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Críticas 37
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
29 de diciembre de 2023 1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Está claro que absolutamente toda película que trate de "superhéroes" o de temas afines, como en este caso de los mutantes, requiere de una marcada suspensión de la incredulidad, en aras del buen espectáculo.

Por ejemplo, si nos ponemos a analizarlo con un mínimo de cuidado, toda la saga X-men falla fuertemente por la base, dado que si un conjunto de personas experimentase mutaciones genéticas aparentemente debidas a la radiación producida por las explosiones nucleares de los años '40 (según se nos relata en "X-men: Primera Generación"), lo que realmente encontraríamos sería deformidades, tumores, órganos deficientes, reducida expectativa de vida, etc., y ciertamente no, salvo con probabilidad de una en billones o aún menos, estas impresionantes ventajas evolutivas que poseen los personajes de la saga: regeneración casi instantánea de tejidos, telepatía, manipulación de metales, telequinesis, capacidades de volar o de manejar el clima, o incluso de moverse a velocidades portentosas y experimentar aceleraciones gigantescas sin sufrir daño alguno, etc. No descubro nada al afirmar que, si nos pusiésemos a analizarlo con cuidado, es evidente que la saga completa carecería de sentido racional alguno. Y todo esto hablando simplemente de lo que es el punto de partida de este grupo de películas, y sin abocarnos a mencionar ni analizar todas las imposibilidades adicionales que inevitablemente aparecen en cada una de ellas.

Pero, y este es un gran "pero", todas estas irrealidades son de hecho parte del paquete, una marca de fábrica implícita en este tipo de relatos. Se trata de lo que nos hace disfrutar de las películas e historietas del género de superhéroes. La suspensión de la incredulidad es un requerimiento básico para entrar en este mundo, y, como tantos otros espectadores, la he practicado a gusto con toda la saga X-men.

Sin embargo, todo tiene un límite. Porque existe una delgada línea que separa las consideraciones previas, de lo que de hecho es la impericia de un guionista que se muestra incapaz de construir un relato eficaz y atractivo sin tener que recurrir al absurdo constante y permanente.

No recuerdo ahora las palabras exactas que utilizó, pero Lovecraft expresó la idea de que un buen cuento de terror debe contener un único elemento sobrenatural, ajeno a la lógica y a las leyes de la física, debiendo todo lo demás ajustarse a las reglas cotidianas de este mundo. En caso contrario, perdemos el punto de referencia, el marco conceptual. Si la narración se torna poco creíble, el miedo, y con ello la eficacia del relato, desaparece.

Y el mismo concepto podría aplicarse a las cintas de mutantes: si el absurdo es ubicuo y permanente, la credibilidad de la historia se torna nula, y esto nos distrae totalmente. Nos desenganchamos. O al menos, eso es lo que me ha sucedido a mí en particular, en el caso de esta película (sigo en spoiler).
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spoiler:
Puedo aceptar la rebuscada explicación de que una mutante es capaz de dormir a una persona y hacerla viajar al pasado para cambiar la historia. Puedo aceptar que esos cambios queden plasmados en la realidad únicamente luego de que la persona despierta. Y acepto, aunque a regañadientes, que a partir de ahí todos olviden la línea temporal anterior, excepto el propio viajero, que al despertar sí consigue recordarlas a ambas.

Pero hasta ahí se extiende el límite de mi credulidad. Más que eso, ya me hace maldecir la pereza o incompetencia de un guionista que cobra una fortuna por construir un guión tan defectuoso.

Porque a continuación, y arribamos ahora sí al meollo del asunto, tiene uno que tragarse las increíbles proezas del señor Bolivar Trask, y también de Magneto, que paso a detallar.

Resulta que en 1973, y luego de los eventos ocurridos en "X-men: Primera Generación", el gobierno de Estados Unidos tiene información acerca de la existencia de mutantes, aunque curiosamente no parece haberse interesado demasiado en ahondar en el tema. Pero no así el increíble señor Bolivar Trask, quien, ¡en 1973!, ha conseguido desarrollar un espectacular detector remoto de genes mutantes, el cual es utilizado nada más y nada menos que por robots gigantes (!), los cuales tienen la capacidad de funcionar de manera autónoma para, en un entorno normal, perseguir específicamente a los mutantes y atacarlos con su armamento.

Ahora bien, ¿alguien tiene idea de los conocimientos y pasos previos en inteligencia artificial y robótica que son necesarios para desarrollar robots como esos? ¿Y Trask tenía 8 de ellos construidos y operativos en 1973? ¿Y hay que tragarse que esa alucinante tecnología, que hoy en 2023 no podemos ni soñar, no se utilizó para absolutamente nada más que para la construcción de esos robots? ¿No se le ocurrió a Trask aplicarla para infinidad de otras cosas, revolucionar el mundo y llenarse de plata? ¿Y existiendo semejante tecnología disponible, ¡insisto en 1973!, hay que creerse además que el gobierno de Estados Unidos decide cancelar el proyecto de Trask, como si no fuese absolutamente nada? ¿El gobierno de Estados Unidos desprecia increíbles desarrollos en robótica e inteligencia artificial como si fuesen basura? En fin, todo esto es tan ridículo que me sacó completamente de la historia. ¿Y esta película se supone que es la mejor de la saga? ¿Cómo es posible?

Pero no conformes con esto, tenemos al increíble Magneto. Sabemos que Magneto manipula el metal. Lo que queda más allá de la comprensión humana es cómo hizo Magneto para, luego de introducir unos alambres en los mencionados robots, conseguir activarlos, manipularlos y controlarlos a su antojo. ¿Cómo es posible que el hecho de poder manipular metales lo haya habilitado para, en solo una noche, aprender a controlar semejante hiper-sofisticada tecnología sobre la cual supuestamente no tiene la menor idea?

En fin, es demasiado. En mi humilde opinión, la "mejor de la saga" es, simplemente, la peor de todas.
10
15 de enero de 2023 1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta crítica cinematográfica se alejará bastante del formato establecido, como así también de todas mis reseñas anteriores en FilmAffinity. El motivo para esto es no solo que el material que nos ocupa es un documental bastante atípico, sino además el hecho de que constituye en realidad, por su propia naturaleza, un asunto de interés casi que exclusivo para fans.

Pero, ¿fans de qué?, se preguntará usted. ¿De los bombones numerados? ¿De los tenores con registro de chofer? Pues no, me refiero en realidad a los fans del inolvidable Doctor Tangalanga, entre los cuales me cuento. Y aclaro que no seré yo un cómplice de toda esta malaria.

El Doctor ya ha pasado a la inmortalidad, y no me caben dudas de que el tiempo le hará plena justicia y lo terminará de colocar, si es que ya no lo ha hecho, en el panteón de los más grandes humoristas argentinos. Seguramente, además, sus innumerables registros telefónicos, únicos en su clase a nivel mundial, conformarán un frondoso material de estudio para los futuros académicos que deseen conocer cómo era la sociedad argentina, especialmente la porteña y de clases media y trabajadora, de la segunda mitad del S. XX.

Aquellos que solo ven en el Doctor a un vulgar provocador de boca sucia (y que en ciertas ocasiones efectivamente lo era, sobretodo al final de su carrera), pierden de vista el ingenio, el correcto vocabulario mechado de las encantadoras palabras populares del viejo Buenos Aires, las salidas increíbles y desternillantes, los apellidos ocurrentes, los diálogos delirantes y surrealistas al extremo, las reacciones sorprendentes, el humor absurdo absolutamente inimitable. Claramente, genialidades como amenazar con cortarle la luz a personas que se disponen a ver un partido de su país en el Mundial de Fútbol, o solicitar, con un tono de absoluta seriedad, la confección de un pasacalles que rece “Inodoros descartables “El Suspiro”, primero los uso, después los tiro”, no están al alcance de cualquiera.

El estilo que situaba a este humorista en un nivel superior, estaba típicamente caracterizado, además, por la inicial introducción del Doctor como una persona “seria” y de lenguaje educado, culto y formal (“Buenos días señorita, soy el Licenciado Rigatuzzo y le llamo porque…”), y que progresivamente y de forma inefable y característica evolucionaba a través de sucesivos ataques a la paciencia del interlocutor (“Y si usted no sabe, entonces, ¿por qué atiende el teléfono?”, “Una hora esperando a que me atiendan”, “Esos horarios no están en los planes de nadie”, “Hay que tener el pasaporte al día para ir hasta allí”), hasta desembocar en la ansiosamente esperada irrupción del caos total y la agresión verbal incontinente que, al conseguir finalmente “sacar” a la víctima, definían a la llamada exitosa (en una de sus varias vertientes).

Médiums, pais de umbanda, ufólogos, cazafantasmas, dependientes de heladerías, pizzerías y panaderías, casas mortuorias, albergues transitorios, tarotistas, plomeros, peluqueros, y un larguísimo etcétera, se contaban entre las filas de las víctimas potenciales del Doctor. Incluso, hasta un ex-presidente de la Nación cayó en la trampa.

No deja de ser cierto que, si bien en la mayoría de los casos el daño infligido no pasaba de una irritación momentánea causada en el interlocutor, hubo algunas situaciones en las que se podría haber producido un perjuicio laboral, o incluso un daño a la salud (véase, por ejemplo, el violentísimo llamado de “Inmobiliaria Massachusetts”). Debemos reconocer que estas ocasionales caminatas sobre la delgada línea fronteriza que separa civilización de barbarie apelaban a algunos de nuestros instintos más básicos, y eran parte innegable del enorme encanto de los llamados del Doctor. Hoy, en pleno S. XXI, la ausencia absoluta de la corrección política le confiere a estos estiletazos telefónicos un atractivo aún mayor, pues nos llama a la contemplación arqueológica de un tiempo que se fue.

Julio Victorio de Rissio, alias Doctor Tangalanga, Licenciado Varela, Licenciado Rigatuzzo, Taretti, Tarufetti, Vergatiesa, Quintana, Licenciado Garqueta, Catapatac, Zagardúa, Licenciado Gandolfi, etc., etc., nacido en 1916, fue uno más de aquellos exponentes de una Argentina que se va desvaneciendo.

Es ampliamente conocida la historia del comienzo de los llamados del Doctor, que allá por los fines de la década del ´50 empezó a grabar llamados telefónicos humorísticos para distraer a su amigo Sixto, que se hallaba gravemente enfermo. Y ya en la década de los ´80 retomó esta actividad, conformando ahora su etapa clásica, que es por consenso considerada la mejor de todas. En estos años, y también ya entrados los ´90, sus grabaciones circulaban de mano en mano en cassettes “clandestinos” regrabados una y otra vez, en una a veces pésima calidad de sonido que hacía que muchas palabras fuesen casi ininteligibles.

“Inmobiliaria Massachusetts”, “Plomero Inseguro”, “Sonría Ya”, “Masofilaxia”, “Cazafantasmas” y un larguísimo etcétera que incluye literalmente miles de llamados y muchísimas joyas ocultas o casi desconocidas, hacían las delicias de los adolescentes (y no tanto) de aquel entonces, que nos matábamos de risa con estas grabaciones anónimas increíbles hechas por quien durante un largo tiempo mantuvo su identidad en secreto.

Somos muchos argentinos los que compartimos anécdotas del Doctor. Es sabido que solía aceptar las invitaciones a cenar a las casas de sus fans (“qué comida de m13rd@, me voy a un restaurant a comer algo bueno de verdad”, se despedía siempre de sus anfitriones). Como ocurrió con tanta gente, fue en un par de estas reuniones donde tuve el honor y el placer de conocer personalmente al Doctor, que se pasaba la velada entera alegrando la tertulia con chistes extraídos de su interminable repertorio.

SIGO EN SPOILER POR FALTA DE ESPACIO, SIN SPOILERS.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
¡Cómo se hubiesen sorprendido tantísimas de sus víctimas, de haberse enterado en el momento de que aquel individuo que los amenazaba con “ir hasta allá para c@g@rlos a patadas” era en realidad un anciano en la década de sus 70, 80 e incluso 90 años!

Como tantos otros, he acudido a la legendaria Cochabamba 1614, solo para constatar que la dirección no existe (al menos de la manera en que estaba la sombra en aquel día). ¿Cuántas víctimas del Doctor se habrán dirigido hasta allí con intenciones nada pacíficas? Uno puede solo especular.

He conocido también personalmente a algunos de sus interlocutores, como el peluquero de la calle Río de Janeiro. He pasado cotidianamente, asimismo, por direcciones icónicas, como la esquina de la Óptica Laurenzano ¿Cuántos seremos los que tenemos anécdotas similares? Seguramente muchos.

¿Y por qué digo todo esto? Pues, para transmitir el concepto de que, a diferencia de lo que sucede con políticos y estrellas televisivas, el Doctor era uno más entre nosotros, y que su público se situaba (y se sitúa) más allá de cualquier tipo de grieta política o ideológica.

Y es aquí que interviene Diego Recalde, un fanático más, pero claramente acérrimo, y que decidió encarar la titánica empresa de conocer y entrevistar a las víctimas del Doctor, en particular a las más icónicas. A partir de la ineludible pregunta de: ¿quiénes son esas pobres almas torturadas, en realidad?, es que surge este documental “Víctimas de Tangalanga”, que describe la labor detectivesca de este señor, felizmente coronada por el éxito.

Los resultados de dicha investigación se exhiben en tres partes, de las cuales es esta la primera. Y es así que, entre otros, los fans del Doctor llegamos a conocer al dueño del Taller de Lavado y Engrase (“tenía las gomas desinfladas, y la rueda de auxilio, pedía socorro”), al Tenor con Voz de Célebre (y en realidad sentí lástima por este señor), e incluso, ¡al glorioso y legendario Plomero Inseguro! (“¿Licenciado Varela de qué? ¿Varela de qué?”).

Cinematográficamente hablando, la parte de mayor interés, y muy disfrutable, es la desopilante sucesión de “fotografías actuadas” que ilustran el llamado de la Tarotista, y que enfatizan y subrayan el carácter absolutamente surrealista del relato, con mucho sentido del humor.

En síntesis: de carácter totalmente ineludible para fanáticos, pero recomendable también, aunque en menor medida, para el público en general, por fragmentos tales como el relato de la Tarotista recién mencionado, que consiste en casi 10 minutos cercanos al final del metraje (comienza en 1:10:15), y que es probablemente lo más absurdo y delirante que usted vaya a ver y escuchar en un largo período de tiempo.

P.D.1: Dicen las malas lenguas, que al Doctor lo seguían de rodillas por el consultorio.
P.D.2: Terminemos con esta trapisonda.
23 de agosto de 2021 1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el contexto de las series modernas, nos ocurre de forma esporádica sorprendernos agradablemente con productos que, aún alcanzando un alto nivel, permanecen casi desconocidos, ajenos a la mayoría del público.

Dentro del género del thriller y las series de acción, se trata este, además, de un relato surrealista, paranoico y extremadamente claustrofóbico. Pese a la manifiesta escasez de recursos, el buen manejo de la narrativa nos lleva a dejar de lado la evidente inverosimilitud del argumento. De este modo, la suspensión de la incredulidad se produce de forma natural, no forzada.

No podemos dejar de compadecernos de los personajes cuyas vidas son destruidas en un instante. Marionetas con sentencias de muerte pesando sobre sus cabezas, y sujetas a elecciones imposibles que las conducen a la destrucción moral y psíquica, mientras que todos los momentos de su vida son filmados y observados. Las reminiscencias orwellianas son claras. El odio hacia los “vigilantes” es absoluto.

Con un gran sentido del ritmo e interesantes giros argumentales, cada una de las temporadas de esta serie se estructura en seis capítulos de 20 minutos cada uno, asemejando su duración total a la de un largometraje.

Todos los actores brillan en esta narración cuyas escasísimas tres temporadas se pasan como un suspiro, dejándonos con ganas de más. Y es que había tantas posibilidades para explorar acerca de estos omniscientes y omnipotentes “vigilantes”, tan improbables como puedan ellos ser.

Infelizmente, la serie, que ciertamente daba mucho más de sí, ha sido cancelada al parecer de forma definitiva.

En fin, una verdadera lástima.
12 de abril de 2022
22 de 45 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un grupo de personas queda atrapado en un pequeño pueblo del cual no consigue salir, y debe ocultarse por las noches a fin de evitar ser muertos atrozmente por unos monstruos de forma humana.

En los primeros capítulos puede parecernos que el guión se inspira en los relatos de Stephen King. Pero a medida que el tiempo avanza, se va convirtiendo en una especie de copia de bajo presupuesto de Lost. De hecho, esta serie es de los creadores de Lost, y se nota: la misma sucesión de eventos sorprendentes e inexplicables, los mismos extras que deambulan por el lugar mientras los protas intentan resolver el misterio, la misma zanahoria que es agitada una y otra vez delante del rostro del espectador.

El guión, sin embargo, no está a la altura de Lost. Los personajes no despiertan empatía, y hay mucho tiempo muerto con situaciones de relleno. La tensión no es la misma.

Aún así, la serie consigue entretener, aunque probablemente no sean muchos los que se mantengan firmes al pie del cañon durante 8 o 10 temporadas, aguardando a que finalmente las respuestas nos sean dadas.

Recomendable únicamente para aquellas horas que no sabemos bien cómo ocupar.
8 de octubre de 2023
5 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Miniserie supuestamente de acción que se monta en la estela dejada por los filmes de John Wick, pero que no pasa de un producto mediocre y patéticamente ajustado a la banalidad de los tiempos que corren.

Creo que más allá de las escasas escenas de Mel Gibson (única personalidad realmente gravitante en todo el metraje, aunque lastrada por el blando y flojo guión), de la satisfactoria ambientación, de la banda sonora de época que si es buena lo es solo por sus propios méritos y no por su consistencia con lo que se ve en la pantalla, y de la nostálgica y fugaz exhibición de ciertos ítems icónicos tales como el legendario Ford Gran Torino rojo con franja blanca, el Pong de Atari, alguna Nikon F2, etc., este título no tiene casi nada para presumir. Como si la presentación fetichista de objetos pudiese compensar la ausencia de imaginación y el escaso vuelo cinematográfico. Una serie woke por definición. (Párrafo aparte para cuando se ponen a sacar fotos "nítidas" de noche, sin trípode, a las apuradas y encima con teleobjetivo. ¡En los años '70!).

Flojas y poco creíbles escenas de combate. Incomprensibles decisiones por parte de los personajes (con destaque para el ridículo final de la primera parte). Una historia de nulo interés (¿a quién le preocupa esa absurda prensa?). Y escasa empatía despertada en general en el espectador (al menos en mi caso).

Si esta serie va a ser recordada, será debido única y exclusivamente a la moderna obsesión por construir "universos" en torno a ciertas historias, en este caso la de los personajes de la saga John Wick.

Quien desee ver verdaderas películas o series de acción y/o artes marciales, puede acudir, por dar solo unos pocos ejemplos, a Brawl in cell block 99 (2017), The Raid 1 y 2 (2011 y 2014), la muy subestimada pero infinitamente superior al producto que nos ocupa, serie Warrior (2019-2023), u otras series de tono más adolescente pero de verdadera calidad tales como Daredevil (2015-2018), etc.

Ah! Y Ayomide Adegun no le llega ni a los pies a Lance Reddick. ¿No se dan cuenta?
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