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Críticas 255
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
5
13 de noviembre de 2008
23 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Empieza la película: un decorado austero (casi teatral), una chica guapa, una ducha, un asesino que irrumpe de forma abrupta. La música perturba, es muy rara. Lo explícito del crimen revela su propia paradoja: a fuerza de querer ser hiperrealista, se acaba logrando algo parecido a la abstracción. La sangre, la pierna cercenada, esa mano resbalando por la superficie de la bañera: Gordon Lewis se reafirma no sólo como poeta extraño de la violencia, sino como maestro del artificio, como instigador de una forma de representar la muerte y el sufrimiento lindante con el onirismo. Su cine es una pesadilla de celuloide barato, sonidos extraños y malos actores. Su cine fascina tanto como el grotesco gore que lo hizo legendario.

Blood Feast fue la primera piedra que asfaltó su camino al éxito. Utilizó una historia vulgar y corriente, se apretó el cinturón con el presupuesto y supo darle a la gente todo aquello que quería ver: mujeres guapas, suspense y toneladas de sangre e higadillos. Su gran visión comercial chocó con sus limitados conocimientos del medio. Lewis planifica las escenas de diálogo como si aún estuviéramos en la etapa del cine mudo, contrata a un elenco que recita sus frases de cabeza, sin convicción alguna, y anula el cerebro del espectador dando masticada una historia que podría entender un niño de cinco años (inolvidable, en este sentido, el epílogo de la película: breve explicación para subnormales).

No es una buena película ni de cachondeo, pero contiene aquello que amo del cine de Lewis, y que bien podría resumirse en una mínima panorámica: la que describe, con parsimonia, el cuerpo mutilado de una joven obsesionándose con los detalles. Su cine parece una broma, pero transmite un mal rollo que a mí me resulta hipnótico. Quizás no fuera su intención, quizás todo es fruto de sus limitaciones. Lo que es claro es que con Blood Feast triunfó, más en un sentido conceptual que cinematográfico: ¡HE INVENTADO UN GÉNERO! ¡HE INVENTADO UN GÉNERO!

Un grande.

Lo mejor: el descubrimiento de la guarida del monstruo.
Lo peor: su ortopédica concepción del ritmo (entre otras cosas).
3 de noviembre de 2008
29 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Simpático ejercicio de retroalimentación camp y puritita producción Corman, Humanoides del abismo viene a recuperar añejos sabores del género (La mujer y el monstruo) junto a éxitos más recientes (Tiburón) para ofrecernos un producto última temporada sin otra pretensión que la de entretener y divertir al respetable. Más inclinada al gore de lo que me esperaba, el film de la señorita Barbara Peters se hace querer por su asumida falta de complejos, su reparto trash (un fondón Doug McLure al mando) y lo delirante de su guión (hombres-salmón carnívoros y... ¡¡violadores de jovencitas!!). Aunque atada a los patrones clásicos del género, sorprende por su autoironía y velocidad, pero también por su insólita negrura y su tosco erotismo, que Peters filma con mente de zanguango calenturiento (no sé si por ser homosexual o porque practica un feminismo guerrillero realmente sutil).

El diseño de los monstruos, fundamental, está sorprendetemente conseguido dado su risible presupuesto: una especie de mezcla entre el Yeti, los marcianos cabezudos de Mars Attacks! y una lechuga con patas. Así y todo, los guionistas no se pueden contener y nos acaban colando una apología bienintencionada de la convivencia intercultural que no viene mucho a cuento, tontería esta que al menos se suple con un buen gusto por el plagio descarado de carácter insultantemente comercial (el final a lo Alien) y un frikismo inclasificable (el intervalo erótico con el ventrílocuo en la tienda de campaña) que uno hubiera echado en falta en mayor parte del metraje. Resumiendo: mola, aún con sus muchos defectos. Mola por su sinceridad, porque no es demasiado cutre (eso de "de tan mala es buena" no tiene mucho sentido aquí), por sus tetas y su sangre, por sus monstruos y su humor a lo Russ Meyer (rebajado de testosterona) y porque es muy Lovecraft. Un Lovecraft de derribo, pero Lovecraft al fin y al cabo.

Lo mejor: tetas y sangre, una combinación que siempre funciona.
Lo peor: el mensaje buen rollito que nos calzan.
14 de noviembre de 2008
23 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Este excelente melodrama es, ante todo, una clase magistral de puesta en escena. Sus ambientes amplios y cerrados pueden dotarle de cierta apariencia teatral, pero basta aguzar un poco la mirada para detectar el muchísimo cine que esconden sus fotogramas. Wyler es un hacha planificando, disponiendo a los actores dentro del cuadro, contando cosas mediante un sencillo movimiento de cámara o un encuadre determinado. Sirva de ejemplo el inicio del filme: en apenas cuatro planos (bellísimo el primero, sacándole beneficio narrativo a la profundidad de campo) se nos ha descrito, de forma extraordinaria y sutil, a uno de los protagonistas de la historia y se ha expuesto el motivo principal que moverá la trama.

La historia se desarrollará siempre con la elegancia que le imprime su director, pero es una historia que sobre el papel ya resulta brillante. La obra de Sinclair Lewis está llena de claroscuros, de matices, de sentimientos confusos, de dudas, y todo ello se plasma en la pantalla de forma certera, creativa y creíble, con un reparto en estado de gracia y diálogos de oro. Es una de las películas que más sensatamente habla del matrimonio y del paso del tiempo, y sólo se permite forzar la máquina en su tramo final, sacando a flote el estereotipo que vivía dentro del desgraciado personaje de Ruth Chatterton (un personaje hondo y complejo, quede claro) y apostando por un desenlace aceptable, pero que roza la complacencia.

Una concesión hollywoodiense que no enturbia su esencia: estamos ante uno de los retratos más negros sobre el miedo a envejecer que se haya rodado nunca.

Lo mejor: la clase de Wyler (y un espléndido Walter Huston).
Lo peor: cuando la mesura se rompe.
18 de agosto de 2007
23 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Adaptación libérrima de un texto de H.G. Wells, El alimento de los dioses es una de esas frikadas setenteras hechas con cuatro duros para saciar el apetito de los amantes del cine de serie B, una gamberrada con coartada ecologista que enfrenta a un heterogéno grupo de personas (caben todos los estereotipos: el héroe –jugador de fútbol americano y antecedente directo de McGyver-, el villano cegado por el poder, el amigo del héroe, la chica que pasaba por ahí y de paso se liga al héroe, la pareja de viejunos del lugar, una embarazada...) con una jauría de animalillos agigantados gracias a un brebaje especial (el alimento del título) que surge de la tierra. Por ahí pululan avispas, gusanos y gallos de tamaño sobrenatural, aunque los protagonistas de la función son las ratas, a puñados y cada cual más asquerosa.

Su encanto reside en sus artesanales efectos especiales (muy logrados para la época, especialmente esos perdigonazos a las ratas que pondrían de los nervios a los miembros de la Sociedad Protectora de Animales) y en su camuflada incorrección política: ahí está esa apología de las armas, del individualismo, o la inclusión de esa rata blanca más lista que las demás (¿por racismo?). En definitiva, una fuente de entretenimiento sanote y guasón, de desarrollo previsible e inverosímil pero con escenas y situaciones memorables y un sentido del ritmo que anula por completo la noción de aburrimiento apostando por la acción salvaje desde el minuto 1. Recomendable, aunque depende de para quién.

Lo mejor: los efectos especiales chanan.
Lo peor: el guión no se sostiene, pero tampoco importa demasiado.
3 de marzo de 2009
22 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
El personaje de Jeanne Moreau lleva un infierno ardiendo en su pecho. Los modales, las buenas costumbres, la prudencia, la castidad. Aquí el sexo reprimido deriva en incendios provocados, inundaciones, envenenamientos. Jean Genet lanzó un escupitajo (igual de rabioso que el que proyecta el chaval del film en el desenlace) a la moral de esas sociedades provincianas, pacatas e hipócritas que refleja la película.

Delicioso cuento cruel adaptado, con su personal estilo analítico, por Marguerite Duras, Mademoiselle es otra inmersión en los abismos de la psique humana, un análisis sobre la inhibición de nuestros propios deseos y como dicha inhibición puede engendrar verdaderos monstruos. Por debajo subyace una búsqueda desesperada de la felicidad, enfrentada al corsé de una corrección política castradora, sumamente oscura. Le pierde a veces un simbolismo demasiado fácil, pero el retrato de personajes es exacto y certero, puro veneno.

Tony Richarson coloca la cámara en puntos muy concretos y, sobre todo, a una distancia muy determinada, demostrando que aquello de Godard de que un "travelling es una cuestión de moral" es absolutamente cierto. La hermosa fotografía de David Watkin, plagada de claroscuros, termina de dar forma a este relato de autodescubrimiento que culmina con uno de esos desenlaces dolorosos que cuesta olvidar.

Abucheada en Cannes el día de su estreno y hoy casi olvidada, merece sin embargo una reivindicación.

Lo mejor: una fascinante y odiosa Jeanne Moreau.
Lo peor: aburre un poco.
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