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5,7
21.575
4
27 de agosto de 2014
27 de agosto de 2014
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de una primera entrega bastante pobre a pesar de su atractivo reparto, James DeMonaco ha tenido la posibilidad de redimirse con "Anarchy: la noche de las bestias". Partiendo de la misma premisa que su predecesora, la película nos sitúa en la noche de "la purga", entrelazándonos las historias de una pareja cuyo coche ha sido saboteado, una madre y una hija que ven su casa atacada en mitad de una noche y un misterioso justiciero cuyas motivaciones no quiere revelar. Todo esto, claro está, en medio de un violento escenario en el que las calles están plagadas de gente que quiere realizar la purga o que, en su defecto, quiere vender sus capturas a un rico para que sea él quién la realice.
Cierto es que la primera parte, a pesar de no ser bien acogida por la crítica, consiguió una recaudación importante en taquilla. Un taquillazo puede hacer posible una secuela de tu película, pero aún así no es suficiente como para reunir un buen elenco de actores. Así pues, si en la primera parte nos encontrábamos con Ethan Hawke y Lena headey, aquí encontramos a Frank Grillo con la excelsa expresividad que le caracteriza, a un chaval que hacía de quarterback en las últimas temporadas de "Friday Night Lights" y a Michael K. Williams, que desde su papel de Omar en "The Wire" no ha dejado de sorprenderme. Una pena que se limite a un cameo. Habrá que esperar a verle en "Matar al mensajero".
El problema de "Anarchy: la noche de las bestias", es la distancia que sigue habiendo entre el espectador y los protagonistas tras hora y media de película, tanta que, a pesar de que tenga el ritmo que le faltaba a la primera, no consigue mantener al espectador pegado a la pantalla esperando a ver qué va a suceder. Se dice que es más fácil llorar con aquel que te hizo reír y esto es una prueba de ello. Es imposible empatizar con ninguno de los personajes de la película. Más aún con la pareja de la sangre de horchata, que igual están callados en segundo plano viendo cómo los demás se matan entre ellos, que tienen una escena al más puro estilo "Rambo".
Dudo que nadie quiera hacer una tercera parte de esta saga, lo que la había mantenido a flote, como ya he mencionado, había sido su éxito en taquilla. Un éxito del que está no ha disfrutado. Supongo que su previsible final moralista basado en el karma no está a la altura de una saga de éxito de terror, pero, ¿acaso algo en "The purge" o en "Anarchy" lo está?
www.cenitalynadir.es
Cierto es que la primera parte, a pesar de no ser bien acogida por la crítica, consiguió una recaudación importante en taquilla. Un taquillazo puede hacer posible una secuela de tu película, pero aún así no es suficiente como para reunir un buen elenco de actores. Así pues, si en la primera parte nos encontrábamos con Ethan Hawke y Lena headey, aquí encontramos a Frank Grillo con la excelsa expresividad que le caracteriza, a un chaval que hacía de quarterback en las últimas temporadas de "Friday Night Lights" y a Michael K. Williams, que desde su papel de Omar en "The Wire" no ha dejado de sorprenderme. Una pena que se limite a un cameo. Habrá que esperar a verle en "Matar al mensajero".
El problema de "Anarchy: la noche de las bestias", es la distancia que sigue habiendo entre el espectador y los protagonistas tras hora y media de película, tanta que, a pesar de que tenga el ritmo que le faltaba a la primera, no consigue mantener al espectador pegado a la pantalla esperando a ver qué va a suceder. Se dice que es más fácil llorar con aquel que te hizo reír y esto es una prueba de ello. Es imposible empatizar con ninguno de los personajes de la película. Más aún con la pareja de la sangre de horchata, que igual están callados en segundo plano viendo cómo los demás se matan entre ellos, que tienen una escena al más puro estilo "Rambo".
Dudo que nadie quiera hacer una tercera parte de esta saga, lo que la había mantenido a flote, como ya he mencionado, había sido su éxito en taquilla. Un éxito del que está no ha disfrutado. Supongo que su previsible final moralista basado en el karma no está a la altura de una saga de éxito de terror, pero, ¿acaso algo en "The purge" o en "Anarchy" lo está?
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30 de mayo de 2015
30 de mayo de 2015
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
En 2012, Pitch Perfect llegaba a las salas de todo el mundo complaciendo a todo tipo de públicos con su inocua comedia musical de corte adolescente. Tres años después, el elenco vuelve a reunirse para traernos un producto que puede que no sea mejor que su predecesora, puede que, puestos a ser críticos, no sea ni diferente. No obstante, conserva la virtud de entretener desde la más absoluta sencillez y eso se agradece.
Anna Kendrick vuelve a protagonizar esta entrega, siendo esta vez la líder de unas "Bellas" que ya han llegado a su último año y a las que se les ha prohibido volver a actuar. Para redimirse, tendrán que ganar el campeonato del mundo de canto a capella, ayudadas por su nueva compañera, la nominada al Oscar en 2010 por Valor de Ley Hailee Caribe Steinfeld, encargada de encarnar a la heredera de una antigua integrante de las "Bellas".
La premisa es tan absurda como su desarrollo, pero lejos de ser una traba para el filme, es un elemento del que se aprovechan para no tener que poner límites a aquello que pueden llevar a cabo sin rebasar los límites del filme. Como es obvio, esto es un arma de doble filo; los gags de la compañera mexicana, agotan; Rebel Wilson (Amy la gorda), es capaz de llevar a cabo tanto las escenas más graciosas de la película, como las más desafortunadas y, quizás sea solo cosa mía, pero, como actriz, Brittany Snow me resulta sumamente desagradable para la vista.
Por otro lado, hay que decir que Anna Kendrick se desenvuelve genial en todo tipo de registros y este no iba a ser una excepción. No para de crecer desde que sorprendiera al mundo en Up in the Air. Hay que reconocer aun así que el resto del elenco tampoco desmerece en absoluto. A su vez, he de reconocer que me resultaron tremendamente graciosos los chistes "políticamente incorrectos" del comentarista (por llamarlo de algún modo).
Nadie hubiese apostado hace un par de años por su predecesora al igual que supongo que nadie apostaría por esta. Al igual que pasara entonces, la película de Anna Kendrick ha cumplido con creces las expectativas de su público objetivo a la vez que resulta un guilty pleasure sumamente entretenido de principio a fin para todos aquellos que no acostumbramos a disfrutar de este tipo de cine.
www.cenitalynadir.es
Anna Kendrick vuelve a protagonizar esta entrega, siendo esta vez la líder de unas "Bellas" que ya han llegado a su último año y a las que se les ha prohibido volver a actuar. Para redimirse, tendrán que ganar el campeonato del mundo de canto a capella, ayudadas por su nueva compañera, la nominada al Oscar en 2010 por Valor de Ley Hailee Caribe Steinfeld, encargada de encarnar a la heredera de una antigua integrante de las "Bellas".
La premisa es tan absurda como su desarrollo, pero lejos de ser una traba para el filme, es un elemento del que se aprovechan para no tener que poner límites a aquello que pueden llevar a cabo sin rebasar los límites del filme. Como es obvio, esto es un arma de doble filo; los gags de la compañera mexicana, agotan; Rebel Wilson (Amy la gorda), es capaz de llevar a cabo tanto las escenas más graciosas de la película, como las más desafortunadas y, quizás sea solo cosa mía, pero, como actriz, Brittany Snow me resulta sumamente desagradable para la vista.
Por otro lado, hay que decir que Anna Kendrick se desenvuelve genial en todo tipo de registros y este no iba a ser una excepción. No para de crecer desde que sorprendiera al mundo en Up in the Air. Hay que reconocer aun así que el resto del elenco tampoco desmerece en absoluto. A su vez, he de reconocer que me resultaron tremendamente graciosos los chistes "políticamente incorrectos" del comentarista (por llamarlo de algún modo).
Nadie hubiese apostado hace un par de años por su predecesora al igual que supongo que nadie apostaría por esta. Al igual que pasara entonces, la película de Anna Kendrick ha cumplido con creces las expectativas de su público objetivo a la vez que resulta un guilty pleasure sumamente entretenido de principio a fin para todos aquellos que no acostumbramos a disfrutar de este tipo de cine.
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5,6
3.659
6
10 de febrero de 2015
10 de febrero de 2015
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
We Are What We Are nos sitúa en medio de la vida de una familia que acaba de perder a la madre debido a una misteriosa enfermedad. Este suceso es investigado por el doctor Barrow (Michael Parks), que comienza a relacionar ese suceso con la desaparición de numerosas jóvenes por la zona. A pesar de todo, el padre intentará mantener las tradiciones familiares a pesar de la adversidad, con o sin la ayuda de sus dos hijas y su hijo pequeño.
Remake de la mexicana Somos lo que hay dirigido por Jim Mickle, un joven director americano cuyo nombre está empezando a sonar con fuerza tras el éxito de crítica y público de sus anteriores Cold in July y Stake Land. Y es que este chaval no tiene película mala, con una carrera en constante crescendo cualitativamente hablando, hay que seguir de cerca los pasos de este monstruo que está cambiando las beses del género fantástico (Frío en julio es posterior a Somos lo que somos a pesar de que en España nos hayan llegado prácticamente a la vez).
Es curioso cómo, tras sernos presentada la situación, somos incapaces de situar en el espacio y en el tiempo los hechos que nos muestra la película. Limitándonos a la familia, cualquiera pensaría que nos encontramos en el seno de una familia conservadora de hace 40-50 años. De hecho, de no ser por el último tramo de la película en el que Michael Parks nos enseña un teléfono móvil, en base a las situaciones, la ambientación y la vestimenta de nuestros personajes principales, la primera situación podría ser cierta, es la vida de los personajes secundarios la que nos conecta con la actualidad.
El ritmo en la película parece lento en un principio, pero nada más lejos de la realidad. El ritmo en su primera mitad se limita a preparar al espectador para todos los giros que van a llegar después, para su frenético desenlace y la tremenda patada al buen gusto que nos va a ser presentada. Esto puede no ser del todo positivo, ya que el completo éxito de la película depende en parte de lo que el espectador quiera implicarse en la misma, en su narrativa pausada y su agobiante atmósfera. Quizás esta seña de autor no sea para todos los paladares, personalmente lo veo un acierto.
En resumidas cuentas, We Are What We Are es una película que ningún fan del cine fantástico debería perderse, brutal, sólida y llevada a cabo por una de las cabezas más importantes del género que nos ocupa. Tiene sus carencias, desde luego, pero solo por ver a Michael Parks, que solo elige proyectos totalmente originales (Red State, Tusk) ya merece la pena. Y es que quizás esa sea su virtud que más destaca: original y diferente a pesar de ser un remake (que de remake tiene la idea, mejor trabajada, y poco más). Una maravilla que te deja como moraleja el "a la familia no la eliges" que tanto hemos escuchado, pero en su interpretación más primaria, animal. No se la pierdan.
www.cenitalynadir.es
Remake de la mexicana Somos lo que hay dirigido por Jim Mickle, un joven director americano cuyo nombre está empezando a sonar con fuerza tras el éxito de crítica y público de sus anteriores Cold in July y Stake Land. Y es que este chaval no tiene película mala, con una carrera en constante crescendo cualitativamente hablando, hay que seguir de cerca los pasos de este monstruo que está cambiando las beses del género fantástico (Frío en julio es posterior a Somos lo que somos a pesar de que en España nos hayan llegado prácticamente a la vez).
Es curioso cómo, tras sernos presentada la situación, somos incapaces de situar en el espacio y en el tiempo los hechos que nos muestra la película. Limitándonos a la familia, cualquiera pensaría que nos encontramos en el seno de una familia conservadora de hace 40-50 años. De hecho, de no ser por el último tramo de la película en el que Michael Parks nos enseña un teléfono móvil, en base a las situaciones, la ambientación y la vestimenta de nuestros personajes principales, la primera situación podría ser cierta, es la vida de los personajes secundarios la que nos conecta con la actualidad.
El ritmo en la película parece lento en un principio, pero nada más lejos de la realidad. El ritmo en su primera mitad se limita a preparar al espectador para todos los giros que van a llegar después, para su frenético desenlace y la tremenda patada al buen gusto que nos va a ser presentada. Esto puede no ser del todo positivo, ya que el completo éxito de la película depende en parte de lo que el espectador quiera implicarse en la misma, en su narrativa pausada y su agobiante atmósfera. Quizás esta seña de autor no sea para todos los paladares, personalmente lo veo un acierto.
En resumidas cuentas, We Are What We Are es una película que ningún fan del cine fantástico debería perderse, brutal, sólida y llevada a cabo por una de las cabezas más importantes del género que nos ocupa. Tiene sus carencias, desde luego, pero solo por ver a Michael Parks, que solo elige proyectos totalmente originales (Red State, Tusk) ya merece la pena. Y es que quizás esa sea su virtud que más destaca: original y diferente a pesar de ser un remake (que de remake tiene la idea, mejor trabajada, y poco más). Una maravilla que te deja como moraleja el "a la familia no la eliges" que tanto hemos escuchado, pero en su interpretación más primaria, animal. No se la pierdan.
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5,4
3.546
7
25 de noviembre de 2014
25 de noviembre de 2014
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La "salsa de soja" es una nueva droga que hace que quiénes la consumen agudicen sus sentidos y sean capaces de leer mentes, ver a través de objetos o usar un perrito caliente como teléfono. John y Dave son dos amigos que, gracias a un misterioso jamaicano que conocen en un concierto, se ven inmiscuidos en un trepidante viaje en el que tienen que luchar contra los cuerpos invadidos por la ya mencionada droga, ya que la "salsa de soja" te elige: puede dejarte en coma, darte superpoderes o convertirte en un demonio que quiere invadir el universo.
Coscarelli, ese tío que lleva casi 40 años haciendo serie B y que ha trabajado con míticos del panorama como Bruce Campbell, se hace con un presupuesto más grande de lo normal que utiliza para hacer una de las cosas más bizarras que recuerdo haber visto en una sala de cine. Tras un prólogo hilarante que no tiene nada que ver con el resto del filme (pero que me tuvo riéndome un rato largo, para qué engañarnos), comienza a contarnos la película Dave Wong (Chase Williamson), puesto hasta las cejas de salsa de soja, mientras un escéptico Paul Giamatti escribe sobre su vida.
A modo de analepsis constante, se nos van relatando las aventuras y desventuras de este par de amigos, sin dar respiro al espectador y sin miedo a que el público medio pierda el interés ante ese continuo juego con la fina barrera del buen gusto en el que se debate el filme durante todo el metraje. Efectismo en cada escena, sustos de los de toda la vida y un humor tan negro como la gangrena. Puede que a mucha gente le produzca rechazo una película que reúna todas estas características, claro está desde el minuto uno que no es algo para todos los públicos en el estricto sentido de la palabra y desde luego no es algo que le recomendaría a una persona normal que se limita a ver cine comercial de ese que se estrena en la mayoría de las salas (una de las causas por las que, a pesar de su buena acogida en Sitges 2012, la película ha tardado dos años en llegar a la cartelera española), pero... ¿para qué engañarnos? me lo pasé de puta madre.
Al margen de sus carencias, provocadas hasta cierto punto para hacer aún más explícitas sus aspiraciones a llegar a la serie B más bizarra, con interpretaciones forzadísimas, el chroma key mal hecho y el etalonaje de aquella manera, la película funciona a la perfección con todos sus giros y sus sucesivos gags en los momentos más inesperados. Una delicia para los nostálgicos de la comedia-terror de los ochenta, las tramas demenciales y la ultraviolencia efectista totalmente innecesaria, pero jodidamente graciosa al margen del asqueroso moralismo imperante en las comedias actuales.
www.cenitalynadir.es
Coscarelli, ese tío que lleva casi 40 años haciendo serie B y que ha trabajado con míticos del panorama como Bruce Campbell, se hace con un presupuesto más grande de lo normal que utiliza para hacer una de las cosas más bizarras que recuerdo haber visto en una sala de cine. Tras un prólogo hilarante que no tiene nada que ver con el resto del filme (pero que me tuvo riéndome un rato largo, para qué engañarnos), comienza a contarnos la película Dave Wong (Chase Williamson), puesto hasta las cejas de salsa de soja, mientras un escéptico Paul Giamatti escribe sobre su vida.
A modo de analepsis constante, se nos van relatando las aventuras y desventuras de este par de amigos, sin dar respiro al espectador y sin miedo a que el público medio pierda el interés ante ese continuo juego con la fina barrera del buen gusto en el que se debate el filme durante todo el metraje. Efectismo en cada escena, sustos de los de toda la vida y un humor tan negro como la gangrena. Puede que a mucha gente le produzca rechazo una película que reúna todas estas características, claro está desde el minuto uno que no es algo para todos los públicos en el estricto sentido de la palabra y desde luego no es algo que le recomendaría a una persona normal que se limita a ver cine comercial de ese que se estrena en la mayoría de las salas (una de las causas por las que, a pesar de su buena acogida en Sitges 2012, la película ha tardado dos años en llegar a la cartelera española), pero... ¿para qué engañarnos? me lo pasé de puta madre.
Al margen de sus carencias, provocadas hasta cierto punto para hacer aún más explícitas sus aspiraciones a llegar a la serie B más bizarra, con interpretaciones forzadísimas, el chroma key mal hecho y el etalonaje de aquella manera, la película funciona a la perfección con todos sus giros y sus sucesivos gags en los momentos más inesperados. Una delicia para los nostálgicos de la comedia-terror de los ochenta, las tramas demenciales y la ultraviolencia efectista totalmente innecesaria, pero jodidamente graciosa al margen del asqueroso moralismo imperante en las comedias actuales.
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28 de octubre de 2014
28 de octubre de 2014
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Linklater ya dejó claro su solvencia para retratar las etapas de una relación y el paso del tiempo con su trilogía "Before" (Antes del amanecer, anochecer y atardecer), en la que veíamos las distintas fases por las que pasaba la relación entre Ethan Hawke y Julie Delpy. Si bien Boyhood no se centra tanto en las relaciones interpersonales no familiares hasta prácticamente el último tramo del filme, sí muestra de esa forma tan característica el paso de la vida, el cómo marcan los sucesos importantes el desarrollo personal y la influencia que tienen en una persona los lazos familiares.
Tras 12 años de rodaje (aunque solo 39 días en total), llegan los resultados de un producción supeditada a los distintos cambios por los que pasa la sociedad real, teniendo que adaptarlos a la que muestra en la gran pantalla. Boyhood nos cuenta la historia de Mason, desde los 6 años hasta los 18, 12 años de una vida llena de cambios de todo tipo. Todo esto está muy bien, pero, ¿hasta qué punto es necesario este paso del tiempo y hasta dónde es mero sensacionalismo? Está claro que esto dotará de más realismo a la historia, pero, ¿es justificado y estrictamente necesario?
Quizás el problema de Boyhood sea prestar demasiada atención a determinados momentos banales de una vida y demasiada poca a lo importante. ¿165 minutos de película totalmente indispensables? Quizás sí, pero pobremente aprovechados. El tiempo interno de la historia se detiene en aquellos momentos más representativos de la vida de nuestro protagonista, pero son esos momentos en los que se venera el "american dream" en detrimento de la historia del pequeño Mason los que revelan a Boyhood como una película que se autopostula a los premios Oscar, una buena película, eso es indiscutible, pero que se deja llevar por la tentación de lo comercial, una película que te vende que esperará 12 años de ser necesario para contar aquello que es imprescindible de manera realista, pero que se detiene en nimiedades emotivas como aquel "usted cambió mi vida", de ese chapuzas latinoamericano que arreglaba las tuberías de la madre de Mason al principio de la película. Justo en el momento en que nuestro protagonista empieza a pensar por sí mismo (algo que de paso debería hacer toda nuestra sociedad), Linklater decide detenerse en esa gilipollez. Que sí, que está claro, ¿qué es Boyhood si no una carrera en la que el sueño americano es la meta? No obstante, eso no le da vía libre para caer en la búsqueda de la sonrisa cómplice fácil del espectador. Si no hay tiempo para mostrar cómo termina la relación de su madre con el joven militar con tendencia al alcoholismo, tampoco debería haberla para esto.
Siendo el objetivo del filme mostrar la década más tormentosa de Mason, Linklater parece decirnos en su conclusión que los problemas ya han terminado, ya que solo se mostraría aquello que supondría algún cambio sustancial en la vida de nuestro protagonista y a priori ya no habría nada más que enseñar. Una metáfora implícita interesante, pero incapaz de evitar que el espectador quede con la sensación de que Linklater la ha empezado cómo le ha dado la gana y la ha concluido de una manera similar. Esto no tiene que porqué estar mal, que no se malinterpreten mis palabras, pero comienza a estarlo en el momento en que al espectador se le asegura lo contrario. Aquel momento en que se intenta justificar un realismo absoluto, pero sin dar cabida a la desaparición inicial del único padre de verdad de nuestro protagonista, solo a su regreso, que sería lo estable, pero no a lo contrario, que sería lo que Linklater aseguraba querer contarnos. Respecto a su final, los problemas concluyen cuando Mason llega a la universidad, pero... ¿Concluyen los problemas o se alcanza el límite de metraje que puede llegar a las salas convencionales? La universidad es uno de los cambios más importantes en la vida de una persona, está bien que digas de un modo implícito que sus problemas concluyen ahí, pero no lo está el que se venda como la estabilidad total cuando es uno de los cambios más bruscos en la vida de una persona, más aún a tantos kilómetros de casa.
Está claro que Boyhood es una gran película y que Linklater controla como nadie el paso del tiempo. La dirección es de manual, así como el guión, brillante de principio a fin. A su vez, la evolución de Mason es sobresaliente, así como las interpretaciones de Ellar Coltrane, Patricia Arquette y Ethan Hawke (la hija de Linklater, que interpreta a la hermana de Mason, se pasa de repelente en todos y cada uno de los tramos de la película) y su banda sonora llevará al espectador al borde del orgasmo en más de una ocasión. Todo esto está muy bien sobre el papel, pero la sombra de lo comercial impide ver el conjunto con claridad. El sensacionalismo supera en peso a la trama, una trama que podría haber sido una de las mayores revoluciones para el cine tal y como lo conocemos, pero que se queda, simplemente, en una firme candidata a la estatuilla. Lo siento, Linklater, pero no basta con querer ser Malik para convertirte en él. El árbol de la vida, por ejemplo, buscaba contar una historia. Que fuese de fácil o difícil digestión para el espectador era secundario. Boyhood es justamente lo opuesto: el camino fácil, la aceptación general, la búsqueda del reconocimiento instantáneo en lugar del intento de hacer historia.
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Tras 12 años de rodaje (aunque solo 39 días en total), llegan los resultados de un producción supeditada a los distintos cambios por los que pasa la sociedad real, teniendo que adaptarlos a la que muestra en la gran pantalla. Boyhood nos cuenta la historia de Mason, desde los 6 años hasta los 18, 12 años de una vida llena de cambios de todo tipo. Todo esto está muy bien, pero, ¿hasta qué punto es necesario este paso del tiempo y hasta dónde es mero sensacionalismo? Está claro que esto dotará de más realismo a la historia, pero, ¿es justificado y estrictamente necesario?
Quizás el problema de Boyhood sea prestar demasiada atención a determinados momentos banales de una vida y demasiada poca a lo importante. ¿165 minutos de película totalmente indispensables? Quizás sí, pero pobremente aprovechados. El tiempo interno de la historia se detiene en aquellos momentos más representativos de la vida de nuestro protagonista, pero son esos momentos en los que se venera el "american dream" en detrimento de la historia del pequeño Mason los que revelan a Boyhood como una película que se autopostula a los premios Oscar, una buena película, eso es indiscutible, pero que se deja llevar por la tentación de lo comercial, una película que te vende que esperará 12 años de ser necesario para contar aquello que es imprescindible de manera realista, pero que se detiene en nimiedades emotivas como aquel "usted cambió mi vida", de ese chapuzas latinoamericano que arreglaba las tuberías de la madre de Mason al principio de la película. Justo en el momento en que nuestro protagonista empieza a pensar por sí mismo (algo que de paso debería hacer toda nuestra sociedad), Linklater decide detenerse en esa gilipollez. Que sí, que está claro, ¿qué es Boyhood si no una carrera en la que el sueño americano es la meta? No obstante, eso no le da vía libre para caer en la búsqueda de la sonrisa cómplice fácil del espectador. Si no hay tiempo para mostrar cómo termina la relación de su madre con el joven militar con tendencia al alcoholismo, tampoco debería haberla para esto.
Siendo el objetivo del filme mostrar la década más tormentosa de Mason, Linklater parece decirnos en su conclusión que los problemas ya han terminado, ya que solo se mostraría aquello que supondría algún cambio sustancial en la vida de nuestro protagonista y a priori ya no habría nada más que enseñar. Una metáfora implícita interesante, pero incapaz de evitar que el espectador quede con la sensación de que Linklater la ha empezado cómo le ha dado la gana y la ha concluido de una manera similar. Esto no tiene que porqué estar mal, que no se malinterpreten mis palabras, pero comienza a estarlo en el momento en que al espectador se le asegura lo contrario. Aquel momento en que se intenta justificar un realismo absoluto, pero sin dar cabida a la desaparición inicial del único padre de verdad de nuestro protagonista, solo a su regreso, que sería lo estable, pero no a lo contrario, que sería lo que Linklater aseguraba querer contarnos. Respecto a su final, los problemas concluyen cuando Mason llega a la universidad, pero... ¿Concluyen los problemas o se alcanza el límite de metraje que puede llegar a las salas convencionales? La universidad es uno de los cambios más importantes en la vida de una persona, está bien que digas de un modo implícito que sus problemas concluyen ahí, pero no lo está el que se venda como la estabilidad total cuando es uno de los cambios más bruscos en la vida de una persona, más aún a tantos kilómetros de casa.
Está claro que Boyhood es una gran película y que Linklater controla como nadie el paso del tiempo. La dirección es de manual, así como el guión, brillante de principio a fin. A su vez, la evolución de Mason es sobresaliente, así como las interpretaciones de Ellar Coltrane, Patricia Arquette y Ethan Hawke (la hija de Linklater, que interpreta a la hermana de Mason, se pasa de repelente en todos y cada uno de los tramos de la película) y su banda sonora llevará al espectador al borde del orgasmo en más de una ocasión. Todo esto está muy bien sobre el papel, pero la sombra de lo comercial impide ver el conjunto con claridad. El sensacionalismo supera en peso a la trama, una trama que podría haber sido una de las mayores revoluciones para el cine tal y como lo conocemos, pero que se queda, simplemente, en una firme candidata a la estatuilla. Lo siento, Linklater, pero no basta con querer ser Malik para convertirte en él. El árbol de la vida, por ejemplo, buscaba contar una historia. Que fuese de fácil o difícil digestión para el espectador era secundario. Boyhood es justamente lo opuesto: el camino fácil, la aceptación general, la búsqueda del reconocimiento instantáneo en lugar del intento de hacer historia.
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