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Críticas 52
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
5
23 de febrero de 2011
8 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
El director italiano Mauro Bolognini (1922-2002) recurrió a menudo para sus películas a la adaptación de obras literarias, de autores como Alberto Moravia, Italo Svevo y Vitaliano Brancati, entre otros. De este último autor, siciliano, es la novela "El bello Antonio", publicada en 1949, cuyo tema es la relación entre el prestigio social y la sexualidad en una sociedad machista como la de Sicilia durante el fascismo.

La película fue la tercera y última colaboración - tras "Giovani mariti" y "La noche brava"- entre Bolognini y Pier Paolo Pasolini, que todavía no había dado el salto a la dirección cinematográfica y era más conocido como novelista. El reparto está encabezado por dos grandes estrellas del cine italiano: Marcello Mastroianni y Claudia Cardinale, que se encontraba todavía en los inicios de su carrera. Según cuenta la actriz en su autobiografía, Mastroianni se enamoró de ella durante el rodaje, pero fue rechazado porque la actriz no creyó que sus sentimientos fueran auténticos.

La película, como la novela, sitúa la acción en la ciudad siciliana de Catania. En el cine italiano de la época es frecuente referirse al atraso económico, social y cultural de la isla, así como a la pervivencia de anticuados conceptos del honor y la hombría que resultan ajenos al italiano del Norte. En esta película se relata la historia de Antonio Magnano (Marcello Mastroianni), notable por su apostura física y con una envidiada reputación de donjuán. Su familia concierta su boda con una rica heredera, Barbara Puglisi (Claudia Cardinale). Con el paso del tiempo, se descubre la impotencia de Magnano, lo que supone para él, y para su familia, un descenso a los infiernos del descrédito social. De este argumento, que podría haber dado para una comedia al estilo de las de Germi, ridiculizando el conservadurismo y el machismo de la sociedad siciliana, se hace sin embargo un tratamiento trágico, destacando sobre todo la soledad y el aislamiento del protagonista. Se pone de relieve la hipocresía de todas las instancias sociales, desde la familia hasta la Iglesia.

El papel de Mastroianni es bastante ingrato, dada la pasividad de su personaje. Tampoco Claudia Cardinale tiene ocasión de brillar demasiado, por las características de su papel. Más relieve tienen las interpretaciones de algunos secundarios, especialmente Pierre Brasseur, que hace de padre del protagonista. Notable la fotografía, en blanco y negro, un poco oscura, de Armando Nannuzzi.

Sin duda en su momento resultó una película audaz por el tema que trata. Sin embargo, el director plantea el tema con tantos circunloquios que se resiente la fuerza dramática del filme. En mi opinión, una película discreta, sin excesivo interés, a pesar de su gran reparto y de su excelente fotografía.
25 de marzo de 2018
7 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Logra con dignidad su objetivo de entretener e intrigar. La trama está aceptablemente construida, respetando los cánones del género. La ambientación en Gales es un importante punto a favor, y también lo son las referencias al enigmático ocultista del siglo XVII John Dee, que contribuyen a robustecer la historia.

Ciertamente, y como es habitual en el cine fantástico y de terror, casi nada es original y hay numerosos préstamos/citas/homenajes. Pero los ingredientes se han mezclado con oficio, y el guiso me parece perfectamente comestible.

Recomendable para los aficionados al género.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Muy bien traídas las referencias a clásicos del género, como, entre otros «La semilla del diablo» (Polanski, 1968), «Amenaza en la sombra» (Nicolas Roeg, 1973) y «El hombre de mimbre» (Robin Hardy, 1973).

El final tal vez no sea el colmo de la originalidad, pero responde satisfactoriamente a la mayoría de las cuestiones planteadas (no a todas, desde luego, ni mucho menos). Personalmente hubiera preferido un final más rotundo, pero es obvio que los guionistas han querido dejar abierta la posibilidad de una nueva temporada.
5 de febrero de 2017
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La decepción es el sentimiento predominante al acabar de ver la primera temporada. La serie tiene varios puntos a su favor, que hacen que el comienzo sea más que prometedor: su exquisita y minuciosa ambientación setentera- teniendo como telón de fondo temas como Vietnam o la lucha por los derechos civiles-, la espléndida fotografía, y, sobre todo, una maravillosa banda sonora en la que brillan con luz propia el soul, el blues y el gospel de la época. Sin embargo, el guion no tiene el vigor suficiente para mantener la atención del espectador más allá del tercer o cuarto capítulos, los personajes son planos, las interpretaciones insípidas y la trama muy poco original...Termina haciéndose aburrida, por desgracia, a pesar de que son solo 8 capítulos.

Eso sí, la música, decididamente, vale la pena. Memphis fue en los 60 y 70 el gran centro de la música afroamericana, con el sello Stax (Otis Redding, Johnnie Taylor, Wilson Pickett, Carla Thomas, William Bell y muchísimos otros) como buque insignia: en una escena en que el protagonista habla por teléfono desde una cabina aparece el famoso edificio de la discográfica, con el rótulo "Soulsville USA". Y hay varios guiños y referencias musicales a lo largo de la serie, lo que la hace muy interesante para el aficionado a este tipo de música (y no solo a esta, ya que aparecen otras bandas locales de la época, como Big Star, no relacionadas con el soul pero igualmente excelentes). La banda sonora escoge a menudo temas y artistas no excesivamente conocidos, pero de altísima calidad.

En conjunto, una serie cuidadosamente producida, y muy disfrutable en este aspecto -yo diría que solo por eso ya vale la pena verla-, que fracasa sin embargo en lo esencial: la historia. Una pena.
20 de octubre de 2011
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se propone la película retratar la desesperanza y el hastío vital de los jóvenes soviéticos en los años 60. A fe que lo logra: pocos filmes transmiten el tedio de forma tan eficaz como esta soporífera cinta de Marlen Khutsiyev. Con una palpable influencia del cine de Jean-Luc Godard (en alguna escena me ha parecido reconocer una cita, homenaje o plagio de «Bande à part»), pretende hacer el retrato psicológico de una pareja mediante una sucesión bastante inconexa de secuencias documentales en que se muestra la vida cotidiana en Moscú (con personas mirando estupefactas a cámara incluidas), planos fijos de personajes muy quietos y meditabundos y escenas en que un grupo de «intelectuales» esnobs cantan, bailan, se van de excursión y, sobre todo, parlotean sobre banalidades. Todo ello montado sin ningún ánimo de construir una narración coherente y con un implacable sadismo hacia el espectador.

Valen la pena, sin embargo, las tomas de las calles de Moscú que retratan el día a día en la URSS en los comienzos de la gris y terrible «era Brezhnev», la fotografía en blanco y negro, con algunos planos recordables, y las canciones de Bulat Okudzhava, uno de los mejores cantautores rusos de todos los tiempos.
12 de febrero de 2011
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
A pesar de que se le vienen diciendo responsos desde los años 60, el western, el género americano por excelencia, no termina de morirse, y hasta puede decirse que goza todavía de una (mala) salud de hierro. Es cierto que por lo general no son demasiado brillantes, pero no hay año en que no pasen por cartelera dos o tres películas del Oeste, obra de voluntariosos directores empeñados en revitalizar el género. En esta ocasión es el turno de los hermanos Coen, quienes emprenden con esta interesante película su primera incursión en el western, optando para ello por hacer una nueva versión de un clásico menor del género, “Valor de ley”, dirigida en 1969 por Henry Hathaway y protagonizada por un decadente John Wayne. La película está entre las más comerciales y menos personales del cine de la pareja de cineastas, pero resulta un western muy correcto, que, aunque no salvará definitivamente al género de su interminable agonía, sí deja claro que conocen a la perfección los códigos de este tipo de cine y saben aplicarlos con maestría. Seguramente no les haya venido mal a los Coen, después de una película tan autobiográfica como “Un tipo serio”, dejarse querer un poco por la taquilla: en este aspecto, el objetivo está indudablemente conseguido.

La primera “Valor de ley” era ya un western, más que crepuscular, trasnochado: en la misma época en que triunfaba la vertiente revisionista del género, con Sam Peckinpah o Arthur Penn, y se rodaban las mejores películas del spaghetti western, Hathaway se desmarcaba con un oeste al viejo estilo: nada de justificar o glorificar a los malos; al contrario, una historia que trata de cómo los “buenos” hacen que la ley se cumpla, caiga quien caiga (y caen unos cuantos), al precio que sea y con los métodos que haga falta. Aunque, eso sí, con un cierto toque cómico, basado sobre todo en la extraña pareja que forman la niña obstinada en vengar a su padre y el viejo sheriff borracho, encarnado por Wayne, que obtuvo gracias a esta mediocre película el Óscar que tenía mucho más que merecido por cualquiera de sus trabajos con Ford o Howard Hawks.

(sigue en el spoiler)
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spoiler:
La primera versión era bastante floja, y la actual de los hermanos Coen la mejora bastante, a decir verdad. Si en la de Hathaway reinaba el optimismo vital y un sentido ingenuo de la aventura, aquí el tono es mucho más sombrío y nocturno, y la presencia de la muerte es avasalladora. La mirada de los directores se recrea en imágenes de cadáveres (a veces en avanzado estado de descomposición), ejecuciones (a las que la niña asiste como si tal cosa) y muertes violentas de todo tipo. Por otro lado, a diferencia de lo que ocurría en la versión protagonizada por Wayne, aquí, gracias a la inclusión del epílogo original de la novela, se deja claro al espectador que todo es un relato en primera persona de la protagonista, Mattie Ross, que recuerda ese episodio de su infancia muchos años después, cuando ella es una vieja solterona amargada y los viejos héroes del Oeste no son más que una atracción de circo. Esto contribuye a dar a la película un tono mucho más sombrío, que también se hace perceptible en los tonos oscuros de la fotografía y la abundancia de escenas nocturnas (muchas más que en la versión anterior).

No por ello los Coen se olvidan del humor: de hecho, hay varios detalles entre lo grotesco y lo absurdo que resultan muy característicos de su forma de hacer cine. El humor está, para empezar, en los personajes principales: el Rooster Cogburn de Jeff Bridges (bastante más creíble que el de John Wayne) que tiene algo de Falstaff, egoísta y fanfarrón (aunque al final de la película este personaje tan bien construido termina desbaratándose por necesidades del guión); pero también el ranger de Texas La Boeuf que interpreta Matt Damon, cuya comicidad deriva del muy elevado concepto que tiene de sí mismo y del cuerpo al que pertenece. Hay momentos grotescos en el guión, como ese oso a caballo que aparece de pronto en un recodo del camino y que termina siendo una especie de curandero que trafica con cadáveres, o la escena en que se acalla brutalmente el discurso del indio cuando va a ser ejecutado al principio de la película. Los magníficos diálogos entre los personajes principales (sobre todo entre Cogburn y Ross) son también una importante fuente de comicidad. Es una virtud de la película, en mi opinión, el conciliar estos elementos cómicos con una historia con un fondo tan oscuro.

No puede dejar de mencionarse la magnífica interpretación de la jovencísima actriz protagonista, Hailee Steinfeld, que retrata a las mil maravillas la mezcla de fragilidad y determinación que es la quintaesencia de su personaje. Brillantes las primeras escenas en las que se define su personalidad, como cuando regatea con el tratante de caballos. También es digna de citarse la actuación de Barry Pepper (Lucky Ned), que aparece apenas en el último cuarto de la película, cuando por fin los malos tienen rostro; su personaje tiene una inesperada dignidad que está a la altura de las otras grandes interpretaciones del filme.
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