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Críticas 32
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
4
22 de julio de 2008
31 de 58 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es normal que una reunión entre viejos amigos, con el visionado de una de las películas de su infancia, cause este tipo de reflexiones: hay que estar muy enfermo de historias –de cine y de literatura- para que a uno le sobrevenga ese estado de ánimo, alejado del espíritu de una fiesta.

Hace apenas unas semanas Miguel nos invitó a cenar a unos cuantos a su casa cerca del mar. No tardó en proponer que viéramos “El chico de oro”. Siendo chavales no paraba de imitar al Eddie Murphy que veíamos por la tele.

A todo el mundo le caía bien Miguel. De una manera natural conquistaba la simpatía de cualquiera en nuestro barrio. Tal era su influjo que su amistad me evitó más de un disgusto en disputas con chavales de otras pandas: “te salvas porque eres amigo del Miguelito”.
Las chicas, además, lo adoraban, y me consta que más de una se moría por sus huesos, y no porque fuera un James Dean, sino por una simple cuestión de encanto.

Hace ya unos años Miguel se fue a estudiar a Alemania. Con él vino Sigrid, la chica que había conocido en Heidelberg, y a quien ya teníamos ganas de conocer, tan bien nos había hablado de ella.
No puedo negar que me sorprendí al conocerla. No es que Sigrid fuera fea, es que era más bien rara, muy rara. Pálida y muy delgada, vestía casi siempre de negro, con faldas muy largas; y aunque su castellano era bueno rara era la vez que dirigía la palabra a alguien que no fuera Miguel.
No se lo confesé nunca a nadie pero las muestras de fervor que profesaba por aquel emblema de la abulia y la introversión me causaron una profunda desazón. ¿Qué maravillas cautivaban con tanta pasión a mi virtuoso amigo? ¿Cómo de arrebatadoras debían ser sus horas de manos entrelazadas para provocar tal devoción? Era algo que no me podía explicar.

La cuestión es que, asistiendo por enésima vez a su interpretación murphiana de cómo pedir un cuchillo, entre las risas de los allí presentes –el ponche ya había comenzado a hacer de las suyas, desconozco qué licores mezclaron-, entendí el alcance de la elección de mi amigo: había elegido tomar como compañía el espíritu burlón y dicharachero de ese negro bigotudo, y nada cambiaría aquello, llegaría necesariamente al final de sus días siendo un vejete flacucho y zumbón.
Mientras, sentada en su pequeño sofá y ajena al cachondeo, Sigrid me miraba y leía mis pensamientos.

[Sigue en spoiler por problemas de espacio].
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
En un momento que aproveché para ir a la cocina a vaciar la cubitera me sobresaltó su voz sin apenas acento.

-A mí tampoco me gusta, ¿sabes? –me dijo mientras vertía el agua en el fregadero.

-¿Cómo?

-La película, no sé qué le verá. Pero se lo pasa bien viéndola, siempre.

Sonreí asintiendo. Bastó aquella muestra de complicidad, una pequeña concesión por parte de Sigrid, para que cuestionara, brevísimamente, mi impresión de todos aquellos años. Pero no pude ir más allá. El peso de las elecciones que tomamos a lo largo de nuestra vida nos determina y, al igual que pasa con las preferencias cinéfilas, las de los demás, sobre todo las de aquellos a quienes nos sentimos más allegados, no dejan de sorprendernos y resultarnos extrañas.

Al final de la noche Miguel y Sigrid anunciaron que se casaban a finales de verano.

Realmente, hay elecciones que son indescifrables, cada hombre, una isla.
19 de noviembre de 2007
15 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Reconozco que al principio no entendí lo que pasaba, ya que dijeron que me castigarían. Me encerraron en un estrecho cubículo, a oscuras, apenas con una simple cuchara, una silla y un almohadón mullido sobre el que poder recostarme. No sabría decir cuánto tiempo llevaba allí dentro -de sobras es conocida la confusión temporal que tales reclusiones comportan- cuando una de las paredes del cubículo pareció ceder y dar paso a una pantalla en blanco, iluminando tenuemente mi celda. Lo siguiente que vi fue la imagen de un dormitorio en el que una pareja retozaba alegremente. Bajo el signo de la más intensa excitación no perdí detalle de tan magnífica cópula; cuando el clímax llegó, la pantalla volvió al blanco inicial y luego se apagó: fue la culminación de la relación y el inicio de mi pesadilla.
Pasó cierto tiempo hasta que la pantalla volvió a iluminarse. Allí volvían a estar los dos jóvenes en el mismo dormitorio. No era una repetición de la misma relación que contemplé la primera vez, sino una mucho más tórrida. Y esta vez, además, no hubo fundido en negro al final de ésta, sino que simplemente hubo un pequeño corte y otra vez un plano del mismo dormitorio, esta vez desde un ángulo diferente, con la insoslayable pareja fornicante. Pude ver como cuatro o cinco de estos cortes (la memoria, para estas cosas, es imperfecta y tiende a juntar y confundir lo que le resulta parecido) hasta que la pantalla volvió al fundido en negro. Aún y así, la oscuridad de aquella celda fue insuficiente para aplacar las reverberaciones de aquella danza acoplatoria: entre aquellos cortes me pareció ver una secuencia en una habitación diferente, tal vez de un hotel, en la que se colaba una luz mortecina que quise creer que era la de Venecia; confundido y mezclado entre los sollozos y los gemidos me pareció reconocer un nombre ("David") y alguna palabra en el idioma que creí de los amantes. La trampa había sido preparada y yo ya había caído en ella.
-(Sigue en espoiler, no revelo nada porque toda la película va de lo mismo).-
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El inicio de mi pesadilla se presentó con el mismo aspecto que lo que hasta aquel momento había considerado como maravilla: "David and Julia" (ya los había bautizado) afanados en la complacencia mutua, ahora unas caricias por aquí, luego un requiebro por allá, ahora ella encima, luego que me hago la amodorrada para disfrutar más de los besos... Así durante horas, hasta que me venció el sueño. Me despertó Julia con unos gemidos como no le había oído nunca, y allí seguían: ahora él parará y la atraerá, incorporándola, hacía sí, y así pasaba; ahora ella se dará la vuelta e iniciará el viaje al sur de la frontera, previsible como la dieta de un catedrático prusiano... Pero de repente la imagen se cortó y vi a dos negrazos zumbándose a una chica rubia, a una gorda gritando como una loca por culpa de un marinero griego, a dos colegialas comiéndose todo lo que había en el plato, todo ello fugazmente, sin pausa, y hasta creí llegar a reconocer imágenes de mi película.
Hasta ahora todo ha sido así, si dejo de mirar suben el volumen. Trato de acurrucarme en un rincón y no mirar al lado resplandeciente y jadeante de mi celda. Sí, por las noches tengo pesadillas, sueño con el monstruo de las dos espaldas, y con una maleta llena de piernas que no se puede acabar de cerrar porque éstas, se pongan cómo se pongan siempre estorban.
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