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9
13 de febrero de 2016
13 de febrero de 2016
7 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Muchas son las películas que han retratado la II Guerra Mundial y todavía son más las que han querido dejar constancia de masacre que dejaron los Nazis tras su paso, pero pocas son las que se han parado a retratar otro de los horrores cometidos hace más de 70 años: El holocausto soviético, el gran desconocido de la guerra el cual el cine no se ha dignado a echar mano. Y qué mejor manera que empezar a hacerlo con una persona cuyo país vivió las duras represalias de Stalin y que fue nieto de un prisionero de la Unión Soviética solo por el mero hecho de ser de otra raza étnica. Martti Helde es de Estonia y esta supone su primera película en la dirección tras varios cortos realizados entre 2008 y 2014. En In the crosswind ha pretendido rendir homenaje los más de 40000 inocentes que la fatídica noche del de junio de 1941 -fecha marcada con fuego en varios países- fueron deportados de Estonia, Letonia y Lituania. ¿El propósito de esta operación ordenada por Stalin? La limpieza étnica de los pueblos originarios de los países bálticos. Y entre esos miles de personas que no tenían la culpa de nada, se encontraba Erna Tamn, cuyas cartas escritas sobre su deportación han inspirado a esta película.
Erna es una joven casada y con una hija. Su marido tiene un buen puesto y viven en una casa grande en medio del campo. Entre caricias, besos y abrazos, se instaura una pesadilla que le acompañará hasta el resto de los días. Una mañana, y sin previo avisos, son obligados a punta de metralleta a subirse a una camioneta junto a otros vecinos de la comarca. Cual judíos, son llevados hacia trenes para proceder a su deportación. A los niños y a las mujeres se les meterá en granjas de trabajo (kolkhozes), mientras que los hombres tendrán peor suerte y acabarán en campos de concentración. Muchos de ellos fueron ejecutados sin razón alguna, a la vez que otros morían debido a las duras condiciones de vida. Sin apenas agua y comida debían sobrevivir a las grandes caminatas y a la explotación laboral. Ese destino es el que le espera a un ser querido de Erna.
Del mismo modo que László Nemes decidió hacer un cambio radical a la hora de contar el holocausto Nazi, Erna Tamn hace lo mismo. Tanto El Hijo de Saúl y In the crosswind podrían formar parte de la dos caras de la misma moneda. Entre ellas hay tantas similitudes que podríamos decir que son un díptico al estilo de lo que hizo Clint Eastwood con Banderas de nuestros padres y Cartas desde Iwo Jima. Parecidos que sobrepasan lo estricatemente narrativo y se acercan a lo estilístico. En ambos trabajos, el horror es contado a partir de la historia individual de un prisionero. En la película húngara era Saúl y en la que nos concierne ahora es Erna. Así, ambos directores se aprovechan de la experiencia de una persona para magnificarlo y retratar una barbarie. En la primera se hacía uso prácticamente de la primera persona para meternos de lleno en el campo de concentración; en In the crosswind, el director ha conformado lo que se llaman los tableaux vivants. Es decir, 13 maravillosas secuencias donde los personajes están quietos como si fueran figuras pero que la cámara se mueve a lo largo del escenario para mostrarnos todos los detalles. Dicho de otra forma, son 13 cuadros en en 3 dimensiones. Una experiencia única.
La película es en sí un recuerdo, puesto que la voz en off que nos acompañará a través de este viaje son las cartas que Erna envía a su marido, encarcelado en algún lugar desconocido. De esta forma, los tableaux vivants no comenzarán desde el principio, ya que solo estarán presentes una vez que es encarcelada. Los recuerdos que tienen que ver a cómo era su vida con su familia están rodados con gran mimo que recuerdan mucho a las obras del director tejano Terrence Malick. Esas escenas están llenas de felicidad y esperanza. Son un canto a la vida, por eso la imagen se mueve. Una vez en el infierno, los fotogramas se congelan y la cámara aprovechará para moverse libremente por el escenario mientras que enfoca a las figuras humanas que están imitando hacer un movimiento. Cualquiera diría que nos encontramos dentro de una de esas maravillosas salas del Museo Canadiense de la Historia, donde se intenta recrear en cada una de ellas un hecho histórico con escenarios parecidos a la realidad y gigantes maniquís representando lo que se ve. Y es que precisamente la cámara, junto con la voz, es la protagonista absoluta de la película. Los personajes son meros recursos para dar ambientación a la obra. Como si de Fellini se tratara, Helde se pasea por los escenarios libremente enfocando en aquello que para él es importante. Cada esquina está llena de vida y no falta ni un detalle en la disposición de los elementos. Donde László apostaba por lugares llenos de suciedad y comprimidos en cuatro paredes, el director estonio apuesta por la belleza del campo y de la nieve. El infierno nunca antes se había retratado con tanto encanto y de una manera tan poética. Lo crudo y lo real lo deja a cargo de los testimonios de nuestra protagonista y de los hechos. Así, mientras relata un episodio bello que ocurrió bajo un naranjo entre su marido y ella, Helde lo combina con secuencias de prisioneros siendo ejecutados. Aunque no haya futuro, nadie puede arrebatarnos el pasado.
- Sigue en Spolier sin spoilers -
Erna es una joven casada y con una hija. Su marido tiene un buen puesto y viven en una casa grande en medio del campo. Entre caricias, besos y abrazos, se instaura una pesadilla que le acompañará hasta el resto de los días. Una mañana, y sin previo avisos, son obligados a punta de metralleta a subirse a una camioneta junto a otros vecinos de la comarca. Cual judíos, son llevados hacia trenes para proceder a su deportación. A los niños y a las mujeres se les meterá en granjas de trabajo (kolkhozes), mientras que los hombres tendrán peor suerte y acabarán en campos de concentración. Muchos de ellos fueron ejecutados sin razón alguna, a la vez que otros morían debido a las duras condiciones de vida. Sin apenas agua y comida debían sobrevivir a las grandes caminatas y a la explotación laboral. Ese destino es el que le espera a un ser querido de Erna.
Del mismo modo que László Nemes decidió hacer un cambio radical a la hora de contar el holocausto Nazi, Erna Tamn hace lo mismo. Tanto El Hijo de Saúl y In the crosswind podrían formar parte de la dos caras de la misma moneda. Entre ellas hay tantas similitudes que podríamos decir que son un díptico al estilo de lo que hizo Clint Eastwood con Banderas de nuestros padres y Cartas desde Iwo Jima. Parecidos que sobrepasan lo estricatemente narrativo y se acercan a lo estilístico. En ambos trabajos, el horror es contado a partir de la historia individual de un prisionero. En la película húngara era Saúl y en la que nos concierne ahora es Erna. Así, ambos directores se aprovechan de la experiencia de una persona para magnificarlo y retratar una barbarie. En la primera se hacía uso prácticamente de la primera persona para meternos de lleno en el campo de concentración; en In the crosswind, el director ha conformado lo que se llaman los tableaux vivants. Es decir, 13 maravillosas secuencias donde los personajes están quietos como si fueran figuras pero que la cámara se mueve a lo largo del escenario para mostrarnos todos los detalles. Dicho de otra forma, son 13 cuadros en en 3 dimensiones. Una experiencia única.
La película es en sí un recuerdo, puesto que la voz en off que nos acompañará a través de este viaje son las cartas que Erna envía a su marido, encarcelado en algún lugar desconocido. De esta forma, los tableaux vivants no comenzarán desde el principio, ya que solo estarán presentes una vez que es encarcelada. Los recuerdos que tienen que ver a cómo era su vida con su familia están rodados con gran mimo que recuerdan mucho a las obras del director tejano Terrence Malick. Esas escenas están llenas de felicidad y esperanza. Son un canto a la vida, por eso la imagen se mueve. Una vez en el infierno, los fotogramas se congelan y la cámara aprovechará para moverse libremente por el escenario mientras que enfoca a las figuras humanas que están imitando hacer un movimiento. Cualquiera diría que nos encontramos dentro de una de esas maravillosas salas del Museo Canadiense de la Historia, donde se intenta recrear en cada una de ellas un hecho histórico con escenarios parecidos a la realidad y gigantes maniquís representando lo que se ve. Y es que precisamente la cámara, junto con la voz, es la protagonista absoluta de la película. Los personajes son meros recursos para dar ambientación a la obra. Como si de Fellini se tratara, Helde se pasea por los escenarios libremente enfocando en aquello que para él es importante. Cada esquina está llena de vida y no falta ni un detalle en la disposición de los elementos. Donde László apostaba por lugares llenos de suciedad y comprimidos en cuatro paredes, el director estonio apuesta por la belleza del campo y de la nieve. El infierno nunca antes se había retratado con tanto encanto y de una manera tan poética. Lo crudo y lo real lo deja a cargo de los testimonios de nuestra protagonista y de los hechos. Así, mientras relata un episodio bello que ocurrió bajo un naranjo entre su marido y ella, Helde lo combina con secuencias de prisioneros siendo ejecutados. Aunque no haya futuro, nadie puede arrebatarnos el pasado.
- Sigue en Spolier sin spoilers -
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El sonido, elemento muy importante en El hijo de Saúl, aquí tendrá el mismo papel. Oraciones, cánticos, susurros y diálogos ilegibles compondrán la mayor parte de la banda sonora. La voz en off de Erna, tan trágica como conmovedora, es acompañada de leves sonidos de un papel en el que se está escribiendo. Una justificación más para representar toda la pesadilla en forma de fotograma congelado. Como si estuviéramos en una exposición de fotografías sobre la Guerra, pues estas suponen revelaciones crudas de lo que pasó, que te hacen sumergirte en el averno sin posibilidad de cambiar nada, tan solo admirar lo que ocurrió. “Me siento como si el tiempo se hubiera detenido aquí en Siberia. Siento que mi cuerpo está en Siberia, pero mi alma está aún en mi tierra” dice en un momento determinado. Imágenes llenas de belleza y sutileza que se van empalmando unas con otras a través de cortes invisibles que transforman a todas ellas en falsos planos secuencias. Porque es fascinante ver en cuestión de segundos a un personaje en puntos extremos del escenario sin que te hayas dado cuenta. O pasar del verano al invierno gracias a un travelling que se pasea entre los árboles. De esta forma, podríamos decir que Helde no plantea denunciar nada, sino tan solo plasmar lo que ocurrió. Como reza el texto final, esta película es un homenaje a todas las víctimas del holocausto soviético.
La película está rodada en blanco y negro pero, por lo que observamos y escuchamos, se podría llegar a la conclusión de que la decisión de quitar el color a las imágenes tienen que ver más con el terror que provocan esos recuerdos a motivos estrictamente de ambientación. Erna confiesa en un momento determinado a su marido en sus escritos: “Cada noche, todo se vuelve aburrido, una imagen tenue y sin brillo en blanco y negro. El cielo también pasa del azul al negro absoluto“. Declaraciones dolorosas de una mujer que sueña todos los días con la vuelta a su hogar y a la recuperación de todo lo que ha perdido. La música también estará presente a base de composiciones conmovedoras y que se compenetran a la perfección con el esplendor de todo cuanto vemos.
Con Martti Helde ha nacido una estrella. Junto a László se ha convertido en uno de los nombres propios a seguir en el panorama de la cinefilia. Su destreza detrás de la cámara lo consagra como uno de los europeos con más talento en la dirección y en la creación de historias. Es difícil plantear una historia sencilla de amor y ya vista muchas veces, en otros contextos no muy lejanos, y crear a partir de ella algo novedoso. Un trabajo que se ha creado con mucho mimo para homenajear a sus compatriotas, que han sido olvidados por este arte. Porque no hay que olvidar a los más de medio millón de personas provenientes de Estonia, Letonia o Lituania que fueron víctimas de esta cosa cruel llamada Estalinismo. Una obra de arte que ha pasado sin dejar huella por la mayoría de los países, pero que en un futuro se la reconocerá.
http://www.cineautorweb.com/in-the-crosswind/
La película está rodada en blanco y negro pero, por lo que observamos y escuchamos, se podría llegar a la conclusión de que la decisión de quitar el color a las imágenes tienen que ver más con el terror que provocan esos recuerdos a motivos estrictamente de ambientación. Erna confiesa en un momento determinado a su marido en sus escritos: “Cada noche, todo se vuelve aburrido, una imagen tenue y sin brillo en blanco y negro. El cielo también pasa del azul al negro absoluto“. Declaraciones dolorosas de una mujer que sueña todos los días con la vuelta a su hogar y a la recuperación de todo lo que ha perdido. La música también estará presente a base de composiciones conmovedoras y que se compenetran a la perfección con el esplendor de todo cuanto vemos.
Con Martti Helde ha nacido una estrella. Junto a László se ha convertido en uno de los nombres propios a seguir en el panorama de la cinefilia. Su destreza detrás de la cámara lo consagra como uno de los europeos con más talento en la dirección y en la creación de historias. Es difícil plantear una historia sencilla de amor y ya vista muchas veces, en otros contextos no muy lejanos, y crear a partir de ella algo novedoso. Un trabajo que se ha creado con mucho mimo para homenajear a sus compatriotas, que han sido olvidados por este arte. Porque no hay que olvidar a los más de medio millón de personas provenientes de Estonia, Letonia o Lituania que fueron víctimas de esta cosa cruel llamada Estalinismo. Una obra de arte que ha pasado sin dejar huella por la mayoría de los países, pero que en un futuro se la reconocerá.
http://www.cineautorweb.com/in-the-crosswind/

6,9
12.138
9
18 de febrero de 2016
18 de febrero de 2016
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Charlie Kaufman siempre intenta contar los problemas que sufrimos los seres humanos. En su obra más aclamada, ¡Olvídate de mí!, incidía en las relaciones sentimentales contando los momentos más dulces y horrorosos que suelen existir. Con Cómo ser John Malkovich la lucha que existía se centraba en el “yo”; en las dudas que a uno le entra sobre si su vida tiene sentido. Y esta cuestión la volvió a repetir en su ópera prima Synecdoche, New York, pero trasladado al mundo del teatro. Philip Seymour Hoffman, director teatral, recibe una beca para poder continuar haciendo lo que más sabe hacer: Dirigir. Y es por ello que pondrá todo su empeño en hacer la obra teatral más realista que se haya hecho nunca, forzando a sus actores a tener una vida que no existe. Si, finalmente, esa obra se hubiera proyectado, sin ninguna duda habría sido Anomalisa.
Muchas voces ilegibles mientras observamos el cielo. Por un momento, parecemos Dios contemplando a la humanidad; pero en realidad no somos más que un pasajero en medio de un vuelo. Michael Stone está a punto de aterrizar en Cincinnati para dar una charla sobre su nuevo libro, ese por el cual muchas empresas han mejorado su servicio al cliente aumentando el 90% de la productividad. Sentado al lado de la ventanilla, observa la carta que recibió hace 10 años de una ex-novia que tuvo. La voz de esta -aparece reflejada en la carta a modo de aparición- es la de un hombre. ¿Por qué no tiene una voz femenina? Al principio no lo sabemos; puede que sea la propia voz de Michael, que ella sea un travesti o que, fruto del tiempo que ha pasado, simplemente no recuerde cómo era su voz. Sin embargo, una vez ya pisando el suelo, vuelve a extrañarnos una cosa: Todas las caras son iguales. ¿Acaso estamos en un continuo sueño o es la realidad que ve el propio Michael? Metiéndose en un taxi, pide que le lleven al hotel. Y la conversación que tiene con el taxista es la que nos va a abrir los ojos. Un mundo sin alma, sin sentimientos, totalmente automatizado, que parece que te está vendiendo continuamente algo. Más que un conductor parece un tipo de la oficina de turismo de la ciudad. Una vez llegado al hotel y, aprovechando que su ex-novia vive en la misma ciudad, queda con ella para tomar algo. Lo que en principio parece una velada reconciliadora y amigable, pronto se convertirá en una fuerte discusión. Aterrorizado y al borde de la locura, desde su habitación parece escuchar una voz femenina proveniente del pasillo. !Alguien más¡, grita Michael completamente en shock. Llamando a todas las puertas quiere descubrir quién es la otra persona viva en este infierno llamado Tierra. Y de repente, aparece ella, en albornoz, como no habíamos viso a ningún otro. Está emocionada por haberse encontrado ni mas ni menos que con Michael Stone, el hombre por el que se ha cogido unas vacaciones para ir a escuchar su charla. Dubitativa, alterada, feliz, una gama de sentimientos que nuestro protagonista no había visto en mucho tiempo, ni siquiera en su mujer e hijo, a los cuales no les diferencia del resto.
No deja de ser una paradoja -o una anomalía- que una película que se centra en dar respuesta a cuestiones que son tan personales en cada uno -como el sentido de la vida, la crisis identitaria, el amor, el futuro incierto- se nos sea presentada a través de la animación en stop motion. Kaufman confesó que fue por cuestiones narrativas, ya que si se presentaban actores reales con la misma voz, descolocaría mucho al personal. Pero de Kaufman uno no se puede fiar y, obviando si de verdad fue a ese motivo, podemos decir sin ninguna duda que la animación era el mejor camino para plantear el film. Porque qué mejor manera que no utilizar a un reparto humano para precisamente plasmar en pantalla la deshumanización del mundo. De un mundo real, cotidiano y al borde de la transformación de las personas en máquinas andantes. Una sociedad desprovista de todo tipo de emociones que parece tener respuestas programadas para vomitarlas automáticamente. Una raza que ya no parece humana sino pequeños seres artificiales hechos para hacer bulto (“¡Estamos todos aquí para ti! !Nos hicieron por ti!“).
Anomalisa podría ser comparada con otras películas como la gran Lost in traslation, Somewhere o Her. A estos tres directores (Kaufman, sofía Coppola y Spike Jonze) les unen unas cuentas cosas. Desde el romance que mantuvieron los dos últimos hasta el equipo formado por Michael y Spike durante mucho tiempo. En las principales obras de estos realizadores, el solipsismo ha ocupado el principal problema a tratar. Tanto Joaquin Phoenix, Stephen Dorff o Michael Stone son personajes solitarios que no tienen a nadie en el mundo y cuyas relaciones sentimentales han terminado yéndose a pique. En el caso de Her o Somewhere, los protagonistas se acaban de divorciar y en el de Anomalisa es un matrimonio que ya no tiene luz. Sus trabajos les hacen creer que tienen vida cuando no es el caso. Ya sea como escritor de cartas románicas, actor de prestigio o motivador profesional. No es más que una apariencia de lo que carecen. Pero esto cambia cuando llega algo que altera su día a día; un sistema operativo con plena conciencia, una hija que le aprecia o una mujer distinta al resto. Tres rasgos que el mundo ha hecho desaparecer sin compasión. Y, será por casualidad o no, pero las tres contienen tres escenas musicales maravillosas en las que el protagonista se da cuenta del entendimiento que tiene con la otra persona. La realidad es esa y no el mundo que le rodea. La secuencia del patinaje sobre hielo de Elle Fanning al son de la canción Cool, de Gwen Stefani; el precioso dúo que se marcan Phoenix y Scarlett Johanson con The Moon Song o, finalmente, la escena con la que misteriosamente se te cae una lágrima por lo hermosa que es; aquella en la que Lisa enseña a Michael su habilidad para cantar entonando “Girls just wanna have fun”. Imposible no emocionarse.
-------------------Sigue en spoiler sin spoilers-----------------
Muchas voces ilegibles mientras observamos el cielo. Por un momento, parecemos Dios contemplando a la humanidad; pero en realidad no somos más que un pasajero en medio de un vuelo. Michael Stone está a punto de aterrizar en Cincinnati para dar una charla sobre su nuevo libro, ese por el cual muchas empresas han mejorado su servicio al cliente aumentando el 90% de la productividad. Sentado al lado de la ventanilla, observa la carta que recibió hace 10 años de una ex-novia que tuvo. La voz de esta -aparece reflejada en la carta a modo de aparición- es la de un hombre. ¿Por qué no tiene una voz femenina? Al principio no lo sabemos; puede que sea la propia voz de Michael, que ella sea un travesti o que, fruto del tiempo que ha pasado, simplemente no recuerde cómo era su voz. Sin embargo, una vez ya pisando el suelo, vuelve a extrañarnos una cosa: Todas las caras son iguales. ¿Acaso estamos en un continuo sueño o es la realidad que ve el propio Michael? Metiéndose en un taxi, pide que le lleven al hotel. Y la conversación que tiene con el taxista es la que nos va a abrir los ojos. Un mundo sin alma, sin sentimientos, totalmente automatizado, que parece que te está vendiendo continuamente algo. Más que un conductor parece un tipo de la oficina de turismo de la ciudad. Una vez llegado al hotel y, aprovechando que su ex-novia vive en la misma ciudad, queda con ella para tomar algo. Lo que en principio parece una velada reconciliadora y amigable, pronto se convertirá en una fuerte discusión. Aterrorizado y al borde de la locura, desde su habitación parece escuchar una voz femenina proveniente del pasillo. !Alguien más¡, grita Michael completamente en shock. Llamando a todas las puertas quiere descubrir quién es la otra persona viva en este infierno llamado Tierra. Y de repente, aparece ella, en albornoz, como no habíamos viso a ningún otro. Está emocionada por haberse encontrado ni mas ni menos que con Michael Stone, el hombre por el que se ha cogido unas vacaciones para ir a escuchar su charla. Dubitativa, alterada, feliz, una gama de sentimientos que nuestro protagonista no había visto en mucho tiempo, ni siquiera en su mujer e hijo, a los cuales no les diferencia del resto.
No deja de ser una paradoja -o una anomalía- que una película que se centra en dar respuesta a cuestiones que son tan personales en cada uno -como el sentido de la vida, la crisis identitaria, el amor, el futuro incierto- se nos sea presentada a través de la animación en stop motion. Kaufman confesó que fue por cuestiones narrativas, ya que si se presentaban actores reales con la misma voz, descolocaría mucho al personal. Pero de Kaufman uno no se puede fiar y, obviando si de verdad fue a ese motivo, podemos decir sin ninguna duda que la animación era el mejor camino para plantear el film. Porque qué mejor manera que no utilizar a un reparto humano para precisamente plasmar en pantalla la deshumanización del mundo. De un mundo real, cotidiano y al borde de la transformación de las personas en máquinas andantes. Una sociedad desprovista de todo tipo de emociones que parece tener respuestas programadas para vomitarlas automáticamente. Una raza que ya no parece humana sino pequeños seres artificiales hechos para hacer bulto (“¡Estamos todos aquí para ti! !Nos hicieron por ti!“).
Anomalisa podría ser comparada con otras películas como la gran Lost in traslation, Somewhere o Her. A estos tres directores (Kaufman, sofía Coppola y Spike Jonze) les unen unas cuentas cosas. Desde el romance que mantuvieron los dos últimos hasta el equipo formado por Michael y Spike durante mucho tiempo. En las principales obras de estos realizadores, el solipsismo ha ocupado el principal problema a tratar. Tanto Joaquin Phoenix, Stephen Dorff o Michael Stone son personajes solitarios que no tienen a nadie en el mundo y cuyas relaciones sentimentales han terminado yéndose a pique. En el caso de Her o Somewhere, los protagonistas se acaban de divorciar y en el de Anomalisa es un matrimonio que ya no tiene luz. Sus trabajos les hacen creer que tienen vida cuando no es el caso. Ya sea como escritor de cartas románicas, actor de prestigio o motivador profesional. No es más que una apariencia de lo que carecen. Pero esto cambia cuando llega algo que altera su día a día; un sistema operativo con plena conciencia, una hija que le aprecia o una mujer distinta al resto. Tres rasgos que el mundo ha hecho desaparecer sin compasión. Y, será por casualidad o no, pero las tres contienen tres escenas musicales maravillosas en las que el protagonista se da cuenta del entendimiento que tiene con la otra persona. La realidad es esa y no el mundo que le rodea. La secuencia del patinaje sobre hielo de Elle Fanning al son de la canción Cool, de Gwen Stefani; el precioso dúo que se marcan Phoenix y Scarlett Johanson con The Moon Song o, finalmente, la escena con la que misteriosamente se te cae una lágrima por lo hermosa que es; aquella en la que Lisa enseña a Michael su habilidad para cantar entonando “Girls just wanna have fun”. Imposible no emocionarse.
-------------------Sigue en spoiler sin spoilers-----------------
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Y es que Anomalisa es naturalidad en estado puro. Cada plano está compuesto por pequeños momentos que forman parte de la vida de una persona normal. ¿Quién no se ha pasado con el agua caliente en una ducha? ¿Quién no va al baño a hacer sus necesidades? ¿Quién no se siente incómodo ante el silencio que impera en un ascensor cuando te toca subir con alguien que no conoces? ¿Quién no ha tenido problemas con la tarjeta de un hotel? ¿Quién no escucha conversaciones ajenas mientras va andando? Hasta la escena de sexo que se nos muestra es una de las más realistas que ha dado el cine, ya no en años, en muchísimo tiempo.
Pero la película de Kaufman habla de algo muy serio. De esa soledad a la que nos dirigimos con rapidez y de la que parece no darnos cuenta. Del abismo al que nos adentramos y nos hace perder una vida propia, que claramente está adaptada a trabajar las 24 horas del día. Solo hay que ver al hombre que se masturba frente a un ordenador de su oficina. Lisa y su amiga se ríen cuando dicen que han cogido simplemente vacaciones para asistir a una charla que les ayuda a mejorar en su propio trabajo. Al fin y al cabo Cyndi Lauper tenía razón cuando cantaba “cuando el trabajo termina, las chicas se quieren divertir“. Y precisamente solo es Michael el que parece darse cuenta, por eso se le desprenden unas lágrimas ante la canción. En el tremendo discurso que se marca, denuncia lo que todo el mundo ignora: “¿Qué significa ser humano? ¿Qué es estar vivo? No hay nadie con quien hablar”. Los diálogos imperantes son ilegibles, impersonales o no tienen sentido, como el del jefe del hotel. Todo es una pesadilla (“Necesito lágrimas que me ayuden a escapar de esta pesadilla“); hasta Kaufman, siendo habitual en él, no podía dejar de lado sus toques surrealistas para enseñarnos la trayectoria absurda a la que estamos abocados.
El único fallo que tiene Anomalisa es en la corta duración. La película transcurre en la única noche que Michael pasa en el hotel. El universo creado por este genio deja con ganas de más y de no despertarse de lo que estamos viendo. Es un film perfectamente construido que transforma la pequeña odisea del protagonista en algo cálido y cercano. Si Ingmar Bergman, maestro de los recorridos íntimos como también de los profundos análisis psicológicos, hubiera decidido rodar una película de animación, habría hecho sin duda Anomalisa. El relato más desgarrador que ha escrito Kaufman sobre el ser humano.
Anomalisa debería haber estado nominada a mejor película a secas en los Oscars; cosa que no sería algo nuevo, ya que a lo largo de la historia Up, La bella y la bestia y Toy Story lo han estado. Y ya no decir que, para el que escribe, es claramente superior a Inside out. Está llamada a ser un clásico instantáneo -independientemente sea reconocida a nivel de premios o no-, no solo en el mundo de la animación, sino en general. Una simple y pequeña obra maestra.
http://www.cineautorweb.com/anomalisa/
Pero la película de Kaufman habla de algo muy serio. De esa soledad a la que nos dirigimos con rapidez y de la que parece no darnos cuenta. Del abismo al que nos adentramos y nos hace perder una vida propia, que claramente está adaptada a trabajar las 24 horas del día. Solo hay que ver al hombre que se masturba frente a un ordenador de su oficina. Lisa y su amiga se ríen cuando dicen que han cogido simplemente vacaciones para asistir a una charla que les ayuda a mejorar en su propio trabajo. Al fin y al cabo Cyndi Lauper tenía razón cuando cantaba “cuando el trabajo termina, las chicas se quieren divertir“. Y precisamente solo es Michael el que parece darse cuenta, por eso se le desprenden unas lágrimas ante la canción. En el tremendo discurso que se marca, denuncia lo que todo el mundo ignora: “¿Qué significa ser humano? ¿Qué es estar vivo? No hay nadie con quien hablar”. Los diálogos imperantes son ilegibles, impersonales o no tienen sentido, como el del jefe del hotel. Todo es una pesadilla (“Necesito lágrimas que me ayuden a escapar de esta pesadilla“); hasta Kaufman, siendo habitual en él, no podía dejar de lado sus toques surrealistas para enseñarnos la trayectoria absurda a la que estamos abocados.
El único fallo que tiene Anomalisa es en la corta duración. La película transcurre en la única noche que Michael pasa en el hotel. El universo creado por este genio deja con ganas de más y de no despertarse de lo que estamos viendo. Es un film perfectamente construido que transforma la pequeña odisea del protagonista en algo cálido y cercano. Si Ingmar Bergman, maestro de los recorridos íntimos como también de los profundos análisis psicológicos, hubiera decidido rodar una película de animación, habría hecho sin duda Anomalisa. El relato más desgarrador que ha escrito Kaufman sobre el ser humano.
Anomalisa debería haber estado nominada a mejor película a secas en los Oscars; cosa que no sería algo nuevo, ya que a lo largo de la historia Up, La bella y la bestia y Toy Story lo han estado. Y ya no decir que, para el que escribe, es claramente superior a Inside out. Está llamada a ser un clásico instantáneo -independientemente sea reconocida a nivel de premios o no-, no solo en el mundo de la animación, sino en general. Una simple y pequeña obra maestra.
http://www.cineautorweb.com/anomalisa/

7,0
23.114
8
7 de febrero de 2016
7 de febrero de 2016
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película empieza desde el final, en un restaurante con las dos heroínas sentadas una frente a otra. Sin hablar, mirándose fijamente con las caras serias, el ambiente está concentrado con un aire de nerviosismo palpitante. A lo lejos, un joven cree reconocer a Therese. Una vez confirmada su identidad, le pregunta si quiere acompañarle a un fiesta. Tras un silencio, Carol pide disculpas y se marcha rápidamente, apoyando previamente su mano en el hombro de Therese durante unos segundos. Ella, yéndose en el coche con el joven, mira a través de la ventanilla. ¿La volverá a ver de nuevo? Un flashback nos sitúa en el origen de todo para contarnos la historia. Carol es una mujer acomodada, vive en una mansión y tiene una hija, pero su matrimonio está en la ruina. Pronto se divorciará de su marido (Kyle Chandler), a pesar de que este se niega a aceptarlo. En vísperas de nochebuena, se acerca al centro comercial para comprar juguetes. Es ahí donde ve a Therese, una de las dependientas de la tienda. El cruce de miradas que tienen ya lo dice todo. Carol se deja ¿accidentalmente? un guante en el mostrador, cosa que aprovechará la joven para mandárselo y seguir en contacto. Se irán viendo en lugares comunes mientras que poco a poco se produce un acercamiento amoroso y, sobre todo, peligroso. Ambas siguen unidas a sus hombres. En el caso de Therese su novio le ha pedido que se marchen juntos a Europa a iniciar una nueva vida. Pero las dudas florecen y su inseguridades acerca de quién le importa más aumentan.
Todd Haynes demuestra su admiración por los clásicos. La forma en la que ha decidido iniciar el film es un grandioso calco a Breve encuentro. En ella un hombre y una mujer estaban sentados en la cafetería de la estación cuando una amiga de ella les interrumpe y consigue romper ese silencio doloroso. El tren de él llega a los pocos minutos y se despide formalmente de las dos. Se marcha a África y ya no volverá a ver a su amor platónico. De ahí pasamos a un “plagio” del melodrama por excelencia del que mejor supo llevar al cien este género: Douglas Sirk. En una tienda y por accidente Carol y Therese se encuentran fortuitamente. La joven es una dependiente con aspiraciones de ser fotógrafa, y la otra una futura madre soltera. Un guante olvidado será el inicio de todo. En Imitación a la vida, Lana Turner -alter ego de Carol -es otra mujer que cría a una niña sola al haber muerto su marido. John Gavin -la versión masculina de Therese -es un fotógrafo amateur que no duda en plasmar en la cámara todo lo que ve. El escenario esta vez será la playa y el detonante de aquella historia de (no)amor serán las fotografías que irá él a entregar a Lana. Lo que el azar ha querido unir, la ambición – el deseo de ser actriz que tiene Lana- o las reglas de la sociedad lo separará.
Mientras que Douglas Sirk construía su relato a base de gritos y momentos violentos, Haynes apuesta, al igual que en Lejos del cielo, por la sutilidad y la contención. Nos situamos en los años 50, la gente vive más pensando en el qué dirán que en lo que desean en realidad. La naturalidad se hace cargo de la trama, a la cual la impregna de diálogos con dobles sentidos (“no he pensado en él en todo el día“), de quedadas a escondidas, de una tensión sexual palpable pero a la vez invisible. Viven todavía en un mundo conservador y claramente machista, cualquier movimiento que haga balancear el régimen establecido puede traer consigo consecuencias aterradoras. La custodia de la hija está en juego y el pasado turbio de Carol puede hacer que no la vuelva a ver. Así pues, la relación que hay entre ambas parece un viaje sin fin, uno del que no hay un destino aparente, al ser el alejamiento de la cotidianidad el único objetivo a conseguir. Un viaje que se materializa en el que realizan las dos hacia la otra punta del país. Entre carreteras interminables y hoteles de paso surge lo que bien podría ser la explosión de lo implícito, pero que incluso en lo mostrado, se sigue tratando con delicadeza. Las insinuaciones de lo que se quiere pero no se puede queda patente en una maravillosa escena entre las dos, donde los primeros planos limitarán en parte la acción. Lo inmoral está prohibido.
- Sigue en spoiler sin spoilers -
Todd Haynes demuestra su admiración por los clásicos. La forma en la que ha decidido iniciar el film es un grandioso calco a Breve encuentro. En ella un hombre y una mujer estaban sentados en la cafetería de la estación cuando una amiga de ella les interrumpe y consigue romper ese silencio doloroso. El tren de él llega a los pocos minutos y se despide formalmente de las dos. Se marcha a África y ya no volverá a ver a su amor platónico. De ahí pasamos a un “plagio” del melodrama por excelencia del que mejor supo llevar al cien este género: Douglas Sirk. En una tienda y por accidente Carol y Therese se encuentran fortuitamente. La joven es una dependiente con aspiraciones de ser fotógrafa, y la otra una futura madre soltera. Un guante olvidado será el inicio de todo. En Imitación a la vida, Lana Turner -alter ego de Carol -es otra mujer que cría a una niña sola al haber muerto su marido. John Gavin -la versión masculina de Therese -es un fotógrafo amateur que no duda en plasmar en la cámara todo lo que ve. El escenario esta vez será la playa y el detonante de aquella historia de (no)amor serán las fotografías que irá él a entregar a Lana. Lo que el azar ha querido unir, la ambición – el deseo de ser actriz que tiene Lana- o las reglas de la sociedad lo separará.
Mientras que Douglas Sirk construía su relato a base de gritos y momentos violentos, Haynes apuesta, al igual que en Lejos del cielo, por la sutilidad y la contención. Nos situamos en los años 50, la gente vive más pensando en el qué dirán que en lo que desean en realidad. La naturalidad se hace cargo de la trama, a la cual la impregna de diálogos con dobles sentidos (“no he pensado en él en todo el día“), de quedadas a escondidas, de una tensión sexual palpable pero a la vez invisible. Viven todavía en un mundo conservador y claramente machista, cualquier movimiento que haga balancear el régimen establecido puede traer consigo consecuencias aterradoras. La custodia de la hija está en juego y el pasado turbio de Carol puede hacer que no la vuelva a ver. Así pues, la relación que hay entre ambas parece un viaje sin fin, uno del que no hay un destino aparente, al ser el alejamiento de la cotidianidad el único objetivo a conseguir. Un viaje que se materializa en el que realizan las dos hacia la otra punta del país. Entre carreteras interminables y hoteles de paso surge lo que bien podría ser la explosión de lo implícito, pero que incluso en lo mostrado, se sigue tratando con delicadeza. Las insinuaciones de lo que se quiere pero no se puede queda patente en una maravillosa escena entre las dos, donde los primeros planos limitarán en parte la acción. Lo inmoral está prohibido.
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SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Lo explícito queda relegado a las relaciones personales de cada una. La incertidumbre de Therese, ya sea en el viaje a Europa o en su orientación sexual –“¿alguna vez te has enamorado de un hombre?” le pregunta en un momento determinado-, y sus negativas continuas entorpecen una relación en el que solo su novio parece estar interesado y que terminará con una fuerte discusión. Su acercamiento al hermano de este, tampoco llegará a buen puerto y lo único que conseguirá será un puesto como fotógrafa en el NY Times; cargo que claramente consigue solo por intereses sexuales. El caso de Carol es mas complicado, puesto que el divorcio y el comportamiento obsceno que tuvo años atrás la pueden destruir. Será prácticamente solo en su casa donde veamos a una Carol desquiciada y fuera de sí. Los silencios que adornan los momentos románticos son sustituidos momentáneamente por rugidos.
El conmovedor final que tuvo la relación entre Julianne Moore y un hombre negro, aquí es cambiado por uno dulce que, aunque viene siendo emocionante y precioso, se aparta de la espontaneidad con la que se estaban desarrollando los acontecimientos. Tal vez requería algo más crudo y más característico de los melodramas clásicos de Hollywood como vendría siendo esa última secuencia desgarradora de La heredera, de William Wilder, por ejemplo, o de la ya citada Breve encuentro. Pero pasando por alto los pequeños defectos, a esta cinta hay que alabarla por hacer sencillo lo complejo y por prescindir, y muy acertadamente, de los artificios dramáticos típicos en nuestros días. No sobra ni un diálogo ni un plano, todo está construido milimétricamente a la perfección.
Cate Blanchett y Rooney Mara tienen una química bestial, de la misma forma que Adèle Exarchopoulos y Léa Seydoux la tenían en la película del lesbianismo por excelencia: La vida de Adèle. Sin duda son dos de las mejores actuaciones del año, pero que nos lleva a preguntarnos, otra vez, sobre cuál es la linea que separa ser la actriz protagonista de la secundaria. Ni los Oscars ni los Globos de Oro parecen tenerlo claro. Edward Lachman, alma gemela de Todd Haynes, apuesta esta vez por tonos apagados y fríos para plasmar la Nueva York de los años 50 y la relación entre las dos mujeres. Carter Burwell, por su parte, compone una exquisita banda sonora aparentemente invisible para no condicionar las emociones de los espectadores.
Carol es una de las mejores películas del año, sin duda, y puede ser comparada con el resto de obras maestras que ha dado el género del melodrama. La unanimidad que ha habido entre público y crítica (la europea sobre todo) parece que no ha servido para que la Academia la incluya en la carrera por el Oscar a mejor película. Una injusticia si tenemos en cuenta que hay candidatas solo por su labor detrás de las cámaras y que precisamente ese aspecto ya se recompensa en el premio a mejor director. Al menos se han dignado en meter a Brooklyn, otra película con aroma a clásico. El tiempo la pondrá en su sitio.
http://www.cineautorweb.com/2016/02/06/carol/
El conmovedor final que tuvo la relación entre Julianne Moore y un hombre negro, aquí es cambiado por uno dulce que, aunque viene siendo emocionante y precioso, se aparta de la espontaneidad con la que se estaban desarrollando los acontecimientos. Tal vez requería algo más crudo y más característico de los melodramas clásicos de Hollywood como vendría siendo esa última secuencia desgarradora de La heredera, de William Wilder, por ejemplo, o de la ya citada Breve encuentro. Pero pasando por alto los pequeños defectos, a esta cinta hay que alabarla por hacer sencillo lo complejo y por prescindir, y muy acertadamente, de los artificios dramáticos típicos en nuestros días. No sobra ni un diálogo ni un plano, todo está construido milimétricamente a la perfección.
Cate Blanchett y Rooney Mara tienen una química bestial, de la misma forma que Adèle Exarchopoulos y Léa Seydoux la tenían en la película del lesbianismo por excelencia: La vida de Adèle. Sin duda son dos de las mejores actuaciones del año, pero que nos lleva a preguntarnos, otra vez, sobre cuál es la linea que separa ser la actriz protagonista de la secundaria. Ni los Oscars ni los Globos de Oro parecen tenerlo claro. Edward Lachman, alma gemela de Todd Haynes, apuesta esta vez por tonos apagados y fríos para plasmar la Nueva York de los años 50 y la relación entre las dos mujeres. Carter Burwell, por su parte, compone una exquisita banda sonora aparentemente invisible para no condicionar las emociones de los espectadores.
Carol es una de las mejores películas del año, sin duda, y puede ser comparada con el resto de obras maestras que ha dado el género del melodrama. La unanimidad que ha habido entre público y crítica (la europea sobre todo) parece que no ha servido para que la Academia la incluya en la carrera por el Oscar a mejor película. Una injusticia si tenemos en cuenta que hay candidatas solo por su labor detrás de las cámaras y que precisamente ese aspecto ya se recompensa en el premio a mejor director. Al menos se han dignado en meter a Brooklyn, otra película con aroma a clásico. El tiempo la pondrá en su sitio.
http://www.cineautorweb.com/2016/02/06/carol/

6,0
29.593
7
22 de septiembre de 2015
22 de septiembre de 2015
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pocos son los que siguen montados en el carro del director indio; y muchos son los que reniegan de su estilo y ponen el grito en el cielo cada vez que saca una película. Y es que la mayoría que aclamó en el pasado su estilo es ahora la que dirige campañas de desprestigio contra todas las nuevas obras de M.
Sus dos últimas películas fueron la gota que colmó el vaso. Si ya se criticaba la degeneración de ese estilo tan característico suyo, After earth y The last airbender vinieron a dejar claro que a Shyamalan no se le dan bien los presupuestos altos y que se maneja mejor con una cantidad limitada de oro para poder construir personajes interesantes e historias impredecibles. Es uno de los casos donde se demuestra que los efectos especiales no hacen de una película algo compleja. Con apenas dinero se puede hacer mucho más que con millones.
Sin alejarse de esas historias suyas que, a priori, coquetean con lo sobrenatural, decide abordar un tipo de filmación que en los últimos años se ha puesto de moda en el cine de terror, como es el caso de REC o Paranormal Activity. Estoy hablando del “found footage”; grabación en primera persona con una cámara que sostiene el protagonista, para que nos entendamos.
Aunque pueda parecer que es un Shyamalan nuevo, en realidad es todo lo contrario; es una vuelta a sus orígenes. Sí, esos de los que un día todos alabábamos y decíamos orgullosos que este señor era uno de los directores que más nos gustaba de la actualidad.
Si por algo se caracteriza el “found footage” es por su simpleza narrativa y llena de clichés pero siempre funcionales a la hora de dar sustos. M. hace uso de este método para criticar a esa clase de películas que piensan que por una innovación en el punto de vista, y unos cuantos momentos de tensión, han fidelizado al público. Es por eso que no se toma en serio el film y decide que, junto al terror, la comedia esté presente durante todo el desarrollo.
Y es en la unión de estos dos géneros contrapuestos donde se ve la inteligencia y la imaginación del director para que el experimento llegue a buen puerto y no quede en ridículo. Por lo general, los momentos con más tensión vienen acompañados de un ligero acontecimiento cómico para rebajar la atmósfera concentrada.
Como dije antes, el realizador indio vuelve a trabajar con aquellas herramientas que tan bien se le daban. Estoy hablando del tratamiento realista en la narración, la falta de datos y la igualdad de conocimientos que tenemos junto con los protagonistas sobre el misterio y, su marca de la casa, el giro inesperado que todos esperamos pero al que siempre caemos como principiantes.
No estamos ante un director cualquiera, estamos ante uno de los guionistas con más imaginación de Hollywood. Y La visita es una muestra que nunca se ha ido ni se ha olvidado de hacer grandes cosas con pocos medios. Su capacidad para dejarnos sentados en la butaca con tanta facilidad me sigue asombrando.
Solo espero que el dinero nunca más se interponga en su camino
https://cinedeautorblog.wordpress.com/2015/09/19/la-visita-the-visit/
Sus dos últimas películas fueron la gota que colmó el vaso. Si ya se criticaba la degeneración de ese estilo tan característico suyo, After earth y The last airbender vinieron a dejar claro que a Shyamalan no se le dan bien los presupuestos altos y que se maneja mejor con una cantidad limitada de oro para poder construir personajes interesantes e historias impredecibles. Es uno de los casos donde se demuestra que los efectos especiales no hacen de una película algo compleja. Con apenas dinero se puede hacer mucho más que con millones.
Sin alejarse de esas historias suyas que, a priori, coquetean con lo sobrenatural, decide abordar un tipo de filmación que en los últimos años se ha puesto de moda en el cine de terror, como es el caso de REC o Paranormal Activity. Estoy hablando del “found footage”; grabación en primera persona con una cámara que sostiene el protagonista, para que nos entendamos.
Aunque pueda parecer que es un Shyamalan nuevo, en realidad es todo lo contrario; es una vuelta a sus orígenes. Sí, esos de los que un día todos alabábamos y decíamos orgullosos que este señor era uno de los directores que más nos gustaba de la actualidad.
Si por algo se caracteriza el “found footage” es por su simpleza narrativa y llena de clichés pero siempre funcionales a la hora de dar sustos. M. hace uso de este método para criticar a esa clase de películas que piensan que por una innovación en el punto de vista, y unos cuantos momentos de tensión, han fidelizado al público. Es por eso que no se toma en serio el film y decide que, junto al terror, la comedia esté presente durante todo el desarrollo.
Y es en la unión de estos dos géneros contrapuestos donde se ve la inteligencia y la imaginación del director para que el experimento llegue a buen puerto y no quede en ridículo. Por lo general, los momentos con más tensión vienen acompañados de un ligero acontecimiento cómico para rebajar la atmósfera concentrada.
Como dije antes, el realizador indio vuelve a trabajar con aquellas herramientas que tan bien se le daban. Estoy hablando del tratamiento realista en la narración, la falta de datos y la igualdad de conocimientos que tenemos junto con los protagonistas sobre el misterio y, su marca de la casa, el giro inesperado que todos esperamos pero al que siempre caemos como principiantes.
No estamos ante un director cualquiera, estamos ante uno de los guionistas con más imaginación de Hollywood. Y La visita es una muestra que nunca se ha ido ni se ha olvidado de hacer grandes cosas con pocos medios. Su capacidad para dejarnos sentados en la butaca con tanta facilidad me sigue asombrando.
Solo espero que el dinero nunca más se interponga en su camino
https://cinedeautorblog.wordpress.com/2015/09/19/la-visita-the-visit/

7,6
9.662
Animación
8
17 de marzo de 2016
17 de marzo de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Isao Takahata no es una promesa ni tampoco un novato. Probablemente a muchos les siga sin sonar el nombre y no le pongan cara; pero en realidad es una de las piezas claves de que el Studio Ghibli tenga el prestigio que ahora ostenta. Pese a ser el cofundador del estudio más imaginativo del mundo, siempre ha vivido a las sombras del gran Hayao Miyazaki, que se ha llevado la mayor parte de los elogios internacionales. Sin embargo, no hay que olvidar que de su pluma y su mente nos llegó una de las películas más conmovedores que se recuerdan en décadas. Un triunfo no solo de la animación, sino del cine en general. La tumba de las luciérnagas es ya un clásico maravilloso sobre la Segunda Guerra Mundial que sirvió para contar con crudeza y sin contarse los horrores de ese episodio. Tal vez Miyazaki tenga más simpatía entre el público por el derroche de fantasía y colores que poseen sus obras, mientras que las de Takahata son más intimistas y sin un mayor grado de detalle en las animaciones. Afortunadamente, cada vez son más las personas que reclaman reconocer a Takahata como uno de los grandes de la animación. Para empezar, El cuento de la princesa Kaguya ya fue nominada al Oscar aunque no consiguiera ganarlo. No sabemos si dirigirá de nuevo otra película, pero el paraíso se lo ha ganado con esta joya que no llegó a triunfar en su país natal. Estar a la sombra de tu socio pesa mucho.
Un anciano cortador de bambú hace su trabajo en el bosque cuando de repente, de una planta, aparece una pequeña criatura. Es una especie de niña diminuta. Fascinado, decide llevársela a su casa. Una vez allí, y tras presentar a ese extraño ser a su esposa, se convierte en un bebé. Desde ese preciso momento, será cuidada como si fuera su hija. Pasa el tiempo y ella no para de crecer hasta convertirse en una joven bella y alegre. Por el bosque pasea y juega con sus amigos mientras admira la naturaleza que le rodea. No hay nada más fascinante que el mundo que tiene alrededor. A su vez, su padre se da cuenta que el bosque le está mostrando algo; es oro para que críe a su hija como si fuera una princesa. Haciendo caso al Dios de la naturaleza, hacen las maletas y se van a vivir a un palacio de la Capital. Separada de sus amigos, la joven debe aprender a comportarse como alguien de su posición.
Miyazaki siempre ha partido de la fantasía para plantear cuestiones realistas. Ya con La princesa Mononoke o Nausicaä del Valle del Viento nos mandaba un mensaje ecologista al recordarnos que somos nosotros los que determinamos el futuro del Planeta Tierra. Además, realzaba el papel de la mujer mostrándola en cada una de sus obras como una heroína. Autosuficiente, no dudaba en luchar por lo que ella misma creía sin necesitar que alguien más fuerte la proteja. Tan solo necesitará ayuda en ciertos momentos dubitativos, pero nunca requerirá un salvador. Isao Takahata, por su lado, parte de la realidad misma y la convierte en fantasía. Tal vez sus películas sean menos espectaculares pero es porque no lo requiere. Su filmografía se ha centrado en tratar las relaciones humanas. Con La tumba de las luciérnagas, nos hablaba de la preciosa conexión que había entre un hermano y una hermana; con Recuerdos del ayer se metía de lleno en el núcleo familiar; y ahora, partiendo de un cuento popular del siglo IX, pretende enseñarnos la infancia de una niña y las directrices que debe seguir por ser mujer.
El cuento de la princesa Kaguya es una película sobre la vida en todos los sentidos; ya sea para lo bueno o para lo malo. Por eso, la película cuenta con dos partes bien diferenciadas, y en escenarios distintos, que nos harán ver las dos caras de una moneda Primero es un canto a la vida, a esas ganas de libertad y de querer dirigir el destino como uno quiere. Takahata nos enseña la belleza que hay en el mundo al detalle. Un pájaro posado en una rama, árboles que se mueven por un vendaval, un bosque lleno de colores, sonidos de pequeños insectos. La naturaleza en todo su esplendor. A la vez, Takahata une esa hermosura a los primeros meses de vida de la protagonista. En esta primera mitad, la veremos siendo amamantada, empezando a hablar, a dar sus primeros pasas bajo la emocionada mirada de su padre o a jugar con sus amigos. Pero ese mundo de ensueño se acaba y nos dirige a la siguiente parte. Alejada del campo, debe criarse a partir de ahora en la capital del país. Está destinada a ser una princesa y eso requiere un cierto estilo de vida que la mayoría de los mortales no entendemos. El director japonés nos viene a hablar del rol femenino en una sociedad aún muy tradicional. Se podría considerar como un antecedente a las películas de Ozu, que retrata precisamente esa evolución en la mentalidad de la población, que poco a poco va confiriendo de libertad de elección a las mujeres. La protagonista es obligada a aprender los comportamientos que debe tener una dama de su posición. Una transformación psicológica pero también física al tener que quitarse las cejas o pintarse los dientes de color negro. Es una crítica feroz a la nobleza japonesa establecida en ideales vacuos y sin ningún tipo de sentido más que para aparentar ser superiores.
------------------------ Sigue en "Spoiler" sin spoilers --------------------------------------------
Un anciano cortador de bambú hace su trabajo en el bosque cuando de repente, de una planta, aparece una pequeña criatura. Es una especie de niña diminuta. Fascinado, decide llevársela a su casa. Una vez allí, y tras presentar a ese extraño ser a su esposa, se convierte en un bebé. Desde ese preciso momento, será cuidada como si fuera su hija. Pasa el tiempo y ella no para de crecer hasta convertirse en una joven bella y alegre. Por el bosque pasea y juega con sus amigos mientras admira la naturaleza que le rodea. No hay nada más fascinante que el mundo que tiene alrededor. A su vez, su padre se da cuenta que el bosque le está mostrando algo; es oro para que críe a su hija como si fuera una princesa. Haciendo caso al Dios de la naturaleza, hacen las maletas y se van a vivir a un palacio de la Capital. Separada de sus amigos, la joven debe aprender a comportarse como alguien de su posición.
Miyazaki siempre ha partido de la fantasía para plantear cuestiones realistas. Ya con La princesa Mononoke o Nausicaä del Valle del Viento nos mandaba un mensaje ecologista al recordarnos que somos nosotros los que determinamos el futuro del Planeta Tierra. Además, realzaba el papel de la mujer mostrándola en cada una de sus obras como una heroína. Autosuficiente, no dudaba en luchar por lo que ella misma creía sin necesitar que alguien más fuerte la proteja. Tan solo necesitará ayuda en ciertos momentos dubitativos, pero nunca requerirá un salvador. Isao Takahata, por su lado, parte de la realidad misma y la convierte en fantasía. Tal vez sus películas sean menos espectaculares pero es porque no lo requiere. Su filmografía se ha centrado en tratar las relaciones humanas. Con La tumba de las luciérnagas, nos hablaba de la preciosa conexión que había entre un hermano y una hermana; con Recuerdos del ayer se metía de lleno en el núcleo familiar; y ahora, partiendo de un cuento popular del siglo IX, pretende enseñarnos la infancia de una niña y las directrices que debe seguir por ser mujer.
El cuento de la princesa Kaguya es una película sobre la vida en todos los sentidos; ya sea para lo bueno o para lo malo. Por eso, la película cuenta con dos partes bien diferenciadas, y en escenarios distintos, que nos harán ver las dos caras de una moneda Primero es un canto a la vida, a esas ganas de libertad y de querer dirigir el destino como uno quiere. Takahata nos enseña la belleza que hay en el mundo al detalle. Un pájaro posado en una rama, árboles que se mueven por un vendaval, un bosque lleno de colores, sonidos de pequeños insectos. La naturaleza en todo su esplendor. A la vez, Takahata une esa hermosura a los primeros meses de vida de la protagonista. En esta primera mitad, la veremos siendo amamantada, empezando a hablar, a dar sus primeros pasas bajo la emocionada mirada de su padre o a jugar con sus amigos. Pero ese mundo de ensueño se acaba y nos dirige a la siguiente parte. Alejada del campo, debe criarse a partir de ahora en la capital del país. Está destinada a ser una princesa y eso requiere un cierto estilo de vida que la mayoría de los mortales no entendemos. El director japonés nos viene a hablar del rol femenino en una sociedad aún muy tradicional. Se podría considerar como un antecedente a las películas de Ozu, que retrata precisamente esa evolución en la mentalidad de la población, que poco a poco va confiriendo de libertad de elección a las mujeres. La protagonista es obligada a aprender los comportamientos que debe tener una dama de su posición. Una transformación psicológica pero también física al tener que quitarse las cejas o pintarse los dientes de color negro. Es una crítica feroz a la nobleza japonesa establecida en ideales vacuos y sin ningún tipo de sentido más que para aparentar ser superiores.
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SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Hace recordar a El árbol de la vida no solo por el lirismo y la belleza de las imágenes desprendidas, sino también por lo que cuenta. Desde los primeros momentos de un ser humano y su infancia hasta el protagonismo de la figura maternal. Porque ella será la personificación de la ternura y la única que la entienda. Su padre, por el contrario, quiere lo mejor para su hija pero cae en la trampa del sistema que eleva a una persona por encima de otra solo por el título que ostenta; pues cree que la felicidad recae en la posición social y en la riqueza. Una ignorancia también presente en los pretendientes a ser los maridos de la princesa y que choca fuertemente con el joven del que siempre estuvo enamorada. Y la humildad con la que se cuenta la historia es encontrada en la protagonista al no poseer ese carácter guerrero típico de las películas de Miyazaki. Así pues, no debemos confundirla con una heroína, ya que nos encontramos una joven indefensa e ingenua. Takahata tira de ironía para que los obstáculos que se ponen entre ella y la libertad que ansía conseguir se caigan por sí solos.
La animación de la película es lo que más destaca al principio y puede descuadrar a los espectadores, al ser típico en Ghibli una estética muy colorida y llena de detalles. Sin embargo, Takahata ya había utilizado algo parecido en la desconocida Mis vecinos los Yamada . No hay duda que El cuento de la princesa Kaguya no se podría haber concebido sin otro estilo pictórico, porque un cuento popular del siglo IX merece ser contado a través de la animación tradicional con el fin de darle a la obra aun más ese aire clasicista. Y por qué no, también sirve para reivindicar las viejas usanzas -cada fotograma está dibujado a mano- con las que se creaban los dibujos. Recordemos que han tardado siete años en hacer el film y, por el resultado final, ha merecido la espera. Es obligatorio comentar la música de Joe Hisaishi, la cual es sobresaliente con sus composiciones a piano.
La película está tratada con mucho mimo y se va desarrollando con una lentitud magistral, por lo que es lo más cercano que tendremos al estilo japonés más clásico. No es una gran aventura ni hay batallas dignas del mejor Miyazaki, pero sí encontramos una preciosa lucha interior por llegar a la felicidad. Una joya que lamentablemente fue un fracaso en su tierra natal y que en España se va a estrenar de manera limitada. Una pena.
http://www.cineautorweb.com/el-cuento-de-la-princesa-kaguya/
La animación de la película es lo que más destaca al principio y puede descuadrar a los espectadores, al ser típico en Ghibli una estética muy colorida y llena de detalles. Sin embargo, Takahata ya había utilizado algo parecido en la desconocida Mis vecinos los Yamada . No hay duda que El cuento de la princesa Kaguya no se podría haber concebido sin otro estilo pictórico, porque un cuento popular del siglo IX merece ser contado a través de la animación tradicional con el fin de darle a la obra aun más ese aire clasicista. Y por qué no, también sirve para reivindicar las viejas usanzas -cada fotograma está dibujado a mano- con las que se creaban los dibujos. Recordemos que han tardado siete años en hacer el film y, por el resultado final, ha merecido la espera. Es obligatorio comentar la música de Joe Hisaishi, la cual es sobresaliente con sus composiciones a piano.
La película está tratada con mucho mimo y se va desarrollando con una lentitud magistral, por lo que es lo más cercano que tendremos al estilo japonés más clásico. No es una gran aventura ni hay batallas dignas del mejor Miyazaki, pero sí encontramos una preciosa lucha interior por llegar a la felicidad. Una joya que lamentablemente fue un fracaso en su tierra natal y que en España se va a estrenar de manera limitada. Una pena.
http://www.cineautorweb.com/el-cuento-de-la-princesa-kaguya/
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