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6,2
9.064
9
4 de enero de 2019
4 de enero de 2019
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El aporte del director australiano Peter Weir al cine norteamericano de los 80 se vio reflejado en producciones exitosas como “Testigo en Peligro”(1986) y “La Sociedad de los Poetas Muertos”(1989), sin embargo con la complicada filmación de “La Costa Mosquito”, adaptada de la poderosa novela del escritor norteamericano Paul Theroux, y en un tono mucho más personal y existencial y menos comercial que el cine más característico de los 80, los resultados de público y crítica fueron más bien negativos al momento de su estreno. Con el paso del tiempo, “La Costa Mosquito” adquiriría un valor negado por décadas convirtiéndose así en una película de culto.
Con un inteligente guion a manos del no menos famoso escritor y director Paul Schrader y siguiendo su conocida fórmula del protagonista motivado por la obsesión autodestructiva que lo llevará a una especie de sacrificio redentor, “La Costa Mosquito” desarrolla una alegoría distópica que la convirtió en tal vez una de las películas más anti americanas de su tiempo. En pleno apogeo de la bullante economía de Wall Street y la moral conservadora de la administración Reagan, el protagonista de “La Costa Mosquito”, con sus obsesivas convicciones de querer trasladarse a una tierra virgen y escribir una nueva historia para él y su familia, representa una solitaria bandera de lucha arremetiendo contra todo un sistema establecido. Como todo buen film con el sello de Weir, el choque de dos mundos opuestos es un aspecto que se superpone a los personajes, cubriéndolos como una especie de microclima que abrazará y nublará la claridad de sus acciones y donde además y al igual que en otras películas ochenteras de Weir, como “Testigo en Peligro” o “La Sociedad de los Poetas Muertos”, hay una gran importancia en la relación entre un niño y un adulto que representa la figura del padre. En el caso de “La Costa Mosquito”, la construcción del personaje adulto protagonista es entregada al espectador a través de los ojos de su propio hijo, quien en la medida que vive su proceso de transición de niño a adolescente, ve como aceleradamente se van desmoronando los sueños de su padre, encarnando de esta forma a una figura adolescente desencantada y sin esperanzas en el otrora sueño americano.
Originalmente concebida como una película donde Harrison Ford llenaría las salas, la cinta fue contrariamente un fracaso de público, sin embargo hoy considerada como uno de los roles dramáticos más sólidos y logrados del taquillero actor. Al mismo tiempo, el joven River Phoenix en el rol del hijo y en ese entonces con solo 16 años entregó lo que hoy se considera como una de sus mejores interpretaciones ochenteras.
Texto: Daniel Valcarce
Con un inteligente guion a manos del no menos famoso escritor y director Paul Schrader y siguiendo su conocida fórmula del protagonista motivado por la obsesión autodestructiva que lo llevará a una especie de sacrificio redentor, “La Costa Mosquito” desarrolla una alegoría distópica que la convirtió en tal vez una de las películas más anti americanas de su tiempo. En pleno apogeo de la bullante economía de Wall Street y la moral conservadora de la administración Reagan, el protagonista de “La Costa Mosquito”, con sus obsesivas convicciones de querer trasladarse a una tierra virgen y escribir una nueva historia para él y su familia, representa una solitaria bandera de lucha arremetiendo contra todo un sistema establecido. Como todo buen film con el sello de Weir, el choque de dos mundos opuestos es un aspecto que se superpone a los personajes, cubriéndolos como una especie de microclima que abrazará y nublará la claridad de sus acciones y donde además y al igual que en otras películas ochenteras de Weir, como “Testigo en Peligro” o “La Sociedad de los Poetas Muertos”, hay una gran importancia en la relación entre un niño y un adulto que representa la figura del padre. En el caso de “La Costa Mosquito”, la construcción del personaje adulto protagonista es entregada al espectador a través de los ojos de su propio hijo, quien en la medida que vive su proceso de transición de niño a adolescente, ve como aceleradamente se van desmoronando los sueños de su padre, encarnando de esta forma a una figura adolescente desencantada y sin esperanzas en el otrora sueño americano.
Originalmente concebida como una película donde Harrison Ford llenaría las salas, la cinta fue contrariamente un fracaso de público, sin embargo hoy considerada como uno de los roles dramáticos más sólidos y logrados del taquillero actor. Al mismo tiempo, el joven River Phoenix en el rol del hijo y en ese entonces con solo 16 años entregó lo que hoy se considera como una de sus mejores interpretaciones ochenteras.
Texto: Daniel Valcarce
9
19 de diciembre de 2018
19 de diciembre de 2018
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Norman Rene fue un destacado director teatral que debutó en el cine en el año 1989 y sólo alcanzó a dirigir tres películas, antes de morir producto del Sida en 1996. Si bien su antecesor Bill Sherwood con su película “Parting Glances” (1986) fue el primero en introducir la temática del Sida en el cine, no fue hasta Norman Rene con su elogiada película debut “Longtime Companion” que se marcó todo un precedente al finalizar la década de los 80, ya que la temática del VIH-Sida se instaló en el cine de Hollywood, abriendo camino para otras cintas que desde distintas miradas abordarían el tema a lo largo de las décadas siguientes.
Considerando que para el verano de 1990 la entonces silenciosa y letal enfermedad ya habría cobrado unas 120.000 víctimas tan sólo en los Estados Unidos, “Longtime Companion” se atrevió a tomar su título en alusión a como el New York Times en los 80, se refería, en una forma “políticamente correcta”, a la pareja sobreviviente de alguien que moría de Sida cuando se publicaba el aviso de defunción en la sección necrológica del periódico. El término se traduce literalmente como “compañero de larga duración”, y es precisamente un título clarísimo para el tipo de amor, acompañamiento, lealtad y devoción que la cinta trata de comunicar, centrando su historia en un grupo de amigos y parejas que van sufriendo los implacables estragos de la enfermedad. Narrada en certeros fragmentos que abarcan desde los años 1981 a 1989, mismo periodo de mandato del conservador presidente republicano Ronald Reagan, la película destaca por una sensibilidad honesta y cercana al espectador, con un abanico de personajes provenientes de distintos estratos socio económicos en la ciudad de San Francisco, que ilustran desde diferentes perspectivas el avance de la epidemia en una comunidad de la que sólo unos pocos lograron sobrevivir.
Con todos sus méritos como una película indudablemente pionera en su temática, la cinta fue aclamada con elogios y distinciones al momento de su estreno, obteniendo un arrollador éxito de crítica y público. Se presentó en la prestigiosa sección “Una Cierta Mirada” del Festival de Cannes y ganó el premio del público en el Festival de cine de Sundance, llegando incluso a estar nominada al Oscar al mejor actor secundario y a ganar el Globo de Oro en la misma categoría por la inolvidable interpretación del actor Bruce Davidson, convirtiéndose en el legado de su director, fallecido a los 45 años producto de la misma enfermedad.
Texto: Daniel Valcarce
Considerando que para el verano de 1990 la entonces silenciosa y letal enfermedad ya habría cobrado unas 120.000 víctimas tan sólo en los Estados Unidos, “Longtime Companion” se atrevió a tomar su título en alusión a como el New York Times en los 80, se refería, en una forma “políticamente correcta”, a la pareja sobreviviente de alguien que moría de Sida cuando se publicaba el aviso de defunción en la sección necrológica del periódico. El término se traduce literalmente como “compañero de larga duración”, y es precisamente un título clarísimo para el tipo de amor, acompañamiento, lealtad y devoción que la cinta trata de comunicar, centrando su historia en un grupo de amigos y parejas que van sufriendo los implacables estragos de la enfermedad. Narrada en certeros fragmentos que abarcan desde los años 1981 a 1989, mismo periodo de mandato del conservador presidente republicano Ronald Reagan, la película destaca por una sensibilidad honesta y cercana al espectador, con un abanico de personajes provenientes de distintos estratos socio económicos en la ciudad de San Francisco, que ilustran desde diferentes perspectivas el avance de la epidemia en una comunidad de la que sólo unos pocos lograron sobrevivir.
Con todos sus méritos como una película indudablemente pionera en su temática, la cinta fue aclamada con elogios y distinciones al momento de su estreno, obteniendo un arrollador éxito de crítica y público. Se presentó en la prestigiosa sección “Una Cierta Mirada” del Festival de Cannes y ganó el premio del público en el Festival de cine de Sundance, llegando incluso a estar nominada al Oscar al mejor actor secundario y a ganar el Globo de Oro en la misma categoría por la inolvidable interpretación del actor Bruce Davidson, convirtiéndose en el legado de su director, fallecido a los 45 años producto de la misma enfermedad.
Texto: Daniel Valcarce

5,7
16.547
7
5 de diciembre de 2018
5 de diciembre de 2018
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
George Miller, el director australiano de “Mad Max” (1979), “Mad Max 2” (1981), “Mad Max, Más Allá de la cúpula del Trueno” (1985) y la más reciente “Mad Max, Furia en la Carretera” (2015), es uno de los pocos realizadores responsables de cada una de las partes que componen una saga completa. Sin embargo a fines de los 80, Miller quiso cambiar de registro alejándose de la acción de su saga y lográndolo con creces en la dirección de la sofisticada comedia fantástica “Las Brujas de Eastwick” (1987), adaptada de la novela del mismo nombre del famoso escritor norteamericano John Updike, y con un elenco de lujo para la época, que reunió al insuperable Jack Nicholson con tres grandes actrices ochenteras como son Michelle Pfeiffer, Susan Sarandon y Cher.
En una combinación de comedia oscura y brujería, “Las Brujas de Eastwick” desarrolla un inteligente guion donde tres mujeres amigas (una viuda, una divorciada y una abandonada por su esposo) fantasean en torno al encuentro con el hombre ideal, sin saber que al igual que en un aquelarre de brujas, sus deseos se volverán realidad en una suerte de conjunción mágica donde surgirá en su vidas la figura de un extraño, que con su hedonista seducción llevará a las mujeres a un escándalo de proporciones en el pequeño y conservador pueblo donde viven. De esta forma, la película desarrolla una interesante metáfora donde, a través de una historia de fantasía, se enfrentan los eternos poderes de lo pagano y lo religioso, y al mismo tiempo una lucha entre lo masculino y lo femenino. La película, enmarcada en los aún conservadores valores imperantes de la década de los 80, nos propone el triunfo casi épico, de un nuevo estilo de mujer autosuficiente y librepensadora, que a pesar de las seducciones masculinas y la aplastante moralidad que la rodea, quiere ser independiente y no estar sometida a la presencia de una represión constante, representada en la comunidad del pueblo de Eastwick, ni aplastada bajo una presencia patriarcal omnipresente, representada en el brillante personaje interpretado por Nicholson. Es en este sentido como “Las Brujas de Eastwick” no deja de ser una película que, en tono de comedia y fantasía, está impregnada de ese feminismo blanco tan típico de los 80.
Mención aparte merece la espectacular banda sonora compuesta por John Williams y nominada al Oscar y al Grammy a la mejor música original. Si bien John Williams pasará a la historia como el músico de Star Wars y de las películas de Spielberg, es en proyectos diferentes a su acostumbrada filmografía, tal y como es “Las Brujas de Eastwick”, donde más se puede apreciar una faceta diferente del afamado compositor.
Texto: Daniel Valcarce
En una combinación de comedia oscura y brujería, “Las Brujas de Eastwick” desarrolla un inteligente guion donde tres mujeres amigas (una viuda, una divorciada y una abandonada por su esposo) fantasean en torno al encuentro con el hombre ideal, sin saber que al igual que en un aquelarre de brujas, sus deseos se volverán realidad en una suerte de conjunción mágica donde surgirá en su vidas la figura de un extraño, que con su hedonista seducción llevará a las mujeres a un escándalo de proporciones en el pequeño y conservador pueblo donde viven. De esta forma, la película desarrolla una interesante metáfora donde, a través de una historia de fantasía, se enfrentan los eternos poderes de lo pagano y lo religioso, y al mismo tiempo una lucha entre lo masculino y lo femenino. La película, enmarcada en los aún conservadores valores imperantes de la década de los 80, nos propone el triunfo casi épico, de un nuevo estilo de mujer autosuficiente y librepensadora, que a pesar de las seducciones masculinas y la aplastante moralidad que la rodea, quiere ser independiente y no estar sometida a la presencia de una represión constante, representada en la comunidad del pueblo de Eastwick, ni aplastada bajo una presencia patriarcal omnipresente, representada en el brillante personaje interpretado por Nicholson. Es en este sentido como “Las Brujas de Eastwick” no deja de ser una película que, en tono de comedia y fantasía, está impregnada de ese feminismo blanco tan típico de los 80.
Mención aparte merece la espectacular banda sonora compuesta por John Williams y nominada al Oscar y al Grammy a la mejor música original. Si bien John Williams pasará a la historia como el músico de Star Wars y de las películas de Spielberg, es en proyectos diferentes a su acostumbrada filmografía, tal y como es “Las Brujas de Eastwick”, donde más se puede apreciar una faceta diferente del afamado compositor.
Texto: Daniel Valcarce

7,2
9.620
10
7 de agosto de 2018
7 de agosto de 2018
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El debut de Robert Redford como director en 1980 dejó claro que su sensibilidad actoral le serviría a la hora de conectarse con el aclamadísimo elenco protagonista de este drama familiar. La película nominada a 6 premios Oscar, no solo ganó 4 de ellos incluyendo mejor director, película, guion y actor secundario para Timothy Hutton con solo 19 años, sino que también conquistó 5 Globos de Oro, 2 Bafta, varios premios de la crítica especializada, y un sinfín de elogios que la calificaron como “magistral”. Redford, con 8 películas más como director, no ha vuelto a lograr el impacto de su brillante y aplaudido debut. “Gente Como Uno”, basada en la novela juvenil de Judith Guest, sigue siendo su más importante película y una de las más sólidas en la representación familiar norteamericana del cine de los ‘80.
La historia, enfocada principalmente en Conrad, un adolescente atormentado por la culpa generada a raíz de un trágico accidente, es una de las pocas que retrata con amargura y profundidad el fracaso del sueño americano de principios de esta década. Conrad en su búsqueda del amor maternal negado y el amor paternal redescubierto, representa una generación de desencanto juvenil que con el tiempo vendría a fijar el modelo a seguir de muchas películas más. La cinta es también una de las pocas de los ‘80 que logra humanizar la figura del psiquiatra, tantas veces demonizada o demasiado romantizada por el cine; logrando una química entre terapeuta y paciente pocas veces vista y claramente simbólica de esa incipiente confianza ochentera en los beneficios de la nueva psicología. Las heridas familiares retratadas en “Gente Corriente” hablan del inicio de una década que estará marcada por las apariencias y el materialismo, tan propios del modelo económico social norteamericano.
En un año 1980 de poderosas películas a cargo de grandes directores como “Toro Salvaje” de Martin Scorsese, “El Hombre Elefante” de David Lynch, "Tess" de Roman Polanski y “El Resplandor” de Stanley Kubrick, “Gente Como Uno” supo encontrar un merecido lugar en la historia. Con una acertada fotografía otoñal-invernal de los suburbios de Chicago, y una banda sonora intimista y marcada por el conocido Canon en Re Mayor de Johann Pachelbel, la cinta será siempre recordada como un conmovedor retrato familiar norteamericano que lentamente se desmorona en silencio, al igual que sus personajes.
Texto: Daniel Valcarce
La historia, enfocada principalmente en Conrad, un adolescente atormentado por la culpa generada a raíz de un trágico accidente, es una de las pocas que retrata con amargura y profundidad el fracaso del sueño americano de principios de esta década. Conrad en su búsqueda del amor maternal negado y el amor paternal redescubierto, representa una generación de desencanto juvenil que con el tiempo vendría a fijar el modelo a seguir de muchas películas más. La cinta es también una de las pocas de los ‘80 que logra humanizar la figura del psiquiatra, tantas veces demonizada o demasiado romantizada por el cine; logrando una química entre terapeuta y paciente pocas veces vista y claramente simbólica de esa incipiente confianza ochentera en los beneficios de la nueva psicología. Las heridas familiares retratadas en “Gente Corriente” hablan del inicio de una década que estará marcada por las apariencias y el materialismo, tan propios del modelo económico social norteamericano.
En un año 1980 de poderosas películas a cargo de grandes directores como “Toro Salvaje” de Martin Scorsese, “El Hombre Elefante” de David Lynch, "Tess" de Roman Polanski y “El Resplandor” de Stanley Kubrick, “Gente Como Uno” supo encontrar un merecido lugar en la historia. Con una acertada fotografía otoñal-invernal de los suburbios de Chicago, y una banda sonora intimista y marcada por el conocido Canon en Re Mayor de Johann Pachelbel, la cinta será siempre recordada como un conmovedor retrato familiar norteamericano que lentamente se desmorona en silencio, al igual que sus personajes.
Texto: Daniel Valcarce

7,2
23.335
7
7 de septiembre de 2018
7 de septiembre de 2018
Sé el primero en valorar esta crítica
Si bien los hermanos Joel y Ethan Coen han desarrollado casi la totalidad de su aclamada carrera en los 90, y en todo lo que va del 2000 hasta llegar a la actualidad, fue justo en medio de los 80 cuando debutaron con su primera película llamada “Simplemente Sangre” (1984). Hecha con un presupuesto reducido, los Coen presentaron su filme debut en importantes festivales como Cannes, Nueva York y Toronto, logrando finalmente llevarse el gran premio de la crítica en el prestigioso Festival de cine independiente Sundance. De ahí en más, el prolífico dúo de hermanos ha estado cargo de la dirección, producción y escritura de una veintena de elogiadas películas, cosechando importantes premios como el Oscar y la Palma de Oro, entre varios otros.
“Simplemente Sangre” tiene un destacado lugar en el cine norteamericano de los 80 por ser una película que logra revitalizar los códigos del cine negro con un talento en la construcción del lenguaje visual pocas veces visto. El color, la iluminación y el dinámico uso de la cámara se conjugan a la perfección en una brillante puesta en escena neo-noir que sorprende con un guion que juega con las situaciones, llevando a los personajes a situaciones extremas e inesperadas, en una suerte de puzle pasional casi impredecible al espectador. Con un escalofriante y creciente suspenso, una estilizada violencia, y privilegiando el poder de la imagen por sobre el diálogo, “Simplemente Sangre” se instala en la filmografía Coen con un sello definido y fácilmente reconocible, que constantemente explota la dirección de fotografía y se vale de una inteligente banda sonora para lograr una efectiva combinación. En ese sentido, es muy importante la doble presencia de Barry Sonnenfeld (en la fotografía) y Carter Burwell (en la música original), quienes a partir de esta película debut se convertirían en dos eternos y fundamentales colaboradores de los hermanos Coen.
Ambientada en Texas, y con un título tomado de una novela policíaca, que hace alusión a un estado mental de constante miedo y locura después de haber cometido un asesinato, “Simplemente Sangre” marcó no solo el debut de los hermanos Coen, sino también de la actriz (y esposa de Joel Coen) Frances McDormand, quien se convertiría en la futura protagonista de varias de las películas Coen. La crítica especializada la ha revalorizado como una de las películas neo-noir más importantes y representativas de la década de los 80, y en el año 2016 fue completamente restaurada con la moderna tecnología 4K, para el regocijo cinéfilo de las nuevas generaciones.
Texto: Daniel Valcarce
“Simplemente Sangre” tiene un destacado lugar en el cine norteamericano de los 80 por ser una película que logra revitalizar los códigos del cine negro con un talento en la construcción del lenguaje visual pocas veces visto. El color, la iluminación y el dinámico uso de la cámara se conjugan a la perfección en una brillante puesta en escena neo-noir que sorprende con un guion que juega con las situaciones, llevando a los personajes a situaciones extremas e inesperadas, en una suerte de puzle pasional casi impredecible al espectador. Con un escalofriante y creciente suspenso, una estilizada violencia, y privilegiando el poder de la imagen por sobre el diálogo, “Simplemente Sangre” se instala en la filmografía Coen con un sello definido y fácilmente reconocible, que constantemente explota la dirección de fotografía y se vale de una inteligente banda sonora para lograr una efectiva combinación. En ese sentido, es muy importante la doble presencia de Barry Sonnenfeld (en la fotografía) y Carter Burwell (en la música original), quienes a partir de esta película debut se convertirían en dos eternos y fundamentales colaboradores de los hermanos Coen.
Ambientada en Texas, y con un título tomado de una novela policíaca, que hace alusión a un estado mental de constante miedo y locura después de haber cometido un asesinato, “Simplemente Sangre” marcó no solo el debut de los hermanos Coen, sino también de la actriz (y esposa de Joel Coen) Frances McDormand, quien se convertiría en la futura protagonista de varias de las películas Coen. La crítica especializada la ha revalorizado como una de las películas neo-noir más importantes y representativas de la década de los 80, y en el año 2016 fue completamente restaurada con la moderna tecnología 4K, para el regocijo cinéfilo de las nuevas generaciones.
Texto: Daniel Valcarce
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