De un libro tan revelador como "En el camino" de Jack Kerouac era difícil que se gestara una adaptación cinematográfica a la altura. El listón estaba demasiado alto para el séptimo arte como para tomárselo con estos mimbres de road movie de adolescentes con sabor a "Crepúsculo". De una obra que se desarrolla a ritmo de jazz, alcohol y drogas pero con una sólida pasión por la experimentación literaria, por el disfrute de la vida, por el momento y el impulso no se podía destilar una película que les gustara a los jóvenes, porque ellos tendrían que comprender que el viaje en la carretera, la aventura que se va llenando de excesos es algo más que un anuncio de colonias o un reportaje de National Geographic, tanto como una revelación espiritual en el camino. Lo positivo de su director, Walter Salles (Diarios de una motocicleta) es la ambición al adaptar al genio artístico que construyó un bloque literario revolucionario a golpe de impulsos pero el viaje le sale flojo. Y firma un trabajo que si nos olvidáramos de su referente literario sería aceptable...si esto hubiera sido un guión original, una película indie seguramente tendría más valor de lo que ofrece.

Pobre termina siendo el resultado para quien conoce este libro redentor, símbolo de la cultura beat, progenitor de la cultura hippie, pero me temo que también pueda resultar aburrida para quienes no hayan tenido referencias y para quienes no se deslumbraron con la lectura del libro. Le falta atmósfera, le falta ritmo, falla en la caracterización de los personajes, se queda atrás de todo ese movimiento alocado hacia adelante, aquí la duda existencial no solo frena sino que no queda bien reflejada porque no todo es decepción, drogarse y tenerle poco apego a la vida. Como escribía Kerouac "corrían como peonzas enloquecidas y yo vacilaba tras ellos como he estado haciendo toda mi vida siguiendo a la gente que me interesa". El protagonista principal, Sal Paradise, dudaba, vacilaba pero seguía una estela de luces y ritmos que no le paralizaba, no había lastre que ralentizara su ritmo improvisado como ocurre en la película que todo lo ralentiza y en la que no resulta ni motivador ese semidios de la locura que es Dean Moriarty en la novela.

Las intenciones son buenas pero ya si se dice que de la película destaca la fotografía se pueden imaginar porque es lo que se dice siempre cuando en un trabajo falla la estructura, el argumento o el ritmo. Falla también la elección de los actores principales, no me los imaginé así ni creo que nadie lo hiciera, sólo está a la altura Viggo Mortensen como no podía ser de otra forma porque este actor es que es un camaleón y se mete en la piel de quien sea, incluso para interpretar a ese yonki literario que era Williams Burroughs, pero Kristen Steward, cara de asco Steward (protagonista femenina de la saga Crepúsculo) que fuera elegida como MaryLou es una traición al original literario y una concesión a la taquilla. Dean Moriarty no escribía pero era una obra de arte su vida y aquí quien lo interpreta solo le llega a la suela de los zapatos gastados, más parece un chulo adolescente que el motor de una forma de entender la vida.

En fin, dicen que el director y el productor de la cinta quisieron tener sumo cuidado en la adaptación, hablan de su esmero y su buena intención de lo mucho que se documentaron y de la precisa localización de los escenarios y paisajes y por ello no se puede suspender su trabajo, ciertamente, pero la pelabra que lo define a la perfección es...decepción.

Drama social danés del cofundador del movimiento cinematográfico Dogma, pero no se asusten no es una película para gafapastas, intelectuales o críticos de cine. Es un drama inquietante, bien llevado y muy centrado en la actualidad. Ha recibido el reconocimiento de crítica y público y con ella el boca a boca ha funcionado a la perfección. Es una película europea que destaca, como de vez en cuando nos encontramos que logran hacer sombra al apabullante y monolítico mercado cinematográfico estadounidense, que fuera de algunas películas de cine independiente y el asombroso renacimiento de los superhombres melancólicos poco más de interés ha ofrecido en los últimos años.

Esta película va sobre el estigma social, sobre los juicios paralelos, sobre la asombrosa fuerza de la injusticia que una comunidad puede ejercer sobre una persona a raíz de un error, de una chiquillada que crece desmesuradamente por la sobreprotección de alguna mente calenturienta. Hay que decir que el asunto gira en torno a la pederastia y con esto no se desvela gran cosa. Ni que decir tiene que es lógica la preocupación que despierta en la sociedad pero que quizá también se suscita una reflexión sobre la alarma desmesurada, removida por algunos medios de comunicación, que se genera a veces sin tener un indicio sólido. Como se ha dicho cuando el río suena y calumnia que algo queda. Desde el primer minuto aquí se aclara la inocencia, la bondad del personaje muy bien interpretado por al cada vez más conocido actor Mads Mikkelsen (actualmente encarna el papel del doctor Hannibal Lecter en la serie de televisión) con lo cual sufrimos con la injusticia patente y con su resolución por recuperar su vida y no sentirse culpable de nada. Es fácil posicionarse y cabrearse con la injusticia pero que sucedería si formáramos parte de esa pequeña comunidad, que ríos no arrastrarían, eso ya es otro cantar... En definitiva es una película recomendable para despertar la reflexión y la autocrítica.

Envidia me da este romance, por su ternura, por su intensidad. ¿Cuánto puede dejar uno de amor en una relación con fecha de caducidad? Es como si toda su capacidad de romanticismo se la hubiesen llevado aquella noche cada uno consigo y años después, en un encuentro "casual" renaciera toda la gracia, toda la sensualidad perdida en las circunstancias del pasado, como guardada en la taquilla de una estación para recogerla si el destino pinta la ocasión. No recuerdo haber visto una película tan sencilla pero tan cautivadora por la intensidad de los sentimientos, eso si tan medidos, deslizados entre unos diálogos tan naturales nada forzados que resultan de una credibilidad identificadora. Desplegando un paseo por una monumental ciudad poner las cosas a punto de caramelo, vivir una historia memorable en la desesperante transitoriedad del paso de unas pocas horas, una historia que ha perdurado en años y que perdurará a pesar de que los protagonistas no vivirán un compromiso perdurable. Se disfruta de esos diálogos, de sus encuentros y desencuentros, del sentido del humor que desprenden en una delicada seducción, que se expresa también en el pudor, en las miradas de soslayo, en los silencios que tanto significan. Ésta es una película para sonreir, para renovar la esperanza en el amor, que no entiende de espacio, aunque lo enmarca en una bella visión bohemia de la tarde o de la noche del pasado, por eso tampoco entiende de tiempo futuro. Un amor que sólo entiende de química, de disfrutar del presente sin importar nada más allá que esas lucha de dos seres por encontrarse a pesar de los obstáculos, de las diferencias de opinión o de la incompatibilidad de la circunstancias de cada vida. Ethan Hawke y Julie Delpy están perfectos y, por cierto, me encanta ese vals. Envidia me dan, espero que el futuro me depare la casualidad de vivir un romance tan breve pero tan intenso...