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Críticas 44
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
7
19 de agosto de 2022 1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Pixie", dirigida por Barnaby Thompson sobre guion de su hijo Preston, es una comedia de gángsters tipo Tarantino o Guy Ritchie, situada en un pueblecito irlandés lleno de individuos faltos de seso y cuyos bellos paisajes costeros realzan el indudable aroma a (spaghetti) western. Esta colaboración entre padre e hijo se refleja en la clara diferencia que la película muestra entre fondo y forma.

Porque la forma es gangsteril, pero, en el fondo, estamos ante una dramedia teen con elementos de despertar sexual. "Pixie" no juega ni por un momento a trasladar los códigos neo-noir a un entorno adolescente de modo tan riguroso como hacía la apreciable "Brick": por una parte, como digo, aquí hay humor y, por otra, los personajes están escritos según parámetros de comportamiento adolescente. Sin embargo, en la representación de ciertas inquietudes juveniles mediante el cine de género, Barnaby no otorga —o no sabe dar— tanto peso a la angustia teen como sí hacía el musical zombi "Anna y el Apocalipsis", impecable a la hora de abordar dilemas del coming-to-age mediante un género distinto al puro drama.

En el centro de esta sopa, encontramos a Olivia Cooke, muy carismática. Su protagonista trata en vano sacudirse el aire manic (pixie) dream girl mediante poder femenino y cuitas familiares shakesperianas. Pero, según avanza la peli, el drama gana demasiada ligereza, se pierden las repercusiones. No obstante, la trama criminal está bien construida. El ritmo e interés se mantienen sin problemas gracias a los saltos entre personajes y a algún flashback bien metido. Además, hay bastantes elementos cómicos y molones para conformar un divertimento eficaz. Aunque ni por un momento esta película nos parecerá memorable.
21 de noviembre de 2017 Sé el primero en valorar esta crítica
Si la hiperestilización de los enfrentamientos entre bichos gigantescos que ofrecía “Pacific Rim” se entendió como un perfecto traspaso a cine de las largas batallas entre juguetes preferidos que los niños construyen a base de imaginación mientras pasan el rato en la moqueta del cuarto, “Colossal” podría juzgarse como la visión de un adulto que contemplara desde la puerta esos ratos de juego: movimientos torpes, hostilidades ridículas y recompensas primarias a flor de piel. En vez de niños, algo parecido: treintañeros borrachos e incapaces de madurar.

Pero tampoco. Porque Nacho Vigalondo nunca permite que el elemento kaiju eiga se imponga a lo demás. “Colossal”, aunque también constituye un cariñoso homenaje a este género nipón, se plantea mayormente como una comedia dramática indie en la que todos sus actores, y en especial Anne Hathaway, están magníficos. Una película que subvierte, de manera muy aguda, tanto el componente romántico propio de este tipo de cine como la manida idea de que la vida en pueblos pequeños transcurre más placentera y allí uno se encuentra a sí mismo.

No obstante, se trata de un título al que no hubiera venido mal, en este predominante nivel de personajes, algo más de chispa en la narración y un humor menos artificioso -dudo que muchos conecten con secuencias como la del petardo- para dinamizar el visionado. Pese a estos pequeños defectos, la inclusión en “Colossal” del citado elemento fantástico, no exento de cierto sentido de la maravilla gracias a una destacable banda sonora que recuerda a J.J. Abrams, permite a Vigalondo plantear un producto de enorme riqueza conceptual y, por tanto, amplia variedad de lecturas.

Entre ellas, cabe destacar la dificultad para asumir responsabilidades que encuentran los millenials, el perjuicio que ocasiona a terceros nuestra conducta autodestructiva, la dominación de la mujer por parte de hombres -como mínimo- mezquinos y una reflexión acerca del poder e impunidad que los avatares nos ponen en la palma de la mano. Porque, a causa de Internet, este concepto ya no es sólo cosa de la ciencia ficción. Ni tampoco debiera ser tomado como un juego de niños.
31 de enero de 2017 Sé el primero en valorar esta crítica
Como thriller de secuestros con toques de terror, Múltiple carece de la emoción necesaria para mantenernos siempre al borde del asiento...o del llanto. El ritmo pausado con que se desenvuelven los acontecimientos, un humor que sólo funciona en la mitad de las ocasiones y el esfuerzo que es preciso invertir para lograr que un personaje tan extravagante como el magistralmente interpretado por James McAvoy funcione, hacen de Múltiple una propuesta más cerebral que emotiva. Sin embargo, una vez aceptado que este no es el mejor Shyamalan -aunque se le parece bastante-, la película se revela como una experiencia fascinante y cautivadora de principio a fin. En lo técnico, sobresale esa dirección milimétrica, una banda sonora capaz de guiar a la perfección nuestras emociones y un montaje presumiblemente más complicado que el encaje de bolillos. Mientras que en lo actoral, destaca también la jovencísima Anya Taylor-Joy, quien ejecuta un trabajo excelente como ancla del respetable. Además, todas estas bondades vienen complementadas por una reflexión valiente sobre lo constructivo de, incluso, nuestros traumas más abyectos, lo cual termina de redondear una película a todas luces estimable. Un filme cuyo giro final brinda aún mayor solidez al quitarle, paradójicamente, hierro al asunto.
16 de enero de 2015 Sé el primero en valorar esta crítica
Las principales líneas estéticas de Boyhood (Richard Linklater, 2014), y también algunas de sus éticas, pueden resumirse perfectamente apelando a Norman Rockwell. Nos encontramos, por tanto, ante un filme soñador, delicado y conmovedor. Una película cien por cien americana, de vocación naturalista y acompañada por una acertada selección de temas pop/rock indie/alternativo. La arrebatadora hermosura de su fotografía, provista de colores vivos, brillante luz blanca e inclinación por elementos y paisajes naturales, contrasta poderosamente con la difícil situación de la familia protagonista. Una familia de cuatro miembros a la que seguiremos durante doce auténticos años de su existencia gracias al inconmensurable e irrepetible ejercicio de perseverancia sobre el que se asienta el filme.

Mediante esta curiosa forma de plantear el proyecto, el realizador refuerza de manera rotunda los temas principales de la obra: el sentido de la vida y su inexorable transcurrir. Pero este truco, que tan bien consigue capturar el fluir del tiempo, termina pasando a Boyhood una factura demasiado alta. Más allá del tramo inicial, donde la creciente sombra de un villano atrae toda nuestra atención, el director se decanta por una suerte de verismo cinematográfico que nos deja a solas con los actores principales en medio de un argumento donde, desde el punto de vista melodramático, ocurre poquita cosa. Además, a estas alturas, los actores juveniles ya no muestran la energía ni el saber hacer necesarios para sacar adelante el filme. Ethan Hawke y Patricia Arquette, ambos magníficos, acuden al rescate evitando la catástrofe, pero la película se desinfla en su parte media y termina percibiéndose como un producto desigual.

Afortunadamente, Boyhood recupera vuelo suficiente en el segmento final para considerar que Linklater ha salido razonablemente bien parado de su particular odisea. El guión permite de sobra nuestra identificación con los personajes, estos aparecen enérgicamente perfilados a base de saltos temporales de puntada finísima y dichos cortes contribuyen decisivamente a mantener vivo nuestro interés durante las casi tres horas de metraje. Así, de la manera más complicada, el director texano consigue que vivamos una vida entera en una única tarde. Lástima que esta bonita experiencia no resulte tan memorable como su gran esfuerzo de filmación merecería. El mencionado bache central constituye una losa muy pesada.
19 de agosto de 2022 Sé el primero en valorar esta crítica
El cine de Aaron Moorhead y Justin Benson (¡qué ganas de ver "Something in the Dirt"!) te entra o no te entra. Y, pese al reparto mainstream, lo mismo sucedía con "Synchronic", situada en el mismo universo que "Resolution" y "The Endless", aunque mucho más tangencial a éstas que ellas mismas entre sí.

En su cuarta película, este tándem DIY muestra una admirable madurez formal. La cámara se mueve, con gran precisión, de manera desasosegante, inquieta. La fotografía, alienante, pero bella, recuerda a Villeneuve ("Enemy", "Arrival"). Los efectos visuales son sencillos, pero chocantes, con filo sobrecogedor. Y la música suena evocadora, hostil. Todo ello construye una Nueva Orleans mundana, deprimente —pero dotada de cierta poesía—, que vemos desde un par de amigos, paramédicos, con los párpados cargados de sueño y la mente nublada de insatisfacciones, traumas, desengaños, yoquesés.

El guion, ambicioso por la cantidad de platillos que mantiene más o menos girando en el aire, propone un high concept de ciencia ficción. Pero dicha premisa, como es habitual en los directores, no ahoga en absoluto el tono íntimo de este relato sobre, una vez más (salvo "Spring"), amistad masculina. Jamie Dornan y Anthony Mackie dan una medida adecuada de estos personajes perdidos, poco comunicativos. Aun así, su relativa opacidad (en festivales se probaron varios montajes) a menudo priva a la película de un gancho emocional lo bastante recio para captar a un público más amplio.

Tomada en su conjunto, el mérito de la carrera de Moorhead y Benson consiste en haber otorgado, con creciente sofisticación película a película, perturbadoras resonancias de horror cósmico a las preocupaciones del mumblecore. En este caso, a la crisis de la mediana edad, cuya angustia reside en constatar que las dudas y la inestabilidad nunca se van. Esto, especialmente cierto en un mundo marcado por la crisis de 2008 y posteriores, reverbera en varios niveles dentro y fuera de la película: en el nivel laboral, romántico, político...hasta llegar también a la pérdida personal, que sufrió uno de los directores y que tomó como inspiración para el filme.

Las soluciones a que llega "Synchronic" para estas crisis pueden sonar baratas. Pero, aparecen revestidas de una delicadeza, de un modesto lirismo, que consuelan no sólo en los días tontos. La física de pacotilla y las analogías bobas pueden recordar a Nolan —incluso hay un plano de una ambulancia marcha atrás, cual "Tenet"—, aunque con mejores resultados. Sobre esta vistosidad, repito, se impone lo personal.

"Synchronic" trata la familia elegida y la camaradería sana (con sus altibajos) como opuesto del venenoso enfrentamiento trumpista, recordándonos, en golpes cómicos bien medidos, que los viajes en el tiempo, la nostalgia, siempre resultan muy cálidos y divertidos en pantalla. Al fin y al cabo, todos hemos soñado alguna vez vivir aventuras a través del tiempo, ¿verdad? Sin embargo, bien haríamos en recordar, como hace la película, que quienes consideran actualmente con más fervor la nostalgia y el pasado como algo sumamente precioso, suelen ser aquellos han nacido, merced a una mezcla absurda e intranscendente de sucesos aleatorios, suerte y casualidad, en el lado auténticamente privilegiado de la historia. Ya me entendéis.
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