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Críticas 367
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
8
28 de diciembre de 2021 3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fastuosa producción (cómo no, viniendo de quien viene) sobre la consolidación del nazismo y la asociación del Reich con los industriales de la siderurgia alemana. Grandilocuente culebrón en torno a una todopoderosa familia de magnates del acero, a la grandeza y la caída de unos seres en apariencia luminosos que descienden al infierno de la depravación y se rinden ante los nuevos dueños de Alemania.

Su progresiva corrupción y descomposición es paralela a los hechos fundamentales que auparon al régimen nazi al poder absoluto, como la quema del Reichstag, la destrucción de libros en las universidades y las luchas políticas internas que derivaron en la Noche de los Cuchillos Largos. Las ínfulas de gran tragedia shakespeariana (se trata de una adaptación encubierta de Macbeth) se perciben en unas relaciones atormentadas, en constantes intrigas de unos contra otros, cada uno peor que el anterior, en la mirada al abismo de la ambición desmesurada; un peligroso juego que se lleva cada vez más lejos cual temerario desafío, vendiendo el alma al diablo con las manos cada vez más manchadas de sangre, del que no existe vuelta atrás; pretender alzarse sobre un fenómeno que consiste, en última instancia, en la supresión de cualquier voluntad ajena a sí mismo. Aunque también hay gente noble implicada, y son las tendencias demócratas y liberales, el espíritu de Weimar, las primeras en verse amenazadas, sintiéndose culpables del resultado de esa “democracia enferma”, de esa malignidad viviente que han creado sin querer y han financiado.

Antiguos empresarios-aristócratas que intentan una neutralidad insostenible, simples aprovechados sin escrúpulos, camisas pardas que llevan las de perder… facciones muy bien definidas en semejante avispero pre-bélico. Pero son los retoños quienes actuarán como auténtico sostén, pues el nacional-socialismo se alimenta de los débiles, o mejor dicho, de la frustración, del resentimiento de quienes han sido olvidados por todos.

A destacar la portentosa escenografía digna de una ópera, con enormes espacios palaciegos, o una iluminación que roza lo lisérgico, no así una realización regulera y no tan elegante, con exceso de molestos zooms que echan a perder un poco lo demás. La última escena es una boda fantasmal, irónica a más no poder (menudos “arios”), pero lo que se lleva la palma es la extensa secuencia central de la fiesta de la S. A., con un Visconti regodeándose en el ambiente abyecto (con preferencia por los cuerpos masculinos ligeros de ropa o ataviados cual putones verbeneros), en la tensión previa a lo que ya imaginamos; una violencia cuasi-giallesca que no deja títere con cabeza cuando irrumpe.
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spoiler:
La conversión del hijo enfermizo, de tendencias travestis, incestuosas y pedófilas (menudo combo), con sus secretos vergonzosos; el arma perfecta, con el nazi maquinando y manipulando desde la sombra, dando el golpe definitivo. Así pues, el desenlace no es sino anticipo de lo que ocurriría casi una década más tarde, pues el desmoronamiento de estos “dioses” es también el de una nación.
25 de diciembre de 2021 3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Akerman recoge un cierto imaginario del cine romántico sobre la noche, los amantes furtivos, los encuentros y los desencuentros azarosos… en buena parte artificioso, petardo, pero lo hace desde su óptica de distanciamiento radical. El resultado, una sucesión de instantes como captados al vuelo, de parejas que en efecto se encuentran, se reencuentran, discuten, se aman, se aburren, a lo largo de una sola noche con su correspondiente mañana, en una ciudad que es Bruselas y sin apenas dejar tiempo, en sus fugaces apariciones, para intuir su trasfondo, lo ocurrido o por ocurrir.

No puede decirse que exista una historia en esta película porque ni siquiera puede decirse que haya personajes propiamente dichos; tan solo cuerpos, ropas, rostros (sin un solo primer plano). Seres anónimos, sin individualidad, que hasta se confunden entre sí en un repertorio de acciones idénticas y reiteradas (un hombre sujeta a una mujer del brazo, una o dos siluetas se distinguen en una cama junto a una ventana). Chantal rechaza contar, juzgar, sólo mira. Recrea la soledad a la manera cuasi-pictórica de un Hopper y ante nosotros desfilan parejas muertas por la rutina, jóvenes entusiasmados, tensiones no resueltas, incluso actos desesperados y un tanto violentos; el contacto con la otra parte es a menudo difícil, frustrante, y muchas veces lo que vemos son intentos de huida, de búsqueda de una liberación difícil de obtener, interiores más similares a una prisión que a un hogar.

Gente de toda índole, niños y viejos, otras orientaciones, de algunos no volvemos a saber nada. Pequeños fragmentos que tampoco dicen nada en sí, que sólo cobran cierto sentido y unidad si los observamos como observaríamos un mosaico de las relaciones contemporáneas, un cementerio de historias tenuemente esbozadas, de posibles películas que nunca llegaron a nacer (como la de un contable, un almacén de telas y una cerilla… sin comentarios). Interesante experimento, investigación o lo que sea, puro cine que nos pone ante ese gran misterio que es el ser humano, que somos nosotros mismos. Largos planos fijos, una fotografía característica de tonos grises, azulados y oscuros, la geografía de la capital belga como argamasa que da unidad; sus barrios periféricos, cafés, edificios de viviendas... pero me fascinan esas zonas de absoluta negrura que parecen engullir a quien osa atravesarlas. Ante la pasividad, ante la ausencia de cualquier énfasis, una tormenta nocturna es lo más parecido un clímax narrativo. Las canciones diegéticas generan incluso números musicales y de baile a modo de rupturas, añaden un carácter repetitivo, obsesivo quizá (esa baladita italiana pastelosa) mientras se escuchan ruidos de fondo, cosas que pasan fuera de campo. Film imposible, mezcla de un romanticismo incluso tórrido, muy físico y cercano (transcurre en verano) y la vez de gran frialdad por la carencia de dramaturgia a la que aferrarse.
4 de julio de 2021 3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Muy importante clásico terrorífico cuyo legado aún parece inagotable, revelador documento de una época, los setenta, con la cultura de la carretera, los hippies y las ideas de libertad absoluta, de explorar y redescubrir... muy en el ambiente. La película relata el lado oscuro de esta feliz liberación, que puede llevar a abrir la caja de Pandora, al encuentro con lo más primario y olvidado, un horror atávico que no debería ser molestado. El viaje no es solamente geográfico (a la América más profunda y rural), sino mental, al fondo de la locura, lo irracional y lo abyecto, una especie de país de las pesadillas a la vuelta de la esquina, un lugar casi surrealista donde moran seres que parecen caricaturas, parodias humanas al margen de la realidad, de la civilización... siendo el célebre Caracuero un ogro que persigue jovencitas y recibe cómicamente (o algo) los sopapos de una más que disfuncional “familia” americana, que no hace mucha distinción entre humanos y reses.

Se ha dicho que el desaliño general, la ausencia de medios, el amateurismo galopante (en definitiva) funcionan como aciertos, más que como limitaciones, fruto de las circunstancias más que de un talento individual al frente. Que dicha falta de recursos acaba traduciéndose en una mayor capacidad para incomodar y perturbar el ánimo, en lugar de los sentidos (apenas gore, pero mucha gente salió traumatizada). Montaje brusco, cámara muy poco elegante... aún así, algún plano memorable (digno de Russ Meyer o Tarantino). Se habla también de “american gothic”, de “grand giñol”, y es que efectivamente todo destila gamberrismo y frescura, una ingenuidad digna de unos dibujos animados.

A su manera, una pequeña, memorable, incluso poética genialidad... irrepetible, pese a las millones de copias que han venido después.
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Interesante, también, el personaje discapacitado que no puede compartir la libertad de los otros.

Abundan los signos (el horóscopo, la marca de la camioneta), buenos detalles de imaginería siniestra, por no hablar de un tercio final de pura histeria, con la cámara metida hasta en el ojo de la sufrida heroína; memorable despedida, la risa histérica de vuelta de todo, la bestia enloquecida ante la huida de la presa.
16 de junio de 2021 3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La hija de un rico comerciante (Ayako Wakao) es engañada cuando intenta huir del hogar paterno con su amante, separada de éste y vendida a una casa de geishas. Allí le tatúan una araña sobre la espalda, una enorme tarántula que de algún modo cobra vida y hace de ella un ser sediento de venganza.

Tomando como base un texto folletinesco y sensacionalista, el resultado es una obra brutal, una tragedia en el sentido más clásico del término, en torno a una mujer manipuladora en cuyos brazos (o redes) los hombres acaban peor que mal. Comienza siendo una crítica de la sumisión femenina a unos y otros, de su papel como objeto sexual en manos de desaprensivos, pero nuestra protagonista desatará su rencor contra quienes le hicieron daño.

La presencia de un arte carnal, tan sublime como peligroso, se manifiesta en la figura del tatuador, capaz de trascender lo físico para afectar a lo psicológico, pues pone mucho de sí mismo en la obra maestra que realiza. No sé si incluso podrían verse dos concepciones enfrentadas de la sociedad japonesa en la película, por un lado la tradición, el honor y los principios, por el otro un puro afán mercantilista.

En cuanto a la narración, llama la atención su contundencia, va al grano desde el primer minuto, repleta de unos estallidos de violencia cruda, sin un ápice de épica o ensalzamiento (al contrario, muy mugriento y miserable todo), dirigida a impactar y recreándose donde duele… por su parte, el erotismo es indirecto, nunca explícito, con bastantes planos de la espalda de la chica (una imagen no exenta de morbo). Por último, el amor, la muerte, ambos entremezclados, siempre la misma simbiosis inquietante entre estos conceptos.
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La gran pregunta ¿es el tatuaje lo que le hace actuar así… o simplemente obedece a una naturaleza egoísta y perversa? El pobre pringao que bebe los vientos por ella es un tipo de lo más puro, inocente, convertido en asesino y torturado por la culpa, frente a la completa ausencia de escrúpulos morales de ella; o bien estamos ante una historia de un machismo galopante, o todo lo contrario, pues la gentuza en cuestión tampoco deja de merecer lo que le ocurre, siendo las víctimas de un castigo poco menos que sobrenatural, cual maldición que pesa sobre todos (ella incluida).

La escena de la muchacha al comienzo, paseándose por entre unos jugadores y despertando su deseo sin ser muy consciente de su poder, da buena muestra del carisma y atractivo de la actriz.

El tatuador obtiene como único resultado que su creación le destruya, el progresivo envenenamiento de su propia alma (nadie salvo él, con su sacrificio, puede poner fin a la situación).
6 de junio de 2020 3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Crónica del éxodo masivo que empujó a familias enteras en EEUU a labrarse un porvenir en California, lejos de unos hogares perdidos para siempre debido a la gran depresión: en lugar de encontrar la tierra prometida y una mejor situación, se toparon allí con el hambre, la miseria y la explotación que afectaba a cientos de personas en su misma situación. Un alegato a favor de la unidad familiar, o lo que es lo mismo, lo último que se pierde cuando nos lo arrebatan todo, unos valores intangibles que perviven, o deben pervivir, lejos de la tierra natal que les sirve de base, cuando la dureza de las condiciones amenaza con la definitiva extinción de estos vínculos. Uno de los puntos fuertes de la película es el sensible retrato femenino que hace Ford de la madre de la familia protagonista, los Joad, una mujer tan frágil, tan vulnerable, como capaz de mostrar fortaleza cuando las circunstancias lo requieren y ser quien mantiene unidos a los demás.

El viaje de estos granjeros de Oklahoma a través de un país inmenso (que, siendo el suyo propio, bien podría ser Marte para ellos), lleno de riesgos y porque no les queda otra, es tratado con la sencillez habitual del director, convirtiéndolo en algo épico, en una aventura que les pondrá a prueba y no todos saldrán ilesos. Cada uno de los Joad tiene sus rasgos particulares y motivaciones: entereza el padre, inocencia los niños (entrañable descubrimiento de algo tan cotidiano como unos baños públicos), comprensible realismo el cuñado… aunque me entero de que alguno desaparece bruscamente de la trama por cuestiones de montaje.

Obra muy grande, lírica sin aparentarlo, sin efectismos más allá de la puta realidad y con algún que otro subrayado en forma de diálogos-monólogos expositivos*. La era Roosevelt y sus políticas intervencionistas (o un “ayudemos al americano medio para que no se haga comunista”) quedan bien retratadas en forma de represión policial (fuerzas del orden del lado de los propietarios) y de una visión positiva de las ayudas públicas (un oasis en la tortuosa odisea de los Joad). La vida, en definitiva, como ciclo que no puede permitirse parar, con sus alegrías y sus pesares, la adversidad como prueba continua de nuestras fortalezas (mensaje peligroso, aunque comprensible en su contexto)… y por encima de todo, la dignidad, lo último que nos separa de ser animales o máquinas, de todo ésto va la película.

No me olvido de destacar la labor fotográfica de Gregg Toland, que nos regala instantes tan potentes en lo visual como el comienzo en la granja (convertida en un territorio de muerte y abandono, donde los pocos que quedan parecen almas en pena), los tractores arrasando con todo, como dirigidos por un poder invisible y burocrático, que las pobres gentes no entienden y ante el que nada pueden hacer… por no mencionar el plano subjetivo recorriendo el campamento de inmigrantes, próximo a lo documental.
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*El final, por ejemplo, es un poco pegote y busca atenuar la crudeza de la historia (que en la novela de Steinbeck es mucho más desesperanzadora, al parecer, y que podría haber finalizado con la despedida de madre e hijo), apostando por el optimismo ante un futuro incierto y apelando al pueblo (alusión tomada de la constitución americana), una interpelación directa al espectador del momento, que tan putas las había pasado.

Y ahí tenemos a Fonda, un tipo perseguido hasta el final, siempre íntegro, ignorante pero ansioso por entender lo que le rodea; el suyo es un viaje de aprendizaje que sólo acaba de comenzar… por no mencionar a su mentor, un predicador loco sólo en apariencia, cuya fe revive en forma de lucha contra las injusticias desde su misma base.
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