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6,2
808
6
19 de diciembre de 2016
19 de diciembre de 2016
16 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fábula sobre la ilusión, sobre la necesidad de soñar y creer en un mundo mejor lleno de riquezas y alhajas. De la tierra al cielo, de lo umbrío al cenit diurno. El tránsito no es fácil pero bastan apenas unos días para recorrer la distancia que separa la monotonía de la quimera, para cerrar la brecha existente entre el sinsabor diario y el festín festivo. Parábola sobre los buenos sentimientos y la inocencia, como si bastara un espíritu puro y candoroso para obrar el milagro de la utopía. El paraíso está en nosotros mismos y en nuestra capacidad para transformar la vida y entusiasmarnos con lo imposible.
Quizás hayamos perdido el candor para poder creer en historias positivas o edificantes, sobre todo si provienen de una cinematografía que nos mantiene aferrados a la acritud, el abatimiento y la desmoralización. Sin embargo, en esencia la realidad rumana es reflejada con similares características como en otras obras coetáneas: mendacidad, corruptelas, falta de dinero y ausencia de futuro. Pero con estos mismos mimbres, se urde aquí una trama simple e ingenua que retrata el desánimo cotidiano pero apunta, sin embargo, hacia la credulidad en los milagros inverosímiles. No en vano el relato comienza con la lectura de un pasaje de Robin Hood, como si la vida se redujera a una lucha entre buenos y malos – y sólo cupiera, siempre, el éxito maniqueo de uno de los dos contendientes.
Comedia del absurdo, sepulcro de la sensatez, elogio de la infancia y crítica a la fatal madurez, apología de la esperanza y censura del desánimo. El aroma surrealista que exhalan la mayoría de las escenas supone un remanso de paz y subrayan el reproche hacia la narración cartesiana donde lo admisible se ha de imponer sobre la fantasía o el portento. Nada está escrito hasta que lo escribimos y aun entonces cabe la enmienda de la goma de borrar. La sencillez no está reñida con la profundidad y de las narraciones apócrifas surgen dádivas imprevistas que nos alborozan el corazón y nos permiten permanecer en una infancia desmesurada que lo dulcifica todo.
Cualquier cosa puede ser un tesoro… y, sin embargo, para un niño la fortuna es dorada y brillante, llena de resplandores y refulgencias, aunque se encuentre guardada en una caja roma y ajada que parece más una afrenta que una algarabía. Ni tan siquiera la picaresca lacerante que lo mancilla todo consigue anular el entusiasmo de una cacería mínima, sustituyendo lo intrépido por lo tedioso: la riqueza yace enterrada en nuestro edén íntimo.
Imperfecta pero deliciosa.
Quizás hayamos perdido el candor para poder creer en historias positivas o edificantes, sobre todo si provienen de una cinematografía que nos mantiene aferrados a la acritud, el abatimiento y la desmoralización. Sin embargo, en esencia la realidad rumana es reflejada con similares características como en otras obras coetáneas: mendacidad, corruptelas, falta de dinero y ausencia de futuro. Pero con estos mismos mimbres, se urde aquí una trama simple e ingenua que retrata el desánimo cotidiano pero apunta, sin embargo, hacia la credulidad en los milagros inverosímiles. No en vano el relato comienza con la lectura de un pasaje de Robin Hood, como si la vida se redujera a una lucha entre buenos y malos – y sólo cupiera, siempre, el éxito maniqueo de uno de los dos contendientes.
Comedia del absurdo, sepulcro de la sensatez, elogio de la infancia y crítica a la fatal madurez, apología de la esperanza y censura del desánimo. El aroma surrealista que exhalan la mayoría de las escenas supone un remanso de paz y subrayan el reproche hacia la narración cartesiana donde lo admisible se ha de imponer sobre la fantasía o el portento. Nada está escrito hasta que lo escribimos y aun entonces cabe la enmienda de la goma de borrar. La sencillez no está reñida con la profundidad y de las narraciones apócrifas surgen dádivas imprevistas que nos alborozan el corazón y nos permiten permanecer en una infancia desmesurada que lo dulcifica todo.
Cualquier cosa puede ser un tesoro… y, sin embargo, para un niño la fortuna es dorada y brillante, llena de resplandores y refulgencias, aunque se encuentre guardada en una caja roma y ajada que parece más una afrenta que una algarabía. Ni tan siquiera la picaresca lacerante que lo mancilla todo consigue anular el entusiasmo de una cacería mínima, sustituyendo lo intrépido por lo tedioso: la riqueza yace enterrada en nuestro edén íntimo.
Imperfecta pero deliciosa.

6,8
25.051
7
8 de septiembre de 2013
8 de septiembre de 2013
16 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace dos temporadas, el director Jeff Nichols nos ofreció con “Take shelter” (2011, ¡qué manía con no traducir títulos ininteligibles!) una de las grandes películas de aquel año, donde el miedo, la anticipación, la locura, la sinrazón, cierto regusto asocial reflejaban como pocas cintas el advenimiento del apocalipsis con mínimos recursos y un poderoso estilo narrativo y acertadas caracterizaciones.
Ahora nos llega su interesante propuesta sobre la infancia en pertinaz búsqueda de la aventura, un mosaico sobre las diferentes manifestaciones del amor y sus múltiples encarnaciones, todo ello inmerso en un paisaje casi mitológico que nos conecta con pretéritas islas del tesoro y nos impulsa a reconciliarnos con nuestra propia infancia varada donde, pocas cosas evolucionaron como deseábamos o como hubiese sido mejor o más sano que evolucionaran.
Hay un cierto aroma nostálgico, de mágico paraíso perdido, de recóndito tesoro enterrado en una desértica playa veraniega asolada por la canícula del mediodía, a fantasía y aventura de otra época y otras sensaciones y sensibilidades que ya desde nuestra atalaya de la madurez hemos dejado penosamente atrás. Pero que no hemos olvidado y nos supone un inesperado refugio el revivir y reencontrar aquellas historias de cuando entonces que nos reconectan con la vida y con los flujos de aquella asolada infancia.
Esta cinta tiene algunas notorias virtudes (no siendo menor, la interpretación de Matthew McConaughey, que está viviendo un dulce cénit en su carrera), pero también alguna limitación, ya que el guión está bien planteado y dosificado pero resulta en exceso envarado y artificioso, las cosas ocurren porque el guionista así lo ha decidido pero no porque sea el desarrollo natural de sus personajes. Pero quizás sea una limitación y reserva menor, ya que el tono melancólico y la mirada fascinada de la infancia - que contempla con arrobo y dolor ell mundo de los adultos - están del todo logrados.
Ahora nos llega su interesante propuesta sobre la infancia en pertinaz búsqueda de la aventura, un mosaico sobre las diferentes manifestaciones del amor y sus múltiples encarnaciones, todo ello inmerso en un paisaje casi mitológico que nos conecta con pretéritas islas del tesoro y nos impulsa a reconciliarnos con nuestra propia infancia varada donde, pocas cosas evolucionaron como deseábamos o como hubiese sido mejor o más sano que evolucionaran.
Hay un cierto aroma nostálgico, de mágico paraíso perdido, de recóndito tesoro enterrado en una desértica playa veraniega asolada por la canícula del mediodía, a fantasía y aventura de otra época y otras sensaciones y sensibilidades que ya desde nuestra atalaya de la madurez hemos dejado penosamente atrás. Pero que no hemos olvidado y nos supone un inesperado refugio el revivir y reencontrar aquellas historias de cuando entonces que nos reconectan con la vida y con los flujos de aquella asolada infancia.
Esta cinta tiene algunas notorias virtudes (no siendo menor, la interpretación de Matthew McConaughey, que está viviendo un dulce cénit en su carrera), pero también alguna limitación, ya que el guión está bien planteado y dosificado pero resulta en exceso envarado y artificioso, las cosas ocurren porque el guionista así lo ha decidido pero no porque sea el desarrollo natural de sus personajes. Pero quizás sea una limitación y reserva menor, ya que el tono melancólico y la mirada fascinada de la infancia - que contempla con arrobo y dolor ell mundo de los adultos - están del todo logrados.
2 de junio de 2015
2 de junio de 2015
50 de 87 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se supone que esta laureada bazofia nos ofrece 39 viñetas que ejemplifican los absurdos de la vida cotidiana. Pero nada más alejado de la realidad. Tan sólo es verdad que presenciamos – atónitos, sin dar crédito a lo que vemos – a la fatigosa e insoportable tortura de un sinnúmero de escenas absurdas, obtusas, romas, carentes de gracia, de ritmo, de interés o de urdimbre argumental. Se supone que cada escena nos ofrece un ínfimo catálogo que ejemplifica los sinsabores y locuras enajenadas del día a día de una existencia gris, carente de sentido, ayuna de intención y desprovista de encanto…
Pero esta esperpéntica intención – en sí misma, no tengo nada que objetar al propósito que tan consecuentemente se traza su director y guionista – deviene en un vademécum de simplezas, un compendio de escenas deshilvanadas y aburridas, un manual de obtusas y somnolientas estampitas sin vigor ni interés, un prontuario de lo que no se debe de hacer si no se quiere que los espectadores huyan despavoridos de las menguantes y famélicas salas de cine.
Esta película es carne de festival, es decir, si no tienes que pagar por verla, quizás un sesudo crítico se entretenga en alabar el onanismo intelectual de su director, en elogiar la estética tan conseguidamente desaliñada, monstruosa y fea de la cinta, en ensalzar el humor chabacano de caducos feriantes fracasados, en glorificar los saltos y arritmias por doquier, en encumbrar como si de un chiste privado se tratase este feto infecto que debería haber sido abortado para el bien de la humanidad, en celebrar la ausencia de toda novedad y todo entretenimiento. Hemos venido al mundo a sufrir memeces y esperpentos y esta película refleja nuestra deplorable existencia y nos recuerda que no somos capaces de escapar de la sinrazón de los petulantes jactanciosos con ínfulas de creadores perdurables.
Dicen que estamos ante una caricatura de la vida ordinaria. Pero se dicen tantas tonterías y no por publicarse y repetirse se vuelven por ello en verdad. La intención puede que haya sido el crear una afilada, penetrante y sibilina bufonada del devenir aciago de los seres humanos, pero la verdad es que a mí me ha parecido una inaguantable, insultante y soporífera sandez. El único elogio que se me ocurre es que si padecen de insomnio, vayan a verla y saldrán curados. Y disfrutarán de pesadillas funestas.
Pero esta esperpéntica intención – en sí misma, no tengo nada que objetar al propósito que tan consecuentemente se traza su director y guionista – deviene en un vademécum de simplezas, un compendio de escenas deshilvanadas y aburridas, un manual de obtusas y somnolientas estampitas sin vigor ni interés, un prontuario de lo que no se debe de hacer si no se quiere que los espectadores huyan despavoridos de las menguantes y famélicas salas de cine.
Esta película es carne de festival, es decir, si no tienes que pagar por verla, quizás un sesudo crítico se entretenga en alabar el onanismo intelectual de su director, en elogiar la estética tan conseguidamente desaliñada, monstruosa y fea de la cinta, en ensalzar el humor chabacano de caducos feriantes fracasados, en glorificar los saltos y arritmias por doquier, en encumbrar como si de un chiste privado se tratase este feto infecto que debería haber sido abortado para el bien de la humanidad, en celebrar la ausencia de toda novedad y todo entretenimiento. Hemos venido al mundo a sufrir memeces y esperpentos y esta película refleja nuestra deplorable existencia y nos recuerda que no somos capaces de escapar de la sinrazón de los petulantes jactanciosos con ínfulas de creadores perdurables.
Dicen que estamos ante una caricatura de la vida ordinaria. Pero se dicen tantas tonterías y no por publicarse y repetirse se vuelven por ello en verdad. La intención puede que haya sido el crear una afilada, penetrante y sibilina bufonada del devenir aciago de los seres humanos, pero la verdad es que a mí me ha parecido una inaguantable, insultante y soporífera sandez. El único elogio que se me ocurre es que si padecen de insomnio, vayan a verla y saldrán curados. Y disfrutarán de pesadillas funestas.

5,8
1.621
5
23 de julio de 2016
23 de julio de 2016
36 de 59 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pese a sus visibles virtudes y delicada elaboración, no me ha gustado nada. En todo momento he tenido la sensación de escuchar el sonido de la claqueta y el grito del director exclamando ¡Acción! y ¡Corten! Y todo me ha resultado falso, epidérmico e impostado, absurdo y artificioso. Y los actores – salvo el excelente Peter Mullan – son un compendio de fingida vehemencia, de sobreactuación y de sosería que desemboca en un catálogo de trucos y muecas para aprendices de histriones desorientados. ¡Qué letanía de sinsabores! ¡Qué acumulación de desgracias! ¡Qué cantidad de folclore escocés sin gracia ni atractivo! ¡Qué apología del nacionalismo más estomagante y pueril al terruño infecto! ¡Qué glorificación de barbaridades y violencias domésticas! ¡Qué avalancha de impostado machismo rampante! ¡Hasta el sacerdote o pastor eyacula fervorosas soflamas patrióticas desde el púlpito! ¡Tanta intensidad! ¡Tanto desgarro, dolor y muerte!
Se hace muy pesado asistir a dos largas horas de tópicos trasnochados del regionalismo zafio y cazurro. Si al menos hubieran elegido a una actriz protagonista que supiera actuar y no sólo declamar sus frases hueras y gesticular enfática como una marioneta de feria, donde se pueden escuchar las indicaciones del director (¡ahora levántate, ahora vuelve la cabeza, ahora llora, ahora enfádate…!) y se nota cómo ella lo intenta y se esfuerza y sigue todas las indicaciones con puntillosa precisión, pero resulta inverosímil, un pelele hacendoso y sin talento, como un afectado muñeco de trapo declamando a Shakespeare en un todo a cien chino. La cinta tiene virtudes y lo mantengo, pero sus pifias y desatinos resultan tan evidentes, tan irritantes, tan obvios que producen rechazo y someten al espectador más predispuesto a una maratón de resistencia o a una inmerecida tortura.
La fotografía es bella. Los planos están muy cuidados. La composición resulta minuciosa y elaborada – de tan estudiada y recompuesta parece alambicada. Los movimientos de cámara son largos y sofisticados, pero acaban por estirar cada escena de forma inmoderada y artificial y rebajan el ya de por sí escaso ritmo debido a una total ausencia de montaje que insinué ningún avance o elipsis audaz. Es todo tan bonito que sólo falta verlo tras un escaparate para entrar a comprar algo del attrezzo. No surge la poesía cuando se intuye aún la etiqueta con el precio de cada uno de los utensilios y elementos que jalonan la acción. No hay épica donde sólo se escuchan discursos decimonónicos y desgastados, donde sólo se pretende demostrar la virtud de unos y censurar la maldad atávica e incorregible de otros.
El pretendido cuadro histórico deviene en estampita ajada. ¿La vacuidad como arte? Mejor no averiguarlo.
Se hace muy pesado asistir a dos largas horas de tópicos trasnochados del regionalismo zafio y cazurro. Si al menos hubieran elegido a una actriz protagonista que supiera actuar y no sólo declamar sus frases hueras y gesticular enfática como una marioneta de feria, donde se pueden escuchar las indicaciones del director (¡ahora levántate, ahora vuelve la cabeza, ahora llora, ahora enfádate…!) y se nota cómo ella lo intenta y se esfuerza y sigue todas las indicaciones con puntillosa precisión, pero resulta inverosímil, un pelele hacendoso y sin talento, como un afectado muñeco de trapo declamando a Shakespeare en un todo a cien chino. La cinta tiene virtudes y lo mantengo, pero sus pifias y desatinos resultan tan evidentes, tan irritantes, tan obvios que producen rechazo y someten al espectador más predispuesto a una maratón de resistencia o a una inmerecida tortura.
La fotografía es bella. Los planos están muy cuidados. La composición resulta minuciosa y elaborada – de tan estudiada y recompuesta parece alambicada. Los movimientos de cámara son largos y sofisticados, pero acaban por estirar cada escena de forma inmoderada y artificial y rebajan el ya de por sí escaso ritmo debido a una total ausencia de montaje que insinué ningún avance o elipsis audaz. Es todo tan bonito que sólo falta verlo tras un escaparate para entrar a comprar algo del attrezzo. No surge la poesía cuando se intuye aún la etiqueta con el precio de cada uno de los utensilios y elementos que jalonan la acción. No hay épica donde sólo se escuchan discursos decimonónicos y desgastados, donde sólo se pretende demostrar la virtud de unos y censurar la maldad atávica e incorregible de otros.
El pretendido cuadro histórico deviene en estampita ajada. ¿La vacuidad como arte? Mejor no averiguarlo.
5 de mayo de 2013
5 de mayo de 2013
24 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Una comedia danesa? Más bien un engendro europeo que loa la belleza incombustible de Buenos Aires con el malsano propósito de entretener a costa de tópicos de la peor estofa. Los insulsos protagonistas, de haberse el guionista tomado el esfuerzo de desarrollarlos, podrían haber dado lugar a una amable comedia de costumbres, pero se queda muy corta, sin apenas despegar tras un prometedor comienzo que nos traslada de una lúgubre Dinamarca a otra luminosa y desaprovechada Buenos Aires de tangos fervorosos y senos plastificados.
De puro tonta el espectador no da crédito de la acumulación de sinsentidos narrativos y chistes de parvulario que pueblan el excesivo metraje, buscando la sonrisa a toda costa, como si de puro borracho llegara al coma etílico deseado. Nació muerta y nunca debió de llegar hasta nosotros este engendro sin gracia, sin vis cómica, sin parodia digna de tal nombre, sin el más mínimo interés para el espectador mínimamente informado y formado.
Si quieren ver una película danesa potente y lograda vayan a ver “La caza” pero ni se les ocurra gastarse el dinero en este engendro malformado que nunca debió ver la luz del cono sur ni nunca debió de llegar hasta nuestras pantallas. Un fracaso en toda regla.
De puro tonta el espectador no da crédito de la acumulación de sinsentidos narrativos y chistes de parvulario que pueblan el excesivo metraje, buscando la sonrisa a toda costa, como si de puro borracho llegara al coma etílico deseado. Nació muerta y nunca debió de llegar hasta nosotros este engendro sin gracia, sin vis cómica, sin parodia digna de tal nombre, sin el más mínimo interés para el espectador mínimamente informado y formado.
Si quieren ver una película danesa potente y lograda vayan a ver “La caza” pero ni se les ocurra gastarse el dinero en este engendro malformado que nunca debió ver la luz del cono sur ni nunca debió de llegar hasta nuestras pantallas. Un fracaso en toda regla.
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