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7,4
4.357
8
11 de marzo de 2008
11 de marzo de 2008
21 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Rohmer es un experto en recrear historias de cada día, sencillas, sin artificios ni golpes de efecto. Retrata, con la precisión de un observador detallista, estilos de vida que son como los de cualquiera de nosotros.
El estilo de filmación roza el documental, como si la cámara se hubiera infiltrado por casualidad para grabar el transcurrir de los días de una serie de personas. Como si se tratase de una cámara oculta que se limita a filmar lo que ve, pillando desprevenidos a los destinatarios de su atento objetivo.
El buen hacer de Rohmer se demuestra, una vez más, en la brillantez de los diálogos de andar por casa y en los personajes, que se pueden asemejar a gente que conozcamos, a cualquiera de los que estamos acostumbrados a cruzarnos todos los días en casa, en la calle, en cualquier parte. Se demuestra también en la aparente ausencia de eventos singulares, pero a la vez siendo capaz de mantener la atención mediante un desarrollo que conecta con un espectador que fácilmente puede verse identificado. Lejos de colocar fuera de nuestro alcance a unos seres distantes cuya existencia en la vida real resultaría poco probable, Rohmer en cambio nos acerca a unos protagonistas y secundarios que podrían ser una réplica de nosotros mismos o de alguien conocido. Nada de arquetipos planos, sino seres humanos complejos, contradictorios, que dejan traslucir sus debilidades, sus torpezas, sus dudas, sus cambios, sus convicciones que fluctúan entre los considerables matices de gris que hay entre el blanco y el negro...
Nada de héroes ejemplares, ni de malvados disolutos, ni hechos trascendentales. Sólo un chico que va a pasar unos días de vacaciones a un pueblo costero y las chicas a las que irá conociendo. Nada del prototipo ligón e irresistible ni fantasías o perversiones calenturientas a lo "American Pie". Gaspard es tímido, introvertido y poco sociable. Aguardando la llegada de la chica a la que no sabe bien si ama de verdad o no, Gaspard vive a la sombra de ese amor inconsistente que es más espejismo que terreno firme. Mientras sus días se deslizan en el ocio de los paseos por la playa y de las canciones que compone con su guitarra, traba amistad con otras chicas, y lo que parecía que iban a ser unas vacaciones excesivamente tranquilas y solitarias acaban transformándose en un juego tanteador a tres bandas que consigue la virtud de la verosimilitud, sin caer en exageraciones ni en soluciones sorprendentes ni forzadas. Tan sólo los toques justos de azar y casualidades intervienen y nos ayudan a disfrutar sosegadamente de los inseguros vaivenes del protagonista y su interacción con las tres chicas entre las que oscila.
El estilo de filmación roza el documental, como si la cámara se hubiera infiltrado por casualidad para grabar el transcurrir de los días de una serie de personas. Como si se tratase de una cámara oculta que se limita a filmar lo que ve, pillando desprevenidos a los destinatarios de su atento objetivo.
El buen hacer de Rohmer se demuestra, una vez más, en la brillantez de los diálogos de andar por casa y en los personajes, que se pueden asemejar a gente que conozcamos, a cualquiera de los que estamos acostumbrados a cruzarnos todos los días en casa, en la calle, en cualquier parte. Se demuestra también en la aparente ausencia de eventos singulares, pero a la vez siendo capaz de mantener la atención mediante un desarrollo que conecta con un espectador que fácilmente puede verse identificado. Lejos de colocar fuera de nuestro alcance a unos seres distantes cuya existencia en la vida real resultaría poco probable, Rohmer en cambio nos acerca a unos protagonistas y secundarios que podrían ser una réplica de nosotros mismos o de alguien conocido. Nada de arquetipos planos, sino seres humanos complejos, contradictorios, que dejan traslucir sus debilidades, sus torpezas, sus dudas, sus cambios, sus convicciones que fluctúan entre los considerables matices de gris que hay entre el blanco y el negro...
Nada de héroes ejemplares, ni de malvados disolutos, ni hechos trascendentales. Sólo un chico que va a pasar unos días de vacaciones a un pueblo costero y las chicas a las que irá conociendo. Nada del prototipo ligón e irresistible ni fantasías o perversiones calenturientas a lo "American Pie". Gaspard es tímido, introvertido y poco sociable. Aguardando la llegada de la chica a la que no sabe bien si ama de verdad o no, Gaspard vive a la sombra de ese amor inconsistente que es más espejismo que terreno firme. Mientras sus días se deslizan en el ocio de los paseos por la playa y de las canciones que compone con su guitarra, traba amistad con otras chicas, y lo que parecía que iban a ser unas vacaciones excesivamente tranquilas y solitarias acaban transformándose en un juego tanteador a tres bandas que consigue la virtud de la verosimilitud, sin caer en exageraciones ni en soluciones sorprendentes ni forzadas. Tan sólo los toques justos de azar y casualidades intervienen y nos ayudan a disfrutar sosegadamente de los inseguros vaivenes del protagonista y su interacción con las tres chicas entre las que oscila.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Magnífica historia corriente que no nos cuenta nada que no sepamos: que los límites entre la amistad y "algo más" están muy diluidos, y que las ocasiones las pintan calvas. ¿Aprovechar el momento, o dejarlo correr por las perspectivas de algo supuestamente mejor a lo que aspiramos? ¿Dejarse llevar, o mantener los propios principios? ¿Navegar entre dos aguas, jugar sin comprometerse a tocar aguas profundas?
Ambientada con la música que sale de la guitarra de Gaspard, con los paisajes costeros, con la brisa salobre y ese aroma a mar que lleva acompañándome desde antes de que yo pudiese recordar.
El verano de cualquiera. Mi verano. El tuyo. Para nosotros, para ti. Para quienes no somos héroes de película, ni conquistadores natos.
Ambientada con la música que sale de la guitarra de Gaspard, con los paisajes costeros, con la brisa salobre y ese aroma a mar que lleva acompañándome desde antes de que yo pudiese recordar.
El verano de cualquiera. Mi verano. El tuyo. Para nosotros, para ti. Para quienes no somos héroes de película, ni conquistadores natos.
Miniserie

7,2
1.912
9
23 de diciembre de 2009
23 de diciembre de 2009
20 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las hermanas Brontë se criaron en los inclementes páramos de Yorkshire, en el ambiente austero y severo del hogar regido por su padre, un pastor protestante. El aislamiento de su infancia en aquel lugar solitario, la instrucción, las abundantes lecturas, la amenaza constante de la tuberculosis y la presencia de la muerte en las vidas de aquellas niñas, contribuyeron a gestar a tres de las escritoras inglesas de más fama mundial: Charlotte, Emily y Anne Brontë. Sobre todo Charlotte y Emily han recibido la aclamación universal por sus obras más conocidas y laureadas: "Jane Eyre" y "Cumbres borrascosas".
Muchas, yo más bien diría que todas las circunstancias de su niñez y de su juventud están presentes de una forma o de otra en sus obras cumbre. Esas atmósferas desangeladas, frías y grises pero cargadas a su vez de pasiones cálidas, ocultas y tormentosas. La dureza de los corazones, el con frecuencia inhóspito clima, los gélidos inviernos, las epidemias de tisis que diezmaban la población, la abismal diferencia entre ricos y pobres, la soledad opresiva... Ninguno de esos ingredientes faltó en el universo íntimo de las Brontë. Su padre era demasiado rígido y estricto, el sueldo de pastor no daba para holguras, y el miedo a contagiarse de la enfermedad de moda en el siglo XIX fueron los principales factores que las mantuvieron casi todo el tiempo enclaustradas, soñando con mundos distantes, recreándolos en sus escritos. Basándose en su desbocada imaginación, en su cerrado microcosmos y en lo que podían captar del exterior, reunieron los elementos suficientes para eclosionar en poetas y novelistas capaces de derrochar magia, misterio y romanticismo sin haber ido apenas más allá de su región de Yorkshire.
Jane Eyre a lo mejor es la mujer que Charlotte secretamente habría deseado ser. Un espíritu libre, voluntarioso y fuerte, como una golondrina errante que viaja buscando su acogedor Sur, que se abre paso sin poseer ni un penique, ni belleza, ni familia. Nada más que su determinación, su inteligencia, su sensatez y su inmenso corazón. Un corazón que soporta prueba tras prueba y que sin embargo permanece incólume, a la búsqueda de una felicidad que es cualquier cosa menos probable en medio de tantas desdichas... Pero Jane Eyre no tira la toalla. Va a buscar como sea su pedacito de felicidad, hasta encontrar el hogar que no ha tenido.
Charlotte en algunos aspectos fue más afortunada que su personaje. Y en otros no tanto. Y en algunos, se pueden hallar ciertas similitudes.
Le fue concedida la gracia de una familia que la quería y la acompañaba. A Jane, no. Charlotte era de salud débil. Jane era muy saludable, tanto mental como físicamente. Ambas eran pobres (la hija de un pastor con familia numerosa no contaba con abundantes recursos económicos). Las dos fueron mujeres observadoras, cultas y con habilidades artísticas. Ambas volaban con su imaginación. Y anhelaban lo que cualquier muchacha sensible anhela: la dulzura del amor. Su príncipe azul.
Muchas, yo más bien diría que todas las circunstancias de su niñez y de su juventud están presentes de una forma o de otra en sus obras cumbre. Esas atmósferas desangeladas, frías y grises pero cargadas a su vez de pasiones cálidas, ocultas y tormentosas. La dureza de los corazones, el con frecuencia inhóspito clima, los gélidos inviernos, las epidemias de tisis que diezmaban la población, la abismal diferencia entre ricos y pobres, la soledad opresiva... Ninguno de esos ingredientes faltó en el universo íntimo de las Brontë. Su padre era demasiado rígido y estricto, el sueldo de pastor no daba para holguras, y el miedo a contagiarse de la enfermedad de moda en el siglo XIX fueron los principales factores que las mantuvieron casi todo el tiempo enclaustradas, soñando con mundos distantes, recreándolos en sus escritos. Basándose en su desbocada imaginación, en su cerrado microcosmos y en lo que podían captar del exterior, reunieron los elementos suficientes para eclosionar en poetas y novelistas capaces de derrochar magia, misterio y romanticismo sin haber ido apenas más allá de su región de Yorkshire.
Jane Eyre a lo mejor es la mujer que Charlotte secretamente habría deseado ser. Un espíritu libre, voluntarioso y fuerte, como una golondrina errante que viaja buscando su acogedor Sur, que se abre paso sin poseer ni un penique, ni belleza, ni familia. Nada más que su determinación, su inteligencia, su sensatez y su inmenso corazón. Un corazón que soporta prueba tras prueba y que sin embargo permanece incólume, a la búsqueda de una felicidad que es cualquier cosa menos probable en medio de tantas desdichas... Pero Jane Eyre no tira la toalla. Va a buscar como sea su pedacito de felicidad, hasta encontrar el hogar que no ha tenido.
Charlotte en algunos aspectos fue más afortunada que su personaje. Y en otros no tanto. Y en algunos, se pueden hallar ciertas similitudes.
Le fue concedida la gracia de una familia que la quería y la acompañaba. A Jane, no. Charlotte era de salud débil. Jane era muy saludable, tanto mental como físicamente. Ambas eran pobres (la hija de un pastor con familia numerosa no contaba con abundantes recursos económicos). Las dos fueron mujeres observadoras, cultas y con habilidades artísticas. Ambas volaban con su imaginación. Y anhelaban lo que cualquier muchacha sensible anhela: la dulzura del amor. Su príncipe azul.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Charlotte desarrolló su vocación literaria (aunque fuese bajo seudónimo, porque estaba mal visto que las mujeres tuviesen tal vocación), pudo viajar un poco, y no llegó a saborear las mieles del amor durante mucho tiempo. Unos pocos meses después de su boda, cuando ella contaba cerca de cuarenta años, falleció. Era la última que quedaba de los seis hermanos Brontë. Todos los demás habían muerto ya. Ella fue la que alcanzó mayor edad.
Su padre, el pastor, sobrevivió a su esposa y a todos sus hijos.
Una trágica, hermosa y romántica historia de superación personal frente a la adversidad, personificada en un ser inmortal, Jane Eyre, que trasciende a la novela para la que fue creada, porque lleva en su interior el alma de quien la creó.
Una escritora que se ganó su puesto en la posteridad.
Su padre, el pastor, sobrevivió a su esposa y a todos sus hijos.
Una trágica, hermosa y romántica historia de superación personal frente a la adversidad, personificada en un ser inmortal, Jane Eyre, que trasciende a la novela para la que fue creada, porque lleva en su interior el alma de quien la creó.
Una escritora que se ganó su puesto en la posteridad.

7,0
51.794
5
20 de julio de 2007
20 de julio de 2007
38 de 57 usuarios han encontrado esta crítica útil
Oscura y gótica historia basada en un cómic.
Según una leyenda, cuando alguien muere dejando asuntos pendientes su alma regresa a la Tierra y, con la guía de un cuervo, no descansará hasta haber saldado dichos asuntos.
Cuando Eric y Shelly, una pareja a punto de casarse, son asesinados, un año después un cuervo acude a buscar el alma de Eric, para ayudarle a perpetrar su venganza y así liquidar sus cuentas pendientes con el mundo.
Tenebrosa, con una estética decadente, fotografía de estilo alucinógeno que recrea la visión del cuervo, acción desbordante, violencia brutal, sin embargo dotada de toques poéticos y pequeños destellos de esperanza en medio de tanto odio y tanto dolor, con diálogos a veces trascendentes y profundos. Y una banda sonora electrizante.
Y siempre la oscuridad de la noche de Todos los Santos, la noche en la que Eric tiene que completar su venganza. Siempre lloviendo, sumergidos en siniestras zonas de la ciudad que la esperanza y la posibilidad de redención parecen haber abandonado definitivamente.
Es una película que no me termina de agradar del todo, me deja una sensación amarga y contradictoria, pero le reconozco las cualidades que la hacen destacar.
Y, por supuesto, el gran misterio de la muerte de Brandon Lee durante el rodaje, que tanta polémica despertó. Ese suceso, tristemente, contribuyó a disparar la rentabilidad de esta película extraña.
Según una leyenda, cuando alguien muere dejando asuntos pendientes su alma regresa a la Tierra y, con la guía de un cuervo, no descansará hasta haber saldado dichos asuntos.
Cuando Eric y Shelly, una pareja a punto de casarse, son asesinados, un año después un cuervo acude a buscar el alma de Eric, para ayudarle a perpetrar su venganza y así liquidar sus cuentas pendientes con el mundo.
Tenebrosa, con una estética decadente, fotografía de estilo alucinógeno que recrea la visión del cuervo, acción desbordante, violencia brutal, sin embargo dotada de toques poéticos y pequeños destellos de esperanza en medio de tanto odio y tanto dolor, con diálogos a veces trascendentes y profundos. Y una banda sonora electrizante.
Y siempre la oscuridad de la noche de Todos los Santos, la noche en la que Eric tiene que completar su venganza. Siempre lloviendo, sumergidos en siniestras zonas de la ciudad que la esperanza y la posibilidad de redención parecen haber abandonado definitivamente.
Es una película que no me termina de agradar del todo, me deja una sensación amarga y contradictoria, pero le reconozco las cualidades que la hacen destacar.
Y, por supuesto, el gran misterio de la muerte de Brandon Lee durante el rodaje, que tanta polémica despertó. Ese suceso, tristemente, contribuyó a disparar la rentabilidad de esta película extraña.

5,9
13.010
8
29 de marzo de 2008
29 de marzo de 2008
37 de 55 usuarios han encontrado esta crítica útil
Existe una estadística estremecedora. Al año, a unos veintiún millones de pacientes se les suministra anestesia general, pero a un pequeño porcentaje de ellos no les hace total efecto. Unos treinta mil no consiguen perder completamente la consciencia, ni la sensibilidad. Lo cual implica un hecho escalofriante: su cuerpo se paraliza y no puede moverse, pero la mente sigue despierta y no sólo eso, sino que continúa percibiendo en buena medida las sensaciones físicas de la piel y de los tejidos. Pueden sentir los cortes del escalpelo, el dolor lacerante de la incisión, las manipulaciones en su cuerpo. Pueden oír lo que dicen los médicos y los enfermeros. Pero la anestesia, aunque no actúe plenamente, sí es lo bastante poderosa para impedir que el cuerpo pueda moverse, y reduce el ritmo del metabolismo, con lo cual es muy difícil que los médicos y los enfermeros puedan detectar que la persona a la que están operando no está dormida y por dentro está gritando de dolor y de miedo, tratando desesperadamente de que ellos se den cuenta de la terrible situación.
Clayton Beresford, un joven magnate que dirige uno de los mayores imperios empresariales del país, heredado de su padre, tiene que someterse a un trasplante de corazón. Lo que en un principio parecía que iba a ser una operación rutinaria, se va introduciendo por los caminos de una intriga y un suspense cada vez más angustiosos, y el guión nos concede una trama en la que la tensión crece junto con el terror y la impotencia del protagonista que durante todo el tiempo permanece despierto sobre la mesa del quirófano.
Joby Harold se luce con un thriller bastante decente que vapulea y hace sufrir al espectador sensible e impresionable. Hace gritar a la conciencia y desear con todas las fuerzas que él pueda reaccionar. Es como el síndrome de cautiverio del que hablaba en "La escafandra y la mariposa". La frustración de saber que tu mente funciona, mientras tu cuerpo no te obedece.
Un gran trabajo de fotografía, buena banda sonora y un guión que tiene su granito que aportar en esto de los thrillers. No de sobresaliente, pero sí efectivo y superando su objetivo de sumergirnos en una opresión incómoda. Escenas de impacto y hermosas imágenes como regalo para las retinas.
Le subo al 8 por Lena Olin, porque ella engrandece su papel con su gran veteranía hasta dejar K.O. con un desenlace cuando menos estremecedor.
Para morderse las uñas durante casi una hora y media y pasarlo realmente mal a ratos.
Mejor de lo que me imaginaba.
Clayton Beresford, un joven magnate que dirige uno de los mayores imperios empresariales del país, heredado de su padre, tiene que someterse a un trasplante de corazón. Lo que en un principio parecía que iba a ser una operación rutinaria, se va introduciendo por los caminos de una intriga y un suspense cada vez más angustiosos, y el guión nos concede una trama en la que la tensión crece junto con el terror y la impotencia del protagonista que durante todo el tiempo permanece despierto sobre la mesa del quirófano.
Joby Harold se luce con un thriller bastante decente que vapulea y hace sufrir al espectador sensible e impresionable. Hace gritar a la conciencia y desear con todas las fuerzas que él pueda reaccionar. Es como el síndrome de cautiverio del que hablaba en "La escafandra y la mariposa". La frustración de saber que tu mente funciona, mientras tu cuerpo no te obedece.
Un gran trabajo de fotografía, buena banda sonora y un guión que tiene su granito que aportar en esto de los thrillers. No de sobresaliente, pero sí efectivo y superando su objetivo de sumergirnos en una opresión incómoda. Escenas de impacto y hermosas imágenes como regalo para las retinas.
Le subo al 8 por Lena Olin, porque ella engrandece su papel con su gran veteranía hasta dejar K.O. con un desenlace cuando menos estremecedor.
Para morderse las uñas durante casi una hora y media y pasarlo realmente mal a ratos.
Mejor de lo que me imaginaba.

7,9
3.728
6
5 de agosto de 2010
5 de agosto de 2010
35 de 51 usuarios han encontrado esta crítica útil
El director-actor sueco al que yo conocía por su intervención en “Fresas salvajes” de Bergman, contribuyó en la década de los veinte al cine pionero de quienes forjaban los primeros compases de un arte en gestación.
Técnicamente, su largometraje que desarrolla un relato de la galardonada con el Premio Nobel, Selma Lagerlöf, es sólido y muy destacable. La nitidez de la vieja fotografía sorprende agradablemente, tratada con matices de color de un modo semejante a como lo había hecho Robert Wiene en “El gabinete del doctor Caligari”. Emplea tonos azules para los gélidos exteriores y terrosos para los interiores. Y los efectos especiales son dignos de elogio, en las figuras semitransparentes de ultratumba.
Los actores interpretan con una naturalidad poco afectada, sin recurrir a la exageración. Sjöström, por lo menos en lo que yo he percibido en este caso, no se adscribió al expresionismo que se ponía en boga en Alemania. Sus escenarios son realistas, los personajes no están excesivamente maquillados, los gestos no se salen de los parámetros corrientes. Pero se consigue una ambientación difusamente fantasmagórica en esos planos nocturnos cargados de sufrimiento y amenaza, y en el relato de un borracho que habla sobre el Cochero de la Muerte. Crítica social, leyenda, mito y religión cohabitan en este cuento moralista sobre el bien y el mal
Y aquí viene el pero. La narración me recuerda a una edificante lección del catecismo carente de gracia. Es como impartir una clase de moralidad o religión sin chispa. David Holm se vuelve tan malvado y plano en su maldad y descreimiento que pierde interés. La monja Edit del Ejército de Salvación es tan sumamente buena e ingenua que acaba cayendo mal. El resto del reparto tampoco tiene demasiada miga, salvándose únicamente la esposa de Holm, cuyo rostro consigue transmitir lo que los otros no logran. Otro que también resulta atrayente es el conductor del carro, silueta atemporal y misteriosa con su guadaña y la carga de almas que recoge cuando acaban de desprenderse del cuerpo en el momento de morir.
Interesante la idea del cochero que es reemplazado cada Nochevieja por otro. La última persona que muere cada año es la que debe empuñar las riendas del carro durante el año siguiente y realizar la ingrata tarea de llevarse los espíritus al otro mundo. Interesante idea, sí, pero con un desarrollo poco arrebatador.
Técnicamente, su largometraje que desarrolla un relato de la galardonada con el Premio Nobel, Selma Lagerlöf, es sólido y muy destacable. La nitidez de la vieja fotografía sorprende agradablemente, tratada con matices de color de un modo semejante a como lo había hecho Robert Wiene en “El gabinete del doctor Caligari”. Emplea tonos azules para los gélidos exteriores y terrosos para los interiores. Y los efectos especiales son dignos de elogio, en las figuras semitransparentes de ultratumba.
Los actores interpretan con una naturalidad poco afectada, sin recurrir a la exageración. Sjöström, por lo menos en lo que yo he percibido en este caso, no se adscribió al expresionismo que se ponía en boga en Alemania. Sus escenarios son realistas, los personajes no están excesivamente maquillados, los gestos no se salen de los parámetros corrientes. Pero se consigue una ambientación difusamente fantasmagórica en esos planos nocturnos cargados de sufrimiento y amenaza, y en el relato de un borracho que habla sobre el Cochero de la Muerte. Crítica social, leyenda, mito y religión cohabitan en este cuento moralista sobre el bien y el mal
Y aquí viene el pero. La narración me recuerda a una edificante lección del catecismo carente de gracia. Es como impartir una clase de moralidad o religión sin chispa. David Holm se vuelve tan malvado y plano en su maldad y descreimiento que pierde interés. La monja Edit del Ejército de Salvación es tan sumamente buena e ingenua que acaba cayendo mal. El resto del reparto tampoco tiene demasiada miga, salvándose únicamente la esposa de Holm, cuyo rostro consigue transmitir lo que los otros no logran. Otro que también resulta atrayente es el conductor del carro, silueta atemporal y misteriosa con su guadaña y la carga de almas que recoge cuando acaban de desprenderse del cuerpo en el momento de morir.
Interesante la idea del cochero que es reemplazado cada Nochevieja por otro. La última persona que muere cada año es la que debe empuñar las riendas del carro durante el año siguiente y realizar la ingrata tarea de llevarse los espíritus al otro mundo. Interesante idea, sí, pero con un desarrollo poco arrebatador.
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