Haz click aquí para copiar la URL
España España · Barcelona
You must be a loged user to know your affinity with polvidal
Críticas 350
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
27 de abril de 2023
120 de 181 usuarios han encontrado esta crítica útil
A Lucía Etxebarria no le gustará 20.000 especies de abejas. Y no le gustará porque choca frontalmente con su cruzada personal contra la transexualidad, ese recurso fácil para degenerados que solo buscan colarse en los vestuarios femeninos y seguir perpetuando el machismo imperante. Por eso no querrá ni oír hablar de la película, porque explica de manera sublime el sufrimiento y la angustia que experimentan las personas que no se identifican con su sexo biológico y que además deben lidiar con su entorno para asimilar un cambio que es de todo menos sencillo. Lo hace además con sumo tacto, poniendo el foco en una niña de ocho años, en un ámbito familiar y dentro de una comunidad rural en el País Vasco. No era tarea fácil y, sin embargo, el filme desarma todos los miedos, prejuicios y ataques frontales con humanidad y honradez.

Puede que a la escritora y polemista Etxebarria no le interese 20.000 especies de abejas pero sí debería picar la curiosidad de todas aquellas personas con ganas de comprender un proceso tan complejo y desconocido, sobre todo para las generaciones más mayores. El mérito de la cinta es que aborda la asunción de identidad desde la edad más temprana y desde un punto de vista multigeneracional, en el núcleo de una familia tradicional vasca. Y en la respuesta de cada uno de los familiares, en su comportamiento ante el cambio, es donde residen los matices de una película que huye por completo de los maniqueísmos y de los recursos más facilones.

Estibaliz Urresola Solaguren, que para colmo debuta en el largometraje con esta maravilla, podría haber echado mano del bullying para narrarnos una dolorosa transición hacia el género femenino. Y seguramente le habría resultado otra cinta gloriosa, aunque muy diferente. Sin embargo, la directora, valiente, ha decidido centrarse en la agresión inconsciente, la que van ejerciendo día a día los seres más queridos. Y ahí es donde las interpretaciones juegan un papel determinante. El Oso de Plata para Sofía Otero es solo la cúspide de un reparto mayúsculo, en el que también sobresalen Patricia López Arnaiz y Ane Gabarain, madre y tía que asimilan de muy distinta forma la transexualidad de la niña protagonista.

Sin apenas banda sonora, vamos asistiendo a distintas situaciones de incomodidad que va sufriendo Cocó durante su crisis de identidad, con los vestuarios (siempre son los vestuarios) como principal foco de tensión. A su vez, también somos testigos de conflictos cotidianos como los que surgen de la maternidad, la pareja, las relaciones familiares o la crisis de la mediana edad. En ese sentido, el personaje de López Arnaiz aglutina todas esas lides. Mientras moldea cuerpos esculturales con la cera de las abejas, debe asimilar cómo su hija va moldeando también su propia identidad mientras combate las resistencias dentro del seno familiar.

Es en la parte final cuando 20.000 especies de abejas nos regala secuencias de una gran emotividad, rodadas con absoluta delicadeza. Todos los acontecimientos que suceden en torno a una comunión ponen a prueba nuestro pulso y nuestras glándulas lagrimales, de la escena desde el interior de un coche hasta la carrera desesperada en el bosque. Y todo para ponerle nombre y cara, sin doctrinas pero con sentimientos, a otra de esas realidades prácticamente ocultas en el cine. Porque como advierte un personaje clave del filme, “lo que no tiene nombre, no existe”.
15 de octubre de 2013
91 de 123 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aprensivos y miedicas del universo, dejad de sufrir. Si existe un lugar en el que las mutilaciones, despellejamientos y demás prácticas gore se acogen con júbilo ese es sin duda el Festival de Sitges. Sólo en un enorme auditorio repleto de sádicos podréis soportar, e incluso recibir con entusiasmo, las imágenes más pavorosas e insoportables. Después de esta experiencia casi vital no habrá película de género que se os resista.

The Green Inferno es el tipo de filme que encaja a la perfección en el certamen más friki de nuestro país. Ahora que las comedias no pasan por su mejor momento, el cine de terror en Sitges es lo más cercano que tiene el espectador para pasar un buen rato. Y aunque pueda parecer que el canibalismo no va con nosotros, enseguida uno cambia de idea con los primeros silbidos y aplausos en la platea.

No me extraña que Eli Roth disfrute como un enano presentando sus retorcidos filmes en el festival catalán. En pocos lugares encontrará un público tan entregado y una crítica tan receptiva ante un producto que más allá de las costas del Garraf se consideraría de serie Z. Aquí los cánones se zarandean para recibir con vítores lo que el fanático espera, que no es otra cosa que vísceras y sangre.

El director de Cabin fever y Hostel no sólo sirve en bandeja una enorme carnicería (salpimentada y todo) sino que además lo hace sin desvariar en exceso, algo prácticamente imposible en una cinta que mezcla el terror juvenil con el homenaje a Holocausto Caníbal. Sorprendentemente, todo avanza a cauteloso ritmo, otorgándole tiempo a la presentación de los personajes y preparando el terreno para la barbarie.

Cuando llega ese momento, cuando aparece por primera vez la sanguinaria tribu de la selva peruana, no hay compasión ni espacio para las sutilezas. Ni falta que hace. Superado ese primer trance, ante el que resulta prácticamente imposible no apartar la vista, todo fluye ya con mayor naturalidad. Entre acérrimos del cine de terror, el canibalismo se lleva mucho mejor.

Aunque las comparaciones con Holocausto Caníbal son obvias desde el propio planteamiento de la película hasta el contexto selvático, lo cierto es que The Green Inferno produce un extraño placer, algo que ni asomaba en la sórdida e insoportable chaladura de Ruggero Deodato. Sin ese formato de falso documental ni la descarada búsqueda del escándalo, la propuesta de Roth en ningún momento deja ese poso de mal rollo que desprendía la cinta de culto de los 80. Es tan sólo un divertimento sin mayores pretensiones de trascendencia.

Aún así, Roth incluso se permite el gusto de hurgar en lo políticamente incorrecto, denunciando el afán mediático de las organizaciones ecologistas. Imaginamos que después de The Green Inferno el director de Boston no figurará en la lista de miembros de honor de Greenpeace, aunque en este caso jamás se le podrá acusar de maltrato animal. Dónde seguro se le seguirá recibiendo con los brazos abiertos es en Sitges. No sólo deja un puñado de escenas para el recuerdo (uno de los accidentes aéreos mejor rodados) sino que recoge en 100 minutos el espíritu de todo un festival.
10 de junio de 2016
70 de 81 usuarios han encontrado esta crítica útil
La sutileza flaquea ya en el propio título. La demolición como mecanismo de reparación, como un nuevo punto de partida, es una constante que se repite durante todo el metraje, de una forma muy evidente, sin un sólo hueco a la imaginación, bien claro y mascado. Resulta imposible obviar la facilidad con la que se busca transmitir el mensaje, la simpleza de un guión que no deja lugar a otras interpretaciones. Pero es complicado también no rendirse a los encantos de un filme que sabe embaucar, que utiliza a la perfección todos los elementos a su alcance para llevarnos de la mano por el proceso de autoaprendizaje de un personaje absolutamente cautivador.

Jean-Marc Vallée deja recaer de nuevo el gran peso de su propuesta en un carismático actor principal. Si Dallas Buyers Club y Alma salvaje no se entenderían sin la arrolladora presencia de Matthew McConaughey y Reese Witherspoon, Demolición no se concibe tampoco sin el inestimable trabajo de un Jake Gyllenhaal que todavía no entiende cómo la Academia de Hollywood se resiste a rendirse a sus pies. No será por recursos. Aquí los saca a desfilar todos. Un despliegue interpretativo que te hará odiarle, reírte, quererle y llorar. La obra definitiva de un actor total.

Con Davis asistimos a una montaña rusa emocional, la que sufre el protagonista tras el accidente de coche que acaba con la vida de su esposa. Un accidente que saca a relucir una apatía vital que abarca desde un matrimonio en decadencia hasta los cimientos de un hogar construido a sus espaldas. El personaje inicia así un proceso destructivo que arrasa tanto los tabiques de una casa o la maquinaria de un ordenador personal como sus relaciones afectivas, que asisten perplejas, como asistimos nosotros, a una aparente involución.

Pero en ese particular mecanismo de curación, no ya tanto del dolor tras la muerte sino más bien de la muerte en vida, aparecen por el camino personajes emblemáticos, piezas que no terminan de encajar en un sistema en el que nadie puede desmarcarse de la senda escogida. Porque si Vallée es bueno eligiendo talentos principales no lo es menos a la hora de contraponerlos con secundarios entrañables como los que encarnan Naomi Watts y el descubrimiento Judah Lewis. Ella la responsable de atención al cliente de una empresa de máquinas expendedoras que recibe las reclamaciones terapéuticas del viudo, él el hijo adolescente cuya nueva figura paterna implicará tanto lecciones como descarrilamientos.

Con un gran sentido del ritmo, con un calculado pero efectivo equilibrio entre el humor y el drama, la demolición a la que hace referencia la película se reconstruye con una enternecedora revelación en forma de post-it en la nevera. Un pequeño detalle cotidiano, sin apenas importancia, que de repente adquiere toda la magnitud de la añoranza, ese sentimiento que sólo aflora ante la ausencia. Es otra redundancia, otro recurso fácil si se quiere. Pero sin llegar al mal gusto, a la simpleza más insultante, Demolición consigue lo que no siempre alcanzan los filmes que quieren abarcarlo todo: atizar en algún momento nuestra fibra sensible.
6 de febrero de 2008
93 de 129 usuarios han encontrado esta crítica útil
‘Juno’ no merece ocupar el puesto de otras producciones con más sabor a Oscar como ‘American Gangster’, ‘En el valle de Elah’ o ‘Sweeney Todd’. No porque sea una película independiente, sino porque no estamos ante una ‘Pequeña Miss Sunshine’ original y fresca. Este es un producto deliberadamente confeccionado para encajar en los cánones de ese cine llamado ‘indie’ y está tan requetepensado que pierde por el camino cualquier atisbo de independencia, al menos en lo que a ideas se refiere.

No bastan unos títulos de crédito la mar de monos y montajes ingeniosos como el que nos viste a la chica preferida por el guaperas de la clase para teñir de originalidad una producción. Se quedan en meras anécdotas cuando la historia está plagada de tópicos sobre estilos de vida alternativos. ¿Por qué para ser rebelde hay que cumplir requisitos mínimos como tocar la guitarra eléctrica, escuchar grupos de rock sexagenarios y ser adicto a las películas gore? Esto ya no sorprende y al final lo alternativo termina siendo de lo más convencional. Y convencionalismo es precisamente lo que desprende la película de principio a fin.

La banda sonora, por ejemplo, está tan pretendidamente seleccionada que hasta el repertorio de ‘Anatomía de Grey’ resulta más honesto con el espectador. Pero si la música en ‘Juno’ es el colmo de la modernidad, mención aparte merecen esos diálogos de la protagonista tan inverosímiles como estudiados. Sus alardes de sabiduría alternativa terminan por convertirla en un personaje de lo más aborrecedor. No estamos ante una persona peculiar sino ante un cliché con bombo.

Uno se siente en todo momento alejado de la historia, pues no encuentra ni un solo detalle que la acerque a la realidad. Diálogos nada espontáneos, como el que mantiene Juno sobre música y cine (alternativo, por supuesto) con el padre adoptivo, y situaciones igualmente forzadas como en la que se enfrenta a su compañera antiabortista frente a la clínica, siempre acompañadas de una música igualmente innecesaria, terminan por descubrir el auténtico ‘leit motiv’ de esta película, vendernos como alternativa la moto convencional.
20 de marzo de 2013
72 de 87 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nos echamos a temblar con la propia concepción de la serie. Ambientar la trama en la adolescencia de Norman Bates parecía un intento más de exprimir el éxito de Psicósis que de aportar novedad alguna al panorama televisivo. Las promos comenzaron a cambiar nuestra percepción. El canal de pago A&E se moría de ganas por hacerse un hueco en el inaccesible olimpo de las series de culto y, tras el estreno el pasado lunes de Bates motel, parece que lo ha conseguido.

No era fácil cumplir las expectativas del seriéfilo exigente, sobre todo tras una intensa campaña que más que abrir el apetito incitaba a la gula. Sin embargo, la serie producida por Carlton Cuse, uno de los mandamases de Lost, no sólo ha logrado récords para la cadena reuniendo a más de tres millones de espectadores durante el estreno sino que con toda probabilidad logrará afianzarse como uno de los proyectos más sólidos de la temporada.

El motivo no es otro que una trama sencilla y que, a diferencia de Perdidos, sí decide profundizar de lleno en los personajes. Porque aquí parece que importarán menos los misterios sin resolver que la relación obsesiva de una madre con su hijo adolescente, auténtico reclamo de una serie que también cumple su función de homenaje a la obra de Hitchcock. Ese plano del motel con la siniestra casa al fondo es la primera sorpresa que Bates motel nos depara en forma de satisfactoria nostalgia.

El segundo gran shock de esta nueva propuesta llega en forma de politono. Los que hasta el momento nos creíamos situados en plenos años 50, descubriendo el origen del trastorno de personalidad múltiple de Norman Bates, nos quedamos atónitos cuando de repente entra en escena un teléfono móvil. La trama, por tanto, y aunque por muchos momentos no lo parezca, se ambienta en la época actual, en un nuevo concepto de precuela tan asombroso como sugerente. ¿Decidirán descolocarnos también con el futuro que todos le presuponemos a la madre?

Aunque lo que realmente deja con la boca abierta es el talento de Vera Farmiga, que ya desde este primer episodio pide a gritos una nominación a los Emmy, con serias posibilidades de premio gordo (cuidadito, Claire Danes, que vienen pisándote los talones). La actriz ha entendido a la perfección el cometido de su personaje, ahondar en los orígenes de la psicopatía de Norman, y es por ello que nos proporciona todo un tratado de psicología en apenas 45 minutos.

Una relación maternofilial entre la dependencia y el chantaje emocional que discurre a través de varios misterios abiertos y con el trasfondo del imaginario de Psicósis. Bates motel parecía una fórmula cómoda y abocada al fracaso y, sin embargo, nos plantea un escenario abierto a mil posibilidades, tal y como se desprende de esa intrigante escena final. Quizá sea pronto para aventurarlo, pero Hithcock por fin podría estar orgulloso de uno de los tantos derivados que han intentado vivir de su mayor éxito.
Cancelar
Limpiar
Aplicar
  • Filters & Sorts
    You can change filter options and sorts from here

    Últimas películas visitadas
    No image
    1928
    Tamizo Ishida
    arrow
    Bienvenido al nuevo buscador de FA: permite buscar incluso con errores ortográficos
    hacer búsquedas múltiples (Ej: De Niro Pacino) y búsquedas coloquiales (Ej: Spiderman de Tom Holland)
    Se muestran resultados para
    Sin resultados para