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Críticas ordenadas por utilidad
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8,0
7.942
9
26 de agosto de 2010
26 de agosto de 2010
15 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
El mismo año en que estrena esta película (1978), Ingmar Bergman lleva también a la escena una obra de August Strindberg (1849-1912): “El sueño”. No es en absoluto una casualidad. En las dos anteriores ocasiones también habían sido textos de Strindberg sobre los que trabajara en el teatro, y especialmente en su propia sala de Estocolmo. Toda su vida profesional supuso una relación permanente con ese dramaturgo obsesivo y peculiar al que tanto admiraba, con esos personajes torturados que salían de su compleja imaginación y de sus propias vivencias, concebidos por un hombre que nunca pudo ser realmente feliz. Pero es en los últimos compases de su carrera profesional cuando Bergman se siente con la suficiente sabiduría práctica contrastada y la familiaridad necesarias como para bucear en los significados y los procedimientos de quien considera un autor de la talla de Shakespeare.
El cineasta se pasó, pues, su vida en contacto con la obra de Strindberg. Es completamente normal que en sus películas encontremos siempre su aroma. En este caso en el que, además de dirigir también escribe el guión, el aroma se convierte en olor penetrante. Strindberg está instalado en ella: ahí están sus personajes insomnes, atrapados en su propio egoísmo, en sus preocupaciones mezquinas, ahí están sus momentos de confesión, ahí sus instantes desgarradores tras tantos años de silencio. Strinberg escribe crónicas de ese día en el que por fin el dolor del personaje se convierte en un rabioso caudal de palabras. Bergman aquí también.
Y ahí están también sus principales acusaciones: “el dolor de una hija es el éxito de la madre”, se pregunta Eva en esta película, sospechando la respuesta. La vida, pues, como eterno cordón umbilical, en donde somos lo que nos han hecho que fuéramos y convertimos a los demás en nuestras propias víctimas. Una cadena de causas y efectos de donde escapar es francamente complicado, por no decir imposible. Se vive soportando ese fardo de la culpa compartida, que se transmite y transmitimos de generación en generación.
Bergman cuenta que mantuvo con Ingrid Bergman una batalla campal durante el rodaje. Dice que no entendía sus propuestas y que se las rebatía de forma ardiente. Nunca se podría adivinar tal cosa. Esa diosa parece interpretar el mejor personaje de su vida, lleno de verdad, de dolor, de escapatoria. Y Liv Ullmann, la fiel actriz del maestro sueco, que aquí vuelve a estar excepcional. ¿Qué decir de ella...? La escena del piano, por ejemplo, en la que escucha tocar a su madre, y su mirada refleja todo el universo de sentimientos contradictorios, es para recordar eternamente.
La película es una obra maestra de la proporción, de la intensidad, de la inteligencia, de la profundidad en la reflexión sobre los comportamientos humanos y en nuestra condición de tales.
El cineasta se pasó, pues, su vida en contacto con la obra de Strindberg. Es completamente normal que en sus películas encontremos siempre su aroma. En este caso en el que, además de dirigir también escribe el guión, el aroma se convierte en olor penetrante. Strindberg está instalado en ella: ahí están sus personajes insomnes, atrapados en su propio egoísmo, en sus preocupaciones mezquinas, ahí están sus momentos de confesión, ahí sus instantes desgarradores tras tantos años de silencio. Strinberg escribe crónicas de ese día en el que por fin el dolor del personaje se convierte en un rabioso caudal de palabras. Bergman aquí también.
Y ahí están también sus principales acusaciones: “el dolor de una hija es el éxito de la madre”, se pregunta Eva en esta película, sospechando la respuesta. La vida, pues, como eterno cordón umbilical, en donde somos lo que nos han hecho que fuéramos y convertimos a los demás en nuestras propias víctimas. Una cadena de causas y efectos de donde escapar es francamente complicado, por no decir imposible. Se vive soportando ese fardo de la culpa compartida, que se transmite y transmitimos de generación en generación.
Bergman cuenta que mantuvo con Ingrid Bergman una batalla campal durante el rodaje. Dice que no entendía sus propuestas y que se las rebatía de forma ardiente. Nunca se podría adivinar tal cosa. Esa diosa parece interpretar el mejor personaje de su vida, lleno de verdad, de dolor, de escapatoria. Y Liv Ullmann, la fiel actriz del maestro sueco, que aquí vuelve a estar excepcional. ¿Qué decir de ella...? La escena del piano, por ejemplo, en la que escucha tocar a su madre, y su mirada refleja todo el universo de sentimientos contradictorios, es para recordar eternamente.
La película es una obra maestra de la proporción, de la intensidad, de la inteligencia, de la profundidad en la reflexión sobre los comportamientos humanos y en nuestra condición de tales.

7,9
8.883
9
10 de febrero de 2009
10 de febrero de 2009
15 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
La aparición de Jean Renoir en el panorama del cine francés fue un gran acontecimiento. Llevaba los ojos cargados de hermosas imágenes y la cabeza de profundas ideas, y de ese bagaje son exponentes algunas películas anteriores a “La gran ilusión”, sin duda una de sus obras maestras y que obtuvo, entre otros, el premio a la mejor dirección artística en el Festival de Venecia.
Aquí su trabajo se sostiene en gran medida en la ajustada interpretación de Jean Gabin, Dita Parlo, Pierre Fresnay y Eric Von Stroheim, director austríaco, autor de ”Avaricia” (1923), que por aquel entonces estaba más dedicado al trabajo actoral, pero también en un excelente guión y en una precisión técnica fuera de toda duda. Hay una pericia evidente y una inteligencia cinematográfica en el manejo de la cámara y en la selección de los encuadres, que mantienen siempre un punto de calidad indiscutibles. Todo ello al servicio de lo que se nos cuenta: una historia conmovedora en donde se hace una reflexión sobre la naturaleza de la guerra, las clases sociales y, en general, la política que condujo a la primera guerra mundial, sembrando de cadáveres inútiles el corazón de la vieja Europa.
Hay momentos de gran intensidad emotiva: el amor surge de la necesidad y del peligro, de las circunstancias adversas y de la precariedad. Pero también los hay de enorme profundidad y sutileza intelectual. Renoir pone en boca de uno de los personajes eso de que “las fronteras no se ven, son inventos de los hombres. A la naturaleza le da igual las fronteras”. Desde ese punto de vista tiene lógica el comportamiento refinado y la relación cordial que mantienen el oficial alemán y el francés, este último prisionero del primero. Son más cosas las que les unen que las que les separan, así como en uno de los ejércitos puede haber más diferencias culturales y sociales.
Película optimista, con un trasfondo filosófico humanista y profundamente crítico, y un sentido del humor que, en algunos momentos sobra, visto desde nuestra perspectiva. No cabe duda de que, situada en su contexto, esta mezcla de registros trágicos y cómicos significó una gran novedad y una manera original de vehicular ese otro tipo de contenidos.
Aquí su trabajo se sostiene en gran medida en la ajustada interpretación de Jean Gabin, Dita Parlo, Pierre Fresnay y Eric Von Stroheim, director austríaco, autor de ”Avaricia” (1923), que por aquel entonces estaba más dedicado al trabajo actoral, pero también en un excelente guión y en una precisión técnica fuera de toda duda. Hay una pericia evidente y una inteligencia cinematográfica en el manejo de la cámara y en la selección de los encuadres, que mantienen siempre un punto de calidad indiscutibles. Todo ello al servicio de lo que se nos cuenta: una historia conmovedora en donde se hace una reflexión sobre la naturaleza de la guerra, las clases sociales y, en general, la política que condujo a la primera guerra mundial, sembrando de cadáveres inútiles el corazón de la vieja Europa.
Hay momentos de gran intensidad emotiva: el amor surge de la necesidad y del peligro, de las circunstancias adversas y de la precariedad. Pero también los hay de enorme profundidad y sutileza intelectual. Renoir pone en boca de uno de los personajes eso de que “las fronteras no se ven, son inventos de los hombres. A la naturaleza le da igual las fronteras”. Desde ese punto de vista tiene lógica el comportamiento refinado y la relación cordial que mantienen el oficial alemán y el francés, este último prisionero del primero. Son más cosas las que les unen que las que les separan, así como en uno de los ejércitos puede haber más diferencias culturales y sociales.
Película optimista, con un trasfondo filosófico humanista y profundamente crítico, y un sentido del humor que, en algunos momentos sobra, visto desde nuestra perspectiva. No cabe duda de que, situada en su contexto, esta mezcla de registros trágicos y cómicos significó una gran novedad y una manera original de vehicular ese otro tipo de contenidos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Unos soldados franceses son capturados junto a su oficial por el ejército enemigo durante la primera guerra mundial. El oficial francés establece una excelente relación con el alemán, un hombre culto y refinado como él. Finalmente los soldados logran escapar a costa de la vida de su superior que muere en la operación a manos de su colega y amigo.

8,2
18.853
9
3 de enero de 2009
3 de enero de 2009
14 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es una excelente pelicula, rodada en plena madurez del director, y en donde lo principal es el duelo interpretativo entre Bette Davis y Joan Crawford que ha pasado ya a los anales de la historia del cine como uno de los más intensos y convincentes de todos los tiempos.
Lo de duelo parece que fue literal. En el rodaje y alrededores debió pasar de todo, según cuentan los especialistas en el anecdotario cinematográfico, y eso, una vez mas, no contribuyo de manera negativa al resultado final, sino más bien todo lo contrario. Ambas, cuyas carreras y rivalidades personales ya estaban mas que lanzadas, están sencillamente soberbias, construyendo sendos personajes de una complejidad sicológica y de composición a prueba de actores mediocres. La relación entre ellas tiene momentos sublimes, de una enorme fuerza cinematográfica. A Aldrich le salió perfectamente su apuesta: extrajo lo mejor de si mismas como actrices y supo explotar su enorme popularidad como estrellas de Holliwood para promocionar la película.
Aldrich a lo largo de las dos horas duración, va incrementando, con su sabia mano de director curtido, el dramatismo de la situación y de la atormentada relación entre ambas, que se precipita hacia el desastre de una manera inevitable y anunciada. Para aligerar el espeso ambiente de tragedia realista entre Blanche y Jane, introduce, también con gran pericia, otros personajes de un perfil melodramático, como el pianista que contrata la segunda para llevar adelante su fantasia infantilóide, y que esta magistralmente interpretado por Victor Buono. Gracias a esta sutil combinación de estilos interpretativos, que casan como piezas sutilmente calculadas, obtenemos una sensación final de obra de arte perfecta.
Hay momentos de una inigualable belleza. La ultima escena en la playa, en donde Bette Davis baila indiferente entre una multitud de curiosos mientras la policia atiende a Jaon Crawford, es una perfecta metáfora de toda la película y un momento inolvidable para cualquier cinéfilo.
Todo está bien. Todo esta al servicio de ese duelo interpretativo y de ese ambiente de suspense. Todas las piezas del engranaje funcionan a la perfección para explicarnos como es posible que los celos y la envidia, mantenidos de manera constante en el subconsciente de las personas, pueden, no solo aniquilar una relación, sino a las mismas personas, provocando conductas patológicas que pueden llegar a ser extremadamente violentas y destructivas.
Lo de duelo parece que fue literal. En el rodaje y alrededores debió pasar de todo, según cuentan los especialistas en el anecdotario cinematográfico, y eso, una vez mas, no contribuyo de manera negativa al resultado final, sino más bien todo lo contrario. Ambas, cuyas carreras y rivalidades personales ya estaban mas que lanzadas, están sencillamente soberbias, construyendo sendos personajes de una complejidad sicológica y de composición a prueba de actores mediocres. La relación entre ellas tiene momentos sublimes, de una enorme fuerza cinematográfica. A Aldrich le salió perfectamente su apuesta: extrajo lo mejor de si mismas como actrices y supo explotar su enorme popularidad como estrellas de Holliwood para promocionar la película.
Aldrich a lo largo de las dos horas duración, va incrementando, con su sabia mano de director curtido, el dramatismo de la situación y de la atormentada relación entre ambas, que se precipita hacia el desastre de una manera inevitable y anunciada. Para aligerar el espeso ambiente de tragedia realista entre Blanche y Jane, introduce, también con gran pericia, otros personajes de un perfil melodramático, como el pianista que contrata la segunda para llevar adelante su fantasia infantilóide, y que esta magistralmente interpretado por Victor Buono. Gracias a esta sutil combinación de estilos interpretativos, que casan como piezas sutilmente calculadas, obtenemos una sensación final de obra de arte perfecta.
Hay momentos de una inigualable belleza. La ultima escena en la playa, en donde Bette Davis baila indiferente entre una multitud de curiosos mientras la policia atiende a Jaon Crawford, es una perfecta metáfora de toda la película y un momento inolvidable para cualquier cinéfilo.
Todo está bien. Todo esta al servicio de ese duelo interpretativo y de ese ambiente de suspense. Todas las piezas del engranaje funcionan a la perfección para explicarnos como es posible que los celos y la envidia, mantenidos de manera constante en el subconsciente de las personas, pueden, no solo aniquilar una relación, sino a las mismas personas, provocando conductas patológicas que pueden llegar a ser extremadamente violentas y destructivas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Blanche y Jane son hermanas que tuvieron desigual fortuna en el cine. La primera sigue en el recuerdo de la gente, y de la segunda pocos recuerdan que fue una niña prodigio. Jane, trastornada por la envidia, el rencor y el alcohol, somete a Blanche a todo tipo de torturas sicológicas y f’isicas, aprovechando su situación de invalida, postrada en una silla de ruedas.

7,2
6.709
5
20 de octubre de 2010
20 de octubre de 2010
19 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Leo elogiosas críticas de esta película y, la verdad, parece que he visto otra. Le concedo ciertos momentos de brillantez –faltaría más-, pero, en general, creo que le ha pasado el tiempo por encima y la ha aplastado definitivamente.
Sencillez, frescura en el guión… ¿En serio? Me parece un guión destartalado, con unos personajes también destartalados, de dudoso origen y discutible eficacia. ¿Qué son? ¿Qué es la película? ¿Una comedia? ¿Una crónica? ¿Un lo que salga y ya veremos después?
Me enamoré de la “nouvelle vague” y, en particular, de “Los cuatrocientos golpes”… Pero me temo que lo que en su momento fueron hallazgos ahora pueden ser anacronismos. No tener un guión definido en ese momento de “rebeldía con causa” cinematográfica era un trampolín para la creatividad de todos, incluido el director. Cuarenta y dos años después nos parece una incoherente sucesión de momentos deshilachados en dirección a un final tan tonto como el mismo transcurso hacia él.
Y Jean-Pierre Léaud, que fue un magnífico actor infantil y un pésimo actor adulto, no sabe ni contesta acerca de ese Antoine Doinel que Truffaut pensó para él. ¿Puede haber menos expresividad, menos gracia actuando?
Sencillez, frescura en el guión… ¿En serio? Me parece un guión destartalado, con unos personajes también destartalados, de dudoso origen y discutible eficacia. ¿Qué son? ¿Qué es la película? ¿Una comedia? ¿Una crónica? ¿Un lo que salga y ya veremos después?
Me enamoré de la “nouvelle vague” y, en particular, de “Los cuatrocientos golpes”… Pero me temo que lo que en su momento fueron hallazgos ahora pueden ser anacronismos. No tener un guión definido en ese momento de “rebeldía con causa” cinematográfica era un trampolín para la creatividad de todos, incluido el director. Cuarenta y dos años después nos parece una incoherente sucesión de momentos deshilachados en dirección a un final tan tonto como el mismo transcurso hacia él.
Y Jean-Pierre Léaud, que fue un magnífico actor infantil y un pésimo actor adulto, no sabe ni contesta acerca de ese Antoine Doinel que Truffaut pensó para él. ¿Puede haber menos expresividad, menos gracia actuando?

7,3
873
7
3 de marzo de 2009
3 de marzo de 2009
13 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una densa película en la que, por encima de todos sus valores, destaca el trabajo interpretativo de Bette Davis, que en este momento tenía treinta y un años, lo cual no es precisamente una excepción en su brillante carrera.
La Davis venía de ganar un Oscar por su interpretación en “Jezabel” (1938), a las órdenes de William Wyler, y haber estado nominada por su trabajo en “Amarga victoria” (1939), bajo la dirección de Edmund Goulding con el que repite es esta ocasión. Aquí encuentra una adecuada réplica en Miriam Hopkins, seis años mayor, con la que protagonizó fuera de las pantallas otro tipo de rivalidades. Esto es una simple hipótesis: A Robert Aldrich le inspirarían estas relaciones extra cinematográficas para acometer con Davis aquella maravilla titulada “Qué fue de Baby Jane?” que protagonizaría con Joan Crawford veintitrés años después. El esquema es parecido, aunque en el caso de Baby Jane los límites se ponen más lejos: dos mujeres que en el fondo son rivales están condenadas a vivir juntas.
Goulding tira de oficio y todo lo hace bien. El guión es aceptable, inspirado en la novela de Edith Wharton, y el conjunto funciona admirablemente. Hay unos primeros planos antológicos, especialmente los que acapara Bette Davis, que aquí también se va transformando de una jovencita ilusionada y feliz en una vieja malhumorada e intransigente por razones del destino. Y, por supuesto, la eficacia de Max Steiner en la composición de una banda sonora llena de refritos (conviene escuchar atentamente el final…) estaba asegurada.
La película no recibió demasiados premios ni tuvo nominaciones a los Oscar. El resultado es suficiente, dentro de unos parámetros de calidad indiscutibles.
La Davis venía de ganar un Oscar por su interpretación en “Jezabel” (1938), a las órdenes de William Wyler, y haber estado nominada por su trabajo en “Amarga victoria” (1939), bajo la dirección de Edmund Goulding con el que repite es esta ocasión. Aquí encuentra una adecuada réplica en Miriam Hopkins, seis años mayor, con la que protagonizó fuera de las pantallas otro tipo de rivalidades. Esto es una simple hipótesis: A Robert Aldrich le inspirarían estas relaciones extra cinematográficas para acometer con Davis aquella maravilla titulada “Qué fue de Baby Jane?” que protagonizaría con Joan Crawford veintitrés años después. El esquema es parecido, aunque en el caso de Baby Jane los límites se ponen más lejos: dos mujeres que en el fondo son rivales están condenadas a vivir juntas.
Goulding tira de oficio y todo lo hace bien. El guión es aceptable, inspirado en la novela de Edith Wharton, y el conjunto funciona admirablemente. Hay unos primeros planos antológicos, especialmente los que acapara Bette Davis, que aquí también se va transformando de una jovencita ilusionada y feliz en una vieja malhumorada e intransigente por razones del destino. Y, por supuesto, la eficacia de Max Steiner en la composición de una banda sonora llena de refritos (conviene escuchar atentamente el final…) estaba asegurada.
La película no recibió demasiados premios ni tuvo nominaciones a los Oscar. El resultado es suficiente, dentro de unos parámetros de calidad indiscutibles.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Las circunstancias de la vida hacen que Charlotte se quede finalmente soltera, a pesar de tener una hija secreta, fruto de una relación con un hombre que murió en el frente. Las circunstancias también aconsejan que Delia, la prima de Charlotte, se convierta socialmente en la madre adoptiva de la joven. Todo ello conduce a crear una relación compleja y llena de tensiones entre la muchacha y su verdadera madre, y que ésta envejezca infeliz y amargada.
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