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3
3 de octubre de 2010
3 de octubre de 2010
27 de 49 usuarios han encontrado esta crítica útil
El gran problema de Ciudad K está encerrado en su planteamiento inicial: "no son seres con un nivel intelectual estúpidamente alto", si no seres con "una gran cultura" que se comportan como estúpidos. Inteligente y culto no son sinónimos.
Obviando este punto, la serie apuntaba buenas maneras en algún sketch del capítulo píloto y muchas series que luego se convierten en míticas tienen pilotos no muy destacables.
Sin embargo, es mejor no leer la frase de presentación que hace su director: "es una serie surrealista, descaradamente minoritaria y orgullosamente rara"... Surrealista poco o nada. Lo de "descaradamente minoritaria" resulta casi hasta ofensivo y además, creo que falso. Nadie aspira con su trabajo artístico a ser minoritario. El arte debe tratar de llegar a todo el mundo, aunque no lo haga. Pero partir de la base de ser "minoritario" es muy pretencioso. Propio de un personaje de Ciudad K.
En este sentido, citar a Chomsky, Lynch, Kaurismaki o Kierkegaard no da automáticamente a un producto televisivo la categoría de "humor inteligente". Lo da el plantear situaciones en las que el citar a esos "intelectuales" tenga un valor cómico. Que una señora diga que tiene un usb con pelis de Kaurismaki no es una situación humorística, más bien parece un guiño del creador al espectador buscando que este último se sienta intelectualmente contento de sí mismo por haber visto un día tres cuartos de hora de una peli del finlandés. Es decir trasladar la autocomplacencia de los guionistas a los espectadores. Lo interesante sería, como digo, ir un poco más allá y tratar de aprovechar las enormes posibilidades de esa idea (buena idea, eso sí) para hacer algo original y gracioso no quedándose en la mera anécdota de pensar: "Oh, sí mira, como el enano de Twin Peaks... Qué gran serie, Lynch ¡qué crack! Buff, soy todo un intelectual, voy a hacerme una paja".
En cuanto a lo de "orgullosamente rara", la serie pide, a gritos, menos orgullo y más rareza, que no la veo por ninguna parte.
Por otro lado, la serie carece absolutamente de cualquier tipo de ritmo, o algo que se le parezca. Y esto no es Mizoguchi, es una serie de humor...
En fin, alguna buena intención, mucho ego y poco talento visual.
Una vez visto más capítulos de la serie se confirma lo dicho. Se trata de un producto totalmente amateur, cuyos creadores no ha comprendido en qué consiste realmente el humor inteligente: hacer reír al espectador tratando de ser sugerente, creativo, ácido, etc., huyendo del tópico, de la zafiedad, de lo obvio… pero siempre estimular al espectador provocando su risa.
Obviando este punto, la serie apuntaba buenas maneras en algún sketch del capítulo píloto y muchas series que luego se convierten en míticas tienen pilotos no muy destacables.
Sin embargo, es mejor no leer la frase de presentación que hace su director: "es una serie surrealista, descaradamente minoritaria y orgullosamente rara"... Surrealista poco o nada. Lo de "descaradamente minoritaria" resulta casi hasta ofensivo y además, creo que falso. Nadie aspira con su trabajo artístico a ser minoritario. El arte debe tratar de llegar a todo el mundo, aunque no lo haga. Pero partir de la base de ser "minoritario" es muy pretencioso. Propio de un personaje de Ciudad K.
En este sentido, citar a Chomsky, Lynch, Kaurismaki o Kierkegaard no da automáticamente a un producto televisivo la categoría de "humor inteligente". Lo da el plantear situaciones en las que el citar a esos "intelectuales" tenga un valor cómico. Que una señora diga que tiene un usb con pelis de Kaurismaki no es una situación humorística, más bien parece un guiño del creador al espectador buscando que este último se sienta intelectualmente contento de sí mismo por haber visto un día tres cuartos de hora de una peli del finlandés. Es decir trasladar la autocomplacencia de los guionistas a los espectadores. Lo interesante sería, como digo, ir un poco más allá y tratar de aprovechar las enormes posibilidades de esa idea (buena idea, eso sí) para hacer algo original y gracioso no quedándose en la mera anécdota de pensar: "Oh, sí mira, como el enano de Twin Peaks... Qué gran serie, Lynch ¡qué crack! Buff, soy todo un intelectual, voy a hacerme una paja".
En cuanto a lo de "orgullosamente rara", la serie pide, a gritos, menos orgullo y más rareza, que no la veo por ninguna parte.
Por otro lado, la serie carece absolutamente de cualquier tipo de ritmo, o algo que se le parezca. Y esto no es Mizoguchi, es una serie de humor...
En fin, alguna buena intención, mucho ego y poco talento visual.
Una vez visto más capítulos de la serie se confirma lo dicho. Se trata de un producto totalmente amateur, cuyos creadores no ha comprendido en qué consiste realmente el humor inteligente: hacer reír al espectador tratando de ser sugerente, creativo, ácido, etc., huyendo del tópico, de la zafiedad, de lo obvio… pero siempre estimular al espectador provocando su risa.
25 de septiembre de 2014
25 de septiembre de 2014
9 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
(...)
La última cinta de Eastwood está basada en un exitoso musical de Broadway. En descargo de Clint, podríamos decir que es un proyecto que el cogió ya precocinado y solo tuvo rodarlo. Sí, pero no vale. Un director de su trayectoria tiene una elevada responsabilidad artística. También puede decir aquello que un día dijo Dave Grohl ante una crítica: “Déjame en paz, yo estuve en Nirvana”. Clint diría: “Mira, tengo más de 80 años, he rodado Sin Perdón, uno de los mejores western de la historia, igual hasta el mejor, tú quien eres para decirme cómo tengo que plantear mis películas”. Correcto, Clint. Pero aun así, no me sirve.
Veo acercarse a la pantalla a un chaval de fuerte acento italoamericano. Y me empieza a hablar. Es un recurso que, en pequeñas dosis, puede ser eficaz, pero Jersey Boys no tiene medida en esta faceta. Scorsese ya lo quemó. Y cualquiera que lo utilice detrás suyo y en su mismo contexto, huele a chamusquina.
Los diálogos son bastante ágiles en la primera parte de la película. Pero pronto caemos en la cuenta de que vamos a ver otro ortodoxo biopic musical ascenso-caida-redención. Por eso, Inside Llewyn Davis es una de las mejores películas musicales de los últimos tiempos. Por ofrecer la otra cara de la moneda. Lo que en la cinta de los Coen es frescura y emoción, en Jersey Boys es cartón piedra y tedio. Ni siquiera Walken anima la película.
Eastwood sabe hacer biopics eficaces. Bird es muestra de ello. Jersey Boys, sin embargo, se enmaraña demasiada mostrando las dificultades internas de un grupo de éxito. También se cuela la mafia por ahí. Pero los diferentes bloques narrativos no están bien empastados, y cuando queda un tercio de película ya estamos agotados. Queremos que llegue ya la redención y esperar la próxima película de Clint.
Jersey Boys no funciona porque sus personajes son poco atractivos, porque el casting no es para tirar cohetes, porque la puesta en escena es un tanto descuidada y, especialmente, y lo más importante, porque aburre. Los Four Seasons tenían algunas canciones muy buenas. Y al final, es lo que más disfrutamos: la música. Y para eso, prefiero ir a verlo a Broadway, aunque sea un poco más caro.
Lo Mejor: Vincent Piazza está bien en su papel de Tommy.
Lo Peor: Aburrida, sin encanto y demasiado convencional.
[crítica publicada en alucine.es]
La última cinta de Eastwood está basada en un exitoso musical de Broadway. En descargo de Clint, podríamos decir que es un proyecto que el cogió ya precocinado y solo tuvo rodarlo. Sí, pero no vale. Un director de su trayectoria tiene una elevada responsabilidad artística. También puede decir aquello que un día dijo Dave Grohl ante una crítica: “Déjame en paz, yo estuve en Nirvana”. Clint diría: “Mira, tengo más de 80 años, he rodado Sin Perdón, uno de los mejores western de la historia, igual hasta el mejor, tú quien eres para decirme cómo tengo que plantear mis películas”. Correcto, Clint. Pero aun así, no me sirve.
Veo acercarse a la pantalla a un chaval de fuerte acento italoamericano. Y me empieza a hablar. Es un recurso que, en pequeñas dosis, puede ser eficaz, pero Jersey Boys no tiene medida en esta faceta. Scorsese ya lo quemó. Y cualquiera que lo utilice detrás suyo y en su mismo contexto, huele a chamusquina.
Los diálogos son bastante ágiles en la primera parte de la película. Pero pronto caemos en la cuenta de que vamos a ver otro ortodoxo biopic musical ascenso-caida-redención. Por eso, Inside Llewyn Davis es una de las mejores películas musicales de los últimos tiempos. Por ofrecer la otra cara de la moneda. Lo que en la cinta de los Coen es frescura y emoción, en Jersey Boys es cartón piedra y tedio. Ni siquiera Walken anima la película.
Eastwood sabe hacer biopics eficaces. Bird es muestra de ello. Jersey Boys, sin embargo, se enmaraña demasiada mostrando las dificultades internas de un grupo de éxito. También se cuela la mafia por ahí. Pero los diferentes bloques narrativos no están bien empastados, y cuando queda un tercio de película ya estamos agotados. Queremos que llegue ya la redención y esperar la próxima película de Clint.
Jersey Boys no funciona porque sus personajes son poco atractivos, porque el casting no es para tirar cohetes, porque la puesta en escena es un tanto descuidada y, especialmente, y lo más importante, porque aburre. Los Four Seasons tenían algunas canciones muy buenas. Y al final, es lo que más disfrutamos: la música. Y para eso, prefiero ir a verlo a Broadway, aunque sea un poco más caro.
Lo Mejor: Vincent Piazza está bien en su papel de Tommy.
Lo Peor: Aburrida, sin encanto y demasiado convencional.
[crítica publicada en alucine.es]
12 de octubre de 2013
12 de octubre de 2013
9 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lee Daniels ya triunfó como productor de Monster´s Ball primero y como director de Precious, después. Pero quiere más. Quiere salir por la puerta grande en la ceremonia de los Oscars 2014. “¿Qué le gusta a la Academia?”, se preguntó. Echó un vistazo a las últimas cintas premiadas con el máximo galardón. Y aunque su proyecto lleva años gestándose, a buen seguro que se paró en Argo y recordó como la mujer de Obama salió a escena para introducir el premio a mejor película. Tomó una nota en su cuaderno y la envolvió con rotulador rojo: “Obama”. Y más adelante anotó otro nombre: “Forrest Gump“.
Y como un artesano, con la ayuda del joven guionista sin apenas experiencia Danny Strong, se lanzó a modelar una película creada única y exclusivamente para luchar por estatuillas doradas. El resultado de esta obsesión de Lee Daniels (que por cierto, se pone su nombre al mismo tamaño que el del título de la película como si fuese Fellini 8 1/2…) El resultado, decimos, es una película almibarada, aburrida, sin sangre, cargada de tópicos y de esa tendencia, siempre oscarizable, a buscar la concordia entre grupos sociales opuestos o enfrentados.
Todo ello para contarnos la historia política y social reciente de los Estados Unidos que ya hemos visto decenas, decenas, decenas y decenas de veces en el cine. No aporta nada, es lo de siempre. El blanco bueno (Kennedy), el blanco malo (Nixon), el negro bueno (Martin Luther King), los negros malos (las Panteras Negras)… Como espectador europeo no siento ninguna necesidad de que me hagan otro pueril, maniqueo, anecdótico, melifluo y empalagoso resumen de la historia reciente de Estados Unidos. ¿Por qué? Porque no comparto la fascinación de los estadounidenses por sus líderes, especialmente los líderes políticos.
Por ello, consideramos que El Mayordomo es una película dirigida esencialmente al público estadounidense, y que, tal vez, logre contentar a cierto sector afroamericano no demasiado crítico. Lee Daniels trata de explotar al máximo el principal recurso narrativo de su película: el recorrido que hacen los ojos y oídos del mayordomo por las diferentes administraciones que pasan por la Casa Blanca.
Eisenhower, Kennedy, Johnson, Nixon, (a Carter y a Ford se los pasan por el forro, como siempre) Reagan (tremendo Alan Rickman) hasta llegar a la hemorragia de placer final con la victoria de Obama. Y todos contentos. Lo que nos viene a contar la película es que los negros, vejados, maltratados y asesinados durante décadas, pueden llegar a Presidente solo en un país como Estados Unidos. “¿Todavía hay alguien que duda que todo es posible en América?”. Así disfrutaremos de El Mayordomo dependiendo del grado de interés que tengamos por conocer a los últimos presidentes de los Estados Unidos desde una óptica puramente anecdótica.
El otro recurso que usa Daniels para emocionar al espectador es generar un conflicto generacional entre padre e hijo. Y nosotros, espectadores sensibles y poco críticos, debemos desear que padre e hijo se reconcilien al final de la peli, metáfora de la reconciliación nacional de Estados Unidos con la llegada de Obama. Torpes y gruesos, los recursos narrativos de Daniels perjudican profundamente una película que solo entretiene a través de algunas actuaciones.
El personaje principal interpretado por Forrest Whitaker es tan plano y pasivo que no es fácil empatizar con él. No obstante, Whitaker está correcto. Y luego nos podemos divertir detectando a la decena larga de intérpretes famosos o famosillos que aparecen en la cinta: Jane Fonda, John Cusack, Liev Schreiber, Cuba Gooding Jr, Lenny Kravitz, Mariah Carey, Vanessa Redgrave, James Marsden, Terrence Howard, Nelsan Ellis, etc. Mención aparte merece Oprah Winfrey, sorprendentemente bien en su papel de esposa del mayordomo, tal vez lo mejor de la película.
Y nada más. El Mayordomo es mala. ¿Puede llevarse Oscars? Por supuesto.
Lo Mejor: Algunas interpretaciones, Rickman y Winfrey especialmente. Algunos momentos de drama familiar, como el estallido emocional que se produce en una cena.
Lo Peor: El sumo cuidado que ha tenido Daniels en diseñar una película oscarizable ha arruinado completamente un proyecto que por otro lado no aporta nada nuevo ni digno de interés, ni siquiera desde el punto de vista histórico.
[crítica publicada en alucine.es]
Y como un artesano, con la ayuda del joven guionista sin apenas experiencia Danny Strong, se lanzó a modelar una película creada única y exclusivamente para luchar por estatuillas doradas. El resultado de esta obsesión de Lee Daniels (que por cierto, se pone su nombre al mismo tamaño que el del título de la película como si fuese Fellini 8 1/2…) El resultado, decimos, es una película almibarada, aburrida, sin sangre, cargada de tópicos y de esa tendencia, siempre oscarizable, a buscar la concordia entre grupos sociales opuestos o enfrentados.
Todo ello para contarnos la historia política y social reciente de los Estados Unidos que ya hemos visto decenas, decenas, decenas y decenas de veces en el cine. No aporta nada, es lo de siempre. El blanco bueno (Kennedy), el blanco malo (Nixon), el negro bueno (Martin Luther King), los negros malos (las Panteras Negras)… Como espectador europeo no siento ninguna necesidad de que me hagan otro pueril, maniqueo, anecdótico, melifluo y empalagoso resumen de la historia reciente de Estados Unidos. ¿Por qué? Porque no comparto la fascinación de los estadounidenses por sus líderes, especialmente los líderes políticos.
Por ello, consideramos que El Mayordomo es una película dirigida esencialmente al público estadounidense, y que, tal vez, logre contentar a cierto sector afroamericano no demasiado crítico. Lee Daniels trata de explotar al máximo el principal recurso narrativo de su película: el recorrido que hacen los ojos y oídos del mayordomo por las diferentes administraciones que pasan por la Casa Blanca.
Eisenhower, Kennedy, Johnson, Nixon, (a Carter y a Ford se los pasan por el forro, como siempre) Reagan (tremendo Alan Rickman) hasta llegar a la hemorragia de placer final con la victoria de Obama. Y todos contentos. Lo que nos viene a contar la película es que los negros, vejados, maltratados y asesinados durante décadas, pueden llegar a Presidente solo en un país como Estados Unidos. “¿Todavía hay alguien que duda que todo es posible en América?”. Así disfrutaremos de El Mayordomo dependiendo del grado de interés que tengamos por conocer a los últimos presidentes de los Estados Unidos desde una óptica puramente anecdótica.
El otro recurso que usa Daniels para emocionar al espectador es generar un conflicto generacional entre padre e hijo. Y nosotros, espectadores sensibles y poco críticos, debemos desear que padre e hijo se reconcilien al final de la peli, metáfora de la reconciliación nacional de Estados Unidos con la llegada de Obama. Torpes y gruesos, los recursos narrativos de Daniels perjudican profundamente una película que solo entretiene a través de algunas actuaciones.
El personaje principal interpretado por Forrest Whitaker es tan plano y pasivo que no es fácil empatizar con él. No obstante, Whitaker está correcto. Y luego nos podemos divertir detectando a la decena larga de intérpretes famosos o famosillos que aparecen en la cinta: Jane Fonda, John Cusack, Liev Schreiber, Cuba Gooding Jr, Lenny Kravitz, Mariah Carey, Vanessa Redgrave, James Marsden, Terrence Howard, Nelsan Ellis, etc. Mención aparte merece Oprah Winfrey, sorprendentemente bien en su papel de esposa del mayordomo, tal vez lo mejor de la película.
Y nada más. El Mayordomo es mala. ¿Puede llevarse Oscars? Por supuesto.
Lo Mejor: Algunas interpretaciones, Rickman y Winfrey especialmente. Algunos momentos de drama familiar, como el estallido emocional que se produce en una cena.
Lo Peor: El sumo cuidado que ha tenido Daniels en diseñar una película oscarizable ha arruinado completamente un proyecto que por otro lado no aporta nada nuevo ni digno de interés, ni siquiera desde el punto de vista histórico.
[crítica publicada en alucine.es]

6,2
4.508
8
28 de marzo de 2014
28 de marzo de 2014
8 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
(...)
¿El cine como entretenimiento? Es un concepto equívoco. Upstream Color entretiene, entretiene el cerebro y el alma. Y los sentidos. El cine también debe dejar huella. Si no, solo es un pasatiempo, un juguete de usar y tirar. Una gran parte de las propuestas que llegan cada semana a las carteleras no son más que caramelos, golosinas para chupar durante 90 minutos. Y olvidar lo más pronto posible.
El cine se infantiliza y el espectador asiente. Espectáculos visuales y ligeros que explotan la mitomanía y la nostalgia cinéfila. Siempre lo mismo y de la misma manera.
(...)
Upstream Color es un soplo de aire fresco en la cartelera. Una cinta ambiciosa y original dirigida a un espectador exigente. Cine que traza un camino diferente, que explota nuevas posibilidades de este maltratado arte. Carruth combina ciencia-ficción, estructura elusiva, puzles narrativos y romanticismo marginal.
¿De qué va Upstream Color? La película de Shane Carruth reflexiona sobre la identidad, sobre el ciclo de la vida, sobre la vinculación física y espiritual entre seres humanos. Y sobre nuestra conexión con la naturaleza. Upstream Color aborda también el amor como salvación, como esperanza, pero sobre todo como unión espiritual, como refugio de las almas perdidas.
Kris vive una vida sencilla, independiente, volcada en su trabajo. La terrible experiencia vivida con su captor cambia abruptamente el escenario. Llegan las pastillas, el aislamiento. Pero Jeff entra en su vida. Poco a poco, Jeff descubrirá que ambos están unidos por algo más que por la atracción física. Ambos comparten vigilante…
Upstream Color maneja una estructura narrativa singular, extremando los hallazgos de su imprescindible Primer. Son las imágenes, y no las palabras, las que cuentan la historia. Cine. Carruth rechaza la tiranía del guión clásico como vertebración de una narración cinematográfica. El director californiano sincopa escenas para construir un relato intelectual y emocional. Es fácil detectar el influjo de Terrence Malick a nivel formal, pero Carruth maneja otra sensibilidad y persigue otros objetivos. Tal vez Upstream Color sea laberíntica, pero tiene un final. Solo hay que poner un poco de empeño para llegar. Merece la pena.
Lo Mejor: cine que se toma en serio a sí mismo. Y al espectador. La música. El final.
Lo Peor: algunos de sus diálogos, más que crípticos, son antinaturales.
[crítica publicada en alucine.es]
¿El cine como entretenimiento? Es un concepto equívoco. Upstream Color entretiene, entretiene el cerebro y el alma. Y los sentidos. El cine también debe dejar huella. Si no, solo es un pasatiempo, un juguete de usar y tirar. Una gran parte de las propuestas que llegan cada semana a las carteleras no son más que caramelos, golosinas para chupar durante 90 minutos. Y olvidar lo más pronto posible.
El cine se infantiliza y el espectador asiente. Espectáculos visuales y ligeros que explotan la mitomanía y la nostalgia cinéfila. Siempre lo mismo y de la misma manera.
(...)
Upstream Color es un soplo de aire fresco en la cartelera. Una cinta ambiciosa y original dirigida a un espectador exigente. Cine que traza un camino diferente, que explota nuevas posibilidades de este maltratado arte. Carruth combina ciencia-ficción, estructura elusiva, puzles narrativos y romanticismo marginal.
¿De qué va Upstream Color? La película de Shane Carruth reflexiona sobre la identidad, sobre el ciclo de la vida, sobre la vinculación física y espiritual entre seres humanos. Y sobre nuestra conexión con la naturaleza. Upstream Color aborda también el amor como salvación, como esperanza, pero sobre todo como unión espiritual, como refugio de las almas perdidas.
Kris vive una vida sencilla, independiente, volcada en su trabajo. La terrible experiencia vivida con su captor cambia abruptamente el escenario. Llegan las pastillas, el aislamiento. Pero Jeff entra en su vida. Poco a poco, Jeff descubrirá que ambos están unidos por algo más que por la atracción física. Ambos comparten vigilante…
Upstream Color maneja una estructura narrativa singular, extremando los hallazgos de su imprescindible Primer. Son las imágenes, y no las palabras, las que cuentan la historia. Cine. Carruth rechaza la tiranía del guión clásico como vertebración de una narración cinematográfica. El director californiano sincopa escenas para construir un relato intelectual y emocional. Es fácil detectar el influjo de Terrence Malick a nivel formal, pero Carruth maneja otra sensibilidad y persigue otros objetivos. Tal vez Upstream Color sea laberíntica, pero tiene un final. Solo hay que poner un poco de empeño para llegar. Merece la pena.
Lo Mejor: cine que se toma en serio a sí mismo. Y al espectador. La música. El final.
Lo Peor: algunos de sus diálogos, más que crípticos, son antinaturales.
[crítica publicada en alucine.es]

7,6
5.726
9
30 de julio de 2015
30 de julio de 2015
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
(...)
Para Falstaff, el director nacido en Wisconsin en 1915, acudió de nuevo a Shakespeare, como ya había hecho en Otelo y Macbeth. Pero esta vez se decidió por un personaje secundario que aparecía en algunas obras del escritor inglés, especialmente en Enrique IV. ¿Por qué Falstaff? Seguro que Welles pensó que este personaje le venía como anillo al dedo.
Pero en mi opinión, se trata de una decisión inteligente desde un punto narrativo. Si queremos contar un relato inspirado en la historia real de una nación, es más útil acudir a un personaje secundario y transformarlo en protagonista. La novela histórica ortodoxa lo ha hecho así, desde Walter Scott, casi siempre dejando a los reyes y grandes nobles en un segundo plano.
No obstante, Welles no fue el primero que dio protagonismo a esta figura literaria, ya que Verdi y Salieri (sí, ese) crearon una ópera con su nombre.
De cualquier forma, la caracterización de Falstaff en la obra de Welles es fantástica. Es un personaje del siglo XV británico pero que ha existido y existirá siempre: el viejo bonachón pero pícaro y pendenciero, borrachín, sucio, pero honorable y de buen corazón. El esfuerzo que hace el director en la interpretación de su personaje principal es enorme, un esfuerzo tal vez parecido al que requirió el corrupto capitán Hank Quinlan de Sed de mal.
Alrededor de Falstaff pululan una serie de personajes, destacando Hal, el príncipe de Gales, hijo de Enrique IV, y al que Falstaff tutela con dudoso decoro. Fernando Rey, Jeanne Moreau y John Gielgud son los actores más importantes que acompañan a Welles.
Si las interpretaciones y la dirección de actores es sobresaliente qué decir del diseño de producción y de la fotografía. Rodada en España, el director norteamericano saca petróleo de las localizaciones y ayudado por su director de fotografía y por el departamento artístico, crea una película estéticamente maravillosa.
Hay que recordar que Welles viene de rodar otra genialidad como El Proceso. Tiene casi 50 años y domina como nadie el arte cinematográfico. Falstaff es una de las últimas muestras de esta sensacional capacidad creativa.
Falstaff, como cualquiera de sus películas, tiene un sello particular. Lo percibimos en sus planos, en el montaje, en los travellings, en el ritmo… “Esto solo puede ser de Orson Welles”…
Si a nivel técnico y estético, Campanadas a medianoche es espectacular, el guión es el que convierte a esta película en eterna. Diálogos ingeniosos, personajes de carácter y una historia que nos habla de madurez, vicios, amistad, amor, conspiraciones, guerras, honor… Y traición.
Una película como esta no se merecía un final cualquiera. Y el de Falstaff es soberbio. Hace años que no la he vuelto a ver y algunas cosas ya no las recuerdo bien, pero el rostro del personaje de Welles en la última escena, en el castillo, no se me olvidará nunca…
Gracias, Orson Welles, por ser indómito, por mostrar el camino… El único que merece la pena.
david rubio - las mejores películas de la historia en alucine.es
Para Falstaff, el director nacido en Wisconsin en 1915, acudió de nuevo a Shakespeare, como ya había hecho en Otelo y Macbeth. Pero esta vez se decidió por un personaje secundario que aparecía en algunas obras del escritor inglés, especialmente en Enrique IV. ¿Por qué Falstaff? Seguro que Welles pensó que este personaje le venía como anillo al dedo.
Pero en mi opinión, se trata de una decisión inteligente desde un punto narrativo. Si queremos contar un relato inspirado en la historia real de una nación, es más útil acudir a un personaje secundario y transformarlo en protagonista. La novela histórica ortodoxa lo ha hecho así, desde Walter Scott, casi siempre dejando a los reyes y grandes nobles en un segundo plano.
No obstante, Welles no fue el primero que dio protagonismo a esta figura literaria, ya que Verdi y Salieri (sí, ese) crearon una ópera con su nombre.
De cualquier forma, la caracterización de Falstaff en la obra de Welles es fantástica. Es un personaje del siglo XV británico pero que ha existido y existirá siempre: el viejo bonachón pero pícaro y pendenciero, borrachín, sucio, pero honorable y de buen corazón. El esfuerzo que hace el director en la interpretación de su personaje principal es enorme, un esfuerzo tal vez parecido al que requirió el corrupto capitán Hank Quinlan de Sed de mal.
Alrededor de Falstaff pululan una serie de personajes, destacando Hal, el príncipe de Gales, hijo de Enrique IV, y al que Falstaff tutela con dudoso decoro. Fernando Rey, Jeanne Moreau y John Gielgud son los actores más importantes que acompañan a Welles.
Si las interpretaciones y la dirección de actores es sobresaliente qué decir del diseño de producción y de la fotografía. Rodada en España, el director norteamericano saca petróleo de las localizaciones y ayudado por su director de fotografía y por el departamento artístico, crea una película estéticamente maravillosa.
Hay que recordar que Welles viene de rodar otra genialidad como El Proceso. Tiene casi 50 años y domina como nadie el arte cinematográfico. Falstaff es una de las últimas muestras de esta sensacional capacidad creativa.
Falstaff, como cualquiera de sus películas, tiene un sello particular. Lo percibimos en sus planos, en el montaje, en los travellings, en el ritmo… “Esto solo puede ser de Orson Welles”…
Si a nivel técnico y estético, Campanadas a medianoche es espectacular, el guión es el que convierte a esta película en eterna. Diálogos ingeniosos, personajes de carácter y una historia que nos habla de madurez, vicios, amistad, amor, conspiraciones, guerras, honor… Y traición.
Una película como esta no se merecía un final cualquiera. Y el de Falstaff es soberbio. Hace años que no la he vuelto a ver y algunas cosas ya no las recuerdo bien, pero el rostro del personaje de Welles en la última escena, en el castillo, no se me olvidará nunca…
Gracias, Orson Welles, por ser indómito, por mostrar el camino… El único que merece la pena.
david rubio - las mejores películas de la historia en alucine.es
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