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Críticas ordenadas por utilidad
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7
2 de enero de 2008
2 de enero de 2008
59 de 62 usuarios han encontrado esta crítica útil
Viendo "El estrangulador de Boston" no puedo evitar que me venga a la memoria aquella magnífica "M, el vampiro de Düsseldorf" del gran Fritz Lang. Ambas relatan el terror que puede provocar en la sociedad un asesino. Para mí, las dos tienen dos partes claramente diferenciadas.
La primera parte abarca el proceso de busca y captura del asesino, así como los asesinatos. En "El estrangulador de Boston" se cuenta como si de una crónica policial o periodística se tratase, rayana en el documental. En esta parte desfilan interrogaciones, falsos culpables, sospechas, etc. Se sigue con interés y sin desmayo, pero en ningún momento siento miedo o suspense, ni me es transmitida la opresión que sufre la ciudad; sensaciones todas que sí me las provocaba "M".
Pero, ahora bien, cuando un inconmensurable y sobrecogedor Tony Curtis abre la segunda parte, comienza el gran cine. La aversión que me provocaba el asesino en la primera parte se torna en comprensión y lástima en la segunda, puesto que muestra a un hombre aparentemente normal, con su curro y familia, al que le ha tocado una devastadora y macabra lotería: la de la psicopatía con trastorno de personalidad.
Si en "Psicosis" Hitchcock empleó esa enfermedad para construir un film de terror, aquí, sin embargo, se utiliza un film de intriga para llevar a cabo un estudio de la enfermedad. Para llevar a cabo este escalofriante análisis, Tony Curtis nos da pie para que vislumbremos el monstruo que su personaje lleva en su interior. El marco de esa deshumanizada celda de manicomio , es para mí simbólica: es la de su propia mente, que impide cualquier acercamiento al tormento en el que está atrapado. Brutal, escalofriante y terrible.
En su conjunto, la película es irregular, pero la parte final posee una fuerza y un terror tales que suple casi todos sus defectos. Incluso, para mí, comparándola con “M”, deja el retrato del asesino de esta última en pañales, sólo aguantando el tipo el gran Peter Lorre. Muy buena.
La primera parte abarca el proceso de busca y captura del asesino, así como los asesinatos. En "El estrangulador de Boston" se cuenta como si de una crónica policial o periodística se tratase, rayana en el documental. En esta parte desfilan interrogaciones, falsos culpables, sospechas, etc. Se sigue con interés y sin desmayo, pero en ningún momento siento miedo o suspense, ni me es transmitida la opresión que sufre la ciudad; sensaciones todas que sí me las provocaba "M".
Pero, ahora bien, cuando un inconmensurable y sobrecogedor Tony Curtis abre la segunda parte, comienza el gran cine. La aversión que me provocaba el asesino en la primera parte se torna en comprensión y lástima en la segunda, puesto que muestra a un hombre aparentemente normal, con su curro y familia, al que le ha tocado una devastadora y macabra lotería: la de la psicopatía con trastorno de personalidad.
Si en "Psicosis" Hitchcock empleó esa enfermedad para construir un film de terror, aquí, sin embargo, se utiliza un film de intriga para llevar a cabo un estudio de la enfermedad. Para llevar a cabo este escalofriante análisis, Tony Curtis nos da pie para que vislumbremos el monstruo que su personaje lleva en su interior. El marco de esa deshumanizada celda de manicomio , es para mí simbólica: es la de su propia mente, que impide cualquier acercamiento al tormento en el que está atrapado. Brutal, escalofriante y terrible.
En su conjunto, la película es irregular, pero la parte final posee una fuerza y un terror tales que suple casi todos sus defectos. Incluso, para mí, comparándola con “M”, deja el retrato del asesino de esta última en pañales, sólo aguantando el tipo el gran Peter Lorre. Muy buena.

6,7
23.611
7
26 de enero de 2008
26 de enero de 2008
67 de 81 usuarios han encontrado esta crítica útil
Según el relato bíblico, un niño llamado David se enfrentó al gigantesco Goliat en el valle de Elah. David pudo vencerle lanzándole una piedra con una honda a la cabeza, la cual le abrió el cráneo y el gigante cayó muerto. Fue la victoria del débil contra el fuerte. De la hormiga contra el hombre. Del hombre contra todos los hombres. Lástima que sólo sea una leyenda y que en la vida real Goliat siempre aplaste a David.
Paul Haggis monta esta magnífica película sobre ese valle del terror en el que acompañamos a un espléndido Tommy Lee Jones a un desolador y perturbador viaje hacia el mismo corazón de las tinieblas. Y para transmitirnos ese horror Haggis no utiliza explosiones, sangre, vísceras, y apenas nos muestra unas imágenes distorsionadas de Irak. El tío es tan bueno que no lo necesita. Sólo con grabar a esas supuestas víctimas colaterales, que no son sino igual de víctimas que los que mueren en ese valle, nos hace copartícipes de ese dolor insoportable que es la pérdida de un ser querido.
La narración, agradecidamente de corte clásico, avanza sin prisas pero sin pausas. Mientras que poco a poco el film va descubriendo la demoledora fuerza de su discurso, el ritmo se mantiene igual de pausado que al principio. Así pues, Haggis nos cuenta cómo la guerra no se queda sólo en la guerra, sino que su devastación se hace un hueco en aquéllos que la hayan sobrevivido, acompañándolos allá donde vayan.
El enfrentamiento con la muerte, con la desolación, con ese ambiente de opresiva violencia que se vive en la guerra, no es extraño que vuelva a aflorar con la mayor naturalidad una vez que todo ese horror supuestamente se haya dejado allí. Y eso da mucho miedo. Que la violencia sólo engendra violencia es algo que ya sabíamos, pero cuando alguien nos lo cuenta de forma tan rotunda y magistral como lo hace esta portentosa “En el valle de Elah”, hacen que ese mensaje lata con más fuerza que nunca. Espléndida.
Paul Haggis monta esta magnífica película sobre ese valle del terror en el que acompañamos a un espléndido Tommy Lee Jones a un desolador y perturbador viaje hacia el mismo corazón de las tinieblas. Y para transmitirnos ese horror Haggis no utiliza explosiones, sangre, vísceras, y apenas nos muestra unas imágenes distorsionadas de Irak. El tío es tan bueno que no lo necesita. Sólo con grabar a esas supuestas víctimas colaterales, que no son sino igual de víctimas que los que mueren en ese valle, nos hace copartícipes de ese dolor insoportable que es la pérdida de un ser querido.
La narración, agradecidamente de corte clásico, avanza sin prisas pero sin pausas. Mientras que poco a poco el film va descubriendo la demoledora fuerza de su discurso, el ritmo se mantiene igual de pausado que al principio. Así pues, Haggis nos cuenta cómo la guerra no se queda sólo en la guerra, sino que su devastación se hace un hueco en aquéllos que la hayan sobrevivido, acompañándolos allá donde vayan.
El enfrentamiento con la muerte, con la desolación, con ese ambiente de opresiva violencia que se vive en la guerra, no es extraño que vuelva a aflorar con la mayor naturalidad una vez que todo ese horror supuestamente se haya dejado allí. Y eso da mucho miedo. Que la violencia sólo engendra violencia es algo que ya sabíamos, pero cuando alguien nos lo cuenta de forma tan rotunda y magistral como lo hace esta portentosa “En el valle de Elah”, hacen que ese mensaje lata con más fuerza que nunca. Espléndida.
17 de junio de 2008
17 de junio de 2008
56 de 59 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mientras se ve "Pather Panchali" no se tiene la sensación de estar asistiendo a una historia con argumento, nudo y desenlace, sino a una crónica de una familia en clave de ficción, pero tan creíble que parece pura realidad, es decir, que la impresión que da es que el director puso la cámara delante de la familia y empezó a grabar a ver qué salía.
Haciendo frente a sus problemas cotidianos, los personajes nos van siendo definidos poco a poco de forma impecable, y sin darme cuenta, los conozco tan bien que ya les he cogido cariño. Y ahí reside el secreto de Ray para llevarme por todos los cauces que quiera haciéndome olvidar que estoy en mi sofá viendo una peli; todas las cosas que les pasen a sus criaturas no me van a dejar indiferente debido a mi identificación con ellas.
Una vez que ya me he metido, Ray no me suelta y me doy cuenta de que no me está contando una mera crónica, sino que me está hablando de la vida en todas sus vertientes. Sin pretenderlo, pero de forma rotunda, se consigue un emocionante e insólito mosaico sobre la vida creado a través de pequeños detalles cotidianos.
Con los ojos de Apu, vemos las caricias y las hostias que propina la vida de forma intermitente. Ray nos recuerda que el camino que nos ha tocado recorrer es jodido y lleno de baches, pero que no hay mejor empujón que el amor de los tuyos (suena cursi, pero no es menos cierto).
Y al llegar al final de este pedazo de vida, me doy cuenta de por qué al principio tenía esa sensación de que el filme no tenía una estructura convencional, y es porque, ya sea en 1955, en el 2008 o en el año tropecientos, lo que se nos cuenta se repetirá de infinitas maneras a lo largo de los tiempos. Ni el nacimiento ni la muerte son el principio y el final, otros como Apu y su familia ya andaron ese camino antes que nosotros y otros lo seguirán después.
Una maravilla a la vez sencilla y compleja.
Haciendo frente a sus problemas cotidianos, los personajes nos van siendo definidos poco a poco de forma impecable, y sin darme cuenta, los conozco tan bien que ya les he cogido cariño. Y ahí reside el secreto de Ray para llevarme por todos los cauces que quiera haciéndome olvidar que estoy en mi sofá viendo una peli; todas las cosas que les pasen a sus criaturas no me van a dejar indiferente debido a mi identificación con ellas.
Una vez que ya me he metido, Ray no me suelta y me doy cuenta de que no me está contando una mera crónica, sino que me está hablando de la vida en todas sus vertientes. Sin pretenderlo, pero de forma rotunda, se consigue un emocionante e insólito mosaico sobre la vida creado a través de pequeños detalles cotidianos.
Con los ojos de Apu, vemos las caricias y las hostias que propina la vida de forma intermitente. Ray nos recuerda que el camino que nos ha tocado recorrer es jodido y lleno de baches, pero que no hay mejor empujón que el amor de los tuyos (suena cursi, pero no es menos cierto).
Y al llegar al final de este pedazo de vida, me doy cuenta de por qué al principio tenía esa sensación de que el filme no tenía una estructura convencional, y es porque, ya sea en 1955, en el 2008 o en el año tropecientos, lo que se nos cuenta se repetirá de infinitas maneras a lo largo de los tiempos. Ni el nacimiento ni la muerte son el principio y el final, otros como Apu y su familia ya andaron ese camino antes que nosotros y otros lo seguirán después.
Una maravilla a la vez sencilla y compleja.

7,8
123.462
4
7 de marzo de 2008
7 de marzo de 2008
192 de 332 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si no fuera porque la duración es algo mayor que lo habitual y porque viene avalada por la crítica internacional, cualquiera diría que éste es el nuevo anuncio de la campaña del Ministerio de Sanidad y Consumo contra la drogadicción. Porque es igual de simple y evidente que éstos, sólo que con un apartado técnico resultón.
Si hay alguna trama escondida debajo de la montaña de planos a la velocidad de la luz, o de los efectos sonoros de jaqueca, yo no he conseguido desentrañarla o, al menos, interesarme lo más mínimo por ella. No hay personajes, éstos no son más que marionetas esclavas de las pretensiones del autor, el cual las somete a sobredosis de efectismos de pacotilla. Pero atención a la descripción de los personajes: una ensoñación en un puerto, un recuerdo de la infancia y la aspiración de un trabajo como diseñadora de moda, y con esto ya tienes perfilados al terceto joven de la película. Toma pedazo de descripción.
Sólo hay un personaje que logra resultar humano y creíble en este videoclip epiléptico, y es el que corre a cargo de esa inmensa actriz que es Ellen Burstyn. En la escena en la que está hablando con su hijo, la cámara se detiene (¡por fin!) en el rostro de la actriz y, sólo con su interpretación, ésta logra transmitirme la angustia, la soledad y la desesperación que durante hora y media interminable pretende conseguir, pero en vano, el plasta de Aronofsky. Pero, por supuesto, ese oasis de buen cine, es rápido enterrado por la inútil y mareante envoltura técnica.
Noto que en todo momento se busca el estremeciento, la angustia y el miedo ante lo que se nos está contando, pero yo sólo consigo marearme, y si no me duermo es por los rimbombantes efectos de las narices, que se preocupan por evitar que cierre los ojos ante el desarmante despliegue de golpes de efecto. Aquí la única angustia es la de mi cabeza obsequiándome con una resaca notable como reacción al castigo al que la he sometido. En definitiva: humo.
Si hay alguna trama escondida debajo de la montaña de planos a la velocidad de la luz, o de los efectos sonoros de jaqueca, yo no he conseguido desentrañarla o, al menos, interesarme lo más mínimo por ella. No hay personajes, éstos no son más que marionetas esclavas de las pretensiones del autor, el cual las somete a sobredosis de efectismos de pacotilla. Pero atención a la descripción de los personajes: una ensoñación en un puerto, un recuerdo de la infancia y la aspiración de un trabajo como diseñadora de moda, y con esto ya tienes perfilados al terceto joven de la película. Toma pedazo de descripción.
Sólo hay un personaje que logra resultar humano y creíble en este videoclip epiléptico, y es el que corre a cargo de esa inmensa actriz que es Ellen Burstyn. En la escena en la que está hablando con su hijo, la cámara se detiene (¡por fin!) en el rostro de la actriz y, sólo con su interpretación, ésta logra transmitirme la angustia, la soledad y la desesperación que durante hora y media interminable pretende conseguir, pero en vano, el plasta de Aronofsky. Pero, por supuesto, ese oasis de buen cine, es rápido enterrado por la inútil y mareante envoltura técnica.
Noto que en todo momento se busca el estremeciento, la angustia y el miedo ante lo que se nos está contando, pero yo sólo consigo marearme, y si no me duermo es por los rimbombantes efectos de las narices, que se preocupan por evitar que cierre los ojos ante el desarmante despliegue de golpes de efecto. Aquí la única angustia es la de mi cabeza obsequiándome con una resaca notable como reacción al castigo al que la he sometido. En definitiva: humo.

7,6
6.672
6
9 de junio de 2008
9 de junio de 2008
68 de 84 usuarios han encontrado esta crítica útil
El teatro sobrevuela constantemente por esta película. La película se intenta localizar en la antigua Roma, nos pretenden vender sus calles, sus templos, sus senados, sus campos, sus campamentos, etc. Pero su envoltorio se queda en eso, en intento. No estamos en la antigua Roma, sino en decorados, y se nota en cada momento. Pero ahora bien, un tal Shakespeare utilizó decorados teatrales para diseccionarnos inmejorablemente al ser humano, y lo que hace Mankiewicz en esta película es recuperar su labor.
Mankiewicz adapta otra historia de este genio sobre el poder, pero esta vez no vemos cómo un hombre puede ser destruido por éste, sino cómo se puede emplear a las masas para obtenerlo. Sin embargo, sólo se utiliza parte de su metraje para contar esto, en concreto hacia la mitad. Antes y después sólo vemos los clásicos discursos de Shakespeare para mostrarnos cómo se carcomen sus personajes, pero esto es eclipsado por los dos discursos que nos muestra Mankiewicz para manipular a las masas:
· El de James Mason (Bruto): usando el lenguaje sabiamente para trasmitir su mensaje, un mensaje honesto, sincero y de preocupación por el estado del país. A pesar de utilizar trucos para llevar a los oyentes por el cauce que se desea, el motivo para esto es legítimo. Y se consigue el propósito momentáneamente: convencerlos de que él lleva razón. Un buen manipulador (y un gran actor Mason).
· El de Marlon Brando (Marco Antonio): estando el otro discurso reciente, ahora se utiliza un lenguaje adulador que parezca que está dándole la razón al anterior mientras que va soltando pequeñas pullas que vayan preparando a la audiencia. Cuando ésta está lista para ser manipulada, entonces se emplean los golpes de efecto, las falsas promesas, el espectáculo, para no sólo no darle libertad para que elija por dónde quiere tirar, sino para arrastrarla por dónde el político exactamente quiera. Y lo que quiere es el poder, la guerra, y la aniquilación de los rivales. Un grandioso manipulador (y un antológico Brando).
El resultado de cuál de los dos políticos consigue su propósito es más que evidente.
Desde el principio de los tiempos, la honradez y la sinceridad nunca han vendido, justo al contrario que el morbo y los fuegos de artificio. Así pues, utilizando un falso envoltorio teatral, Mankiewicz, Shakespare o lo dos, nos disparan a bocajarro un mensaje estremecedor por lúcido y veraz que establece quién fue el que verdaderamente se preocupó por su nación, y no por la envidia o por el poder, quedando para la historia como un modelo a seguir que nadie seguirá, y quién se preocupó exclusivamente por conseguir el poder a toda costa quedando como curiosamente la clase de político que al parecer todos los del oficio pretenden ser. ¿De qué nos extrañamos?, el poder siempre ha sido más jugoso que lo insulsamente correcto.
Mankiewicz adapta otra historia de este genio sobre el poder, pero esta vez no vemos cómo un hombre puede ser destruido por éste, sino cómo se puede emplear a las masas para obtenerlo. Sin embargo, sólo se utiliza parte de su metraje para contar esto, en concreto hacia la mitad. Antes y después sólo vemos los clásicos discursos de Shakespeare para mostrarnos cómo se carcomen sus personajes, pero esto es eclipsado por los dos discursos que nos muestra Mankiewicz para manipular a las masas:
· El de James Mason (Bruto): usando el lenguaje sabiamente para trasmitir su mensaje, un mensaje honesto, sincero y de preocupación por el estado del país. A pesar de utilizar trucos para llevar a los oyentes por el cauce que se desea, el motivo para esto es legítimo. Y se consigue el propósito momentáneamente: convencerlos de que él lleva razón. Un buen manipulador (y un gran actor Mason).
· El de Marlon Brando (Marco Antonio): estando el otro discurso reciente, ahora se utiliza un lenguaje adulador que parezca que está dándole la razón al anterior mientras que va soltando pequeñas pullas que vayan preparando a la audiencia. Cuando ésta está lista para ser manipulada, entonces se emplean los golpes de efecto, las falsas promesas, el espectáculo, para no sólo no darle libertad para que elija por dónde quiere tirar, sino para arrastrarla por dónde el político exactamente quiera. Y lo que quiere es el poder, la guerra, y la aniquilación de los rivales. Un grandioso manipulador (y un antológico Brando).
El resultado de cuál de los dos políticos consigue su propósito es más que evidente.
Desde el principio de los tiempos, la honradez y la sinceridad nunca han vendido, justo al contrario que el morbo y los fuegos de artificio. Así pues, utilizando un falso envoltorio teatral, Mankiewicz, Shakespare o lo dos, nos disparan a bocajarro un mensaje estremecedor por lúcido y veraz que establece quién fue el que verdaderamente se preocupó por su nación, y no por la envidia o por el poder, quedando para la historia como un modelo a seguir que nadie seguirá, y quién se preocupó exclusivamente por conseguir el poder a toda costa quedando como curiosamente la clase de político que al parecer todos los del oficio pretenden ser. ¿De qué nos extrañamos?, el poder siempre ha sido más jugoso que lo insulsamente correcto.
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