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Críticas ordenadas por utilidad
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8
17 de febrero de 2016
17 de febrero de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película más normal no puede empezar. Un correccional de menores y en medio de la sala niños conflictivos peleándose entre ellos. Tan sólo eso. Dos críos con un montón de problemas sobre los hombros son separados y devueltos a sus respectivas celdas. Estamos de vuelta de todo y eso no deja una impresión remarcada en el espectador. Pero deja una base de fondo a largo plazo que irá ligada de por vida al personaje que interpretará Michael B. Jordan, el hijo bastardo de Apollo Creed: luchar, simple y llanamente. Golpear a la vida, golpear al adversario, golpear a la derrota, darle estopa al pasado, derribar el ego de uno mismo, dominar al presente y conquistar el futuro ante la diatriba de que estamos ante una situación incierta pero esperanzadora a fin de cuentas.
A pesar de un sobre esfuerzo por querer emanciparse de la saga que le precede la película que contemplamos no puede evitar ser considerada como la séptima parte de Rocky. Todo cuanto acontece en su interior es un ciclo que se abre camino intentando marcar las pautas para empezar una nueva saga pero sin dejar ni por un segundo las referencias a todo lo que ha acontecido en las seis partes anteriores. A poco que uno entorne los ojos y mire al pasado puede ver las constantes vitales de la primera parte, la que hizo girar el mundo de lo positivo y conseguir el sueño americano a base de golpes y deseos de buen héroe anónimo. Rocky, el icono, es una forma de vida en sí misma. Aunque esté retirado del cuadrilátero, aunque colgara los guantes hace tiempo y decidiera dedicar el resto de su vida a llevarla de una forma mucho más calma, ajena a los guantes y regentando su pequeño restaurante el boxeo, sea como sea, corre por sus venas. Porque cada situación acontecida en esta nueva entrega guarda una pequeña impronta y una seria relación con episodios, situaciones y vivencias de todo lo que vivió Rocky como boxeador.
Tan sólo hay que fijarse que vaya donde vaya la cámara él está ahí, ya sea como recuerdo, ya sea como objeto de veneración o como escuela de la vida. Rocky, como personaje, es una constante en sí mismo. Y Stallone, que es un tipo listo, lo sabe. Detrás de unos músculos trabajados, perfectos para un cine de acción que ya no existe pero que sigue dando coletazos. hay un cerebro activo y un alma sensible. Y no hay mejor forma de seguir en la cresta de la ola que perpetuando lo que te hizo grande pero dejando paso a los nuevos. De ahí que el discípulo se convierta en maestro, el alumno pase a ser el mentor, el boxeador pase al otro lado del ring reconvertido en instructor y consejero. “Creed. La leyenda de Rocky” es una alegoría a que el pasado nunca se va, nunca abandona, siempre vuelve y lo que creías desaparecido puede regresar aunque sea de otra forma. En uno de los momentos más acertados que tiene la película podemos ver a Adonis contemplando un cuadro sobre un combate entre Balboa y Creed. La cámara tiene a bien mostrar el plano desde una perspectiva mucho más clara y concreta: la posición de los dos actores. Sylvester Stallone y Michael B. Jordan se colocan frente a frente, en la misma posición en la que estaban Balboa y Creed. Una muestra sutil pero concisa sobre cómo podemos cambiar, envejecer y dejarlo todo atrás pero son las nuevas juventudes los que quizás nos obliguen a volver aunque ya no estemos para los mismos trotes que antaño.
Ryan Coogler es el director de este nuevo acercamiento al universo Rocky. Y lo cierto es que ha sabido hacer dos cosas de una forma que casi todos creíamos imposible: complacer a las generaciones pasadas que aplauden y reverencian la saga como un estilo de vida y atraer a las futuras que ni sabían que existía un púgil de apellido Balboa ni mucho menos que esta película tenía que ver con ello. Pero la cosa va más allá. Va incluso al corazón. No a las emociones, que también, sino al centro, al meollo, al origen de la ecuación de una forma respetuosa pero queriendo marcar su camino, su estilo, sus reglas. En sí eso es de lo que trata esta historia. El no estar a expensas de un legado, de un rey, de un icono. No ser una sombra sino un sucesor y desde luego su película lo consigue. Por muchos motivos y razones. Es cierto que sigue las pautas de la primera entrega pues un anónimo (Adonis Johnson) requiere el entrenamiento de alguien que sepa donde encajar tanto los golpes como en el camino que uno quiere marcarse, algo que recuerda bastante al quid que contenía la obra primigenia de 1976. Ahí Rocky necesitaba a alguien que lo guiara, que lo ayudara, que lo empujara en el mejor de los sentidos para hacerse un nombre, a conseguir un entrenamiento, lograr lo que todo boxeador requiere y necesita. Y en ese espejo es ahora donde se mira el incombustible Adonis, en la figura de Balboa, alguien que puede ayudarle para convertirse en quien quiere ser sin tener que estar pegado a un legado que quizás él no desea.
La historia bucea un poco más por la sencilla razón de que el protagonista comprende que Rocky fue amigo y pupilo de su difunto padre y sabe que si el potro italiano lo guía puede llegar a romper la barrera de no quedarse a la sombra de un apellido que pesa, que lo arrastra y no le deja avanzar. Porque si decide darse a conocer como un Creed las comparativas van a ser la losa en el cuello. Y lo mismo sucede con la propia película. El querer ser una nueva saga, un nuevo comienzo, un nuevo camino iba a llevar el estigma de la semejanza y crítica, el miedo a no superar las expectativas y ante todo el terror a fracasar en el intento. Porque el leitmotiv que siempre ha estado sentado sobre la base no es otro que luchar, seguir, levantarse a pesar de los duros golpes que uno sufra en la vida. Y puede decirse con orgullo que “Creed. La leyenda de Rocky” marca un destino que hace suyo desde que el alumno y el maestro se conocen.
- continúa en spoiler -
A pesar de un sobre esfuerzo por querer emanciparse de la saga que le precede la película que contemplamos no puede evitar ser considerada como la séptima parte de Rocky. Todo cuanto acontece en su interior es un ciclo que se abre camino intentando marcar las pautas para empezar una nueva saga pero sin dejar ni por un segundo las referencias a todo lo que ha acontecido en las seis partes anteriores. A poco que uno entorne los ojos y mire al pasado puede ver las constantes vitales de la primera parte, la que hizo girar el mundo de lo positivo y conseguir el sueño americano a base de golpes y deseos de buen héroe anónimo. Rocky, el icono, es una forma de vida en sí misma. Aunque esté retirado del cuadrilátero, aunque colgara los guantes hace tiempo y decidiera dedicar el resto de su vida a llevarla de una forma mucho más calma, ajena a los guantes y regentando su pequeño restaurante el boxeo, sea como sea, corre por sus venas. Porque cada situación acontecida en esta nueva entrega guarda una pequeña impronta y una seria relación con episodios, situaciones y vivencias de todo lo que vivió Rocky como boxeador.
Tan sólo hay que fijarse que vaya donde vaya la cámara él está ahí, ya sea como recuerdo, ya sea como objeto de veneración o como escuela de la vida. Rocky, como personaje, es una constante en sí mismo. Y Stallone, que es un tipo listo, lo sabe. Detrás de unos músculos trabajados, perfectos para un cine de acción que ya no existe pero que sigue dando coletazos. hay un cerebro activo y un alma sensible. Y no hay mejor forma de seguir en la cresta de la ola que perpetuando lo que te hizo grande pero dejando paso a los nuevos. De ahí que el discípulo se convierta en maestro, el alumno pase a ser el mentor, el boxeador pase al otro lado del ring reconvertido en instructor y consejero. “Creed. La leyenda de Rocky” es una alegoría a que el pasado nunca se va, nunca abandona, siempre vuelve y lo que creías desaparecido puede regresar aunque sea de otra forma. En uno de los momentos más acertados que tiene la película podemos ver a Adonis contemplando un cuadro sobre un combate entre Balboa y Creed. La cámara tiene a bien mostrar el plano desde una perspectiva mucho más clara y concreta: la posición de los dos actores. Sylvester Stallone y Michael B. Jordan se colocan frente a frente, en la misma posición en la que estaban Balboa y Creed. Una muestra sutil pero concisa sobre cómo podemos cambiar, envejecer y dejarlo todo atrás pero son las nuevas juventudes los que quizás nos obliguen a volver aunque ya no estemos para los mismos trotes que antaño.
Ryan Coogler es el director de este nuevo acercamiento al universo Rocky. Y lo cierto es que ha sabido hacer dos cosas de una forma que casi todos creíamos imposible: complacer a las generaciones pasadas que aplauden y reverencian la saga como un estilo de vida y atraer a las futuras que ni sabían que existía un púgil de apellido Balboa ni mucho menos que esta película tenía que ver con ello. Pero la cosa va más allá. Va incluso al corazón. No a las emociones, que también, sino al centro, al meollo, al origen de la ecuación de una forma respetuosa pero queriendo marcar su camino, su estilo, sus reglas. En sí eso es de lo que trata esta historia. El no estar a expensas de un legado, de un rey, de un icono. No ser una sombra sino un sucesor y desde luego su película lo consigue. Por muchos motivos y razones. Es cierto que sigue las pautas de la primera entrega pues un anónimo (Adonis Johnson) requiere el entrenamiento de alguien que sepa donde encajar tanto los golpes como en el camino que uno quiere marcarse, algo que recuerda bastante al quid que contenía la obra primigenia de 1976. Ahí Rocky necesitaba a alguien que lo guiara, que lo ayudara, que lo empujara en el mejor de los sentidos para hacerse un nombre, a conseguir un entrenamiento, lograr lo que todo boxeador requiere y necesita. Y en ese espejo es ahora donde se mira el incombustible Adonis, en la figura de Balboa, alguien que puede ayudarle para convertirse en quien quiere ser sin tener que estar pegado a un legado que quizás él no desea.
La historia bucea un poco más por la sencilla razón de que el protagonista comprende que Rocky fue amigo y pupilo de su difunto padre y sabe que si el potro italiano lo guía puede llegar a romper la barrera de no quedarse a la sombra de un apellido que pesa, que lo arrastra y no le deja avanzar. Porque si decide darse a conocer como un Creed las comparativas van a ser la losa en el cuello. Y lo mismo sucede con la propia película. El querer ser una nueva saga, un nuevo comienzo, un nuevo camino iba a llevar el estigma de la semejanza y crítica, el miedo a no superar las expectativas y ante todo el terror a fracasar en el intento. Porque el leitmotiv que siempre ha estado sentado sobre la base no es otro que luchar, seguir, levantarse a pesar de los duros golpes que uno sufra en la vida. Y puede decirse con orgullo que “Creed. La leyenda de Rocky” marca un destino que hace suyo desde que el alumno y el maestro se conocen.
- continúa en spoiler -
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Incluso esta secuela puede verse como una bisagra de “Rocky Balboa”, la sexta entrega de la saga y que fue una especie de canto de cisne por parte de Stallone hacia el propio personaje. La obra de Coogler lo devuelve a la vida, a sentir de nuevo la sensación de instruir, de entrenar, de prolongar una vida que había quedado aparcada. Pero incluso es como una especie de redención no circunscrita que mantiene un vínculo con la quinta entrega donde la labor como entrenador sirvió para sentirse herido emocionalmente al volcar su atención en su alumno y dejando el afecto hacia su hijo en un segundo plano.
Otro de los grandes aciertos es relegar al personaje de Rocky a un segundo plano. Su labor como boxeador no es más que un recuerdo. Su foto más icónica sirve como referente en la pared del gimnasio pero ya no es más que una leyenda del deporte de un tiempo pasado. Sus momentos de gloria se encuentran colgados en la pared de su restaurante y su intención jamás es volver a ponerse los guantes. Es un hombre mayor, viejo si se prefiere. La sorpresa o el giro de guión se centran en que Balboa padece cáncer, uno que de no ponerle remedio llevará a que muera. Es un golpe duro para el espectador porque no está acostumbrado a ver a uno de sus héroes por derecho propio caer, derrumbarse, sufrir y no poder levantarse por culpa de un golpe de la vida demasiado duro.
Los momentos donde vemos a Rocky sufrir y no poder aguantar la enfermedad dejan tocado a un pedazo de la historia del cine. Stallone es inteligente y sabe que convence con un Balboa más vulnerable y destrozado que nunca. Sin lugar a dudas son los momentos más tensos, los más emotivos y precisamente los que confieren a los entrenamientos en el hospital un sello de ternura, cercanía y a la vez tristeza por comprender que hasta los grandes héroes del cine siguen siendo de carne y hueso que padecen, que lloran y que no son eternos. Al igual que la escena del vestuario ofrece una de las escenas más emotivas, loables y con las emociones a flor de piel. Adonis no puede asumir que su entrenador, padre y amigo vaya a morir mientras que Rocky no tiene ya nada ni nadie pues sabe que él ya no es lo que fue en su época de gloria.
Por último pero no menos importante hay que hacer mención especial a la partitura de Ludwig Goransson que va un poco más allá. Nada puede igualar la perfección sublime de Bill Conti y su “Gonna fly now”, tema que representaba por sí mismo el entrenamiento y superación del espíritu luchador, uno que inundaba la escena más icónica por derecho propio de toda la saga y que está escrita en los anales del cine. Aquí el tema principal sabe sortear la comparativa y consigue hacerse hueco para ofrecer un ejercicio de estilo más conservador en cuanto a ejecución y un tanto encorsetado en cuanto a exposición. Fuera de modas de dudoso gusto y elección sin lugar a dudas las notas y los coros que acompañan a esta set piece consiguen lo imposible pero también lo esperable: mantener el tipo y alcanzar la épica necesaria.
Una que acompañará a Adonis una vez acepte portar el apellido de su padre con orgullo, con satisfacción y decidiendo formar su camino con ese legado como base. El miedo al fracaso está más que superado y es en el combate, a pesar de ser consciente que para llegar a ser lo más grande hay que seguir luchando, donde demuestra que él no es un error y que no es un fraude. Eso se extrapola a “Creed. La leyenda de Rocky”. La película consigue convencer por méritos propios siendo un puñetazo en la mesa y con las intenciones más que claras: formar parte del legado pero siguiendo su propio camino. Aquí lo que importa es seguir hasta el final, demostrarse a sí mismo que la victoria no es lo importante aunque sea la intención sino conseguir llegar a la meta, pase lo que pase. Y desde luego que lo consigue.
https://claquetadebitacora.wordpress.com/2016/02/17/critica-creed-la-leyenda-de-rocky-ryan-coogler-2015-la-regeneracion-del-clasico/
Otro de los grandes aciertos es relegar al personaje de Rocky a un segundo plano. Su labor como boxeador no es más que un recuerdo. Su foto más icónica sirve como referente en la pared del gimnasio pero ya no es más que una leyenda del deporte de un tiempo pasado. Sus momentos de gloria se encuentran colgados en la pared de su restaurante y su intención jamás es volver a ponerse los guantes. Es un hombre mayor, viejo si se prefiere. La sorpresa o el giro de guión se centran en que Balboa padece cáncer, uno que de no ponerle remedio llevará a que muera. Es un golpe duro para el espectador porque no está acostumbrado a ver a uno de sus héroes por derecho propio caer, derrumbarse, sufrir y no poder levantarse por culpa de un golpe de la vida demasiado duro.
Los momentos donde vemos a Rocky sufrir y no poder aguantar la enfermedad dejan tocado a un pedazo de la historia del cine. Stallone es inteligente y sabe que convence con un Balboa más vulnerable y destrozado que nunca. Sin lugar a dudas son los momentos más tensos, los más emotivos y precisamente los que confieren a los entrenamientos en el hospital un sello de ternura, cercanía y a la vez tristeza por comprender que hasta los grandes héroes del cine siguen siendo de carne y hueso que padecen, que lloran y que no son eternos. Al igual que la escena del vestuario ofrece una de las escenas más emotivas, loables y con las emociones a flor de piel. Adonis no puede asumir que su entrenador, padre y amigo vaya a morir mientras que Rocky no tiene ya nada ni nadie pues sabe que él ya no es lo que fue en su época de gloria.
Por último pero no menos importante hay que hacer mención especial a la partitura de Ludwig Goransson que va un poco más allá. Nada puede igualar la perfección sublime de Bill Conti y su “Gonna fly now”, tema que representaba por sí mismo el entrenamiento y superación del espíritu luchador, uno que inundaba la escena más icónica por derecho propio de toda la saga y que está escrita en los anales del cine. Aquí el tema principal sabe sortear la comparativa y consigue hacerse hueco para ofrecer un ejercicio de estilo más conservador en cuanto a ejecución y un tanto encorsetado en cuanto a exposición. Fuera de modas de dudoso gusto y elección sin lugar a dudas las notas y los coros que acompañan a esta set piece consiguen lo imposible pero también lo esperable: mantener el tipo y alcanzar la épica necesaria.
Una que acompañará a Adonis una vez acepte portar el apellido de su padre con orgullo, con satisfacción y decidiendo formar su camino con ese legado como base. El miedo al fracaso está más que superado y es en el combate, a pesar de ser consciente que para llegar a ser lo más grande hay que seguir luchando, donde demuestra que él no es un error y que no es un fraude. Eso se extrapola a “Creed. La leyenda de Rocky”. La película consigue convencer por méritos propios siendo un puñetazo en la mesa y con las intenciones más que claras: formar parte del legado pero siguiendo su propio camino. Aquí lo que importa es seguir hasta el final, demostrarse a sí mismo que la victoria no es lo importante aunque sea la intención sino conseguir llegar a la meta, pase lo que pase. Y desde luego que lo consigue.
https://claquetadebitacora.wordpress.com/2016/02/17/critica-creed-la-leyenda-de-rocky-ryan-coogler-2015-la-regeneracion-del-clasico/

8,1
126.615
10
21 de enero de 2016
21 de enero de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine podría decirse que ya nació inventado. Puede parecer una frase pretenciosa y casi digna de un meme de internet pero si vamos a la esencia de la misma uno puede llegar a comprender que a excepción de los títulos primigenios de cada género todo ya está visto o creado. Si partimos de esa base es cierto también que cada generación, cada época, cada género tiene su antes y su después, títulos que marcaron una tendencia o si acaso dejaron su huella en la definición. En esa casilla entra perfectamente “Alien, el octavo pasajero”. Ridley Scott, director esteta desde sus primeros trabajos plasmó en su segunda película una de las mejores obras de referencia del género de terror y suspense (espacial). Tanto es así que si hay un título que convirtió el espacio en un lugar donde el miedo era real y que reorganizaría las claves y parámetros de una forma que el título en cuestión es ya de por sí un sinónimo y un referente.
A medida que avanza el tiempo, ya desde finales de los 70, la variada amalgama de adjetivos se convirtió en definiciones y razones para criticar cinematográficamente a la propia película. Obra maestra absoluta, cumbre del género, en una historia realmente conseguida donde Scott, con la ayuda de H.R. Giger, creó ante todo y por encima de todo uno de los monstruos más terroríficos y asquerosos del séptimo arte, un icono de referencia: el alien (o Xenomorfo), ese ente biológico extraterrestre parasitoide que se convierte en una auténtica máquina letal, sin sentimiento ni empatía alguna ni con un entorno ni con cualquier ser vivo que lo rodee. También por concebir un mundo completamente novedoso y tétrico, casi cavernoso, inhóspito, rodeado de niebla y mucosidad como si de un lugar que respira y execra muerte. Eso lleva a que el diseño de producción acabase formando un espacio que estaba lejos de las intenciones sofisticadas de Scott pues con la ayuda del maestro Ron Cobb se logró que la fría nave Nostromo albergase en su interior un sucio y desolador mundo subterráneo cargado de grasa y desamparo. Una forma como cualquier otra de dotar a esa nave de un desolador sentido del vacío que contrasta perfectamente con la inmensidad del espacio en sí mismo.
Dejando a un lado el apartado técnico y el diseño de producción, la premisa en sí misma es sencilla a más no poder: el ser humano contra un extraterrestre en un ambiente en el cual el hombre no tiene poder de defensa y supervivencia. El espacio no es un lugar seguro y menos cuando algo desea matarte, no por miedo o supremacía sino como mecanismo de conservación para su propia especie (tan sólo hay que ver la forma cómo se reproduce el extraterrestre). Más allá de esto las intenciones son claras: sorprender y aterrorizar, a partes iguales, con la subjetividad siempre pues al alien no se le ve más allá de planos y escenas muy concretas pues el extraterrestre, en sus tres fases (o formas) son un visto y no visto, haciendo acto de presencia sólo en los momentos necesarios y puntuales para conseguir provocar auténtico miedo al espectador. Porque no hay nada más intenso y más terrorífico que no saber dónde se encuentra la amenaza y ante todo no saber nunca cuando va a atacar. Podría verse como una versión sci-fi del “Tiburón” de Spielberg, pues este no aparecía en todo su esplendor hasta bien entrada la película y jugando siempre con la sugerencia antes que con la exposición.
Scott, plasmando su estilo personal en cada uno de los fotogramas (mucho humo reconvertido en niebla espesa, luces fuera de campo que servirían para resaltar o remarcar la silueta de los protagonistas, estética casi vanguardista, etc), se toma todo el tiempo del mundo para narrar las vivencias de los protagonistas, sin necesidad de darse prisa. Todo es necesario y todo debe ser contado. Hasta casi la media hora (26 minutos para ser exactos) todo es pausado. Toda la primera parte es un paseo lento a través de las distintas estancias, de los distintos personajes, del costumbrismo del trabajo y de la rutina que la vida en sí ofrece. El director nos reta a acomodarnos a su estructura fílmica, sorprendernos con el ambiente y aclimatarnos a sus entresijos. En sí, si uno lo analiza fríamente, no pasa nada digno de mención más allá de conocer a la plantilla, a los personajes que la forman y sus vivencias. Pero sin que nos demos cuenta nos vamos metiendo en situación poco a poco hasta llegar a la parte más interesante, la que da forma y fondo a “Alien, el octavo pasajero”: ese planeta hostil y desconocido que tan sólo es el envoltorio del terror en estado puro reconvertido en el extraterrestre más badass con permiso del “Depredador” de McTiernan.
Es lícito admitir que el apartado técnico es pura delicia, un lujo que demuestra porqué el cine de los 70 es un cine que no necesita reivindicación. Generación de directores con furia, con ganas de comerse el mundo pero con la sabia necesaria para engendrar cine sin mácula y que ha quedado para la posteridad como un cine impecable, implacable e imprescindible. De ahí se desprende que en el diseño de producción no hay apenas aristas pero si nos atenemos a la parte actoral también estamos ante un puro deleite. Un auténtico plantel de actores en estado de gracia, consiguiendo que todos y cada uno de ellos sean una pieza clave de este pequeño elenco, una pieza esencial dentro de una maquinaria bien engrasada a la hora de hacer pasarela con una galería de roles bien encorsetados, para nada pesados y logrando despuntar por ofrecer mujeres como las auténticas heroínas de la función. Está claro que Sigourney Weaver conseguiría aquí uno de sus papeles más recordados en su currículum y haciéndose un hueco en la memoria colectiva y cultural de finales de la década y el género. Su Ripley fue, es y será una de las mejores action hero de la historia. Lógicamente aquí lo que teníamos es el embrión de lo que lograríamos descubrir de ella en la siguiente entrega.
- continúa en spoiler -
A medida que avanza el tiempo, ya desde finales de los 70, la variada amalgama de adjetivos se convirtió en definiciones y razones para criticar cinematográficamente a la propia película. Obra maestra absoluta, cumbre del género, en una historia realmente conseguida donde Scott, con la ayuda de H.R. Giger, creó ante todo y por encima de todo uno de los monstruos más terroríficos y asquerosos del séptimo arte, un icono de referencia: el alien (o Xenomorfo), ese ente biológico extraterrestre parasitoide que se convierte en una auténtica máquina letal, sin sentimiento ni empatía alguna ni con un entorno ni con cualquier ser vivo que lo rodee. También por concebir un mundo completamente novedoso y tétrico, casi cavernoso, inhóspito, rodeado de niebla y mucosidad como si de un lugar que respira y execra muerte. Eso lleva a que el diseño de producción acabase formando un espacio que estaba lejos de las intenciones sofisticadas de Scott pues con la ayuda del maestro Ron Cobb se logró que la fría nave Nostromo albergase en su interior un sucio y desolador mundo subterráneo cargado de grasa y desamparo. Una forma como cualquier otra de dotar a esa nave de un desolador sentido del vacío que contrasta perfectamente con la inmensidad del espacio en sí mismo.
Dejando a un lado el apartado técnico y el diseño de producción, la premisa en sí misma es sencilla a más no poder: el ser humano contra un extraterrestre en un ambiente en el cual el hombre no tiene poder de defensa y supervivencia. El espacio no es un lugar seguro y menos cuando algo desea matarte, no por miedo o supremacía sino como mecanismo de conservación para su propia especie (tan sólo hay que ver la forma cómo se reproduce el extraterrestre). Más allá de esto las intenciones son claras: sorprender y aterrorizar, a partes iguales, con la subjetividad siempre pues al alien no se le ve más allá de planos y escenas muy concretas pues el extraterrestre, en sus tres fases (o formas) son un visto y no visto, haciendo acto de presencia sólo en los momentos necesarios y puntuales para conseguir provocar auténtico miedo al espectador. Porque no hay nada más intenso y más terrorífico que no saber dónde se encuentra la amenaza y ante todo no saber nunca cuando va a atacar. Podría verse como una versión sci-fi del “Tiburón” de Spielberg, pues este no aparecía en todo su esplendor hasta bien entrada la película y jugando siempre con la sugerencia antes que con la exposición.
Scott, plasmando su estilo personal en cada uno de los fotogramas (mucho humo reconvertido en niebla espesa, luces fuera de campo que servirían para resaltar o remarcar la silueta de los protagonistas, estética casi vanguardista, etc), se toma todo el tiempo del mundo para narrar las vivencias de los protagonistas, sin necesidad de darse prisa. Todo es necesario y todo debe ser contado. Hasta casi la media hora (26 minutos para ser exactos) todo es pausado. Toda la primera parte es un paseo lento a través de las distintas estancias, de los distintos personajes, del costumbrismo del trabajo y de la rutina que la vida en sí ofrece. El director nos reta a acomodarnos a su estructura fílmica, sorprendernos con el ambiente y aclimatarnos a sus entresijos. En sí, si uno lo analiza fríamente, no pasa nada digno de mención más allá de conocer a la plantilla, a los personajes que la forman y sus vivencias. Pero sin que nos demos cuenta nos vamos metiendo en situación poco a poco hasta llegar a la parte más interesante, la que da forma y fondo a “Alien, el octavo pasajero”: ese planeta hostil y desconocido que tan sólo es el envoltorio del terror en estado puro reconvertido en el extraterrestre más badass con permiso del “Depredador” de McTiernan.
Es lícito admitir que el apartado técnico es pura delicia, un lujo que demuestra porqué el cine de los 70 es un cine que no necesita reivindicación. Generación de directores con furia, con ganas de comerse el mundo pero con la sabia necesaria para engendrar cine sin mácula y que ha quedado para la posteridad como un cine impecable, implacable e imprescindible. De ahí se desprende que en el diseño de producción no hay apenas aristas pero si nos atenemos a la parte actoral también estamos ante un puro deleite. Un auténtico plantel de actores en estado de gracia, consiguiendo que todos y cada uno de ellos sean una pieza clave de este pequeño elenco, una pieza esencial dentro de una maquinaria bien engrasada a la hora de hacer pasarela con una galería de roles bien encorsetados, para nada pesados y logrando despuntar por ofrecer mujeres como las auténticas heroínas de la función. Está claro que Sigourney Weaver conseguiría aquí uno de sus papeles más recordados en su currículum y haciéndose un hueco en la memoria colectiva y cultural de finales de la década y el género. Su Ripley fue, es y será una de las mejores action hero de la historia. Lógicamente aquí lo que teníamos es el embrión de lo que lograríamos descubrir de ella en la siguiente entrega.
- continúa en spoiler -
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
“Alien, el octavo pasajero” es un ejercicio de estilo pionero en su especie. No por el género en sí pues películas de marcianos llevaban en pié de guerra desde que el mundo es mundo. Hollywood siempre jugó con sus ideas dentro de la serie B, donde los efectos cartón piedra, las actuaciones enquistadas y marcianos de distinto pelaje (a cada cual más esperpéntico) hacían de las suyas con películas bastante nefastas pero que dentro de lo malo tenían su encanto y ese aroma a naftalina de los tiempos inocentes donde el humano acababa con lo que tuviese por delante sin antes haber sufrido en cierta medida bajo un cúmulo de espavientos y pantomimas varias para así demostrar un peligro de textura blanda. Aquí no sucede eso, para nada, todo lo contrario. Aquí se trata de construir un producto el cual encierra una cinematografía casi de análisis. Un cine maduro, serio, complejo y sencillo al mismo tiempo que supo jugar con subjetividades varias, con cierto trasfondo donde el hombre contra la bestia alcanzaba cotas muy pocas veces vistas hasta la fecha. De ahí se desprende que no sea una película blanda y mucho menos simple. Los claroscuros son más que patentes, la amenaza es real, la sensación de peligro está en todos y cada uno de los planos convirtiendo la nave en un laberinto cargado de muerte, aunado de un terror físico y psicológico jamás visto anteriormente.
Porque no sólo se trata de qué nos narra el director sino cómo lo hace y durante el camino vamos encontrando pequeñas píldoras de un cine over the top que conjuga arte y pesadilla en un mismo concepto. La colección de momentos realmente conseguidos y escenas que han quedado para la historia es inabarcable pero ya que estamos pasemos a narrar unos cuantos. El planeta inexplorado, lugar virgen donde el hombre jamás ha pisado (e invadido), el facehunger saliendo disparado hacia la cara de John Hurt y su posterior búsqueda por el interior de la nave, John Hurt y el momento más impactante de toda la historia: el revienta pecho. Es una escena que merece un punto y aparte, simplemente por su originalidad y su extrema visceralidad. Seguimos con la primera aparición del alien ya formado, Dallas por los conductos de ventilación, la “transformación” de Ash o el clímax donde Ridley, cámara al hombro, dota a la película de un brío y una energía realmente plausible consiguiendo que el suspense, la acción y el terror (a partes iguales) sean de primera calidad.
El mundo no estaba preparado para un impacto así. El cine de ciencia ficción estaba hecho para funcionar como viaje a lo desconocido y el miedo seguía siendo algo con lo que se podía lidiar pues era un miedo de recursos gastados. No había mucho más. Pero el alien de Scott era el antes y el después, el cambio de rumbo, el deseo de ir un paso más allá y convertir un género desfasado en algo completamente novedoso pues aunaba el terror primigenio con una ciencia ficción mucho más adulta y menos infantil. No había nada como “Alien, el octavo pasajero”. Y si lo había habido nunca alcanzó cotas tan perfectas. Con un diseño de producción realmente conseguido (las escenas del espacio o la sensación de opresión en los pasillos son creíbles, dan rigor de que ahí hay un buen equipo), Jerry Goldsmith realiza una partitura exquisita con temas conseguidos y aderezando aún más si cabe el miedo en estado puro la película alcanzó el término “de culto” de forma merecida convirtiéndose en piedra de toque y casi monolito del séptimo arte. Una pieza clave a fin de cuentas y que se convirtió, por derecho propio, en una de las mejores películas de Scott y uno de los títulos más imprescindibles en el género, sea el que sea. En el espacio nadie puede oír tus gritos, rezaba el tagline, pero en la tierra todo el mundo pudo oír los aplausos y el reconocimiento que bien ganado estuvo (y está).
https://claquetadebitacora.wordpress.com/2016/01/22/critica-alien-el-octavo-pasajero-ridley-scott-1979-el-xenomorfo-reconvertido-en-obra-de-arte-maestra/
Porque no sólo se trata de qué nos narra el director sino cómo lo hace y durante el camino vamos encontrando pequeñas píldoras de un cine over the top que conjuga arte y pesadilla en un mismo concepto. La colección de momentos realmente conseguidos y escenas que han quedado para la historia es inabarcable pero ya que estamos pasemos a narrar unos cuantos. El planeta inexplorado, lugar virgen donde el hombre jamás ha pisado (e invadido), el facehunger saliendo disparado hacia la cara de John Hurt y su posterior búsqueda por el interior de la nave, John Hurt y el momento más impactante de toda la historia: el revienta pecho. Es una escena que merece un punto y aparte, simplemente por su originalidad y su extrema visceralidad. Seguimos con la primera aparición del alien ya formado, Dallas por los conductos de ventilación, la “transformación” de Ash o el clímax donde Ridley, cámara al hombro, dota a la película de un brío y una energía realmente plausible consiguiendo que el suspense, la acción y el terror (a partes iguales) sean de primera calidad.
El mundo no estaba preparado para un impacto así. El cine de ciencia ficción estaba hecho para funcionar como viaje a lo desconocido y el miedo seguía siendo algo con lo que se podía lidiar pues era un miedo de recursos gastados. No había mucho más. Pero el alien de Scott era el antes y el después, el cambio de rumbo, el deseo de ir un paso más allá y convertir un género desfasado en algo completamente novedoso pues aunaba el terror primigenio con una ciencia ficción mucho más adulta y menos infantil. No había nada como “Alien, el octavo pasajero”. Y si lo había habido nunca alcanzó cotas tan perfectas. Con un diseño de producción realmente conseguido (las escenas del espacio o la sensación de opresión en los pasillos son creíbles, dan rigor de que ahí hay un buen equipo), Jerry Goldsmith realiza una partitura exquisita con temas conseguidos y aderezando aún más si cabe el miedo en estado puro la película alcanzó el término “de culto” de forma merecida convirtiéndose en piedra de toque y casi monolito del séptimo arte. Una pieza clave a fin de cuentas y que se convirtió, por derecho propio, en una de las mejores películas de Scott y uno de los títulos más imprescindibles en el género, sea el que sea. En el espacio nadie puede oír tus gritos, rezaba el tagline, pero en la tierra todo el mundo pudo oír los aplausos y el reconocimiento que bien ganado estuvo (y está).
https://claquetadebitacora.wordpress.com/2016/01/22/critica-alien-el-octavo-pasajero-ridley-scott-1979-el-xenomorfo-reconvertido-en-obra-de-arte-maestra/

5,0
7.582
5
7 de enero de 2016
7 de enero de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La infancia, símbolo de la inocencia, ha sido siempre en sí misma un lugar del cual uno se marcha para, tristemente, no volver jamás. James Matthew Barrie lo sabía, vaya si lo sabía, y por ello escribió “Peter Pan”, allá en 1904. La esencia de un episodio vital y fundamental de todo ser humano siempre ha sido objeto de análisis, de críticas, de libros, cuentos y de fantasías en sí mismo. Porque no hay nada como la infancia de uno. Tan sólo hay que dejar volar la imaginación para rememorar con una nostalgia que no tiene precio que todo lo que disfrutamos, inventamos y vivimos en los mejores momentos de nuestras vidas fue allí. De ahí que “Peter Pan”, como obra de teatro primigenia, resulte ser el monolito o simbología de lo que una vez fue ser niño y no desear otra cosa que seguir siéndolo (no es por extraño que muchos adultos siguen comportándose como tales).
Tal es el cariño que el mundo entero tiene y procesa sobre esta obra que ha visto la luz a través de los años en infinidad de obras y películas. Siendo, claro está, la versión animada de Walt Disney de 1953 la más representativa de todas por los años venideros. Sin ir más lejos, el propio Spielberg, en 1991, también haría su propia versión, esta vez en forma de secuela con “Hook” donde jugaba con la teoría de que Peter Pan crecía, se hacía adulto y formaba su propia familia olvidando paulatinamente quien fue una vez. Lógicamente, fue un título masacrado por cierto sector de la crítica pero exponía perfectamente los síntomas de lo que era ser mayor, dejando a un lado la diversión e inocencia de los propios niños y quien sino el propio Steven el que acabaría acercándose a un personaje con el cual su cine tiene cierto parentesco, sobre todo con el tema de la familia, la infancia y la fantasía. Incluso en 2003 salió “Peter Pan: la gran aventura”, un título que intentaba captar y plasmar la esencia original siendo, desde luego, un producto realmente interesante y visualmente todo un lujo, donde la elegancia y la aventura estaban puestas al día.
Tristemente Hollywood nunca está quieta y cuando no tiene ideas nuevas prefiere recurrir a secuelas, precuelas, remakes y demás síntomas de que el tema de querer innovar con los géneros y guiones no es por lo que más apuesta. Así que aquí nos encontramos con el típico caso de descubrir los orígenes del personaje. Ver de dónde proceden todos y cada uno de los habitantes de la obra legendaria y conocer las razones de cómo se convirtieron en lo que son o conocemos. Algo así, el exponer los orígenes del personaje ya lo hizo Régis Loisel a través del cómic (otro universo aparte) con “Peter Pan”, desde un punto de vista y un tono mucho más sórdido, cruel, dramático, triste y desgarrador en más de una ocasión consiguiendo no hacer sombra a la obra original y dándole un toque completamente distinto a la par que agradecido. Sin ir más lejos, después de haber leído esa obra, uno no se quedará igual, puede decirse que no dejará indiferente a nadie que se atreve acercarse a él.
Para este viaje al punto de partida se ha contado con Joe Wright, un director experimentado a la hora de trasladar obras literarias a la gran pantalla, quien da su propia paleta de colores al mundo fantástico de Nunca Jamás pero desde los orígenes. Aquí se nos presenta a Peter, un niño huérfano quien vive, junto con otros niños, en un orfanato regentado por crueles monjas quienes imparten terribles cuidados y castigos. Estamos en plena 2ª Guerra Mundial y como si de un cuento de Dickens se tratase Peter y los niños son sometidos a maltratos, hambre, falta de cariño y empatía en un escenario desgarrador. Lógicamente no hay exceso en el apartado dramático pues estamos ante una película para niños pero uno puede ver que la vida del protagonista no es un campo de rosas. Pero la fantasía llega a los pocos minutos y todos los críos, incluido el propio Peter, son secuestrados por un barco pirata volador y llevados al mítico País de Nunca Jamás.
Es lógico admitir que en este aspecto el que sea secuestrado de Londres para llevarlo a un lugar completamente desconocido es una liberación en sí mismo pero desde un punto de vista realista el drama sigue pues los niños pasan de un orfanato a un campo de trabajos forzados (literalmente) donde tanto Peter como un inabarcable grupo de infantes son obligados a trabajar en las minas en busca de un elixir mágico procedente de las hadas. Todo está orquestado por el enemigo real de la historia, Barbanegra, quien es interpretado por el siempre eficaz Hugh Jackman y el único que da la talla como actor. Aquí, hasta ahora, bajo temas de Nirvana o The Ramones, se trata de intentar encontrar ese elemento fantástico pues éste contiene el secreto de la eterna juventud, algo que siempre ha sido pilar de muchos cuentos y aventuras: el adulto que quiere seguir manteniendo la vida longeva, escapando de la muerte y evitándola a toda costa. Durante todo este apartado, que apenas dura unos 15 minutos en total desde que aparecen los créditos hasta que nos adentramos en el meollo de la cuestión, todo acontece de forma fantástica, captando la atención en todo momento y sabiendo exponer la fantasía que dan los efectos especiales bien enfocados y ejecutados y la dosis necesaria de aventuras ante un mundo desconocido.
- continúa en spoiler -
Tal es el cariño que el mundo entero tiene y procesa sobre esta obra que ha visto la luz a través de los años en infinidad de obras y películas. Siendo, claro está, la versión animada de Walt Disney de 1953 la más representativa de todas por los años venideros. Sin ir más lejos, el propio Spielberg, en 1991, también haría su propia versión, esta vez en forma de secuela con “Hook” donde jugaba con la teoría de que Peter Pan crecía, se hacía adulto y formaba su propia familia olvidando paulatinamente quien fue una vez. Lógicamente, fue un título masacrado por cierto sector de la crítica pero exponía perfectamente los síntomas de lo que era ser mayor, dejando a un lado la diversión e inocencia de los propios niños y quien sino el propio Steven el que acabaría acercándose a un personaje con el cual su cine tiene cierto parentesco, sobre todo con el tema de la familia, la infancia y la fantasía. Incluso en 2003 salió “Peter Pan: la gran aventura”, un título que intentaba captar y plasmar la esencia original siendo, desde luego, un producto realmente interesante y visualmente todo un lujo, donde la elegancia y la aventura estaban puestas al día.
Tristemente Hollywood nunca está quieta y cuando no tiene ideas nuevas prefiere recurrir a secuelas, precuelas, remakes y demás síntomas de que el tema de querer innovar con los géneros y guiones no es por lo que más apuesta. Así que aquí nos encontramos con el típico caso de descubrir los orígenes del personaje. Ver de dónde proceden todos y cada uno de los habitantes de la obra legendaria y conocer las razones de cómo se convirtieron en lo que son o conocemos. Algo así, el exponer los orígenes del personaje ya lo hizo Régis Loisel a través del cómic (otro universo aparte) con “Peter Pan”, desde un punto de vista y un tono mucho más sórdido, cruel, dramático, triste y desgarrador en más de una ocasión consiguiendo no hacer sombra a la obra original y dándole un toque completamente distinto a la par que agradecido. Sin ir más lejos, después de haber leído esa obra, uno no se quedará igual, puede decirse que no dejará indiferente a nadie que se atreve acercarse a él.
Para este viaje al punto de partida se ha contado con Joe Wright, un director experimentado a la hora de trasladar obras literarias a la gran pantalla, quien da su propia paleta de colores al mundo fantástico de Nunca Jamás pero desde los orígenes. Aquí se nos presenta a Peter, un niño huérfano quien vive, junto con otros niños, en un orfanato regentado por crueles monjas quienes imparten terribles cuidados y castigos. Estamos en plena 2ª Guerra Mundial y como si de un cuento de Dickens se tratase Peter y los niños son sometidos a maltratos, hambre, falta de cariño y empatía en un escenario desgarrador. Lógicamente no hay exceso en el apartado dramático pues estamos ante una película para niños pero uno puede ver que la vida del protagonista no es un campo de rosas. Pero la fantasía llega a los pocos minutos y todos los críos, incluido el propio Peter, son secuestrados por un barco pirata volador y llevados al mítico País de Nunca Jamás.
Es lógico admitir que en este aspecto el que sea secuestrado de Londres para llevarlo a un lugar completamente desconocido es una liberación en sí mismo pero desde un punto de vista realista el drama sigue pues los niños pasan de un orfanato a un campo de trabajos forzados (literalmente) donde tanto Peter como un inabarcable grupo de infantes son obligados a trabajar en las minas en busca de un elixir mágico procedente de las hadas. Todo está orquestado por el enemigo real de la historia, Barbanegra, quien es interpretado por el siempre eficaz Hugh Jackman y el único que da la talla como actor. Aquí, hasta ahora, bajo temas de Nirvana o The Ramones, se trata de intentar encontrar ese elemento fantástico pues éste contiene el secreto de la eterna juventud, algo que siempre ha sido pilar de muchos cuentos y aventuras: el adulto que quiere seguir manteniendo la vida longeva, escapando de la muerte y evitándola a toda costa. Durante todo este apartado, que apenas dura unos 15 minutos en total desde que aparecen los créditos hasta que nos adentramos en el meollo de la cuestión, todo acontece de forma fantástica, captando la atención en todo momento y sabiendo exponer la fantasía que dan los efectos especiales bien enfocados y ejecutados y la dosis necesaria de aventuras ante un mundo desconocido.
- continúa en spoiler -
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
A partir de que nuestro protagonista, aliándose con un secundario que representa ser el capitán Garfio antes de ser conocido como tal y su amigo leal Smee, se adentren en el bosque de los indios todo se torna en un explosivo fuego de artificio vacuo y un artefacto un tanto defectuoso. No por la propuesta en sí sino por la ejecución de la misma. Sería injusto admitir que tiene ideas realmente ingeniosas como la forma en cómo mueren los nativos, en medio de una fuerte explosión de polvos de colores, o la aparición de ciertos elementos icónicos dentro de la propia obra como el cocodrilo gigante pero todo lo acontecido con los pájaros resulta entre chirriante y fuera de lugar por mucha fantasía que contengan esas escenas.
Pero “Pan (Viaje a Nunca Jamás)”, después de dejarnos con la miel en los labios durante sus primeros minutos, se pierde y acaba convirtiéndose en un rutinario, poco agradecido y ante todo bastante aburrido proyecto que no llega a buen puerto. Eso conlleva a que todo está pensado más en el futuro de lo que podría ser que en el presente, en funcionar por sí misma, en ofrecer un espectáculo conclusivo sin necesidad de otear el horizonte con probabilidades futuras de émulo con forma de trilogía (o saga). De ahí se desprende que en sí nunca llegaremos a comprender la razón de la enemistad de Garfio con Pan, cómo se hicieron amigos Campanilla y Pan o cómo acaba convirtiéndose el mismo cocodrilo en la sombra y enemigo del propio capitán.
Todo está en el aire, en una entrega que visto el resultado en taquilla jamás llegaremos a descubrir qué más pudo suceder. De ahí se desprende que es una película coja, sin todo el material que podría haberla convertido en única o incluso en gratificante como cuento en sí mismo. Porque a pesar de ser un espectáculo visual de primera orden como bien exponen unos efectos especiales muy trabajados, demostrando que Wright es un director que mima sus filmes, que se esmera en ofrecer un sello distintivo alejado del clásico “más de lo mismo” no da lo que promete. Ver el contraste de la pobreza, suciedad, soledad y abandono de ese Londres enzarzado en una guerra mundial contra una amalgama de colores vivos, explosivos, llamativos que suceden en los distintos parajes de Nunca Jamás hace que como experiencia sensorial resulta vencedora y acertada. Pero es en la trama donde va a trancas y barrancas, no ahondando en lo que realmente importa y convirtiendo la esencia de la obra, la infancia como piedra de toque, en un mero vuela pluma que no da ni para debate sesudo ni para análisis profundo de un tema en el cual Barrie fue todo un entendido en la materia.
Aquí se prefiere centrar el objetivo en las aventuras por las aventuras, por la sencilla idea de ir pasando de escena en escena, saltando de aquí para allá y sin rascar mucho más. Incluso la presentación de la vejez por parte de Barbanegra y el intento de mantenerse joven en todo momento queda desdibujado ante su lucha patética entre Tigrilla y Pan reconvirtiéndolo todo en un final pomposo a la par que flojo. No hay diálogos entre ambos para poder llegar a comprender el porqué de esa animadversión a pesar de que se explique en cierta medida la razón pero todo está tan enfocado en la forma que ésta no deja que el fondo llegue a la superficie, queda completamente hundido por kilos y kilos de pantomima, en muchos momentos, innecesaria. Porque el modo en el que es presentado el mundo de las hadas (y más aún la aparición de Campanilla) es un lujo para la vista, casi con Meliès como representante de que el cine es el vehículo de lucimiento para las propias películas, pero todo deja un regusto a rimbombante astracanada que no lleva a ninguna parte. Una verdadera lástima por parte del director convirtiendo una oportunidad de oro en una pérdida de la misma.
https://claquetadebitacora.wordpress.com/2016/01/08/critica-pan-viaje-a-nunca-jamas-joe-wright-2015-la-version-mas-extrema-y-rimbonbante-hasta-la-fecha/
Pero “Pan (Viaje a Nunca Jamás)”, después de dejarnos con la miel en los labios durante sus primeros minutos, se pierde y acaba convirtiéndose en un rutinario, poco agradecido y ante todo bastante aburrido proyecto que no llega a buen puerto. Eso conlleva a que todo está pensado más en el futuro de lo que podría ser que en el presente, en funcionar por sí misma, en ofrecer un espectáculo conclusivo sin necesidad de otear el horizonte con probabilidades futuras de émulo con forma de trilogía (o saga). De ahí se desprende que en sí nunca llegaremos a comprender la razón de la enemistad de Garfio con Pan, cómo se hicieron amigos Campanilla y Pan o cómo acaba convirtiéndose el mismo cocodrilo en la sombra y enemigo del propio capitán.
Todo está en el aire, en una entrega que visto el resultado en taquilla jamás llegaremos a descubrir qué más pudo suceder. De ahí se desprende que es una película coja, sin todo el material que podría haberla convertido en única o incluso en gratificante como cuento en sí mismo. Porque a pesar de ser un espectáculo visual de primera orden como bien exponen unos efectos especiales muy trabajados, demostrando que Wright es un director que mima sus filmes, que se esmera en ofrecer un sello distintivo alejado del clásico “más de lo mismo” no da lo que promete. Ver el contraste de la pobreza, suciedad, soledad y abandono de ese Londres enzarzado en una guerra mundial contra una amalgama de colores vivos, explosivos, llamativos que suceden en los distintos parajes de Nunca Jamás hace que como experiencia sensorial resulta vencedora y acertada. Pero es en la trama donde va a trancas y barrancas, no ahondando en lo que realmente importa y convirtiendo la esencia de la obra, la infancia como piedra de toque, en un mero vuela pluma que no da ni para debate sesudo ni para análisis profundo de un tema en el cual Barrie fue todo un entendido en la materia.
Aquí se prefiere centrar el objetivo en las aventuras por las aventuras, por la sencilla idea de ir pasando de escena en escena, saltando de aquí para allá y sin rascar mucho más. Incluso la presentación de la vejez por parte de Barbanegra y el intento de mantenerse joven en todo momento queda desdibujado ante su lucha patética entre Tigrilla y Pan reconvirtiéndolo todo en un final pomposo a la par que flojo. No hay diálogos entre ambos para poder llegar a comprender el porqué de esa animadversión a pesar de que se explique en cierta medida la razón pero todo está tan enfocado en la forma que ésta no deja que el fondo llegue a la superficie, queda completamente hundido por kilos y kilos de pantomima, en muchos momentos, innecesaria. Porque el modo en el que es presentado el mundo de las hadas (y más aún la aparición de Campanilla) es un lujo para la vista, casi con Meliès como representante de que el cine es el vehículo de lucimiento para las propias películas, pero todo deja un regusto a rimbombante astracanada que no lleva a ninguna parte. Una verdadera lástima por parte del director convirtiendo una oportunidad de oro en una pérdida de la misma.
https://claquetadebitacora.wordpress.com/2016/01/08/critica-pan-viaje-a-nunca-jamas-joe-wright-2015-la-version-mas-extrema-y-rimbonbante-hasta-la-fecha/

6,2
17.331
4
6 de enero de 2016
6 de enero de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
¡Ya no se hacen películas de aventuras como las de antes! No es una frase nueva pero sí muy recurrente cuando uno se encuentra con casos donde la sensación es de que hay más medios a la hora de invertir en un diseño de producción efectivo pero por otra parte no se consigue llegar a alcanzar ese aspecto tan básico como es el disfrutar, a secas. “En el corazón del mar” está basada en la obra del mismo título escrita por Nathaniel Philbrick y allí se narraba las vivencias de un grupo de marinos en el barco ballenero Essex y lo que aconteció, a modo de cuaderno de supervivencia, donde los marineros, aparte de enfrentarse a una ballena blanca con ansias de aniquilar a todo marino que se encontrase, tuvieron que sufrir las penalidades de naufragar, sufrir hambre, sed, padecer canibalismo para mantenerse con vida y luchar por sobrevivir hasta lo indecible. Lógicamente, Herman Melville haría suya esta historia para reconvertirla en una epopeya más drástica, aventurera, fantástica y esencial donde el hombre se enfrentaba a la bestia, a la propia naturaleza en sí, para dar vida a una obra atemporal titulada “Moby Dick”. Como suele suceder en muchos casos la obra literaria del propio Melville es la que quedaría para siempre en la memoria colectiva. Incluso tendría su propia versión cinematográfica allá en 1956 de la mano del mismísimo John Huston.
Ron Howard, niño mimado de Hollywood durante mucho tiempo (la década de los 80 y 90 pueden dar razón de ello) ha sido el encargado de darle forma a la obra de Philbrick y narrar, de la forma más académica posible e intentando ser lo más minucioso posible, toda esa odisea e intentar dejar a un lado el tono de aventuras ligeras y centrarse más en los miedos, temores, dudas, valentías y acciones del ser humano frente a la adversidad. Si bien es cierto que la ballena blanca aparece y desaparece en un tono tenebroso como si de un monstruo se tratase, como si fuese la representación vengadora de la propia naturaleza ante la voraz y empedernida vena consumista del ser humano, “En el corazón del mar” está más enfocada en la parte menos llamativa y prefiere colocar el objetivo en la parte más humana, menos fantástica. Sin ir más lejos todos los episodios que representan la aparición y ataque del animal podrían incluso considerarse casi una imposición más que una razón en sí de la propia película.
No olvidemos que Howard siempre ha rodado con el ojo puesto en la estatuilla dorada y si esa no ha sido su intención no lo ha sabido disimular bien. Uno mira su filmografía y la gran mayoría de sus títulos están puestos al servicio de actuaciones solemnes, situaciones rodadas con un tono serio, una puesta en escena sin alardes técnicos que puedan confundir las intenciones y mucho menos alejarse de presentarse como algo del gusto del nominadores de categorías en la lista de premios. Y eso, por desgracia, le pasa una factura considerable. Una película se tiene que defender sola, jamás debería considerarse hija, discípula, heredera o deudora de casos anteriores. Pero es imposible, por mucho que uno lo intente, no rememorar un caso concreto: “Master and commander” de Peter Weir, del 2003. Precisamente la gran ninguneada en los premios de la Academia de aquellos años pero un excelente ejemplo de cómo conjugar solemnidad con aventura siendo todo un referente al respecto.
Lo que aquí se expone está todo narrado con una seriedad tan fuerte que por desgracia queda en una especie de diario episódico desprovisto de ritmo. Eso es algo que la película no puede esconder o dejar de lado. Las aventuras o las desgracias acontecidas no cambian en ningún momento el tono. Es todo muy monocorde, sin altibajos a pesar de sufrir un caudal de penurias. Aburrida que dirían muchos. A esto hay que añadirle otro elemento importante: la poca (o nula) carisma con la que cuentan los actores. Chris Hemsworth ya había trabajado con Ron Howard en “Rush” (2013). Pero a pesar de ser un actor con cierta fama en la gran meca de Hollywood esta se debe, ni más ni menos, que a su único rol reconocible: Thor. Fuera de ese nombre su currículum está cargado de varios títulos que no han cosechado gran éxito en taquilla. Su presencia es interesante pero no logra llevar a buen puerto (nunca mejor dicho) su personaje, el protagonista de la función, demostrando que a veces las dotes interpretativas son difíciles de controlar para según qué roles. Y con su Owen Chase, aunque pudiera estar a la altura de las circunstancias acontecidas en la película, no demuestra ser un actor bien elegido.
Tan sólo hay que contemplar que todo está narrado de forma mecánica, sin apenas alarde interpretativo y da igual si es enfrentándose al cetáceo o a un naufragio que todo está expuesto con el mismo tono, algo que desde luego le pasa una factura insalvable. Tampoco el resto del elenco soluciona la papeleta. De ahí que cualquier personaje y actor es prescindible y por extraño que parezca tan sólo un actor de la talla de Brendan Gleeson, como uno de los supervivientes de la odisea y narrador de la historia, es quien da las mejores escenas y las mejores interpretaciones ¡sentado en una silla y casi mirando a cámara!. Dos horas (largas) de metraje muy irregular y ante todo despojado de la aventura que tanto prodigaba la maquinaria de publicidad. Porque el drama que contiene no llega, no causa el más mínimo sobresalto emocional. Es imposible empatizar con situaciones tan duras como el listado de penurias sufridas cuando los actores (y el director) nunca logran transmitir su propósito. No por lo que narran sino por cómo lo narran. Lo que suele decirse la forma supera al fondo.
- continúa en spoiler -
Ron Howard, niño mimado de Hollywood durante mucho tiempo (la década de los 80 y 90 pueden dar razón de ello) ha sido el encargado de darle forma a la obra de Philbrick y narrar, de la forma más académica posible e intentando ser lo más minucioso posible, toda esa odisea e intentar dejar a un lado el tono de aventuras ligeras y centrarse más en los miedos, temores, dudas, valentías y acciones del ser humano frente a la adversidad. Si bien es cierto que la ballena blanca aparece y desaparece en un tono tenebroso como si de un monstruo se tratase, como si fuese la representación vengadora de la propia naturaleza ante la voraz y empedernida vena consumista del ser humano, “En el corazón del mar” está más enfocada en la parte menos llamativa y prefiere colocar el objetivo en la parte más humana, menos fantástica. Sin ir más lejos todos los episodios que representan la aparición y ataque del animal podrían incluso considerarse casi una imposición más que una razón en sí de la propia película.
No olvidemos que Howard siempre ha rodado con el ojo puesto en la estatuilla dorada y si esa no ha sido su intención no lo ha sabido disimular bien. Uno mira su filmografía y la gran mayoría de sus títulos están puestos al servicio de actuaciones solemnes, situaciones rodadas con un tono serio, una puesta en escena sin alardes técnicos que puedan confundir las intenciones y mucho menos alejarse de presentarse como algo del gusto del nominadores de categorías en la lista de premios. Y eso, por desgracia, le pasa una factura considerable. Una película se tiene que defender sola, jamás debería considerarse hija, discípula, heredera o deudora de casos anteriores. Pero es imposible, por mucho que uno lo intente, no rememorar un caso concreto: “Master and commander” de Peter Weir, del 2003. Precisamente la gran ninguneada en los premios de la Academia de aquellos años pero un excelente ejemplo de cómo conjugar solemnidad con aventura siendo todo un referente al respecto.
Lo que aquí se expone está todo narrado con una seriedad tan fuerte que por desgracia queda en una especie de diario episódico desprovisto de ritmo. Eso es algo que la película no puede esconder o dejar de lado. Las aventuras o las desgracias acontecidas no cambian en ningún momento el tono. Es todo muy monocorde, sin altibajos a pesar de sufrir un caudal de penurias. Aburrida que dirían muchos. A esto hay que añadirle otro elemento importante: la poca (o nula) carisma con la que cuentan los actores. Chris Hemsworth ya había trabajado con Ron Howard en “Rush” (2013). Pero a pesar de ser un actor con cierta fama en la gran meca de Hollywood esta se debe, ni más ni menos, que a su único rol reconocible: Thor. Fuera de ese nombre su currículum está cargado de varios títulos que no han cosechado gran éxito en taquilla. Su presencia es interesante pero no logra llevar a buen puerto (nunca mejor dicho) su personaje, el protagonista de la función, demostrando que a veces las dotes interpretativas son difíciles de controlar para según qué roles. Y con su Owen Chase, aunque pudiera estar a la altura de las circunstancias acontecidas en la película, no demuestra ser un actor bien elegido.
Tan sólo hay que contemplar que todo está narrado de forma mecánica, sin apenas alarde interpretativo y da igual si es enfrentándose al cetáceo o a un naufragio que todo está expuesto con el mismo tono, algo que desde luego le pasa una factura insalvable. Tampoco el resto del elenco soluciona la papeleta. De ahí que cualquier personaje y actor es prescindible y por extraño que parezca tan sólo un actor de la talla de Brendan Gleeson, como uno de los supervivientes de la odisea y narrador de la historia, es quien da las mejores escenas y las mejores interpretaciones ¡sentado en una silla y casi mirando a cámara!. Dos horas (largas) de metraje muy irregular y ante todo despojado de la aventura que tanto prodigaba la maquinaria de publicidad. Porque el drama que contiene no llega, no causa el más mínimo sobresalto emocional. Es imposible empatizar con situaciones tan duras como el listado de penurias sufridas cuando los actores (y el director) nunca logran transmitir su propósito. No por lo que narran sino por cómo lo narran. Lo que suele decirse la forma supera al fondo.
- continúa en spoiler -
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Pero no todo mal está en ese apartado. Hay otro que puede pasar desapercibido en un principio. Ron Howard cree hacer algo novedoso o como mínimo atractivo a la vista pero de tan rompedor resulta chirriante y fuera de contexto. Es recurrir en todo momento a primeros planos totalmente cerrados, consiguiendo que no logremos ver nada más allá del objeto que tenemos delante. Aunado por una cámara digital que por desgracia rompe por completo el tono fílmico que contiene la propia película. Es un choque horroroso. Porque desde luego la pericia de rodar muchos momentos con ese tono añejo, viejo, desgastado, como si de una película en color sepia se tratase es muy encomiable, con tonos entre verde botella y amarillos dorados, dándole el enfoque de estar contemplando algo acontecido en los albores de un siglo ya casi extinto. Se agradece contar con ejercicios de estilo tan atrevidos pero resultan fallidos cuando lo novedoso choca con lo clásico. Es como querer encajar un cuadrado en un círculo. Podrá intentarse pero el resultado será imposible.
“En el corazón del mar” intenta ser una exposición de la vida diaria del ser humano en los caminos del costumbrismo. Ver cómo se trabajaba, cómo se cazaba, cómo se vivía y ante todo como se desconocía las repercusiones en la propia naturaleza de la extinción de una especie en concreto es interesante. No se puede negar que los momentos donde los marineros van en busca de las ballenas, el ataque del monstruo al Essex, la extracción del aceite del propio animal, las penurias en la isla o ciertos momentos inspirados son píldoras bien narradas y expuestas. Incluso sería injusto dejar de lado que como producto espectáculo está bien enfocado en cierta medida pero es el querer arriesgar demasiado quedándose tan corto o el no tener claras las prioridades del género en pos de querer contentar al grupo equivocado que la nueva película de Ron Howard se queda en un producto tan llamativo como fallido. De ahí que la ficción de la obra fantástica resulte más interesante, por desgracia, que la auténtica realidad cuando en sí es una odisea mucho mayor.
https://claquetadebitacora.wordpress.com/2016/01/06/critica-en-el-corazon-del-mar-ron-howard-2015-antes-de-llamadme-ismael/
“En el corazón del mar” intenta ser una exposición de la vida diaria del ser humano en los caminos del costumbrismo. Ver cómo se trabajaba, cómo se cazaba, cómo se vivía y ante todo como se desconocía las repercusiones en la propia naturaleza de la extinción de una especie en concreto es interesante. No se puede negar que los momentos donde los marineros van en busca de las ballenas, el ataque del monstruo al Essex, la extracción del aceite del propio animal, las penurias en la isla o ciertos momentos inspirados son píldoras bien narradas y expuestas. Incluso sería injusto dejar de lado que como producto espectáculo está bien enfocado en cierta medida pero es el querer arriesgar demasiado quedándose tan corto o el no tener claras las prioridades del género en pos de querer contentar al grupo equivocado que la nueva película de Ron Howard se queda en un producto tan llamativo como fallido. De ahí que la ficción de la obra fantástica resulte más interesante, por desgracia, que la auténtica realidad cuando en sí es una odisea mucho mayor.
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6,2
24.985
6
1 de enero de 2016
1 de enero de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Suele suceder que los géneros cinematográficos nacen con la patente de pertenecer a ciertos países según lo que nos ofrecen. Con el cine americano estamos acostumbrados a que cada cierto tiempo nos traiga el típico thriller cargado de adrenalina y con un villano desconocido que siempre mantiene en jaque al protagonista de la función. Hay casos que marcan cierta tendencia (cítese por ejemplo el caso de “Speed”), los hay que dejan recuerdo en la memoria (cítese también “La última llamada”) y los hay que, como “El desconocido” prefieren recurrir a ambos para luego poner el sello distintivo de lo patrio. Lo que está claro es que el director Dani de la Torre intenta seguir la regla de “yo también lo intento” para ofrecernos un auténtico festival de ritmo frenético, jugando siempre con las constantes del género y a su vez queriendo demostrar que para esto vale.
Lo que en un principio podría ser una película de recursos narrativos veloces y con el objetivo puesto en un duelo de interpretaciones tensas se prefiere dotar a la ecuación de un elemento más, un trasfondo social más que actual y encarnizado: el de las preferentes y las víctimas que las padecieron. Lo que podría haber sido un drama al más puro estilo Fernando León de Aranoa aquí se prefiere jugar al suspense pero ante todo con un ejercicio arriesgado y ese no es otro que intentar presentar a los malos como buenos y a las víctimas como verdugos. Ni más ni menos. El protagonista de la función es Carlos, un director bancario que por lo que podemos intuir en la primera escena no tiene una vida marital muy alegre. El guión tendrá a bien que esta vez, por extraño que parezca, sea él el que se encargue de llevar a sus hijos a la escuela. Es a partir de ese instante cuando el juego dará comienzo.
Contar con Luís Tósar como hombre en la encrucijada siempre es un punto a favor en todo lo que respecta a interpretaciones. Un actor camaleónico que siempre sabe poner el acento dramático cuando requiere, que sabe crecerse ante la adversidad e incluso sabe demostrar que la situación le supera. Tan sólo hay que contemplar ese momento donde el hombre anónimo al otro lado del teléfono mantiene contra las cuerdas a Carlos y éste se derrumba al ver que su hijo se está muriendo sin posibilidad de salvarlo. El registro dramático de lágrimas, mocos y demás síntomas de estar sufriendo lo indecible al superarle las circunstancias que está pasando es pefecto. Porque uno de los puntos fuertes de “El desconocido” es que las tornas cambian para el que siempre tuvo la sartén por el mango, el que tuvo y mantuvo el control absoluto de la vida de los demás, sin inmutarse ante el sufrimiento de perderlo todo como sucedió con los que firmaron. En ese aspecto la película está bien engrasada.
Otro de los elementos clave para que esta maquinaria no resulte incómoda es que en el apartado técnico de la Torre demuestra tener las dotes necesarias para manejar el ritmo, la acción, el montaje y los efectos pertinentes como si de un buen artesano se tratase. Tan sólo hay que contemplar como las escenas de acción y tensión están bien orquestadas al servicio de un buen ritmo, sin cortapisas. Desde el instante que los protagonistas habitan el coche todo son pequeñas secuencias de auténtico cine escapista. Somos partícipes de un agobio monumental al cual somos obligados a contemplar en un escenario casi claustrofóbico pues el vehículo se convierte en el lugar de encuentro tanto del sufrimiento de los protagonistas como de las decisiones a tomar por parte de Tósar para que nadie resulte herido y todos salgan con vida, más aún cuando una bomba se encuentra bajo sus asientos.
Si bien es cierto que la parte visual funciona bastante bien, mejor incluso de lo que podíamos intuir, más aún cuando siempre sobre vuela la manía de menospreciar todo lo que venga bajo el sello patrio de que imitamos y no innovamos, es en la parte actoral donde no puedo sentirme tan dador de aplausos. Uno de los elementos que hacen que una película, a secas, funcione es su elenco. Si este va a trancas y barrancas se corre el riesgo de que el castillo de naipes se desmorone y aquí tengo que indicar que salvo Tósar y algún momento particularmente inspirado del siempre agradecido Javier Gutiérrez todos los demás resultan entre irritantes y poco creíbles. Para empezar contamos con un fallo de casting en lo que a los niños se refiere. Goya Toledo está tremendamente impostada como la mujer que esconde más de lo que parece. Elvira Mínguez hace lo que puede intentando darle verosimilitud a su rol aunque resulte algo enquistada en ciertas resolutivas al igual que Fernando Cayo se nota que se viene arriba haciendo de policía cuando resulta más impostado que de costumbre.
Convirtiendo a La Coruña en una especie de circuito provista de infinidad de posibilidades para transformar sus calles en un rallye cargado de adrenalina, la ciudad es el epicentro de un thriller como forma y con el drama social como fondo. Pero el problema radica en que Alberto Marini cambia las tornas de forma radical haciendo pasar por honrado a un empleado de banco que ha estado vendiendo preferentes sin ningún pudor mientras que el villano es un hombre desesperado que toma la vía justiciera cual ángel destructor y que no duda en repartir su particular venganza a modo de castigo. De haber sido una película cuyo género fuese el drama puro y duro esto no hubiese pasado y como mínimo la trama, la esencia de la misma, no hubiese pasado a ser un “corre corre que te pillo” que sólo sirve para sentirse en la disyuntiva de que quizás nos están engañando pudiendo llegar a sentirme molesto por ello.
- continúa en spoiler -
Lo que en un principio podría ser una película de recursos narrativos veloces y con el objetivo puesto en un duelo de interpretaciones tensas se prefiere dotar a la ecuación de un elemento más, un trasfondo social más que actual y encarnizado: el de las preferentes y las víctimas que las padecieron. Lo que podría haber sido un drama al más puro estilo Fernando León de Aranoa aquí se prefiere jugar al suspense pero ante todo con un ejercicio arriesgado y ese no es otro que intentar presentar a los malos como buenos y a las víctimas como verdugos. Ni más ni menos. El protagonista de la función es Carlos, un director bancario que por lo que podemos intuir en la primera escena no tiene una vida marital muy alegre. El guión tendrá a bien que esta vez, por extraño que parezca, sea él el que se encargue de llevar a sus hijos a la escuela. Es a partir de ese instante cuando el juego dará comienzo.
Contar con Luís Tósar como hombre en la encrucijada siempre es un punto a favor en todo lo que respecta a interpretaciones. Un actor camaleónico que siempre sabe poner el acento dramático cuando requiere, que sabe crecerse ante la adversidad e incluso sabe demostrar que la situación le supera. Tan sólo hay que contemplar ese momento donde el hombre anónimo al otro lado del teléfono mantiene contra las cuerdas a Carlos y éste se derrumba al ver que su hijo se está muriendo sin posibilidad de salvarlo. El registro dramático de lágrimas, mocos y demás síntomas de estar sufriendo lo indecible al superarle las circunstancias que está pasando es pefecto. Porque uno de los puntos fuertes de “El desconocido” es que las tornas cambian para el que siempre tuvo la sartén por el mango, el que tuvo y mantuvo el control absoluto de la vida de los demás, sin inmutarse ante el sufrimiento de perderlo todo como sucedió con los que firmaron. En ese aspecto la película está bien engrasada.
Otro de los elementos clave para que esta maquinaria no resulte incómoda es que en el apartado técnico de la Torre demuestra tener las dotes necesarias para manejar el ritmo, la acción, el montaje y los efectos pertinentes como si de un buen artesano se tratase. Tan sólo hay que contemplar como las escenas de acción y tensión están bien orquestadas al servicio de un buen ritmo, sin cortapisas. Desde el instante que los protagonistas habitan el coche todo son pequeñas secuencias de auténtico cine escapista. Somos partícipes de un agobio monumental al cual somos obligados a contemplar en un escenario casi claustrofóbico pues el vehículo se convierte en el lugar de encuentro tanto del sufrimiento de los protagonistas como de las decisiones a tomar por parte de Tósar para que nadie resulte herido y todos salgan con vida, más aún cuando una bomba se encuentra bajo sus asientos.
Si bien es cierto que la parte visual funciona bastante bien, mejor incluso de lo que podíamos intuir, más aún cuando siempre sobre vuela la manía de menospreciar todo lo que venga bajo el sello patrio de que imitamos y no innovamos, es en la parte actoral donde no puedo sentirme tan dador de aplausos. Uno de los elementos que hacen que una película, a secas, funcione es su elenco. Si este va a trancas y barrancas se corre el riesgo de que el castillo de naipes se desmorone y aquí tengo que indicar que salvo Tósar y algún momento particularmente inspirado del siempre agradecido Javier Gutiérrez todos los demás resultan entre irritantes y poco creíbles. Para empezar contamos con un fallo de casting en lo que a los niños se refiere. Goya Toledo está tremendamente impostada como la mujer que esconde más de lo que parece. Elvira Mínguez hace lo que puede intentando darle verosimilitud a su rol aunque resulte algo enquistada en ciertas resolutivas al igual que Fernando Cayo se nota que se viene arriba haciendo de policía cuando resulta más impostado que de costumbre.
Convirtiendo a La Coruña en una especie de circuito provista de infinidad de posibilidades para transformar sus calles en un rallye cargado de adrenalina, la ciudad es el epicentro de un thriller como forma y con el drama social como fondo. Pero el problema radica en que Alberto Marini cambia las tornas de forma radical haciendo pasar por honrado a un empleado de banco que ha estado vendiendo preferentes sin ningún pudor mientras que el villano es un hombre desesperado que toma la vía justiciera cual ángel destructor y que no duda en repartir su particular venganza a modo de castigo. De haber sido una película cuyo género fuese el drama puro y duro esto no hubiese pasado y como mínimo la trama, la esencia de la misma, no hubiese pasado a ser un “corre corre que te pillo” que sólo sirve para sentirse en la disyuntiva de que quizás nos están engañando pudiendo llegar a sentirme molesto por ello.
- continúa en spoiler -
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spoiler:
Por lo demás puede decirse que tiene una colección de momentos realmente importantes y que consigue dar algún que otro sobresalto inesperado (y agradecido) consiguiendo que sin ser la panacea y desde luego no puede hacer sombra a nada que venga de Hollywood sí que puede decirse que es algo bastante interesante en cuanto a premisa y ejecución aunque beba (muchísimo) de la realización que contienen la mayoría de series basadas en temas y direcciones similares actuales. Si a eso le sumamos que tiene momentos un tanto cuestionables como lo que acontece con la esposa para darle un dramatismo que se torna en vergüenza ajena, actuaciones carentes de estímulo como por ejemplo lo que hace referencia a la niña y una falta de rigurosidad para lo que se refiere al villano en un momento dado y su aparición hacen que sea una irregular película en su conjunto pero que su forma queda por encima de todo.
https://claquetadebitacora.wordpress.com/2016/01/02/critica-el-desconocido-dani-de-la-torre-2015-cuando-el-thriller-se-viste-de-drama/
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