Obviamente, Daniel Calparsoro no es Walter Hill rodando cine de acción, pero siempre ha puesto al menos lo mejor de sí mismo para intentarlo.
Ahora bien, una cosa es no tener aptitudes (¡a reclamar al maestro armero!) y otra cosa es no tener ganas. Diríase que Calparsoro pasó por este rodaje como quien se come un sandwich a media mañana para matar el hambre.
No hay una sola escena narrada con pulso, la interacción de los personajes es nula (por no hablar de alguna interpretación, dios mío) y, a la postre, se hace todo tan aburrido que nos tiene sin cuidado el final de una historia que no ha parado un solo momento de decepcionarnos a base de secuencias imposibles y perfectamente previsibles.
Todo huele a refrito de otras películas más vistas que el tebeo.
Un pestiño.

El cine made in USA lleva demasiados años repitiéndose y haciendo, con demasiada frecuencia, la misma película una y otra vez. El género policiaco (que tan buenos títulos dio en los 60 y 70) es uno de los mejores ejemplos de ello. A finales de los 80, y en adelante, parecía que ya no había ninguna ruta nueva que explorar, así que hemos tenido que tragar desde entonces con las mismas películas (tramas iguales, personajes iguales, escenas iguales, diálogos iguales, finales iguales, "mensajes" iguales, iguales etcéteras).
Pues bien, por lo visto no tuvimos bastante y ahora hay que imitarlo made in Spain. Alberto Rodríguez nos endilga una película "igual" pero con acento andaluz, con unos polís que gritan durante toda la película como cerdos en matanza y corretean por las callejuelas de la capital sevillana como pollos sin cabeza, pero dentro de una historia que no tiene absolutamente nada que contar, que nada aporta y que aburre demasié.
Ah, y lo de la conexión entre lo que ocurre en la pantalla y la Expo sevillana del 92, pues qué quieren que les diga, ni existe ni se barrunta, una ocurrencia como otra cualquiera que carece de sentido.

El siempre original y, a ratos, irregular Agustí Villaronga nos propone un viaje a la trastienda del frente de guerra en un pueblo aragonés, sometido a ciertas tensiones pasionales y a las derivadas del inmemorial sometimiento al poder local. Con un reparto desafortunado (que va de unos secundarios prodigiosos a un protagonista incomprensible) la película defrauda a mitad de metraje, al perderse en una madeja que no acaba de enganchar al espectador. Y es una lástima, porque la historia y el planteamiento narrativo de Villaronga es, a priori, muy interesante, pero le falta fe en sus propios personajes (a los que, francamente, no acabamos de apreciar o detestar, ni siquiera de entender) y, quizás, ahondar más en la enrarecidas relaciones personales de un pequeño pueblo que, se supone, respira bajo la olla a presión de una guerra de incierto resultado (¿o la derrota ya se sabía segura?)

Interesante película que va desmadejando sus secretos ocultos con precisión y buen tino. Lástima que, cuando ya todo le ha sido descubierto al espectador, cuando uno quiere más (muy interesantes la banda de ladrones y el policía corrupto), llega el desenlace y un final (cinematográficamente) discutible.

Una soberana soplapollez, donde lo menos relevante es su exagerada e innecesaria violencia; lo realmente detestable es el infantilismo que rezuma todo el metraje, con unos personajes que exhiben un cociente intelectual de un primate en medio de una historia que es una pura nadería, un cuento chino, una memez que se hace muy larga.

Una sucesión de golpes de efecto (y de los otros) que no llevan absolutamente al espectador a ningún lado. Por no hablar de la horrorosa y anticinematográfica voz en off, que nos tortura desde el minuto uno hasta el desquiciante y ridículo final.

En suma, una espantosa película que -!cosas veredes, querido Sancho!- cuenta con una legión de admiradores. Con su pan se lo coman.