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Críticas 487
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
8
26 de abril de 2015
76 de 78 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos en 1981, el año en que hubo, estadísticamente, más violencia y crímenes en Nueva York, en una época en que el mundo libre parecía abocado al caos del crimen organizado – ya sea por sindicatos inescrupulosos, por criminales de poca monta, por los encopetados poderosos a golpe de talón y falta de compasión o escrúpulos, por leyes permisivas y ciudadanos acomplejados, por una policía y unos fiscales hacendosos pero venales, por una sociedad en ebullición y trastabillada. Venimos de aquellos lodos en apariencia lejanos pero que configuran un presente siempre quebradizo y en manos de los poderes fácticos. Lo difícil es determinar quién está al mando, por cuánto tiempo y a qué precio. Porque en un mundo donde todo está en venta, el único factor determinante es averiguar el precio de cada cual para seguir avanzando, sin miramientos ni concesiones.

Lo mejor de esta película es la atmósfera de peligro constante y vulnerabilidad permanente que crea. Una muy verosímil precariedad que impregna cada fotograma de esta desasosegante y descorazonadora propuesta donde sólo sobrevive el más fuerte, el más despiadado, el que tiene los objetivos más claros y sabe con quién cuenta y de quién se debe proteger. Es una guerra evidente aunque no declarada, donde la cortesía o la educación no presagian nada bueno y la clemencia queda proscrita por inane y perjudicial. Menudo catálogo de lobos con piel de corderos donde los intereses creados van configurando un escenario de falsa urbanidad y peligrosas aristas fatales.

Hay una potente escena – en apariencia intrascendente y anecdótica – que ilumina la trama: el protagonista, Abel Morales, atropella a un ciervo que permanece agonizante en la cuneta de la carretera. Y quiere poner fin a su sufrimiento, pero de la forma ‘más correcta’, como lo llama él, es decir, sin armas de fuego. Pero antes de que pueda llevar a término su plan, su mujer descerraja varios tiros sobre el animal moribundo, concluyendo por la vía rápida el contratiempo. En ambos casos el resultado final hubiera sido el mismo, lo que varían son los medios para alcanzarlo. Y toda la cinta trata de esto: las múltiples bifurcaciones, contradicciones y vasos comunicantes entre medios y fines. Algunos santificados, otros censurados, todos letales.

El final de la cinta es excelente y desolador. Enuncia con sutil claridad la connivencia entre poder político (y judicial) y el poder financiero. La corrupción con mayúsculas. Magnífica película que sin estruendos ni aspavientos radiografía de forma incisiva e irrebatible nuestros males del presente. Muy recomendable.
26 de octubre de 2014
134 de 195 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esto es una película rara y atípica. Tendrá difícil encontrar su público aunque merece más atención y parabienes que casi todas las demás cintas estrenadas durante el año: sencillamente es única, tremenda, feroz e implacable. No hay nada igual ni lo habrá en mucho tiempo: no habría cuerpo que lo aguantara. Lo que a primera vista se presenta como una película sobre el amor incondicional paterno-filial deviene en un aquelarre casi apocalíptico de venganzas, muertes, extorsión, sangre y manipulación de la peor calaña, siempre cogiendo al espectador con el paso cambiado, con las expectativas alteradas y con la emocionalidad subvertida hasta llevarnos con pasmosa facilidad al dolor y el saqueo emocional más descarado. Se te queda un mal cuerpo, un desasosiego, un envenenamiento masivo de las entendederas que te deja arrebatado y sin consuelo. ¡Menudo peliculón más infausto!

Las apariencias engañan y las mosquitas muertas son de temer. Y de las aguas remansadas más vale huir como de la peste bubónica, no sea que te atrapen y engullan. Con un férreo guión del propio director, Carlos Vermut, la película está perfectamente construida, estructurada y calibrada. Pocas veces el cine español ha mostrado con tanta pasmosa claridad lo importante que es tener un guión bien trabado, sin resquicios, sin huecos ni digresiones, donde la acción surge de los personajes que subyugan por su atroz verosimilitud y fulgor, pese a lo aberrante y esquinado de su venenosa y pérfida trama.

Llega mucho más lejos – y es mucho mejor y más retorcida – que la aclamada y reciente “Perdida”. Aquí la maldad surge del corazón de sus personajes y la manipulación más sibilina erosiona los pilares de una sociedad ensimismada y adormecida de convencionalismos y cortesía. Basta que falte una única pieza de un rompecabezas o coger a un indefenso bebé en brazos para que se abra el abismo de la locura y la perversidad. Basta que un padre quiera agasajar a su moribunda hija para que toquemos la vileza disfrazada de inocencia y fragilidad. Basta que queremos alcanzar lo imposible para perturbar el mundo y sembrar la anarquía.

Los actores (muchos de ellos curtidos en el teatro) sacan el máximo partido a sus personajes y crean un mundo tóxico y deleznable que intranquiliza y pervierte el orden establecido de la ortodoxia social. Una excelente muestra sobre las buenas intenciones y sus enlodadas consecuencias, deja un mal delicioso sabor de boca que perdura mucho más allá de la proyección. Memorable e indispensable. Una gozosa joya inclasificable.
2 de enero de 2016
81 de 89 usuarios han encontrado esta crítica útil
El éxito de esta cinta radica sobre todo en su excelente guión, que no pretende narrar la vida de su mesiánico protagonista de forma canónica y previsible, sino que se centra sólo en tres momentos significativos pero que muestran a la perfección la clase de persona que era (endiosado, engreído, brillante y acomplejado), sus inadaptación constante (su falta de empatía, su nula tolerancia a la frustración, sus notorias carencias afectivas), su delirio por el diseño, la imagen y el marketing más allá de lo utilitario, sino como un fin en sí mismo (sobrevender humo, anunciar lo inexistente, pergeñar sueños arrogantes) y su maniático empeño por el control total y su opacidad absoluta.

¿Fue Steve Jobs un genio? En la medida en que la palabra ‘genio’ ha sufrido una devaluación constante y se utiliza con inflacionaria generosidad, sin rigor y como mero reclamo publicitario vacío de significado, la pregunta carece de cualquier interés. Quizás este interrogante haya sido importante para algunas personas retratadas en esta biografía nada complaciente sobre una persona que supo servirse del poder de la imagen para labrarse y difundir un olimpo personal, machacón y ególatra de sí mismo, sin más aval que su personalidad arrolladora, obsesiva y grandilocuente.

Como siempre en una biografía, no estamos ante la verdad absoluta de los hechos (que es inabarcable, multiforme e inasible), sino ante un posible enfoque, una visión, una potencial lectura de lo que quizás fue más significativo, centrándose en unos aspectos y omitiendo otros, pero es innegable que la representación que prevalece resulta verosímil y se ajusta bastante a los datos objetivos de su periplo vital: fue un hijo entregado en adopción, fue un padre que se negó durante lustros a reconocer a su hija biológica, fundó una empresa, fue echado de la misma, fracasó y resucitó, regresó finalmente en loor de multitudes y dejó su huella en todo lo que emprendió. El que el soberbio guión de Aaron Sorkin se detenga en ciertos aspectos ingratos, no añade ni resta valor al proyecto, sino que su máximo logro radica en crear un personaje verosímil y redondeado que da la sensación de haber podido ser tal y como se refleja en pantalla.

También se ilustra con nitidez la discrepancia entre imagen pública y vida privada, entre el brillo del escenario y la mezquindad entre candilejas. Para ello ha contado con la inestimable complicidad y entrega de Michael Fassbender y Kate Winslet, ambos inmensos. Quizás haya a quien le perezca que contiene demasiados diálogos y demasiada poca acción, pero debemos de ponderar la importancia de la palabra como pilar de la cultura o sucumbiremos a los idólatras iletrados de la imagen.
31 de diciembre de 2016
78 de 83 usuarios han encontrado esta crítica útil
El sentimiento de culpa y la necesidad de que nos perdonen es un motor poderoso de la vida. Parece una nimiedad, pero los remordimientos pueden ser una losa tremenda que pesa sobre nuestra conciencia y lastran el normal devenir de nuestra existencia. Buscamos la paz y el sosiego de nuestra alma y solemos entregar la potestad de aliviar nuestra pesadumbre a aquellos que creemos que tienen la capacidad de redimirnos o de exonerarnos de nuestros errores o faltas cometidos. Pero olvidamos que nada borra el recuerdo y que nuestro afán por que nos indulten es una quimera peregrina y falaz, ya que ante todo debemos de aprender a perdonarnos nosotros mismos, todo lo demás acaba siendo un esfuerzo vano.

La Gran Guerra es un fermento fértil para reflexionar sobre los males que nos asolan ahora: nacionalismos, patrioterismos, violencia, muerte y destrucción. En esta cinta es el telón de fondo que permanece siempre fuera de campo pero que impregna todo el metraje. Y por ello su inequívoco mensaje pacifista resulta tanto más intenso y eficaz, al mostrarnos los efectos desgarradores que la contienda tuvo sobre aquellos que sobrevivieron pero cuyas vidas quedaron paralizadas, truncadas o diezmadas por aquella fatídica conflagración, fruto del chauvinismo fanático, del regionalismo más cateto y rampante, de un fanatismo más atento a resaltar y glorificar las diferencias que en encontrar puntos de acuerdo y colaboración. ¡Tanto que deberíamos haber aprendido y que, sim embargo, repetimos como autómatas desmemoriados!

La tragedia y el romanticismo del desamor unidos por el abismo de la pérdida del paraíso terrenal. La frontera como encrucijada insalvable que marca la diferencia entre buenos y malos, como si fuera un juego de ajedrez o una realidad incuestionable que confiriera un salvoconducto para eximir de responsabilidades. La recreación de época es excelente e intensifica la veracidad y profundidad de los sentimientos que se nos muestran. Las heridas y llagas que sus protagonistas tratan de disimular supuran una nauseabunda pestilencia a podredumbre estancada y rancia. Los que no quieren aprender de los errores y de los horrores campan a sus anchas y se engalanan con fabulaciones grandilocuentes de venganza y restitución, desoyendo las enseñanzas del inmediato pasado.

Excelente propuesta que gira en torno a un personaje ausente que tortura sin tregua a los damnificados de un combate que sólo ha dejado juguetes rotos y almas en pena. Aquelarre funesto de unos rescoldos feroces que no hace distingos entre vencedores y vencidos, porque todos son víctimas del infortunio y la desolación. Muy bien interpretado por todo el elenco, hace además un uso creativo del tránsito entre el blanco y negro y el color. Desasosegante y conmovedora.
8 de junio de 2014
76 de 79 usuarios han encontrado esta crítica útil
Retratar vidas mediocres y sin interés es arriesgado y complejo, ya que existe el peligro de que desconectemos por indiferencia o pereza al ver un panorama tan poco atractivo desplegarse ante nuestros ojos. Por ello tiene incluso más mérito esta cinta sencilla y sobria que sin embargo refleja de forma brillante el irritante momento actual de una juventud que ni estudia ni trabaja, ni tiene visos de trabajar ahora o nunca, haga lo que haga, se esfuerce lo que se esfuerce, se empeñe lo que se empeñe y por mucho que porfíe hasta la desesperación. “Querer es poder.” Eso sería en época de vacas gordas y cuando ataban los perros con longanizas, pero ahora querer es desilusionarse porque no hay nada esté en nuestras manos.

Jaime Rosales vuelve a acertar de lleno. Retrata la árida cotidianeidad de unos personajes abocados al desánimo y la abulia con una destreza y garra que pone los pelos de punta. Acierta al reflejar el amor de dos jóvenes atractivos y llenos de encanto enredados en un presente exasperante por estéril e ingrato, donde las ilusiones de una paternidad inesperada apenas son motivo de alegría y sí fuente de frustración, irritación y encono. Padres separados y casi tan grises como ellos, amigos de mensajitos y noches de polígono, algún porro, alguna cerveza, el recurso de la violencia cuando la sociedad no es capaz de proteger tu integridad ni la justicia te ampara, el parque como espacio de libertad que los minúsculos pisos no proporcionan y las ilusiones marchitas de tantos problemas y escasez de medios materiales…

Formalmente la cinta es un prodigio narrativo con un desenvuelto y creativo uso de las formas actuales de comunicación (móvil, cam, mensajería), con una inventiva utilización de la elipsis, acelerando el tiempo con vertiginosa fluidez, trasladando la prisión cotidiana allende nuestras fronteras, porque tener iniciativa no conlleva tener éxito y el fracaso no se mide en píxeles ni en palabras, sino que te atrapa con una densa maraña de sinsabores y decepciones que se adosan a tu vida como un parásito. Cuando el futuro y el presente son lo mismo y no caben ilusiones más allá de final de mes es que hay algo que ha fallado. Y no saber lo que es, no impide que todo el peso caiga sobre nosotros.

La cinta no sermonea sobre el fracaso, ni fabula explicaciones sesudas, ni se detiene en condenas y tópicos, sino que ofrece un descarnado ejercicio de franqueza expositiva. Casi documental. No gustará a los que busquen paraísos artificiales ni escapismo de pirotecnia, pero ofrece un tesoro de veracidad y vida. Plenamente lograda y muy recomendable.
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