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Críticas ordenadas por utilidad
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6
19 de marzo de 2009
19 de marzo de 2009
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pues sí, muy curioso. Es realmente un caso muy curioso y original. La lenta transformación de obra maestra a aburrida mediocridad a medida que el metraje de una película avanza.
El problema de esta fallida película reside en el planteamiento. Esto tenía que haber sido cine de autor, no súper producción yanqui. Ésta era una historia para ser contada de manera alegórica y poética. Jean-Pierre Jeunet hubiese sido un buen director para ella. Pero está contada como el típico drama hollywoodiense de protagonista con alguna tara. Para que nos entendamos, el resultado no es Amelie sino el Hombre Bicentenario (ouch).
No lo parece al principio, porque la primera media hora, o incluso los primeros 45 minutos, son extraordinarios. Molesta un poco que el protagonista en vez de un actor sea un moñigote hecho por ordenador pero en esta parte hay elegancia y aliento poético. Pero poco a poco, la historia va perdiendo fuerza por todos lados. Y a medida que Benjamin Button rejuvenece se vuelve menos carismático y las anécdotas de su vida cada vez más aburridas. Y es que sorprendentemente rara vez se le saca juego al punto de partida de la película. Y casi da igual que el Button viva hacia atrás, la cosa se queda en comentarios superficiales en plan "¿por qué eres tan raro, Forest?".
El asunto sigue decayendo. Y ya no hay por dónde cogerlo cuando el romance entre Pitt y Blanchett se desata en todo su "esplendor". Se supone que tiene que ser una historia de amor desgarradora, pero la química entre Pitt y Blanchett es la misma que puede haber entre Audrey Hepburn y Chiquito de la calzada. La película llega al ridículo. Ambos se limitan a posar y a poner morritos. No deja de ser gracioso que precisamente cuando más acartonado e inexpresivo es el personaje de Benjamin es cuando lo interpreta Brad Pitt al natural, sin maquillajes infográficos ni leches. Una vez más el protagonista es un moñigote, no un actor. En fin, la nominación al Oscar más tronchante que se recuerda desde la de el guión de Mi grán boda griega. Todos sabemos que Brad sólo se salva del bochorno cuando hace de chulito sin sentimientos como en El club de la lucha.
Al final, este supuesto clásico, se queda en una falsa y artificial película con un arranque brillante que luego se limita a ofrecernos breves chispazos de calidad (los flashbacks de cine antiguo sobre el hombre al que le cayeron siete rayos o la escena de las casualidades encadenadas). Una pena.
El problema de esta fallida película reside en el planteamiento. Esto tenía que haber sido cine de autor, no súper producción yanqui. Ésta era una historia para ser contada de manera alegórica y poética. Jean-Pierre Jeunet hubiese sido un buen director para ella. Pero está contada como el típico drama hollywoodiense de protagonista con alguna tara. Para que nos entendamos, el resultado no es Amelie sino el Hombre Bicentenario (ouch).
No lo parece al principio, porque la primera media hora, o incluso los primeros 45 minutos, son extraordinarios. Molesta un poco que el protagonista en vez de un actor sea un moñigote hecho por ordenador pero en esta parte hay elegancia y aliento poético. Pero poco a poco, la historia va perdiendo fuerza por todos lados. Y a medida que Benjamin Button rejuvenece se vuelve menos carismático y las anécdotas de su vida cada vez más aburridas. Y es que sorprendentemente rara vez se le saca juego al punto de partida de la película. Y casi da igual que el Button viva hacia atrás, la cosa se queda en comentarios superficiales en plan "¿por qué eres tan raro, Forest?".
El asunto sigue decayendo. Y ya no hay por dónde cogerlo cuando el romance entre Pitt y Blanchett se desata en todo su "esplendor". Se supone que tiene que ser una historia de amor desgarradora, pero la química entre Pitt y Blanchett es la misma que puede haber entre Audrey Hepburn y Chiquito de la calzada. La película llega al ridículo. Ambos se limitan a posar y a poner morritos. No deja de ser gracioso que precisamente cuando más acartonado e inexpresivo es el personaje de Benjamin es cuando lo interpreta Brad Pitt al natural, sin maquillajes infográficos ni leches. Una vez más el protagonista es un moñigote, no un actor. En fin, la nominación al Oscar más tronchante que se recuerda desde la de el guión de Mi grán boda griega. Todos sabemos que Brad sólo se salva del bochorno cuando hace de chulito sin sentimientos como en El club de la lucha.
Al final, este supuesto clásico, se queda en una falsa y artificial película con un arranque brillante que luego se limita a ofrecernos breves chispazos de calidad (los flashbacks de cine antiguo sobre el hombre al que le cayeron siete rayos o la escena de las casualidades encadenadas). Una pena.

6,5
3.483
9
15 de enero de 2022
15 de enero de 2022
14 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
No os puedo mentir. Esta película es un sueño húmedo hecho realidad para mí. Un sueño que ni siquiera sabía que existía. ¿Una versión ultra estilizada en plan expresionista del Macbeth de Shakespeare? Sí, por favor. Dame de eso. Quiero esa mierda.
La obra de Macbeth se presta a algo muy oscuro, muy chungo, muy gótico. Pero ¿y si la hacemos aún más oscura, chunga y gótica? ¿Y si directamente la convertimos en una alucinación febril? ¿Por qué no resucitar al Dreyer de La Pasión de Juana de Arco y aprisionar a los personajes de la tragedia shakespeariana en infernales cárceles geométricas de luces y sombras? ¿Y si Lady Macbeth se desliza como un fantasma por arquitecturas casi abstractas propias del gabinete del Dr Caligari?
Todo esto debió preguntarse Joel Coen cuando concibió esta obra de arte, seguramente consciente de que a la mayoría de espectadores no les interesaría en absoluto, pero que para unos pocos sería un sueño húmedo hecho realidad. Es para verla en bucle, disfrutarla con gula y revolcarse en sus enfermizas imágenes como un poseso.
La obra de Macbeth se presta a algo muy oscuro, muy chungo, muy gótico. Pero ¿y si la hacemos aún más oscura, chunga y gótica? ¿Y si directamente la convertimos en una alucinación febril? ¿Por qué no resucitar al Dreyer de La Pasión de Juana de Arco y aprisionar a los personajes de la tragedia shakespeariana en infernales cárceles geométricas de luces y sombras? ¿Y si Lady Macbeth se desliza como un fantasma por arquitecturas casi abstractas propias del gabinete del Dr Caligari?
Todo esto debió preguntarse Joel Coen cuando concibió esta obra de arte, seguramente consciente de que a la mayoría de espectadores no les interesaría en absoluto, pero que para unos pocos sería un sueño húmedo hecho realidad. Es para verla en bucle, disfrutarla con gula y revolcarse en sus enfermizas imágenes como un poseso.

5,3
16.573
2
23 de noviembre de 2024
23 de noviembre de 2024
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos ante un hito en la historia del cine. Se han hecho películas rodadas en un sólo plano (La soga, El arca rusa), contadas del revés (Memento) y cualquier experimento que se nos ocurra. Pero jamás se había rodado una película en la que a lo largo de 100 minutos absolutamente todo lo que ocurre es absurdo. Es un auténtico tour de force del sinsentido.
La nueva obra de Shyamalan (director otrora estupendo, con pelis buenísimas como El protegido o El bosque) tiene como objetivo ser inverosímil hasta en lo más básico y primario. Casi toda la acción sucede durante un macro concierto de pop, y cualquiera que haya ido al Wizink a ver a Coldplay, Beyoncé o —dios no lo quiera— Rozalén, sabe que los conciertos no son así, no hay pausas de 20 minutos para “preparar la siguiente canción”, no hay cientos y cientos de personas paseando por los pasillos en vez de estar viendo el concierto por el que han pagado. Por si fuera poco, el plan maestro para atrapar al asesino no tiene sentido. Las ideas del asesino para escapar no tienen sentido. Las reacciones de los personajes no tienen sentido. Esto es el Disparate Fest 2024.
Y ni siquiera es así por el bien del show, para que sea todo muy loco o sorprendente. Para nada. Que nadie espere un giro final. La trama se desvela en su totalidad a los 5 minutos de película de la manera más torpe y delirante imaginable: un pavo random encargado del merchandising se lo cuenta todo al prota. Así, tal cual. Y hay gente comparando esto con Hitchcock. Hay que tener muy poca vergüenza. Es cierto que Hitchcock sacrificaba la verosimilitud si era necesario en momentos clave. De ahí a renunciar a toda lógica constantemente hay un mundo. Y, credibilidad aparte, lo peor es que tampoco funciona la ambientación, ni el tono, ni el suspense, ni los personajes. Todo es extrañamente cutre.
Pero todo cobra sentido al final. No al final de la película, sino al entrar en wikipedia y ver que la “actriz” que hace de cantante es nada menos que la hija de Shyamalan. Reproduzco a continuación fielmente el momento en el que el director y guionista tuvo la brillante idea de pergeñar La trampa:
—Papi, papi, ¿podrías hacer una película sobre mi brillante carrera como estrella del pop? Porfis.
—Hija, yo hago pelis de suspense, de terror. Esas movidas.
—¿Y no podrías hacer una peli de suspense ambientada en un concierto de una estrella del pop? Sería top. En plan muy top. ¿Sabes?
—Mira te la escribo sólo para que dejes de dar por c*lo
M. Night se preparó un té rooibos, se sentó en su escritorio, alzó la vista hacia su poster de “¿Cómo lo haría Alfred?”. Y tras crujir sus nudillos escribió en su macbook pro:
Hola, ChatGPT. Escríbeme un guión de cine. 100 páginas. Thriller ambientado en el concierto de una estrella de pop.
La nueva obra de Shyamalan (director otrora estupendo, con pelis buenísimas como El protegido o El bosque) tiene como objetivo ser inverosímil hasta en lo más básico y primario. Casi toda la acción sucede durante un macro concierto de pop, y cualquiera que haya ido al Wizink a ver a Coldplay, Beyoncé o —dios no lo quiera— Rozalén, sabe que los conciertos no son así, no hay pausas de 20 minutos para “preparar la siguiente canción”, no hay cientos y cientos de personas paseando por los pasillos en vez de estar viendo el concierto por el que han pagado. Por si fuera poco, el plan maestro para atrapar al asesino no tiene sentido. Las ideas del asesino para escapar no tienen sentido. Las reacciones de los personajes no tienen sentido. Esto es el Disparate Fest 2024.
Y ni siquiera es así por el bien del show, para que sea todo muy loco o sorprendente. Para nada. Que nadie espere un giro final. La trama se desvela en su totalidad a los 5 minutos de película de la manera más torpe y delirante imaginable: un pavo random encargado del merchandising se lo cuenta todo al prota. Así, tal cual. Y hay gente comparando esto con Hitchcock. Hay que tener muy poca vergüenza. Es cierto que Hitchcock sacrificaba la verosimilitud si era necesario en momentos clave. De ahí a renunciar a toda lógica constantemente hay un mundo. Y, credibilidad aparte, lo peor es que tampoco funciona la ambientación, ni el tono, ni el suspense, ni los personajes. Todo es extrañamente cutre.
Pero todo cobra sentido al final. No al final de la película, sino al entrar en wikipedia y ver que la “actriz” que hace de cantante es nada menos que la hija de Shyamalan. Reproduzco a continuación fielmente el momento en el que el director y guionista tuvo la brillante idea de pergeñar La trampa:
—Papi, papi, ¿podrías hacer una película sobre mi brillante carrera como estrella del pop? Porfis.
—Hija, yo hago pelis de suspense, de terror. Esas movidas.
—¿Y no podrías hacer una peli de suspense ambientada en un concierto de una estrella del pop? Sería top. En plan muy top. ¿Sabes?
—Mira te la escribo sólo para que dejes de dar por c*lo
M. Night se preparó un té rooibos, se sentó en su escritorio, alzó la vista hacia su poster de “¿Cómo lo haría Alfred?”. Y tras crujir sus nudillos escribió en su macbook pro:
Hola, ChatGPT. Escríbeme un guión de cine. 100 páginas. Thriller ambientado en el concierto de una estrella de pop.

6,3
23.899
8
24 de diciembre de 2014
24 de diciembre de 2014
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Paul Thomas Anderson es el legítimo heredero de Kubrick y de esa capacidad tan perturbadora de provocar extrañeza y desasosiego ante lo puramente humano. Esa capacidad de desautomatizar la realidad y que lo cotidiano se nos presente como amenazador, inhóspito y desconocido, ayudado al igual que en There Will Be Blood por la magistral banda sonora de Johnny Greenwood, a la vez primaria y posmoderna como un grito al cielo.
Es aplastante la brillantez de Anderson a la hora de trabajar cada plano, de construir cada secuencia como si fuese una obra independiente con sus propias reglas estéticas y narrativas, como si de una instalación artística se tratara. Provoca la sensación de estar siendo manejado por una inteligencia superior que te pone a prueba y te obliga a clavar tu mirada sin pestañear, como el personaje de Philip Seymour Hoffman (colosal) hace con Joaquin Phoenix (colosal) en la propia película. Para un buen viaje trascendental yo me subo sin duda al barco de Paul Thomas Anderson antes que a la barquita con tigre de Ang Lee y su panfletillo misticista.
Es aplastante la brillantez de Anderson a la hora de trabajar cada plano, de construir cada secuencia como si fuese una obra independiente con sus propias reglas estéticas y narrativas, como si de una instalación artística se tratara. Provoca la sensación de estar siendo manejado por una inteligencia superior que te pone a prueba y te obliga a clavar tu mirada sin pestañear, como el personaje de Philip Seymour Hoffman (colosal) hace con Joaquin Phoenix (colosal) en la propia película. Para un buen viaje trascendental yo me subo sin duda al barco de Paul Thomas Anderson antes que a la barquita con tigre de Ang Lee y su panfletillo misticista.
9
17 de febrero de 2023
17 de febrero de 2023
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Takahata era un genio absoluto, menos prolífico que Miyazaki, pero cuyas mejores obras están al mismo desorbitado nivel que las del maestro Hayao.
Recuerdos del ayer quizás sea la gran joya escondida de Ghibli. Es de esas obras maestras del estudio cuyo visionado te conecta durante dos horas con las partes más puras de tu alma, te abre los ojos, te sientes comprendido y reconfortado. Tu existencia y la vida cobran sentido ante una obra artistica de esta envergadura. Es para mí la película con una representación de la infancia mas precisa jamás realizada. Y la elegancia y plasticidad con la que está plasmada es sencillamente irresistible. La paleta de colores es de una finura y una belleza magníficas. Todo es sutil y vibrante al mismo tiempo. Todo es imaginativo, divertido, inteligente, desprejuiciado y sincero. Las escenas de la infancia contrastan con las de la vida adulta, menos estilizadas pero con momentos de pura poesía.
Por si fuera poco el final es de los más hermosos y conmovedores que nunca he visto. Una obra absolutamente sublime.
Recuerdos del ayer quizás sea la gran joya escondida de Ghibli. Es de esas obras maestras del estudio cuyo visionado te conecta durante dos horas con las partes más puras de tu alma, te abre los ojos, te sientes comprendido y reconfortado. Tu existencia y la vida cobran sentido ante una obra artistica de esta envergadura. Es para mí la película con una representación de la infancia mas precisa jamás realizada. Y la elegancia y plasticidad con la que está plasmada es sencillamente irresistible. La paleta de colores es de una finura y una belleza magníficas. Todo es sutil y vibrante al mismo tiempo. Todo es imaginativo, divertido, inteligente, desprejuiciado y sincero. Las escenas de la infancia contrastan con las de la vida adulta, menos estilizadas pero con momentos de pura poesía.
Por si fuera poco el final es de los más hermosos y conmovedores que nunca he visto. Una obra absolutamente sublime.
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