You must be a loged user to know your affinity with Bloomsday
Críticas ordenadas por utilidad
Movie added to list
Movie removed from list
An error occurred
8
30 de mayo de 2007
30 de mayo de 2007
120 de 135 usuarios han encontrado esta crítica útil
Huston se moría. Así de simple. Y dotó a esta película de ese ambiente de recapitulación, de rendir cuentas ante aquello que se desvanece. Un retrato vívido, puro. Un epitafio en movimiento ideado y consumado desde una mascarilla de oxígeno. Y es que no hay nada tan vivo como un hombre frente a la muerte.
Huston se moría y decidió que no podía posponer más la adaptación de este relato. Todos debían entender qué significa que suene “la joven de Aughrim” mientras revolotea el pasado, arañan los recuerdos y los muertos nos reclaman.
Decidió que no podía esperar ni un minuto más para rodar la nieve cayendo sobre el universo.
Huston se moría y decidió que no podía posponer más la adaptación de este relato. Todos debían entender qué significa que suene “la joven de Aughrim” mientras revolotea el pasado, arañan los recuerdos y los muertos nos reclaman.
Decidió que no podía esperar ni un minuto más para rodar la nieve cayendo sobre el universo.
2 de mayo de 2006
2 de mayo de 2006
110 de 116 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lubitsch es un director plenamente respetado que, sin embargo, no parece estar en cuanto a reconocimiento popular entre los más grandes del séptimo arte.
Quizás sus comedias, tan sofisticadas y refinadas como ésta que nos ocupa, dan normalmente una apariencia de frialdad o cínica frivolidad que, siendo indiscutiblemente entretenidas, no acaba de conectar totalmente con lo “emotivo” sino más bien con la “inteligencia” del espectador. Y luego que es un director de interiores, sin grandilocuentes fotografías... (parece una chorrada pero influye, a D. Lean se le mete constantemente en listas de los mejores directores prácticamente por Lawrence..., y sí, estoy de acuerdo, pero no olvidemos el juego de puertas de Lubitsch).
Esta película es un buenísimo ejemplo (sin ser la mejor de su filmografía desde luego) de su elegancia, sutileza, agilidad y precisión.
La historia acaba siendo un romance con más intensidad de lo que de su tono casi displicente puede desprenderse, una muestra de la melancólica visión de Lubitsch sobre el amor efímero, sobre la magia de un romance y sobre los dos protagonistas que prefieren dejarlo antes de que ese apasionamiento cegador (ambos están cegados claramente, si continuaran juntos las cosas inevitablemente no terminarían bien) acabe con la fugacidad amorosa. La película va, por tanto, más allá de la comedia y de una planificación visual extraordinaria; tan magnífica que puede hacernos olvidar que también hay algo de “corazoncito” en ella.
Como digo, esta bonita historia de amor está camuflada bajo un ejercicio de ingenio y estilo tan abrumador que puede acabar provocando cierta sensación de asepsia, cierta separación con el espectador. Y es que nuestro ojo no está entrenado para que el cine nos tome en serio. Para que (Miguel Marías) se nos otorgue un papel activo en lo que se nos cuenta y se dirijan directamente a nuestra inteligencia (los directores que buscan la emoción por encima de todo parecen tener más aceptación, ya no hablo de los que se dirigen al imbécil que todos llevamos dentro y que Hollywood pelea por sacar en cada estreno).
En esta película la imagen hace avanzar la trama. No es un virtuosismo técnico, es un virtuosismo narrativo. Desde ese punto de vista Lubitsch me parece uno de los directores más precisos que han existido. Sus soluciones visuales son de un ingenio constante, una obra de auténtica ingeniería visual.
Gran uso del montaje, de la composición de planos y, sello de fábrica, de la elipsis y de todo aquello que queda en off (detrás de una puerta, el fuera de campo...), la sucesión de planos-viñeta, la importancia de los objetos para hacer avanzar la historia sin la palabra, las transiciones (que no son meros recursos para acelerar una parte poco interesante y que sirva de nexo, sino que se le da la vuelta para que tengan también un punto de comedia) etc. ¡Es que hasta la forma de presentar a los personajes es mucho más moderna que cualquier cosa que se haga hoy!
...
Quizás sus comedias, tan sofisticadas y refinadas como ésta que nos ocupa, dan normalmente una apariencia de frialdad o cínica frivolidad que, siendo indiscutiblemente entretenidas, no acaba de conectar totalmente con lo “emotivo” sino más bien con la “inteligencia” del espectador. Y luego que es un director de interiores, sin grandilocuentes fotografías... (parece una chorrada pero influye, a D. Lean se le mete constantemente en listas de los mejores directores prácticamente por Lawrence..., y sí, estoy de acuerdo, pero no olvidemos el juego de puertas de Lubitsch).
Esta película es un buenísimo ejemplo (sin ser la mejor de su filmografía desde luego) de su elegancia, sutileza, agilidad y precisión.
La historia acaba siendo un romance con más intensidad de lo que de su tono casi displicente puede desprenderse, una muestra de la melancólica visión de Lubitsch sobre el amor efímero, sobre la magia de un romance y sobre los dos protagonistas que prefieren dejarlo antes de que ese apasionamiento cegador (ambos están cegados claramente, si continuaran juntos las cosas inevitablemente no terminarían bien) acabe con la fugacidad amorosa. La película va, por tanto, más allá de la comedia y de una planificación visual extraordinaria; tan magnífica que puede hacernos olvidar que también hay algo de “corazoncito” en ella.
Como digo, esta bonita historia de amor está camuflada bajo un ejercicio de ingenio y estilo tan abrumador que puede acabar provocando cierta sensación de asepsia, cierta separación con el espectador. Y es que nuestro ojo no está entrenado para que el cine nos tome en serio. Para que (Miguel Marías) se nos otorgue un papel activo en lo que se nos cuenta y se dirijan directamente a nuestra inteligencia (los directores que buscan la emoción por encima de todo parecen tener más aceptación, ya no hablo de los que se dirigen al imbécil que todos llevamos dentro y que Hollywood pelea por sacar en cada estreno).
En esta película la imagen hace avanzar la trama. No es un virtuosismo técnico, es un virtuosismo narrativo. Desde ese punto de vista Lubitsch me parece uno de los directores más precisos que han existido. Sus soluciones visuales son de un ingenio constante, una obra de auténtica ingeniería visual.
Gran uso del montaje, de la composición de planos y, sello de fábrica, de la elipsis y de todo aquello que queda en off (detrás de una puerta, el fuera de campo...), la sucesión de planos-viñeta, la importancia de los objetos para hacer avanzar la historia sin la palabra, las transiciones (que no son meros recursos para acelerar una parte poco interesante y que sirva de nexo, sino que se le da la vuelta para que tengan también un punto de comedia) etc. ¡Es que hasta la forma de presentar a los personajes es mucho más moderna que cualquier cosa que se haga hoy!
...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
...
Todo es un mecanismo narrativo y de comedia fantástico (y comedia no es sólo partirse de risa igual que un drama no deja de serlo si no lloras). Puede parecer fácil, pero no hay muchos más que lo hagan con tal exactitud (hoy día ni siquiera existe) y, además, en Lubitsch es constante, no se trata de meter detalles y hallazgos aislados, se trata de construir narrativamente la película empleando al mismo nivel la palabra y la imagen.
Pero además de un excelente y elegante uso de la puesta en escena y de unos recursos visuales trabajadísimos, el guión tiene unos diálogos brillantes con constantes frases lapidarias. A Lubitsch le gustaba especialmente la guerra de sexos desde el punto de vista de aguda confrontación de ingenios, desde un erotismo contenido...
La película, en definitiva, mezcla el vodevil, el enredo, la comedia de infidelidades y equívocos... y Lubitsch nos lo sirve con su ironía habitual no exenta de melancolía y cierto pudor, elegancia también podría llamarse, que no sé si encaja demasiado bien con lo que actualmente predomina. Él prefiere sugerir sin caer en lo chabacano ni en la sal gruesa.
Y luego, además, está la habilidad del director para buscar siempre un matiz, un detalle que fuera un poco más allá. Cuando crees que el gag o la secuencia termina él mete un nuevo giro y entonces cierra.
Lo que pretendo decir es que Lubistch, más allá de que sus pelis gusten o no, que enganchen o no, buscaba contar una historia de una forma no apta para lo que Cortázar en literatura llamaría “lector hembra”. Lubistch, de esta forma, es tan moderno hoy día como pudiera serlo Godard en los 60 (vale, pon el que quieras si no te gusta Godard). Hoy lo obvio gana la batalla, lo evidente. No existe el papel activo del espectador, que sólo es sujeto pasivo de perrerías varias (o de buenas intenciones, que también las hay, pero sujeto pasivo en definitiva). Las cintas de Lubitsch nos tratan de igual a igual como si nos dijeran: “Cuento contigo para que esto avance. Cuento contigo para que aprecies que lo que podía contar con un diálogo y plano-contraplano no lo muestro; te enseño mejor las consecuencias y lo que se intuye, no lo que se ve o se oye”.
Todo es un mecanismo narrativo y de comedia fantástico (y comedia no es sólo partirse de risa igual que un drama no deja de serlo si no lloras). Puede parecer fácil, pero no hay muchos más que lo hagan con tal exactitud (hoy día ni siquiera existe) y, además, en Lubitsch es constante, no se trata de meter detalles y hallazgos aislados, se trata de construir narrativamente la película empleando al mismo nivel la palabra y la imagen.
Pero además de un excelente y elegante uso de la puesta en escena y de unos recursos visuales trabajadísimos, el guión tiene unos diálogos brillantes con constantes frases lapidarias. A Lubitsch le gustaba especialmente la guerra de sexos desde el punto de vista de aguda confrontación de ingenios, desde un erotismo contenido...
La película, en definitiva, mezcla el vodevil, el enredo, la comedia de infidelidades y equívocos... y Lubitsch nos lo sirve con su ironía habitual no exenta de melancolía y cierto pudor, elegancia también podría llamarse, que no sé si encaja demasiado bien con lo que actualmente predomina. Él prefiere sugerir sin caer en lo chabacano ni en la sal gruesa.
Y luego, además, está la habilidad del director para buscar siempre un matiz, un detalle que fuera un poco más allá. Cuando crees que el gag o la secuencia termina él mete un nuevo giro y entonces cierra.
Lo que pretendo decir es que Lubistch, más allá de que sus pelis gusten o no, que enganchen o no, buscaba contar una historia de una forma no apta para lo que Cortázar en literatura llamaría “lector hembra”. Lubistch, de esta forma, es tan moderno hoy día como pudiera serlo Godard en los 60 (vale, pon el que quieras si no te gusta Godard). Hoy lo obvio gana la batalla, lo evidente. No existe el papel activo del espectador, que sólo es sujeto pasivo de perrerías varias (o de buenas intenciones, que también las hay, pero sujeto pasivo en definitiva). Las cintas de Lubitsch nos tratan de igual a igual como si nos dijeran: “Cuento contigo para que esto avance. Cuento contigo para que aprecies que lo que podía contar con un diálogo y plano-contraplano no lo muestro; te enseño mejor las consecuencias y lo que se intuye, no lo que se ve o se oye”.
9 de diciembre de 2007
9 de diciembre de 2007
106 de 118 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una cupletista abre esta insólita historia, rodada con el fino sentido de comercial calidad de Neville, de fantasmas y ciudades subterráneas, de espectros y coches de caballos, de carreteras de polvo y sombreros de copa.
Un genial retrato de una época, de un fino costumbrismo solapado entre detalles y laberínticos expresionismos, camuflado en una historia fantástica de corte humilde pese a todo. El folletín, las localizaciones típicas madrileñas, un tono novelesco de misterio español, de personajes muy nuestros, de caracteres que nos son muy cercanos por su naturalidad, humor y hábitos (nunca los personajes cotillean tanto, se prestan tanto al comentario certero por la espalda, con esas ansias de confidencia justiciera, como en una película española). Todo ese ambiente proporciona una amena y extraña, para lo que nuestra filmografía suele ser, película, y nos invita a abandonarnos al regusto del tiempo, el que quiera hacerlo, al reflejo de los años retratados en celuloide quién sabe si con más o menos encanto que la propia realidad otorgó en su día.
Y es que esta película tiene una comicidad muy nuestra, un enfoque de historia de fantasmas de literatura juvenil de bisoña y sugestiva escasez. El sainete, los diálogos… Todo nos retrotrae a nosotros mismos o, mejor, a nuestros antepasados. A esas calles en las que vivieron, a esas calles en las que caminaron y a esas inocentes historias con las que rieron o se emocionaron. Esta cinta es tiempo, más que otra cosa, es un rato pensando en edificios de piedra, coches de caballos, enaguas, pololos, camisas de sarga, enormes portones de madera astillada y llaves de dos palmos… Y lo que todo aquello suponía. El cine siempre ha de tener algo de esto, como los buenos libros. Ha de obsequiarnos con un pedazo de nuestro propio viaje por los años y los siglos; que nos conecte, de alguna manera, con el camino de lo que fue, lo que es y será. El cine ha de ser desgarro y testimonio del tiempo que pasa, que no vuelve (Tiempo Perdido lo llamaron). Más allá de tramas, más allá de taquillas, es lo que queda.
Eso es cine. Lo demás son películas.
Un genial retrato de una época, de un fino costumbrismo solapado entre detalles y laberínticos expresionismos, camuflado en una historia fantástica de corte humilde pese a todo. El folletín, las localizaciones típicas madrileñas, un tono novelesco de misterio español, de personajes muy nuestros, de caracteres que nos son muy cercanos por su naturalidad, humor y hábitos (nunca los personajes cotillean tanto, se prestan tanto al comentario certero por la espalda, con esas ansias de confidencia justiciera, como en una película española). Todo ese ambiente proporciona una amena y extraña, para lo que nuestra filmografía suele ser, película, y nos invita a abandonarnos al regusto del tiempo, el que quiera hacerlo, al reflejo de los años retratados en celuloide quién sabe si con más o menos encanto que la propia realidad otorgó en su día.
Y es que esta película tiene una comicidad muy nuestra, un enfoque de historia de fantasmas de literatura juvenil de bisoña y sugestiva escasez. El sainete, los diálogos… Todo nos retrotrae a nosotros mismos o, mejor, a nuestros antepasados. A esas calles en las que vivieron, a esas calles en las que caminaron y a esas inocentes historias con las que rieron o se emocionaron. Esta cinta es tiempo, más que otra cosa, es un rato pensando en edificios de piedra, coches de caballos, enaguas, pololos, camisas de sarga, enormes portones de madera astillada y llaves de dos palmos… Y lo que todo aquello suponía. El cine siempre ha de tener algo de esto, como los buenos libros. Ha de obsequiarnos con un pedazo de nuestro propio viaje por los años y los siglos; que nos conecte, de alguna manera, con el camino de lo que fue, lo que es y será. El cine ha de ser desgarro y testimonio del tiempo que pasa, que no vuelve (Tiempo Perdido lo llamaron). Más allá de tramas, más allá de taquillas, es lo que queda.
Eso es cine. Lo demás son películas.

7,2
5.044
7
20 de marzo de 2006
20 de marzo de 2006
99 de 104 usuarios han encontrado esta crítica útil
De nuevo Egoyan recurre a retorcer el tiempo (pasado y presente nos asaltan constantemente; avanzamos, retrocedemos...) para contarnos así una compleja historia sobre complejos sentimientos (ira, venganza, tristeza, desesperanza, superación de la tragedia, recuerdos, arrepentimientos...). Nada del esquematismo con que normalmente el cine trata estas cuestiones. Sin embargo esta vez la estructura de la historia no es confusa.
El montaje y los lentos y lánguidos movimientos de cámara encajan particularmente bien con la fotografía (contraste de colores, el blanco pureza, luz cálida en ocasiones...), el realismo en la representación de los sentimientos, la onírica música, las interpretaciones, la historia que se nos cuenta (que no voy a repetir, ya está en las opiniones anteriores) y con la forma casi hipnótica que tiene este director de construir las emociones. Muy bien estructurado el guión y el montaje (evitando una menos sugerente linealidad en el desarrollo de la historia).
Los personajes están construidos a partir de las contradicciones, apariencias, dobleces... No son meros arquetipos. El gran problema, creo, es que el personaje de Nicole no engancha, sus motivaciones las conocemos, pero no las sentimos como propias. La razón es la complejísima forma de trazar al personaje (mezclándolo con el Flautista...). Al contrario que el abogado, perfilado de una forma más convencional (hija drogadicta, recuerdos de su niñez, la manera que tiene de fomentar el odio en sus posibles clientes etc.).
Sin embargo esto también es una apariencia ya que, aunque en un primer visionado puede pasar desapercibido, el personaje realmente interesante es el de Nicole. El personaje en el que la relación con el Flautista... es más intensa, bella y desgarradora. Sus motivaciones están contadas de forma realista y poética a partes iguales, y esto descoloca bastante.
Una película para analizar en profundidad (abre muchísimos frentes). ¿Problema? Atom Egoyan nos hace reflexionar sobre un tema y corre el riesgo de no emocionar. Sabes de qué habla, hay belleza en ocasiones, los actores fantásticos, del ritmo irradia un lirismo nada despreciable, gran empleo de la imagen para evocar lo que se quiere contar, lo del flautista de Hamelin y su relación con la historia a mí sí me ha gustado (llevándose a los niños a ese Sweet Hereafter)... Pero al final ni nudo en la garganta, ni manos agarrotadas. Ganas de pensar en lo que has visto y poco más. Y reflexionar está bien, pero emocionarse es aún mejor.
...
El montaje y los lentos y lánguidos movimientos de cámara encajan particularmente bien con la fotografía (contraste de colores, el blanco pureza, luz cálida en ocasiones...), el realismo en la representación de los sentimientos, la onírica música, las interpretaciones, la historia que se nos cuenta (que no voy a repetir, ya está en las opiniones anteriores) y con la forma casi hipnótica que tiene este director de construir las emociones. Muy bien estructurado el guión y el montaje (evitando una menos sugerente linealidad en el desarrollo de la historia).
Los personajes están construidos a partir de las contradicciones, apariencias, dobleces... No son meros arquetipos. El gran problema, creo, es que el personaje de Nicole no engancha, sus motivaciones las conocemos, pero no las sentimos como propias. La razón es la complejísima forma de trazar al personaje (mezclándolo con el Flautista...). Al contrario que el abogado, perfilado de una forma más convencional (hija drogadicta, recuerdos de su niñez, la manera que tiene de fomentar el odio en sus posibles clientes etc.).
Sin embargo esto también es una apariencia ya que, aunque en un primer visionado puede pasar desapercibido, el personaje realmente interesante es el de Nicole. El personaje en el que la relación con el Flautista... es más intensa, bella y desgarradora. Sus motivaciones están contadas de forma realista y poética a partes iguales, y esto descoloca bastante.
Una película para analizar en profundidad (abre muchísimos frentes). ¿Problema? Atom Egoyan nos hace reflexionar sobre un tema y corre el riesgo de no emocionar. Sabes de qué habla, hay belleza en ocasiones, los actores fantásticos, del ritmo irradia un lirismo nada despreciable, gran empleo de la imagen para evocar lo que se quiere contar, lo del flautista de Hamelin y su relación con la historia a mí sí me ha gustado (llevándose a los niños a ese Sweet Hereafter)... Pero al final ni nudo en la garganta, ni manos agarrotadas. Ganas de pensar en lo que has visto y poco más. Y reflexionar está bien, pero emocionarse es aún mejor.
...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
...
Pero todo ello, insisto, es la impresión más superficial. La película es tan sutil mostrando las mezquindades y el sufrimiento (nada de la obviedad con que normalmente se maneja el cine comercial) que corre el riesgo de que el espectador piense que ha visto algo inconsistente, frío y emocionalmente casi documental.
Gran guión, gran narrador, inteligente, sugerente... Y muy difícil a la hora de conectar con él. Ya digo, no es una película cálida en absoluto. De ésas que te gustan más o menos según te pille.
Posiblemente los obstáculos planteados por Egoyan (sutileza, narración discontinua, búsqueda de cierto lirismo y sugerencia en el paralelismo con El flautista...) acaben por lastrar el resultado final, obteniendo un resultado complejo y, a ratos, fascinante pero sin la capacidad de perturbar al espectador que cabría esperar.
Desde luego el Dulce porvenir (la cueva con caramelos y juegos), tras comprobar lo que los padres nos demuestran durante la cinta (la misma avaricia que los padres del cuento al no pagar al flautista), es el de los niños fallecidos.
Para Nicole el flautista es su padre. Un hombre que abusa de ella (aunque sea consentida la relación) sexualmente. Ella al final no va a ese dulce porvenir que el flautista le promete (las promesas del padre, que se mezclan con la muerte como representación del Sweet Hereafter, no se cumplirán tras el accidente); es el chico cojo (ha sobrevivido pero queda lisiada), el que queda en tierra y no llega a la cueva, el que descubre que los labios del flautista están helados (plano detalle de los labios del padre) y se rebela contra este flautista y contra el otro (el abogado). Contra la avaricia de un pueblo que trata de “sacar tajada” (no pagar al flautista como prometieron).
Para el pueblo el flautista es el abogado que les ofrece una solución y al que todos siguen. Pero esto es más obvio. Algunos han visto en este personaje un tipo que trata de ayudar al pueblo por su propia situación personal. Creo obvio que no es así en absoluto. Es un oportunista que alimenta la sed de venganza hurgando en la herida y, aunque al final se rinda ante el amor que siente por su hija (otra muestra más de la ausencia de esquematismo al perfilar a los personajes), sus motivaciones son el dinero e, incluso, su propio rencor y sufrimiento.
El dulce porvenir también puede ser el estado en el que queda el pueblo. Lamiéndose ellos mismos las heridas, ayudándose unos a otros, sin abogados chupasangres, sin juicios, sin indemnizaciones... Pero este tipo de interpretaciones serían interminables (también se podría decir algo similar del abogado y su hija).
Pero todo ello, insisto, es la impresión más superficial. La película es tan sutil mostrando las mezquindades y el sufrimiento (nada de la obviedad con que normalmente se maneja el cine comercial) que corre el riesgo de que el espectador piense que ha visto algo inconsistente, frío y emocionalmente casi documental.
Gran guión, gran narrador, inteligente, sugerente... Y muy difícil a la hora de conectar con él. Ya digo, no es una película cálida en absoluto. De ésas que te gustan más o menos según te pille.
Posiblemente los obstáculos planteados por Egoyan (sutileza, narración discontinua, búsqueda de cierto lirismo y sugerencia en el paralelismo con El flautista...) acaben por lastrar el resultado final, obteniendo un resultado complejo y, a ratos, fascinante pero sin la capacidad de perturbar al espectador que cabría esperar.
Desde luego el Dulce porvenir (la cueva con caramelos y juegos), tras comprobar lo que los padres nos demuestran durante la cinta (la misma avaricia que los padres del cuento al no pagar al flautista), es el de los niños fallecidos.
Para Nicole el flautista es su padre. Un hombre que abusa de ella (aunque sea consentida la relación) sexualmente. Ella al final no va a ese dulce porvenir que el flautista le promete (las promesas del padre, que se mezclan con la muerte como representación del Sweet Hereafter, no se cumplirán tras el accidente); es el chico cojo (ha sobrevivido pero queda lisiada), el que queda en tierra y no llega a la cueva, el que descubre que los labios del flautista están helados (plano detalle de los labios del padre) y se rebela contra este flautista y contra el otro (el abogado). Contra la avaricia de un pueblo que trata de “sacar tajada” (no pagar al flautista como prometieron).
Para el pueblo el flautista es el abogado que les ofrece una solución y al que todos siguen. Pero esto es más obvio. Algunos han visto en este personaje un tipo que trata de ayudar al pueblo por su propia situación personal. Creo obvio que no es así en absoluto. Es un oportunista que alimenta la sed de venganza hurgando en la herida y, aunque al final se rinda ante el amor que siente por su hija (otra muestra más de la ausencia de esquematismo al perfilar a los personajes), sus motivaciones son el dinero e, incluso, su propio rencor y sufrimiento.
El dulce porvenir también puede ser el estado en el que queda el pueblo. Lamiéndose ellos mismos las heridas, ayudándose unos a otros, sin abogados chupasangres, sin juicios, sin indemnizaciones... Pero este tipo de interpretaciones serían interminables (también se podría decir algo similar del abogado y su hija).

7,9
8.228
8
1 de julio de 2005
1 de julio de 2005
114 de 135 usuarios han encontrado esta crítica útil
Renoir toma como punto de partida las intrigas amorosas de la aristocracia para, con un no siempre habitual tono afable en él (recordemos la malsana atmósfera de “La bestia humana” –1938–), configurar una obra tremendamente corrosiva bajo un aspecto de vodevil, comedieta de enredo sexual y teatralizado juego de puertas y persecuciones.
Fue acogida muy desfavorablemente en su momento. Autor comprometido con su época (de siempre, no solo en esta película) que nos muestra aquí el desconcierto de la Europa del momento (año ´39, el fascismo campando a sus anchas y el mundo convulsionado por la barbarie) y la torpeza e indiferencia de una clase social ajena a los acontecimientos que sacudían el mundo entonces.
Para describir el momento histórico y dar un mensaje comprometido, Renoir dibuja unos seres estériles y superficiales, demostrando su irresponsabilidad e inmoralidad, ya que no podrán evitar la tragedia por mucho que cierren los ojos. Renoir da un puñetazo en la mesa ante la desidia de esas gentes, una desidia que les llevará a tomar siempre las soluciones más fáciles sin responsabilidad, aunque ello conlleve la falta de solidaridad y el colaboracionismo tras la ocupación nazi (tema que abordará directamente en “Esta tierra es mía” –1943–).
La película está rodada con la sencilla elegancia de Renoir, al que a veces se acusa de ser un cineasta demasiado “simple” obviando sus virtudes estéticas, que se encuadran en diversos estilos cinematógrafos, desde el naturalismo poético francés y hasta un incipiente e iniciático neorrealismo (“Toni" –1935–).
Una de esas obras a descubrir por cualquier aspirante a cinéfilo.
Fue acogida muy desfavorablemente en su momento. Autor comprometido con su época (de siempre, no solo en esta película) que nos muestra aquí el desconcierto de la Europa del momento (año ´39, el fascismo campando a sus anchas y el mundo convulsionado por la barbarie) y la torpeza e indiferencia de una clase social ajena a los acontecimientos que sacudían el mundo entonces.
Para describir el momento histórico y dar un mensaje comprometido, Renoir dibuja unos seres estériles y superficiales, demostrando su irresponsabilidad e inmoralidad, ya que no podrán evitar la tragedia por mucho que cierren los ojos. Renoir da un puñetazo en la mesa ante la desidia de esas gentes, una desidia que les llevará a tomar siempre las soluciones más fáciles sin responsabilidad, aunque ello conlleve la falta de solidaridad y el colaboracionismo tras la ocupación nazi (tema que abordará directamente en “Esta tierra es mía” –1943–).
La película está rodada con la sencilla elegancia de Renoir, al que a veces se acusa de ser un cineasta demasiado “simple” obviando sus virtudes estéticas, que se encuadran en diversos estilos cinematógrafos, desde el naturalismo poético francés y hasta un incipiente e iniciático neorrealismo (“Toni" –1935–).
Una de esas obras a descubrir por cualquier aspirante a cinéfilo.
Más sobre Bloomsday
Cancelar
Limpiar
Aplicar
Filters & Sorts
You can change filter options and sorts from here