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Críticas 395
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
19 de septiembre de 2015
4 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tenía curiosidad por ver este último film (por ahora) de Andrei Konchalovsky, por el que además recibió el león de plata en Venecia al mejor director. “El cartero de las noches blancas” es su homenaje, su mirada, a una Rusia casi anclada en el tiempo, el lago Kenozero, rodada a modo de documental, con actores no profesionales, modestia en medios y olvidándose del cine más convencional. Porque la carrera de Konchalovsky tiene de todo, de lo mejor y de lo peor.
Guionista de excepción empezó siendo un director no demasiado conocido en España por sus primeros títulos, bueno, ni tampoco en su Rusia natal donde tuvo problemas con la censura y algunos films fueron cortados o directamente prohibidos. Su “boom” se produjo a nivel internacional con su notable epopeya “Siberiada”, que fue premiada en Cannes. Durante casi una década se traslada a Estados Unidos, trabajando para la Cannon Films y dándole los títulos más respetables de esta factoría. Luego le suceden trabajos “comercialoides” de baja calidad, producciones televisivas y su posterior retorno a su añorada Rusia con un cine más íntimo. De familia de alto linaje, volcada en la rama artística, posee una gran formación y un buen sentido tanto estético como poético, aunque no siempre la crítica más exigente no se lo ha sabido valorar, por eso, al cabo de tanto tiempo, quería ver en qué momento se encontraba.
Y también por eso he titulado este comentario con este título, “Perdóname, amor”, de Luis Valdivieso, una curiosa perla hispana y bizarra, con una racial María Jiménez y Pepe Sancho, porque aún no entiendo cómo no se daba cuenta Konchalovsky de que la película se le iba de las manos. Para mí es un enigma como ha caído en una trampa tan de principiante o autor endiosado, cosa que no creo que sea ni se sienta así. No soy súper fan suyo, pero le aprecio y me resulta doloroso a estas alturas darle un palo, pero no me queda otra.
Se nota su dominio sensorial, el uso de la escueta pero atractiva banda sonora… se palpa modestia. Pero, a excepción de la relación del cartero con el chaval, sus tramas como sus personajes me resultan plomizos y aburridos, una dirección demasiado “ombliguista” en una mortecina propuesta y que ralentiza el tiempo innecesariamente. Creo que ha sido una hora y media de las más interminables que recuerdo últimamente en el cine. Por ese motivo no la recomendaría, aún a sabiendas de que posea algunos aciertos, porque se me derrumba desde su primer tercio y me resulta tanto fatigosa como embarazosa.
A modo de curiosidad señalar que en la película hay una escena donde los personajes comentan que van a emitir por televisión “Un hombre y una mujer” de Lelouch. Se ve que incluso en territorios lejanos y bastante humildes la cultura no se ha perdido, porque no sé desde hace cuántos años la televisión pública española no emite ningún clásico europeo, ni siquiera doblado. Quizás sea un motivo más a recriminar a los directivos del ente público, que no sé cómo no se les cae la cara de vergüenza al tenernos viviendo en la ignorancia. Y me temo que como no sea por exigencia de la UE así seguiremos.
28 de abril de 2018
3 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo primero que me sorprende de “Knight of Cups” es que no se haya estrenado comercialmente en las salas de España. Independientemente de la supuesta acogida que hubiera tenido en taquilla, con un reparto como el que tiene y viniendo de un director que cuenta con adeptos, responsable de una de las pocas obras maestras que este nuevo siglo ha dado, como es “El árbol de la vida”, hubiera merecido su estreno. Esto hecho tan garrafal es un fiel reflejo cultural de nuestro país, cada vez más cicatero y recalcitrante, en el que no se duda estrenar mierda a granel antes que películas de autor. Esta imperdonable censura cultural boicotea que el espectador pueda seguir la trayectoria de este polémico director, dando preferencia a subproductos para descerebrados. Y claro, lógicamente luego nos quejaremos que la gente cada vez, de entrada, no se sabe comportar en una sala de cine, comiendo chucherías como cerdos o hablando como si estuvieran en el salón de casa y con el móvil encendido. Y ya mejor ni hablemos de su nula apreciación artística...

Y es que “Knight of Cups” podrá gustar o no, el espectador es libre de apreciarla o despreciarla como con cualquier film, pero mucho más en esta ocasión teniendo en cuenta que es de Malick, el cual levanta pasiones extremas de todo tipo, pero para mí tiene al menos una serie de valores que la libran de la mediocridad a la que el cine en estos años nos tiene acostumbrados.

A partir de este momento nos sumergimos de lleno en un terreno de lo más personal, afirmando que con esta película su director se recupera del que para mí fue su desliz, “To the Wonder”, la única que considero fallida de su autor, afirmación que indignará a los borreguitos que consumen cine, que no a los cinéfilos. Por muy duro o elitista que suene es así. Porque ya está bien de pretender justificar lo injustificable o respetar a los que arremeten contra lo diferente o personal, sin medir su virulencia a base de prejuicios.

“Knight of Cups” está dividida en varios bloques que se relacionan entre sí, alternando su narrativa. Es algo que ya había hecho anteriormente y aunque no se parezca “a priori”, hay paralelismos que se pueden establecer con el “8 y medio” de Fellini con esta historia de guionista en crisis de identidad.

En esta ocasión Malick no se estanca, bucea, va de un extremo a otro. Las referencias cinematográficas van desde a “Solaris” de Tarkovski a “Zabriskie Point” y a mucho del cine de Antonioni. Al principio del film se nos advierte que para mayor disfrute pongamos el volumen alto... recomendación algo fuera de lugar, no hacía falta, sobre todo porque parecía una recomendación algo macarrónica en un mundo saturado de ruidos, y ni decir que si su banda sonora hubiese sido heavy metal los vecinos, como siempre, hubieran sido los más prejudicados. Aquí el recital audiovisual es estremecedor, combinando todo tipo de música, en una banda sonora de Hanan Townshend que se alterna con casi medio centenar de temas, unos cuidados efectos de sonido, maravillosas localizaciones, un montaje de lo más vivaz y, sobre todo, una portentosa fotografía de Emmanuel Lubezki, uno de los mejores del mundo y que por este trabajo hubiera merecido al menos una nueva nominación. Repetimos, es algo que casi aturde. Por ello conviene reseñar que no es un largo anuncio publicitario. El llegar a esa conclusión implica no tener ni idea de lo que se habla. La publicidad ha robado técnicas, escenas de otros films y está, en su mayoría de ejemplos, hueca, no hay nada detrás. No es el caso de “Knight of Cups”. Distinto es que muchos intenten emularle pero nunca van a llegar al nivel de Malick. Todo se nota que está pensado y con intenciones, unas intenciones que pueden, a veces, escapar de control, pero que nunca son gratuitas. Le pasó desde “Malas tierras” o con su segundo largometraje, “Días del cielo”, que muchos se quedaban apreciando su envoltorio sin atisbar que había mucho más detrás. Es el sello creativo que se está forjando su director, que posee una identidad propia hoy por hoy, y que a mí, aunque patine, me interesa más que el triunfo mediocre de otros.

El uso excesivo de la voz en off o reiteraciones a la hora de plasmar las relaciones de los personajes puede que le resten puntos para llegar a ser redonda, pero sus dosis de riesgo y su capacidad poética es innegable. A estas alturas es uno de los directores más personales del cine:

Poco sabemos de su vida personal, no concede ni entrevistas ni quiere ser fotografiado, cuenta con el máximo respeto de sus compañeros que han hecho retratos de una América nada convencional (de Coppola a Scorsese, pasando por Ashby o Mazursky). El hecho de haberse dedicado no solo a estudiar filosofía en Harvard o en Oxford, si no a dar clases o trabajar como reportero para revistas como “Life” o “The New Yorker” y desaparecer durante casi dos décadas del panorama cinematográfico le hacen especial, no es que pretenda serlo de una forma impostada. En un futuro parece que se adentrará en el mundo del documental.

Y hay mucho más que decir, sea de trabajar sus estructuras narrativas o de sus actores, los cuales sirven perfectamente a sus intenciones, a veces con planos que dan intenciones en varios segundos. Podríamos hablar más incluso del guión en esta película y de sus posibles interpretaciones. Con sus más y sus menos, creo que se trata de un buen film, que no comprendo como esa masa inmunda que es el submundo de los críticos, cada vez más sospechosos de sobornos o de dejarse influir por modas, desde hace años, le ha dado la espalda. Cualquier aficionado al cine no debe fiarse de ellos y debe seguir el rastro a uno de los cineastas más interesantes de la actualidad.
24 de enero de 2025
26 de 54 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando un usuario afirma que alguna película es “una obra maestra” debería puntuarla con un 10. Con tal afirmación dar un 7 o un 8 quiere decir que es notable, incluso con un 9 que se trata de un film excelente, pero una obra maestra impepinablemente es de 10. Es como decir que es perfecta y darle un 8. Aparte de contradictorio es absurdo.

Y aunque me caigan todos los palos del mundo, para mí, “The Brutalist” es una obra maestra, ya que también es la mejor película que he visto en el cine en muchos años. Cierto es que me falta reposarla, acabo de verla hoy, día en que se ha estrenado al fin en cines, pero también he de aclarar que se ha adelantado a su época. Tendrá que venir una ola de gente que devora cine por internet (no necesariamente cinéfilos) que no la paladee y la infravalore, luego pasará a ser leyenda y a la par será pateada e incomprendida por “haters” (sobre todo si corre buena suerte en la ceremonia de los “Oscars” y se lleva los “Oscars” más importantes). Y será cuanto menos dentro de una década cuando quizás empiece a ser apreciada por más espectadores como lo que es, una obra maestra, cosa a la que no estamos acostumbrados a presenciar en los cines ante tanta morralla que nos ha atrofiado el cerebro, y que para colmo tampoco pertenece a un cine de masas. Nunca será querida por el “gran público” como lo es por ejemplo “Forrest Gump”, pero es de esos títulos que nos unen al mejor cine que cada vez, con mayor dificultad, podemos ver en la pantalla.

A mí me ha pillado por sorpresa y puede que comentarios como el mío creen una expectación que luego no se cumpla. Pero lo siento, es lo que pienso. Y al igual que a “The Brutalist” le pasará anteriormente le ha ocurrido a películas que en su día que no recibieron su justo reconocimiento y hoy son clásicos indiscutibles, al menos por gente con formación y gusto.

“The Brutalist” cuenta con un presupuesto aproximado de unos diez millones de dólares, bastante poco para lo que se suelen gastar en una producción en Hollywood e incluso en Europa. Eso sí, muy bien aprovechado, luce muy bien. De ahí también esa falsa polémica que se está gestando en estos días sobre la utilización de la Inteligencia Artificial con la que han contado, perfectamente llevada a cabo y que sin ella hubiera sido prácticamente imposible de rodar. No ya sin ser una costosa producción, es que además hubiera repercutido en su credibilidad. Además otras producciones, algunas de ellas muy valoradas y con “Oscars”, también lo han utilizado anteriormente y a nadie había preocupado.

Es de bien nacidos ser agradecidos e indicar que la película está dedicada al excelente músico Scott Walker con quien su director, Brady Corbet, había colaborado en sus dos largometrajes anteriores teniendo un fuerte nexo de amistad: en su buen debut “La infancia de un líder” y en “Vox Lux: el precio de la fama”. Brady Corbett, conocido hasta ahora más como actor que como director, da en la diana por completo, logrando una labor excelente, a todos los niveles y demostrando que es un autor con mayúsculas, con una madurez y un dominio poco común para sus 36 años.

La película ha sido rodada enteramente con el sistema VistaVision, que hace más de seis décadas fue engullida por el CinemaScope y por otras de pantalla panorámica, siendo “Mis seis amores” (1963), una comedia para nosotros no muy conocida de Gower Champion, la última que lo utilizó para su total metraje. La fotografía de Lol Crawley (en 70 mm) es magnífica.

Para el personaje protagonista y ficticio de László Tóth se ha escogido a Adrien Brody, que renace de sus cenizas desde que triunfara con “El pianista”. Su trabajo es impresionante. Aclaro lo de personaje ficticio ya que uno de los László Tóth que existieron fue el geólogo, un tarado impresentable, “terrorista del arte” y que en 1972 destrozó a martillazos parte de La Pietá de Miguel Ángel.

Sus compañeros de reparto están fabulosos, sobre todo Felicity Jones como Erzsébet, un impresionante Guy Pearce como Harrison y Raffey Cassidy como Zsófia, estos dos últimos, creo, en las mejores composiciones de sus carreras. Alessandro Nivola y Michael Epp, como Attila y Jim respectivamente, también merecen mencionarse. Es que realmente es un trabajo de actores sin desperdicio.

La banda sonora de Daniel Blumberg, el vestuario de Kate Forbes, su dirección artística, su sonido, sus efectos de sonido... logran un excelente nivel. Mención aparte para el emblemático montador, Dávid Jancsó, no ya por su estupenda labor sino por ser pieza fundamental en la contribución al perfecto húngaro que oímos en la película.

El guion de Brady Corbet y su pareja, Mona Fastvold, que ahora debutará como directora, a pesar de ser denso es magnífico, plagado de capas, muy bien documentado, donde se nos habla de muchas cosas y se atan con gran limpieza. Algunos la relacionan con “El manantial” de Vidor, quizás porque esa obra maestra también gira alrededor de un arquitecto. Yo, aunque adoro ambas, no veo mucho más que eso como nexo de unión.

No hay que tener miedo a que su duración sea de tres horas y media. Como bien decía Scorsese cuando le preguntaban por la duración de sus últimas películas similar a esta, él recordaba que mucha gente se hacía maratones de series y eran capaces de ver cuatro o hasta cinco capítulos de una hora seguidos. No veo la diferencia. Además la longitud, si está justificada y bien hecha no es ningún impedimento, porque “The Brutalist” tiene un buen puñado de secuencias maravillosas, imposible de desgranar en el espacio que nos queda, y que ya pertenecen a la historia del cine.

Y además su obertura, intermedio, epílogo y créditos finales nos retrotrae a un cine ya desaparecido, de producciones a las que el público acudía encantado e incluso las apreciaba, relacionándolas con despliegue y glamour, como si fuera una ópera o películas de empaque, como podían ser la primera versión de “Lejos del mundanal ruido” de Schlesinger o “Guerra y paz” versión de Vidor, entre muchos ejemplos.
6 de diciembre de 2024
37 de 78 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde luego hay que tener un arrojo fuera de lo común, no sólo para concebir un proyecto tan inusual como arriesgado como es “Emilia Pérez”, si no que además de ser una producción francesa, rodarlo con actrices que no son del país, fuera del territorio nacional, en otra lengua como el español y encima proponerla para los “Oscars” representando a Francia, para que luego digan que son los más chovinistas. Es todo una señal de la seguridad que tienen en sí mismos y del buen criterio, aunque no sea una película comercial “al uso”. Enseguida el cine español iba a ponerse a rodar una en italiano, por ejemplo, sin ninguna actriz nacional y permitir que nos representara en los “Oscars”.

Claro, que para semejante producción tan descabellada, han hecho falta reunir a más de una docena de productores (como los belgas los hermanos Dardenne) y ser Audiard en uno de ellos. Porque, dicho sea de paso, Jacques Audiard, a sus 72 años, rezuma más vida y dosis de riesgo que muchos jóvenes que ya quisieran tener su audacia y valía, es además de guionista y director, uno de los autores más versátiles, analíticos y contestatarios del momento, aunque no sea apreciado por los más académicos ni el público más convencional. Es más, los prejuiciosos le acusarán de oportunista, sin importarles el recorrido tan difícil que ha superado hasta culminarlo con esta, por ahora, su última película, por la que se llevó el premio a la mejor actriz (ex aequo para sus cuatro protagonistas) y el premio especial del jurado en Cannes.

Con todo esto no quiero decir que “Emilia Pérez” haya salido perfecta ni mucho menos. Era muy difícil lograr el salto sin red y salir indemne, pero viendo el recibimiento tan tibio que muchos le están rindiendo (al menos por estas latitudes) y esa incapacidad para entrar en su planteamiento, porque se revuelven ante una propuesta original, en el fondo me indigna tanta miopía y me hacen insistir en el mérito que ha supuesto en llevarla a cabo.

La dirección de Audiard es férrea. En todo momento lleva la película donde quiere y aprovecha todo cuanto está a su alcance.

Esta especie de musical no es un musical que acostumbramos ver en cine, con “cancioncitas” pegadizas insertadas para agradar. Es una historia dramática, imprevisible en su transcurso, siguiendo más la línea de espectáculo teatral, más cercano al teatro- cabaret de Kurt Weill que a Damian Chazelle (gracias a Dios). En esta ocasión tanto sus coreografías como sus melodías no están pensadas para lucimiento de grandes voces ni bailarines estupendos aunque estén muy bien ejecutadas. Están muy bien pensadas y no rompen la acción, manteniendo la atención.

Su trabajada banda sonora es notable, así como su fotografía (con espléndida iluminación) que en todo momento ayuda al encadenamiento de escenas, su vestuario y su dirección artística.

Antes de pasar a la zona “spoiler” mencionar la muy destacada actuación sobre todo de Karla Sofía Gascón, el pilar fundamental, y Zoe Saldana en uno de sus trabajos más diferentes pero dando oportunidad a mostrar un sentido de la verdad que no siempre ha tenido ocasión de lucir.

Para mí ha sido un balón de oxígeno comprobar que en la actualidad, a veces, aunque haya una disconformidad generalizada, el cine sigue dando muestra de que puede resultar que avanza y da ciertos logros que nos abren nuevos territorios para explotar. Además me alegra que en un sector tan presuntamente “machirulo” y violento como el de los carteles de la droga la película haya sentado como una mismísima patada en los cojo...

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La labor de Adriana Paz no es mala, es correcta, pero no la he mencionado antes porque su papel, menor, no la coloca a la altura de sus compañeras. En el caso de Selena Gómez, es una pena que Audiard en su guion no haya justificado que su español era muy flojo. No es culpa de ella, pero con un par de líneas aludiendo que ella se crió en Estados Unidos o que vivió poco tiempo en México, no sé, supongo hubieran bastado, pero no intentar hacer la vista gorda como que nadie nota nada.

La historia de amor que surge entre Emilia y Epifanía está traída por los pelos. Entre tanto jaleo, no nos han descrito lo suficiente a Emilia Pérez. No sabemos nada más de su tendencia sexual ni de sus sentimientos, y es una pena porque nos quedamos con las ganas, porque es un personaje intenso e interesante, como el de Rita.

También hay un momento muy bueno, entre muchos, como hacía Noémie Merlant en “Tar” cuando daban el curriculum de Lydia Tár al principio, que se lo sabía de memoria, Zoe Saldana, moviendo sus labios mientras oímos a otro personaje, su compañero el abogado, y que formidable manera nos resume la valía de Rita como letrada, infravalorada y que está a la sombra del “portavoz” estrella en el juicio.

La secuencia final es un acierto. Al estar desarrollándose en México parece haber sido inspirada por Luis Alcoriza: la bondadosa Emilia, con réplica de una virgen con su mismo rostro, es paseada a modo de santa entre el fervor popular.

No me extraña que Madonna o Alaska hayan caído rendidas ante “Emilia Pérez”, porque con semejantes ingredientes era inevitable, pero no piensen que, porque su punto de partida suene divertido o casi demencial, sea un film apto también para toda clase de admiradores del cine “queer” o “trans”. Porque tampoco. Y es que en el fondo “Emilia Pérez” tiene más de experimental o transguesora de lo que pueda aparentar. De ahí también su rechazo. Y de ahí también su mejor carta de recomendación entre los entendidos en artes escénicas, porque si insistimos en la palabra teatral los más profanos lo puedan llegar a entender como “impostado” o falso y es que por ahí no van los tiros, ni siquiera los que se pegan en la acción.
16 de julio de 2021
6 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ya estrenó Netflix la trilogía de “La calle del terror”, la primera entrega ambientada en 1994, la segunda en 1978 y la tercera en 1666, basadas en relatos de R. L. Stine y dirigidas por Leigh Janiak. Parece mentira que el invento haya sido aceptado positivamente por los televidentes, como reflejan la mayoría de las votaciones de la supuestamente “prestigiosa” Rotten Tomatoes. Menos mal que en FilmAffinitty la disparidad en su acogida es más pronunciada, con lo cual sale ganando en fiabilidad. Que podía funcionar en audiencia era un hecho claro, pero no merece mayor comentario en ese aspecto, ya que, cada día más, las plataformas saben vender sus productos a un público, en su mayoría, muy jóvenes y poco cinéfilos.

“La calle del terror” es mediocre. Toma prestadas demasiadas cosas de films ya hechos (y mejores) y no es en ningún momento un homenaje, es un remozado en aceite muy usado, con mucha trampa y cartón, que si se quiere, se pone el automático y se devora, sobre todo su segunda entrega que es la mejor de las tres, aunque no pase de meramente correcta, pero la saga carece de nervio, de intriga (aunque haya muchas justificaciones de boquilla en su guion para que todo case) y no muestra gran talento en ningún aspecto. Eso sin contar con los plagios en su banda sonora, donde hay veces que parece que han puesto directamente la banda sonora de “La profecía” de Jerry Goldsmith.

Lo peor de su primera entrega es que está enfocada a un público “prepúber”, con personajes demasiados aniñados, demasiado pequeños para enganchar a un público experimentado. Que su protagonista sea lesbiana, para un público infantil de la América profunda, puede que sea un signo de modernidad o “renovación”, aunque realmente no era esencial. Al menos en la segunda entrega, la media de edad es algo superior y no te suena tan forzado. Dejémoslo así. Es como si “Los Goonies” o los niños de “Súper 8” se metieran en una aventura “slasher”. Ridículo. En su segunda entrega parece que, por suerte, se inspiraron más en “Viernes 13” que en “Los albóndigas en remojo” y el pego lo dan más. La tercera es una función de colegio, donde de nuevo decae su credibilidad. Se reúnen a todos, y como si se tratara de un remedo de “La bruja”, de Robert Eggers, en un decorado que parece un parque temático y con una ambientación patética, sin polvo ni suciedad, todo limpísimo, se nos van dando todas las claves para comprender las maldiciones ocurridas y el motivo de todo el embrollo.

En resumidas, la saga no es recomendable, que no les engañen. Quien quiera ver un film de terror o “slaher”, terror o “gore” tiene donde elegir, tanto en primera clase, como en serie B o en serie Z. Este sucedáneo tan impersonal como previsible, está trazado por y para la peor televisión. El “cásting” de Carmen Cuba, como decíamos, tanto en su primera entrega como en la tercera es malo, siendo la más destacable de la segunda entrega Ryan Simpkins en el papel de Alice.

Todo lo generado bajo estos parámetros pueden ser más, o posiblemente, menos entretenido, pero no deja de ser de consumo rápido y en consecuencia, demasiado caro en su presupuesto para lo que contienen, como dicho sea de paso, “La clásica historia de terror”, de Roberto De Feo y Paolo Strippoli, también estrenada en estos días en Netflix, plagia lo que le da la gana y su calidad deja mucho que desear, alejándose de cualquier serie (o miniserie) de televisión de calidad, que las hay, y cada vez más, de quitarse el sombrero.

En fin. Esperemos que esta moda no se imponga porque convertirán el terror, y sobre todo al “slasher” en algo tan común y vulgar como un videojuego, acostumbrando a los más “peques” de la casa a una violencia inusitada y sin el verdadero disfrute de lo que es el género, con la consecuencia de que los convertirán en psicópatas de pacotilla al carecer tanto de paladar como formación.
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S P O I L E R

El tercer capítulo en realidad es el más corto, ya que luego se le incluye un largo epílogo de más de una hora y que transcurre en la actualidad, acabando harto el espectador del centro comercial, de las “explicaciones visuales” de los espacios donde todo se ha desarrollado y de los “gags” que se le insertan. Encima de que no asusta, que metan personajes que hagan chistecitos, dan al traste con lo que se ha planteado.

Mencionar que “los malos” que persiguen a los protagonistas en la primera entrega, así como al final del tercer capítulo, más que fantasmas o espíritus que vuelven a la vida, parecen superhéroes de cómics, siendo el más inquietante el niño con careta y bate de béisbol. La influencia Marvel no les ha ayudado en absoluto y parecen casi una parodia de “La liga de los hombres extraordinarios”.

En el tercer capítulo llama la atención, que excepto el personaje de McCabe Slye, Thomas, el loco (que para eso es el instigador de la función), todos lucen dentaduras fantásticas y retocadas, en pleno 1666.

Señalar por último que el que la trilogía vaya hacia atrás en el tiempo es para esconder los fallos que tienen sus guiones. Si se hubiera presentado al revés, no depararía ninguna supuesta sorpresa y todo sería más previsible.

Aclarar que la media de los tres capítulos, aunque el segundo sea el único que apruebe por los pelos, no me da para el aprobado de la saga.
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