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Críticas 487
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
8
20 de noviembre de 2018
90 de 102 usuarios han encontrado esta crítica útil
Casi nadie es capaz de comprender o de encontrar una respuesta satisfactoria de cómo es que ciertas parejas en las que se produce maltrato – ya sea físico, psíquico o de cualquier otra índole – se puedan mantener por tanto tiempo unidas y sin romperse, sin que la víctima sea capaz de reunir la fuerza y voluntad necesarias para zafarse de ese vínculo dañino. Y si bien la trama de esta cinta nos propone un relato por completo alejado y en apariencia del todo diferente a la circunstancia antes descrita, en realidad todo su desarrollo nos está ilustrando esa nefasta y angustiosa dependencia que se produce entre maltratador y perjudicado, que encadena, como un castigo interminable, a un futuro sin esperanza y a un mañana sin consuelo. Asistimos aquí, con minucioso detalle recubierto de crueldad y congoja, a la penosa y hermética dificultad que existe para romper ese tipo de relación, tan infecunda como tóxica.

La tristeza que impregna todo el metraje es desoladora. La elección – consciente – de una fotografía apagada, bañada en colores ocres, casi mortecinos, sin brillo alguno y sin claridad diurna, nos subraya en todo momento que no existe ninguna vía de escape posible cuando nos ha atrapado una bestia feroz y nos devora poco a poco nuestra ilusión, nuestra autoestima y nuestra capacidad de oponernos. Transitamos un erial inhóspito y atroz en la más absoluta soledad e incomprensión. Esperamos, contra toda esperanza, que nuestros esfuerzos, nuestra lealtad, nuestros desvelos y nuestra buena fe se vean alguna vez recompensados. Esperamos, como niños indefensos y necesitados de amor, reconocimiento y amparo, que el canalla que nos tiene bajo su férreo control y su despótico dominio vea, por fin, la luz y valore nuestra sumisión, nuestros esfuerzos inhumanos, nuestras dilatadas privaciones y nuestro ciego empeño por darle siempre lo mejor y nos premie, como creemos que nos merecemos, por nuestra modélica conducta perruna. En vano.

Asistir durante dos horas a esta asfixiante experiencia del infierno machacón y salvaje de un ser en esencia bondadoso y afable, se hace difícil de presenciar y resistir. Va en contra de nuestra educación y nuestras creencias en donde la generosidad (aunque mal entendida) se premia y la vileza se castiga. Pero eso son tan solo meras suposiciones. La realidad es mucho más siniestra, rebuscada y falaz. Aguantamos porque esperamos el anhelado premio que alguien, alguna vez, nos hizo creer que obtendríamos. Pero cuando se nos rompe el corazón, el alma y la paciencia y tratamos, por una vez, de hacer entrar en razón al infame que nos ha sometido sin tan siquiera percibirnos como una persona digna de alabanza o consideración ya es tarde. Hemos perdido la batalla y permaneceremos para siempre condenados por nuestra ceguera.
8 de noviembre de 2015
82 de 89 usuarios han encontrado esta crítica útil
Delicadeza, calma, amor a los detalles cambiantes de la naturaleza, respecto por el prójimo, la consecución de un sueño vital, vivir en paz con uno mismo, con el entorno y con los demás… Estamos ante un cuento melancólico lleno de encanto y dulzura, un relato de aprendizaje, un redescubrimiento del mundo, un renacer a la vida. Sobre todo es una crónica contemplativa que nos habla de la dificultad de concretar todo el potencial que llevamos dentro y expresarlo a nuestro entorno, compartiendo los altibajos de la existencia sin remordimientos ni excusas y agradeciendo siempre cada mínimo vínculo que entablamos en nuestro camino.

Estamos además ante una película que puede leerse también en clave reivindicativa (del papel e importancia de la mujer en la sociedad como más conectada con la esencia de las cosas, de ciertas culpas colectivas del pueblo nipón en algunos episodios casi desconocidos, del valor de mantener el respeto y el contacto con tus semejantes, ya sean familiares, amigos, plantas o animales, de la consideración que debemos a todo el microcosmos que nos rodea, etc.), pero lo hace sin alharacas ni alardes, sin estridencias ni sermones, sino desde una mirada serena, comprensiva y compasiva que lo abarca todo y transmite una ecuménica armonía al cautivado espectador.

Hay mucho del carácter budista japonés entretejido en la trama, casi de soslayo. Todo tiene su razón de ser, sus motivaciones y su significado, desde el rumor de los árboles hasta los animales de compañía, desde cada una de las estaciones del año hasta un paseo por la ciudad o por el campo y sus aromas. También hay una mirada poética y luminosa sobre los seres humanos, con independencia de la buena o mala fortuna que les haya tocado en gracia. Casi como si no se lo propusiera, hay mucha suave emotividad en las situaciones y los personajes que habitan esta sencilla historia de amor universal.

Su directora y guionista, Naomi Kawase, pasa por ser una rara avis del mundo del cine, con propuestas atípicas, tramas poco ortodoxas y enfoques no siempre convencionales o mayoritarios, pero esta vez ha creado una obra cristalina, diáfana, llena de hermosos recovecos, hallazgos y fragancias que pueden (y deben) encontrar un público amplio y heterogéneo. Supura sensibilidad por sus cuatro costados y su visionado es una dádiva – casi una ofrenda – que siembra un insospechado y hondo agradecimiento. Muy recomendable para espíritus sin prejuicios y con ganas de dejarse seducir por savia diferente.
22 de enero de 2017
119 de 164 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Comedia? ¿Qué comedia? ¿Drama? ¿Pero dónde diablos está el drama? Pocas películas tan planetariamente premiadas, tan unánimemente elogiadas por la crítica – tanto especializada como gacetillera – y tan ansiosamente esperadas por el público me han defraudado tanto como esta sandez valquiria que se me hizo tan pesada y antipática como prolija. No es tanto que sea mala – aunque a ratos lo consiga – sino que me parece un antojo o un despropósito en el que no encuentro ni una trama interesante, ni unos personajes creíbles, ni unas peripecias con las que pudiera empatizar en modo alguno. Me sentí como un extraviado extraterrestre que tuviera que ver un monográfico de Mariano Ozores sin tener ni las ganas ni el gusto ni la capacidad para entenderlo.

Como la cinta es muy larga (no siendo ésta la peor de sus características) tuve mucho tiempo para hacerme un sinfín de preguntas – cuyas respuestas siguen siendo para mí un arcano indescifrable – durante su inacabable proyección. ¿Dónde está la gracia de ver a unos personajes confusos y desdibujados dar tumbos, quiebros, volteretas y acrobacias en una historia interminable que parece no avanzar ni llegar a ningún puerto reconocible en ningún momento de su metraje? ¿Dónde se quedó la dramaturgia en el desarrollo de la obra, en qué escondrijo trata de pasar desapercibida? ¿Para qué tanto disfraz, tanta peluca cantosa, tanta falsa dentadura y grotescos maquillajes si a la postre se despelotan casi todos en una escena tan patética como penosa? ¿Adónde nos quiere lleva la directora y guionista teutona en su periplo por las altas esferas de la impostura y la zafiedad?

La insoportable pesadez del artificio. Si lo que nos querían transmitir es el desencuentro entre un padre y su hija, si lo que querían contarnos es el trabajoso reencuentro y redescubrimiento de una quebrada e infecunda relación paterno-filial, ¿a qué viene esforzarse tanto en amontonar escenas, digresiones y circunloquios superfluos que no hacen avanzar la trama sino que se van acumulando de forma cansina y tediosa sin aportar ni una gota de originalidad ni sorpresa? Y, sobre todo, carece por completo de sutilidad o capacidad de sugerencia, teniendo que recurrir a interminables pláticas aclaratorias para desembrollar su confuso mensaje de incomunicación, soledad e insatisfacción, como si el espectador fuera un memo integral que no supiera atar cabos o entender por sí mismo las intenciones de su clarividente e iluminada autora.

Me parece una cinta caduca, desganada, sin ritmo, sin garra y sin tino. Los tímidos aplausos de algunos espectadores parecían corroborar que a cierto público le había gustado, pero yo suscribo el exabrupto de otro espectador que ante el sorpresivo palmoteo que cerró la función exclamó: “¡pero qué cojones han visto esos!”.
12 de diciembre de 2017
92 de 110 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un niño con problemas, unos padres entregados, un clan que lo ha protegido hasta el delirio, una sociedad que presta sólo atención al aspecto de las cosas y de las personas y no a la esencia de las mismas, una obsesión apoteósica por los ojos que te miran y el examen estricto e inapelable que tienes que pasar en todo momento y en cualquier circunstancia, es decir: la fijación por el parecer y no por el ser. Esto es en esencia la presente cinta, prototipo de cine divulgativo de superación y buenos sentimientos de que hace siempre gala Estados Unidos en general y Hollywood en particular. Si quieres, puedes; y si quieres mucho más, lo puedes todo.

Por lo general este tipo de cine ha quedado relegado a la televisión pero, de vez en cuando, vuelve a asomar su cabecita tullida en las salas de cine, aprovechando que alguna estrella ha accedido a participar en el proyecto. Así también en este caso, donde la mediática Julia Roberts encabeza un compacto reparto donde descuellan otros señeros nombres como Owen Wilson, Mandy Patinkin o Sonia Braga. Y si bien este subgénero casi nunca me gusta ni interesa, la verdad es que la presente película es digna y resulta muy agradable de ver, sobre todo porque no carga las tintas en la tragedia, ni busca la sensiblería a toda costa, ni ambiciona extorsionar al espectador con sollozos repentinos ni cursilerías de baratija. Pretende contar una historia interesante y lo consigue.

Nada memorable pero si cautivador: que te importe lo que pasa y que te reconforte el desenlace feliz con el que se cierra la historia (dentro de las limitaciones de una felicidad convencional y verosímil que no ponga a prueba la credulidad del espectador). ¿Y cómo se consigue esto? Centrándose en lo básico y esencial: un sólido guión, bien construido y que da voz a casi todos los personajes, con buenos diálogos y un acerado dibujo de caracteres, que no se recrea en la tragedia ni carga las tintas en lo morboso de la situación, al tiempo que rehúye de las simplificaciones optimistas o de la fabulación descontrolada. Además cuenta con unas buenas interpretaciones llenas de matices y muy cercanas y creíbles, sin falso glamour ni exceso de cochambre, al tiempo que el director trata con respeto la historia que se trae entre manos, potenciando el factor humano y realzando la solidaridad natural cuando hay genuino amor sosteniéndola.

En definitiva, es exactamente como me la imaginaba… pero bastante mejor de lo que me esperaba. Quizás por la presencia de un elenco excelente, un guión bien engrasado y una dirección esmerada.
12 de octubre de 2014
82 de 90 usuarios han encontrado esta crítica útil
La vida ordinaria de un matrimonio se nos presenta sorbo a sorbo, con calma y mesura, revelando poco a poco las claves implícitas que configuran los íntimos secretos de su apacible devenir ante un paisaje fascinante por su yermo exotismo y su inhóspita cotidianeidad. Si “Boyhood” abarcaba doce años para mostrar el telúrico fluir de una vida, aquí se condensa en apenas unas semanas que abarcan todo el pasado implícito que no solemos narrar pero cuyos protagonistas saben y callan o tergiversan según su locuacidad o talento para la manipulación tácita, callando lo innombrable o apelando a grandes conceptos vacuos, muy del gusto de los que utilizan el lenguaje para ocultar o falsear la realidad o para reordenarla a su caprichoso antojo.

Es una cinta sobre el sentimiento de culpa y lo que hacemos o intentamos hacer para negarlo, ignorarlo, superarlo, sublimarlo… y así poder seguir viviendo con el menor remordimiento posible. Utilizando la compasión o la generosidad para hacer llevadera la honda falta de dignidad que sentimos, para difuminar o borrar la inadecuación lacerante en que vivimos, para darnos fuerza para afrontar cada nuevo día y que no nos aniquile nuestra malherida autoestima y haga llevadera la desazón que ahoga nuestra existencia. El afán por dar sentido a nuestra maltrecha vida cuando está hecha añicos – lo queramos reconocer o no, lo podamos formular o no. Por ello es también una reflexión sobre cómo nos relacionamos con los demás y con el mundo, sobre los vínculos que nos hacen dependientes, sobre el sentido último de cada vida.

Cuando utilizamos a personas interpuestas para relacionarnos con los demás o nos servimos de las palabras para tapar o silenciar la verdad tenemos un grave problema. Representar y recrear nuestra experiencia según nos convenga es señal de derrota y fracaso. Confundiendo a los demás no hacemos sino confundirnos a nosotros mismos, sin con ello avanzar, estancados en la mentira o la ambigüedad laberíntica. No recuperamos la decencia básica hasta que no nos responsabilizamos de nuestros sentimientos y deseos y actuamos en consecuencia. Siendo claros, siendo directos, siendo honestos.

Quizás sean demasiadas tres horas y cuarto para reflejar este delicado mosaico sobre los rescoldos del amor. Pero estamos ante un poderoso y acerado estudio psicológico de caracteres, con una media hora final portentosa, con dos escenas sobrecogedoras que elevan la película hasta cuotas memorables. No es para paladares gazmoños ni impacientes, pero es una experiencia casi irrenunciable.
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