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Críticas 88
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
13 de enero de 2012 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de la película original de El planeta de los simios (1968), de las cuatro secuelas posteriores, de una serie de televisión, de otra serie de televisión de animación y del descalabro que supuso el reciente remake de Tim Burton, alguien en Hollywood decidió que, contra todo pronóstico, era éste un buen momento para abordar otra intentona para lograr reflotar una franquicia que muchos ya daban por irrecuperable. Así pues, este verano nos llegó a las salas de cine una nueva entrega/secuela/remake/precuela/reboot de la popular saga simiesca: El origen del planeta de los simios. ¿Qué podría salir mal?

En esta nueva entrega, como su propio título indica, lo que se pretende es contarnos que fue lo que sucedió para que se dieran las circunstancias por las cuales se llegó a la situación inicial de la primera de las películas, en la que Charlton Heston llegaba a un planeta en la que los simios eran la raza dominante y civilizada y la humana la dominada y salvaje. Lo curioso del caso es que un servidor tenía entendido que ya existía una explicación al respecto, exactamente en la cuarta entrega de la saga: La rebelión de los simios (1972), en la que se nos contaba que por allá en el año 1991 una extraña epidemia acababa con todos los perros y gatos del mundo lo que provocaba que los humanos adoptaran a los simios como mascotas, para acabar convirtiéndose con el tiempo en fieles sirvientes que terminaban rebelándose contra sus dueños. Sé lo que están pensando, es brillante. El caso es que a los productores actuales del film no les debió acabar de convencer la trama, porque en este nuevo "origen" han prescindido totalmente de la epidemia de mascotas para contarnos un nuevo principio más ¿creíble?.

A decir verdad me esperaba que esta nueva entrega del planeta de los simios sería un cagarro de dimensiones épicas y si fui al cine a verla fue más por una vocación de completismo (había visto todas las entregas anteriores) que por otra cosa. Sorprendentemente me encontré con una buena película, bien planteada, de ritmo ágil, interesante desde sus inicios y con una tensión que va en aumento a medida que avanza la trama y las circunstancias van provocando que las relaciones entre los personajes protagonistas se vayan deteriorando a marchas forzadas, abocándose a una última media hora final que es una pura gozada para el espectador. Todo esto no tendría demasiado sentido si no fuera porque, además, la película cuenta con unos efectos especiales absolutamente impresionantes y perfectamente integrados dentro de la acción, que consiguen dar una credibilidad espectacular a las escenas de este nuevo origen del planeta de los simios que, no obstante, no consigue hacernos olvidar que la historia buena de verdad, es la que viene a continuación, cuando un grupo de astronautas aterrizan en un misterioso planeta habitado por simios.
13 de enero de 2012 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El western es un género al que, a menudo, le ha gustado romper las encorsetadas reglas de su propia idiosincrasia para ponerse a coquetear con otros estilos. De este modo, al western, se lo ha mezclado con la comedia más alocada (Sillas de montar calientes), el musical (La leyenda de la ciudad sin nombre), la ciencia ficción (Atolladero), la animación (Rango), el terror (Billy the Kid vs. Dracula), el cine erótico (Wild gals of the naked west de Russ Meyer) e incluso el cine más independiente (Dead man) y de autor (Condemor, el pecador de la pradera) no han podido evitar meter sus garras en él. Ahora nos llega un nuevo cocktail (¿molotof?), en el que al pobre western lo meten de lleno en una peli plagada de simpáticos visitantes espaciales con ganas de marcha, acción a raudales y un sentido de la aventura algo más atropellado de lo que estábamos acostumbrados a ver dentro del género.

La película es del estilo clásico de: "somos enemigos irreconciliables a muerte, hasta que llegue un tercero más fuertes que nosotros y nos obligue a tener que unir esfuerzos para lograr derrotarle y hacernos ver que, en el fondo, no somos tan distintos". Creo recordar que ésta era la base sobre la que se sustentaban la gran mayoría de las series de dibujos animados que veía de niño. Lamento comprobar que la fórmula no solo no ha variado, sino que ahora, además, se aplica en productos también destinados hacia un público más adulto.

El mayor problema que tiene la película es que pretende tomarse en serio a sí misma y eso, tratándose de un film que lleva por título Cowboys & Aliens, resulta imperdonable. De esta manera, se pierde la oportunidad de haber intentado hacer algo más divertido, desenfadado y estúpido. A la hora de la verdad la peli termina siendo igual de estúpida, pero sin pretenderlo. Luego, por supuesto, están el resto de problemas: los efectos especiales no están a la altura, el diseño de personajes y parafernalia alien es más bien pobre, las lagunas en el guión se van ensanchando a medida que avanza la trama y, a pesar de tratarse de una peli de aventuras, el resultado final (que ya les aviso que ronda las dos horas de metraje) termina aburriendo una barbaridad. De hecho solo se puede salvar la primera media hora, cuando la película todavía no ha enseñado todas sus cartas. Pasado ese tiempo la cinta, directamente, hace saltar la baraja por los aires. Podría seguir mucho más (esa nave alienígena perfectamente integrada en el paisaje sin que nadie se dé cuenta de que está ahí, ese perro que aparece y desaparece de la trama en función del color de las pastillas que se hubiera tomado ese día el guionista, esa batalla múltiple en la que dos personajes se ponen a charlar sin que nadie los ataque, esas armas alienígenas que nada pueden hacer contra unas rudimentarias flechas y piedras atadas a palos) pero creo que ya se capta el mensaje: era una buena idea y podría haber sido una buena película la mar de entretenida, pero se queda muy lejos de serlo.
18 de abril de 2012
5 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos, sin duda, ante una de esas películas que persiguen hacer reir y llorar al espectador. Y pretenden hacerlo a base de construir un cocktail con diferentes elementos tan peliagudos como la discapacidad física, el racismo, la inmigración, la diferencia de clases, e incluso la delincuencia juvenil, todo ello aderezado con unas finas gotas de humor negro como para quitarle relevancia a lo que se está tratando (ver a un discapacitado recibir bolazos de nieve sin poder defenderse puede sorprender a más de uno). En mi caso reconozco que la cinta no logró ninguno de sus dos objetivos, ya que quizás por obvios terminaron resultando menos efectivos. Aunque, no obstante, debo agradecer que la película no venga acompañada de una fuerte carga de moralina y sensiblería barata que suelen ofrecer este tipo de productos.

Lo cierto es que la película me pareció un cruce entre Paseando a Miss Daisy y Pretty Woman. En cuanto a la primera resulta obvio: diferencia de clases, de razas, donde un personaje trabaja al servicio del otro, y a pesar de ello, y de una cierta tirantez al principio de su relación, los dos protagonistas logran entablar una férrea amistad. En cuanto a la segunda, se centra más en la diferencia de clases y sustituye la historia de amor por una de amistad, pero también encontramos a un personaje de clase social baja que debe aprender a guardar las apariencias en según que tipo de actos, e incluso algunas escenas parecen calcadas: como en la de la ópera o en la que los dos protagonistas cogen un avión privado propiedad del personaje acaudalado. Evidentemente en esta también hay un amigo que le advierte de su nueva amistad y le habla del problemático pasado de su nuevo ayudante y, si lo desean, pueden jugar a encontrar los paralelismos entre la ama de llaves de la película, con el director del hotel del film de Garry Marshall.

Probablemente nos encontremos frente a la película más sobrevalorada en lo que va de año, pero a diferencia de otros títulos, en este caso, resulta fácil reconocer cual es la clave de su éxito: se trata de un drama positivo que nos viene a contar que por muy jodidas que estén las cosas siempre se pueden encontrar factores que nos permitan seguir mirando hacia delante. Además, el film, juega a resultar políticamente incorrecto en algunas de sus secuencias, lo que supone un nuevo plus para caer en gracia. Súmenle dos buenas interpretaciones (especialmente conseguida la de Omar Sy, el ayudante) y ya tienen ustedes porque la cinta se ha acabado convirtiendo en el film de habla no inglesa más taquillero de la historia. Pero no nos engañemos. La historia no es nueva, los personajes no son nuevos, los acontecimientos ya nos los conocemos y nos los vemos venir de lejos, algunas situaciones ya las hemos visto, y en general la sensación es de que la cinta nos está intentando vender una moto que ya hemos comprado, anteriormente, en otras ocasiones.
17 de octubre de 2012
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Saben ustedes la típica película protagonizada por un grupo de adolescentes con las hormonas disparadas que quedan para pasar un largo fin de semana en una cabaña apartada de la civilización (preferiblemente con un lago cercano) y que mientras están de camino paran para repostar gasolina en una estación de servicio medio abandonada y el tipo de la gasolinera ya tiene una pinta tirando a rara y sospechosa que tira para atrás, pero que ellos pasan como si nada y siguen su trayecto y que, una vez llegados a la cabaña esa, resulta que todo está muy bien y todo tiene una pinta de lo más entretenida e incluso todo parece apuntar a que alguno de los muchachos va a pillar teta pero que, no obstante, parece como si algo oscuro/maligno/chungodecagarse se escondiera en el sótano de la cabaña (porque resulta que si hay un lago cerca, como demonios no va a haber un sótano con pinta de esconder secretos a patadas) y que a pesar de que toda lógica humana debería empujar a los chicos a montar una bacanal en toda regla (o mejor todavía una bacanal sin ningún tipo de reglas) en lugar de bajar las escaleras, los muy pardos terminarán optando por indagar que se esconde en tan misterioso lugar, desencadenando una serie de acontecimientos que terminarán, indefectiblemente, con una escalada de muerte, sangre y machetazos por doquier? Mmmm, no se yo si la pregunta resulta suficientemente específica. En fin, pues resulta que eso es justamente lo que ofrece a los espectadores The cabin in the woods, pero con una leve variación respecto al patrón clásico: llegados a cierto momento de la trama, la cinta, simplemente, enloquece.

Y es que no voy de farol. Cuando uno cree tener la historia más o menos controlada, a la trama se le va la olla una barbaridad. Que conste que no lo digo como algo malo, más bien al contrario, porque que a un producto de estas características se le vaya la olla siempre tiende a ser algo bueno. Lo que pasa es que, cuando un film decide salirse por la tangente de una forma tan exagerada como en la película que nos ocupa, pueden suceder dos cosas: a) que los responsables hayan invertido toda su valentía en el giro de guión pero que no se atrevan a ir más lejos para que no les quede un producto demasiado raro e intenten, de alguna forma, volver a coger las riendas de la historia, para lograr reconducir la trama hacia el sendero ya establecido al principio de la misma; o b) que después de la ida de olla que lo cambia todo se opte por seguir adelante, sin recular, llevando la opción elegida hasta las últimas consecuencias. Para saber cual de las dos vías elige The cabin in the woods simplemente les diré que el co-guionista de la cinta és Joss Whedon.

Así pues, la película se presenta en forma de slasher típico, tópico y tronado, protagonizado por unos protagonistas nada originales: el cachas deportista, la rubia sexy, la lista guapa, el colgado fumado y el atractivo sensible. Lo cierto es que nos los conocemos de memoria. De hecho es el habitual grupo humanos que provoca que el espectador, en cierto modo, se ponga de parte de los asesinos (queremos ver muertes y queremos que sean de forma cruenta). Pero el film tiene un componente nada típico en este tipo de productos: desde el principio de la cinta vemos como los jóvenes están siendo, en todo momento, controlados y monitorizados por unos misteriosos personajes que siguen sus “desventuras”. Ellos vigilan y, en ocasiones, fuerzan las situaciones de los jóvenes protagonistas pero, ¿quién vigila a los vigilantes?

La peli juega a reírse de los tópicos del género de terror. Y lo cierto es que la apuesta le sale muy bien. En ese sentido se podría decir que The cabin in the woods juega en la misma liga que Scream, pero sabiendo que no lograría superar un control antidóping. Y es que la sensación es de que el director de la peli, Drew Goddard (y co-guionista junto a Weddon), consigue ir bastante más allá o, dicho de otra forma, no le da miedo enseñar las vergüenzas del género, exhibirlas a la luz pública y llevarlas hasta límites de sátira.

La película parece estar dividida en tres actos: en el primero asistimos al slasher puro: un grupo de jóvenes, una cabaña aislada, noche cerrada, se va a liar parda. En el segundo toman más protagonismo los vigilantes: el espectador intentará jugar a adivinar quienes son, que pretenden, cuales son sus intenciones y para quien trabajan... tu mismo. Y en el tercero: la vorágine, el más difícil todavía y, sobre todo, el por qué esta película es distinta, especial y muy recomendable, especialmente para los más seguidores del género.
29 de enero de 2013 3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
De todas las candidatas al Oscar de este año, La vida de Pi era la película que me generaba más dudas. Por un lado me apetecía mucho ver la cinta porque se trataba de la adaptación de un gran best-seller, con un director que ha demostrado que cuando quiere puede hacer grandes cosas y que tiene un sentido del espectáculo de lo más afilado. Además la peli había resultado ser todo un éxito de crítica y público, lo que hacía aumentar mis ganas. Pero por otro lado, lo que teníamos entre manos era una historia sobre un joven indio que tenía que entablar relación con un animal salvaje (ay), que se pasa más de la mitad del metraje en una balsa a la deriva sin más presencia humana (ay, ay) y con un tráiler en el que podemos ver como una enorme ballena fluorescente se marca un salto olímpico por encima de la pequeña embarcación (ay, ay, ay). Pues bien, después de ver la película debo reconocer que sigo más o menos como estaba: entre dos aguas. Como el mismo protagonista.

Pi es un joven de clase media, hijo del guarda de un zoo privado en la India. Al principio de la peli vemos que el chaval es un rato espabilado y que, a pesar de su ridículo nombre, se las arregla bastante bien para salir adelante e, incluso, asistiremos a su primera historia de amor con una atractiva joven. Todo esto tampoco es que importe demasiado ni que sirva de gran cosa más que para alargar un poco la peli porque al poco de conocerla ya tendrá que ir despidiéndose de ella debido a que su familia decidirá emigrar a otro país. Y es que resulta que el propietario del zoo decide venderlo y el padre del prota, junto con el resto de su familia, deberá viajar hasta Canadá para negociar la venta de los animales y empezar allí una nueva vida.

Pero aquí no acabarán los quebraderos de cabeza para el joven Pi. De hecho, no habrán hecho más que empezar porque el barco en el que viajan, rumbo a su destino, sufrirá un naufragio debido a una fuerte tormenta. El muchacho conseguirá subirse a un bote salvavidas que deberá compartir con un inesperado compañero de viaje: un poderoso tigre de bengala, procedente del zoo en el que trabajaba su padre y que viajaba con ellos en el barco. Como el tigre no acaba de entender muy bien el tema este de compartir los espacios, el chico se las deberá ingeniar para no terminar siendo un piscolabis para el bicharraco. Pero el espacio es reducido, dentro de la inmensidad del océano, y tampoco es que puedan largarse a ningún otro sitio, así pues ambos pasajeros deberán aprender a convivir en la medida de lo posible para emprender juntos el largo viaje que les espera.

La peli está dirigida por Ang Lee. Su cara es la que debería aparecer en google imágenes cuando tecleamos las palabras “carrera cinematográfica peculiar”, porque el hombre, a lo largo de su trayectoria, se ha atrevido con casi todo: comedia romántica, drama de época, radiografía de la sociedad americana, western, artes marciales, superheroes, cowboys sarasas, thriller erótico... Tanta variedad no le ha alejado de los premios, más bien todo lo contrario. El hombre ya ha sido nominado tres veces a los Oscar como mejor director (incluyendo La vida de Pi) y logró una estatuilla por Brokeback Mountain. Casi nada. Sin duda lo que demuestra tener, por encima de todas las cosas, es un buen ojo innegable a la hora de escoger proyectos que resulten atrayentes tanto para crítica como para público. Con La vida de Pi lo ha vuelto a confirmar, una vez más.

Me gusta como arranca la cinta, con una historia, a medio camino entre Slumdog Millionaire y Amelie, con unos personajes atrayentes y una trama simpática. Pero todo cambia con el naufragio. El escenario ahora es otro... y es pequeño. Nos enfrentamos entonces a una historia de supervivencia, de vencer los miedos propios, de lucha interior y, sobre todo, de fe. De la fe por salir adelante, por no rendirse, por buscar alternativas, por mantener la cabeza en su sitio... y la fe en Dios. En ese Dios de caminos inescrutables que guía nuestros destinos y que nos pone a prueba con innumerables peligros, pero que jamás nos deja caer. Efectivamente, amigos. La película apesta a moralina religiosa que tira para atrás.

Esa es, precisamente, la parte de la película que no me puedo tragar. Y créanme que lo lamento, pero reconozco que me supera. La cinta está muy bien filmada, la fotografía es preciosa, el protagonista está muy convincente, los efectos especiales son extraordinarios, la peli contiene imágenes francamente preciosas, Ang Lee logra que la historia no se haga pesada a pesar de la dificultad de estar rodada en su mayoría en un espacio tan reducido como el de una barca y, además, tanto su tramo inicial como su conclusión me parecieron bastante acertados. Pero todo el discurso de la fe, de Dios, de la superación del hombre, del viaje interior, de los simbolismos, de las alegorías y de las luces fluorescentes (que más que en el océano pacífico, los protas parece que estén en Pacha Ibiza) me terminan provocando una enorme sensación de rechazo.

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