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Críticas 61
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
8
9 de febrero de 2016 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Llego tarde, ya lo sé. No hace falta que me lo recordéis.

A estas alturas todo el que haya querido dar su opinión sobre la última de Tarantino ya lo ha hecho. Pero yo no. ¿Y por qué no? Porque soy un pedante de mierda que —aunque ya la hubiera visto desde que se filtró en la red aquella copia piratorra y repugnante hace mes y medio— quería darse ínfulas de grandeza y decidió reservarse hasta poder ver la cinta como Dios manda. Esto es: en el cine y en Ultra Panavisión.

Como la única sala en toda España donde podía verse esta película tal y como la concibió su director era en los cines Phenomena, conseguir entradas a corto plazo para uno de sus pases se hizo prácticamente imposible. Tuve que comprar las entradas con casi un mes de antelación, pero finalmente mereció la pena cuando el domingo pasado pude, por fin, acudir a la célebre proyección original.

Y menuda mierda. Porque pese a haber llegado media hora antes, la sala ya estaba completamente llena para entonces. Y, como las entradas no estaban numeradas, terminé viendo la película en los laterales de la tercera fila. Me aventuraré a decir que ver una película ultrapanorámica de lado no es especialmente recomendable, ni a nivel cinematográfico ni a nivel de salud, porque han pasado más de 48 horas y sigo teniendo el cuello hecho una puta mierda.

Habiendo hecho ya el tonto, ¿ha cambiado en algo mi opinión sobre la película? Pues no, para qué nos vamos a engañar. The Hateful Eight es tremenda, ya sea en Ultra Panavision o en DVDRip. Pero la experiencia, por lo menos, es divertida y curiosa. Si tienes la suerte de pillar buen sitio, puedes deleitarte con la que probablemente sea la cinta mejor dirigida de Tarantino. Visualmente es una gozada, y en esta versión sus virtudes se acentúan todavía más con algunas cámaras lentas o imágenes de paisajes.

Y además hay pausa para cagar, que siempre se agradece.

Chorradas pretenciosas aparte, e intentando también olvidar por un segundo que aquí en España el título ha sido traducido como Los Odiosos Ocho —a mí que no me jodan, les costaba cero y nada titularla Los Ocho Odiosos, que al menos no suena como el puto culo—, me gustaría aprovechar esta ocasión para hablar de un concepto al que me gusta llamar hacer un Tarantino.

Contrariamente a todos los clichés que le podáis atribuir, no, hacer un Tarantino para mí no es meter con calzador cientos de referencias cinéfilas, canciones molonas sin venir a cuento, interminables diálogos sobre pollas y aliñarlo todo con fetichismo de pies y explosiones de violencia de vez en cuando. No. Eso es quedarse sólo en la superficie. Hacer un Tarantino es mucho más que todo eso.

Rodar una película que podría ser considerada perfectamente una obra maestra del cine, que indudablemente sería premiada en cualquier gala o festival que se precie, que le gustaría absolutamente a todo el mundo y que posiblemente marcaría un antes y un después en la cultura pop... pero auto-sabotearte constantemente en el proceso y terminar convirtiéndola en una broma muy pero que muy pesada para el espectador, el cual podría partirse el culo con la propuesta o sentirse tremendamente estafado según el caso. ESO es hacer un Tarantino.

Salvo algunas excepciones, si repasamos la filmografía de Quentin Tarantino nos encontramos con un puñado de peliculones que, por decisión propia del director, en cierto punto —normalmente, el muy cabrón suele escoger el momento perfecto, cuando la película está en su punto más álgido y ya ha tocado techo— parece que se aburran de sí mismos y les da por destrozar (para muchos, en el buen sentido) por completo todo lo que llevaban conseguido hasta el momento y, volantazo de guión mediante, cambiar el género de la película y/o desvelar sus verdaderas intenciones.

Esto puede ser en una escena aislada (el gag del Ku Klux Klan en Django Desencadenado, el reloj en Pulp Fiction) o en algún giro absurdo de guión que condicione el tercer acto en su totalidad (Malditos Bastardos, Death Proof, y especialmente Antes del Amanecer, claramente dos películas en una).

Hacer un Tarantino es como lo de dar un salto al tiburón, pero mil veces más bestia y por el culo.

Que ocurriera algo así era exactamente lo que esperaba en The Hateful Eight. Y es exactamente lo que me han terminado ofreciendo. No me quejo. Tarantino ha vuelto a poner sus derretidos cojones sobre la mesa y, si bien es posible que la jugada no le haya salido tan redonda como en otras ocasiones, este cruce entre Reservoir Dogs en el oeste con Agatha Christie está lleno de encantos.

Por lo menos hay que tener en consideración que esta vez ha ido de frente y The Hateful Eight se divide en dos partes claramente diferenciadas —intermedio mediante, en el caso de la versión extendida— en ritmo, tono y pretensiones.

(Sigo en spoiler, naturalmente, sin ser spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La primera parte es un cebo para Oscar de manual. Todo funciona, nunca mejor dicho, como un tiro. La película se toma su tiempo, dejando que los diálogos carguen con todo el peso del relato. Nos deleitamos con las sublimes interpretaciones de Jennifer Jason Leigh (con un personaje que es un auténtico caramelo y que le ha valido, precisamente, una nominación a los Oscar), Samuel L. Jackson, Kurt Russel o un Walton Goggins que termina robándose la película casi sin pretenderlo. El resto de secundarios tampoco se quedan muy lejos, véanse los casos de Michael Madsen (haciendo de Michael Madsen), Tim Roth (haciendo de Christoph Waltz) o Bruce Dern, que saben aprovechar sus minutos de gloria.

El aire a novela de misterio enriquece, y mucho, a la película. Ocho personajes encerrados entre las cuatro paredes de una mercería donde nada es lo que parece, todos tienen algo que ocultar y puede percibirse en el ambiente que algo no va bien, que alguien está tramando algo y que hay que tomar precauciones rápidamente si no quieren que todo termine en un baño de sangre. La tensión va aumentando poco a poco, sin prisa pero sin pausa, hasta hacerse verdaderamente inaguantable. Imaginad los diez primeros minutos de Malditos Bastardos extendidos a una hora y cuarenta minutos. Lo cierto es que se pasan volando. Además, culminan en una escena que permanecerá grabada en la retina de todo aquel que la haya visto. Tan macabra como divertida. Tan estúpida como profunda. Tan necesaria como gratuita.

Entonces empieza la segunda mitad.

Y algo ha cambiado. Ésta ya no es la misma película de hace quince minutos. Se palpa en el ambiente. Cierta voz en off que no voy a destripar nos da las suficientes pistas como para ir anticipando que el tono va a tomar unos derroteros completamente opuestos a los que habíamos visto hasta ahora. Conforme va descubriéndose el pastel, la tensión da paso al humor negro que termina acaparando todo el protagonismo una vez la cinta se desata por completo en un festival de violencia y destrucción. A partir de aquí, lo único que puede hacer el espectador es:

a) Relajarse, reírse a carcajadas y disfrutar del espectáculo.

b) Cabrearse legítimamente por lo tramposo del guión y abandonar la sala furibundo ante la obscena pérdida de tiempo que acaba de presenciar.

Como os habréis imaginado, mi caso es más bien el primero. Pero eso no quita que entienda perfectamente a los que esto les parezca una tomadura de pelo. Después de todo, estamos hablando de una película de tres horas que avanza con una parsimonia muy consciente, que se quiere mucho y disfruta como nadie de sí misma, que establece un tono y unas reglas muy concretas para deliberadamente pasárselas por los huevos y destrozarlas sin piedad, cual piñata en una fiesta de quinceañera, durante una última hora cargada de sangre, vísceras y humor macabro sólo apta para incondicionales del director.

Nos podemos quejar de muchas cosas. ¿Sobra metraje? Para dar y vender. ¿La trama es tramposa y, en el fondo, no tiene demasiado sentido? Es más que posible. ¿Tarantino está sobrevalorado? Cuéntame algo que no sepa. ¿Si hubiera sido una cinta ligeramente más convencional se habría llevado algo más que dos míseras nominaciones a los Oscar? Desde luego que sí. Pero, ¿sabéis qué? Que así está mucho mejor. Porque para eso queremos a Tarantino, para que nos toque un poco las narices de vez en cuando. Es que, si no, ¿dónde estaría la gracia?

The Hateful Eight es perfecta dentro de su imperfección. Macabra, divertida, con dos cojones como dos claveles y un enorme cipote negro por bandera.

Crítica original: http://www.criticronico.com/2016/02/the-hateful-eight.html
13 de enero de 2016 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Once años tuvieron que pasar desde Scream 3 para que, por fin, nos dieran la secuela que todos estábamos esperando: la que nos merecíamos.

Estamos en una época diferente que aquella en la que se estrenó Scream. Los adolescentes ya no se tragan cualquier cosa. Son mucho más cínicos, resabidos y difícilmente vas a sorprenderlos con giros de guión de baratillo, menos aún cuando ya se han tragado las seis secuelas de Saw. Se las saben todas. Las viejas normas ya no funcionan, lo inesperado es el nuevo cliché. Las secuelas han dado paso a los remakes o reboots, los frikis ahora son los guays, los teléfonos fijos han dado paso a los móviles y las redes sociales. Nueva década, nuevas reglas.

Y todo eso Scream 4 no sólo lo entiende a la perfección, sino que hace de ello su puto lema y lo explota en su propio beneficio.

Desde un opening en el que se sacan la chorra de principio a fin ya dejan bastante claras las intenciones del guionista: si intentas hacerte el listillo adivinando lo que va a pasar, te la vamos a meter por el culo y no te la vamos a sacar hasta que nos reviente la polla. Porque aquí ya no hay Ehren Kruger que valga. Aquí quien escribe el guión es Kevin Williamson otra vez, y vuelve con una mala hostia y una buena puntería que asusta.

Diez minutos le bastan para darle un rapapolvo a todas las películas de terror estrenadas durante la última década, con una gracia y un sentido de la autocrítica que pocas veces se verá en el género (o, qué coño, en el cine en general). Cualquier cosa que pueda decirse del opening de Scream 4 sería destriparlo y perdería toda la gracia, así que lo único que voy a decir es que quizá no será tan recordado como el de la primera parte, pero desde luego se convirtió instantáneamente en mi favorito de los cuatro.

Lo que sigue a partir de ahí es la combinación, de nuevo, entre la afilada pluma de Williamson y la técnica cojonuda de un rejuvenecidísimo Wes Craven en la que sería su última película antes de fallecer. Marco Beltrami, por algún motivo que desconozco, no pudo (o no quiso) utilizar los mismos temas de las cintas anteriores, pero los nuevos tampoco están nada mal.

El reparto original sigue ahí, y con todo su carisma intacto, pero esta vez deciden pasarle el testigo a un nuevo grupo de adolescentes capitaneados por una Emma Roberts que emula con mucho encanto a nuestra ya conocida Neve Campbell. De hecho, prácticamente todos los nuevos personajes son versiones de los que ya vimos en la primera entrega (sí, incluyendo un pseudo-Randy que, contra todo pronóstico... ¡cae bien!).

Pero ojo, entonces... ¿es esto una secuela o un remake encubierto? ¿Serán estos chavales los protagonistas de una nueva trilogía? Todas estas preguntas tienen respuesta en una película que no deja títere con cabeza y que derrocha una cantidad enorme de bilis sobre la nueva tendencia de modernizar viejos clásicos con versiones descafeinadas. Garantizo que el asunto no decepciona.

Sin las restricciones impuestas en la tercera entrega, Scream 4 es indudablemente la más violenta de la saga. Quizá no tanto a nivel de casquería, puesto que el gore siempre ha sido más bien escaso en Scream, pero sí que tenemos aquí al Ghostface con los cojones más bien puestos de las cuatro películas.

Sigue siendo el mismo asesino torpe que se cae y se tropieza, pero su presencia resulta algo más amenazante aquí. Quizá ayude que el número de fiambres sea el más alto de toda la franquicia, y que sus conversaciones telefónicas sean bastante más burras de lo habitual. Que sí, que Ghostface nunca ha sido especialmente sutil ni simpaticote con sus víctimas, pero hasta ahora tampoco le había dado por amenazar con cortarte los párpados para que no puedas cerrar los ojos mientras te apuñala la cara.

Y hablando de puñaladas, el nivel autorreferencial y metaficcional de la saga sube unos cuantos peldaños más, dándole de nuevo un gran peso argumental a la ficticia saga Stab, ya convertida en todo un hito dentro de la propia película. Con esto se logran algunos chistes de lo más inspirados a costa del propio fenómeno que creó Scream en su día. Porque si hay algo bueno que tiene Scream 4 es que reparte a todas partes, incluyéndose a sí misma.

Sobre la identidad del asesino y sus motivaciones, tengo que reconocer que, de nuevo, son mis favoritas de toda la saga. Principalmente porque con la cantidad de pistas falsas que la película nos va dejando caer, resulta casi imposible adivinar quién es. Por primera vez, al menos, a mí me pillaron totalmente desprevenido, y eso a estas alturas siempre es de agradecer.

Además, el plan trazado por él es tan macabro y maquiavélico como divertida de ver su ejecución. Y los motivos que le llevan a convertirse en un asesino en serie resultan verdaderamente escalofriantes. El clímax final es, directamente, una puta locura. En serio. El nivel de tensión, giros, carcajadas violentas de pura incredulidad y sátira corrosiva toca techo aquí. Cuando crees que la cosa no puede degenerar más, lo hace. Y te encanta.

Si os sentisteis decepcionados con Scream 3, esta es la película que estabais esperando. Humor negro y sustos por doquier, metaficción, crítica social, sátira cinematográfica, festival de bilis y violencia, giros argumentales que (¡milagro!) no se ven venir y la sensación de que esta saga jamás tendría que haber estado alejada de Kevin Williamson. Scream 4 es un regalo para todos los fans y, por desgracia, la última oportunidad de ver a todo el equipo al completo. Afortunadamente, se entregaron en cuerpo y alma a la causa. No sólo es la mejor secuela de la saga, sino que no tiene casi nada que envidiarle a la original. Chapó.

Crítica original: http://www.criticronico.com/2016/01/scream-4.html
27 de abril de 2018
11 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
No hay tiempo para presentaciones, apenas lo hay para explicaciones. Los primeros minutos de la decimonovena entrega del Universo Marvel Cinematográfico se encarga de ponernos en situación y enviar un mensaje muy claro: Thanos ya está aquí. Y no, el Titán Loco no va a andarse con hostias.

Estructurada como una desesperada huida coral hacia adelante, Vengadores: Infinity War consigue transmitir una sensación de estrés y amenaza constantes. Ninguna película de superhéroes había aprovechado tan bien el sentido de la urgencia como ésta. Su ritmo implacable deja poco lugar para escenas más contemplativas —que las hay, y bien utilizadas— y sus responsables consiguen que después de dos horas y media de metraje parezca que hayamos visto un corto.

Los hermanos Russo tenían muchos retos por delante. Superar lo que ya habían hecho en sus películas del Capitán América, manejar al reparto más tocho que se ha visto nunca en este género dándoles a todos la importancia adecuada y su momento de lucimiento a la par que ofrecer una conclusión satisfactoria para las tramas y personajes que llevamos siguiendo desde que se estrenó la primera Iron Man hace ya una década. Esta Infinity War tenía que ser espectacular, sí, pero sin permitirse el lujo de abandonar lo terrenal. Tocaba mojarse. Tocaba romper las reglas. Tocaba liarla.

Por suerte, aunque los Russo tuvieran que enfrentarse ante un reto tan grande, contaban con un arma mucho más poderosa. Exacto. Estoy hablando de sus huevos. Porque no es que los tengan gordos, es que cada uno (de los cuatro que hay) podría ocupar campo y medio de fútbol. Debido a esto, Infinity War no sólo le va a dar al espectador exactamente lo que quiere, sino que va a jugar con sus expectativas a su antojo y le va a dejar con la mandíbula por los suelos en muchas más ocasiones de las que un ser humano podría soportar. Preveo lloros en la sala, niños traumatizados y adultos tardando días en superar la montaña rusa emocional ante la cual han sido sometidos sin piedad.

No todo es bajón, claro. Hay comedia, por supuesto que la hay. No estamos ante Thor Ragnarok, pero el enorme carisma de sus personajes y los múltiples choques de ego que tienen lugar en pantalla resultan divertidísimos de presenciar. El fanservice se da por hecho antes de entrar en la sala, pero desde luego tampoco decepciona. Los guionistas aciertan al dividir a los protagonistas en diferentes equipos, cada uno cubriendo un terreno diferente y con sus propias misiones particulares. Todas con un objetivo en común: evitar que Thanos consiga las Gemas del Infinito.

Josh Brolin —captura de movimiento mediante— se consolida como el mejor villano que ha parido el Marvel cinematográfico. No quiero decir mucho para no destripar mas de la cuenta, pero han huido sabiamente del típico coco megalomaníaco al que curtir el lomo. Thanos acojona, sí. Acojona de verdad porque sabemos de lo que es capaz, sabemos que lo puede conseguir y lo mejor de todo es que podemos llegar a entender sus motivaciones. La actuación desgarradora de Brolin convierte a Thanos en el auténtico protagonista de la cinta. Ésta es una de las decisiones más deliciosamente arriesgadas que he visto en mucho tiempo, sobre todo si tenemos en cuenta que ésta es una de las películas más caras de la historia.

Aunque el héroe (jé) de la función sea el villano, también se agradece que sus secuaces no sean unos simples masillas. No es que tengan un desarrollo muy marcado, ni siquiera un arco argumental propio, pero sí que gracias a ellos tenemos unas set-pieces de lo más vistosas y en contextos inesperados. Desde la emisión de los episodios de paintball de Community sabemos que los hermanos Russo ruedan la acción como nadie. Aquí consiguen lo imposible, que en su película más marciana y cósmica los combates sean siempre dinámicos y tensos. Nunca son un simple trámite ligerito para los héroes, esta vez las pasarán canutas para salir vivos de las situaciones en las que se ven envueltos.

No me quiero alargar más, no tiene sentido. Voy a decir ya lo que tengo que decir. Vengadores: Infinity War es oficialmente la mejor película que ha salido de Marvel Studios. Es el blockbuster palomitero rozando la perfección en todos sus aspectos. Esto es así y no reconocerlo sería tan injusto como no decir también que hace trampa. Mucha trampa. Porque pese a tener el final más kamikaze que he visto en mucho tiempo es importante recordar que la cosa no termina aquí. La tercera entrega de Vengadores se concibió como una cinta en dos partes y —aunque luego decidieran rebautizarse comercialmente como dos películas independientes— lo cierto es que el año que viene tendremos la otra mitad en Vengadores 4. Y lo más posible es que sea peor que la que se acaba de estrenar.

Aún no sabemos su título, aunque sin entrar en spoilers seguramente será algo muy parecido a «Vengadores 4: Recogida de Cable». Claro, que también es verdad que ya van tres veces que subestimo los huevazos de los hermanos Russo y luego me tengo que callar, así que no sería muy descabellado pensar que el año que viene igual estoy comiéndome mis palabras por cuarta vez consecutiva. No lo sé. Hasta entonces, creo que lo mejor que podéis hacer es ir corriendo al cine al gozar de estas dos horas y media de pura ambrosía superheróica.

Crítica original en: http://www.cineenserio.com/vengadores-infinity-war-el-crossover-definitivo/
26 de mayo de 2017
8 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Existe acaso algo más gratificante en esta vida que ver a Woody Harrelson dándolo todo en una película? Pues probablemente sí, pero la gente sin vida tiene que conformarse con lo que tiene.

Y vamos a asumir que si estáis leyendo esto es que al menos compartimos una pasión, así que no me miréis así. En Wilson, cinta basada en la novela gráfica homónima de Daniel Clowes, nos encontraremos con la que seguramente sea una de las mejores interpretaciones de la carrera del actor. Harrelson se lo pasa de vicio recreándose con un personaje que resulta casi tan odioso como patéticamente entrañable y con el que empatizar cuesta menos de lo que podría parecer.

¿Es suficiente un actor en estado de gracia para levantar una película? Pues probablemente no, pero en este caso el guión acompaña. En su mayor parte.

Escrita por el propio Daniel Clowes y dirigida (sin muchos alardes) por Craig Johnson, Wilson sigue a pies juntillas el argumento de la novela en la que se basa, ofreciéndonos una versión sólo levemente más edulcorada de la historia de su versión en papel. Al igual que en ésta, por momentos parece que estemos ante una serie de sketches en pos del lucimiento de su estrella principal, pero poco a poco va trazándose un hilo argumental plagado de tragicomedia pocha.

Para que sepáis el tipo de cine del que estamos hablando aquí, se podría decir que Wilson sigue la estela de películas como Napoleon Dynamite o Ghost World (también de Clowes), pero sin llegar a ser en ningún momento tan memorable como éstas. Dudo que alcance siquiera el estatus de cinta de culto en un futuro, pero los que disfrutamos de este humor alegremente rarito (y misántropo), encontraremos aquí buen material con el que gozar como gorrinos durante hora y media.

Podríamos quejarnos de que Wilson se queda a medio camino, de que la propuesta podría haber dado más de sí, de que no logra captar del todo el tono de obra original o de que por muy agradecida que sea la presencia de Laura Dern, Judy Greer o en realidad el resto de reparto al completo, cualquier personaje que no sea el propio Wilson no tiene demasiada gracia o interés. Pero lo que también podríamos hacer es dejar de ser tan tiquismiquis en la vida.

Wilson es honesta, rara, divertida, tiene un actor principal petándolo muy seriamente en cada escena que protagoniza y está rodeada de un encantador halo de pochez que consigue elevar la calidad del conjunto final. No inventa la rueda, pero mejor que Escuadrón Suicida sí que es.

Crítica original en: http://www.cineenserio.com/wilson/
23 de marzo de 2018
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
La noche antes del pase de prensa de La tribu, la nueva comedia de Fernando Colomo protagonizada por Paco León y Carmen Machi, cometí una imprudencia terrible: ir a un Wok e inflarme a tallarines con salsa agripicante, gambas y jalapeños. No es que nunca antes hubiera cenado algo parecido, pues ya conocía de sobra el terrible efecto que provocaría en mi estómago ese explosivo e indigesto manjar. Y por mucho que me pasara las últimas horas de aquella madrugada en el cuarto de baño, mi destino estaba más que sellado.

A la mañana siguiente, sentado en la butaca del Cinesa Diagonal y en compañía de diversos críticos y periodistas, yo, Juan Carlos Ferrer Aranda, me estaba cagando como un hijo de puta. Y aun así, contra todo pronóstico, agonizando entre retortijones varios, la película se me hizo corta. Y creedme, es el mayor piropo que tengo para un producto de estas características. Si fuera por mí, esta crítica acabaría aquí. Creo que ya he dicho todo lo que tenía que decir al respecto. Pero como no quiero que los responsables de esta página me echen a patadas intentaré hacer unos cuantos apuntes más.

Todo jugaba en su contra, hay que decirlo. Pues, más allá de mis ardores estomacales, el uso de un videoclip de reggaeton sin ápice alguno de ironía —pese a lo mucho que se prestaba a ello por motivos argumentales— durante los primeros compases de la cinta no ayudó demasiado a sobrellevar mis ansias de ir a chocolatear la taza. Y, por supuesto, ninguno de los múltiples gags que contiene lograron arrancarme más allá de una leve sonrisa en ocasiones contadas.

Ahora bien, sería justo mencionar que por lo menos tampoco contiene (casi) ningún chiste particularmente ofensivo ni que provoque más vergüenza ajena de la que debería. De esto, que parece el motivo más pocho posible por el que alegrarse, tienen la culpa otros estrenos recientes como ‘Operación Concha’ o 'Señor, dame paciencia’ que han conseguido bajar mi listón de forma considerable. Jugando en la misma liga, La tribu está bastantes peldaños por encima. Algo es algo, visto lo visto.

De hecho, si suspendemos al máximo nuestra incredulidad, si nos tragamos que ninguno de los ex-empleados de una multinacional reconozca al tipo que les despidió teniéndolo delante de sus narices, que únicamente una persona se digna a buscar por Internet el nombre de un amnésico para saber quién es y si asumimos que nos vamos a reír más bien poco… pues la verdad es que no está del todo mal.

Hay que entender que La tribu es una feel-good movie de manual, pero que también intenta juntar crítica social con comedia costumbrista, feminismo para que lo entienda tu cuñado y números musicales a lo Step-Up. Y que si bien no profundiza absolutamente en ninguno de los conceptos que propone y su tercer acto de lo más atropellado, lo cierto es que me estaba cagando. Y terminó pronto.

El reparto está bastante acertado, al menos. Aunque infrautilizar a Julián López sea un delito que no debería cometer ninguna obra audiovisual en la que apareciera, por lo menos tenemos a Carmen Machi bailando y dándolo todo. Pocas veces ha tenido esta actriz una oportunidad tan grande de molar en pantalla grande, y aquí la aprovecha bastante bien. Paco León también hace lo que puede con un papel que le obliga a parecer imbécil durante gran parte del metraje y que consigue sobrellevar con bastante soltura.

Al final, la cosa está en hacer la vista gorda con un par de chistes raros fuera de lugar y tratar de pasar un rato agradable con unos personajes que terminan cayéndote de lo más simpáticos. Me costaría creer que La tribu vaya a reventar la taquilla española y posiblemente algo se me moriría en el alma si lo hiciera. Por otra parte, también me daría un poco de rabia que se fuera de vacío. No es nada del otro mundo, desde luego, pero me da la sensación de que sus implicados lo han intentado y le han puesto ganas. Ya es más de lo que puedo decir de muchas otras.

Y ahora, si me disculpáis, me vuelvo al baño a hacer unas gestiones.

Crítica original en: http://www.cineenserio.com/la-tribu/
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