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Críticas ordenadas por utilidad
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7,5
1.745
8
3 de febrero de 2009
3 de febrero de 2009
36 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
Debo confesar que mi primer acercamiento a esta película partía de premisas equivocadas, pues el título en castellano de la misma hacía pensar en un filme repleto de aventuras marineras, y no en lo que realmente es: la mejor adaptación al cine de un magnífico relato de Herman Melville (junto con Moby Dick de Huston): "Billy Budd, sailor".
En esencia, el argumento consiste en el choque -a bordo de un navío de guerra- entre dos caracteres antagónicos; Budd (un creíble Terence Stamp) encarna la bondad y la inocencia, mientras que Claggart (soberbio Robert Ryan, en una de las mejores interpretaciones que le he visto), oficial de armas, representa la maldad y la ruindad. La confluencia de ambas personalidades en espacio tan reducido provocará un terrible desenlace, en el que tendrá gran importancia la figura del capitán Vere (que encarna el deber, la fidelidad al reglamento) interpretado por el gran actor Peter Ustinov, que en este caso, y afortunadamente para nosotros, oficia también como director.
La película está magníficamente realizada en todos sus aspectos; la recreación del barco es todo lo buena que podía hacerse a principios de los sesenta, y la credibilidad del elenco actoral en su composición de la tripulación está por encima de toda crítica (magnífico el viejo danés, interpretado por Melvyn Douglas). El guión está perfectamente adaptado partiendo del relato original y reproduce reflexiones de gran profundidad moral, cualidad muy destacada en la obra de Melville, que aquí sabiamente se respeta. El debate final sostenido por la oficialidad del barco es, en mi opinión, lo mejor de la película (¡qué diálogos!) junto con las gélidas y malignas miradas de Claggart-Ryan.
¡Dios bendiga al capitán Vere!
En esencia, el argumento consiste en el choque -a bordo de un navío de guerra- entre dos caracteres antagónicos; Budd (un creíble Terence Stamp) encarna la bondad y la inocencia, mientras que Claggart (soberbio Robert Ryan, en una de las mejores interpretaciones que le he visto), oficial de armas, representa la maldad y la ruindad. La confluencia de ambas personalidades en espacio tan reducido provocará un terrible desenlace, en el que tendrá gran importancia la figura del capitán Vere (que encarna el deber, la fidelidad al reglamento) interpretado por el gran actor Peter Ustinov, que en este caso, y afortunadamente para nosotros, oficia también como director.
La película está magníficamente realizada en todos sus aspectos; la recreación del barco es todo lo buena que podía hacerse a principios de los sesenta, y la credibilidad del elenco actoral en su composición de la tripulación está por encima de toda crítica (magnífico el viejo danés, interpretado por Melvyn Douglas). El guión está perfectamente adaptado partiendo del relato original y reproduce reflexiones de gran profundidad moral, cualidad muy destacada en la obra de Melville, que aquí sabiamente se respeta. El debate final sostenido por la oficialidad del barco es, en mi opinión, lo mejor de la película (¡qué diálogos!) junto con las gélidas y malignas miradas de Claggart-Ryan.
¡Dios bendiga al capitán Vere!

6,8
741
7
30 de marzo de 2014
30 de marzo de 2014
35 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
En alguna ocasión anterior he apuntado que a veces, en el Cine, menos es más, y creo que esta película lo ilustra a su manera, siendo además un soberbio ejemplo de progresión dramática y de posibles lecturas, lo que se aprecia no sólo en el desarrollo de su argumento, sino también en su muy definida factura.
El filme arranca en nochevieja bajo el signo de la rutina que se desarrolla en una comisaría (esto no es ningún contrasentido; pocas noches más rutinarias y previsibles que estas), que vive las últimas horas del año entre festejos y los naturales incidentes, como triviales robos de coches y demás. No obstante en una de las salas comienza un interrogatorio que, aunque inicialmente no parece cosa de gran importancia, paulatinamente va revelando una gravedad mayor, pues al cabo de un rato descubrimos que el respetable notario Martinaud, que se sienta frente al inspector Gallien, es sospechoso de la violación y asesinato de dos niñas.
Casi toda la película transcurre en el interior del despacho en el que se desarrolla el interrogatorio, y sólo saldremos de él en un par de ocasiones (antes del final), acompañando al inspector; por lo demás, la continuidad narrativa permanecerá inalterada, con la salvedad de algunos flashbacks (casi todos breves, simplemente planos fijos que ilustran un recuerdo, si bien hay uno, introducido por la esposa del notario Martinaud, que es más largo, siendo clave para el argumento). El acierto de esta planificación estriba en que enfatiza que es en ese concreto lugar donde se va a esclarecer, y por tanto a establecer, la verdad sobre el doble asesinato. Sin embargo, a menudo que transcurren los minutos, el espectador no puede dejar de notar que las vagas explicaciones de Martinaud, junto con las incómodas preguntas del inspector, lejos de permitirle introducirse en el aspecto criminal o policiaco, abundan cada vez más en las intimidades matrimoniales y personales del sospechoso. Esto, que podría considerarse una desviación respecto del argumento central, no lo es, por cuanto el desarrollo de los acontecimientos acabará mostrando que precisamente lo accesorio es a veces lo principal, la verdad que lo explica todo.
Conforme transcurre la película el notario se nos muestra más acorralado por sus inexactitudes, al tiempo que el inspector parece asentar cada vez más sus sospechas, que ya eran grandes desde el principio; pero sigue faltando una prueba, y será precisamente la aludida situación matrimonial de Martinaud -un matrimonio que ya no es tal, pues apenas hay relación entre ambos cónyuges- la que venga a proporcionarla, apareciendo en escena la esposa del notario, en el que es, sin duda, uno de los fragmentos más notables del filme. Y es que la esposa será clave a la hora de construir "la verdad", puesto que, aparte de alguna posible evidencia material, será su conversación con el inspector la que, por medio del anteriormente referido flashback, introduzca el factor de culpabilidad que faltaba.
Todo el tramo final de la película gira en torno de este círculo que conecta la sospecha, la culpa y la verdad, y lo hace con una sutileza poco frecuente, hasta el punto de sugerir en el espectador interesantes reflexiones acerca de cómo se construyen las certezas y los relatos, y cómo las personas se adaptan o asumen voluntariamente el papel que se les adjudica en ellos.
Rodada casi enteramente en interiores, destacan los parsimoniosos desplazamientos de cámara y los movimientos de los intérpretes, que aligeran el estatismo de la puesta en escena, el cual en modo alguno está reñido -más bien aliado- con la creciente tensión que revelan los personajes, maravillosamente construidos desde el guión -excelentes diálogos a cargo de Audiard, bastante ácidos- y la interpretación, con un trío protagonista espectacular, del que no sé si destacar más el duelo contenido entre Ventura y Serrault o la breve pero impactante intervención de Romy Schneider.
Finalmente la "verdad" será establecida, pero ¿qué verdad? Y es que esa es siempre, al fin y al cabo, la cuestión.
El filme arranca en nochevieja bajo el signo de la rutina que se desarrolla en una comisaría (esto no es ningún contrasentido; pocas noches más rutinarias y previsibles que estas), que vive las últimas horas del año entre festejos y los naturales incidentes, como triviales robos de coches y demás. No obstante en una de las salas comienza un interrogatorio que, aunque inicialmente no parece cosa de gran importancia, paulatinamente va revelando una gravedad mayor, pues al cabo de un rato descubrimos que el respetable notario Martinaud, que se sienta frente al inspector Gallien, es sospechoso de la violación y asesinato de dos niñas.
Casi toda la película transcurre en el interior del despacho en el que se desarrolla el interrogatorio, y sólo saldremos de él en un par de ocasiones (antes del final), acompañando al inspector; por lo demás, la continuidad narrativa permanecerá inalterada, con la salvedad de algunos flashbacks (casi todos breves, simplemente planos fijos que ilustran un recuerdo, si bien hay uno, introducido por la esposa del notario Martinaud, que es más largo, siendo clave para el argumento). El acierto de esta planificación estriba en que enfatiza que es en ese concreto lugar donde se va a esclarecer, y por tanto a establecer, la verdad sobre el doble asesinato. Sin embargo, a menudo que transcurren los minutos, el espectador no puede dejar de notar que las vagas explicaciones de Martinaud, junto con las incómodas preguntas del inspector, lejos de permitirle introducirse en el aspecto criminal o policiaco, abundan cada vez más en las intimidades matrimoniales y personales del sospechoso. Esto, que podría considerarse una desviación respecto del argumento central, no lo es, por cuanto el desarrollo de los acontecimientos acabará mostrando que precisamente lo accesorio es a veces lo principal, la verdad que lo explica todo.
Conforme transcurre la película el notario se nos muestra más acorralado por sus inexactitudes, al tiempo que el inspector parece asentar cada vez más sus sospechas, que ya eran grandes desde el principio; pero sigue faltando una prueba, y será precisamente la aludida situación matrimonial de Martinaud -un matrimonio que ya no es tal, pues apenas hay relación entre ambos cónyuges- la que venga a proporcionarla, apareciendo en escena la esposa del notario, en el que es, sin duda, uno de los fragmentos más notables del filme. Y es que la esposa será clave a la hora de construir "la verdad", puesto que, aparte de alguna posible evidencia material, será su conversación con el inspector la que, por medio del anteriormente referido flashback, introduzca el factor de culpabilidad que faltaba.
Todo el tramo final de la película gira en torno de este círculo que conecta la sospecha, la culpa y la verdad, y lo hace con una sutileza poco frecuente, hasta el punto de sugerir en el espectador interesantes reflexiones acerca de cómo se construyen las certezas y los relatos, y cómo las personas se adaptan o asumen voluntariamente el papel que se les adjudica en ellos.
Rodada casi enteramente en interiores, destacan los parsimoniosos desplazamientos de cámara y los movimientos de los intérpretes, que aligeran el estatismo de la puesta en escena, el cual en modo alguno está reñido -más bien aliado- con la creciente tensión que revelan los personajes, maravillosamente construidos desde el guión -excelentes diálogos a cargo de Audiard, bastante ácidos- y la interpretación, con un trío protagonista espectacular, del que no sé si destacar más el duelo contenido entre Ventura y Serrault o la breve pero impactante intervención de Romy Schneider.
Finalmente la "verdad" será establecida, pero ¿qué verdad? Y es que esa es siempre, al fin y al cabo, la cuestión.
7
30 de enero de 2012
30 de enero de 2012
34 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
Buen ejemplo -ya tardío- de la muy recomendable serie negra española, esta película demuestra una madurez argumental y psicológica francamente notable, lo que unido a sus aciertos formales e interpretativos (de nuevo, excelente Arturo Fernández) la convierten en una experiencia enteramente disfrutable para el aficionado.
Aunque el soberbio prólogo -de magnífico ambiente y contrastada y dramática fotografía- parece sugerir que el argumento va a girar en torno a la persecución de un traficante que ha asesinado a un policía, esto no es sino un pretexto, pues el tema central que se abordará es la caída en desgracia de un detective, Mario, arrastrado al crimen por una atracción fatal. Esa atracción la ejerce Elsa, cuyo personaje trasciende los tópicos habituales que solían atribuirse a las mujeres en las películas españolas; así, se trata de una mujer provocativa, ambiciosa y hecha a sí misma, acostumbrada a decidir y mandar. Su "clase", su lujoso tren de vida, y sobre todo su sensualidad atraen a Mario, que se verá empujado, víctima de todo ello, a la corrupción moral.
Es interesante subrayar -como muy hábilmente hace la película- que la actitud de Mario se comprende dentro de los parámetros machistas de la época; absolutamente atraído por Elsa, no puede soportar que la relación de poder dentro de la pareja no sea la tradicional (ella es empresaria, maneja dinero, se mueve en ambientes lujosos, "le lleva" en su coche deportivo, etc), e incurrirá en el crimen con tal de restaurar "el orden natural de las cosas", sin percatarse de que está siendo manipulado.
Dentro de la ambigüedad que muestran muchos personajes, cabe señalar la ruindad de un aparentemente digno empleado de banca, y también la que desprende -aunque en un sentido positivo y humorístico- el insospechado detective que encarna Manuel Aleixandre; quizá el único personaje que escapa a esa mirada irónica sea el comisario que tan bien interpreta José Bódalo.
El filme tiene un buen guión, con acertados momentos de humor, casi todos a cargo del personaje de Aleixandre, y una excelente música de Jazz, con agudos y oportunos solos de Saxofón, que refuerzan el dramatismo o la tensión de algunas situaciones. Añadamos a todo esto secuencias tan logradas como la ya mencionada del prólogo, una panorámica subjetiva tomada desde la cama en la que acaban de acostarse Mario y Elsa (una solución provocativa y elegante para sugerir la relación sexual, con "cigarrillo de después" incluído), la persecución de un traficante en una corrala atestada de vecinos y niños, y el epílogo, que cierra circular y acertadamente esta curiosa historia de un cazador cazado.
Aunque el soberbio prólogo -de magnífico ambiente y contrastada y dramática fotografía- parece sugerir que el argumento va a girar en torno a la persecución de un traficante que ha asesinado a un policía, esto no es sino un pretexto, pues el tema central que se abordará es la caída en desgracia de un detective, Mario, arrastrado al crimen por una atracción fatal. Esa atracción la ejerce Elsa, cuyo personaje trasciende los tópicos habituales que solían atribuirse a las mujeres en las películas españolas; así, se trata de una mujer provocativa, ambiciosa y hecha a sí misma, acostumbrada a decidir y mandar. Su "clase", su lujoso tren de vida, y sobre todo su sensualidad atraen a Mario, que se verá empujado, víctima de todo ello, a la corrupción moral.
Es interesante subrayar -como muy hábilmente hace la película- que la actitud de Mario se comprende dentro de los parámetros machistas de la época; absolutamente atraído por Elsa, no puede soportar que la relación de poder dentro de la pareja no sea la tradicional (ella es empresaria, maneja dinero, se mueve en ambientes lujosos, "le lleva" en su coche deportivo, etc), e incurrirá en el crimen con tal de restaurar "el orden natural de las cosas", sin percatarse de que está siendo manipulado.
Dentro de la ambigüedad que muestran muchos personajes, cabe señalar la ruindad de un aparentemente digno empleado de banca, y también la que desprende -aunque en un sentido positivo y humorístico- el insospechado detective que encarna Manuel Aleixandre; quizá el único personaje que escapa a esa mirada irónica sea el comisario que tan bien interpreta José Bódalo.
El filme tiene un buen guión, con acertados momentos de humor, casi todos a cargo del personaje de Aleixandre, y una excelente música de Jazz, con agudos y oportunos solos de Saxofón, que refuerzan el dramatismo o la tensión de algunas situaciones. Añadamos a todo esto secuencias tan logradas como la ya mencionada del prólogo, una panorámica subjetiva tomada desde la cama en la que acaban de acostarse Mario y Elsa (una solución provocativa y elegante para sugerir la relación sexual, con "cigarrillo de después" incluído), la persecución de un traficante en una corrala atestada de vecinos y niños, y el epílogo, que cierra circular y acertadamente esta curiosa historia de un cazador cazado.

7,6
2.093
8
30 de enero de 2010
30 de enero de 2010
38 de 43 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde la primera secuencia, en la que una cámara colgada de una grúa enfoca un saco de arena mecido por el viento para después girar, atravesar las ramas desnudas de un árbol y descendiendo, mostrar a través de una ventana al protagonista despertando de sus agitados sueños, nos damos cuenta de que nos encontramos ante una película especial, brillante. Pocas veces he visto un comienzo tan espléndido, y menos aún una justificación simbólica tan pertinente para el mismo como la que en este filme se nos muestra.
El mundo del boxeo profesional, con su sordidez, amaños y demás miserias, ha sido llevado en múltiples ocasiones a la gran pantalla; ciertamente, esta película no es la primera que aborda el tema, pero sí podemos afirmar que es el clásico a partir del cual todas las posteriores se han rodado y concebido. Se trata de una de las mejores obras de Rossen, tan sólo superada por "El Buscavidas" y mejor que "El Político", con las que comparte el argumento o tema principal: la búsqueda y obtención del éxito a toda costa por parte del protagonista, seguido de su posterior fracaso, especialmente en el plano ético y moral.
En "Cuerpo y Alma" se conjugan felizmente la eficacia narrativa, de la mano de un espléndido guión de Polonsky, y la brillantez formal, tanto en la elegante realización, como en la hermosa fotografía y veraz ambientación, que recrea garitos, clubes, casas y barrios muy creíbles. Los personajes están bien concebidos, desde Davis (buen Garfield) a Peg (magnífica interpretación de Lilli Palmer), pasando por Ben Chaplin (Canada Lee), que encarna el arquetipo del boxeador derrotado y de destino trágico, así como los demás secundarios, tal vez con la única excepción de Alice (Hazel Brooks), vampiresa demasiado evidente y plana para mi gusto. La música, en la que predominan solos de trompeta y saxo alto en tono de jazz, acompaña discreta y amablemente la narración, que se estructura en tres partes bien diferenciadas; un prólogo y un epílogo en presente inician y concluyen el nudo argumental, presentado por medio de un largo flashback, recurso éste muy propio del cine negro, que nos muestra al protagonista en decadencia para luego retroceder y explicar su ascenso y auge, volviendo al final a retomar su ocaso.
En conjunto, "Cuerpo y alma" se ve como una cinta de boxeo y cine negro que, gracias a su pulso narrativo, a sus personajes bien definidos y a la elegante realización formal, goza merecidamente del prestigio de un clásico, siendo como tal un referente que merece la pena disfrutar. ¡Segundos fuera!
Continúa en spoiler, sin revelar detalles.
El mundo del boxeo profesional, con su sordidez, amaños y demás miserias, ha sido llevado en múltiples ocasiones a la gran pantalla; ciertamente, esta película no es la primera que aborda el tema, pero sí podemos afirmar que es el clásico a partir del cual todas las posteriores se han rodado y concebido. Se trata de una de las mejores obras de Rossen, tan sólo superada por "El Buscavidas" y mejor que "El Político", con las que comparte el argumento o tema principal: la búsqueda y obtención del éxito a toda costa por parte del protagonista, seguido de su posterior fracaso, especialmente en el plano ético y moral.
En "Cuerpo y Alma" se conjugan felizmente la eficacia narrativa, de la mano de un espléndido guión de Polonsky, y la brillantez formal, tanto en la elegante realización, como en la hermosa fotografía y veraz ambientación, que recrea garitos, clubes, casas y barrios muy creíbles. Los personajes están bien concebidos, desde Davis (buen Garfield) a Peg (magnífica interpretación de Lilli Palmer), pasando por Ben Chaplin (Canada Lee), que encarna el arquetipo del boxeador derrotado y de destino trágico, así como los demás secundarios, tal vez con la única excepción de Alice (Hazel Brooks), vampiresa demasiado evidente y plana para mi gusto. La música, en la que predominan solos de trompeta y saxo alto en tono de jazz, acompaña discreta y amablemente la narración, que se estructura en tres partes bien diferenciadas; un prólogo y un epílogo en presente inician y concluyen el nudo argumental, presentado por medio de un largo flashback, recurso éste muy propio del cine negro, que nos muestra al protagonista en decadencia para luego retroceder y explicar su ascenso y auge, volviendo al final a retomar su ocaso.
En conjunto, "Cuerpo y alma" se ve como una cinta de boxeo y cine negro que, gracias a su pulso narrativo, a sus personajes bien definidos y a la elegante realización formal, goza merecidamente del prestigio de un clásico, siendo como tal un referente que merece la pena disfrutar. ¡Segundos fuera!
Continúa en spoiler, sin revelar detalles.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Ciertamente, y tal como han apuntado otras críticas, el destino de muchas personas que intervinieron en la realización e interpretación de la película, fue realmente aciago. Polonsky, que se negó a colaborar con el Comité de Actividades Antinorteamericanas, fue vetado, viéndose obligado a emigrar, dejando la industria. Garfield, toda una estrella, fue acusado de simpatías comunistas, e ingresó en la Lista Negra por negarse a colaborar, como Polonsky. Moriría poco después, en 1952, tan sólo doce días después de que lo hiciera, y por igual afección (ataque cardíaco), Canada Lee, antiguo boxeador reconvertido en actor y convencido activista por la igualdad racial, circunstancia que lo hizo sospechoso a los ojos del Comité; también él se negó a declarar, y también fue incluído en la Lista Negra.
Robert Rossen también fue acusado, pero a diferencia de los otros él sí que colaboró; aportó nombres e indicios, y gracias a ello salvó su carrera, dejándonos algunas obras magníficas, como "El Político" o "El Buscavidas". Sin embargo, me pregunto si no se habrá despertado alguna vez en medio de la noche murmurando alguno de esos nombres, y si, como le ocurría al protagonista de "Cuerpo y alma", tuvo entonces la certeza de que su éxito estaba en parte construido sobre la ruina de otros hombres. Acaso también Rossen tenía un saco de arena agitandose en la noche, removiendo su conciencia.
Robert Rossen también fue acusado, pero a diferencia de los otros él sí que colaboró; aportó nombres e indicios, y gracias a ello salvó su carrera, dejándonos algunas obras magníficas, como "El Político" o "El Buscavidas". Sin embargo, me pregunto si no se habrá despertado alguna vez en medio de la noche murmurando alguno de esos nombres, y si, como le ocurría al protagonista de "Cuerpo y alma", tuvo entonces la certeza de que su éxito estaba en parte construido sobre la ruina de otros hombres. Acaso también Rossen tenía un saco de arena agitandose en la noche, removiendo su conciencia.

6,5
1.128
8
5 de febrero de 2012
5 de febrero de 2012
34 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine de Joseph Losey es hoy poco conocido y aún menos estimado, circunstancia que, más allá de las modas y gustos imperantes en cada época, se debe, al menos en parte, a la indiscutible dificultad que presenta la comprensión de sus obras, profundamente cargadas de símbolos y alusiones, no siempre fáciles de apreciar a primera vista.
"Accidente" es un perfecto ejemplo de esto, pues tras una aparentemente rutinaria historia de cuarteto amoroso, se revela un análisis crudo y muy crítico de la moral burguesa y sus hipocresías, bien simbolizadas por los personajes y sus actitudes, en las que predominan la doblez, la envidia y la represión de los sentimientos. Aunque el foco de todos estos comportamientos es la atractiva Anna, es el personaje de Stephen el que reviste mayor interés, pues sintiéndose irresistiblemente atraído por ella, es incapaz de dar ningún paso, atrapado como está por las convenciones morales, de las que sólo logra emanciparse ocasionalmente. Por el contrario, Charley es su reverso, un tipo que se atreve a decir y hacer las cosas que a Stephen le gustarían, mientras que William -el accidentado- aparece como víctima de la hipocresía de los demás, y Rosalind -la esposa embarazada de Stephen- encarna la fachada familiar tras la que oculta Stephen sus verdaderos deseos.
Lo más prodigioso de la película es la perfección con la que Losey nos muestra todo esto a través de imágenes, que tienen una importancia infinitamente superior a la de los diálogos, con frecuencia banales, "distraídos", efecto buscado por director y guionista (de nuevo Pinter, que interpreta un breve papel en el filme), pues ejemplifica esa doble moral o hipocresía que tratan de criticar. El comienzo, con un travelling de aproximación parsimonioso hacia la casa mientras fuera de campo tiene lugar el accidente, es verdaderamente fantástico, al igual que ese partido de tenis en el que Rosalind "cae en el olvido" (toda una alusión al tipo de partido que se está jugando, en el que ella no tiene cabida) o el plano secuencia protagonizado por el triángulo Stephen-Anna-Charley en la cocina, cuya planificación resulta soberbia, mostrando en todo momento a los tres personajes y logrando una tensión que casi se puede cortar. Son momentos en que las miradas lo dicen todo, en que las actitudes resultan explícitas acerca de los pensamientos y sentimientos de los personajes, y lograr plasmarlo como lo hace Losey, con ese control y elegancia, está al alcance de pocos.
Con magníficas interpretaciones, sobre todo de Bogarde y Baker, que ya habían trabajado con Losey (en "El Sirviente" y "El Criminal" respectivamente), y una excelente fotografía llena de matices a cargo de Gerry Fisher, esta película constituye una de las mejores creaciones del director, síntesis de sus inquietudes intelectuales y de su talento cinematográfico. Acaba en spoiler.
"Accidente" es un perfecto ejemplo de esto, pues tras una aparentemente rutinaria historia de cuarteto amoroso, se revela un análisis crudo y muy crítico de la moral burguesa y sus hipocresías, bien simbolizadas por los personajes y sus actitudes, en las que predominan la doblez, la envidia y la represión de los sentimientos. Aunque el foco de todos estos comportamientos es la atractiva Anna, es el personaje de Stephen el que reviste mayor interés, pues sintiéndose irresistiblemente atraído por ella, es incapaz de dar ningún paso, atrapado como está por las convenciones morales, de las que sólo logra emanciparse ocasionalmente. Por el contrario, Charley es su reverso, un tipo que se atreve a decir y hacer las cosas que a Stephen le gustarían, mientras que William -el accidentado- aparece como víctima de la hipocresía de los demás, y Rosalind -la esposa embarazada de Stephen- encarna la fachada familiar tras la que oculta Stephen sus verdaderos deseos.
Lo más prodigioso de la película es la perfección con la que Losey nos muestra todo esto a través de imágenes, que tienen una importancia infinitamente superior a la de los diálogos, con frecuencia banales, "distraídos", efecto buscado por director y guionista (de nuevo Pinter, que interpreta un breve papel en el filme), pues ejemplifica esa doble moral o hipocresía que tratan de criticar. El comienzo, con un travelling de aproximación parsimonioso hacia la casa mientras fuera de campo tiene lugar el accidente, es verdaderamente fantástico, al igual que ese partido de tenis en el que Rosalind "cae en el olvido" (toda una alusión al tipo de partido que se está jugando, en el que ella no tiene cabida) o el plano secuencia protagonizado por el triángulo Stephen-Anna-Charley en la cocina, cuya planificación resulta soberbia, mostrando en todo momento a los tres personajes y logrando una tensión que casi se puede cortar. Son momentos en que las miradas lo dicen todo, en que las actitudes resultan explícitas acerca de los pensamientos y sentimientos de los personajes, y lograr plasmarlo como lo hace Losey, con ese control y elegancia, está al alcance de pocos.
Con magníficas interpretaciones, sobre todo de Bogarde y Baker, que ya habían trabajado con Losey (en "El Sirviente" y "El Criminal" respectivamente), y una excelente fotografía llena de matices a cargo de Gerry Fisher, esta película constituye una de las mejores creaciones del director, síntesis de sus inquietudes intelectuales y de su talento cinematográfico. Acaba en spoiler.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El plano final es una copia invertida del inicial; donde era de noche es de día, donde Stephen estaba solo y salía, ahora está con sus hijos y entra, donde la cámara se acercaba ahora se aleja. Lo único que se mantiene es el accidente en fuera de campo; tal vez el primer plano anunciaba un cambio de actitud en Stephen -que tras rescatar a Anna colma sus deseos, acostándose con ella- mientras que el último viene a simbolizar la restauración del orden moral, el triunfo (una vez se han satisfecho los deseos inconfesables) de las apariencias.
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