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Críticas ordenadas por utilidad
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5,2
14.508
7
20 de agosto de 2023
20 de agosto de 2023
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
“El americano” (2010), de Anton Corbijn, no creo que sea un peliculón, pero tiene algo que me seduce. Probablemente sea ese regusto antañón a peli de los 60 y los 70, de aquellas que indagaban más en lo que pasaba por la cabeza de los hombres de acción que en recrearse en tiros y explosiones. Y ese papel Clooney lo resuelve muy bien. La película es muy contenida (y la interpretación de Clooney también), pero desprende una violencia soterrada muy sutil. La carga estética, a la que ayudan los paisajes italianos, es importante. Me puse a verla sin gran interés y poco a poco fue captando mi atención. A ello ayudó, claro está, una Violante Placido espectacular. Es un retrato del oficio de asesino a sueldo muy particular, donde se le pinta casi como un monje amanuense. Recomendable.

5,4
57.520
7
29 de julio de 2023
29 de julio de 2023
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
“El último gran héroe” (1993), de John McTiernan es una peli de acción convencional (o quizá no tanto), menor y hasta un poco infantiloide, pero no del todo desdeñable. Funciona bien ese rollo de cine dentro del cine con Arnold haciendo de héroe de ficción que encandila a un adolescente, que pasa a vivir codo con codo con él todas sus aventuras. El protagonismo absoluto recae sobre el chaval y Arnold, pero hay una serie de secundarios potentes que le dan lustre a la historia: Charles Dance, Anthony Quinn, Ian McKellen, Murray Abraham… Y, además, aprovechando la subtrama, en una visita a un estudio de cine hay cameos de Sharon Stone, Chevy Chase, James Belushi, Van Damme… Y otro punto a favor son los homenajes al Séptimo Arte: ese viejo cine con su viejo proyector y su viejo proyeccionista, esos chistes cinéfilos (facilones, vale) con Stallone y “E.T.”, ese saber reírse de sí mismo y de los tópicos del género y alguna otra cosilla por ahí. Para un día tonto, tiene un pase.

7,1
15.422
8
29 de julio de 2023
29 de julio de 2023
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Un cadáver a los postres” (1976), de Robert Moore, era una peli largamente esperada, pero a la que no había tenido acceso hasta ahora. Me encantan esas misceláneas donde se mezclan personajes sin ton ni son, solo por el placer de mezclar. Por eso tenía muchas expectativas depositadas en la adaptación fílmica de esta obra de teatro de Neil Simon con ecos de Agatha Christie. Quizá por estas altas expectativas el balance no es del todo positivo, ya que la peli no está mal, ni mucho menos y responde a todos los estilemas del subgénero: espacio cerrado en forma de mansión espectacular, reunión de los más rutilantes cerebros contra el crimen, anfitrión excéntrico, asesinato con visos de irresoluble que pone a prueba a los presentes… Los personajes recuerdan de manera nada camuflada a algunos de los detectives de ficción más conocidos: un oriental a modo de Charlie Chan, un belga remedo de Poirot, un americano mezcla de Spade y Marlowe, una imitación de Miss Marple, otra del matrimonio Charles… El reparto es, sencillamente, espectacular: Alec Guinness haciendo de mayordomo ciego, David Niven aportando su elegancia natural, Maggie Smith como su esposa, Peter Sellers de chino, Peter Falk de americano broncas, Eileen Brennan como su secretaria, el debutante como actor Truman Capote como anfitrión, Elsa Lanchester como marisabidilla de turno, un jovenzuelo James Cromwell como asistente del detective belga… ¿Qué es lo que falla? Pues no lo sé, probablemente nada, pero quizá esperaba menos parodia y más suspense o quizá el frenético ritmo no sea el adecuado. Cosas mías.

8,1
26.633
10
10 de julio de 2023
10 de julio de 2023
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Primera plana” (1974), de Billy Wilder, son palabras mayores. La habré visto unas 10 veces por lo menos y es una de mis cinco pelis preferidas de todos los tiempos, en una lista en la que también estarían “Con la muerte en los talones” y “La fiera de mi niña” (las otras dos fluctuarían según el día). Las dos versiones anteriores, “Un gran reportaje” y “Luna nueva”, son fantásticas. La posterior, “Interferencias”, innecesaria. Pero la de Wilder… ¡la de Wilder es la hostia! No le falta ni le sobra nada: guion fabuloso repleto de diálogos, réplicas y contrarréplicas brillantes (que se basa bastante en el de Hetch), protagonistas en estado de gracia, galería de secundarios como pocas veces se recuerda, disección mordaz de asuntos tales como la ética profesional, la pena de muerte, la corrupción política o el psicoanálisis y una magistral ambientación en los años 20.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Matthau como el director del Examiner Walter Burns, capaz de cualquier trapacería por mantener a su reportero estrella, y Lemmon como el periodista de raza Hildy Johnson, incapaz de abandonar la emoción de la página en blanco, pese a los cantos de sirena de una vida mejor como publicista, están insuperables. Susan Sarandon como la sufrida novia de Lemmon, Vincent Gardenia como el corrupto sheriff siempre fuera de sus casillas, David Wayne como el cursi periodista marica Bensinger, Austin Pendleton como el bondadoso anarquista condenado a muerte, Charles Durning como el resabiado periodista ajeno a cualquier deontología, Harold Gould como el putero alcalde que aspira a la reelección ofreciendo el circo de una ejecución o Carol Burnett como la puta de buen corazón, están igualmente impresionantes.
La visión que se da del mundo del periodismo es desternillante a la par que estremecedora. La definición que da Hildy de su oficio a modo de reproche a sus compañeros es apabullante: gente que echa horas a mansalva, que persigue exclusivas sin tener en cuenta el dolor de los protagonistas, que se deja la vista sobre la máquina de escribir y total, ¿para qué? Para que la hoja de periódico que alberga su reportaje sirva para envolver un periquito muerto al día siguiente. Demoledor. Igual de demoledor que ese taxista que se niega a recoger periodistas de madrugada porque no le pagan. O que esa sala de prensa donde todos los presentes inventan y engordan lo acontecido para que su ficción sea más comercial que la anodina realidad. ¿Y qué decir de los políticos? Capaces de poner en jaque la vida de un hombre por un puñado de votos. Baste decir que los únicos personajes que Wilder salva son una puta y un homicida.
Reseñar las escenas dignas de ser recordadas es labor titánica, por lo que solo lo haré con algunas: Burns insultando a Hildy cuando le anuncia que se va (“piojo resucitado”) o mofándose de Ben Hecht por haber abandonado la profesión y dedicarse a escribir guiones para Rin Tin Tin; Burns dándole de fumar cómplicemente a Hildy para demostrarle a su novia que nunca será capaz de inmunizarle contra el veneno del periodismo; Burns fichando al periodista cursi para poder quedarse con su escritorio y llamando a continuación al periódico para decir que en cuanto aparezca por allí lo echen a patadas; Burns reprochándole a Hildy que no ha aprendido nada tras tantos años de oficio por no poner el nombre del periódico al inicio del artículo (“porque, ¿quién va a leer el segundo párrafo?”); Burns dando aire a un Earl Williams encerrado en el escritorio; Burns pidiendo mozos de cuerda y polea y entregándoles dos pequeñas maletas cuando estos llegan para disimular; Burns arrancando taimadamente de la máquina el artículo que los incrimina y jugueteando con él o cortando la conexión telefónica que los puede delatar; Burns regalándole su reloj a Hildy y denunciándole a continuación por robo del mismo; el alcalde llamándole cenizo a su sheriff; las soflamas antimarxistas del sheriff exigiendo que los subversivos regresen a la tierra de la que proceden, a lo que Earl responde que él es de Gary (Indiana); el interrogatorio del psiquiatra austriaco; el taxista diciéndole a Sarandon que la noche es estupenda y el taxímetro corre; los cánticos de camaradería de los compañeros al colega que se casa; la poesía de Bensinger y la cara de estupor de Burns; el ingenuo periodista novato metiendo la pata… En fin, aunque parezca que puedo destripar la peli, es totalmente imposible de tan buena como es. Lo peor de haberla visto tantas veces es saber que nunca vas a disfrutar de ella como cuando la primera vez. Imprescindible.
La visión que se da del mundo del periodismo es desternillante a la par que estremecedora. La definición que da Hildy de su oficio a modo de reproche a sus compañeros es apabullante: gente que echa horas a mansalva, que persigue exclusivas sin tener en cuenta el dolor de los protagonistas, que se deja la vista sobre la máquina de escribir y total, ¿para qué? Para que la hoja de periódico que alberga su reportaje sirva para envolver un periquito muerto al día siguiente. Demoledor. Igual de demoledor que ese taxista que se niega a recoger periodistas de madrugada porque no le pagan. O que esa sala de prensa donde todos los presentes inventan y engordan lo acontecido para que su ficción sea más comercial que la anodina realidad. ¿Y qué decir de los políticos? Capaces de poner en jaque la vida de un hombre por un puñado de votos. Baste decir que los únicos personajes que Wilder salva son una puta y un homicida.
Reseñar las escenas dignas de ser recordadas es labor titánica, por lo que solo lo haré con algunas: Burns insultando a Hildy cuando le anuncia que se va (“piojo resucitado”) o mofándose de Ben Hecht por haber abandonado la profesión y dedicarse a escribir guiones para Rin Tin Tin; Burns dándole de fumar cómplicemente a Hildy para demostrarle a su novia que nunca será capaz de inmunizarle contra el veneno del periodismo; Burns fichando al periodista cursi para poder quedarse con su escritorio y llamando a continuación al periódico para decir que en cuanto aparezca por allí lo echen a patadas; Burns reprochándole a Hildy que no ha aprendido nada tras tantos años de oficio por no poner el nombre del periódico al inicio del artículo (“porque, ¿quién va a leer el segundo párrafo?”); Burns dando aire a un Earl Williams encerrado en el escritorio; Burns pidiendo mozos de cuerda y polea y entregándoles dos pequeñas maletas cuando estos llegan para disimular; Burns arrancando taimadamente de la máquina el artículo que los incrimina y jugueteando con él o cortando la conexión telefónica que los puede delatar; Burns regalándole su reloj a Hildy y denunciándole a continuación por robo del mismo; el alcalde llamándole cenizo a su sheriff; las soflamas antimarxistas del sheriff exigiendo que los subversivos regresen a la tierra de la que proceden, a lo que Earl responde que él es de Gary (Indiana); el interrogatorio del psiquiatra austriaco; el taxista diciéndole a Sarandon que la noche es estupenda y el taxímetro corre; los cánticos de camaradería de los compañeros al colega que se casa; la poesía de Bensinger y la cara de estupor de Burns; el ingenuo periodista novato metiendo la pata… En fin, aunque parezca que puedo destripar la peli, es totalmente imposible de tan buena como es. Lo peor de haberla visto tantas veces es saber que nunca vas a disfrutar de ella como cuando la primera vez. Imprescindible.
4 de julio de 2023
4 de julio de 2023
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
“La leyenda de la ciudad sin nombre” (1969), de Joshua Logan, la vi por vez primera en un Sábado Cine de 1986. ¡Qué maravilla! Entonces aún no había visto “Siete novias para siete hermanos” ni “Oklahoma” y no estaba habituado a escenarios western en clave de comedia musical. La peli a ojos de un niño no tiene desperdicio: multitudinarias (y coreográficas) peleas en el barro, parajes agrestes, borracheras legendarias con pérdida de conocimiento… Bueno, pues a ojos de un adulto sigue sin tener desperdicio: a todo lo anterior hay que sumarle unos números musicales abundantes y espléndidos, una osada reivindicación de la familia disfuncional, una fotografía y decorados espectaculares y un trio interpretativo de quitar el hipo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Jean Seberg está guapísima (como siempre) como la mujer enamorada de dos hombre que no quiere renunciar a ninguno y como la encargada de revolucionar un gallinero con exceso de testosterona, Clint Eastwood es el granjero reconvertido a buscador de oro y socio fiel del borrachín Ben Rumson (incluyendo amoríos) que acabará quedándose con la chica y Lee Marvin… Bueno, lo de Lee Marvin merece capítulo aparte: magistral como el buscador de oro borracho y pendenciero que compra en pública subasta una esposa, pero se obliga a respetarla. Su indumentaria, sus sombreros, esa boda totalmente borracho, sus caídas al rio, los caretos que pone y esa ronca interpretación de “Wandering star” están ya por derecho propio entre las interpretaciones más míticas de la Historia. La iniciación en tabaco, alcohol y putas a la que somete al hijo del matrimonio puritano es desternillante. La media hora final de película, con la historia de los túneles por los que se filtra el oro en polvo y la ciudad derrumbándose en plan slapstick es soberbia. Un par de diálogos para regocijo general: “-¡No se puede comprar a una mujer con dinero! - ¡Pues inténtelo usted sin dinero!” o “- Debería usted leer la Biblia, señor Rumson – Ya lo he hecho, señora - ¿Y no le animó a dejar la bebida? – No, pero frenó mi interés por la lectura”. Si hay algún incauto que todavía no la ha visto, ya está tardando. Lo dicho, una maravilla.
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