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Críticas 91
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
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8 de septiembre de 2022 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué importa la verosimilitud cuando lo que manda es el deseo? La desidia argumental deja de ser solo síntoma del ocio mal visto por el productivismo histérico para mutar en política, una improvisación de hechos como las notas caprichosas de la banda sonora de Miles Davis, como los planos inútiles de Jeanne Moreau caminando bajo la lluvia y mirando a cámara retratando la belleza del pesimismo existencialista pop.
Cuatro parejas habitan la cinta, una tiene un plan condenado al fracaso, otra parece tener todo resuelto en su cómoda vida burguesa, una tercera parece nunca haber existido más que como vínculo político, la última, la tragedia de una juventud rebelde devenida en criminales sin motivos ni motivaciones es la imagen de una generación que parece no saber lo que hace más que por no hacer lo que todos hacen.
Sobre el final se me ocurre una leyenda. La de un director que a mitad de sus películas las arroja al vacío del sinsentido absurdo, de una sátira que ni la propia forma misma parece creerse en su obsesión matemática de resolverlo todo pero que asoma en un gesto de la protagonista: Saber que vendrá una larga condena, diez, veinte años, pero que ha valido la pena. Como el "amour fou", ha valido las penas.
Porque las penas son siempre nuestras.
2 de octubre de 2020 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Habían pasado cinco años del fin de la guerra y en paralelo del inicio de esa corriente que cambiaría para siempre la perspectiva con la que el cine representaba al mundo.
Enfrentado a la lógica de los estudios, a la burbuja ilusoria, a la falsedad, al star system, a la pomposidad de una era que había distraído las conciencias mientras el mundo ardía, el neorrealismo salía a la calle para golpear la cámara contra lo real y como extensión para sacudir las percepciones de un público amaestrado al registro clasicista.
El efecto fue devastador.
De las escenografías ampulosas a los edificios en ruinas, de la recreación de épocas aristocráticas a la miseria de un país entero sobreviviendo día a día.
¿Qué drama se podía recrear en un guión, en un estudio, en esa maquinaria industrial que era el cine basándose en historias de antaño o en fantasías, cuando el mundo afuera parecía haber retrocedido en el tiempo hasta transformar ciudades en paisajes prehistóricos?
Gilles Deleuze solía decir que el neorrealismo significó un aporte tan importante para el cine como lo fue el impresionismo para la pintura, pues allí como aquí, el espacio óptico a través de la luz y ahora junto al sonido fueron disolviendo las acciones, la narrativa, el hecho por un errante deambular a través del plano secuencia que disgrega todo relato por una sensación, por un estimulo, por un contacto con esa fuerza real que emerge como un volcán frente a nuestros ojos. Sin pedir permiso, sin moral, sin elegancia ni glamour.
Ingrid Bergman era la mayor estrella de Hollywood por aquellos años. Había protagonizado la película emblema de la industria y ganado un Premio Oscar por ella y había estado nominada en otras cuatro ocasiones. Era el rostro de Hollywood, ni ampuloso ni indiferente.
Sofisticado, como la maquinaria de cine norteamericana.
Sin embargo detectó al igual que los cineastas del neorrealismo que no podía seguir haciéndose cine dentro de esa burbuja después del holocausto.
Por eso se acercó a Rossellini, por eso se puso a su servicio.
Para el director italiano, en una mezcla de rapto de amor y de idealismo, ella fue el nexo que le permitió conquistar el cine, ya no solo el de la realidad italiana, si no el de todo el mundo.
“Stromboli” representa esa conquista.
Bergman es Hollywood y ella es insertada, desde ese lugar, por primera vez en el mundo real.
Extraída de la comodidad de los sets, de la suntuosidad de las mansiones y los barrios residenciales, de la fastuosidad y las pretensiones es arrojada a la boca de un volcán para ver cómo funciona el mundo, de que está hecha la realidad.
Y se vuelve insoportable.
Ha sido tal la mentira que Hollywood ha construido para el resto del mundo cultivada con sus épicas, sus relatos y sus amores, que el mundo, que la realidad del mundo se le vuelve brutal, imposible de mirar de frente
El “como si” del cine clásico parece un cuento simple y azucarado de la realidad frente a semejante testimonio
Y Rossellini es impiadoso, va a fondo.
Enfrenta ese idealismo con una isla casi desierta construida de magma volcánico, de un mismo volcán que sigue activo y amenazante, de una indiferencia del pueblo que no se deja embaucar por la pretenciosa actitud de la “estrella” y por secuencias como la caza del atún que revelan que detrás de las joyas, los vestuarios, los besos, los atardeceres, las victorias de los buenos, las moralejas de las historias clásicas, habita el horror, lo monstruoso.
Pero no el horror como un submundo ajeno al nuestro.
Si no el horror como inmanente a la condición humana.
El horror cotidiano. El crimen, el agua que se tiñe de sangre, la ausencia del romance, la brutalidad, el volcán que no entiende de moral y escupe rocas y fuego a diestra y siniestra (Y pensar que todavía algunos sostienen que existen animales “buenos” y “malos”).
Esa realidad que el neorrealismo, después de la segunda guerra mundial se decidió por encarar, por mirar de frente, porque de alguna manera ya había emergido en la guerra, en el holocausto, en las bombas nucleares y darle vuelta la cara era por lo menos deshonesto.

“Stromboli” es la estrella, el emblema de Hollywood tirado en la boca de un volcán.
Es la lección definitiva.
La gran victoria de lo real sobre la mentira.
De una fuerza que no propone ni busca objetividad si no honestidad, al enfrentarla, al mirarla a los ojos como ese plano-contraplano de Bergman y el volcán en el final.
Porque quizás allí habite lo más cercano a mirar a Dios que podremos alcanzar en este mundo.
Que no es lo mismo que admirar a los falsos dioses del panteón hollywoodense.
6 de agosto de 2020 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Anoche tuve una experiencia fascinante
Vi la que quizás sea la mejor película de este año tan fantasmal y noctámbulo
"Lo que arde" de Oliver Laxe es una conexión entre la imagen y la naturaleza que me hizo por un rato sentir que no estoy atrapado entre cuatro paredes desde hace cuatro meses.
Y recordé porque amaba y le temía tanto a la naturaleza, provocandome esa fascinación que me llena de ganas de salir a la aventura y me paraliza ante ciertas situaciones
Será que ese amor inmenso que siento por la profundidad de los bosques y el magnetismo de los glaciares encuentra su origen en el misterio, en el desconocimiento de como se componen, funcionan y sobre todo como emergen caprichosamente esas fuerzas cuando menos las pensamos, cuando mas creemos que las tenemos dominadas.
También me hizo reflexionar mucho sobre el concepto de destrucción.
Llamamos destrucción a las lenguas de fuego que se levantan sobre los pastizales o a un volcán que hace erupción de modo salvaje, pero no llamamos destrucción a un hotel en medio de la montaña o a una horda de turistas que se abalanzan sobre una geografía.
Me quedé pensando en su título no como un acontecimiento, el de un incendio, sino como un estado permanente, como algo latente que solo basta con una chispa para desatarse y romper el cemento de la vida moderna y sus organizaciones.
26 de enero de 2010 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Casi siempre, el cuestionar a un ícono intocable de cierta rama de la cultura, el deporte, la música, el espectáculo desemboca en saludables conclusiones que, o refrescan y enaltecen aun más la figura de ese mito o tiran por la borda las concepciones que lo llevaron a ser ese hasta allí “intocable paradigma”. Fue entonces, que en ese camino se me dio por desentrañar el mito de Rocky Balboa.
Era motivo de mis interrogantes el comprender porque ese acartonado y extremadamente “yanquilizado” boxeador despertaba tantas admiraciones y elogios ¿Porque esas estúpidas películas no habían pasado de largo en la historia del cine, como tantas otras?¿Porque la academia le había otorgado el Oscar a mejor película?
Sencillamente no lograba entenderlo. Ya había visto un sinnúmero de veces las ultra repetidas Rocky I y II en los “Sábados de Súper Acción” de la televisión argentina, pero no fue hasta el día en el que me di cuenta que la vida me había cagado la cabeza y había barrido todos mis sueños de juventud con una simpleza y una desapercibida perfección, que finalmente vislumbré que Rocky Balboa, ese cavernícola de minúsculos shorts no era solamente él, sino que nos representaba a todos. Representaba nuestras frustradas esperanzas de llegar a ser alguien en la vida, nuestras peleas internas en las que nos debatimos si continuar por el camino de la honradez o caer en las fauces de la criminalidad con el afán de arañar algo de la gloria reservada para unos pocos, nuestros odios personales, nuestro asco hacia nuestra propia persona, y a las estúpidas decisiones que nos llevaron a ser lo que hoy somos, representaba a ese adulto que cada tanto mira la foto de un niño que se parece un tanto a uno, nuestro deseo más profundo, nuestra utopía que invade las noches de insomnio, las noches posteriores a un día de mierda. Esa utopía que habla de una oportunidad, de una chance, la ultima, para demostrar que somos capaces de más, que solo no hemos alcanzado nuestros sueños de juventud porque la suerte nos ha jugado una mala pasada, pero que no somos menos que cualquiera de los que están en cúspide de la pirámide social. Ese último tren que siempre soñamos con alcanzar, Rocky lo toma por nosotros. En cada golpe, en cada aliento, en cada caída y en su posterior incorporación, en no dar más mental y físicamente y seguir agitando los brazos desafiando a la vida para que venga a golpearnos nuevamente, si tiene “huevos” que venga y le pegue más duro esta vez, porque nos seguiremos levantando hasta que ya no quede de donde sacar fuerzas, en esos momentos nosotros estamos junto a él
Hoy, ese cavernícola de ojos tristes es uno de mis grandes amigos, uno de esos que seguramente nunca llegaré a conocer, pero que me acompaña y habla conmigo por medio de esos diálogos fantásticos y de ese sueño en común que ambos tenemos, acerca de quedar de pie cuando toque la campana, para así demostrar y sobre todo demostrarnos que no somos un don nadie más en el camino de la vida.
27 de octubre de 2009 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Primera historia fantástica de una serie que comenzaría aquí y marcaría el sello de Tim Burton durante las décadas posteriores como un de los grandes realizadores en este genero (El Gran Pez, La Fabrica de Chocolate, la ya casi estrenada Alicia en el país de las maravillas y la ya mas oscura, sangrienta y musical Sweeney Tood) contada como un cuasi cuento infantil (desde su artística, su música, sus decorados y vestimentas) pero con ribetes oscuros, aristas profundas y un análisis sociológico claro y evidente. En fin con un toque de realidad y humanidad brutal no presentes por ejemplo en ciertas fabulas de Disney o en las narraciones de hadas, Dragones, brujas y grandes caballeros de antaño.
Así, recorre la desdichada y solitaria vida de un androide moderno incompleto cuyo creador falleció antes de finalizarlo, que con toda su inocencia a cuestas, acartonada conducta y pureza de acción, sin conocimiento de la maldad, la envidia ni el odio gutural, intenta insertarse en una sociedad media de los Estados Unidos, a la que Burton caricaturiza y defenestra hasta mas no poder caracterizandola de rutinaria, mediocre, aburguesada, hipócrita y competidoramente superficial y material.
Así, Eduardo, el androide, va conociendo poco a poco lo peor de la raza humana, sus vicios y sus sentimientos mas lúgubres y atractivos a la vez, los cuales va a adoptando poco a poco hasta verse en la necesidad de decidir si quedarse conviviendo con los mortales y volverse uno mas de ellos, uno mas de su repugnante especie y por ende alcanzar lo mas positivo de su experiencia: el amor de la única mujer que amaría en toda su vida, o sacrificar ese calido sentimiento y regresar a su oscuro y tenebroso, en apariencia, castillo, a su eternidad de soledad pero a salvo de un mundo que adopta con deslumbramiento todo lo especial y lo novedoso por su carácter de distinto, hasta que lo corrompe con sus inmorales costumbres para luego despreciarlo, apartarlo y aniquilarlo para así evitar el tener que contemplar una cotidiana muestra viviente de su destructiva presencia en este planeta y en consecuencia continuar existiendo gracias a lo que ha sido la justificación de todos sus errores: el autoengaño de creerse el privilegiado de la creación divina.
Dulce y acida a la vez, clásica y vanguardista, en fin, “burtoniana” y punto.
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