Haz click aquí para copiar la URL
Críticas de Anibal Ricci
<< 1 60 68 69 70 71 >>
Críticas 354
Críticas ordenadas por utilidad
8
1 de mayo de 2016
8 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película que obtuvo la Palma de Oro en Cannes 2013. Las tres horas del metraje se dejan ver sin contratiempos debido a que la cámara nos ubica a centímetros de los acontecimientos, expectantes de cada gesto de la protagonista, su expresión de ojos o de su boca, o de como juega con su cabello. Adele tendrá diecisiete años al comienzo y seguiremos su vida durante unos cinco años más. El acierto del director es jamás perder el punto de vista, situándonos en todo momento en la mente de una adolescente. La temática de los diálogos es similar a cualquier conversación juvenil, nada muy profundo, aunque Emma (varios años mayor) busca estabilidad en la relación y en sus planes futuros respecto a la pintura. Adele, en cambio, sólo vive el presente y lo único que le importa es el amor (adolescente en todo caso). Hay diferencia de clases en las respectivas familias de la pareja, pero el director no profundiza en aquello, como tampoco en el mundo gay que apenas esboza. La verdad, el guion es bastante simple y no tiene grandes giros, sorprende la ausencia de concisión, todo es explícito, pero convengamos, la actuación de la protagonista nos roba miradas, por lo que la falta de elipsis se perdona. La comprensión del filme no requiere de intelecto, simplemente nos invita a dejarnos llevar por las emociones. Lo que le ocurre a Adele corresponde en su mayoría al ámbito privado, la experimentación sexual en particular. Hay extensas escenas de sexo, bastante frontales, filmadas con maestría y alejadas de lo pornográfico. Fluyen dentro de la historia debido a una complicidad perfecta de las actrices (Adele Exarchopoulos y Lea Seydoux) que nos convencen en todo momento de que las emociones son reales e incluso nos enamoramos de estas dos chicas.
Anibal Ricci
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
8
31 de octubre de 2020
4 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una buena película de terror, de guion sólido, que asusta al mostrar una realidad todavía más asfixiante que los eventos sobrenaturales.

Bol y Rial son una pareja que viene escapando de la violencia entre tribus rivales de su Sudán natal. La mujer (Rial) lleva una muñeca consigo, todo parece una pesadilla, mientras en la realidad una comisión determinará que les darán asilo político, por su calidad de refugiados, si cumplen unas estrictas normas.

«Somos buenas personas», responde sumisamente Bol a la comisión, y los trasladan durante la noche a una vivienda ruinosa en las afueras de Londres. La casa no es tan pequeña para dos personas, pareciera que por fin encontraron un hogar.

La secuencia de los inmigrantes cayendo al agua es dantesca, el bote avanza, mientras los cuerpos van quedando atrás, hundiéndose en las profundidades. Perfecto contrapunto a los tintes ocres del desierto, que más adelante develará sus horrores.

El director utiliza acertadamente los efectos de luz prendida y apagada, la luz del desierto versus la oscuridad del mar. La imaginería de los habitantes tras las paredes, imponiéndose en primeros planos, es muy eficiente y el merodear de las sombras entre muros azules (el color frío del nuevo país) termina por construir una atmósfera amenazante.

Otra escena dantesca nos muestra a la pareja esquivando a las milicias de la tribu adversaria, ya han masacrado a toda la familia y se siente el olor de la sangre derramada en esos flashbacks marcados por una música especialmente dramática.

La mezcla entre la realidad incomprendida del refugiado, enlazada con las imágenes de espectros que arrastran desde Sudán, deriva en un intrincado y perturbador derrotero hacia el infierno.

Rial y Bol deberán aprender a convivir con sus fantasmas, no tenerles miedo, nada puede ser peor que las matanzas de su tierra natal. Al fin y al cabo, ser habitantes sumisos en una nueva patria inhóspita, sólo será un mal sueño que borrará los horrores de pesadillas ancestrales.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Anibal Ricci
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
7
3 de noviembre de 2020
3 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una película necesaria para los tiempos que corren, en años donde las protestas callejeras se multiplican en todos los rincones del planeta, sea en el primer mundo (chalecos amarillos en Francia; disturbios raciales en EEUU) o en los países tercermundistas (estallido social en Chile; guerra civil en Bolivia; protestas ante ajustes económicos en Ecuador). Son sólo ejemplos, como los violentos enfrentamientos con la policía en Ucrania, revueltas sociales cada vez más frecuentes dada la publicidad de estos eventos vía redes sociales que captan imágenes en el instante y las dispersan por todo el globo.

El director mexicano sigue al dinero, pero el papel moneda surgió hace mucho tiempo, introducido por los chinos en el siglo VII, en Europa recién se utilizaría diez siglos más tarde. El dinero existe antes del surgimiento del capitalismo, pero con el correr de los siglos, el poseedor de una gran fortuna pasa a formar parte de la élite y se inmiscuye en el funcionamiento de los Estados. El dinero es un símbolo de estatus, en las últimas décadas ya no se persigue los bienes que puede comprar, sino que se persigue el dinero en sí mismo. Esto ha ocurrido en los sistemas de libre mercado, como también en los de economía planificada, las oligarquías existen en todos los rincones y Michel Franco da cuenta del poder del dinero (como si fuera fruto del narcotráfico). Da lo mismo de donde provenga, el dinero corrompe absolutamente.

«Nuevo orden» no especifica cual es el origen de la revuelta social, la intuimos por el ataque de pobladores y de la propia servidumbre, asaltando violentamente una mansión de una familia de elite. Los asaltantes recaudan el dinero y dan muerte a los patrones, el espectador debe entender que las diferencias económicas entre esas dos clases han sobrepasado los límites. Los eventos transcurren en México, un país neoliberal que apenas dedica el 7% del PIB a gasto social, lo que en una lectura facilista culparía al capitalismo de todos los males.

Pero estas revueltas sociales ocurren también en Francia, que dedica un 35% del PIB a cuestiones sociales, un país de capitalismo mixto o social demócrata, muy alejado de lo que sería uno de corte neoliberal. En Francia el Estado es responsable del 55% del Producto Nacional y sin embargo surgen los chalecos amarillos, coordinados a través de redes sociales, como muchos otros grupos que surgen espontáneos.

Otro interesante apunte de Michel Franco es que plantea la violencia como un estado de estrés. Al director, hay que subrayarlo, no le interesa dar un origen al estallido social, simplemente muestra la violencia desbordada en las calles y como la población va irrumpiendo en las casas de los ricos. Esa guerra civil deviene en un punto álgido que no puede durar indefinidamente y la violencia cesa de golpe con las Fuerzas Armadas estableciendo un toque de queda y disparando a quema ropa. Una violencia reemplaza a la otra y surgen, al interior de los militares, las típicas corrupciones de un grupo de poder: algunos miembros piden rescate a las familias adineradas. Pero el «nuevo orden» es jerárquico, son una elite de militares los que no dudarán en asesinar a sus subalternos para reconstruir un nuevo estadio, menos violento. Porque tal como un tigre no puede mantener el estrés indefinido sin matar a su presa; los altos mandos del «nuevo orden» deben establecer nuevas reglas de convivencia.

Thomas Hobbes define como estado de la naturaleza (violencia desatada) todo lo que existe antes de que una sociedad establezca un pacto social. El hombre dicta leyes para estar a salvo de la violencia del otro. Michel Franco es muy perspicaz y se da cuenta que ese nuevo pacto suele producirse por acuerdos entre las distintas elites, en el caso de la película, los altos mandos militares y los mismos grupos acomodados del orden anterior, se encargan de establecer un nuevo estado sin violencia.

Una tercera arista clarificadora, es que en las revueltas sociales son los pobres los que sacan la peor parte. Ni los militares ni los ricos sienten gran compasión por ellos: el grueso de los muertos proviene de las clases más bajas, cuyos sobrevivientes siguen pasándola mal en el futuro. En Chile, por ejemplo, se quemaron decenas de estaciones del tren subterráneo y quedaron aislados justamente los grupos más vulnerables de la población.

El gatopardismo es implacable: primero, la violencia en las calles (movimiento contra las elites) y muertes de ambos bandos; segundo, la represión de las fuerzas de orden (las constituciones establecen a las policías como el único organismo que puede ejercer fuerza coercitiva); y tercero, las elites que antes fueron atacadas, logran un acuerdo con las fuerzas armadas para establecer nuevas leyes. Primero hay unas leyes injustas, surge la violencia, y luego se dictan otras leyes para terminar con el estado de estrés.

El corolario de la cinta es sumamente pesimista: hay que crear nuevos mecanismos de convivencia, para que con esas leyes (menos injustas) sigan gobernando las mismas elites que existían antes de la revuelta civil.

Cinematográficamente, no es una gran película (aquí no asoma Buñuel, Kubrick, tampoco Wenders): simplemente violencia explícita (incluso torturas) bastante sensacionalista, poniendo el punto de vista del lado de las clases dominantes, intuyo que para enardecer más los ánimos.

No se aprecia una visión de orden fascista, sino más bien, de elemental ciencia política, pero que, ante la vigilancia de millones de celulares, quizás produzcan muchos episodios de violencia (imitativos), pero ese estrés será denunciado por fotografías y audios anónimos que harán que esa violencia no perdure, como era la usanza de las antiguas dictaduras latinoamericanas.

Pero la cinta de Michel Franco tiene el incuestionable mérito de alertarnos acerca de la violencia, de hacer pensar al espectador mientras se desarrolla la masacre. En definitiva, de la necesidad de una mejor calidad de ciudadanos para poder convivir en paz.
Anibal Ricci
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
9
6 de febrero de 2022
2 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cine negro de tomo y lomo, retratando a perdedores que se hunden en un entorno brumoso, con una femme fatale que le hace el peso al protagonista.

Inicia con la llegada de un buscavidas a una feria de seres anómalos, que asombran a su público al representar rarezas de la naturaleza, y que tras ese espíritu de aura extraordinaria esconde a personajes que buscan el anonimato.

Stanton Carlisle proviene de un ámbito miserable, razón por la que entiende el mundillo pueblerino del circo, se adapta a su precariedad, aunque sus ojos están puestos en la gran ciudad. Anhela que su número de espiritismo alcance ribetes de notoriedad, pero no le interesa tanto el nivel de su acto, sino acceder al dinero de los magnates.

En uno de aquellos espectáculos, la glamourosa psiquiatra Lilith Ritter intentará desenmascarar a Carlisle.

La ambición de Stanton querrá utilizar los secretos psicoanalíticos de los prominentes pacientes de Ritter.

Stanton es un personaje herido durante su infancia y el director insinúa algunos abusos abominables. El tema matriz que Guillermo del Toro desarrolla a través de oscuras y hermosas imágenes será que los daños profundos prodigados por familiares cercanos realmente fracturan el alma del ser humano y lo convierten en un monstruo.

El director dedica dos horas y media a mostrarnos el derrumbe del protagonista hasta unos abismos insospechados. El virtuoso montaje se enmarca en exquisitos fundidos a negro, de una fluidez asombrosa, a la vez que la reconstitución de época da una idea de que el mal ha estado presente desde siempre, que contrasta con la universalidad del guion que se encarga de romper las barreras del tiempo.

Carlisle es un ser sin escrúpulos que manipula con sus mentiras, pero al conocer a la doctora Ritter se convence que puede convertir esas mentiras en realidad.

En un logrado juego de espejos, ambos protagonistas cargan con cicatrices imborrables y se manipulan el uno al otro en una empresa en la que Ritter le advierte a Stanton que, si descubren su engaño de fantasmas, los poderosos serán inescrupulosos y lo harán desaparecer de la faz de la tierra.

Del Toro muestra un mundo donde los ricos ya perdieron sus almas, pero Stanton será capaz de burlarlos y descender hasta lo más profundo del pozo-

El otro lado del espejo no tenía fondo. La doctora Ritter sorprende al no tener límites y descender al mismo infierno, en cambio el purgatorio de Carlisle lo convierte en un alma perdida, que será humillado en el futuro cuando vuelva a su mundo de origen, quizás siempre fue la atracción principal entre los freaks.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Anibal Ricci
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
6
21 de marzo de 2022
1 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Magnífico remake de El resplandor (1980), aunque convengamos que no había necesidad de utilizar exactamente los mismos tiros de cámara de los pasillos de la mansión, como tampoco esas panorámicas con música amenazante.

El terror está en el aire, es inmaterial, no hay personas que lo provoquen. Al igual que Jack Nicholson, Kristen Stewart luce impecable en los primeros planos, realmente se parece a la princesa Diana. Ambos personajes observan trastornos de personalidad, aunque Jack daba más miedo y las imágenes surrealistas de Kubrick fueron reemplazadas por planos claustrofóbicos donde el resto del reparto no abusa tanto de la frase corta sin sentido que inspira a la protagonista.

En los primeros cuarenta minutos da la impresión de que Diana era una descerebrada o víctima de un delirio de persecución inmanejable. Para Diana toda la realeza ofrece gestos distorsionados y la verdad es que la cámara la sigue hasta cuando se asusta de un espantapájaros. Es aburridísimo el punto de vista subjetivo, centrado todo el rato en la psiquis inestable de la princesa. Hay algo inútil e insustancial en el accionar de Diana, no es culpa de Steward, sino de un guion de cine B filmado con buenos actores y decorados. Las películas de Roger Corman eran mucho más entretenidas y daban miedo, porque algo siniestro se ocultaba tras las paredes, no un simple desacomodo al estilo de vida.

Creo que sugerir el parentesco lejano de Diana con Ana Bolena, personalidad interesantísima de la historia de Inglaterra, es casi aberrante. Bolena fue una ferviente defensora de la causa protestante y, según historiadores, participó activamente en la política y religión de su época. No sabemos si Pablo Larraín juega a la caricatura, pero no se decide: ¿Diana sería muy tonta o una mártir de la realeza? Ambas explicaciones lucen fuera de foco y se alejan demasiado de la visión que ha circulado por años.

No es posible que Pablo nos torture haciendo ver que elegir un vestido puede ser un drama digno de ser filmado. Demasiado burda esa manera de hacer notar la opresión que se vivía dentro de palacio, derechamente abusa de la inteligencia del espectador. Es obvio que existieron presiones, pero observar que todo lo doméstico llevó a Diana a la locura, suena bastante exagerado. El filme insiste en el retrato monocorde de la princesa acosada.

En la escena de la sala de juegos, ya abandonado El resplandor, los planos simétricos siguen la escuela de Kubrick y el diálogo trivial sí tiene sentido. La rigurosidad estética sugiere un formalismo extremo dentro de palacio, pero aquí hay un chispazo creativo del director, al sugerir que todos los miembros de la familia real deben actuar ante el público por el bien del país. Se trata de una puesta en escena de la realeza. La dualidad disímil entre la estética y el contenido es un acierto que recién aparece a la mitad de la película. Vemos surgir a los personajes, a Carlos y Diana, en un diálogo pragmático y en cierta medida más sincero.

La escena de la sala de juegos sería un cortometraje magnífico. Pero convengamos que el guion de una Navidad insufrible de la princesa parece una historia innecesaria. Un gustito del director. En Jackie (2016) Larraín ya nos aburrió con su cuento de Camelot, ahora nos trata de convencer de que Diana habría alcanzado la estatura de Ana Bolena. No será que al director le fascina trabajar con actrices famosas, en ambientes adinerados y ostentosos. Ema (2019), en cambio, es un trabajo más meticuloso donde la actriz Mariana Di Girolamo desarrolla un personaje convincente dentro de un mundo menos sofisticado, que es donde mejor se mueve Pablo Larraín.

¿Scarlett Johansson será su próxima víctima? Pablo necesita otra celebridad femenina, muerta obviamente. El particular punto de vista del director tenía cierta lógica al encarnar a una calculadora Jackie Kennedy, pero es más dudoso en el caso de Diana, a la cual despoja de sustancia, la priva en muchos pasajes de una mínima inteligencia y el clisé de víctima de la sociedad es demasiado elemental.

Resulta interesante que los directores planteen un punto de vista particular o ideas rectoras en sus producciones, pero cuando se trata de ciertas personalidades, el espectador esperaría algo más verosímil y no las imágenes de estos personajes cenando o tomando el té, buscando sus emociones en la intimidad de un baño.

Spencer es una película difícil de visionar, siempre avanzando a tropezones, las dos horas se hacen eternas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Anibal Ricci
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
<< 1 60 68 69 70 71 >>
Cancelar
Limpiar
Aplicar
  • Filters & Sorts
    You can change filter options and sorts from here
    arrow