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Críticas 1.746
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
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7 de julio de 2007
103 de 127 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando yo tenía unos cinco años, me llevaron a verla al cine. Aquélla fue la primera vez que, sentada en la excitante oscuridad de un patio de butacas, saboreé el placer del cine, y mi debut se produjo con esta película. No sé si ello influyó en mi apreciación sobre ella, pero lo cierto es que el aura de magia que me envolvió se me quedó grabado en la memoria para el resto de mi vida.
La renacuaja que era yo transmutó a Elliott en un héroe infantil. Aquel niño, el segundo de tres hermanos en una familia desangelada por el abandono del padre, en aquella típica casa de los extrarradios de Los Ángeles, llena de recovecos, tiestos y juguetes en cantidad suficiente para detener un tren en marcha... Y aquellos científicos y agentes de la NASA y del FBI con sus aparatos, escuchando las conversaciones de la gente... Y aquella nave espacial con esa familia de alienígenas que, como cualquier hijo de vecino, estaban realizando un viaje turístico y se dejaron olvidado al "niño"... Con esas imágenes nocturnas inquietantes, en las que se ven panorámicas de la ciudad y los chicos protagonistas llevan la vida normal de cualquier niño... Y, entonces, Elliott hace el descubrimiento en su cobertizo y ahí empieza la amistad más profunda y conmovedora que se pueda establecer entre dos seres. Y, a partir de ahí, todo es aventura, magia, maravilla, descubrimiento, diversión, tensión, drama... Cómo los tres hermanos, pero sobre todo Elliott, establecen con E.T. un vínculo mucho más fuerte e intenso de lo que puedan imaginar, gracias a los poderes especiales de éste, que puede conseguir que los chicos sientan lo que él siente y viceversa... E ir siendo testigos del evidente deterioro físico de la criatura, que no está adaptada para la vida en la Tierra y que necesita tener a sus padres cerca para sobrevivir... Y, al final, esas escenas espectaculares de la huida de toda la pandilla de chavales mientras los persigue todo el FBI y E.T. haciendo volar las bicicletas, en aquella mítica escena que hacía que todos los niños prorrumpiéramos en gritos y en aplausos, y que ha quedado para la historia y como símbolo de la compañía Amblin Entertainment. Ver a Elliott y a E.T. volando en la bicicleta ante una luna gigantesca catapultó mis sueños de niña. Ah, por supuesto, todos llorábamos en el cine cuando E.T. estaba mortalmente enfermo y los médicos no podían hacer nada por salvarle. Indescriptible.
Años más tarde, escuché expresamente la banda sonora de John Williams. El conocidísimo tema "Adventures on Earth" lo tengo clavado en el recuerdo.
En definitiva, una película que marcó a toda una generación que por aquel entonces teníamos la suerte de ser niños. Nunca pude volver a ver una película de pandillas y aventuras infantiles sin evocar a aquel ser feo, marrón y terriblemente inteligente y tierno que se ganó nuestro corazón, o a aquella pandilla que voló en sus bicicletas por un cielo plagado de estrellas.
11 de noviembre de 2008
91 de 103 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno de los temas candentes en la actualidad es el de los “bebés a la carta”. Bebés programados y concebidos in vitro con ciertas características genéticas concretas. Hay parejas que deciden “programar” algún hijo cuyo nacimiento no se deba al simple y puro azar, a la combinación totalmente aleatoria de genes maternos y paternos como consecuencia de una noche loca. Por ejemplo, se dan casos en los que algunas parejas deciden tener algún hijo por este método programado, para que pueda ayudar a salvar la vida de un hermano enfermo.
Incluso se ha llegado a dar el caso de gente que ha rechazado a sus “hijos a la carta” porque éstos no reunían las condiciones requeridas.
Como si los niños que están por venir fuesen creados por catálogo y pudiesen constituirse eligiendo una serie de ingredientes enumerados en un menú del día, a gusto de los clientes. “Si no está Vd. satisfecho, tiene derecho a la devolución del producto y a la restitución del importe pagado”.
¿Dónde quedan los límites de la ética, dónde queda el derecho a la vida y al libre albedrío, dónde queda esa dignidad fundamental que la naturaleza nos otorga a través de sus leyes cargadas de sabiduría?
Niccol, partiendo de esta idea tan problemática y controvertida, nos sitúa en un futuro no muy lejano en el que la carrera hacia la perfección de la especie está aniquilando algo tan bello como es concebir a los hijos por amor o por el anhelo de contacto entre las personas. En una era en la que la ingeniería genética ha dado pasos agigantados, engendrar “hijos de Dios” o “hijos de la fe”, niños sin ningún tipo de manipulación genética, es algo atrasado, pasado de moda, contraproducente. Ese tipo de criaturas son discriminadas y despreciadas por su entorno desde el mismo momento en que reciben el primer soplo de la vida. Son observadas de reojo con miradas de ligera conmiseración y de desprecio, como si fuesen reliquias de museo de alguna moda ridícula del pasado que queda expuesta para el escarnio de los observadores.
Desde luego, ya no nacen muchos niños así. Ahora, la mayoría son bebés a la carta, engendrados en laboratorio y manipulados para que sus genes sean los óptimos posibles. Desde el mismo instante en que ven la luz, una simple gota de sangre extraída dictamina la esperanza de vida, las enfermedades hereditarias, las probabilidades de padecer cualquier dolencia física y/o psíquica y rasgos del futuro carácter y de la personalidad. La deshumanización está presente ya en el mismo paritorio, sin tener en cuenta los sentimientos de unos padres que han de escuchar la voz monótona de una enfermera pronosticando una posible tendencia depresiva, una afección cardíaca y una muerte prematura.
Los genes, además, son el pasaporte al éxito. Destrozando el principio de la igualdad de oportunidades y de la consecución de las metas a través de los méritos personales, la sociedad bombardea con el mensaje de que unos genes excelentes son la única garantía para cosechar el éxito en todas las esferas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Como viene sucediendo desde siempre, no se valora a las personas por lo que consiguen con su esfuerzo ni por sus cualidades adquiridas, sino por unas características que ellos no pidieron y que les han sido impuestas antes de su nacimiento.
¿Qué posibilidades tienen los “hijos de Dios” en una sociedad monstruosamente configurada en torno al culto a lo perfecto?
Vincent es uno de esos seres defectuosos, que vino al mundo sin manipulaciones.
Avergonzados por su “desliz” (vergüenza impuesta por el opresivo ambiente), sus padres después decidieron tener un hijo manipulado, más “perfecto”.
Durante todos los días de su vida, Vincent ha tenido que competir contra su hermano Anton, ha tenido que hacer frente al desprecio hacia su “imperfección”, ha tenido que pelear muy duro para conseguir metas que a otros se les ofrecen en bandeja.
Vincent posee algo que su hermano no tiene, que todas esas personas fabricadas a la carta no tienen: un coraje más allá de la resistencia, una voluntad que no se rinde ante los fuertes obstáculos que se interponen entre él y su sueño.
Él va a intentar lograr lo imposible.
No quiere ser el Don Nadie al que lo condenan, y con gran audacia y riesgo va a transgredir todas las reglas para demostrar que los genes no lo son todo. Que no determinan en absoluto lo que una persona puede llegar a ser.
La valía no está en cosas que vienen predeterminadas y que no podemos modificar.
Está en todo aquello que sí podemos cambiar, porque los seres humanos nos vamos formando a base de interacciones con el exterior y con múltiples experiencias que serán las que realmente irán moldeando lo que seremos.
No hay nada imposible cuando se desea con todo el corazón.
20 de mayo de 2008
99 de 120 usuarios han encontrado esta crítica útil
A Kitano no le gusta tomar por los atajos corrientes. Va caminando despacio entre los árboles, pausadamente, sin plantearse a dónde quiere llegar, sin permitir que las presiones y aceleraciones de la vida actual alteren su ritmo parsimonioso.
A Kitano no le interesa la coherencia del relato, no le interesa la linealidad, ni la estructura narrativa habitual de presentación-nudo-desenlace.
Tampoco pretende ofrecer explicaciones ni porqués de las reacciones de sus personajes.
Sin complicaciones, sin estridencias, minimizando los diálogos para conceder un casi exclusivo protagonismo a la potencia visual, que es sobresaliente, Kitano filmó su peculiar análisis de las almas rotas.
Las almas humanas son tan frágiles... Cualquier soplo puede romperlas, y el director japonés se centra en ese instante en que se quiebran para siempre, para no volver a recomponerse.
Tan delicadas como esos muñecos del teatro de marionetas japonés, manejados por manos ajenas, esas almas quebradas se dejan arrastrar por la inercia de la corriente que las conduce, como si fuesen maderos inertes, hacia esas orillas olvidadas en las que embarrancan todas las cosas que carecen de voluntad propia para luchar contra la corriente o para dirigirse hacia una meta concreta.
Kitano introduce su cámara en esa orilla simbólica de las personas embarrancadas. Que en algún momento han entrado en una dimensión en la que el tiempo no existe, en la que el espacio no conoce límites ni coordenadas, en la que la vida corriente se deja atrás, el contacto con el exterior se abandona casi por completo, y se da paso al mundo interior, regido por las puras sensaciones, por los recuerdos más arraigados y por los sentimientos más viscerales. Con todo lo superficial hecho trizas, sólo queda la esencia del dolor, de la búsqueda de un refugio íntimo donde lo intolerable se haga llevadero. Cuando un corazón humano se lastima hasta extremos severos, tiende a buscar un lugar en el que se sienta seguro y protegido, y a menudo huye a algún reducto recóndito al que nadie más tiene acceso.
Kitano convierte la soledad, el dolor, el sufrimiento y la fragilidad humanas en hermosas imágenes donde una Naturaleza explosiva y exuberante despliega los más bellos colores que susurran en su especial lenguaje acerca de las propiedades curativas del mundo natural que nos rodea, de todos esos brotes de vida aún no adulterados por la mano del hombre y que resultan un consuelo para el espíritu.
El cineasta expone los traumas de cada uno con ojo sensible, compasivo e intimista, con esa mirada que sugiere un finísimo trozo papel que un soplo de viento estropea, un castillo de naipes que se viene abajo con el mínimo movimiento erróneo.
Porque tal vez no somos más que eso. Un castillo de naipes que a veces se mantiene en pie de puro milagro, amenazado por cualquier roce presto a derribarlo sin piedad.
12 de julio de 2008
88 de 98 usuarios han encontrado esta crítica útil
Olvidaos de los típicos productos en serie de usar y tirar que suelen inundar el mercado, supuestamente dirigidos a adolescentes.
Quitaos de la cabeza el chip de las alegres pandillas hormonadas de mascadores de chicle con los chistes soeces de turno, las competiciones de popularidad y la carrera para ver quién echa más polvos.
Alejaos de todo ese vano ruido, porque lo que vais a hacer aquí es meteros directamente y sin pasar por aduana en la personalidad y la perspectiva subjetiva de Alex, un chico de ciudad aficionado al skate.
No necesitamos presentación, porque como estamos dentro de Alex, él mismo nos va mostrando su camino. El camino hermético de un adolescente introvertido, de pocas palabras, que deja traslucir muy poco de su interior, que vive volcado en su universo propio, sintiendo esa mezcla de aislamiento y de rechazo hacia el exterior y de vacilante y reacia necesidad de contacto, de integración y de aceptación.
Ni siquiera desde nuestra posición privilegiada conseguiremos desentrañar la mayor parte de los secretos que destila su mirada limpia pero velada. Seguiremos sus pasos por pasillos y calles, oiremos la música que se cuela en su memoria auditiva como una letanía que le acompaña, veremos las cosas con un filtro en ocasiones opaco, en ocasiones traslúcido, en ocasiones turbio, pero rara vez, muy rara vez, con un filtro transparente y diáfano. Solamente, solamente en el cruce de miradas con el detective. En el terrible momento de estar contemplando los ojos de un hombre que lo mira con fijeza, sabiendo que unos segundos después estará muerto. En la vertiginosa soledad de una ducha obsesiva que no limpia más que la piel, porque no puede limpiar la conciencia.
Nunca se está listo para el Paranoid Park. Para ese parque ilegal de skaters de Portland construido a base de perseverancia por unos chavales que necesitan tener algo en lo que creer, algún sueño de triunfo en medio de los fracasos cotidianos. Para Alex, como para todos, el Paranoid es más que un lugar donde ir a patinar. Es contar al mundo sin palabras, con el eco de las ruedas resonando sobre el hormigón decorado con grafittis, que los jóvenes también son capaces de encontrar sus propias motivaciones y metas a través del desafío a la fuerza de la gravedad sobre una breve tabla, que quizás sea para ellos una tabla de salvación y de fuga cuando todo lo demás se desmorona.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La cámara somos nosotros dentro de Alex, a su lado, siguiéndolo por sus problemas, el divorcio de sus padres, la soledad a solas, en pareja y en grupo, la búsqueda de sí mismo en la familia, en el skate, en la amistad, en la introversión, en el sexo no deseado con ansia y considerado como un simple trámite de iniciación... Pero lo que desvía el trayecto de Alex en persecución de sí mismo sobre cuatro ruedas, del trayecto ordinario que suelen recorrer los demás, es una abrumadora carga de culpabilidad cuyo peso sólo él sentirá día tras día durante el resto de su vida. La decisión está tomada, y él ha elegido cargar con su conciencia y con su culpa, sin más desahogo que un papel con palabras que sólo las llamas leerán.
A veces no hay juez más severo que uno mismo.
26 de junio de 2008
107 de 138 usuarios han encontrado esta crítica útil
No puedo creer que sea de Almodóvar. En serio.
La he visto en un esfuerzo por vencer mi escepticismo respecto a este personaje que nunca ha sido en absoluto santo de mi devoción, y de hecho ya lo dejé claro en mi crítica de "Mujeres al borde de un ataque de nervios", tras los bodrios suyos que me aventuré a ver alguna vez, para mi arrepentimiento.
Algunos amigos me decían que le diese una oportunidad, que "Volver" no era una de sus clásicas chabacanerías elevadas al cubo.
Yo aún así no estaba convencida. Me olía a algo similar a la fama de ciertos famosos que se ponen de moda sin que en ello medie mérito alguno y a todo Cristo le da por encumbrarlos, por el instinto borreguil que muchos, mejor que peor, llevamos dentro.
Si el director manchego es capaz de filmar una película sorprendente, bastante sobria (para lo que acostumbra), también impactante sin contradecir lo que he afirmado sobre su sobriedad, y capaz de tocarme las fibras, entonces es una lástima que no se prodigue más a menudo con productos decentes como éste. Independientemente de la opinión personal que me merezca Almodóvar (me cae mal, lo reconozco) y de los desaciertos de su filmografía (desde mi punto de vista, por supuesto), "Volver" me parece una gran película. Y esto lo digo con toda la humildad del mundo. No sé si la extendidísima y delirante fama del director está realmente tan justificada (no para mi criterio), pero al menos esta película sí merece un gran reconocimiento.
A lo mejor es porque, por una vez, los personajes son creíbles y el guión no desvaría.
A lo mejor es porque Raimunda (Penélope) consigue ir metiéndose en mi bolsillo poco a poco.
A lo mejor es porque Carmen Maura está espléndida en su naturalidad de siempre.
A lo mejor es porque es una historia de mujeres que respeta la inteligencia de todas las mujeres, y que habla de cosas que suceden en cualquier parte.
A lo mejor es porque todos hemos oído o incluso vivido o sido testigos de historias similares en nuestro entorno, de ésas que ponen los vellos de punta, truculentas pero no menos ciertas. Porque todo tiene ese regusto a pueblo, a la casa de los abuelos que huele a antiguo, a los vecinos generosos, supersticiosos y cotillas, a las mujeres de edad enlutadas, a paredes encaladas, a puertas y postigos de gruesa madera vieja. Yo he saboreado todo eso, porque crecí en un pueblo, oyendo toda clase de rumores e historias, algunas de las cuales no eran muy diferentes de la que acontece en "Volver".
A lo mejor es porque me ha gustado la banda sonora, porque me he conmovido, porque he sentido horror.
Porque he sentido el dolor y la redención bajo las ráfagas de viento.
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