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7,7
21.502
8
1 de abril de 2023
1 de abril de 2023
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Producción Británica del director novel Florian Zeller que si tuviéramos que clasificar por género, estaría más cerca del misterio que del melodrama (que tiene mucho). No es una de misterio al uso, se adentra en uno de los misterios más insondables para el hombre, que es su propia mente y en especial cuando esta pierde el lustre de su barniz y afloran los desconchones propios del paso del tiempo.
La puesta en escena es muy teatral en su concepción, ya que se desarrolla en apenas una misma localización. Recuerda mucho a ‘Amor’ de Michael Haneke, con un ritmo pausado acorde a la degustación de una buena taza de té, se ve sobresaltada de vez en cuando gracias a un hábil montaje. Anthony Hopkins, el protagonista, realiza una gran interpretación (mejorada notablemente en su versión en español gracias al doblaje de Emilio García) en la que nos enfunda en un traje de realidad aumentada que nos hará sentir como un astronauta que ha perdido cualquier punto de referencia espacial donde en ocasiones nos veremos desorientados por completo. Su hija en la ficción, Olivia Colman (qué difícil es quitarse la imagen de Isabel II), nos enseña la dureza de convivir y amar a alguien que ya no te conoce y que apenas reconoces al ser ya una sombra de lo que fue.
Trama que nos da una visión muy clara de la senectud y la fragilidad humana, que pretende emocionar y a veces lo consigue y que como su título indica, El Padre, nos muestra de donde venimos y cual es nuestro inexorable destino.
Muy recomendable con la advertencia de que no será del gusto de todos los paladares. Para mí una genialidad.
La puesta en escena es muy teatral en su concepción, ya que se desarrolla en apenas una misma localización. Recuerda mucho a ‘Amor’ de Michael Haneke, con un ritmo pausado acorde a la degustación de una buena taza de té, se ve sobresaltada de vez en cuando gracias a un hábil montaje. Anthony Hopkins, el protagonista, realiza una gran interpretación (mejorada notablemente en su versión en español gracias al doblaje de Emilio García) en la que nos enfunda en un traje de realidad aumentada que nos hará sentir como un astronauta que ha perdido cualquier punto de referencia espacial donde en ocasiones nos veremos desorientados por completo. Su hija en la ficción, Olivia Colman (qué difícil es quitarse la imagen de Isabel II), nos enseña la dureza de convivir y amar a alguien que ya no te conoce y que apenas reconoces al ser ya una sombra de lo que fue.
Trama que nos da una visión muy clara de la senectud y la fragilidad humana, que pretende emocionar y a veces lo consigue y que como su título indica, El Padre, nos muestra de donde venimos y cual es nuestro inexorable destino.
Muy recomendable con la advertencia de que no será del gusto de todos los paladares. Para mí una genialidad.
10
27 de octubre de 2021
27 de octubre de 2021
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Con el conflicto Ruso-Ucraniano de tan rabiosa actualidad nos encontramos con esta cinta ambientada en los principios de la segunda década de este siglo, y que con tan solo dos palabras una en su título original (Nelyubov), nos adelanta respectivamente la causa y el efecto del mismo.
El director ruso Andrey Zvyagintsev a la par guionista de títulos tan destacables, yo diría imprescindibles, como El Regreso (2003), El Destierro (2007), Elena (2011), Leviathan (2014) en los que repasa pormenorizadamente la convulsa historia moderna del país que le vio nacer, en esta ocasión como no podría ser de otra forma mediante el uso de un recurso narrativo metafórico nos adentra en las posiciones de los distintos protagonistas y sus antagonistas y las sinergias existentes entre unos y otros en un conflicto descarnado de trágicas consecuencias.
La cinta esta construida a modo de juego donde el espectador deberá identificar a cada uno de los personajes siendo grata la recompensa si se consigue. Clave para ello será descifrar el significado del lunar en el pecho del niño.
Al margen de que técnicamente es simplemente perfecta, incuestionable obra maestra, el guión esta engranado y montado de tal manera que parece obra de un genio.
Transmite la frialdad de tal manera que parece que haya conseguido condensar Siberia entera en un pantalla de 16:9. Se recomienda subir el termostato de la calefacción o posiblemente pasaras frío.
El director ruso Andrey Zvyagintsev a la par guionista de títulos tan destacables, yo diría imprescindibles, como El Regreso (2003), El Destierro (2007), Elena (2011), Leviathan (2014) en los que repasa pormenorizadamente la convulsa historia moderna del país que le vio nacer, en esta ocasión como no podría ser de otra forma mediante el uso de un recurso narrativo metafórico nos adentra en las posiciones de los distintos protagonistas y sus antagonistas y las sinergias existentes entre unos y otros en un conflicto descarnado de trágicas consecuencias.
La cinta esta construida a modo de juego donde el espectador deberá identificar a cada uno de los personajes siendo grata la recompensa si se consigue. Clave para ello será descifrar el significado del lunar en el pecho del niño.
Al margen de que técnicamente es simplemente perfecta, incuestionable obra maestra, el guión esta engranado y montado de tal manera que parece obra de un genio.
Transmite la frialdad de tal manera que parece que haya conseguido condensar Siberia entera en un pantalla de 16:9. Se recomienda subir el termostato de la calefacción o posiblemente pasaras frío.
10
3 de mayo de 2023
3 de mayo de 2023
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El desarrollador de la idea, y a la par su director, es el prolífico actor austriaco Karl Markovics. Su ímprobo curriculum va desde la participación en la serie noventera “Rex un policía diferente”, hasta el rol protagonista en la oscarizada, “Los Falsificadores”, pasando por las más que conocidas “Sin Identidad” o “El Gran Hotel Budapest”, entre muchas otras. Este sería su tercer largometraje detrás de las cámaras; anteriormente haría lo propio en “Breathing” y “Superworld”.
El vocablo “Nobadi”, significa “paz” en somalí. Por otro lado, “nobadi” es el fonema resultante de la pronunciación de la palabra inglesa “Nobody”; que se traduce al castellano como “Nadie”, ninguna persona. Película austriaca alejada del circuito español de exhibidores de cine, incluido el festivalero, que ni siquiera se ha llegado a estrenar en las salas de este país. Al parecer, no debe haber encontrado espacio entre tanta imbecibilidad “yanki”, tan del gusto del respetable, copando el panorama. Paradójicamente, gracias a un invento “gringo” (internet), muy peligroso, pero nada imbécil; podemos “googlearla” para su disfrute.
Un anciano con muy mala leche, un perro, un pico, un tocón, un inmigrante y un hoyo. No le ha hecho falta nada más, ni menos, que estos metafóricos, y en apariencia, inconexos mimbres para construir una historia que pone de manifiesto un aspecto importante de la realidad que nos rodea. Realidad, que plasma la dureza de la pérdida, del recuerdo, de la ayuda, del encuentro; por otro lado, la incertidumbre de la búsqueda, de la supervivencia; insinúa el vergonzoso pasado y busca saldar el tedioso presente. Robert Senft, interpretado por un magistral Heinz Trixner, que, por otra parte, ya quisiera haber firmado Hannes Holm para su “Un hombre llamado Ove” o Marc Forster en el innecesario “remake” de esta última, “El peor vecino del mundo”; encarna a la perfección el (mal) carácter teutón, mostrándonos un ser en horas bajas al que se le presenta una última ocasión de redención, reflejada en la figura del joven Adib (también espectacular); la cual, le pone en la obligada situación de no poder dejarla escapar. Su falta de costumbre, empatizando, ayudando o dejándose ayudar por el prójimo, le va a jugar una mala pasada (no solo a él), con resultados no esperados ni deseados. El bien tan inherente al mal se presenta aquí, como una cuestión de perspectiva. Dándole la vuelta al refrán, “No hay bien que por mal no venga”.
Markovics como actor me gusta y mucho, como director me gusta todavía aún más, y en esta ocasión, realiza un soberbio trabajo donde conjuga a la perfección los verbos del drama y del costumbrismo, aderezándolos con sustantivos toques de humor. Negro, eso sí, pero comedia del drama, al fin y al cabo. Juega con el ritmo, el sonido y la luz de tal manera que crea una atmósfera agorafóbica de tensión que en su momento álgido se siente como si se recibiera una fuerte patada en la boca del estómago. Aunque en su “Nobadi” pone de manifiesto el conflicto, y referencia muy de pasada la guerra, está muy lejos de ser un alegato por la “paz” (significación somalí). No va de eso, su fin último es definir y ahuecar la palabra “ayuda” en toda su extensión y con ello denunciar y pretender, dar presencia, visibilizar y dotar de identidad a las “ningunas personas” (significación anglosajona). Adjetivar o señalar a una persona como “nadie”, no significa necesariamente que el que lo hace, sea merecedor o tenga la condición de ser considerado como un “alguien”. Más bien, todo lo contrario.
“Nadie” sería un bonito cuento de Charles Dickens, con sus tres espíritus incluidos (lejos del sentido navideño, en este caso), si no fuera porque este es un cuento demasiado cotidiano, demasiado triste, demasiado trágico. Un cuento escrito con la linealidad de la prosa, solo rota por la metáfora, en el que no hay poesía, no hay verso; un cuento en el que resuena el eco del vacío que produce la nada, de lo que nunca fue, de lo que nunca existió. Nadie es nada.
P.D. Opinión muy personal. La mejor película del 2019 y bien seguro, de las mejores de lo que va de siglo. Una obra maestra, entendida como la obra hecha con genialidad, de la que el inteligente extraerá innumerables matices en su reflexión, realizada con la simplicidad necesaria y lo suficientemente entretenida para el disfrute del más necio.
El vocablo “Nobadi”, significa “paz” en somalí. Por otro lado, “nobadi” es el fonema resultante de la pronunciación de la palabra inglesa “Nobody”; que se traduce al castellano como “Nadie”, ninguna persona. Película austriaca alejada del circuito español de exhibidores de cine, incluido el festivalero, que ni siquiera se ha llegado a estrenar en las salas de este país. Al parecer, no debe haber encontrado espacio entre tanta imbecibilidad “yanki”, tan del gusto del respetable, copando el panorama. Paradójicamente, gracias a un invento “gringo” (internet), muy peligroso, pero nada imbécil; podemos “googlearla” para su disfrute.
Un anciano con muy mala leche, un perro, un pico, un tocón, un inmigrante y un hoyo. No le ha hecho falta nada más, ni menos, que estos metafóricos, y en apariencia, inconexos mimbres para construir una historia que pone de manifiesto un aspecto importante de la realidad que nos rodea. Realidad, que plasma la dureza de la pérdida, del recuerdo, de la ayuda, del encuentro; por otro lado, la incertidumbre de la búsqueda, de la supervivencia; insinúa el vergonzoso pasado y busca saldar el tedioso presente. Robert Senft, interpretado por un magistral Heinz Trixner, que, por otra parte, ya quisiera haber firmado Hannes Holm para su “Un hombre llamado Ove” o Marc Forster en el innecesario “remake” de esta última, “El peor vecino del mundo”; encarna a la perfección el (mal) carácter teutón, mostrándonos un ser en horas bajas al que se le presenta una última ocasión de redención, reflejada en la figura del joven Adib (también espectacular); la cual, le pone en la obligada situación de no poder dejarla escapar. Su falta de costumbre, empatizando, ayudando o dejándose ayudar por el prójimo, le va a jugar una mala pasada (no solo a él), con resultados no esperados ni deseados. El bien tan inherente al mal se presenta aquí, como una cuestión de perspectiva. Dándole la vuelta al refrán, “No hay bien que por mal no venga”.
Markovics como actor me gusta y mucho, como director me gusta todavía aún más, y en esta ocasión, realiza un soberbio trabajo donde conjuga a la perfección los verbos del drama y del costumbrismo, aderezándolos con sustantivos toques de humor. Negro, eso sí, pero comedia del drama, al fin y al cabo. Juega con el ritmo, el sonido y la luz de tal manera que crea una atmósfera agorafóbica de tensión que en su momento álgido se siente como si se recibiera una fuerte patada en la boca del estómago. Aunque en su “Nobadi” pone de manifiesto el conflicto, y referencia muy de pasada la guerra, está muy lejos de ser un alegato por la “paz” (significación somalí). No va de eso, su fin último es definir y ahuecar la palabra “ayuda” en toda su extensión y con ello denunciar y pretender, dar presencia, visibilizar y dotar de identidad a las “ningunas personas” (significación anglosajona). Adjetivar o señalar a una persona como “nadie”, no significa necesariamente que el que lo hace, sea merecedor o tenga la condición de ser considerado como un “alguien”. Más bien, todo lo contrario.
“Nadie” sería un bonito cuento de Charles Dickens, con sus tres espíritus incluidos (lejos del sentido navideño, en este caso), si no fuera porque este es un cuento demasiado cotidiano, demasiado triste, demasiado trágico. Un cuento escrito con la linealidad de la prosa, solo rota por la metáfora, en el que no hay poesía, no hay verso; un cuento en el que resuena el eco del vacío que produce la nada, de lo que nunca fue, de lo que nunca existió. Nadie es nada.
P.D. Opinión muy personal. La mejor película del 2019 y bien seguro, de las mejores de lo que va de siglo. Una obra maestra, entendida como la obra hecha con genialidad, de la que el inteligente extraerá innumerables matices en su reflexión, realizada con la simplicidad necesaria y lo suficientemente entretenida para el disfrute del más necio.
9
6 de abril de 2023
6 de abril de 2023
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“Nuestro Hogar”, en su traducción al castellano, es el título del guion que a la postre desemboca en la ópera prima del boliviano Alejandro Loayza Grisi. Una pareja de ancianos de una zona rural del altiplano andino que sufren en carne propia los efectos del cambio climático, en el “suyo hogar”. Ante la adversidad se les presentan dos caminos, irse a la ciudad o, por el contrario, permanecer y ofrendar a la diosa “Pachamama”, la “corchada”, para que esta les envíe la tan ansiada lluvia. Con la aparición en escena de su nieto se abre un debate intergeneracional, que al utilizar ambas partes, distintos códigos, distintos lenguajes, ya de por sí es difícil, y que en este caso se complica, aún más, al acometerse en distintas lenguas.
Se nos presenta un western crepuscular, con guiño incluido a John Ford (“The Searchers”), que poco tiene que ver con el típico western al que se nos acostumbra (quizás ya no tanto). No hay bueno, no hay feo, no hay malo, no hay un puñado de dólares, no hay forajidos. Hay desierto, hay desolación, hay ganado, y hay un conflicto, un aparente dilema que su protagonista, Virginio, ya ha solventado de antemano. No se trata de orgullo ni de cabezonería, se trata de una cuestión de Fe. Si nuestra Fe no es capaz de mover montañas, ¿no tendremos, entonces, que caminar nosotros hasta ellas?.
Loayza, abre una ventana en esas duras y jadeantes, como Virginio, tierras y nos invita a que nos asomemos a ella, para poder contemplar desde ahí su relato de carácter costumbrista, que, aunque no debería, se antoja lejano. Tomemos entonces posición cómoda, y degustemos de ella de la misma manera que se disfruta de una buena taza de té, con sosiego, con reposo, sorbo a sorbo. En su realización parece que se hayan tomado como únicas reglas, la honestidad y la sencillez, que, por otro lado, no dejan de brotar incesantemente de la limpia y ajada mirada de sus autóctonos protagonistas, un matrimonio en la vida real que nada tenía que ver en las lides de la interpretación. Semejantes premisas, como no podría ser de otra forma, dan como resultado una experiencia, así mismo, honesta, sencilla y emotiva, que a la par, resulta sobrecogedora tanto en su continente, ¡qué dirección de fotografía!, como en su contenido, ¡qué dirección de actores!, ¡qué metafórico relato!.
“Nuestro hogar”, es amor puro, es vida, es incertidumbre, es muerte, es legado, es esperanza. Es una joya del arte, que nos deja un claro mensaje implícito: La vida es para morir y la muerte es para trascender.
Se nos presenta un western crepuscular, con guiño incluido a John Ford (“The Searchers”), que poco tiene que ver con el típico western al que se nos acostumbra (quizás ya no tanto). No hay bueno, no hay feo, no hay malo, no hay un puñado de dólares, no hay forajidos. Hay desierto, hay desolación, hay ganado, y hay un conflicto, un aparente dilema que su protagonista, Virginio, ya ha solventado de antemano. No se trata de orgullo ni de cabezonería, se trata de una cuestión de Fe. Si nuestra Fe no es capaz de mover montañas, ¿no tendremos, entonces, que caminar nosotros hasta ellas?.
Loayza, abre una ventana en esas duras y jadeantes, como Virginio, tierras y nos invita a que nos asomemos a ella, para poder contemplar desde ahí su relato de carácter costumbrista, que, aunque no debería, se antoja lejano. Tomemos entonces posición cómoda, y degustemos de ella de la misma manera que se disfruta de una buena taza de té, con sosiego, con reposo, sorbo a sorbo. En su realización parece que se hayan tomado como únicas reglas, la honestidad y la sencillez, que, por otro lado, no dejan de brotar incesantemente de la limpia y ajada mirada de sus autóctonos protagonistas, un matrimonio en la vida real que nada tenía que ver en las lides de la interpretación. Semejantes premisas, como no podría ser de otra forma, dan como resultado una experiencia, así mismo, honesta, sencilla y emotiva, que a la par, resulta sobrecogedora tanto en su continente, ¡qué dirección de fotografía!, como en su contenido, ¡qué dirección de actores!, ¡qué metafórico relato!.
“Nuestro hogar”, es amor puro, es vida, es incertidumbre, es muerte, es legado, es esperanza. Es una joya del arte, que nos deja un claro mensaje implícito: La vida es para morir y la muerte es para trascender.
Documental

7,4
315
Documental
9
28 de febrero de 2023
28 de febrero de 2023
Sé el primero en valorar esta crítica
He tenido la oportunidad de visionar recientemente este documental, estrenado ya hace unos años, en el que se plasma la vida y obra del cineasta ruso, como se desprende de su título.
Su fundamental obra del cine moderno es puesta en contexto, en relación con los pasajes también fundamentales de su biografía, por una persona muy próxima al genio, su hijo primogénito de igual nombre Andrei Tarkovsky. Recorriendo los episodios más notables de la vida de su padre desde su nacimiento, pasando por su infancia, juventud, madurez, exilio y obviando su fallecimiento (lo que le otorga la inmortal eternidad), se sirve de hilo conductor los documentos sonoros recopilados a través de los años, entre los que se incluyen poemas de su padre Arseni, en los que el propio artista analiza, reflexiona y teoriza sobre aspectos fundamentas en su concepción del sentido de la vida, el sentido del arte innegablemente asociada a la anterior, y la transcendencia de ambos conceptos. Poniendo de relieve sus propias contradicciones, analiza su obra dando pinceladas para llegar a hacerla inteligible.
"La Infancia de Iván" fue la primera obra que descubrí, por puro azar (él no estaría de acuerdo con esto último), ya hace unos cuantos lustros y literalmente me voló la cabeza. Hasta entonces nunca me pude llegar a imaginar que se pudiese hacer del cine un acto tan bello, tan poético, tan simbólico, tan real.
Durante todo el metraje se plantea una pregunta recurrente: ¿qué es el arte?, intentando darse respuesta a sí mismo, propone distintas definiciones desde distintos aspectos o concepciones. Estoy de acuerdo en prácticamente su totalidad, añadiendo, si se me permite, que el arte no es más (ni menos) que la domesticación de lo real, es decir, el recurso que utiliza el ser humano para poder llegar a entender todo lo que se escapa a su entendimiento, poder y control. Haciendo para ello una representación simbólica de esa realidad, como ya hiciera el hombre primitivo representando primero su propia mano, después los animales de caza, los astros, etc., intentando atrapar el espíritu que en estos elementos se alberga para así intentar controlarlos y poder frenar su incertidumbre. Hoy en día esa búsqueda (afortunadamente) no ha finalizado, a pesar de haberse ido incorporando, a través de la historia, nuevos métodos para intentar obtener respuestas a través de la teología, la filosofía, la tecnología, y la ciencia. Todas ellas, junto con el arte, realizando la misma búsqueda con distintos métodos desde distintas ópticas.
En su epitafio, que hubiera encargado su viuda, reza: “Al hombre que vio al ángel”. Con su permiso, yo añadiría “Al hombre que el ángel dejo sus ojos”.
Su fundamental obra del cine moderno es puesta en contexto, en relación con los pasajes también fundamentales de su biografía, por una persona muy próxima al genio, su hijo primogénito de igual nombre Andrei Tarkovsky. Recorriendo los episodios más notables de la vida de su padre desde su nacimiento, pasando por su infancia, juventud, madurez, exilio y obviando su fallecimiento (lo que le otorga la inmortal eternidad), se sirve de hilo conductor los documentos sonoros recopilados a través de los años, entre los que se incluyen poemas de su padre Arseni, en los que el propio artista analiza, reflexiona y teoriza sobre aspectos fundamentas en su concepción del sentido de la vida, el sentido del arte innegablemente asociada a la anterior, y la transcendencia de ambos conceptos. Poniendo de relieve sus propias contradicciones, analiza su obra dando pinceladas para llegar a hacerla inteligible.
"La Infancia de Iván" fue la primera obra que descubrí, por puro azar (él no estaría de acuerdo con esto último), ya hace unos cuantos lustros y literalmente me voló la cabeza. Hasta entonces nunca me pude llegar a imaginar que se pudiese hacer del cine un acto tan bello, tan poético, tan simbólico, tan real.
Durante todo el metraje se plantea una pregunta recurrente: ¿qué es el arte?, intentando darse respuesta a sí mismo, propone distintas definiciones desde distintos aspectos o concepciones. Estoy de acuerdo en prácticamente su totalidad, añadiendo, si se me permite, que el arte no es más (ni menos) que la domesticación de lo real, es decir, el recurso que utiliza el ser humano para poder llegar a entender todo lo que se escapa a su entendimiento, poder y control. Haciendo para ello una representación simbólica de esa realidad, como ya hiciera el hombre primitivo representando primero su propia mano, después los animales de caza, los astros, etc., intentando atrapar el espíritu que en estos elementos se alberga para así intentar controlarlos y poder frenar su incertidumbre. Hoy en día esa búsqueda (afortunadamente) no ha finalizado, a pesar de haberse ido incorporando, a través de la historia, nuevos métodos para intentar obtener respuestas a través de la teología, la filosofía, la tecnología, y la ciencia. Todas ellas, junto con el arte, realizando la misma búsqueda con distintos métodos desde distintas ópticas.
En su epitafio, que hubiera encargado su viuda, reza: “Al hombre que vio al ángel”. Con su permiso, yo añadiría “Al hombre que el ángel dejo sus ojos”.
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