja junto a Cooper y su ángel guardián, en paz...
Son los últimos días de un ángel sin alas precipitado a la muerte.
La muerte se intuía desde otra parte. El 16 de Febrero de 1.991 ABC cancela la serie que había cambiado y pervertido para siempre el concepto de "drama policíaco televisivo"; por fortuna aún le quedaban unos meses más de vida, pero la de David Lynch ya estaba marcada por la amargura y el dolor al ver lo que hicieron a su creación. Dos días antes, curiosamente, firmaba un contrato con una productora francesa que le acabó tentando con la jugosa idea de un proyecto derivado de la serie; para él, que admitió "Estoy enamorado del lugar, es como un cuento de hadas...tenía que volver", era su oportunidad para seguir extendiendo el universo único de "Twin Peaks".
Lo malo es que casi nadie entendió la razón y le abandonaron, desde Mark Frost a Sherilyn Fenn pasando por Lara Flynn Boyle, incluso MacLachlan, hartísimo de su papel. Tal vez sólo él sentía la belleza de un proyecto así, una evocación, un sueño cumplido; "Fuego, Camina Conmigo" es por tanto un planeta extraño al margen de la serie aun conectada desde diversas zonas, regalo para el incondicional fan y a la vez causante de una potente desconexión/cortocircuito de su conocimiento previo. Y su largo prólogo, a modo de "capítulo 0", lo ejemplifica a la perfección...
Recursos narrativos/visuales similares, un reflejo torcido, tras el gran estallido de un televisor (evidencia de que Lynch quiere desligarse del medio): el cuerpo que va flotando por las aguas de un río no es el de Laura, es el de Teresa, mencionada por Cooper en aquel lejano piloto; sólo Gordon une ambas historias. Este crimen, raro y salvaje, se le asigna a una pareja en las antípodas de Cooper y Rosenfield: el cantante/actor Chris Isaak es una versión estirada, dura y callada del primero, mientras el joven Kiefer Sutherland es su "side-show", la versión despistada, algo torpe del Watson de Sherlock Holmes.
Y el lugar que visitan es el absoluto anti-Twin Peaks. En Deer Meadow pesa un clima desagradable y turbio, no huele a café ni a tarta de cerezas, no hay Gran Hotel del Norte sino un sucio parque de caravanas, aquellos agradables Truman, Andy y Lucy tienen aquí unos repelentes análogos y en lugar de la afable Norma Jennings está esa arisca fumadora Irene en una RR vacía, espeluznante, llamada Haps Diner. Pareciera un pueblo ocupado por los malos "doppelgängers" de los habitantes de Peaks. Entre gotas de humor ácido, todo son códigos y símbolos, deslizamientos a callejones sin salida, a veces referencia a la serie pero engendrándose por el camino todo un mundo que se rige por sus propias reglas.
La dama de la rosa azul, fuente viviente de pistas a descifrar, más allá la oficina del F.B.I., donde se recibe al trastornado Jeffries (un genial David Bowie), quien avisa de la dudosa identidad de Cooper (mucho antes de que su "otro yo" quede atrapado en los confines de la Logia Negra); descarada manipulación del espacio-tiempo bajo el constante signo de la amenaza y la premonición donde hechos del futuro afectan a los del pasado, una visita a la inquietante Logia, la "T" bajo la uña de Teresa (igual que la "R" bajo la de la Laura)...y un anillo como portal entre realidades (al igual que el cuadro) cuyo símbolo es el de la Cueva de la Lechuza de la serie: un rombo (la Logia Negra) entre dos picos (Twin Peaks).
Cooper despide este prólogo de poderosa imaginería con su clásico mensaje a Diane, señalando lo fallido del caso (o tal vez la innecesaria razón de ser del mismo prólogo). Y ahora sí, volvemos a nuestra Twin Peaks, la cálida atmósfera y el olor de los abetos Douglas son realzados por la hipnótica belleza de Sheryl Lee encarnando, por primera vez en presente, a Laura, que va de camino al instituto; esto es un sueño hecho realidad para nosotros, los fans...pero a espaldas de todo sueño se agazapa una horrorosa pesadilla, y es la que vive la misma protagonista.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
Lynch ha cruzado las más imposibles dimensiones en su visión del terror que subyace en las profundidades de Norteamérica y de la misma Twin Peaks, ha hecho lo que nunca pudo en la serie, pero ni es bien recibido en su llegada a Cannes, ni recompensado con una buena taquilla ni aplaudido por la crítica. Su sueño pasa aquel 1.992 entre la aversión y la indiferencia; sólo con el paso del tiempo y el cariño de los fans irá adquiriendo el valor que se merecía.
La "garmonbozia" de nuevo en forma de maíz guisado, "Bob" ya dueño de Leland, el cuerpo flotando con las primeras luces del alba esperando a ser encontrado por Peter en la mañana del 24 de Febrero de 1.989. Cuando volvamos a ver a Laura ya será parte de la Habitación Roja junto a Cooper y su ángel guardián, en paz...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
"Fuego" es así una carta de amor a Laura, a sus últimos días, y al estar centrada la historia en ella sólo aparecerán los personajes más cercanos a su vida y el humor que daba ese toque agradable a la serie desaparece sin dejar rastro.
No hay humor en su existencia, y ella es desmitificada por entero al presentarse desde el prisma de la algo romántica fatalidad inevitable, figura de múltiples caras o tal vez una sola obligada a dividirse para huir de una cotidianeidad desquiciante, la de ese hogar en apariencia normal dominado desde las sombras por fuerzas maléficas e inexplicables, tema recurrente en Lynch.
Pero al tratarse de su punto de vista alternativo de la serie jugará con ciertas claves e investigará el peor de los reversos posibles; se acentúa que la fuerza dominante es la de Leland (Ray Wise brinda una actuación magistral) en la última fase en lo que a la posesión de "Bob" se refiere, actuando más bien de catalizador de sus depravadas pulsiones sexuales (ahora el segundo es la máscara del primero y no al revés). Una terrible verdad, el cineasta hurga sin compasión en el falso puritanismo norteamericano, y en sus tripas halla una familia disfuncional, devorada por el miedo, la desconfianza y el deseo incestuoso; todo aquí se muestra más directa, grotesca y explícitamente que en la serie, también de un modo más doloroso.
Es esta una elegía aciaga, la crónica apocalíptica de una deriva a la autodestrucción de esa pobre muchacha corrompida por un ente del "otro lugar" a través de la autoridad paterna; nunca el surrealismo y las rupturas de Lynch se han prestado con tanta pasión al drama íntimo femenino, abriendo en la linealidad narrativa de este trauma salpicado de oscuros secretos, abuso sexual y drogas una realidad paralela que nos traslada a la Logia y sus derivados, donde también se percibe una angustia incesante que sacude a sus miembros debido al crimen que va a cometerse.
Dimensiones metafísicas explícitas, conexiones indescifrables, Mike en su continua pretensión de evitar la muerte de la chica, la dama del leño anunciando un "fuego que quemará las ramas de la inocencia", el enano de testigo neutral, monos sustituyendo a las habituales lechuzas, en la Habitación Roja el tiempo tergiversado y el Cooper que allí habita advirtiendo a Laura del peligro, el único que podía salvarla (esto refuerza el aura trágica de la chica, pues el "otro yo" del agente, en el mundo real, no pisará el pueblo hasta que ella haya muerto), mientras Annie (¿en su forma astral?), y con el vestido de Caroline, transmite su mensaje desde el futuro: Cooper no es quien es, presagiando la posesión de "Bob" en él...
Durante su deriva Laura adoptará la forma de un ángel inmerso en el desamparo y acechado por un mal profundo, hasta convertirse en la propia imagen de la tristeza que exhala la proximidad del abismo; entre las amargas notas del piano de Badalamenti y bajo el semáforo de Sparkwood-21, no existe un instante más desgarrador en la película (ni tal vez en la carrera de Lynch) que la confesión al eternamente anhelado James, amante imposible, antes del último viaje: "Vuestra Laura ya se fue...". Y al igual que en la serie se acumularán subtramas sobre tráfico de droga, prostitución y traición, protagonizadas principalmente por Bobby, Leo y Renault.
Donna, con el físico aniñado de una Moira Kelly a años luz de Boyle, es incapaz de ayudar a Laura, precipitada al poder de seducción de un "Bob" cada vez más en rebelión, hasta manifestarse sin tapujos a través de Leland. Los presentimientos, alucinaciones y trazos que arañan lo real arrastran a la chica a un clímax apocalíptico saturado de más guiños a la serie, pájaro Waldo incluido, e imágenes preñadas de aterradoras formas que se abren camino en el inconsciente.
El "Requiem" en "C menor", la cadenita de medio corazón...Laura, ahogada en sangre, deja de respirar, se sume en las tinieblas y el anillo, que significaba su muerte, salva su alma gracias a la acción de Mike.
No hay humor en su existencia, y ella es desmitificada por entero al presentarse desde el prisma de la algo romántica fatalidad inevitable, figura de múltiples caras o tal vez una sola obligada a dividirse para huir de una cotidianeidad desquiciante, la de ese hogar en apariencia normal dominado desde las sombras por fuerzas maléficas e inexplicables, tema recurrente en Lynch.
Pero al tratarse de su punto de vista alternativo de la serie jugará con ciertas claves e investigará el peor de los reversos posibles; se acentúa que la fuerza dominante es la de Leland (Ray Wise brinda una actuación magistral) en la última fase en lo que a la posesión de "Bob" se refiere, actuando más bien de catalizador de sus depravadas pulsiones sexuales (ahora el segundo es la máscara del primero y no al revés). Una terrible verdad, el cineasta hurga sin compasión en el falso puritanismo norteamericano, y en sus tripas halla una familia disfuncional, devorada por el miedo, la desconfianza y el deseo incestuoso; todo aquí se muestra más directa, grotesca y explícitamente que en la serie, también de un modo más doloroso.
Es esta una elegía aciaga, la crónica apocalíptica de una deriva a la autodestrucción de esa pobre muchacha corrompida por un ente del "otro lugar" a través de la autoridad paterna; nunca el surrealismo y las rupturas de Lynch se han prestado con tanta pasión al drama íntimo femenino, abriendo en la linealidad narrativa de este trauma salpicado de oscuros secretos, abuso sexual y drogas una realidad paralela que nos traslada a la Logia y sus derivados, donde también se percibe una angustia incesante que sacude a sus miembros debido al crimen que va a cometerse.
Dimensiones metafísicas explícitas, conexiones indescifrables, Mike en su continua pretensión de evitar la muerte de la chica, la dama del leño anunciando un "fuego que quemará las ramas de la inocencia", el enano de testigo neutral, monos sustituyendo a las habituales lechuzas, en la Habitación Roja el tiempo tergiversado y el Cooper que allí habita advirtiendo a Laura del peligro, el único que podía salvarla (esto refuerza el aura trágica de la chica, pues el "otro yo" del agente, en el mundo real, no pisará el pueblo hasta que ella haya muerto), mientras Annie (¿en su forma astral?), y con el vestido de Caroline, transmite su mensaje desde el futuro: Cooper no es quien es, presagiando la posesión de "Bob" en él...
Durante su deriva Laura adoptará la forma de un ángel inmerso en el desamparo y acechado por un mal profundo, hasta convertirse en la propia imagen de la tristeza que exhala la proximidad del abismo; entre las amargas notas del piano de Badalamenti y bajo el semáforo de Sparkwood-21, no existe un instante más desgarrador en la película (ni tal vez en la carrera de Lynch) que la confesión al eternamente anhelado James, amante imposible, antes del último viaje: "Vuestra Laura ya se fue...". Y al igual que en la serie se acumularán subtramas sobre tráfico de droga, prostitución y traición, protagonizadas principalmente por Bobby, Leo y Renault.
Donna, con el físico aniñado de una Moira Kelly a años luz de Boyle, es incapaz de ayudar a Laura, precipitada al poder de seducción de un "Bob" cada vez más en rebelión, hasta manifestarse sin tapujos a través de Leland. Los presentimientos, alucinaciones y trazos que arañan lo real arrastran a la chica a un clímax apocalíptico saturado de más guiños a la serie, pájaro Waldo incluido, e imágenes preñadas de aterradoras formas que se abren camino en el inconsciente.
El "Requiem" en "C menor", la cadenita de medio corazón...Laura, ahogada en sangre, deja de respirar, se sume en las tinieblas y el anillo, que significaba su muerte, salva su alma gracias a la acción de Mike.
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