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4,2
5.255
5
7 de octubre de 2018
7 de octubre de 2018
22 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
En comedia, todo vale para hacer reír o al menos intentarlo. Cualquier camino es válido y libre. Y bajo esa máxima, el de la libertad creativa, la directora española Gracia Querejeta se ha lanzado a los brazos del género desde la acidez de Ola de crímenes, una película irregular, decente por algunos de los chispazos de su coral reparto; donde cabe absolutamente todo y sin licencias de ningún tipo.
Viudas, asesinatos, codicia, una pareja de ertzaintzas, taxistas, corrupción inmobiliaria, herencias, sexo...No falta nada en este anárquico trabajo de Querejeta, que arranca con la muerte de Luis Tosar a manos de su hijo y en presencia de su exmujer, una histriónica Maribel Verdú que, a parte de su propio lucimiento, va a hacer todo lo posible por tapar el crimen. Tras el caos, Verdú cede protagonismo al resto del elenco donde están Juana Acosta, Paula Echevarría, Antonio Resines, Raúl Arévalo y Raúl Peña -estos dos últimos, los mejores, junto a Maribel Verdú-.
En ese reparto de papeles sucede de todo. Mucho enredo, giros de guión y situaciones tan surrealistas, ridículas e inverosímiles que por momentos llegan a convencer. Así, Ola de crímenes es un trabajo que, si no se toma en serio, se puede disfrutar. Una película de viernes noche cuando no hay nada que hacer. Logra sacarte una sonrisa en algunas de sus evidentes escenas y cuando todo se vuelve vertiginosamente loco. Cuando Querejeta se suelta detrás de las cámaras, crea la chispa necesaria para no desconectar de un argumento bastante pobre. Y eso esencialmente ocurre desde la mitad hacia el final, donde todo ya parece que no importa, rinde la anarquía y todo vale.
Ola de crímenes tiene ramalazos de esas otras comedias negras de que de vez en cuando sirven en bandeja los Coen, donde corre la sangre de la forma más disparatada posible. Sus personajes son pobres diablos, con más o menos fortuna en la vida, y de sus desgracias e infortunios se extrae una situación cómica que, en el caso de la película de Querejeta, sirve para cumplir el expediente y como guía turística de Bilbao.
No es necesario, ni merece la pena, tratar de extraer más de una película plagada de rostros conocidos de nuestro cine, con mucho talento y que sirve para salvar del naufragio a un guión carente de espíritu y con poco gancho. Solo hace falta sobrevivir a su primera media hora. Una vez conseguido, se deja ver.
Más datos sobre esta y otras películas en el blog: http://argoderse.blogspot.com.es/
Y en Facebook: https://www.facebook.com/argodersecine
Viudas, asesinatos, codicia, una pareja de ertzaintzas, taxistas, corrupción inmobiliaria, herencias, sexo...No falta nada en este anárquico trabajo de Querejeta, que arranca con la muerte de Luis Tosar a manos de su hijo y en presencia de su exmujer, una histriónica Maribel Verdú que, a parte de su propio lucimiento, va a hacer todo lo posible por tapar el crimen. Tras el caos, Verdú cede protagonismo al resto del elenco donde están Juana Acosta, Paula Echevarría, Antonio Resines, Raúl Arévalo y Raúl Peña -estos dos últimos, los mejores, junto a Maribel Verdú-.
En ese reparto de papeles sucede de todo. Mucho enredo, giros de guión y situaciones tan surrealistas, ridículas e inverosímiles que por momentos llegan a convencer. Así, Ola de crímenes es un trabajo que, si no se toma en serio, se puede disfrutar. Una película de viernes noche cuando no hay nada que hacer. Logra sacarte una sonrisa en algunas de sus evidentes escenas y cuando todo se vuelve vertiginosamente loco. Cuando Querejeta se suelta detrás de las cámaras, crea la chispa necesaria para no desconectar de un argumento bastante pobre. Y eso esencialmente ocurre desde la mitad hacia el final, donde todo ya parece que no importa, rinde la anarquía y todo vale.
Ola de crímenes tiene ramalazos de esas otras comedias negras de que de vez en cuando sirven en bandeja los Coen, donde corre la sangre de la forma más disparatada posible. Sus personajes son pobres diablos, con más o menos fortuna en la vida, y de sus desgracias e infortunios se extrae una situación cómica que, en el caso de la película de Querejeta, sirve para cumplir el expediente y como guía turística de Bilbao.
No es necesario, ni merece la pena, tratar de extraer más de una película plagada de rostros conocidos de nuestro cine, con mucho talento y que sirve para salvar del naufragio a un guión carente de espíritu y con poco gancho. Solo hace falta sobrevivir a su primera media hora. Una vez conseguido, se deja ver.
Más datos sobre esta y otras películas en el blog: http://argoderse.blogspot.com.es/
Y en Facebook: https://www.facebook.com/argodersecine

7,0
4.371
9
24 de febrero de 2020
24 de febrero de 2020
21 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nakache y Toledano saben cómo emocionar y elaborar un relato de ficción sobre hechos reales. Bien es verdad que la película es por momentos pausada, el ritmo se ralentiza. Pero es de esas ocasiones en que lo realmente importante es la construcción de los personajes y su historia. Héroes de carne y hueso que dan una vida a personas apartadas de la masa. Excluidas por la sociedad. Ya sea por el autismo o su condición social -los educadores en este caso-.
Y aquí la pareja que componen Vincent Cassel y Reda Kateb está perfecta. Dos interpretaciones descomunales. Una especie de Don Quijote y Sancho Panza a la francesa, con un ideal y vocación de servicio a los más desfavorecidos. A los débiles y sin embargo especiales chavales que acogen bajo su tutela.
La narración dramática rebosa humanidad. Hay tensión, además. Sobre todo, desconociendo la historia, por el futuro de la asociación. Aquí, tanto Olivier Nakache como Eric Toledano consiguen ligar bien el trabajo de Bruno y Malik, con sus creencias religiosas y políticas. Como el propio Toledano reconocía en una entrevista facilitada por la distribuidora A Contracorriente Films: "Dentro de esas asociaciones, la religión y la política identitaria se diluyen a favor de lo humano".
Ese es otro de los triunfos de esta nueva muestra de calidad del cine francés. Elaborar una película llena de emoción y sentimiento. Con un trasfondo político, social y religioso -y una crítica a los servicios sociales, la burocracia y la psicosis por los títulos académicos-, pero sin caer en el melodrama, ni la autocompasión. Es decir, no victimizan a los protagonistas, sino que los empoderan, los dan voz y los hacen aún más fuertes de lo que son.
Y todo lo anterior lo hacen los cineastas galos gracias al halo de humor que posa sobre toda la historia. Secuencias con comedia muy sutil aprovechando, entre otras cosas, algunos de los rasgos de las personas con autismo. Como por ejemplo su lenguaje literal frente a las bromas, los chistes, los dobles sentidos o las metáforas.
En esa vis cómica, Vincent Cassel luce más todavía gracias a las cuitas románticas de su personaje. Creándose situaciones embarazosas, tanto dentro como fuera del trabajo, que entre todo el drama levantan una sonrisas. Esas escenas son un soplo de aire fresco al conjunto de la historia. Y entre medias París. No la bohemia, sino la de carne y hueso; la gris y verde a la vez. Una París de distintas tonalidades, como sus ciudadanos. Una metrópoli donde todos los días pasan cosas y sus justos alzan la voz frente al olvido.
Con lo cual, quitando su parte lenta y a veces excesivamente reposada hacia la mitad del filme, Especiales es un todo que funciona. No llega tarde a los momentos donde se pide tensión, emoción o diversión. Llega cuando debe. A la hora justa. Como justo es reconocer a este nuevo trabajo del cine francés como uno de los estrenos del año. Y a todas las personas que dan su vida por los demás sin ninguna contraprestación; solo por bondad y humanidad.
Más datos sobre esta y otras películas en www.argoderse.com
Y en Facebook: https://www.facebook.com/argodersecine
Y aquí la pareja que componen Vincent Cassel y Reda Kateb está perfecta. Dos interpretaciones descomunales. Una especie de Don Quijote y Sancho Panza a la francesa, con un ideal y vocación de servicio a los más desfavorecidos. A los débiles y sin embargo especiales chavales que acogen bajo su tutela.
La narración dramática rebosa humanidad. Hay tensión, además. Sobre todo, desconociendo la historia, por el futuro de la asociación. Aquí, tanto Olivier Nakache como Eric Toledano consiguen ligar bien el trabajo de Bruno y Malik, con sus creencias religiosas y políticas. Como el propio Toledano reconocía en una entrevista facilitada por la distribuidora A Contracorriente Films: "Dentro de esas asociaciones, la religión y la política identitaria se diluyen a favor de lo humano".
Ese es otro de los triunfos de esta nueva muestra de calidad del cine francés. Elaborar una película llena de emoción y sentimiento. Con un trasfondo político, social y religioso -y una crítica a los servicios sociales, la burocracia y la psicosis por los títulos académicos-, pero sin caer en el melodrama, ni la autocompasión. Es decir, no victimizan a los protagonistas, sino que los empoderan, los dan voz y los hacen aún más fuertes de lo que son.
Y todo lo anterior lo hacen los cineastas galos gracias al halo de humor que posa sobre toda la historia. Secuencias con comedia muy sutil aprovechando, entre otras cosas, algunos de los rasgos de las personas con autismo. Como por ejemplo su lenguaje literal frente a las bromas, los chistes, los dobles sentidos o las metáforas.
En esa vis cómica, Vincent Cassel luce más todavía gracias a las cuitas románticas de su personaje. Creándose situaciones embarazosas, tanto dentro como fuera del trabajo, que entre todo el drama levantan una sonrisas. Esas escenas son un soplo de aire fresco al conjunto de la historia. Y entre medias París. No la bohemia, sino la de carne y hueso; la gris y verde a la vez. Una París de distintas tonalidades, como sus ciudadanos. Una metrópoli donde todos los días pasan cosas y sus justos alzan la voz frente al olvido.
Con lo cual, quitando su parte lenta y a veces excesivamente reposada hacia la mitad del filme, Especiales es un todo que funciona. No llega tarde a los momentos donde se pide tensión, emoción o diversión. Llega cuando debe. A la hora justa. Como justo es reconocer a este nuevo trabajo del cine francés como uno de los estrenos del año. Y a todas las personas que dan su vida por los demás sin ninguna contraprestación; solo por bondad y humanidad.
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6,5
11.385
7
2 de noviembre de 2016
2 de noviembre de 2016
16 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el centro: una mesa, cinco sillas, un tablero de ajedrez, mucho talento y más aún psicología, manipulación y traiciones. De una forma teatral, minimalista, asistimos a un juego psicológico entre cuatro actores muy notables. Paco León, descompuesto, a priori el más débil, pero con varios ases en la manga; Alex Brendemühl, la manipulación personificada; Juana Acosta, una dama de armas tomar; y Juan Pablo Raba, un tiburón sin un pelo de tonto. Cada uno con su idiosincrasia y un cascarón a punto de romperse.
Por encima de todos, el fantástico Manuel Morón, que representa la figura del mediador, tan necesaria aunque no nos demos cuenta. No juzga. No es su cometido. No tiene interés por ninguno de ellos y a veces parece un convidado de piedra. Solo asiste como espectador de lujo ante el canibalismo que presenciamos en poco más de hora y veinte minutos. Su momentos son, quizá, lo más lúcido de toda la sala.
La idea central de la película se destapa en los primeros compases. A partir e ahí, poco a poco los personajes se van desnudando y destripando unos a otros. 7 años es el tiempo que hay que pasar en la cárcel por la codicia de querer siempre más y no estar contento con nada. Esa habitación claustrofóbica donde se desarrolla todo es solo una metáfora de la gran prisión en la que nos movemos.
Todos quieren evitar las rejas, pero no se dan cuenta de que se encuentran encerrados en la sede de una empresa que no deja tiempo libre ni vida más allá de un dinero que no se disfruta y una familia que pasa desapercibida, olvidada. En definitiva, una vida entregada a la codicia, esclava del dinero y ese ideal de éxito, fama y lujuria donde nos hemos instalado.
En poco tiempo se condensa tanto, se mezclan tantas sensaciones como en una batidora. Te remueve y provoca. No puedes permitirte el lujo de pestañear antes de alcanzar el clímax. Pero después de tanto fuego, de tanto calor, el desenlace deja algo frío. Este es el debe del trabajo de Gual, junto a ese análisis básico de la corrupción que tanto apesta en estos años y que parece no salir de Suiza. A pesar de ello, la película se sostiene porque tiene argumentos fuertes a los que agarrarse. Y por ello, 7 años, merece la pena para ver en pantalla esas miserias que están a la orden del día.
Más datos sobre esta y otras películas en el blog: http://argoderse.blogspot.com.es/
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Por encima de todos, el fantástico Manuel Morón, que representa la figura del mediador, tan necesaria aunque no nos demos cuenta. No juzga. No es su cometido. No tiene interés por ninguno de ellos y a veces parece un convidado de piedra. Solo asiste como espectador de lujo ante el canibalismo que presenciamos en poco más de hora y veinte minutos. Su momentos son, quizá, lo más lúcido de toda la sala.
La idea central de la película se destapa en los primeros compases. A partir e ahí, poco a poco los personajes se van desnudando y destripando unos a otros. 7 años es el tiempo que hay que pasar en la cárcel por la codicia de querer siempre más y no estar contento con nada. Esa habitación claustrofóbica donde se desarrolla todo es solo una metáfora de la gran prisión en la que nos movemos.
Todos quieren evitar las rejas, pero no se dan cuenta de que se encuentran encerrados en la sede de una empresa que no deja tiempo libre ni vida más allá de un dinero que no se disfruta y una familia que pasa desapercibida, olvidada. En definitiva, una vida entregada a la codicia, esclava del dinero y ese ideal de éxito, fama y lujuria donde nos hemos instalado.
En poco tiempo se condensa tanto, se mezclan tantas sensaciones como en una batidora. Te remueve y provoca. No puedes permitirte el lujo de pestañear antes de alcanzar el clímax. Pero después de tanto fuego, de tanto calor, el desenlace deja algo frío. Este es el debe del trabajo de Gual, junto a ese análisis básico de la corrupción que tanto apesta en estos años y que parece no salir de Suiza. A pesar de ello, la película se sostiene porque tiene argumentos fuertes a los que agarrarse. Y por ello, 7 años, merece la pena para ver en pantalla esas miserias que están a la orden del día.
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4
24 de febrero de 2023
24 de febrero de 2023
32 de 50 usuarios han encontrado esta crítica útil
Era la primera aproximación a Ruben Östlund. Palma de Oro en Cannes y tres nominaciones a los Oscar. Menuda carta de presentación la de El triángulo de la tristeza. Una sátira, comedia ácida sobre la 'élite' capitalista. Vamos, los ricos. Tampoco quise saber más, por no ir condicionado. Y el resultado, una decepción absoluta. Otro pastiche al estilo 'No mires arriba', de un director pomposo, petulante, pretencioso y encantado de conocerse. Al menos en esta película.
Más de dos horas y media de excesos, mal gusto -la vomitona solo tiene gracia con el 'culo grasa' de Cuenta Conmigo'- y estridencias repetitivas que me cansan. No veo la chispa ni la gracia por ningún lado, salvo contadas excepciones que evitan un absoluto descalabro. Por ejemplo, las aportaciones de un Woody Harrelson pasado de rosca; ó ese ruso camaleónico.
Por lo demás, los diálogos son insustanciales, convirtiéndose precisamente en aquello que quiere denunciar: la vacuidad de los discursos de nuestro tiempo, de personajes elevados a los altares del dinero, tontos redomados, multimillonarios podridos de dinero hacia afuera y de miseria de puertas para dentro. No sé todavía qué hay de original en eso. ¿Una sociedad a lo Dorian Gray, más preocupada de la fachada que de la esencia del alma? ¿Acaso La Dolce Vita?
Siempre me ha hecho gracia, hasta es fascinante, eso de intentar mostrar las mezquindades del capitalismo, sirviéndote de él. Lo que llamaríamos comunistas de salón. Me gustaría saber si la cámara con la que rueda Ruben Östlund está hecha de cáñamo, o los actores han sido remunerados con aire. ¿No debe el cine, acaso, su existencia al progreso industrial?
El capitalismo salvaje y extremo es asqueroso, obvio; como también alimentarse solo de kiwis y brócoli. Corres el riesgo de palmarla. Es lo que tienen los extremos llevados al absurdo. No compro el discurso de que los seres humanos somos malos por naturaleza y sale a reducir en cuanto tenemos 'algo' de poder ¿Y hacían falta dos horas y media de excentricidades y excesos varios? Francamente, no lo creo. Ya teníamos con mucho mejor gusto a los Fellini o Kusturica para hacer del surrealismo séptimo arte. Y oiga, que el esperpento es de nuestro Valle Inclán.
Pero es el tiempo que nos ha tocado vivir, el de necios 'influencers' o pedantes disfrazados de artistas venidos a más, que se suben al pedestal del foro para dar lecciones de no sé qué. Puros hipócritas, mentecatos y berzotas que pasan por ser la élite del siglo XXI. Y así nos luce el pelo. Tal vez siempre fue así, pero en fin, otra vez será.
Más de dos horas y media de excesos, mal gusto -la vomitona solo tiene gracia con el 'culo grasa' de Cuenta Conmigo'- y estridencias repetitivas que me cansan. No veo la chispa ni la gracia por ningún lado, salvo contadas excepciones que evitan un absoluto descalabro. Por ejemplo, las aportaciones de un Woody Harrelson pasado de rosca; ó ese ruso camaleónico.
Por lo demás, los diálogos son insustanciales, convirtiéndose precisamente en aquello que quiere denunciar: la vacuidad de los discursos de nuestro tiempo, de personajes elevados a los altares del dinero, tontos redomados, multimillonarios podridos de dinero hacia afuera y de miseria de puertas para dentro. No sé todavía qué hay de original en eso. ¿Una sociedad a lo Dorian Gray, más preocupada de la fachada que de la esencia del alma? ¿Acaso La Dolce Vita?
Siempre me ha hecho gracia, hasta es fascinante, eso de intentar mostrar las mezquindades del capitalismo, sirviéndote de él. Lo que llamaríamos comunistas de salón. Me gustaría saber si la cámara con la que rueda Ruben Östlund está hecha de cáñamo, o los actores han sido remunerados con aire. ¿No debe el cine, acaso, su existencia al progreso industrial?
El capitalismo salvaje y extremo es asqueroso, obvio; como también alimentarse solo de kiwis y brócoli. Corres el riesgo de palmarla. Es lo que tienen los extremos llevados al absurdo. No compro el discurso de que los seres humanos somos malos por naturaleza y sale a reducir en cuanto tenemos 'algo' de poder ¿Y hacían falta dos horas y media de excentricidades y excesos varios? Francamente, no lo creo. Ya teníamos con mucho mejor gusto a los Fellini o Kusturica para hacer del surrealismo séptimo arte. Y oiga, que el esperpento es de nuestro Valle Inclán.
Pero es el tiempo que nos ha tocado vivir, el de necios 'influencers' o pedantes disfrazados de artistas venidos a más, que se suben al pedestal del foro para dar lecciones de no sé qué. Puros hipócritas, mentecatos y berzotas que pasan por ser la élite del siglo XXI. Y así nos luce el pelo. Tal vez siempre fue así, pero en fin, otra vez será.

5,2
3.772
6
2 de diciembre de 2015
2 de diciembre de 2015
20 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
La Navidad cada vez llega antes. Y con ella su espíritu que Jonathan Levine, director de Memorias de un zombie adolescente, reivindica en Los tres reyes malos con su particular oro, incienso y mirra en forma de caras famosas de la gran pantalla, drogas, alcohol y Miley Cyrus, que pasaba por allí para reírse un poco de sí misma. Para eso es Navidad y todo vale.
Joseph Gordon-Levitt, Seth Rogen y Anthony Mackie protagonizan esta comedia irreverente por momentos, que se ríe de todo y todos, utilizando incluso clásicos navideños del cine y la literatura -se perciben gotas de Un cuento de Navidad, de Dickens, hasta Qué bello es vivir, de Kapra- con tal de sacar una carcajada que en muchas secuencias consigue esbozar.
Una suerte de comunión entre lo zafio y lo emotivo, para pasar un rato ameno y que no deja títere con cabeza a la hora de hacer humor. Algo que sin duda logra por las más que decentes interpretaciones del trío protagonista. Empezando por Joseph Gordon-Levitt, que igual hace drama, comedia o camina entre las Torres Gemelas con una soltura para la interpretación realmente magnífica. Y además bien secundado por un Seth Rogen que ha nacido para esto de hacer reír y un Anthony Mackie solvente y como tercero en discordia.
Este tipo de trabajos son muy agradecidos con el público. Levine, como persona normal y corriente, sabe cuál es la fibra en esta época del año y van tocando las teclas de la nostalgia, la amistad y el amor con bastante calidad.
De ahí que Los tres reyes malos sea una película desenfadada y divertida, sin ínfulas de nada y dirigida a ese espectador que quiere reír sin más y pasar un rato divertido y agradable. No en vano y aunque queden unos días en el calendario, ya es Navidad, la época donde nada es imposible y todo se puede lograr con un poco de magia. O al menos así lo propone Levine con buen tino.
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Joseph Gordon-Levitt, Seth Rogen y Anthony Mackie protagonizan esta comedia irreverente por momentos, que se ríe de todo y todos, utilizando incluso clásicos navideños del cine y la literatura -se perciben gotas de Un cuento de Navidad, de Dickens, hasta Qué bello es vivir, de Kapra- con tal de sacar una carcajada que en muchas secuencias consigue esbozar.
Una suerte de comunión entre lo zafio y lo emotivo, para pasar un rato ameno y que no deja títere con cabeza a la hora de hacer humor. Algo que sin duda logra por las más que decentes interpretaciones del trío protagonista. Empezando por Joseph Gordon-Levitt, que igual hace drama, comedia o camina entre las Torres Gemelas con una soltura para la interpretación realmente magnífica. Y además bien secundado por un Seth Rogen que ha nacido para esto de hacer reír y un Anthony Mackie solvente y como tercero en discordia.
Este tipo de trabajos son muy agradecidos con el público. Levine, como persona normal y corriente, sabe cuál es la fibra en esta época del año y van tocando las teclas de la nostalgia, la amistad y el amor con bastante calidad.
De ahí que Los tres reyes malos sea una película desenfadada y divertida, sin ínfulas de nada y dirigida a ese espectador que quiere reír sin más y pasar un rato divertido y agradable. No en vano y aunque queden unos días en el calendario, ya es Navidad, la época donde nada es imposible y todo se puede lograr con un poco de magia. O al menos así lo propone Levine con buen tino.
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