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9
28 de marzo de 2018
28 de marzo de 2018
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se preguntaba R.D. Laing: “¿Cuál es la textura de la verdadera experiencia vivida de la vida familiar? ¿Cómo es la textura de esa experiencia vinculada con la estructura dramática, el “producto” social del entrelazamiento de muchas vidas a lo largo de muchas generaciones? Preguntas difíciles de contestar, puesto que esa estructura dramática, aunque producto de la conducta y la experiencia, es por lo general desconocida para las mismas personas que la generan y la perpetúan”.
En el año 2012, Sarah Polley, una talentosa directora de cine, ejecuta un dispositivo documental que intenta bobinar el ovillo perdido de su propia madeja familiar. Teje, tenaz, impertinente, con la voraz cámara, los recuerdos rotos, perdidos en el magma oscuro de la desangelada memoria y los emparcha sobre la certeza de figuras evanescentes: hijos, padres, madres, hermanos, tíos, amantes, novios, novias, abuelos, hijastras, padrastros. Testimonios sin anclaje ni brújula, relatos del naufragio de la barca que nos vio nacer: La Familia. La familia. La “familia”. La internalizada. La paralizada. La reconstruida con los años. La repetida ad infinitun. La fotografiada. La revelada. La velada. Imágenes e ideas que imaginamos y pensamos como reales. Familia. Entre verdad y mentira. Familia. La que paraliza nuestra imaginación y nuestro pensamiento, a causa de los esfuerzos que hacemos por conservarla. Familia. Aquello que cada uno piensa que ocurre y que no guarda casi ningún parecido con lo que cada uno de los miembros siente o piensa que ocurre. Familia que estas en los cielos. O en los suelos. O en los suelos de la memoria. Debajo del felpudo.
Hoy, mientras el cine de ficción agoniza entre bocanadas de pereza, el cine documental se erige en testarudo jerarca.
Ayer, cuando el álbum de fotos familiar se cerraba de pronto, me volvieron los olores de mamá, las soledades de papá, las complicidades secretas que, con celo, protege la hermandad. Se llama “Stories We Tell”, algo así como, las historias que contamos, o las que nos contamos a nosotros mismos, o las que nos gustaría escuchar.
Es una maravilla.
Una de las grandes películas de los últimos tiempos.
En el año 2012, Sarah Polley, una talentosa directora de cine, ejecuta un dispositivo documental que intenta bobinar el ovillo perdido de su propia madeja familiar. Teje, tenaz, impertinente, con la voraz cámara, los recuerdos rotos, perdidos en el magma oscuro de la desangelada memoria y los emparcha sobre la certeza de figuras evanescentes: hijos, padres, madres, hermanos, tíos, amantes, novios, novias, abuelos, hijastras, padrastros. Testimonios sin anclaje ni brújula, relatos del naufragio de la barca que nos vio nacer: La Familia. La familia. La “familia”. La internalizada. La paralizada. La reconstruida con los años. La repetida ad infinitun. La fotografiada. La revelada. La velada. Imágenes e ideas que imaginamos y pensamos como reales. Familia. Entre verdad y mentira. Familia. La que paraliza nuestra imaginación y nuestro pensamiento, a causa de los esfuerzos que hacemos por conservarla. Familia. Aquello que cada uno piensa que ocurre y que no guarda casi ningún parecido con lo que cada uno de los miembros siente o piensa que ocurre. Familia que estas en los cielos. O en los suelos. O en los suelos de la memoria. Debajo del felpudo.
Hoy, mientras el cine de ficción agoniza entre bocanadas de pereza, el cine documental se erige en testarudo jerarca.
Ayer, cuando el álbum de fotos familiar se cerraba de pronto, me volvieron los olores de mamá, las soledades de papá, las complicidades secretas que, con celo, protege la hermandad. Se llama “Stories We Tell”, algo así como, las historias que contamos, o las que nos contamos a nosotros mismos, o las que nos gustaría escuchar.
Es una maravilla.
Una de las grandes películas de los últimos tiempos.

7,9
120.116
9
8 de agosto de 2016
8 de agosto de 2016
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Grandiosa esta última película de Quentin Tarantino. No sé bien porque, pero me reconcilió un poco conmigo. Me trasladó hacia un pasado que creía olvidado, recordé mi amor por el cine, un amor joven, donde un niño maravilloso descubrió las pasiones.
Ver a Tarantino es encontrarme a mí mismo sonriendo, agazapado entre sabanas de celuloide soñando con un mundo imposible, donde todo se reía de todo y donde nada importaba más que otra cosa. De chico descubrí que una película podía cambiarme la vida, que mi visión del mundo podía alterarse con el cine. Que el arte manifestado en imágenes perturbaba mi ánimo, me dejaba exhausto, confundido y abrumado.
Al ver Django desencadenado sentí una extraña sensación, una emoción vaga y ambigua dulcificada con el rubor de la vergüenza y con la plenitud del asombro, esa que siente un crío cuando descubre por vez primera el fulgor indescriptible de lo nunca antes vivido, eso, cuya fuerza puede reventar muros de contención e inundar su corazón. Al terminar de ver la película, tuve que salir a caminar, a tratar de encontrar a ese pequeño roedor maldito, a ese sátiro de pantalones cortos y sonrisa endiablada que se había metido bajo mi piel y me hacía cosquillas. Caminé durante un tiempo, pero no pude hallar al niño escurridizo,ni al asombro fugitivo que unos minutos antes había encendido la llama y catalizado con fuerza la caldera emotiva del recuerdo. Esperé en vano, porque no pude ser habitado por la desesperanza, ella no llegó nunca, solo llegó la brisa suave de la gratitud, templada por haber recorrido distancias, inagotable en su andar, imperecedera.
Al ver la última película de Quentin Tarantino sentí gratitud. Algo así como un reconocimiento, un gracias por esto. Es que Django desencadenado contiene riquezas, que para mí son innumerables. Sus virtudes cinematográficas se entremezclan y se confunden de forma inaudita con mi alma, con mis propias telarañas interiores, con ese mecanismo inexplicable que trazan mis subjetividades y mis anhelos más profundos. No quiero viajar más allá de mí mismo y ver en perspectiva (sea lo que sea que eso signifique) porque todavía me estoy buscando, quizás cuando me encuentre, puedan convencerme de emprender ese monótono viaje impersonal y ser “objetivo”. Pero no, no voy a ser “objetivo”, no pienso restringir ni mi entusiasmo ni mis arbitrariedades al hablar de esta película, quizás tampoco fundamente mis desatinos. No voy a excusarme. Seré un fundamentalista del cine, un autócrata de la opinión. Porque para mí, Django desencadenado, es casi perfecta. Y digo casi, porque no sé qué diablos es la perfección.
Todo en esta película es extraordinario, toda la maquinaria cinematográfica se pone al servicio de ese infante bizarro que es Tarantino, y funciona de maravilla. La música es estupenda, tal vez una de las mejores bandas sonoras que ha escuchado este servidor desde hace mucho tiempo. Los actores están realmente estupendos, Christoph Waltz es una maravilla y su personaje es el más complejo y fascinante de todos, con su ternura, su violencia ocasional, su paternalismo, enalteciendo el valor de la amistad y la camaradería, ¡Qué bien Tarantino! Se nota que ya no te avergüenza mostrar el corazón (La lealtad y la amistad entre los personajes masculinos es un lugar recurrente en la cinematografía de Quentin Tarantino: Samuel L. Jackson y John Travolta en Pulp Fiction, Harvey Keitel y Tim Roth en Perros de la calle, pero en Django desencadenado la amistad entre Jamie Foxx y Christoph Waltz es más auténtica, no esta tan disfrazada ni opacada por las ocasionales distracciones a las que nos tiene acostumbrados este director). Leonardo DiCaprio, su personaje, su interpretación, su exultante desdén, su caracterización de un villano. Creo que es la primera vez que disfruto con la actuación de este actor, nunca me gustó (o tal vez debo precisar, nunca termino de gustarme). Jamie Foxx también está bien, aunque sé que su personaje es el menos matizado, y tal vez el menos interesante de todos. Samuel L. Jackson es un placer, y me reservo el motivo de esta opinión para no influir sobre el que lea este ensayo.
Todo lo demás se hace evidente con su visionado. Tarantino hace lo que quiere y filma sin tapujos, dilata las escenas hasta el infinito, manipula a los personajes, se hace cómplice del espectador en momentos de tensión insoportable demostrando que puede ser un gran director y perpetra secuencias maravillosamente agónicas que se hacen cada vez más incomodas, culminando en estallidos estridentes y desquiciados. Un cine que no pide permiso, que se hace largo por caprichoso pero que exuda amor al celuloide, que corta y pega segmentos deplorables de pasado italiano, fundiendo el espagueti con el mejor Far West. Un cine que descuida la “lógica” de la narración en aras de ocurrencias arbitrarias y desatinadas que le obligan a entusiasmarse hasta el paroxismo y a perseverar más de la cuenta en escenas inútiles pero exquisitas.
¿Que muchas escenas son innecesarias ? ¿Que la película pierde ritmo por momentos y que algunas situaciones podrían haber sido tiradas a la basura antes de comenzar el rodaje? Totalmente de acuerdo. Pero la libertad creativa de Tarantino es tan contagiosa, corrosiva, excesiva que me es imposible subir al estrado y juzgarlo. No quiero que termine. Sus casi tres horas de duración, su trivialización de la esclavitud me parece un sensacional muestra de cómo transgredir inmerso en ese mundo hipócrita y tirano del mainstream hollywoodense contemporáneo.
Tarantino como prototipo de saludable anarquía en un mundo acartonado, repetitivo y mediocre, de infulas, banderitas y estandartes.
Otra vez Tarantino, escupiendo sonriente sobre las convenciones de la buena vecindad cinematográfica.
Gracias Tarantino.
Sobre todo, gracias por traerme de vuelta.
Ver a Tarantino es encontrarme a mí mismo sonriendo, agazapado entre sabanas de celuloide soñando con un mundo imposible, donde todo se reía de todo y donde nada importaba más que otra cosa. De chico descubrí que una película podía cambiarme la vida, que mi visión del mundo podía alterarse con el cine. Que el arte manifestado en imágenes perturbaba mi ánimo, me dejaba exhausto, confundido y abrumado.
Al ver Django desencadenado sentí una extraña sensación, una emoción vaga y ambigua dulcificada con el rubor de la vergüenza y con la plenitud del asombro, esa que siente un crío cuando descubre por vez primera el fulgor indescriptible de lo nunca antes vivido, eso, cuya fuerza puede reventar muros de contención e inundar su corazón. Al terminar de ver la película, tuve que salir a caminar, a tratar de encontrar a ese pequeño roedor maldito, a ese sátiro de pantalones cortos y sonrisa endiablada que se había metido bajo mi piel y me hacía cosquillas. Caminé durante un tiempo, pero no pude hallar al niño escurridizo,ni al asombro fugitivo que unos minutos antes había encendido la llama y catalizado con fuerza la caldera emotiva del recuerdo. Esperé en vano, porque no pude ser habitado por la desesperanza, ella no llegó nunca, solo llegó la brisa suave de la gratitud, templada por haber recorrido distancias, inagotable en su andar, imperecedera.
Al ver la última película de Quentin Tarantino sentí gratitud. Algo así como un reconocimiento, un gracias por esto. Es que Django desencadenado contiene riquezas, que para mí son innumerables. Sus virtudes cinematográficas se entremezclan y se confunden de forma inaudita con mi alma, con mis propias telarañas interiores, con ese mecanismo inexplicable que trazan mis subjetividades y mis anhelos más profundos. No quiero viajar más allá de mí mismo y ver en perspectiva (sea lo que sea que eso signifique) porque todavía me estoy buscando, quizás cuando me encuentre, puedan convencerme de emprender ese monótono viaje impersonal y ser “objetivo”. Pero no, no voy a ser “objetivo”, no pienso restringir ni mi entusiasmo ni mis arbitrariedades al hablar de esta película, quizás tampoco fundamente mis desatinos. No voy a excusarme. Seré un fundamentalista del cine, un autócrata de la opinión. Porque para mí, Django desencadenado, es casi perfecta. Y digo casi, porque no sé qué diablos es la perfección.
Todo en esta película es extraordinario, toda la maquinaria cinematográfica se pone al servicio de ese infante bizarro que es Tarantino, y funciona de maravilla. La música es estupenda, tal vez una de las mejores bandas sonoras que ha escuchado este servidor desde hace mucho tiempo. Los actores están realmente estupendos, Christoph Waltz es una maravilla y su personaje es el más complejo y fascinante de todos, con su ternura, su violencia ocasional, su paternalismo, enalteciendo el valor de la amistad y la camaradería, ¡Qué bien Tarantino! Se nota que ya no te avergüenza mostrar el corazón (La lealtad y la amistad entre los personajes masculinos es un lugar recurrente en la cinematografía de Quentin Tarantino: Samuel L. Jackson y John Travolta en Pulp Fiction, Harvey Keitel y Tim Roth en Perros de la calle, pero en Django desencadenado la amistad entre Jamie Foxx y Christoph Waltz es más auténtica, no esta tan disfrazada ni opacada por las ocasionales distracciones a las que nos tiene acostumbrados este director). Leonardo DiCaprio, su personaje, su interpretación, su exultante desdén, su caracterización de un villano. Creo que es la primera vez que disfruto con la actuación de este actor, nunca me gustó (o tal vez debo precisar, nunca termino de gustarme). Jamie Foxx también está bien, aunque sé que su personaje es el menos matizado, y tal vez el menos interesante de todos. Samuel L. Jackson es un placer, y me reservo el motivo de esta opinión para no influir sobre el que lea este ensayo.
Todo lo demás se hace evidente con su visionado. Tarantino hace lo que quiere y filma sin tapujos, dilata las escenas hasta el infinito, manipula a los personajes, se hace cómplice del espectador en momentos de tensión insoportable demostrando que puede ser un gran director y perpetra secuencias maravillosamente agónicas que se hacen cada vez más incomodas, culminando en estallidos estridentes y desquiciados. Un cine que no pide permiso, que se hace largo por caprichoso pero que exuda amor al celuloide, que corta y pega segmentos deplorables de pasado italiano, fundiendo el espagueti con el mejor Far West. Un cine que descuida la “lógica” de la narración en aras de ocurrencias arbitrarias y desatinadas que le obligan a entusiasmarse hasta el paroxismo y a perseverar más de la cuenta en escenas inútiles pero exquisitas.
¿Que muchas escenas son innecesarias ? ¿Que la película pierde ritmo por momentos y que algunas situaciones podrían haber sido tiradas a la basura antes de comenzar el rodaje? Totalmente de acuerdo. Pero la libertad creativa de Tarantino es tan contagiosa, corrosiva, excesiva que me es imposible subir al estrado y juzgarlo. No quiero que termine. Sus casi tres horas de duración, su trivialización de la esclavitud me parece un sensacional muestra de cómo transgredir inmerso en ese mundo hipócrita y tirano del mainstream hollywoodense contemporáneo.
Tarantino como prototipo de saludable anarquía en un mundo acartonado, repetitivo y mediocre, de infulas, banderitas y estandartes.
Otra vez Tarantino, escupiendo sonriente sobre las convenciones de la buena vecindad cinematográfica.
Gracias Tarantino.
Sobre todo, gracias por traerme de vuelta.
Documental

7,2
1.188
8
8 de agosto de 2016
8 de agosto de 2016
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
La Iglesia Católica sigue haciendo silencio y tomando votos de hipocresía frente a un repulsivo delito reincidente: el abuso sexual de menores.
Esta película rompe ese maldito silencio. Nos habla, nos grita con franqueza acerca de un crimen histórico que tiene proporciones monumentales.
Pero esta obra no sería tan grande si solo fuera reclamo y denuncia, justa indignación e incendiario combate. Este documental es, también, un espantoso testimonio de lo devastador que puede ser el accionar de un hombre.
Considero que la psicopatía (o perversión) es la condición psicológica más perjudicial de todos. Un cuadro clínico de difícil identificación que podría definirse como un trastorno gravísimo de la esfera afectiva. Sólo ver las declaraciones de este sacerdote abusador y sonriente y el insidioso juego que juega con sus víctimas pone la piel de gallina, agota hasta la nausea y se torna difícil de soportar. El juego que juega es la autogratificación a expensas de niños inocentes.
Este documental es un acabado testimonio psicológico acerca de los alcances de la maldad humana, de lo indefendible y absurdo que a veces nos habita, un fresco sobre la angustiante cercanía de lo sórdido. Una película sobre monstruos reales y las grandes casas que los cobijan.
Esas que tienen sordas las ventanas y ciegas todas sus cruces.
Esta película rompe ese maldito silencio. Nos habla, nos grita con franqueza acerca de un crimen histórico que tiene proporciones monumentales.
Pero esta obra no sería tan grande si solo fuera reclamo y denuncia, justa indignación e incendiario combate. Este documental es, también, un espantoso testimonio de lo devastador que puede ser el accionar de un hombre.
Considero que la psicopatía (o perversión) es la condición psicológica más perjudicial de todos. Un cuadro clínico de difícil identificación que podría definirse como un trastorno gravísimo de la esfera afectiva. Sólo ver las declaraciones de este sacerdote abusador y sonriente y el insidioso juego que juega con sus víctimas pone la piel de gallina, agota hasta la nausea y se torna difícil de soportar. El juego que juega es la autogratificación a expensas de niños inocentes.
Este documental es un acabado testimonio psicológico acerca de los alcances de la maldad humana, de lo indefendible y absurdo que a veces nos habita, un fresco sobre la angustiante cercanía de lo sórdido. Una película sobre monstruos reales y las grandes casas que los cobijan.
Esas que tienen sordas las ventanas y ciegas todas sus cruces.
Concierto

7,4
1.203
10
16 de marzo de 2025
16 de marzo de 2025
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Maravilla filmada en 1970.
Atmósfera malsana, un monumento a la imagen incurable realizado por dos de los más geniales documentalistas de la historia: los hermanos Maysles.
El documental abre con los Stones en su plenitud y cierra con una estampa del desasosiego: un Jagger silencioso, desencajado, congelado en la imagen de su propia catástrofe.
La película es un espejo averiado en el que se refleja la muerte del sueño sesentero.
El infierno del Bosco plasmado en celuloide: cuerpos enredados, miradas extraviadas, secreciones y violencia gratuita, un aquelarre donde el éxtasis se vuelve un palimpsesto de agobio y sufrimiento. Hay algo dantesco en la forma en que la cámara de los Maysles captura la psicodelia, como si el infierno fuera una ingente masa humana sin rumbo, condenada a perpetuidad. Ultrajada por fuerzas que ni entiende ni controla.
Un festival que debía ser la cima de la utopía hippie convertido en un pandemonio de violencia irracional.
Película furiosa, inusualmente viva, más cercana a un documento de metamorfosis licántropa que al cine testimonial, más próximo a la brujería lasciva que al hipismo bien pensante.
Una salvajada inolvidable, con algunas de las imágenes más poderosas alguna vez captadas.
Obra maestra.
Atmósfera malsana, un monumento a la imagen incurable realizado por dos de los más geniales documentalistas de la historia: los hermanos Maysles.
El documental abre con los Stones en su plenitud y cierra con una estampa del desasosiego: un Jagger silencioso, desencajado, congelado en la imagen de su propia catástrofe.
La película es un espejo averiado en el que se refleja la muerte del sueño sesentero.
El infierno del Bosco plasmado en celuloide: cuerpos enredados, miradas extraviadas, secreciones y violencia gratuita, un aquelarre donde el éxtasis se vuelve un palimpsesto de agobio y sufrimiento. Hay algo dantesco en la forma en que la cámara de los Maysles captura la psicodelia, como si el infierno fuera una ingente masa humana sin rumbo, condenada a perpetuidad. Ultrajada por fuerzas que ni entiende ni controla.
Un festival que debía ser la cima de la utopía hippie convertido en un pandemonio de violencia irracional.
Película furiosa, inusualmente viva, más cercana a un documento de metamorfosis licántropa que al cine testimonial, más próximo a la brujería lasciva que al hipismo bien pensante.
Una salvajada inolvidable, con algunas de las imágenes más poderosas alguna vez captadas.
Obra maestra.

7,2
16.289
3
9 de agosto de 2016
9 de agosto de 2016
6 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
“I Saw The Devil”, es una película coreana estrenada en el año 2010. Su título, traducido, significa algo así como “Yo encontré al diablo” o “Yo vi al diablo”. No hay una noble justificación para hablar de esta película. No vale la pena: es lenta, cansina, larguísima, inflada de tópicos y estúpidamente agresiva. No alcanzo a ver ninguna virtud en ella. Y cuando hablo de virtudes, hablo también del destino de la obra, ¿Para qué se hacen estas películas?¿De dónde proviene el placer casi inaudito de ver la carne temblorosa y lesionada hasta la náusea? ¿Por qué hay un mercado ávido de este tipo de obras? ¿Por qué proliferan tanto?
En el cine gore, mediante el uso de efectos especiales y el exceso de sangre artificial, se intenta demostrar la vulnerabilidad, fragilidad y debilidad del cuerpo humano teatralizando su mutilación.
No me gustó esta película, me pareció insensible y profundamente nihilista. Pero, de alguna manera, esta obra, de atroces imágenes coloreadas con el tinte burbujeante de la sangre tibia me inquietó sobremanera.
Para disfrutar de este tipo de películas hay que jugar un juego transgresor, sortear someramente la conciencia moral, mirar por los agujeritos, hacerle cosquillas a la parte más vil de uno mismo y regodearse complacido en ella. Hay que encontrar al diablo.
Creo que la fascinación por este tipo de cine brota de un lugar genuino. No comparto la opinión clerical de que las personas amantes del gore sean verdaderos psicópatas en potencia, ni asesinos introvertidos esperando el momento oportuno para desatar su masacre. Creo que la agresión es una cualidad negada en el hombre y la mujer modernos, y desmerecido por credos y estándares. Esta oferta obscena de evidenciar sin sutilezas la violencia y la atrocidad nos habla de lo que apremia, de lo que puja, de lo que tiene un acervo genuino y un continente natural. La agresión como una cualidad vital que pide ser reconocida para no verse atrofiada. La guerra habita en nuestros corazones. No es posible eliminar el mal del orden universal de las cosas. Si lo negamos sucederá por alguna tangente. El cine gore puede arrojar luz y ayudarnos a ver mas claro la necesidad imperiosa.
Para concluir, no soy un adepto de este tipo de películas pero no por fundamentos éticos, simplemente no me gustan, no soporto ese impacto tan visceral y carnicero que perpetran. Tal vez, solo me entregue a sus reglas de juego, cuando el humor es su fiel aliado, ya que me parece que la violencia con humor es más tolerable y cumple su cometido: que es soportar con una sonrisa el placer de la transgresión. A modo de ejemplo puedo convocar a “Braindead” de Peter Jackson, que es una obra maestra.
“Yo encontré al diablo” se titula la última película gore que vi, y debo decir que yo no pude hallarlo por ningún lado. En su lugar, encontré una clave, una pista, una luz, que me condujo por el túnel de la incertidumbre hacia la agónica luminosidad de estas tenues reflexiones.
En verdad no encontré diablos. Encontré humanidad. Desesperada humanidad.
En el cine gore, mediante el uso de efectos especiales y el exceso de sangre artificial, se intenta demostrar la vulnerabilidad, fragilidad y debilidad del cuerpo humano teatralizando su mutilación.
No me gustó esta película, me pareció insensible y profundamente nihilista. Pero, de alguna manera, esta obra, de atroces imágenes coloreadas con el tinte burbujeante de la sangre tibia me inquietó sobremanera.
Para disfrutar de este tipo de películas hay que jugar un juego transgresor, sortear someramente la conciencia moral, mirar por los agujeritos, hacerle cosquillas a la parte más vil de uno mismo y regodearse complacido en ella. Hay que encontrar al diablo.
Creo que la fascinación por este tipo de cine brota de un lugar genuino. No comparto la opinión clerical de que las personas amantes del gore sean verdaderos psicópatas en potencia, ni asesinos introvertidos esperando el momento oportuno para desatar su masacre. Creo que la agresión es una cualidad negada en el hombre y la mujer modernos, y desmerecido por credos y estándares. Esta oferta obscena de evidenciar sin sutilezas la violencia y la atrocidad nos habla de lo que apremia, de lo que puja, de lo que tiene un acervo genuino y un continente natural. La agresión como una cualidad vital que pide ser reconocida para no verse atrofiada. La guerra habita en nuestros corazones. No es posible eliminar el mal del orden universal de las cosas. Si lo negamos sucederá por alguna tangente. El cine gore puede arrojar luz y ayudarnos a ver mas claro la necesidad imperiosa.
Para concluir, no soy un adepto de este tipo de películas pero no por fundamentos éticos, simplemente no me gustan, no soporto ese impacto tan visceral y carnicero que perpetran. Tal vez, solo me entregue a sus reglas de juego, cuando el humor es su fiel aliado, ya que me parece que la violencia con humor es más tolerable y cumple su cometido: que es soportar con una sonrisa el placer de la transgresión. A modo de ejemplo puedo convocar a “Braindead” de Peter Jackson, que es una obra maestra.
“Yo encontré al diablo” se titula la última película gore que vi, y debo decir que yo no pude hallarlo por ningún lado. En su lugar, encontré una clave, una pista, una luz, que me condujo por el túnel de la incertidumbre hacia la agónica luminosidad de estas tenues reflexiones.
En verdad no encontré diablos. Encontré humanidad. Desesperada humanidad.
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