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6,1
18.398
6
27 de diciembre de 2014
27 de diciembre de 2014
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Big Eyes no es nada de lo que se pueda esperar de Tim Burton. O, al menos, de lo que antes se esperaba de Tim Burton. Porque si bien es un drama correctamente narrado, con una realización de gran oficio y un resultado de calidad, es un producto absolutamente convencional en forma y fondo: no posee ningún tipo de alarde visual; el argumento no es, ni de lejos, un tema perturbador; tampoco intenta experimentar en la manera de contar. De hecho, apenas pueden reconocerse algunos pocos iconos de su filmografía (como la fugaz localización de barrio suburbano o la ambientación kitsch), aunque siga recurriendo a habituales colaboradores (como el compositor Danny Elfman). En general, salvo el hecho en sí de reivindicar a una artista de tan dudoso arte como Margaret Keane y ahondar en su psicología, podría haber sido rodada por cualquier otro director.
Olvidémonos de Ed Wood, Big Fish o, desde luego, Eduardo Manostijeras. Sólo de esa manera podremos disfrutar de este film. Big Eyes no es brillante, pero sí disfrutable desde varios puntos de vista. La interpretación de Amy Adams y Christoph Waltz es diligente y siempre adecuada al guion. La estructura tradicional permite seguir un discurso fluido, de vez en cuando emotivo, que permite inmiscuirse en los sentimientos y motivaciones de la protagonista cómodamente. La presentación audiovisual es verosímil, más de lo que encontramos en mucho cine. El resultado, por tanto, es una historia realista, con personajes de carne y hueso. Incluso podemos atribuirle el toque irreverente (muy descafeinado) de dar trascendencia a una de las manifestaciones más ñoñas que pudo dar la industria artística durante el siglo veinte.
Además aborda algunos aspectos del arte de gran interés: el atribucionismo, esa manía impenitente de evaluar el arte según su autor; la comercialización de la producción artística, que borra los límites entre la obra de arte y su reproducción plástica masificada; la motivación creadora; el papel de la mujer en un mundo de hombres…
Sí. Puede que uno de los mayores logros de Big Eyes sea la manera de completar con matices mundanos y cotidianos la reivindicación de la mujer. A pesar de que la trama principal de por sí parece claramente feminista, son la construcción del personaje principal (con sus dudas, sus temores, sus quehaceres diarios) y las ambientaciones histórica y social las que subliman esa reivindicación.
Drama biográfico muy alejado de la filmografía clásica de Tim Burton. Sin embargo, solvente.
Publicado en blog www.fascinoscopio.com
Olvidémonos de Ed Wood, Big Fish o, desde luego, Eduardo Manostijeras. Sólo de esa manera podremos disfrutar de este film. Big Eyes no es brillante, pero sí disfrutable desde varios puntos de vista. La interpretación de Amy Adams y Christoph Waltz es diligente y siempre adecuada al guion. La estructura tradicional permite seguir un discurso fluido, de vez en cuando emotivo, que permite inmiscuirse en los sentimientos y motivaciones de la protagonista cómodamente. La presentación audiovisual es verosímil, más de lo que encontramos en mucho cine. El resultado, por tanto, es una historia realista, con personajes de carne y hueso. Incluso podemos atribuirle el toque irreverente (muy descafeinado) de dar trascendencia a una de las manifestaciones más ñoñas que pudo dar la industria artística durante el siglo veinte.
Además aborda algunos aspectos del arte de gran interés: el atribucionismo, esa manía impenitente de evaluar el arte según su autor; la comercialización de la producción artística, que borra los límites entre la obra de arte y su reproducción plástica masificada; la motivación creadora; el papel de la mujer en un mundo de hombres…
Sí. Puede que uno de los mayores logros de Big Eyes sea la manera de completar con matices mundanos y cotidianos la reivindicación de la mujer. A pesar de que la trama principal de por sí parece claramente feminista, son la construcción del personaje principal (con sus dudas, sus temores, sus quehaceres diarios) y las ambientaciones histórica y social las que subliman esa reivindicación.
Drama biográfico muy alejado de la filmografía clásica de Tim Burton. Sin embargo, solvente.
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7 de diciembre de 2014
7 de diciembre de 2014
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Este amargo relato sobre una trabajadora de la noche, sexagenaria y madre de una familia desestructurada, está interpretado a modo de autorretrato documental por los protagonistas en la vida real de la historia: Angélique Litzenburger, en el personaje central, se encuentra acompañada en pantalla por sus hijos, entre los que se encuentra el director y guionista del film Samuel Theis.
En un formato que cabalga entre el documental y el drama neorrealista, el espectador disfruta de una puesta en escena naturalista, lejos de tópicos y abierta a una rudeza y a una sinceridad que también son patentes en los diálogos y la interpretación. A través de un argumento muy simple se dibujan a la perfección unos personajes singulares precisamente por no tener en absoluto nada de extraordinario. El film consigue transmitir la oscuridad de la noche, la amalgama de capas de maquillaje, la borrachera, la decadencia… En definitiva, la ausencia absoluta de redención.
La valentía al entregar a la audiencia el punto de vista de una mujer arrasada por esa vida sin expectativas es, quizá, una de las más atrayentes virtudes de esta película. Un juguete roto que flirtea con un mundo sórdido donde la verdad y la mentira son lo mismo, donde conocer la conducta correcta no exime del pecado. La estrategia de presentarlo como quien husmea en el álbum de fotos familiar de Angélique es impecable.
Mil noches, una boda, sin embargo, sorprende poco. Una vez aceptada la premisa de este «no cuento de hadas» la historia se queda encerrada en sí misma, no tanto por defecto sino en virtud precisamente de ser fiel a sí misma, a riesgo de arrancar las esperanzas del espectador.
Atractiva para devotos del realismo amargo y de los personajes que han tocado fondo.
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En un formato que cabalga entre el documental y el drama neorrealista, el espectador disfruta de una puesta en escena naturalista, lejos de tópicos y abierta a una rudeza y a una sinceridad que también son patentes en los diálogos y la interpretación. A través de un argumento muy simple se dibujan a la perfección unos personajes singulares precisamente por no tener en absoluto nada de extraordinario. El film consigue transmitir la oscuridad de la noche, la amalgama de capas de maquillaje, la borrachera, la decadencia… En definitiva, la ausencia absoluta de redención.
La valentía al entregar a la audiencia el punto de vista de una mujer arrasada por esa vida sin expectativas es, quizá, una de las más atrayentes virtudes de esta película. Un juguete roto que flirtea con un mundo sórdido donde la verdad y la mentira son lo mismo, donde conocer la conducta correcta no exime del pecado. La estrategia de presentarlo como quien husmea en el álbum de fotos familiar de Angélique es impecable.
Mil noches, una boda, sin embargo, sorprende poco. Una vez aceptada la premisa de este «no cuento de hadas» la historia se queda encerrada en sí misma, no tanto por defecto sino en virtud precisamente de ser fiel a sí misma, a riesgo de arrancar las esperanzas del espectador.
Atractiva para devotos del realismo amargo y de los personajes que han tocado fondo.
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4 de octubre de 2014
4 de octubre de 2014
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Primer film del director y guionista Ned Benson, quien pretendía realizar dos films sobre una misma historia: uno desde el punto de vista de él, otro desde el punto de vista de ella, repartidos en más de 3 horas de metraje. Alguien en su sano juicio le dijo que eso era un suicidio comercial. El problema es que, si bien comercialmente era inasumible, el intento de salvar los muebles reconvirtiendo el material en una única cinta de 122 minutos pierde casi por completo la intención original.
La desaparición de Eleanor Rigby: them («ellos», aclarando que se han unido los montajes de él y de ella) adolece de la pretenciosidad de un debutante, de su inexperiencia y del desesperado intento de hacer viable la película por parte del productor. A su favor cuenta con James McAvoy y Jessica Chastain en estado de gracia, con la fotografía excelente de Christopher Blauvelt, con un puñado de diálogos (y silencios) sencillos y bien construidos (precisamente aquéllos que no quieren ser memorables) y con un planteamiento inicial inquietante, puede que incluso sorprendente, capaz de concentrar el interés de todos los asistentes a la sala de cine.
El impacto poco a poco se pierde. Cuando el espectador asimila los motivos de cada uno de los dos protagonistas principales asume también que, en realidad, el argumento no le importa en absoluto. Al fondo de este saco, que pretendía ser un túnel de largo recorrido, se llega rápido, y lo que queda no es lo suficientemente atractivo para impedir que el bostezo asome a cada instante. Los clichés (la madre francesa, tan «francesa»; el profesor universitario, tan «universitario»; la hermana simpática, tan «simpática»; el padre desdeñoso y de vuelta de todo, tan «desdeñoso y de vuelta de todo») no son fundamento suficiente para mantenerse despierto. Ned Benson pretende mantener la intriga hasta el tercer acto, pero ya no queda nadie en la sala que intente disimular que hace rato que conoce el final y que está deseando que lleguen los títulos de crédito. Una lástima, igual que tantos otros debuts que se creen especiales para terminar siendo un desamor más.
Recomendable para devotos de los dramas cuyos personajes se torturan porque se empecinan en no pagar a un psicólogo.
Publicado en blog www.fascinoscipio.com
La desaparición de Eleanor Rigby: them («ellos», aclarando que se han unido los montajes de él y de ella) adolece de la pretenciosidad de un debutante, de su inexperiencia y del desesperado intento de hacer viable la película por parte del productor. A su favor cuenta con James McAvoy y Jessica Chastain en estado de gracia, con la fotografía excelente de Christopher Blauvelt, con un puñado de diálogos (y silencios) sencillos y bien construidos (precisamente aquéllos que no quieren ser memorables) y con un planteamiento inicial inquietante, puede que incluso sorprendente, capaz de concentrar el interés de todos los asistentes a la sala de cine.
El impacto poco a poco se pierde. Cuando el espectador asimila los motivos de cada uno de los dos protagonistas principales asume también que, en realidad, el argumento no le importa en absoluto. Al fondo de este saco, que pretendía ser un túnel de largo recorrido, se llega rápido, y lo que queda no es lo suficientemente atractivo para impedir que el bostezo asome a cada instante. Los clichés (la madre francesa, tan «francesa»; el profesor universitario, tan «universitario»; la hermana simpática, tan «simpática»; el padre desdeñoso y de vuelta de todo, tan «desdeñoso y de vuelta de todo») no son fundamento suficiente para mantenerse despierto. Ned Benson pretende mantener la intriga hasta el tercer acto, pero ya no queda nadie en la sala que intente disimular que hace rato que conoce el final y que está deseando que lleguen los títulos de crédito. Una lástima, igual que tantos otros debuts que se creen especiales para terminar siendo un desamor más.
Recomendable para devotos de los dramas cuyos personajes se torturan porque se empecinan en no pagar a un psicólogo.
Publicado en blog www.fascinoscipio.com

6,5
14.245
7
10 de febrero de 2015
10 de febrero de 2015
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Alma salvaje posee un planteamiento simple y demasiadas veces visto (el viaje de auto búsqueda huyendo de los errores del pasado) pero, gracias a que está magníficamente contado, resulta un buen drama. Jean-Marc Vallée acierta en una presentación sencilla y realista, con muy pocas notas de extravagancia, pero son sobre todo las interpretaciones de Reese Whiterspoon y Laura Dern, que han recibido muchas nominaciones (y pocos premios), las encargadas de construir este agridulce relato a base de cotidianeidad y momentos inesperadamente sinceros.
La aventura en solitario termina convirtiéndose en un camino plagado de curiosos compañeros de viaje, soliloquios sorprendentemente bien resueltos en el guion con una justificada voz en off y flashbacks cuyo ritmo de inserción in crescendo ameniza la narración. Todos estos recursos, si bien por separado ni son originales ni grandiosos, forman un conjunto impecable.
Lo grandioso se deja únicamente para el retrato paisajístico. No llega a ser deslumbrante, pero casi es mejor así: sirve de marco para las reflexiones de la protagonista sin distraer la atención del espectador. El principal problema que conlleva toda esta pretendida naturalidad, sencillez y renuncia al espectáculo es la caída en soluciones previsibles, tanto a nivel visual como argumental.
Para adictos a los dramas optimistas.
Publicado en blog www.fascinoscopio.com
La aventura en solitario termina convirtiéndose en un camino plagado de curiosos compañeros de viaje, soliloquios sorprendentemente bien resueltos en el guion con una justificada voz en off y flashbacks cuyo ritmo de inserción in crescendo ameniza la narración. Todos estos recursos, si bien por separado ni son originales ni grandiosos, forman un conjunto impecable.
Lo grandioso se deja únicamente para el retrato paisajístico. No llega a ser deslumbrante, pero casi es mejor así: sirve de marco para las reflexiones de la protagonista sin distraer la atención del espectador. El principal problema que conlleva toda esta pretendida naturalidad, sencillez y renuncia al espectáculo es la caída en soluciones previsibles, tanto a nivel visual como argumental.
Para adictos a los dramas optimistas.
Publicado en blog www.fascinoscopio.com

6,7
6.213
7
13 de septiembre de 2014
13 de septiembre de 2014
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El congreso es un manual de cómo la inspiración puede arruinar un relato. Pero no adelantemos acontecimientos y desgranemos poco a poco este interesante pero fallido largometraje.
Robin Wright, interpretándose a sí misma, ejerce un poder de atracción irresistible. Ella es pura magia cinematográfica: más que verosímil, ella puede conducir al espectador al punto exacto de emotividad desde el primer plano del largometraje sin haber pronunciado una sola palabra. La realidad y la ficción se unen en el genial planteamiento de la película: El congreso consigue que la ciencia ficción y el drama se unan en un camino bien pavimentado y nos permite descubrir buen cine, sin pretensiones y sin embargo sorprendente, un cine que habla de sí mismo descarnadamente y sin disfraces, pero a la vez envuelto en su propio halo de fantasía.
La actriz es tentada por los estudios de Hollywood para vender su identidad a cambio de una cantidad de dinero que garantice su futuro y el de sus hijos. Así su imagen, convertida en un personaje virtual, podrá protagonizar durante veinte años casi cualquier tipo de películas comerciales. Acepta la oferta y, transcurrido el periodo del contrato, es invitada al congreso que da nombre a la película. Y aquí es donde el exceso de creatividad hace naufragar cualquier intento de coherencia narrativa.
El abandono de la imagen real nos lleva a una fabulosa animación, de estilizadas formas, con claras referencias al surrealismo, El Bosco y la primera mitad del siglo veinte. No obstante este despliegue de imaginación, la trama comienza a descarriarse. Se sumerge en el fango de lo pretencioso, brillando en destellos cada vez menos frecuentes a lo largo de lo que resta de metraje. El drama personal se desvirtúa en una historia construida débilmente sobre algunos estereotipos de futuro apocalíptico. Aún puede mantenerse cierta conexión con la protagonista, lo cual lanza un salvavidas para que el espectador llegue al final del film, pero este exiguo aliciente no es lo suficientemente fuerte como para terminar satisfecho.
Posiblemente Ari Folman (Vals con Bashir) no ha logrado combinar adecuadamente las dos historias que dan vida a la película. Por un lado, el señuelo inicial de Robin Wright, esa nostalgia teñida de inseguridad y miedo ante las elecciones pasadas y futuras, buceando en los no siempre virtuosos recovecos del cine. Y por otro, el relato de ciencia ficción que el director adapta como guionista de la novela Congreso de futurología del escritor Stanislaw Lem, donde un explorador se despierta en un mundo de aparente abundancia y bienestar, pero que oculta la mayor de las miserias. Este matrimonio entre la alegoría comunista (o su particular manera de contarla) y el fraude de Hollywood no termina de cuajar.
El congreso se convierte en otra gran oportunidad perdida. Sí es válida para quien quiera disfrutar de un experimento imaginativo, un meta relato del cine, una película de animación adulta con algunos momentos visualmente gozosos. Incluso para aquellos que desean volver a disfrutar de la interpretación de Robin Wright. Pero no pidamos rescatar más de este naufragio.
Publicado en blog fascinoscopio.
Robin Wright, interpretándose a sí misma, ejerce un poder de atracción irresistible. Ella es pura magia cinematográfica: más que verosímil, ella puede conducir al espectador al punto exacto de emotividad desde el primer plano del largometraje sin haber pronunciado una sola palabra. La realidad y la ficción se unen en el genial planteamiento de la película: El congreso consigue que la ciencia ficción y el drama se unan en un camino bien pavimentado y nos permite descubrir buen cine, sin pretensiones y sin embargo sorprendente, un cine que habla de sí mismo descarnadamente y sin disfraces, pero a la vez envuelto en su propio halo de fantasía.
La actriz es tentada por los estudios de Hollywood para vender su identidad a cambio de una cantidad de dinero que garantice su futuro y el de sus hijos. Así su imagen, convertida en un personaje virtual, podrá protagonizar durante veinte años casi cualquier tipo de películas comerciales. Acepta la oferta y, transcurrido el periodo del contrato, es invitada al congreso que da nombre a la película. Y aquí es donde el exceso de creatividad hace naufragar cualquier intento de coherencia narrativa.
El abandono de la imagen real nos lleva a una fabulosa animación, de estilizadas formas, con claras referencias al surrealismo, El Bosco y la primera mitad del siglo veinte. No obstante este despliegue de imaginación, la trama comienza a descarriarse. Se sumerge en el fango de lo pretencioso, brillando en destellos cada vez menos frecuentes a lo largo de lo que resta de metraje. El drama personal se desvirtúa en una historia construida débilmente sobre algunos estereotipos de futuro apocalíptico. Aún puede mantenerse cierta conexión con la protagonista, lo cual lanza un salvavidas para que el espectador llegue al final del film, pero este exiguo aliciente no es lo suficientemente fuerte como para terminar satisfecho.
Posiblemente Ari Folman (Vals con Bashir) no ha logrado combinar adecuadamente las dos historias que dan vida a la película. Por un lado, el señuelo inicial de Robin Wright, esa nostalgia teñida de inseguridad y miedo ante las elecciones pasadas y futuras, buceando en los no siempre virtuosos recovecos del cine. Y por otro, el relato de ciencia ficción que el director adapta como guionista de la novela Congreso de futurología del escritor Stanislaw Lem, donde un explorador se despierta en un mundo de aparente abundancia y bienestar, pero que oculta la mayor de las miserias. Este matrimonio entre la alegoría comunista (o su particular manera de contarla) y el fraude de Hollywood no termina de cuajar.
El congreso se convierte en otra gran oportunidad perdida. Sí es válida para quien quiera disfrutar de un experimento imaginativo, un meta relato del cine, una película de animación adulta con algunos momentos visualmente gozosos. Incluso para aquellos que desean volver a disfrutar de la interpretación de Robin Wright. Pero no pidamos rescatar más de este naufragio.
Publicado en blog fascinoscopio.
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