Extravagante musical en el que unos duros Lee Marvin y Clint Eastwood dejan de lado complejos y se ponen a darle a las vocales (Eastwood, músico como hoby, sale mejor parado que Marvin).

La historia es muy poco convencional (lo único típico es la búsqueda de oro en el viejo Oeste), con relaciones a tres bandas incluidas (¡y el pivote es una mujer!, tengamos en cuenta la época de la película), de modo que su visionado ha resultado algo así como una refrescante ducha.

A destacar la relación entre los dos protagonistas, perfectamente compensados. ¡¡A disfrutarla!!

Estereotipo del género, que representa a la perfección la historia de hombres duros que salen airosos de cualquier circunstancia, apenas sin abrir la boca (y esto, quien mejor lo ha hecho en toda la historia del cine, ha sido Wayne), contrapunteados por diversas situaciones más o menos cómicas (¡Wayne con enaguas rosas!).

En realidad, las situaciones narradas son tan típicas que Howard Haws hizo otra gran película (El Dorado) con las escenas eliminadas del guión original.

Quizás, si alguien lee esta crítica, piense que la valoración que le he colgado es algo paradójica (9). Para nada. Los estilos se definen por una manera de contar las historis (y por las historias mismas) y, en este caso, estamos ante un modelo del Western, en el que Wayne brilla como nunca y está acompañado de un Dean Martin soberbio. Para tener entre algodones.

En una sociedad de la información como la actual, donde la sobrecarga de datos nos insensibiliza frente a los actos más atroces, el visionado de una película como esta nos reinicia.

Nos mete en la vida de un psicópata, un enfermo para el que las vidas ajenas no tienen el más mínimo valor. El mundo oscuro y violento en el que vive inmerso resulta tan real que pone los pelos de punta. Tanto, que más de uno se revolverá incómodo en su sillón cuando oiga una noticia de un asesino que ha matado a varias personas antes de ser detenido.

La mejor película de artes marciales de todos los tiempos. Fantástica desde el principio: con la magnífica clase en la que Bruce nos deleita con sus típicos gestos, frente a un alumno; hasta el final: lucha en la habitación de los espejos, con el zarpazo en el pecho como icono de las artes marciales.

Toda la película busca, como debe de ser, buenas escenas de lucha, coreografiadas magistralmente por el mismo Bruce Lee, pero no se queda ahí. Tiene un hilo argumental bastante interesante, con el contraespionaje como núcleo, las interpretaciones me parecen estupendas y el montaje magnífico, conjuntando perfectamente al Lee luchador y al Lee espía.

Una pena que su prematura muerte, cuatro meses después de finalizar el rodaje, no nos haya permitido disfrutar de Bruce Lee en más películas.

Es a lo que más se parece este macarrónico film en el que la adaptación de la gran novela de Valerio Maximo Manfredi (no le sale ni una buena, aunque Alexandros fué algo mejor) queda en entredicho debido a unos medios escasos que solo dieron para pagar a Colin Firth y Ben Kingsley como reclamos y dejaron otros aspectos en pañales.

Los efectos especiales son patéticos (desde los ochenta no veía un despeñamiento tan cutre), los maquilladores y encargados del vestuario no sé en qué estaban pensando, y el periplo europeo con paisajes sobrecogedores que me esperaba se ve reducido a unas vistas de lo que se supone son los Alpes que además se repite dos veces (hasta aquí llega la poca originalidad).

En cuanto a los actores reclamo, Colin Firth no es actor de mi devoción, y poco más esperaba de él. Ben Kingsley, sin embargo podría haberle dado algo de solidez al conjunto, pero siendo un actor con grandes altibajos (Gandi, Maurice o la Lista de Shindler frente y Caza al terrorista, Dave, presidente por un día o la que nos ocupa son dos extremos) ha demostrado que se encuentra en un bajo, y la bellísima Aishwarya Rai, bueno pues eso, bellísima Miss Mundo y poco más.

En fin, una película solo parcialmente recomendable como entretenimiento de fin de semana si de aquí a unos años deciden reponerla en televisión.