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Críticas 124
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
5
28 de agosto de 2011
9 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pues sí, qué fuerte. Yo que no soy nadie y he entendido la novela mucho mejor que Luchino Visconti.

Primera escena: un mar calmo, el vapor avanza lentamente entre nieblas... y yo no me lo puedo creer. Como decimos en mi lengua madre, "me'n feia creus" (me persignaba de pura incredulidad). ¡¡Visconti se pasa por el forro el capítulo primero!! Sí señores, esta película se basa en la aclamada novela de Thomas Mann Muerte en Venecia... ¡pero a excepción de su capítulo primero! Empieza en el segundo, obviando de manera criminal unas páginas que contienen la clave del desenlace y que determinan y guían el periplo decadente del personaje. IM-PER-DO-NA-BLE.

A partir de aquí, muchos son los aciertos, pero ya me lo miro todo con escepticismo. Hasta que me doy cuenta de que Luchino Visconti se vuelve a equivocar de modo garrafal:

A ver, Luchino de mi alma, ¿¿cómo haces del protagonista un fracasado, un compositor musical denostado huyendo de su fracaso?? Que hagas de él un músico en vez del escritor que describe la novela, en el fondo no tiene mayor importancia. Pero hombre de Dios... ¡¡si uno de los pilares de la novela es la descripción y crítica del éxito vacío!! Me pregunto cómo no ha entendido que todo el descenso al Averno se justifica, en gran parte, por la falta de substancia de un triunfador brillante sólo por fuera. La obra de Mann es, entre otras cosas, una crítica feroz al escritor adocenado, pagado de sí mismo, elevado y sostenido por el poder para beneficio mútuo. Joder, Visconti, ¿¿no sabías que Mann anticipaba así una actitud que años después le obligó a emigrar a los EEUU por sus críticas al fürer??

Por el contrario, el director se saca de la manga un alter ego con el que el protagonista discute de forma esteril consideraciones, si no discutibles, claramente de caracter secundario en relación a la grandeza de la obra original. Y espesan el visionado innecesariamente.

En fin.. menos mal que esto es gratis y nos permite opinar a los cualquiera. Qué fuerte.
16 de marzo de 2012
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Salgo del cine pensando que Hugo Cabret es la extraña fusión de Oliver Twist con McGyver. También que al parecido entre Freddy Mercury y Sasha Baron Cohen se ha sumado el inspector Clouseau para parir al guardia de la estación. Ufff… estas mezclas no me sientan bien.

Es bastante probable que el nivel moral de una sociedad venga establecido por cómo trata a sus niños. En ese sentido, aterra un poco mirar a nuestro alrededor y ver a los obesos tiranos que estamos criando en la soledad de sus videojuegos y Bollycaos. Por tanto, si coges a un niño jodido, en una época jodida, critícame ese mundo como hizo Charles Dickens, pero no me pintes un París marcado por la “joie de vivre” (aunque nieve y haga frío) y la muy próspera fuerza del vapor. De no ser así, te sale un Hugo Cabret subyugado por la piedad filial, un Petete del Mecano, un personaje tan soso e inverosímil como el niño actor que lo interpreta. No sé amigos… igual lo veo así porque soy de principios de los setenta y me crié en la estupefacta admiración por los cojones de Marco y su mono Amedio.

Como ya han dicho tantos otros críticos, a mí tampoco me parece que el guión de “La invención de Hugo” funcione. La fusión del homenaje a Méliès con la historia del niño cerrajero (también, también…) que reparaba un autómata en la nostalgia de su achicharrado padre, es demasiado osada. Son dos historias que, lejos de complementarse, se menoscaban. Así pues, me parece que la ambición le ha vuelto a jugar una mala pasada a Scorsese como ya le pasara, desde mi punto de vista, con “El Aviador” (2004), cuando la vida de Howard Hughes se le quedó en una colección de postales.

Me sabe mal porque es indiscutible que Martin Scorsese es uno de los grandes. El hombre se hace mayor y lleva un tiempo homenajeando lo que le gusta, lo que le ha marcado: que si los Rolling Stones, Howard Hughes, Méliès… y próximamente Frank Sinatra (si no me equivoco), en un biopic que tiene proyectado. Pues muy bien, pero que se busque mejores guionistas, por favor.

Un último apunte para los efectos especiales que tanto celebran algunos. Pueden ser muy “bonitos”, pero donde no hay luz natural, no hay magia, así lo siento yo. En la época en que se sitúa esta película, André Kertész andaba fotografiando París con el corazón en la mano. Escribid su nombre en el buscador de imágenes de Google y os mostrará al verdadero Hugo Cabret protegiendo un perrito con su chaqueta. Frente a la vida, echemos al apócrifo autómata al olvido.
31 de octubre de 2011
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Oliverio Girondo fue un poeta argentino de las vanguardias; un fresco; un tío simpático; un niño bien; y, a ratos, un afortunado acreedor del ojo sensible que retrata lo que no se ve y habla de lo inexplicable.

Yo veo cine en la pequeña pantalla de mi ordenador, en una silla de tijera, de madera, algo desvencijada, paradigma de la incomodidad. No obstante, si la película es buena, me olvido de todo. Ahora bien… si he de rememorar con nostalgia el poema “Aparición Urbana”, del mencionado Girondo, escuchando el ridículo recitativo sobre Nueva York que le escribieron a la Foster para el inicio de esta película… es que vamos mal… muy mal. La silla se me clava en todas las vértebras y Melpómene y sus amigas musas se tapan los oídos. Es lo que pasa cuando un guionista de blockbuster se mete a poeta. Por otra parte, el resto de la película alcanza unas cotas de manipulación tan elevadas, que llega a resultar admirable.

La sinopsis ya la conocen la mayoría de ustedes: locutora de radio cambia micrófono por vengativo pistolón después de sufrir con su novio una brutal agresión en Central Park, al que, desde hace años, el cine presenta como una sucursal del Infierno en cuanto cae la noche.

Nace así una nueva heroína del asfalto, habillada con cazadora de cuero y sandalias, un ser nada neumático en comparación a Lara Croft; al contrario: un personaje andrógino que destila tristeza y angustia por los ojos azules de Jodie Foster, lo mejor del film.

Pero yo les hablaba de manipulación un poco más arriba. Esta gente parece indicar que la mucha muerte se ha de justificar con un mucho amor previo. Menuda locura. Para rematar esta idea, ante mi perpleja mirada, se pretende representar que Naveen Andrews y Jodie Foster son los amantes de Teruel. Y por aquí ya no paso. No tan sólo empiezo a sentir que se me duermen el culo y una pierna, sino que una contractura se me solidifica en la espalda al contacto de la rígida madera de mi silla de tijera. Extrasensorialmente, además, percibo que Goethe, el inventor de esta expresión que tanto usamos cuando nos referimos a la “química” entre hombres y mujeres, se revuelve en su tumba de Turingia. Además, la solvencia interpretativa de Naveen Andrews es vacuna, bovina.

Para conocer, hay que comparar. ¿Han visto ustedes El Caso de Thomas Crown (1968)? ¿Se fijaron en cómo Faye Dunaway se chupaba un dedo y acariciaba sutilmente un peón de ajedrez mientras jugaba frente a Steve McQueen, que resoplaba? “La Extraña que hay en mi” se sirve de primeros planos sabaneros, breves inserciones de videoclip, una forma de filmar la cama que inauguró Hitchcock en “Cortina Rasgada” (1966), con Paul Newman y, curiosamente, otra Andreews: Julie.

No sé amigos… yo agradezco las formas sutiles de acercar la intimidad. Y cuanto más lo sean, mejor.

(sigo en spoiler por falta de espacio)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El resto: puertorriqueños malvados y asesinos, chinos que venden pistolas de contrabando, adolescentes negros que amenizan (con sus amenazas) los trayectos del metro… Prometedor catálogo de las excelencias de un Nueva York al que presentan reclamando a gritos la Ley del Talión.

Acabo: el final es sorprendente, violento y muy molón. No me quedaba un músculo sano sobre la silla, pero ya he dicho al principio que la manipulación está tan bien urdida que consigue que nos guste lo que no nos va a hacer mejores personas.

¡Es el signo de nuestros tiempos!
1 de enero de 2011
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con el cerebro auxiliar, me temo. De otro modo, la película no sería tan entretenida. El misticismo, o se vive en primera persona, o tiende a aburrir.

Cinéfilos, estáis ante un film excelente. Sin entrar a valorar los sorprendentes detalles técnicos de su factura digital, la película trata un sinfín de temas que sería demasiado largo enumerar aquí. Acaso, el principal de ellos sea el de la tentación.

Supongamos que Dios y el diablo quieren seducir a un grupo de hombres y mujeres. ¿A quién se lo pone más fácil aquellos que alberguen más anhelos y deseos?

Si dudas, has de ver la película. Y si no, con más motivo, porque te va a gustar.

¿Quieres oro, Beowulf, fama y mandar sobre los hombres? ¿Deseas ejercitar sin tregua esa mandoble interinguinal que tu taparrabos sugiere? ¿Sí? Entonces te convertirás en un héroe, pues no puede haberlos sin que estén movidos por sus pasiones. Como dice, acertadísimamente, Nethara, la santidad es otra cosa.

¡Ah… pero la pasión ética! ¡Esa sí que es mítica! La idea es tan o más antigua que los protagonistas de la película: los buenos gobernantes son los más desconocidos. Todos conocemos al bandido de Berlusconi y al acomplejado de Sarkozy, pero… ¡por las barbas de Odín, dime ahora mismo el nombre del primer ministro sueco!

Silvio, Nicolás... ¿pero vosotros con qué pensáis?

Me quedo con el vikingo. La mitología es encantadora cuando cumple con su principal cometido: explicar el presente.
4 de agosto de 2011
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Oficio: porque mientras la veía, en mi profano lenguaje de aficionado, repetía en mi interior "coño, que bien explicada está esta película". Luego le di la vuelta a la carátula del DVD y dí con los términos exactos: solvencia narrativa.

Escuela: porque Renoir se casa con el Naturalismo, sin ambages, dualidades ni titubeos: determinismo genético, el peso de las lacras sociales (en aquellos tiempos se tenía más claro que ahora que el alcoholísmo lo es), la injusticia ejercida por los poderosos... Debo añadir que el homenaje inicial a Émile Zola (escritor en cuya novela se basa esta película) ha sido para mí lo nunca visto. Se trata de un sincero y directo reconocimiento por la figura del escritor. ¡Claro que sí, por qué no! Esto ya lo decía Kurosawa: la exposición clara y sencilla de un sentimiento sincero siempre causa un efecto en el espectador. Renoir, si te gusta Zola, me gusta que te guste.

Y talento: porque Jean Gabin y la Simon están que se salen. Porque Gabin es el corazón explosivo de la locomotora que conduce y también el galán masculino y amable. La locura y el afán de cordura. El sufrimiento y la derrota. Simone Simon me da la sensación que le debe un pelín en su interpretación a los modos del cine mudo, pero hay un momento en que está sencillamente arrolladora: cuando justo antes de besar al maquinista se separa un segundo de sus labios y muerde el aire. Arrebatadora. Y ya digo, al menos para mi, de nuevo lo nunca visto.

En resumen: se hace entretenida, es imprescindible para ir aprendiendo sobre el CINE en general, y ayuda a valorar la actual comodidad de los trenes que no vomitan carbonilla en nuestras córneas.
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