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Críticas 164
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
8
24 de noviembre de 2011
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Absténganse cenizos. Polanski trasplanta con gran tino y pulso el texto teatral de Yasmina Reza, una de las autoras que mejor disecciona de la burguesía contemporánea en cada una de sus obras, y aporta mucho más que una ya excelente dirección de actores, volviendo la adaptación válida, pertinente y con un gran valor añadido al discurso sin perder esa misma esencia de comedia negra, ácida y mordaz de la dramaturga francesa. La veteranía de un cineasta, de estos que siempre parece que lo ha dado todo, más la base tan marcadamente teatral de una propuesta “unidimensional”, no se convierten en los falsos amigos que una cierta tradición de habituales prejuicios se empeñan en buscar, y no pocas veces encuentran: nada más lejos de la realidad.

La distribución espacial (en una única localización), las formas de su montaje (mucho más complejo que el mero plano-contraplano) y el habilidoso cálculo de tiempos emulan una especie de extenso episodio de sitcom dinámica, con una risa ausente en lo explícito pero mucho más ácida y mordaz en lo implícito, lo que refuerza (aún más) esa comedia negra subyacente, no aparente. El perfecto ritmo encuentra su clave en los flujos y rotaciones de enfrentamiento entre los personajes, con el acaloramiento muy patente a poco de iniciar el metraje y de ahí en continuo crescendo, en el todo o en las partes.

Todos los actores, en su punto y variando registros, tienen su momento central, pero si debemos quedarnos con uno, ese no sería otro que Christoph Waltz, quien logra atraer muchas veces los focos manteniéndose en una intensidad de gritos y furia por debajo del resto; aunque también se debe tener en cuenta que viene con un quinto personaje bajo el brazo: su continuamente impertinente teléfono móvil, motor cómico en los dos primeros actos de un metraje oportunamente breve, e incluso un valor metafórico y significativo inesperado, al igual que ocurre con ese hámster puntualmente recurrente en las conversaciones.

(continúa)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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Pero la mayor virtud del texto, reforzada a la perfección por el film, se descubre al comprobar como el cauce del desarrollo dramático (paralelo a ese anverso cómico) se mimetiza a la perfección con el subtexto, el núcleo significativo, que parte de ese evidente planteamiento didáctico en el arranque. Nada mejor que unos diálogos punzantes y progresivamente ardientes para expresar la violencia de la sociedad “avanzada”, la dialéctica, que acaba siendo más descarnada en esencia que la primitiva, la física, la explícita, aquella que pretenden eliminar, desde la ortodoxia, en los frutos de su carne, pero hacia la que fluyen cuesta abajo y sin frenos, a través de un comportamiento progresivamente pueril que nos brinda momentos de absurdo antológico, de carcajada desbocada.

La pasividad-agresividad, el sarcasmo y la cada vez más endeble corrección política no son más que los mecanismos de arranque, los pistoletazos. Porque al fin y al cabo, se quedan a muy pocos pasos de esa carnicería que reza (nunca mejor dicho) el título original, o la salvajada del traducido, arremetiendo, pero sin dar la brasa ni matar el humor, contra muchos de los estamentos y sistemas de valores que rigen nuestra sociedad, sin que apenas nos demos cuenta de lo arbitrario de su origen y lo impuesto de su práctica. Una nueva joya para la filmografía de Polanski, que demuestra una vez más, en la historia de este arte, que se puede lograr algo muy grande en un espacio-tiempo muy pequeño.
13 de octubre de 2021
8 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
[Crítica de la 2ª temporada]

Hubo un tiempo en el que el buenismo impostado hegemonizaba la TV anglosajona y se hacía necesario un cambio de paradigma, que oportunamente coincidió con la explosión de la llamada "edad de oro" de las series de TV: de intachables policías, médicos y abogados y bonachones padres y madres de familia pasamos a Tony Soprano, Dexter Morgan, Gregory House, Don Draper o Walter White. Ahora el paradigma es justo el contrario: en un tiempo en el que las redes sociales se han convertido, hora tras hora, en un agotador campo de batalla dialéctico, máxime tras los efectos devastadores de una pandemia que, lejos de hacernos mejores personas, ha sacado a relucir las peores esencias de la condición humana (en el Primer Mundo al menos), la irrupción de Ted Lasso y todo lo que representa sienta como una bocanada de aire fresco, como la garantía de una sonrisa sincera cada semana. En esto último se agradece que Apple TV+ no haya optado por la fórmula del estreno masivo, que parece haber llegado para quedarse en las plataformas digitales.

Tranquilos, no estamos hablando del buenrollismo pueril y superficial de las viñetas con frases motivacionales de Paulo Coelho ni de las tazas de Mr. Wonderful. La serie de Jason Sudeikis, Brendan Hunt, Joe Kelly y Bill Lawrence expone con mucho acierto las miserias humanas como parte indefectible de la vida a la que hay que hacer frente de la mejor manera posible, y eso el deporte no es excepción. Resulta particularmente destacable, a la par que necesaria, la visibilización de la salud mental en el deporte (recordemos lo sucedido con la gimnasta Simone Biles en los pasados Juegos Olímpicos), retirándole su condición de tabú para tratarla con naturalidad y con la seriedad y rigor que merece, como ha dejado patente la serie con la incorporación de una psicóloga al equipo.

En esta segunda temporada se confirma su transmutación en dramedia, especialmente en unos últimos episodios que han superado el formato de media hora, con vistas de consolidarse de cara a entregas venideras. Ha ampliado el marco de su propio formato y hasta se ha salido tangencialmente del mismo con el ¡Jo, qué noche! particular de Beard en el noveno episodio, absoluta antítesis de todo lo que se pudo ver con anterioridad. En el otro extremo se encuentra el especial navideño, que, pese a la contradicción "térmica2 de emitirse en pleno verano, supo a gloria.

El otro gran aliciente de Ted Lasso es su alegato contra los peores avatares del "fútbol moderno". En estos tiempos de proyectos de superligas que alejan definitivamente al fútbol de sus aficionados, de clubes que juntan los cromos más caros a golpe de fondos soberanos de regímenes dictatoriales boyantes por el petróleo y de federaciones llevándose competiciones a Arabia Saudí o los Emiratos Árabes Unidos mientras pretenden vender mensajes de respeto, tolerancia y rechazo del racismo y la homofobia, unos jugadores profesionales repudian públicamente a un patrocinador por su implicación en negocios turbios y un futbolista antepone el sentirse parte de un proyecto y de un sentir colectivo a una vida de (mayores) lujos al amparo de un magnate caprichoso y megalómano (la parodia de este tipo de sujetos que nos brindaron con el personaje de Edwin Akufo y sus ayudantes fue particularmente hilarante).

Aunque no sea en absoluto necesario ser aficionado al fútbol para disfrutar esta serie con toda plenitud, continúan a dejar caer referencias a personajes de este deporte en el mundo real. Si ya quedaba meridianamente claro que Roy Kent, necesario contrapunto de mala leche a la sonrisa y el buen humor que destila el protagonista, es un trasunto del legendario Roy Keane, la evolución (negativa) de Nate en esta segunda temporada, sus crecientes canas y su nuevo destino no hacen más que recordar a la figura de José Mourinho.

Te guste o no el fútbol, Ted Lasso es la serie que necesitas ver y aún no lo sabes: esto no es un clickbait barato, es la verdad.
12 de junio de 2020 5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quién te ha visto y quién te ve. Por Trece Razones se convirtió en tendencia con su primera temporada, que combinaba thriller y drama adolescente y creaba adicción desde el primer "welcome to your tape" con la voz de Hannah Baker. Agotado con esta el original literario homónimo de Jay Asher en el que se inspiró, su éxito de público llevó a Netflix a ampliar el relato y darle un cierre a sus cabos sueltos, especialmente en lo relativo a la trama judicial. Esta segunda temporada ya estaba menos lograda y mostraba los primeros síntomas de estiramiento, pero tenía su justificación y pertinencia de cara a completar el círculo y hacer justicia a sus personajes (o al menos intentarlo)… y ahí debería haberse quedado.

Vinieron dos temporadas más, 23 episodios que se han convertido en 23 razones para odiarla y matar los mejores recuerdos de cuando tuvo sentido. La tercera entrega, además de repetitiva y tramposa a más no poder, perdió ya todo vínculo con el recuerdo de Hannah Baker, de ahí que tuviesen que sacarse nuevos conflictos de la manga para estirar un producto que no daba más de así. Pese a todo, nos dejaron algún que otro momento inspirado como el "I’m a survivor", que ahondaba en el alegato (necesario pero cada vez peor ejecutado) de visibilización de las víctimas de violencia sexual y contra la impunidad de los agresores.

Ahora bien, la cuarta y última temporada es directamente el ejemplo de todo lo que no se debe hacer para no terminar de hundir una serie. Tiraron de los pocos cabos sueltos que quedaron de la tercera, cada vez más cogidos con pinzas. Subió la apuesta por reiterar sus peores vicios (finales de episodio impactantes que luego derivan en nada, presencias fantasmagóricas gratuitas hasta la extenuación), se mete en el dramón lacrimógeno más barato y, para rematarlo, construye la intriga jugando con los trastornos mentales del protagonista y confusión de personalidades. ¿En serio no había un mejor destino para Clay Jensen que convertirlo en un Mr. Robot de todo a 100?

Ni siquiera sería capaz de justificarla desde el punto de vista de despedirme de sus personajes, pues su grado de evolución, con un par de excepciones, es nulo, cuando no directamente involutivo, y para más inri, el que mejor trayectoria evolutiva tuvo lo convierten en la víctima de su chapucera tragedia final, con la que pretendían darle algo de chicha a una 'series finale' sin ningún otro aliciente. Por Trece Razones era una serie sobre los motivos de Hannah Baker para quitarse la vida y el impacto de dicha tragedia en su entorno, no sobre Clay Jensen y su improvisada e inesperada chupipandi jugando a sus propios "misterios de Archie".

Como con casi todo en esta vida, intento quedarme con lo bueno. Por eso guardaré un buen recuerdo de aquellos días de marzo y abril de 2017 en los que me enganché como hacía tiempo que no me enganchaba y huía despavorido de cualquier amenaza de 'spoiler', tanto en Internet como en la vida real. Estas dos últimas temporadas las enterraré bien enterradas en algún lugar de mis archivos mentales, con la intención de no volver a encontrármelas nunca.
16 de noviembre de 2009 5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Está claro que cuando se tiene una buena idea, un planteamiento claro, y además, se tiene la maña de lograr un pulso narrativo hábil y tenso, 200 € son suficientes para la producción y realización de una película.
Así lo ha demostrado el, para más inri, debutante George Dorobantu, que por otro lado, explota con gran ingenio las características y posibilidades de la cámara, logrando efectos que parecen salidos de una sala de edición y composición digital.
Logros visuales aparte, el cineasta construye una intensa y desgarradora disección de las más profundas miserias humanas a través de una dialéctica del desgaste y la desesperación. La trama, una pareja de adolescentes que se queda encerrada en un ascensor de una vieja nave industrial abandonada con la intención inicial de realizar el acto sexual. ¿Ayuda adiccional? Un simple teléfono móvil, sin cobertura. La localización, única, dota al film de una atmósfera realmente claustrofóbica, que combinada con una tensión sexual siempre presente, y que se va revirtiendo a medida que avanza la narración, nos mantiene pegados a la pantalla desde los compases iniciales.
La sensación de desasosiego crece escena a escena. El deterioro de los protagonistas se representa también en el plano fisiológico, con momentos escatológicos situados estratégicamente en puntos concretos del metraje: he aquí otra lección del novel cineasta, la distancia en el tratamiento de esos delicados momentos, que en los primeros casos se mantiene prudentemente alejada, y que hacia el final se nos muestra en todo su 'esplendor'. Al mismo tiempo, esos momentos funcionan como la cara más desagradable del deseo, que a tal punto ya ha degenerado por completo.
Poco a poco, todo adquiere un sentido metafórico. No sólo el ascensor, escenario de los miedos más profundos, y espiral sin salida de la debacle existencial, sino también, a diferentes niveles: desde la propias características de ese único escenario, representación del abandono de la industria, por decirlo de alguna manera, de la Vieja Europa. O el teléfono móvil, recurso tecnológico impotente justo cuando más se le necesita, que avatar de los inútiles intentos del hombre por dominar el universo.
Lo que termina de hacer redondo el film es un sensacional epílogo, en tono más bien humorístico, que, a la vez que respiro a tanta tensión y desasosiego, funcional como conclusión más bien ilógico de una trama, en la que el erotismo se va disipando progresivamente, aunque a la vez como culminación de los deseos iniciales de sus protagonistas: sería un acto sexual descrito verbalmente por el chico, ya iniciado, a la chica, inexperta. Inicialmente descoloca, pero ese cúmulo de sensaciones contradictorias es un atrevido, impredecible, divertido y, en resumen, inmejorable broche a esta pequeña gran película.
23 de febrero de 2009 5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
La pregunta de los millones. ¿Qué ha llevado a Slumdog Millionaire a arrasar en los Oscar y a convertirse, sin lugar a dudas, en la película del año?

A. Danny Boyle. Estaba escrito que, tarde o temprano, el cineasta británico realizaría su 'otra' obra cumbre, que pasase a la estantería de las mejores obras del cine contemporáneo al igual que la inmortal Trainspotting. El tiempo acaba poniendo a cada uno en su sitio, y Boyle no desperdició la gran oportunidad que se le presentó con este original aunque arriesgado producto. Podría haber sido su última oportunidad, su descenso a los infiernos, pero en cambio su tenacidad lo ha catapultado al olimpo de lo grandes realizadores contemporáneos. Cambiando un poco aquello que dijo mi querido Manquiña hace ya algún tiempo, ''el talento es el talento''.

B. Jamal Malik. Uno de esos personajes que ya no quedan, o que se dejan ver muy poco. Un self-made man de los suburbios, un mosquetero de la supervivencia, en un difícil escenario como la milenaria Bombay sumergida en lo cambios radicales y repentinos de la revolución urbana y tecnológica. Todas las penurias por las que pasa a lo largo de su joven vida no hacen más que volverlo tenaz, hacerle luchar por lo que quiere, otorgarle la sabiduría necesaria para sobrevivir (y ganar el concurso) y para aprender por sí mismo unos valores, contrapuestos a la infamia de su violento entorno. Un inesperado héroe, que precisamente por inesperado es acusado de villano cuando lo detienen por presunto fraude.
El joven y desconocido Dev Patel ha conseguido una actuación más que lograda, de esas que muchos cachorros del star system ya quisieran para sí. Igualmente para el resto del acertado casting, que nunca hubiese tenido un resultado igual con actores hollywoodienses.

C. Un excelente guión de Simon Beaufoy, basado en la novela de Vikas Swarup, aderezado con un genial montaje paralelo, a tres bandas. Tiene la gran cualidad de mostrarnos toda la miseria, desigualdad y violencia de los bajos fondos de la India sin caer en el morbo, el pesimismo gratuito, la lágrima fácil y la pretensión de culpa de los que muchas veces peca el cine considerado 'social'. También merece mención el modo en que nos van comunicando que, después de todo, no son los millones lo que más importa en el corazón de Jamal. El montaje, gran fuerte del film, le imprime un ritmo bastante rápido y fluído, con sutiles altibajos, y con el logrado paralismo crea una tensión que se acrecenta hasta culminar en el clímax, el momento de la última pregunta del concurso, con toda India expectante de la respuesta.
Bien la videoclipera fotografía y la rítmica y sencilla banda sonora, con un número final a lo Bollywood espectacular.

D. Parafraseando al propio film, estaba escrito, y punto.

Al contrario que en ¿Quiere ser millonario?, aquí todas las respuestas son válidas. Esta vez, la Academia no se ha equivocado y ha 'galardonado' en consecuencia. Felicidades, Danny Boyle.Felicidades, Danny Boyle.
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