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7
18 de enero de 2017
18 de enero de 2017
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
El polifacético George Roy Hill, autor de significativas películas para la historia del cine como Dos hombres y un destino (1969), El golpe (1973), o El carnaval de las águilas (1975) entre otras tantas, nos muestra en El irresistible Henry Orient (1964) a un actor en estado de gracia, Peter Sellers que acababa de rodar La Pantera Rosa (1963) y El nuevo caso del inspector Clousseau (1964). La frescura interpretativa que Sellers mostró en ambos largometrajes se evidencia en las diferentes situaciones en las que (sin necesidad de caracterizaciones múltiples) el actor nos arrastra irremisiblemente a presenciar a un pianista de pacotilla, encadenado y enamoradizo pseudopoeta impenitente de lo ajeno y poco dado para aplicar el razonamiento lógico si no es para beneficio propio.
Su narcisismo le preocupa más que la propia interpretación pianística. Ese estado de cosas le llevará a vivir diferentes situaciones imprevistas y comprometedoras en un abanico de vicisitudes en las que dos traviesas adolescentes Marian Gilbert y Valérie Boyd ( Merrie Spaeth y Tippy Walker respectivamente) tienen gran parte de responsabilidad en los acontecimientos que le llevarán al concertista a quitarse del medio cuando se siente descubierto participando de las infidelidades propias y ajenas.
Los guionistas Nunnally Johnson, y Nora Johnson (autora de la novela que dio origen al guión), describen a dos adolescentes que comienzan a emerger en el mundo de las jóvenes adultas, donde el amor platónico, la idealización del admirado inalcanzable y las diferentes situaciones de sorpresa y engaño por parte de los adultos Stella Dunnworthy (Paula Prentis), Isabel Boyd ( Angela Lansbury) y Frank Boyd ( Tom Bosley), aportan a las introvertidas jóvenes sentimientos encontrados que las hacen vulnerables y receptivas a las realidades emocionales y de identidad que deben superar a las puertas de la vida adulta.
Un amplio elenco de actores y de actrices completan una película repleta de agradecidos guiños a lo cotidiano, al descubrimiento de nuevas sensaciones y a la dependencia emocional con los otros, estos roles los interpretaron Phyllis Taxter en Avis Glibert, y Bibi Osterwald en Erica Booth, entre otros.
Su narcisismo le preocupa más que la propia interpretación pianística. Ese estado de cosas le llevará a vivir diferentes situaciones imprevistas y comprometedoras en un abanico de vicisitudes en las que dos traviesas adolescentes Marian Gilbert y Valérie Boyd ( Merrie Spaeth y Tippy Walker respectivamente) tienen gran parte de responsabilidad en los acontecimientos que le llevarán al concertista a quitarse del medio cuando se siente descubierto participando de las infidelidades propias y ajenas.
Los guionistas Nunnally Johnson, y Nora Johnson (autora de la novela que dio origen al guión), describen a dos adolescentes que comienzan a emerger en el mundo de las jóvenes adultas, donde el amor platónico, la idealización del admirado inalcanzable y las diferentes situaciones de sorpresa y engaño por parte de los adultos Stella Dunnworthy (Paula Prentis), Isabel Boyd ( Angela Lansbury) y Frank Boyd ( Tom Bosley), aportan a las introvertidas jóvenes sentimientos encontrados que las hacen vulnerables y receptivas a las realidades emocionales y de identidad que deben superar a las puertas de la vida adulta.
Un amplio elenco de actores y de actrices completan una película repleta de agradecidos guiños a lo cotidiano, al descubrimiento de nuevas sensaciones y a la dependencia emocional con los otros, estos roles los interpretaron Phyllis Taxter en Avis Glibert, y Bibi Osterwald en Erica Booth, entre otros.
6
16 de enero de 2017
16 de enero de 2017
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Manuel Iborra (1952) crea en 1999 una comedia de corte biográfico basada en la figura de Santi Arisa (habitual colaborador de sus bandas sonoras). Para llegar a ese objetivo habría de pasar algunas décadas en las que el autor nos muestra su diversa creación cinematográfica reflejada en obras como: Caín (1987), El baile del pato (1989), La mujer vacía (1994), o Pepe Guindo (1999). En la comedia que nos ocupa, Orquesta Club Virginia (1992), Iborra nos muestra los entresijos de un grupo de músicos trashumantes de sus propios destinos sociales y profesionales con una amplia generosidad de caracteres.
Las interpretaciones de los diferentes personajes son creíbles y repletas de agridulces y emocionales sensaciones en las que en todo momento se complementan profesionalidad y experiencia social a desigual nivel entre ellos: Toni (Jorge Sanz) se quiere comer el escenario y el mundo tocando los acordes de sus admirados modernos, enfrentándose al experimentado y dominante director Sr. Domenech (Antonio Resines), quien en una brillante interpretación entra en constante polémica con El Negro ( Santiago Ramos), músico de frágil asiento, aunque no tan necesitado de las bravuconadas verborreas de Curt (Enrique San Francisco), muy alejado del siempre pacífico y soñador El Maño (Juan Echanove) pretendido conocedor y apaciguador de su entorno, completado por el aventurero Solimán (Pau Riba) quien no duda en vivir sus aventuras sin el menor recato.
El guitarrista, el director y pianista,El trompetista, el saxofonista, el contrabajista, y el batería conforman La Orquesta Club Virginia junto a otras raleas propias de los oscuros mundos donde la interminable diversidad de los transitorios personajes que copan el elenco interpretativo (Verónica Forqué, Emma Suárez o Rocco Torrebruno entre otros, nos ofrecen un interesante resultado sobre los conflictos y las interioridades de un grupo de gente agradablemente reflejada en el guión que Manuel Iborra y Joaquín Oristrell escribieran en su día.
Las interpretaciones de los diferentes personajes son creíbles y repletas de agridulces y emocionales sensaciones en las que en todo momento se complementan profesionalidad y experiencia social a desigual nivel entre ellos: Toni (Jorge Sanz) se quiere comer el escenario y el mundo tocando los acordes de sus admirados modernos, enfrentándose al experimentado y dominante director Sr. Domenech (Antonio Resines), quien en una brillante interpretación entra en constante polémica con El Negro ( Santiago Ramos), músico de frágil asiento, aunque no tan necesitado de las bravuconadas verborreas de Curt (Enrique San Francisco), muy alejado del siempre pacífico y soñador El Maño (Juan Echanove) pretendido conocedor y apaciguador de su entorno, completado por el aventurero Solimán (Pau Riba) quien no duda en vivir sus aventuras sin el menor recato.
El guitarrista, el director y pianista,El trompetista, el saxofonista, el contrabajista, y el batería conforman La Orquesta Club Virginia junto a otras raleas propias de los oscuros mundos donde la interminable diversidad de los transitorios personajes que copan el elenco interpretativo (Verónica Forqué, Emma Suárez o Rocco Torrebruno entre otros, nos ofrecen un interesante resultado sobre los conflictos y las interioridades de un grupo de gente agradablemente reflejada en el guión que Manuel Iborra y Joaquín Oristrell escribieran en su día.

6,1
119
7
18 de abril de 2020
18 de abril de 2020
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
La cesta es una película dirigida por Rafael J. Salvia en 1965 sobre un guión de Jaime García Herranz, música de Fernando García Morillo y fotografía de Manuel Merino. Formado principalmente en el guión cinematográfico de gran influencia durante un sustancial periodo de tiempo en la comedia, Salvia desarrollaría inolvidables trabajos escritos en títulos tan recordados como El día de los enamorados y Atraco a las tres coescritos con Pedro Masó, junto a Antonio Vich y Vicente Coello respectivamente. En la realización dirigió películas siempre recordadas como Manolo, guardia urbano, Las Chicas de la Cruz Roja o La gran familia codirigida con Fernando Palacios.
La cesta es una comedia que nos plantea las vicisitudes de una comunidad no demasiado grande como para expandirse ni demasiado pequeña como para olvidarse de ella donde quedan reflejados los personajes que normalmente la habitan y no es casual que así sea ya que las tradiciones hacen a las personas, los pueblos y sus habitantes, así que Carmelo (Antonio Garisa) no iba a ser menos: es un vecino agarrado, además de usurero que no suelta prenda, de humor agrio (si es que lo tiene) y siempre creando enemigos , aunque raramente dando la razón, eso sí, cuando no hay más remedio.
Por otro lado disfrutar de la excelente actuación que Francisco Camoiras hace en el papel de Crescencio, noble y respetado a pesar de las limitaciones psicológicas que representa su personaje, consigue sobrevivir de la limosna y la beneficencia de los demás, amable con todos los habitantes solo tiene un deseo que le ocupa su pensamiento sin dudar en proclamarlo por todas partes debiendo esperar el resultado hasta el día de Reyes.
Destacadas actrices, entre las cuales Lina Morgan en el rol de Lolín donde ya mostraba formas y gestos absolutamente singulares que desarrollaría con gran éxito a lo largo de su productiva carrera, junto a ella cabe señalar a la veterana Julia Caba Alba en el papel de Petra una sirvienta del hogar enfrascada sin quererlo en la conciencia emocional del avaro Carmelo para quien trabaja equilibrando con sus reproches la ira y el coraje de su patrón siempre encerrado en su propio y silenciado mundo emocional de un pasado que le empujó a ese indeseado carácter del que Teresa (Ana Esmeralda) tiene algo que decir.
La evolución de los acontecimientos hará que las cosas cambien de la forma más imprevisible a pesar de la indisimulada codicia de Carmelo por controlar el azar de la rifa con la cesta y un aliciente añadido que despierta el interés de los lugareños en un final que, aunque previsible, no deja de sorprender a la comunidad que pasa del rechazo al afecto en nada de tiempo. Redescubrir La cesta supone reforzar la imagen de destacados intérpretes como, entre otros, Rafael Durán, Perla Cristal, o Antonio Vico, aportando además a la galería de destacadas interpretaciones a Francisco Camoiras por Crescencio.
La cesta es una comedia que nos plantea las vicisitudes de una comunidad no demasiado grande como para expandirse ni demasiado pequeña como para olvidarse de ella donde quedan reflejados los personajes que normalmente la habitan y no es casual que así sea ya que las tradiciones hacen a las personas, los pueblos y sus habitantes, así que Carmelo (Antonio Garisa) no iba a ser menos: es un vecino agarrado, además de usurero que no suelta prenda, de humor agrio (si es que lo tiene) y siempre creando enemigos , aunque raramente dando la razón, eso sí, cuando no hay más remedio.
Por otro lado disfrutar de la excelente actuación que Francisco Camoiras hace en el papel de Crescencio, noble y respetado a pesar de las limitaciones psicológicas que representa su personaje, consigue sobrevivir de la limosna y la beneficencia de los demás, amable con todos los habitantes solo tiene un deseo que le ocupa su pensamiento sin dudar en proclamarlo por todas partes debiendo esperar el resultado hasta el día de Reyes.
Destacadas actrices, entre las cuales Lina Morgan en el rol de Lolín donde ya mostraba formas y gestos absolutamente singulares que desarrollaría con gran éxito a lo largo de su productiva carrera, junto a ella cabe señalar a la veterana Julia Caba Alba en el papel de Petra una sirvienta del hogar enfrascada sin quererlo en la conciencia emocional del avaro Carmelo para quien trabaja equilibrando con sus reproches la ira y el coraje de su patrón siempre encerrado en su propio y silenciado mundo emocional de un pasado que le empujó a ese indeseado carácter del que Teresa (Ana Esmeralda) tiene algo que decir.
La evolución de los acontecimientos hará que las cosas cambien de la forma más imprevisible a pesar de la indisimulada codicia de Carmelo por controlar el azar de la rifa con la cesta y un aliciente añadido que despierta el interés de los lugareños en un final que, aunque previsible, no deja de sorprender a la comunidad que pasa del rechazo al afecto en nada de tiempo. Redescubrir La cesta supone reforzar la imagen de destacados intérpretes como, entre otros, Rafael Durán, Perla Cristal, o Antonio Vico, aportando además a la galería de destacadas interpretaciones a Francisco Camoiras por Crescencio.
Miniserie

5,4
286
7
31 de enero de 2020
31 de enero de 2020
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Blasco Ibáñez, es una miniserie dirigida por Luis García Berlanga en 1997, guionizada, además de él, por Jorge Berlanga y Antonio Gómez Rufo, música de Bernardo Fuster y Luis Mendo y fotografía de Hans Burmann. La capacidad de síntesis de Berlanga al afrontar un reto tan personal, le llevó a contemplar, a personalizar cada uno de los apartados que conformaron la vida social y creativa de Vicente Blasco Ibáñez (Ramón Langa). El recorrido de la narración no podía comenzar (como no podía ser de otra manera) con las trapisondas de un escritor, de un inquietante creador enredado en grescas y bullicios propios de un joven y prometedor escritor.
La fluidez narrativa nos transporta desde los años mozos de Blasco (1883), a pasar por diferentes etapas de su vida, donde asistimos a su trabajo como escribiente escritor del veterano Don Manuel (Manuel Alexandre), impulsor en cierta manera de la futura proyección del autor de obras universales como Los cuatro jinetes del apocalipsis o la celebérrima Arroz y Tartana entre otras y muy interesantes novelas mientras vive un matrimonio algo inestable con su esposa María (Mercè Pons).
Berlanga dinamiza de forma decidida la incorporación de personajes emblemáticos en la vida social de nuestro protagonista a través de cuatro décadas de su prolífica vida creativa, entre los cuales Benito Pérez Galdós (Carles Pons), La Bella Otero (Laura Aparicio), Sorolla (Carlos Iglesias), Alejandro Dumas hijo (José María Caffarel), Emilia Pardo Bazán (Emma Penella), o Chita (Ana García Obregón) entre un elenco que sobrepasa el centenar de personajes representativos de la vida social, cultural y política de los innumerables momentos vividos hasta poco más del primer cuarto del siglo XX.
Elegante y sentido homenaje del realizador de Placido que nos hace viajar junto a Blasco Ibañez por Madrid, Roma, París, Estambul, Argentina o Francia entre otros parajes de inolvidable recuerdo para el escritor de Sangre y arena, La catedral, Entre naranjos, Sónnica la cortesana o La vuelta al mundo de un escritor. Se trata pues de una miniserie que rubrica sobradamente la ingente producción literaria de Vicente Blasco Ibañez, tanto de carácter novelesco como social, histórico, o narrativo de carácter breve que conforman sus Cuentos valencianos. Asistimos sin duda alguna, al visionado de una pequeña gran miniserie realizada por Berlanga, dedicada a un paisano que siempre admiró sin ambages.
La fluidez narrativa nos transporta desde los años mozos de Blasco (1883), a pasar por diferentes etapas de su vida, donde asistimos a su trabajo como escribiente escritor del veterano Don Manuel (Manuel Alexandre), impulsor en cierta manera de la futura proyección del autor de obras universales como Los cuatro jinetes del apocalipsis o la celebérrima Arroz y Tartana entre otras y muy interesantes novelas mientras vive un matrimonio algo inestable con su esposa María (Mercè Pons).
Berlanga dinamiza de forma decidida la incorporación de personajes emblemáticos en la vida social de nuestro protagonista a través de cuatro décadas de su prolífica vida creativa, entre los cuales Benito Pérez Galdós (Carles Pons), La Bella Otero (Laura Aparicio), Sorolla (Carlos Iglesias), Alejandro Dumas hijo (José María Caffarel), Emilia Pardo Bazán (Emma Penella), o Chita (Ana García Obregón) entre un elenco que sobrepasa el centenar de personajes representativos de la vida social, cultural y política de los innumerables momentos vividos hasta poco más del primer cuarto del siglo XX.
Elegante y sentido homenaje del realizador de Placido que nos hace viajar junto a Blasco Ibañez por Madrid, Roma, París, Estambul, Argentina o Francia entre otros parajes de inolvidable recuerdo para el escritor de Sangre y arena, La catedral, Entre naranjos, Sónnica la cortesana o La vuelta al mundo de un escritor. Se trata pues de una miniserie que rubrica sobradamente la ingente producción literaria de Vicente Blasco Ibañez, tanto de carácter novelesco como social, histórico, o narrativo de carácter breve que conforman sus Cuentos valencianos. Asistimos sin duda alguna, al visionado de una pequeña gran miniserie realizada por Berlanga, dedicada a un paisano que siempre admiró sin ambages.

6,8
657
9
26 de agosto de 2018
26 de agosto de 2018
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mervyn LeRoy, responsable de grandes metrajes como Hampa dorada (1931), Niebla en el pasado (1942) o Quo Vadis (1949) entre la numerosa realización que dejó para la cinematografía, supo ver desde sus inicios los diferentes ángulos artísticos y la efectividad creativa del nuevo arte. Iniciado en el cine mudo con diversas responsabilidades le guía hasta convertirse en asistente de cámara, llevándole durante los últimos años del cine mudo, a la dirección en 1927 con No Place to G (La frontera del amor). La sagacidad como productor le facilitó su carrera cinematográfica, destacando en esa faceta por ser el responsable de la producción del clásico El Mago de Oz, entre otras.
Madame Curie (1943) es una magnífica realización de LeRoy, una desgarradora película en la que por encima de cualquier valor material o moral, está el vibrante deseo de evolucionar, de ir más allá, de mirar con la entereza que cada cual posea, hacia delante, hacia lo que entendemos por conocimiento humano, dejando para el cine una de esas realizaciones que levantan el ánimo por medio de la superación personal, emocional y cultural, provocando adicción intelectual, enamorando la fortaleza de una mujer que por encima de todas las cosas tenía innata en su genética el deseo de aprender, de saber de evolucionar.
El film, envuelto con la fuerza del arrebato y la delicada música de Herbert Stothart, nos cuenta la historia de superación por medio de la investigación, de la cultura, de la observación, del razonamiento lógico y de la evolución del entorno que siempre nos acompaña, donde Marie Curie supo entender, superar y convivir con esos principios, en una sociedad claramente patriarcal, marcando hitos históricos tan acertadamente narrados junto a la esplendida fotografía de Joseph Ruttenberg.
La expectación, la curiosidad y el deseo por aprender quedan claramente afirmados por el profesor Jean Perot (Albert Bassermann) y la complicidad del alumnado, entre los cuales Marie Sklodowska (Greer Garson), en un juego de planos sabiamente combinados reforzando así el mensaje del esfuerzo por descubrir, por evolucionar, y lo más importante: por no desfallecer sean cuales sean los obstáculos en el camino, conceptos interiorizados y asumidos por la joven Sklodowska.
Pierre Curie (Walter Pidgeon) es el complemento perfecto que la vida (y la ayuda de algún colega) puso en el camino de nuestra protagonista. LeRoy nos presenta la harmoniosa relación entre Pierre y Marie Curie que tan acertadamente supo ver el profesor Perot a tiempo, junto a otros interesantes personajes de esta narración, entre los cuales el carismático David Le Gros (Robert Walker), el condescendiente Eugene Curie (Henry Travers) padre de Pierre y la no menos amable madre, la señora Eugene Curie (May Whitty). Magnífica película y mejor acercamiento a la vida y la obra de una mujer ejemplar.
El acercamiento del realizador a la vida de esta destacada estudiante, doctora, investigadora y descubridora de trascendentales hallazgos para el mundo de la física, la química y la ciencia en general, supone una emotiva aportación al mundo del conocimiento que tan acertadamente supo llevar a la pantalla Mervyn LeRoy convirtiéndose en un claro paradigma para uso y disfrute de cualquier generación posterior de cineastas que muestren interés por realizar metrajes sobre el siempre cambiante mundo de la ciencia, la evolución y sus protagonistas.
Madame Curie (1943) es una magnífica realización de LeRoy, una desgarradora película en la que por encima de cualquier valor material o moral, está el vibrante deseo de evolucionar, de ir más allá, de mirar con la entereza que cada cual posea, hacia delante, hacia lo que entendemos por conocimiento humano, dejando para el cine una de esas realizaciones que levantan el ánimo por medio de la superación personal, emocional y cultural, provocando adicción intelectual, enamorando la fortaleza de una mujer que por encima de todas las cosas tenía innata en su genética el deseo de aprender, de saber de evolucionar.
El film, envuelto con la fuerza del arrebato y la delicada música de Herbert Stothart, nos cuenta la historia de superación por medio de la investigación, de la cultura, de la observación, del razonamiento lógico y de la evolución del entorno que siempre nos acompaña, donde Marie Curie supo entender, superar y convivir con esos principios, en una sociedad claramente patriarcal, marcando hitos históricos tan acertadamente narrados junto a la esplendida fotografía de Joseph Ruttenberg.
La expectación, la curiosidad y el deseo por aprender quedan claramente afirmados por el profesor Jean Perot (Albert Bassermann) y la complicidad del alumnado, entre los cuales Marie Sklodowska (Greer Garson), en un juego de planos sabiamente combinados reforzando así el mensaje del esfuerzo por descubrir, por evolucionar, y lo más importante: por no desfallecer sean cuales sean los obstáculos en el camino, conceptos interiorizados y asumidos por la joven Sklodowska.
Pierre Curie (Walter Pidgeon) es el complemento perfecto que la vida (y la ayuda de algún colega) puso en el camino de nuestra protagonista. LeRoy nos presenta la harmoniosa relación entre Pierre y Marie Curie que tan acertadamente supo ver el profesor Perot a tiempo, junto a otros interesantes personajes de esta narración, entre los cuales el carismático David Le Gros (Robert Walker), el condescendiente Eugene Curie (Henry Travers) padre de Pierre y la no menos amable madre, la señora Eugene Curie (May Whitty). Magnífica película y mejor acercamiento a la vida y la obra de una mujer ejemplar.
El acercamiento del realizador a la vida de esta destacada estudiante, doctora, investigadora y descubridora de trascendentales hallazgos para el mundo de la física, la química y la ciencia en general, supone una emotiva aportación al mundo del conocimiento que tan acertadamente supo llevar a la pantalla Mervyn LeRoy convirtiéndose en un claro paradigma para uso y disfrute de cualquier generación posterior de cineastas que muestren interés por realizar metrajes sobre el siempre cambiante mundo de la ciencia, la evolución y sus protagonistas.
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