Hay cierta gente (brutos, maleantes, violentos) que no comprenden más que su propio lenguaje. Cualquier intento de razonar con ellos es vano, motivo por el cual, si queremos protegernos a nosotros mismos y a nuestras violables hembras, debemos armarnos hasta las pestañas y entrenarnos para darles la del pulpo si se tercia.

Con este ideario, que haría segregar saliva a Charlton Heston y sus asociados del Rifle, construye Peckimpah un relato ultrarreaccionario, guiado por un espíritu voyeur de violencia y sexismo, en el que la barbarie analizada no merece crítica sino comprensión y justificación.

Formalmente trasnochado.

Ideológicamente también.

Desde el neolítico más o menos.

Cuando Campanella está muy inspirado es capaz de eludir la merengada en un inverosímil requiebro final. Cuando no lo está, como es el caso, produce películas como ésta, edulcoradas, afectadas, pomposas y, eso sí, de las que gustan a la gente por su amable happy end.

Escritor bohemio, actriz bohemia, amor arrebatador, ruptura, reconciliación, ruptura de nuevo, se acerca el fin (de la película) así que de nuevo reconciliación. Lagrimas, llantos, emoción.

Darín es un actor muy limitado; Fernando Blanco nació para hacer de amigo simpático.

No sé ni por qué la vi, si ya el título predispone al pánico.

Como en casi todo el cine de Burton, lo formal predomina sobre lo argumental. Excelentes figuras, sublimes escenarios, bonitos números musicales para una trama vacua y prescindible. Como casi siempre pasa con este director, promete mucho y da poco o nada.

Película ñoña, previsible y complaciente, con el típico profesor carismático que saca lo mejor de sí de una panda de gaznápiros entrañables. Blanda, blandita.