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Críticas 85
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
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18 de diciembre de 2019 Sé el primero en valorar esta crítica
Los errores no se olvidan jamás. Los grandes errores, esos que no necesitan que la gente te los recuerde, se adhieren a tu interior y moldean tu carácter, por temor a volver a cometerlos. Por eso, cualquier oportunidad de redimirse debe ser aprovechada. Y para un juez de un pequeño pueblo de Indiana, con 42 años de justicia inmaculada a sus espaldas, el borrón de haber dejado en libertad a un joven que agredió a su novia y que, días después de pisar la calle, acabó matándola tiene que ser corregido, reparado. La oportunidad llega una noche de lluvia, con el infame montado en bicicleta frente a los faros de su coche en una carretera secundaria, lejos de miradas ajenas. ¿Qué camino elegir: integridad o ajusticiamiento? ¿Cuánto pesa aquella falta en alguien que lo único que desea es que, el día de su muerte, las banderas ondeen a media asta?
Su hijo, un abogado cínico y ventajista de Chicago, es en quien se centra 'El juez'. Al igual que su padre, también cometió un error en su juventud, que lo llevó a poner tierra de por medio y huir de un hogar de severidad asfixiante y huérfano de afecto. Debido a la muerte de su madre, vuelve al pueblo y se enfrenta a su progenitor, al que defenderá cuando sea acusado de asesinato, en un intento de corregir los años pasados en los que dio la espalda a la familia.
A David Dobkin, director de comedias ligeras como 'De boda en boda', la película le viene grande. Excesivamente grande. Con un guion que salta sin red del 'trhiller' judicial al melodrama familiar, cargado además con pinceladas cómicas, el realizador norteamericano filma un proyecto mediocre que no está a la altura de su reparto. Incapaz de centrarse en un aspecto, en 141 minutos de metraje embute a las bravas todo tipo de géneros y tramas: vuelta a casa, redención en la relación paternofilial, intriga en la resolución del caso, problemas matrimoniales con una hija pequeña de por medio, encuentro con una exnovia que tuvo un retraso de esos que se asimilan en nueve meses, trauma interior por un accidente que truncó la vida de su hermano... No obstante, para evitar desconcertar al público, Dobkin satura cada secuencia con una banda sonora pegajosa que dicta al espectador lo que debe sentir en cada momento. Un error más en todo este embrollo, ya que las confrontaciones entre los dos protagonistas eran lo único que se podía salvar.
Y ello, gracias al buen hacer de Robert Downey Jr. y Robert Duvall. El primero luce trajes de marca y se excede en sus gestos faciales para potenciar una comicidad que sobra, aunque en su duelo dramático con su compañero de reparto se muestra a la altura. Y Robert Duvall es el que más sustento otorga al filme. Acierta en erigir un personaje férreo en sus convicciones pero achacado por el peso de la edad y de una enfermedad que merma sus capacidades -otra arista argumental más que añadir a la lista anterior-. Billy Bob Thornton y Vincent D’Onofrio también destacan en sus papeles, pero la cinta se centra tanto en los dos protagonistas que casi cuesta calificarlos como secundarios.
Dobkin intentó contentar a todo el mundo con múltiples enfoques, pero su cine carece de una calidad narrativa suficiente para hilvanar semejante conjunción de tramas. Un fallo excusable. Ahora bien, desperdiciar de esta forma el talento de Robert Duvall debería estar penado por ley. Es uno de esos errores que nunca se olvidan.

Diario de Navarra / La séptima mirada
9 de diciembre de 2019 Sé el primero en valorar esta crítica
El paso de la adolescencia a la juventud abre un abanico de posibilidades argumentales. Nuestro protagonista ya no es aquel niño que buscaba su sitio en un mundo que no entendía. Hipo pasó a ser el héroe que salvó a su pueblo y le abrió la puerta a otra realidad: la convivencia frente a la hostilidad. Con 20 años, ahora debe asumir un liderazgo que no desea mientras se ve envuelto en la eterna lucha entre el bien y el mal, esta vez con toques ecologistas. Una trama clásica abordada solo en la superficie en pos de... bueno, es que hay dragones. 'Cómo entrenar a tu dragón 2' repite la fórmula de su predecesora: secuencias aéreas espectaculares, una animación llevada a su máximo potencial, unos personajes carismáticos y elegantes dosis de humor. A esta lista habría que añadir un guion que no fuera un mero hilo conductor. Pero eso se perdió en el camino.
Cinco años después de que Hipo salvara a su aldea, los vikingos y los dragones conviven en armonía. Con su inseparable mascota furia nocturna, Desdentao, el joven protagonista se lanza a explorar los alrededores y descubre una guerra entre un terrible villano que desea atrapar a todos los dragones para formar un ejército y una mujer enmascarada que ansía rescatarlos para que vivan en libertad. Su carácter pacifista lo llevará a tratar de emplear el diálogo para evitar el enfrentamiento, pero finalmente deberá tomar partido e involucrarse en la contienda.
El canadiense Dean DeBlois, esta vez sin la colaboración de Chris Sanders, capitanea el buque estrella del estudio de animación de DreamWorks en un momento delicado de la compañía, que busca reeditar el éxito de la primera película y que ya anunció que el filme que cerrará la trilogía basada en los libros de Cressida Cowell llegará en el año 2016. El director confesó haberse inspirado en 'El imperio contraataca' para tejer una historia más oscura, pero los guiños a las primeras entregas de la saga de 'La guerra de las galaxias' son demasiado evidentes y numerosos. Sí logra que la trama sea más adulta, pero el guion no penetra tan dentro de los personajes y solo es empleado como base para que las escenas de acción tengan sentido.
Ese el punto fuerte de la cinta. Si en la primera parte ya se presentó una animación sorprendente y cautivadora, en esta nueva entrega se subió un escalón. Las secuencias aéreas son trepidantes y la acción consigue dotar a la película de un ritmo endiablado. A eso se suma una infinidad de nuevos dragones y unos paisajes más acordes con la mitología vikinga, todo plasmado con un altísimo nivel de detalle. Aunque el arranque es flojísimo, el filme va de menos a más y capta la atención del público por la belleza y la calidad de las imágenes. En el primer tramo se echa muchísimo en falta la potente banda sonora que aupó al largometraje que abrió la serie, pero cuando arranca la batalla final, la música recupera toda su fuerza y, junto a la vertiginosa velocidad de las escenas de un clímax larguísimo, vuelve a generar en el espectador una experiencia grata y amena.
El humor infantil continúa presente, al igual que la atractiva personalidad de los personajes principales y la moralina típica del cine para niños. Y a pesar de maltratar la trama, el gran trabajo de animación sustenta la película y consigue que tanto los adultos como los más pequeños salgan satisfechos de la sala.

Diario de Navarra / La séptima mirada
25 de noviembre de 2019 Sé el primero en valorar esta crítica
La arrogancia del ser humano ante la naturaleza merece ser castigada. Y en la era nuclear, a los terremotos, huracanes y tsunamis se une la amenaza de unas gigantescas criaturas abisales que, alimentadas y fortalecidas por la radiación, devastan todo a su paso. Pero la naturaleza es sabia y es capaz de mantener el equilibrio, porque siempre hay un pez más grande. De las profundidades del océano surgirá un monstruo del tamaño de un rascacielos y ávido por capturar a sus presas para restaurar la normalidad. Su nombre, Godzilla.
Hollywood revisa la insulsa adaptación de Roland Emmerich al género de las películas 'kaiju' japonesas con una vuelta de tuerca. El monstruo será ahora el que nos salve de un destino ganado a pulso con la soberbia humana en el poderío científico. En esta nueva historia, las pruebas nucleares norteamericanas no fueron tales, sino que tras ellas se escondieron operaciones de una organización internacional dedicada a estudiar, tratar de controlar y, por último, matar a este gigante procedente del fondo del mar. Sin embargo, ante la aparición de otras criaturas, que necesitan de la radiación para procrear, Godzilla se revelará como un potente aliado de la humanidad.
Legendary Pictures eligió para dirigir el proyecto al británico Gareth Edwards, que con un presupuesto ínfimo había apuntado maneras en la ciencia ficción a través de su película 'Monsters'. Los ceros en los talones no fueron ahora ningún problema, y 'Godzilla' deslumbra con fuerza en el aspecto visual gracias a impactantes secuencias -la mayoría, nocturnas- de las peleas entre las criaturas y del despliegue militar de los seres humanos -espectacular la recreación del salto en paracaídas de un escuadrón-. No obstante, en su bagaje carga con el mismo suplicio que la cinta de Emmerich: un guion exasperante, cargado esta vez con melodramas de manual, diálogos contaminados de jerigonza científica y personajes superfluos que entran y salen de la pantalla sin aportar nada relevante.
Edwards dedica la primera parte a detallar el papel humano en las crisis nucleares y a presentar el trastorno paternofilial que vivirán los protagonistas. En esos minutos, es capaz de sacar rédito al guion, pero cuando aparecen los monstruos, todo su buen hacer en este sentido se desvanece. La historia salta de Filipinas a Japón, de ahí a Hawái y, por último, a San Francisco, con los giros extravagantes de las películas de catástrofes y la particularidad de que alguno de los personajes siempre está a escasos metros de la acción -hecho facilitado por la asombrosa capacidad silenciosa de Godzilla, pese a sus monstruosas dimensiones-.
Bryan Cranston lidera con acierto el reparto en los primeros minutos, para ceder después el protagonismo a un Aaron Johnson que apenas cambia el rostro en todo el metraje y al que acompañan fugaces interpretaciones de Ken Watanabe y Elizabeth Olsen. Al final, los que destacan en el género son los monstruos, pero Edwards logra acercarse a ellos con una mirada propia para que, ante la ausencia de un contenido profundo, los desmanes propios de criaturas destrozando ciudades no se queden también en acción vacía de forma. En ocasiones, lo consigue minimizando la espectacularidad y tratando de unirla al periplo interior de las vidas de los protagonistas, pero la pobreza del guion pesa tanto que acaba por enterrar el filme.

Diario de Navarra / La séptima mirada
18 de noviembre de 2019 Sé el primero en valorar esta crítica
Las luces siempre son más brillantes al otro lado del río. Esa es la base del pensamiento del protagonista de 'El poder del dinero', un joven que se enorgullece de formar parte de la generación más preparada de la historia, pero con un sueldo ridículo que no satisface ni por asomo su inagotable ambición de vestir trajes más elegantes, conducir coches más caros y entrar a clubes más selectos. Su ansia de ascender en el mundo empresarial será empleada por dos titanes de la industria electrónica para continuar su guerra particular, y el espectador descubrirá así -como si no lo supiera ya- la corrupción, la codicia y la falta de moralidad que navegan por las altas esferas. Todo enmarcado en un mundo donde la tecnología, con el objetivo de hacernos la vida más cómoda, nos arrebata cualquier atisbo de privacidad. Lugares comunes para una crítica tan manida que, a falta de soplos de originalidad, colocan el filme en ese estante de completamente prescindibles.
Adam Cassidy es el eje de la historia. Al perder su trabajo en Wyatt Corporation, arrasa con la tarjeta de gastos de la empresa, y su jefe, al destapar el pastel, le propone para evitar la cárcel convertirse en espía dentro de la compañía rival Eicon, que está ultimando un 'smartphone' que cambiará de nuevo las reglas del mercado. La posibilidad de acceder a esos despachos acristalados de los grandes rascacielos pesa más que los barrotes en la decisión de Cassidy, que a partir de ese momento se codeará con los peces gordos mientras se va dando cuenta de que las luces brillantes de ese lado del río dejan un reguero de suciedad allá por donde pasan.
Aunque Liam Hemsworth encabeza los créditos, el verdadero protagonista del filme es su torso desnudo. Sus pectorales aprovechan cualquier oportunidad para robar minutos frente a la cámara a un actor que sabía que el peso interpretativo de la película no iba a residir en sus frases, sino en las de sus dos compañeros de reparto. Harrison Ford y Gary Oldman encarnan a los dos viejos directivos que unen a sus rencillas personales la lucha por salvar sus empresas. Su duelo en lo alto tiene momentos álgidos, pero ninguno de los dos brilla demasiado, tal vez para no salirse de un guion que no da para más. La belleza femenina la aporta Amber Heard en un papel antagonista al de Hemsworth, el de una joven que se ha hecho a sí misma y que ha llegado a la cumbre sin atajos. No obstante, la evolución de los personajes tampoco centra la trama, así que su presencia a veces solo está motivada por mostrar al público una vez más las incontables horas de gimnasio del actor australiano.
La película la dirige Robert Luketic -cuyo primer largometraje fue, en 2001, 'Una rubia muy legal'-, que ni ahonda en la crítica a la amoralidad de la clase empresarial, ni desarrolla el tema del espionaje corporativo. Todo en la historia de 'El poder del dinero' es superficial, y la trama, que con unos giros finales intenta sorprender a un espectador que ya amagaba con bostezos, coquetea demasiado con el fracaso de la única pretensión con la que nació el filme: entretener.

Diario de Navarra / La séptima mirada
11 de noviembre de 2019 Sé el primero en valorar esta crítica
Engañarse ante el espejo es la mayor de las mentiras. No hay un juez más imparcial y nada te devolverá a la realidad tan súbitamente como el reflejo que sabe que te estás mintiendo, y que te lo escupe a la cara sin remilgos. De eso va esta historia. Un tipo que ve cómo su vida se desmorona y, sin embargo, se afana en pegarse mechones de pelo en la cabeza con los que ocultar su calva. Para que el reflejo del espejo le diga que se ha convertido en quien deseaba ser. Para que su amante, que se hace pasar por una inglesa elitista, siga a su lado. Para que el detective del FBI que lo investiga, que vive con su madre mientras aparenta ser un pez gordo de la agencia, no descubra sus verdaderas intenciones. Todos en esta historia intentan protagonizar vidas que no les pertenecen, pero el espejo es sabio y al final siempre desvela la verdad. A menos que seas un timador excelente.
'La gran estafa americana' nos lleva a la década de los setenta para contarnos un caso del FBI en el que un investigador recurre a dos estafadores con los que tratar de sacar a la luz la corrupción en la política. Basado levemente en hechos reales, Christian Bale y Amy Adams encarnan a dos timadores que crecen tan rápida y desmesuradamente que acaban llamando la atención de las autoridades, mientras que Bradley Cooper será quien los obligue a colaborar con la policía para, a través de una conexión con un jeque árabe ficticio, llegar hasta congresistas y senadores. Pero la mafia acaba metiéndose en medio y trastocando sus planes.
Bale es el principal soporte del proyecto. Perfecta adaptación física a la decadencia que necesitaba su personaje, aunada con una interpretación profunda que deja en muy mal lugar el trabajo de Cooper, plano en casi todas las secuencias con un papel en el que podía haber dado mucho más juego, incluso robando el protagonismo que la historia no logra definir, ya que por momentos no se sabe si la película se centra en la vida de los estafadores o en la del agente del FBI. El duelo femenino resulta mucho más potente gracias al buen hacer de Jennifer Lawrence y Amy Adams, imponentes físicamente y que en este filme muestran su capacidad para ahondar en las penurias humanas: envidia, celos, codicia... La selección de la música y la caracterización de los actores, con ese aire hortera de los setenta, también suma un punto a favor para que el espectador se meta en la historia.
El norteamericano David O. Rusell firma esta película que, más allá del 'thriller' político y la trama de estafas y corrupción, se centra en asomarse al interior de los personajes. Es lo único salvable de una historia que enseguida se vuelve superflua ante el ritmo deslavazado y la originalidad mal encauzada que le imprime el director de 'El lado bueno de las cosas'. Aunque hay escenas magnéticas y su labor guiando al reparto es notable, falla a la hora de abordar la trama, dando la sensación de que no sabe muy bien qué hacer con el guion. A pesar de las múltiples nominaciones y premios obtenidos, el característico sello de este director tanto en este filme como en el anterior deja latente una pregunta en el aire. ¿Por qué acelerar tanto cuando parece que no se sabe adónde va? Puede que Rusell tenga en la retina a Scorsese, pero dudo mucho de que ese sea el reflejo que vea al mirarse en el espejo.

Diario de Navarra / La séptima mirada
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