Solo imaginarme a una veinteañera de 2023 viendo en esta película, con pupilas como bandejas de camarero, cómo una señora se desespera por conseguir un hombre que la quiera... me muero de vergüenza. Se avanza mucho, se está consiguiendo mucho en el maltratado feminismo, y luego llega Marta González de Vega en calidad de protagonista, guionista y autora de la obra de teatro original, y afirma que las mujeres lo que quieren es tener novio, y ya está. Acostarse con tíos está bien, tener amigas para tomar café y cocacolas (maremía qué publicidad con el refresco) mola mucho pero lo que llena totalmente a una mujer es tener pareja estable, alguien que se quede a desayunar, que la compre flores aunque las meta en el wáter (¡¡!!) y que pueda presentar a sus amiguis. Y punto. En 2023. Para ello, Marta (González de la Vega) hará todo lo posible, desde los consabidos mensajes telefónicos, arruinarse en una farmacia (qué secuencia más vergonzosa) o aprenderse de memoria respuestas falsamente feministas para avergonzar a los machitos que la entren. Todo, todo para, también, poner contentos a sus padres (Antonio Resines y Elena Irureta) no sea que nos salgamos de la comedia más burguesa posible. Repito, tantos años de lucha para que una mujer remita, de nuevo, a lo más rancio posible en la comedia de siempre. Y menos mal que Chus Gutiérrez está tras la cámara, así que este desastre por lo menos fluye con rapidez, sin demasiados momentos de sofoco.

Siempre es difícil, con según qué películas, saber si hay que verlas por que conservan un cierto encanto propio de la época o porque proporcionan risas de comedia involuntaria. 'Romulo y Remo', coescrita por Sergio Leone, reúne ambas condiciones. No está mal hecha, tiene algunos diálogos salvables, cuenta con la espléndida Virna Lisi y su faja para tener 8 cm de cintura, pero tiene unas escenas de acción para llorar y/o reír a carcajadas. Para público afín, ver a Stere Reeves y Gordon Scott juntos y casi rozándose los pectorales puede tener su aquel. Y la música de Piero Piccioni está muy bien.

En estos tiempos en los que muchos (y lo que es peor, en alianza con los medios periodísticos) quieren que confundamos con la libertad con tomar cañas durante la pandemia o la dictadura con un gobierno que no les gusta, películas como 'El maestro que prometió el mar' son más necesarias que nunca. Volver a mostrar que muchos miles de españoles murieron por querer enseñar en libertad, que fueron torturados y asesinados por no seguir los mandatos de la Iglesia y empeñarse en que sus compatriotas pensasen y fueran libres nunca es baladí. Así que hurra por la película de Patricia Font, por su sensibilidad y por su última media hora, absolutamente estremecedora sin necesidad de primeros planos y explicaciones. Si, el hombre muchas veces tortura y mata con rutina, mientras se enciende un cigarro.
Solo desentona, en parte, el papel de Laia Costa, esa bordería inútil que no es, en absoluto necesaria y que resta credibilidad a las acciones del personaje.

¿Qué tiene que tener una película ahora para que lo pete en las redes sociales? Pues movilizar a la muchachada, claro, y para eso son imprescindibles que todos los actores sean guapísimos y delgadísimos (es que no hay un mediomichelín en todo el filme) y que solo se muevan por la ambición, que haya violencia con mucha sangre goteando, que haya sexo más bien guarrote e improvisado en plan aquítepilloaquítemato, que se vean drogas, que la gente vaya a fiestas muy locas, que se vean dólares, muchos, que se noten, que el diseño de vestuario sea fetén y que se oigan muchos temazos, a ser posible de hace algunos años para estimular la nostalgia.
Pues, oye, 'Saltburn' tiene a capazos de todo esto lo que provoca, claro, que el argumento no sea tan importante. Coges toneladas de 'El talento de Mr. Ripley' (y 'A pleno sol', claro), 'Retorno a Brideshead' (hasta hay un plano homenaje en la azotea de la mansión), 'Match Point' y otras y ya lo tienes. Es decir, un muchacho tímido en apariencia inocente que parasita a un super atractivo millonario hasta dejarle fino como una pajita de cocktail. Y ya está.
Y todo mostrado sin el menor recato, sin la menor timidez, a saco, como ya hizo la directora con la muy mediocre 'Una joven prometedora' donde los maltratadores se ponían a llorar cuando la chica los descubría ¡¡!!.
¿Es el cine de ahora? Sí. ¿Es bueno? Para nada.

Como ocurre con algunas obras de arte modernas, esta prestigiosísima obra de Chantal Akerman se balancea entre la obra de arte imprescindible para ser y estar a la última y la nadería más absoluta. En mi opinión, la solución es la segunda pero, claro, ya puedo decir y escribir, como ahora mismo, que ya la he visto. Y me costó. Me costó mucho. Más de tres horas de secuencias repetidas una y otra vez en las que no pasa nada y que solo varían al final, con el consabido golpe de efecto que no deja de ser imprescindible para no quemar el cine o la televisión. Sí, mucho arte y mucha revolución fílmica pero al final hace falta que pase algo para no gritar de rabia.