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3,2
5.820
2
20 de diciembre de 2006
20 de diciembre de 2006
4 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
El mundo de los videojuegos vuelve a temblar ante una adaptación al cine. Esta vez, el damnificado es el famoso "Dead Or Alive" que tan popular se hiciera en la XBox por las llamativas protagonistas femeninas. Con estos antecedentes, no es extraño que la cosa haya salido como ha salido.
"DOA: Dead Or Alive" es un torneo de lucha al cual son invitados los mejores combatientes en sus respectivos campos, aunque algunos van con un objetivo distinto: Kasumi (Devon Aoki) y Hayabusa (Kane Kosugi) van en busca del hermano de la primera, presuntamente muerto en el torneo; Tina (Jamie Pressly) ve la oportunidad de que la tomen en serio como luchadora; Christie (Holly Valance) y Max (Matthew Marsden) buscan los cien millones de dolares de la caja fuerte de Donovan (Eric Roberts), organizador del torneo...
En realidad, más que haber guión, lo que hay es pretexto: pretexto para enseñar el máximo de carne turgente posible sin que la MPAA le ponga el temido NC-17. Así asistimos a la sucesión de cuerpos Danone, que de vez en cuando se ve interrumpida con algún mínimo avance en la trama, pero que no distrae del propósito fundamental de apreciar lo bien que les queda el bikini a las chicas.
Huelga decir que el reparto está escogido con esmero, atendiendo a las virtudes físicas que requiere cada personaje. Así, las chicas protagonistas cumplen en su papel de lucir cuerpo, y Eric Roberts cumple en dar un pasito más hacia el total hundimiento de su carrera, aunque lo cierto es que para caer más bajo necesitaría una pala. Sorprende la capacidad interpretativa de Devon Aoki, cuya cara tiene menos expresividad que una inyección de botox.
Corey Yuen intenta hacer algo con las escenas de lucha, pero en general, las coreografías son tan malas y bizarras que no provocan mucho interés. Ni mucho ni poco, vaya. Por lo menos, la cosa no llega a la hora y media, y nadie intentará suicidarse mientras tanto. Sí que se agradece la humildad de que no se hayan tomado la peli en serio, porque de lo contrario, habría montones de bajas civiles.
Así que, salvo adolescentes hiperhormonados, o estudiantes de anatomía, poca gente más encontrará de interés esta película. Si acaso, como motivación para ir al gimnasio.
"DOA: Dead Or Alive" es un torneo de lucha al cual son invitados los mejores combatientes en sus respectivos campos, aunque algunos van con un objetivo distinto: Kasumi (Devon Aoki) y Hayabusa (Kane Kosugi) van en busca del hermano de la primera, presuntamente muerto en el torneo; Tina (Jamie Pressly) ve la oportunidad de que la tomen en serio como luchadora; Christie (Holly Valance) y Max (Matthew Marsden) buscan los cien millones de dolares de la caja fuerte de Donovan (Eric Roberts), organizador del torneo...
En realidad, más que haber guión, lo que hay es pretexto: pretexto para enseñar el máximo de carne turgente posible sin que la MPAA le ponga el temido NC-17. Así asistimos a la sucesión de cuerpos Danone, que de vez en cuando se ve interrumpida con algún mínimo avance en la trama, pero que no distrae del propósito fundamental de apreciar lo bien que les queda el bikini a las chicas.
Huelga decir que el reparto está escogido con esmero, atendiendo a las virtudes físicas que requiere cada personaje. Así, las chicas protagonistas cumplen en su papel de lucir cuerpo, y Eric Roberts cumple en dar un pasito más hacia el total hundimiento de su carrera, aunque lo cierto es que para caer más bajo necesitaría una pala. Sorprende la capacidad interpretativa de Devon Aoki, cuya cara tiene menos expresividad que una inyección de botox.
Corey Yuen intenta hacer algo con las escenas de lucha, pero en general, las coreografías son tan malas y bizarras que no provocan mucho interés. Ni mucho ni poco, vaya. Por lo menos, la cosa no llega a la hora y media, y nadie intentará suicidarse mientras tanto. Sí que se agradece la humildad de que no se hayan tomado la peli en serio, porque de lo contrario, habría montones de bajas civiles.
Así que, salvo adolescentes hiperhormonados, o estudiantes de anatomía, poca gente más encontrará de interés esta película. Si acaso, como motivación para ir al gimnasio.

4,4
4.852
2
9 de octubre de 2006
9 de octubre de 2006
4 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sinceramente, creo que con los mimbres de esta historia, debería haber salido algo bastante más decente que lo que nos ofrece Simon West. A saber: canguro adolescente completamente aislada en una casa de tamaño descomunal y una decoración que hace que la de "13 fantasmas" parezca pensada por teletubbies, y que se ve acosada telefónicamente por el "extraño" al que hace referencia el título.
Digo yo que alguien con un poco de maña podría haber conseguido un thriller medianamente digno, pero este no es el caso. La cinta se resume en llamada, golpe de volumen (cuando aparece el gato o sencillamente, nada), y a esperar que el invento de Meucci (y no de Graham Bell) vuelva a hacer de las suyas. Hora y media así acaba con los nervios de cualquiera, pero no de la tensión, sino del aburrimiento.
Todo el peso de la peli recae en Camilla Belle, que no es que lo haga demasiado bien. Por cierto, debe ser la primera canguro de la historia que tarda una hora en ir a visitar a los niños. Debe ser cosa de los tiempos que vivimos. Además, a pesar de que la situación debería inquietarle, parece más preocupada porque una de sus amigas le de el teléfono de la mansión a su novio, que de que haya un psicópata observándola. Si algo sorprende de la historia, es la cantidad de cosas que hace ella para que todo vaya de mal en peor, como salir de la casa a la ligera, o meterse en los sitios más complicados posibles.
Entre las muchas cosas que sobran de la peli, es el prólogo y el epílogo. El primero, porque poco o nada aporta al desarrollo del film; y el segundo, porque lo hemos visto en infinidad de ocasiones, y mejor hecho. Los demás personajes tienen la importancia de una patata, con la desventaja de que a ellos no se les puede comer. El malo es tema aparte: los que jueguen a hacer de Sherlock Holmes se van a llevar un chasco, y de los gordos. Quien avisa no es traidor.
La dirección también está a la altura, y se limita a colocar la cámara con la chica en un extremo para que parezca que por el otro puede aparecer el malo. Ah, sí, también hay alguna cámara lenta e incluso algún contrapicado, para que no falte de nada. En fin, que lo más aterrador de todo es, sin duda, las facturas de teléfono de la chica. Vaya tela.
Digo yo que alguien con un poco de maña podría haber conseguido un thriller medianamente digno, pero este no es el caso. La cinta se resume en llamada, golpe de volumen (cuando aparece el gato o sencillamente, nada), y a esperar que el invento de Meucci (y no de Graham Bell) vuelva a hacer de las suyas. Hora y media así acaba con los nervios de cualquiera, pero no de la tensión, sino del aburrimiento.
Todo el peso de la peli recae en Camilla Belle, que no es que lo haga demasiado bien. Por cierto, debe ser la primera canguro de la historia que tarda una hora en ir a visitar a los niños. Debe ser cosa de los tiempos que vivimos. Además, a pesar de que la situación debería inquietarle, parece más preocupada porque una de sus amigas le de el teléfono de la mansión a su novio, que de que haya un psicópata observándola. Si algo sorprende de la historia, es la cantidad de cosas que hace ella para que todo vaya de mal en peor, como salir de la casa a la ligera, o meterse en los sitios más complicados posibles.
Entre las muchas cosas que sobran de la peli, es el prólogo y el epílogo. El primero, porque poco o nada aporta al desarrollo del film; y el segundo, porque lo hemos visto en infinidad de ocasiones, y mejor hecho. Los demás personajes tienen la importancia de una patata, con la desventaja de que a ellos no se les puede comer. El malo es tema aparte: los que jueguen a hacer de Sherlock Holmes se van a llevar un chasco, y de los gordos. Quien avisa no es traidor.
La dirección también está a la altura, y se limita a colocar la cámara con la chica en un extremo para que parezca que por el otro puede aparecer el malo. Ah, sí, también hay alguna cámara lenta e incluso algún contrapicado, para que no falte de nada. En fin, que lo más aterrador de todo es, sin duda, las facturas de teléfono de la chica. Vaya tela.

5,9
6.671
4
13 de septiembre de 2006
13 de septiembre de 2006
3 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con "Thai Dragon" se vuelven a reunir los responsables principales de "Ong-Bak", como su director, Prachya Pinkaew, y parte del reparto, encabezado por Panom Yeerum, que en un alarde de vista comercial, se ha "rebautizado" como Tony Jaa, que sin ser un nombre particularmente elegante, sí que facilita que el público no tailandés (que la verdad, es un montón) se pueda quedar con él.
Al igual que la mencionada "Ong-Bak", de nuevo se trata de ver a este fornido mozo dando rodillazos, codazos, cabezazos, así como piruetas imposibles para cualquiera, excepto quizás para Spiderman, y eso es lo que da la película. Es más, el ritmo de desencajado/quebrado/tronchado de extremidades es mayor que si juntásemos a tres Steven Seagal, y lo que en un primer momento impresiona y entretiene, acaba haciéndose un tanto pesado. Como en toda peli de artes marciales, los rivales serán cada vez más pintorescos y complicados, y esta vez nos encontramos entre ellos a un tipo salido de la lucha libre y a Ronaldinho bailando capoeira. Lo nunca visto.
Entre esas escenas discurre lo que suponemos un intento de argumento, con varios personajes que pasaban por allí, y entran y salen de la pantalla cuando al director le apetece, o se acuerda de que algo tenían que ver con la historia, cosa que no acaba de quedar clara. A nivel actoral, poco se puede comentar: los malos fruncen el ceño, el alivio cómico procura hacer el ridículo, y Tony Jaa pega patadas, que para eso está.
En cuanto a las luchas, si bien es deudora de las acrobacias de Jackie Chan, no existe el sentido del humor y de la violencia de tebeo de las pelis de éste, sino que aquí hay sangre, mucho hueso roto y también tendones cortados. Es difícil saber por qué en una película pensada como espectáculo hay escenas tan duras como en esta ocasión. Probablemente se acaben dando cuenta de que no hay que tomarse tan serio a uno mismo cuando se ofrece este tipo de producto, y entonces, las cosas irán a mejor.
Por cierto, ¿dónde está el dragón del título?
Al igual que la mencionada "Ong-Bak", de nuevo se trata de ver a este fornido mozo dando rodillazos, codazos, cabezazos, así como piruetas imposibles para cualquiera, excepto quizás para Spiderman, y eso es lo que da la película. Es más, el ritmo de desencajado/quebrado/tronchado de extremidades es mayor que si juntásemos a tres Steven Seagal, y lo que en un primer momento impresiona y entretiene, acaba haciéndose un tanto pesado. Como en toda peli de artes marciales, los rivales serán cada vez más pintorescos y complicados, y esta vez nos encontramos entre ellos a un tipo salido de la lucha libre y a Ronaldinho bailando capoeira. Lo nunca visto.
Entre esas escenas discurre lo que suponemos un intento de argumento, con varios personajes que pasaban por allí, y entran y salen de la pantalla cuando al director le apetece, o se acuerda de que algo tenían que ver con la historia, cosa que no acaba de quedar clara. A nivel actoral, poco se puede comentar: los malos fruncen el ceño, el alivio cómico procura hacer el ridículo, y Tony Jaa pega patadas, que para eso está.
En cuanto a las luchas, si bien es deudora de las acrobacias de Jackie Chan, no existe el sentido del humor y de la violencia de tebeo de las pelis de éste, sino que aquí hay sangre, mucho hueso roto y también tendones cortados. Es difícil saber por qué en una película pensada como espectáculo hay escenas tan duras como en esta ocasión. Probablemente se acaben dando cuenta de que no hay que tomarse tan serio a uno mismo cuando se ofrece este tipo de producto, y entonces, las cosas irán a mejor.
Por cierto, ¿dónde está el dragón del título?

5,9
32.412
7
12 de enero de 2007
12 de enero de 2007
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pocos deportes dan tanto juego como el boxeo en cuanto a metáfora de la vida. Los golpes incesantes, el triunfo de la voluntad, la dureza del combate..., se aplican con igual facilidad al deporte de las doce cuerdas y a la aventura de vivir.
"Rocky Balboa" no es una película de boxeo, ni una película de deportes: es una película sobre un hombre, que a la sazón es boxeador. O era, ya que el bueno de Rocky (Sylvester Stallone), retirado hace largo tiempo, ahora ya viejo y solo tras la muerte de su mujer, se ha quedado sin retos, sin desafíos, sin ilusiones. Sus relaciones con su hijo Robert (Milo Ventimiglia) tampoco pasan por buen momento, ya que éste se siente comparado en todo lo que emprende con la larga sombra de su padre. Así, Rocky quiere volver a boxear, y los managers del actual campeón invicto, Mason "Frontera" Dixon (Antonio Tarver) le ofrecen una nueva oportunidad.
Stallone, que lleva años siendo objeto de innumerables burlas por el gran crimen de haberse dedicado a hacer cine de entretenimiento (y no gesticular como Sean Penn, claro), ha sido capaz de crear no uno, sino dos iconos del siglo XX: Rocky y Rambo. Y es imposible no recordar a estos dos mitos sin esbozar una sonrisa. En concreto, el boxeador de Philadelphia es un ser más entrañable que el mismísimo Papá Noel: siempre con una palabra amable, siempre echando una mano al prójimo, siempre atendiendo a sus infinitos fans con una sonrisa. El mismo Rocky resume su filosofía en una frase certera, que viene a decir algo como "¿por qué tienes que deberle algo a una persona para hacer algo por ella?".
El "cachas" neoyorquino, que se encarga de guión y dirección, trata a sus personajes con mimo exquisito, tanto, que ni siquiera hay "malo" como tal, sino que es un simple boxeador rival. Para reforzar la idea de que no es la pelea lo importante, el combate ocupa los últimos diez minutos, quince si contamos el entrenamiento con el "Gonna Fly Now" inmortal de Bill Conti sonando de fondo, y poniendo de nuevo el vello como escarpias al respetable.
De ahí la ovación final de la sala de proyección, porque hay pocos personajes que hayan calado tan hondo en el imaginario colectivo como el hombre con un corazón más grande que sus puños, tan rebosante de humanidad que entristece que sólo exista en una pantalla, y que es capaz de inspirar en aquellos que lo ven una inmediata complicidad y una sonrisa de ternura. Un digno fin a una saga épica. Larga vida a Sly. Larga vida a Rocky Balboa.
"Rocky Balboa" no es una película de boxeo, ni una película de deportes: es una película sobre un hombre, que a la sazón es boxeador. O era, ya que el bueno de Rocky (Sylvester Stallone), retirado hace largo tiempo, ahora ya viejo y solo tras la muerte de su mujer, se ha quedado sin retos, sin desafíos, sin ilusiones. Sus relaciones con su hijo Robert (Milo Ventimiglia) tampoco pasan por buen momento, ya que éste se siente comparado en todo lo que emprende con la larga sombra de su padre. Así, Rocky quiere volver a boxear, y los managers del actual campeón invicto, Mason "Frontera" Dixon (Antonio Tarver) le ofrecen una nueva oportunidad.
Stallone, que lleva años siendo objeto de innumerables burlas por el gran crimen de haberse dedicado a hacer cine de entretenimiento (y no gesticular como Sean Penn, claro), ha sido capaz de crear no uno, sino dos iconos del siglo XX: Rocky y Rambo. Y es imposible no recordar a estos dos mitos sin esbozar una sonrisa. En concreto, el boxeador de Philadelphia es un ser más entrañable que el mismísimo Papá Noel: siempre con una palabra amable, siempre echando una mano al prójimo, siempre atendiendo a sus infinitos fans con una sonrisa. El mismo Rocky resume su filosofía en una frase certera, que viene a decir algo como "¿por qué tienes que deberle algo a una persona para hacer algo por ella?".
El "cachas" neoyorquino, que se encarga de guión y dirección, trata a sus personajes con mimo exquisito, tanto, que ni siquiera hay "malo" como tal, sino que es un simple boxeador rival. Para reforzar la idea de que no es la pelea lo importante, el combate ocupa los últimos diez minutos, quince si contamos el entrenamiento con el "Gonna Fly Now" inmortal de Bill Conti sonando de fondo, y poniendo de nuevo el vello como escarpias al respetable.
De ahí la ovación final de la sala de proyección, porque hay pocos personajes que hayan calado tan hondo en el imaginario colectivo como el hombre con un corazón más grande que sus puños, tan rebosante de humanidad que entristece que sólo exista en una pantalla, y que es capaz de inspirar en aquellos que lo ven una inmediata complicidad y una sonrisa de ternura. Un digno fin a una saga épica. Larga vida a Sly. Larga vida a Rocky Balboa.

5,7
65.525
7
11 de enero de 2007
11 de enero de 2007
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Salvo los supervivientes de "Perdidos", debe haber poca gente en el mundo que no se haya enterado de las agrias (y a decir verdad, estériles) polémicas que desató la publicación en el 2003 de una novela de ficción titulada "El Código Da Vinci", escrita por un tal Dan Brown al que nadie por aquel entonces conocía. La novela vendió más de 60 millones de ejemplares, y Hollywood, "sobrado" de buenos guiones, no tardó en echarle el guante.
Tom Hanks da vida a Robert Langdon, profesor de Iconografía Religiosa de Harvard, que se ve envuelto como sospechoso en el asesinato del conservador del Museo del Louvre, cuya nieta, Sophie Neveu (Audrey Tautou), le ayudará en su intento de descifrar los enigmas que encierra esta muerte. Para ello, tendrán que escapar del capitán de la dirección central de la policía judicial francesa, Bezu Fache (Jean Reno), aunque contarán con la ayuda de Sir Leigh Teabing (Ian McKellen), experto en el Santo Grial, que es el motor auténtico de la trama.
A pesar de la enorme cantidad de datos y personajes que desfilan por la novela, el guión de Akiva Goldsman se las apaña para exponer las cosas de una manera clara. La mezcolanza de hechos, suposiciones, manipulaciones y conclusiones forzadas a las que se llega es consecuencia directa de la novela, y no se le puede achacar culpa al guionista en este aspecto. Además, Ron Howard, siempre profesional y eficaz, es capaz de solventar las largas secuencias de diálogos o incluso monólogos sin que al espectador le apetezca dedicarse a hacerse la manicura. Para ilustrar el proceso de resolución de enigmas o mostrar acontecimientos históricos, Howard no duda en tirar de flashbacks e infografía con resultados realmente buenos.
La única pega es que el tono de la peli es quizás demasiado trascendente y oscuro para lo que la novela expone, y todo es excesivamente plano, sin llegar a un clímax real, con la posible excepción de la secuencia final, enmarcada por una bella música del gran Hans Zimmer. Las actuaciones tampoco desmerecen, aunque Hanks está un poco soso, y la química con Audrey Tautou es inexistente. Aún así, es un entretenimiento digno y bien hecho, que es lo que se espera de una producción de estas características. Un acierto de Ron Howard.
Tom Hanks da vida a Robert Langdon, profesor de Iconografía Religiosa de Harvard, que se ve envuelto como sospechoso en el asesinato del conservador del Museo del Louvre, cuya nieta, Sophie Neveu (Audrey Tautou), le ayudará en su intento de descifrar los enigmas que encierra esta muerte. Para ello, tendrán que escapar del capitán de la dirección central de la policía judicial francesa, Bezu Fache (Jean Reno), aunque contarán con la ayuda de Sir Leigh Teabing (Ian McKellen), experto en el Santo Grial, que es el motor auténtico de la trama.
A pesar de la enorme cantidad de datos y personajes que desfilan por la novela, el guión de Akiva Goldsman se las apaña para exponer las cosas de una manera clara. La mezcolanza de hechos, suposiciones, manipulaciones y conclusiones forzadas a las que se llega es consecuencia directa de la novela, y no se le puede achacar culpa al guionista en este aspecto. Además, Ron Howard, siempre profesional y eficaz, es capaz de solventar las largas secuencias de diálogos o incluso monólogos sin que al espectador le apetezca dedicarse a hacerse la manicura. Para ilustrar el proceso de resolución de enigmas o mostrar acontecimientos históricos, Howard no duda en tirar de flashbacks e infografía con resultados realmente buenos.
La única pega es que el tono de la peli es quizás demasiado trascendente y oscuro para lo que la novela expone, y todo es excesivamente plano, sin llegar a un clímax real, con la posible excepción de la secuencia final, enmarcada por una bella música del gran Hans Zimmer. Las actuaciones tampoco desmerecen, aunque Hanks está un poco soso, y la química con Audrey Tautou es inexistente. Aún así, es un entretenimiento digno y bien hecho, que es lo que se espera de una producción de estas características. Un acierto de Ron Howard.
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