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7,7
1.949
9
15 de julio de 2009
15 de julio de 2009
39 de 41 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película realmente extraña y singular, muy poco conocida y menos citada, "La gran guerra" de Monicelli sorprende no tanto por su planteamiento inicial como por su desarrollo, que en mi opinión, muestra un crescendo dramático considerable.
En una primera parte, cuando los dos protagonistas se conocen, y más adelante, cuando se nos muestra la vida de cuartel, los "hermanos de armas" y las primeras impresiones del frente, el espectador piensa que va a asistir a una entretenida sátira bélica a la italiana, llena de peripecias y ocurrencias desmitificadoras y burlescas. La aparición de Silvana Mangano, en una de las mejores escenas del filme, refuerza esta impresión, que sin embargo, no ha de permanecer mucho tiempo. No hay una transición brusca al drama, lo que ocurre es más bien que éste va haciendo su aparición con cuentagotas; el hambre de los soldados, la incomprensión que sienten acerca de los motivos de la guerra, el recuerdo de los seres queridos a los que se manda dinero o se escribe con "manos prestadas"... todo ello va creando una sensación de desasosiego sin que el humor desaparezca. Seguidamente se nos muestra la lucha, la muerte, la fatalidad tragicómica que culmina la historia; así, el último plano y el último diálogo condensan el alma de la película a la perfección.
La película destaca también por sus apartados técnicos, mostrando la pericia del director en la narración visual de la historia, ya sea en lo concerniente a las peripecias de los protagonistas, o en el trasfondo bélico general. En este último sentido, destacan algunas secuencias de batallas, magníficamente realizadas, y que hasta la fecha no tenían equivalente en el cine italiano. Señalar también algún momento brillante en el que las imágenes transmiten máxima emoción sin necesidad de palabras, como el desfile de los soldados por el pueblo que les aclama. Los actores brillan, como no podía ser de otra forma dada su calidad, en especial un Alberto Sordi que da rienda suelta a su talento cómico. Muy destacables también todos los secundarios, de gran importancia en una película que tiene batantes momentos corales.
Concluyendo, una obra realmente original, que te sorprende cuando ya crees que la conoces o te figuras cómo va a discurrir, y que por ello merece la admiración de todo buen aficionado al cine.
En una primera parte, cuando los dos protagonistas se conocen, y más adelante, cuando se nos muestra la vida de cuartel, los "hermanos de armas" y las primeras impresiones del frente, el espectador piensa que va a asistir a una entretenida sátira bélica a la italiana, llena de peripecias y ocurrencias desmitificadoras y burlescas. La aparición de Silvana Mangano, en una de las mejores escenas del filme, refuerza esta impresión, que sin embargo, no ha de permanecer mucho tiempo. No hay una transición brusca al drama, lo que ocurre es más bien que éste va haciendo su aparición con cuentagotas; el hambre de los soldados, la incomprensión que sienten acerca de los motivos de la guerra, el recuerdo de los seres queridos a los que se manda dinero o se escribe con "manos prestadas"... todo ello va creando una sensación de desasosiego sin que el humor desaparezca. Seguidamente se nos muestra la lucha, la muerte, la fatalidad tragicómica que culmina la historia; así, el último plano y el último diálogo condensan el alma de la película a la perfección.
La película destaca también por sus apartados técnicos, mostrando la pericia del director en la narración visual de la historia, ya sea en lo concerniente a las peripecias de los protagonistas, o en el trasfondo bélico general. En este último sentido, destacan algunas secuencias de batallas, magníficamente realizadas, y que hasta la fecha no tenían equivalente en el cine italiano. Señalar también algún momento brillante en el que las imágenes transmiten máxima emoción sin necesidad de palabras, como el desfile de los soldados por el pueblo que les aclama. Los actores brillan, como no podía ser de otra forma dada su calidad, en especial un Alberto Sordi que da rienda suelta a su talento cómico. Muy destacables también todos los secundarios, de gran importancia en una película que tiene batantes momentos corales.
Concluyendo, una obra realmente original, que te sorprende cuando ya crees que la conoces o te figuras cómo va a discurrir, y que por ello merece la admiración de todo buen aficionado al cine.

7,4
2.002
8
18 de octubre de 2009
18 de octubre de 2009
40 de 44 usuarios han encontrado esta crítica útil
En este filme, adaptación de la novela original de Pierre MacOrlan a cargo del gran Marcel Carné y del no menos grande guionista Jacques Prévert, asistimos al encuentro de un grupo de personajes sumamente atractivos, que constituyen el principal acierto de la historia.
Dicho encuentro tiene lugar en la barraca de Panamá, un local clandestino situado junto al mar, en Le Havre, y que se erige en refugio de unos seres que huyen, cada uno de algo distinto, y cada uno a su manera. Jean (Gabin) escapa de su deber como soldado, y encuentra en este curioso local la inesperada solidaridad de un borracho que roba licor en los muelles, un pintor con tendencias suicidas y la del propietario, "Panamá", que parece haber huído ya anteriormente, conformándose ahora con sus recuerdos. También en este lugar conoce a Nelly (Morgan), de la que se enamora, pero que al tiempo le involucra en un conflicto de celos con unos personajes de mala catadura.
La película posee un tono pesimista y ligeramente angustioso que nunca afloja, y que es perfectamente transmitido por los personajes anteriormente citados. Aunque no he leído la novela original, sí he podido leer otras obras de MacOrlan (entre ellas "La Bandera", también llevada al cine, como bien señalaba una crítica anterior), y por ello puedo afirmar que la adaptación ha recogido perfectamente ese ambiente canalla y algo sórdido que es común en dicho autor. El guión es soberbio, con gran carga poética, como es lógico en el caso de Prévert, que alcanza en esta ocasión un alto nivel, acaso sólo superado en la posterior "Los niños del paraíso", también con Carné tras la cámara.
La bruma, omnipresente al principio y al final del filme, así como en las secuencias nocturnas, refuerza esa sensación pesimista y sombría que ya incorporaban los personajes, todos ellos magníficamente interpretados. Por tanto, la estética escogida por Carné se ajusta perfectamente al tema central de la película, que se beneficia también de una cuidada puesta en escena, notable especialmente en la secuencia del local de "Panamá".
Por último, recordar a propósito de las huídas y solidaridades que caracterizan este filme, la que protagoniza el perro vagabundo, salvado al principio de la película por el soldado, y que por ello se mantendrá a su lado hasta el brumoso y agridulce final.
Dicho encuentro tiene lugar en la barraca de Panamá, un local clandestino situado junto al mar, en Le Havre, y que se erige en refugio de unos seres que huyen, cada uno de algo distinto, y cada uno a su manera. Jean (Gabin) escapa de su deber como soldado, y encuentra en este curioso local la inesperada solidaridad de un borracho que roba licor en los muelles, un pintor con tendencias suicidas y la del propietario, "Panamá", que parece haber huído ya anteriormente, conformándose ahora con sus recuerdos. También en este lugar conoce a Nelly (Morgan), de la que se enamora, pero que al tiempo le involucra en un conflicto de celos con unos personajes de mala catadura.
La película posee un tono pesimista y ligeramente angustioso que nunca afloja, y que es perfectamente transmitido por los personajes anteriormente citados. Aunque no he leído la novela original, sí he podido leer otras obras de MacOrlan (entre ellas "La Bandera", también llevada al cine, como bien señalaba una crítica anterior), y por ello puedo afirmar que la adaptación ha recogido perfectamente ese ambiente canalla y algo sórdido que es común en dicho autor. El guión es soberbio, con gran carga poética, como es lógico en el caso de Prévert, que alcanza en esta ocasión un alto nivel, acaso sólo superado en la posterior "Los niños del paraíso", también con Carné tras la cámara.
La bruma, omnipresente al principio y al final del filme, así como en las secuencias nocturnas, refuerza esa sensación pesimista y sombría que ya incorporaban los personajes, todos ellos magníficamente interpretados. Por tanto, la estética escogida por Carné se ajusta perfectamente al tema central de la película, que se beneficia también de una cuidada puesta en escena, notable especialmente en la secuencia del local de "Panamá".
Por último, recordar a propósito de las huídas y solidaridades que caracterizan este filme, la que protagoniza el perro vagabundo, salvado al principio de la película por el soldado, y que por ello se mantendrá a su lado hasta el brumoso y agridulce final.

7,5
4.268
8
1 de febrero de 2009
1 de febrero de 2009
38 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de las mejores obras de Frankenheimer, acaso sólo superada -a juicio de quien esto escribe- por "El Tren", y que merece figurar con honores dentro de la categoría de filmes de intriga o ficción política.
El filme plantea con brillantez, y dentro del marco histórico de la Guerra Fría, la posibilidad de un golpe de estado por parte de elementos militares estadounidenses contrarios a las políticas de desarme emprendidas por su presidente; partiendo de esta premisa se desarrolla la película, que logra mantener en todo momento el interés y el suspense, sin que sepamos nunca a ciencia cierta cuál va a ser el desenlace final.
Los actores cumplen con creces, especialmente Burt Lancaster, interpretando al general golpista con rigor y contención; igualmente notable es la composición de Kirk Douglas, actor eficientísimo que sirve para todo género, y que aquí encarna la duda entre dos lealtades: la debida al superior militar, y la obligada a los principios constitucionales que ha jurado defender. Frederic March está correcto como presidente, figura siempre idealizada en el cine estadounidense -con alguna excepción, como "Teléfono Rojo, volamos hacia Moscú"-, circunstancia que también se da en esta película. El resto del reparto funciona igualmente bien, aunque el papel de Ava Gardner se me antoje poco sustancioso para sus capacidades.
En definitiva, una película sumamente atractiva e interesante, y que cuenta además con el mérito de haberse realizado apenas dos años después de la célebre crisis de los misiles, sin rehuir por ello una apuesta clara por la solución pacífica entre las dos potencias.
El filme plantea con brillantez, y dentro del marco histórico de la Guerra Fría, la posibilidad de un golpe de estado por parte de elementos militares estadounidenses contrarios a las políticas de desarme emprendidas por su presidente; partiendo de esta premisa se desarrolla la película, que logra mantener en todo momento el interés y el suspense, sin que sepamos nunca a ciencia cierta cuál va a ser el desenlace final.
Los actores cumplen con creces, especialmente Burt Lancaster, interpretando al general golpista con rigor y contención; igualmente notable es la composición de Kirk Douglas, actor eficientísimo que sirve para todo género, y que aquí encarna la duda entre dos lealtades: la debida al superior militar, y la obligada a los principios constitucionales que ha jurado defender. Frederic March está correcto como presidente, figura siempre idealizada en el cine estadounidense -con alguna excepción, como "Teléfono Rojo, volamos hacia Moscú"-, circunstancia que también se da en esta película. El resto del reparto funciona igualmente bien, aunque el papel de Ava Gardner se me antoje poco sustancioso para sus capacidades.
En definitiva, una película sumamente atractiva e interesante, y que cuenta además con el mérito de haberse realizado apenas dos años después de la célebre crisis de los misiles, sin rehuir por ello una apuesta clara por la solución pacífica entre las dos potencias.

6,6
319
8
14 de junio de 2015
14 de junio de 2015
36 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta es una de las mejores películas de Sidney Lumet, uno de esos filmes que emocionan de veras, que remueven algo dentro de uno mismo y que precisamente por eso, pasan a formar parte, de algún modo mágico y misterioso, de nuestra personal memoria cinematográfica. Lo paradójico es que haya tenido que esperar 34 años para disfrutar de ella, circunstancia que a tenor de los escasos votos que tiene la película, no parece deberse a una negligencia por mi parte, sino a un extendido desconocimiento y ninguneo de la misma.
Partiendo de una novela de Edgar Doctorow –quien coproduce y coescribe el filme- basada en el caso real del matrimonio Rosenberg (condenados a muerte en 1953 bajo la acusación de espionaje a favor de la URSS), la película se centra en el impacto trágico y traumático que el compromiso político de unos padres (aquí llamados Isaacson) tiene en sus hijos. El hilo conductor fundamental es el hijo mayor, Daniel, cuyas reflexiones, recuerdos e intentos por revisar su pasado y el de sus padres, constituyen el vehículo narrativo y dramático esencial. Para lograr este objetivo, la narración se fragmenta y el punto de vista se multiplica. Así, los saltos temporales se suceden, alternando el “presente” –a caballo entre los 60 y los 70- con el pasado (los flashbacks se retrotraen hasta finales de los 30, pero ilustran igualmente momentos de los 40 y los 50). Del mismo modo, en ocasiones es el mismo Daniel el que recuerda, asistiendo los espectadores al pasado que él rememora, pero en otras la perspectiva es externa, ajena al protagonista. Además, intercalados entre el tiempo presente y el pasado, aparecen pequeños fragmentos, en los que Daniel nos habla directamente.
Si el objetivo de Daniel es “enfrentarse” al pasado con el afán de superarlo o asimilarlo, su hermana ejemplifica en carne propia el reverso trágico de esa relación. Y es que no todos los que encaran su pesada herencia pueden salir victoriosos: ese será el caso de Susan.
Además del tema principal ya mencionado, la película constituye un magnífico paseo histórico, forzosamente fragmentario, que viene a vincular a la izquierda norteamericana surgida en los años treinta (al calor del ascenso del fascismo y la guerra civil española, a la que se hacen claras alusiones), con los movimientos radicales surgidos a finales de los 60 en contra de la guerra de Vietnam. También constituye un apreciable acercamiento indirecto a la época de la guerra fría, ilustrando los excesos a que se llegó en la lucha contra el “enemigo interno”, en este caso el comunismo norteamericano.
Al igual que ocurriera en otra excelente obra de Lumet, “El Príncipe de la Ciudad”, las cuestiones formales son muy relevantes, pues aportan matices fundamentales para entender el “tono” –nunca mejor dicho- de la película. Fotografiada por Bartkowiak (el mismo que en “El Príncipe…”), pasado y presente tienen distinto tratamiento cromático, cálido el primero y frío el segundo. Más allá de contraponer épocas, esto responde a la perspectiva que Daniel tiene de ambos momentos: el pasado feliz en familia (de un acogedor color dorado), y la traumatizada angustia de su presente (de un azul gélido y tristón). A medida que Daniel escarba en el pasado, éste irá tornándose menos dorado, al tiempo que su presente irá desprendiéndose del deprimente azul. De hecho, al final de la película, la mezcla de colores es ya normal, realista, simbolizando así la asimilación y superación del pasado, en genial consonancia con el desarrollo argumental del filme.
Si a esta perfecta mezcla entre fondo y forma añadimos buenos diálogos, unas interpretaciones a la altura de la historia y una banda sonora consecuente y bien utilizada, sólo nos queda disfrutar plenamente de la mano de ese maestro que fue Lumet, y que aquí logra momentos de tremenda emoción y belleza, como la secuencia de los dos hermanos escapando del orfanato y volviendo a su casa, o las que están ambientadas en la cárcel, de una contención admirable, dado lo dramático de las situaciones mostradas.
Así se hacen las películas.
Partiendo de una novela de Edgar Doctorow –quien coproduce y coescribe el filme- basada en el caso real del matrimonio Rosenberg (condenados a muerte en 1953 bajo la acusación de espionaje a favor de la URSS), la película se centra en el impacto trágico y traumático que el compromiso político de unos padres (aquí llamados Isaacson) tiene en sus hijos. El hilo conductor fundamental es el hijo mayor, Daniel, cuyas reflexiones, recuerdos e intentos por revisar su pasado y el de sus padres, constituyen el vehículo narrativo y dramático esencial. Para lograr este objetivo, la narración se fragmenta y el punto de vista se multiplica. Así, los saltos temporales se suceden, alternando el “presente” –a caballo entre los 60 y los 70- con el pasado (los flashbacks se retrotraen hasta finales de los 30, pero ilustran igualmente momentos de los 40 y los 50). Del mismo modo, en ocasiones es el mismo Daniel el que recuerda, asistiendo los espectadores al pasado que él rememora, pero en otras la perspectiva es externa, ajena al protagonista. Además, intercalados entre el tiempo presente y el pasado, aparecen pequeños fragmentos, en los que Daniel nos habla directamente.
Si el objetivo de Daniel es “enfrentarse” al pasado con el afán de superarlo o asimilarlo, su hermana ejemplifica en carne propia el reverso trágico de esa relación. Y es que no todos los que encaran su pesada herencia pueden salir victoriosos: ese será el caso de Susan.
Además del tema principal ya mencionado, la película constituye un magnífico paseo histórico, forzosamente fragmentario, que viene a vincular a la izquierda norteamericana surgida en los años treinta (al calor del ascenso del fascismo y la guerra civil española, a la que se hacen claras alusiones), con los movimientos radicales surgidos a finales de los 60 en contra de la guerra de Vietnam. También constituye un apreciable acercamiento indirecto a la época de la guerra fría, ilustrando los excesos a que se llegó en la lucha contra el “enemigo interno”, en este caso el comunismo norteamericano.
Al igual que ocurriera en otra excelente obra de Lumet, “El Príncipe de la Ciudad”, las cuestiones formales son muy relevantes, pues aportan matices fundamentales para entender el “tono” –nunca mejor dicho- de la película. Fotografiada por Bartkowiak (el mismo que en “El Príncipe…”), pasado y presente tienen distinto tratamiento cromático, cálido el primero y frío el segundo. Más allá de contraponer épocas, esto responde a la perspectiva que Daniel tiene de ambos momentos: el pasado feliz en familia (de un acogedor color dorado), y la traumatizada angustia de su presente (de un azul gélido y tristón). A medida que Daniel escarba en el pasado, éste irá tornándose menos dorado, al tiempo que su presente irá desprendiéndose del deprimente azul. De hecho, al final de la película, la mezcla de colores es ya normal, realista, simbolizando así la asimilación y superación del pasado, en genial consonancia con el desarrollo argumental del filme.
Si a esta perfecta mezcla entre fondo y forma añadimos buenos diálogos, unas interpretaciones a la altura de la historia y una banda sonora consecuente y bien utilizada, sólo nos queda disfrutar plenamente de la mano de ese maestro que fue Lumet, y que aquí logra momentos de tremenda emoción y belleza, como la secuencia de los dos hermanos escapando del orfanato y volviendo a su casa, o las que están ambientadas en la cárcel, de una contención admirable, dado lo dramático de las situaciones mostradas.
Así se hacen las películas.
23 de diciembre de 2012
23 de diciembre de 2012
35 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ilustra muy bien esta película el sobrenombre o apodo atribuido a la ciudad de San Francisco (Babylon-by-the-Bay), como consecuencia de su reputación de ciudad licenciosa y desprejuiciada. No obstante, la perspectiva que adopta el filme es muy poco complaciente, no porque critique ese ambiente o un exceso de libertad, sino porque se centra en mostrarnos su cara menos amable, plagada de personajes ambiguos cuando no claramente despreciables. Así, la película, más allá de mostrarnos la investigación de un caso concreto, pretende sobre todo componer un retrato en negro de una ciudad que normalmente se identifica con valores más positivos (el movimiento estudiantil de Berkeley, los hippies, la liberación sexual, etc), mostrándonos así que toda sociedad tiene su trastienda, habitualmente nada limpia.
Este planteamiento, bien sostenido desde la realización y el guión, entronca con los habituales argumentos de los autores de la novela que en este caso se adapta, los suecos Maj Sjöwall y Per Wahlöö, quienes escribieron una serie de novelas policiacas que pretendían profundizar en los aspectos menos gratos de la sociedad sueca. Es interesante resaltar aquí el curioso juego de influencias que esto comporta; unos suecos tratan de criticar algunos aspectos de la sociedad de su país y para ello recurren a un modelo ya conocido, la novela negra, invención norteamericana (Hammett, Chandler, Goodis, etc). Acto seguido, queriendo realizar una película policiaca con ciertas ambiciones críticas, unos americanos recurren a una novela de estos mismos suecos; este trasiego de idas y venidas, de influencias cruzadas y recíprocas, además de enriquecedor resulta extensible a otros géneros (pensemos en los westerns que influyeron en la mirada de Kurosawa sobre los samuráis, y como esta retornaría a sus orígenes en forma de spaghetti-westerns).
La película posee un arranque excelente, en el que un montaje soberbio nos va mostrando todos los acontecimientos relativos al crimen del autobús con una minuciosidad y una atención a los detalles verdaderamente notables, quedando reducidos los diálogos a la mínima expresión. Sin embargo, el resto del filme no sigue esta tónica, cobrando pronto mayor protagonismo el guión, que concibe acertadamente a los personajes, tanto protagonistas (con la clásica contraposición entre la pareja de detectives, unos excelentes Matthau y Dern) como secundarios, siendo estos muy importantes, pues sirven para enriquecer la mirada crítica sobre la sociedad que se describe, caracterizada por la apariencia y la sordidez. También me resultó interesante el afán por reproducir un lenguaje callejero creíble, que dota de realismo y veracidad a muchas secuencias, especialmente las que se ambientan en los garitos de la ciudad.
Aunque pierda algo de interés hacia el final, volviéndose el argumento más rutinario, vale la pena dedicarle un buen rato a este policiaco setentero que hoy está algo olvidado, pese a no merecerlo.
Este planteamiento, bien sostenido desde la realización y el guión, entronca con los habituales argumentos de los autores de la novela que en este caso se adapta, los suecos Maj Sjöwall y Per Wahlöö, quienes escribieron una serie de novelas policiacas que pretendían profundizar en los aspectos menos gratos de la sociedad sueca. Es interesante resaltar aquí el curioso juego de influencias que esto comporta; unos suecos tratan de criticar algunos aspectos de la sociedad de su país y para ello recurren a un modelo ya conocido, la novela negra, invención norteamericana (Hammett, Chandler, Goodis, etc). Acto seguido, queriendo realizar una película policiaca con ciertas ambiciones críticas, unos americanos recurren a una novela de estos mismos suecos; este trasiego de idas y venidas, de influencias cruzadas y recíprocas, además de enriquecedor resulta extensible a otros géneros (pensemos en los westerns que influyeron en la mirada de Kurosawa sobre los samuráis, y como esta retornaría a sus orígenes en forma de spaghetti-westerns).
La película posee un arranque excelente, en el que un montaje soberbio nos va mostrando todos los acontecimientos relativos al crimen del autobús con una minuciosidad y una atención a los detalles verdaderamente notables, quedando reducidos los diálogos a la mínima expresión. Sin embargo, el resto del filme no sigue esta tónica, cobrando pronto mayor protagonismo el guión, que concibe acertadamente a los personajes, tanto protagonistas (con la clásica contraposición entre la pareja de detectives, unos excelentes Matthau y Dern) como secundarios, siendo estos muy importantes, pues sirven para enriquecer la mirada crítica sobre la sociedad que se describe, caracterizada por la apariencia y la sordidez. También me resultó interesante el afán por reproducir un lenguaje callejero creíble, que dota de realismo y veracidad a muchas secuencias, especialmente las que se ambientan en los garitos de la ciudad.
Aunque pierda algo de interés hacia el final, volviéndose el argumento más rutinario, vale la pena dedicarle un buen rato a este policiaco setentero que hoy está algo olvidado, pese a no merecerlo.
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