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7,6
3.555
9
15 de noviembre de 2013
15 de noviembre de 2013
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una película claramente diferenciada en dos partes.
En la primera, vemos a tres adolescentes insoportables (¿puede ser de otra manera?), hermanos en plena explosión hormonal y comparaciones sobre longitud del pene, las primeras aventuras sexuales y otras actividades tan lúdicas. Laurent es el preferido de mamá (Léa Massari), el padre es ginecólogo, severo y distante con los hijos.
Educación católica, con confesiones obligatorias, rezos y algún padre que se insinúa más de la cuenta… El ambiente de una familia de provincias está bien recreado, con un punto exótico, por el origen italiano de la madre. Sin embargo, la acción se hace algo repetitiva, pues una vez visto el ambiente que reina en esa familia, las escenas entre los hermanos o entre Laurent y la madre que no para de mimarle, se repiten.Un día, a Laurent le diagnostican un soplo al corazón.
Aquí es cuando empieza la segunda parte. Madre e hijo acuden a un balneario para que él siga una cura. Madre e hijo comparten habitación, confidencias y mucha mucha cercanía. Ella es joven aún, guapa, liberal y extrovertida; él es el preferido de mamá y, además, está descubriendo los afectos y el sexo. La relación que se teje entre los dos roza el incesto.
Esta es la parte más interesante, tratada con delicadeza, mezclando la ternura y la sensualidad, hasta llegar a...
A finales de la década siguiente, Malle recreará el mundo adolescente en otro contexto histórico. Adiós muchachos (Au revoir les enfants, 1987), retrata un grupo de escolares en la época de la Ocupación; los curas esconden a un alumno judío que traba amistad con uno de los alumnos, hasta que una denuncia provoca la llegada de las Milicias…
Como trasfondo de El soplo..., y es tema de conversación en varios momentos entre los adultos, la guerra de Indochina (1946-1954), la guerra precursora del conflicto de Vietnam (ver mini-resumen más abajo).
Si en Ascensor para el cadalso, Louis Malle había acudido a Miles Davis para firmar la música, creando ese ambiente negro, sensual y sugerente, en esta cinta las imágenes se despliegan sobre un fondo de jazz de Charlie Parker, que se menciona, además, en varias ocasiones. Aprovecho entonces para dar el salto a otra película impresionante: Bird, de Clint Eastwood (1988), sobre la vida del músico maldito, muerto joven.
En la primera, vemos a tres adolescentes insoportables (¿puede ser de otra manera?), hermanos en plena explosión hormonal y comparaciones sobre longitud del pene, las primeras aventuras sexuales y otras actividades tan lúdicas. Laurent es el preferido de mamá (Léa Massari), el padre es ginecólogo, severo y distante con los hijos.
Educación católica, con confesiones obligatorias, rezos y algún padre que se insinúa más de la cuenta… El ambiente de una familia de provincias está bien recreado, con un punto exótico, por el origen italiano de la madre. Sin embargo, la acción se hace algo repetitiva, pues una vez visto el ambiente que reina en esa familia, las escenas entre los hermanos o entre Laurent y la madre que no para de mimarle, se repiten.Un día, a Laurent le diagnostican un soplo al corazón.
Aquí es cuando empieza la segunda parte. Madre e hijo acuden a un balneario para que él siga una cura. Madre e hijo comparten habitación, confidencias y mucha mucha cercanía. Ella es joven aún, guapa, liberal y extrovertida; él es el preferido de mamá y, además, está descubriendo los afectos y el sexo. La relación que se teje entre los dos roza el incesto.
Esta es la parte más interesante, tratada con delicadeza, mezclando la ternura y la sensualidad, hasta llegar a...
A finales de la década siguiente, Malle recreará el mundo adolescente en otro contexto histórico. Adiós muchachos (Au revoir les enfants, 1987), retrata un grupo de escolares en la época de la Ocupación; los curas esconden a un alumno judío que traba amistad con uno de los alumnos, hasta que una denuncia provoca la llegada de las Milicias…
Como trasfondo de El soplo..., y es tema de conversación en varios momentos entre los adultos, la guerra de Indochina (1946-1954), la guerra precursora del conflicto de Vietnam (ver mini-resumen más abajo).
Si en Ascensor para el cadalso, Louis Malle había acudido a Miles Davis para firmar la música, creando ese ambiente negro, sensual y sugerente, en esta cinta las imágenes se despliegan sobre un fondo de jazz de Charlie Parker, que se menciona, además, en varias ocasiones. Aprovecho entonces para dar el salto a otra película impresionante: Bird, de Clint Eastwood (1988), sobre la vida del músico maldito, muerto joven.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
MÁS
Indochina forma parte de los territorios que Francia conquistó en Asia durante el periodo del imperio de Napoleón y de la Tercera República, a finales del siglo XIX. Incluía el actual Laos, Cambodia y Vietnam. Del territorio interesaban sobre todo su explotación económica: arroz, pimienta, té, opio (para uso medicinal en aquella época, pero generó un intenso tráfico) y, sobre todo, el caucho natural. La puesta en marcha de un sistema sanitario y escolar franco-indígena permite la alfabetización de una buena parte del país y el surgimiento de una minoría de médicos e ingenieros indochinos.
En los años 30, algunos movimientos nacionalistas de inspiración comunista comienzan a poner en entredicho la presencia francesa. Ho Chi Minh (“El que ilumina”) comienza a destacar como líder de los independentistas; de hecho, en 1941, funda la liga de la independencia.
Justo después del final de la Segunda guerra mundial empiezan los enfrentamientos entre Ho Chi Minh, que se ha asentado en el norte, y el partido colonial, presente en el sur, donde hay mayor presencia europea.
Con el comienzo de la Guerra Fría las partes se radicalizan: los franceses obtienen ayuda de EE UU, mientras que la URSS, y después China, apoya la guerrilla del Norte.
En Francia, la guerra es mal vista o ignorada y supone, de todos modos, un obstáculo para la IV República, preocupada en la reconstrucción del país tras el conflicto mundial. En los años cincuenta, la cruenta batalla de Dien Bien Phu, en el norte del país, termina con numerosos prisioneros que los comunistas quieren “reeducar”. Los franceses se marchan. Se estima que el número de víctimas asciende a 500 000 personas, entre las cuales 49 000 soldados franceses.
Los americanos tomarán el relevo al apoyar al sur en lucha contra el norte comunista.
Indochina forma parte de los territorios que Francia conquistó en Asia durante el periodo del imperio de Napoleón y de la Tercera República, a finales del siglo XIX. Incluía el actual Laos, Cambodia y Vietnam. Del territorio interesaban sobre todo su explotación económica: arroz, pimienta, té, opio (para uso medicinal en aquella época, pero generó un intenso tráfico) y, sobre todo, el caucho natural. La puesta en marcha de un sistema sanitario y escolar franco-indígena permite la alfabetización de una buena parte del país y el surgimiento de una minoría de médicos e ingenieros indochinos.
En los años 30, algunos movimientos nacionalistas de inspiración comunista comienzan a poner en entredicho la presencia francesa. Ho Chi Minh (“El que ilumina”) comienza a destacar como líder de los independentistas; de hecho, en 1941, funda la liga de la independencia.
Justo después del final de la Segunda guerra mundial empiezan los enfrentamientos entre Ho Chi Minh, que se ha asentado en el norte, y el partido colonial, presente en el sur, donde hay mayor presencia europea.
Con el comienzo de la Guerra Fría las partes se radicalizan: los franceses obtienen ayuda de EE UU, mientras que la URSS, y después China, apoya la guerrilla del Norte.
En Francia, la guerra es mal vista o ignorada y supone, de todos modos, un obstáculo para la IV República, preocupada en la reconstrucción del país tras el conflicto mundial. En los años cincuenta, la cruenta batalla de Dien Bien Phu, en el norte del país, termina con numerosos prisioneros que los comunistas quieren “reeducar”. Los franceses se marchan. Se estima que el número de víctimas asciende a 500 000 personas, entre las cuales 49 000 soldados franceses.
Los americanos tomarán el relevo al apoyar al sur en lucha contra el norte comunista.

7,0
411
7
26 de marzo de 2014
26 de marzo de 2014
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Primer largometraje de Claude Berri. Un guion previsible (sospechamos que el viejo se acabará encariñando de veras con el niño). Sin embargo, resulta delicioso. Michel Simon fiel a sus papeles de anciano, algo fanfarrón, algo verde, con un discurso lleno de tópicos (los enemigos de Francia son los judíos, los bolcheviques…) y entrañable, pese a todo. Lo gracioso es la manera en que el niño lo va engatusando, pidiendo una y otra vez que cuente cómo reconoce a los judíos. Incluso, llega a decirle que él es judío, pero Pepé no le cree porque “él huele a los judíos” de lejos. Entrañable también la historia de Claude (Alain Cohen) con la niña de la granja. Más allá de toda la tontería política es la historia de un anciano y de un niño en busca de desesperada de cariño. ¿Hace falta algo más?
El niño, impresionante. Además de la historia, es el retrato de una época, el contraste entre la ciudad al principio y el campo donde va a vivir el niño; es también la época de los cantos al mariscal Pétain, de las pancartas anunciando fusilamiento de franceses por cada alemán matado, la Liberación…
Film en blanco y negro y música de Delerue, autor de tantas bandas sonoras de la Nouvelle Vague.
El niño, impresionante. Además de la historia, es el retrato de una época, el contraste entre la ciudad al principio y el campo donde va a vivir el niño; es también la época de los cantos al mariscal Pétain, de las pancartas anunciando fusilamiento de franceses por cada alemán matado, la Liberación…
Film en blanco y negro y música de Delerue, autor de tantas bandas sonoras de la Nouvelle Vague.

7,1
7.202
6
3 de mayo de 2017
3 de mayo de 2017
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
RESUMEN
Laure y su familia se instalan en su nuevo piso, a las afueras de París. La niña de diez años, de aspecto andrógino, se presenta a sus nuevos amigos como Michael. Se hace pasar por un niño y tiene, entre otras situaciones, que enfrentar la atracción que Lisa, una de las nuevas amiga, siente por ella / él.
COMENTARIOS
Es curioso. En cuanto Laure dice que se llama Michael empieza el drama y el suspense. Sabemos que la mentira acabará saltando; solo esperamos el momento y la manera en que va a estallar. Después debería venir una segunda parte: ¿qué pasa? ¿Qué consecuencias tiene en Laure y en los demás? Porque ese es el drama, una niña se siente chico y como tal se presenta. Pero aquí todo ocurre casi como si nada. Los padres no se extrañan ni tampoco toman medidas especiales. Y la película acaba con una suerte de “Vale”, tras el anuncio de la verdad. Justo cuando debería empezar.
Llama la atención la ausencia pasmosa de adultos. Niños de unos diez años juegan todo el día y los padres no se mezclan. Está bien, están en su barrio y su entorno. Lo llamativo es la distancia en este sentido de los padres de Laure, que recién mudados no muestran ningún interés en conocer los nuevos amigos de Laure. Son padres cercanos y que quieren a sus dos hijas, sin embargo, no se implican en absoluto. Incluso, la madre da las llaves de casa a la niña para que pueda “entrar y salir cuando quiera”. En un entorno nuevo para ella a esa edad, resulta soprendente. Y tampoco es propio de la educación francesa; he crecido en un entorno similar y puedo asegurar que no es así.
Pero volviendo al principio, resulta frustrante que la película no se adentre en lo fundamental: ¿qué hacer si tu hija se siente niño? ¿Cómo afrontará la escuela? ¿Y la vida?
Por lo demás, Laure (Zoé Héran), fenomenal en su transparencia y naturalidad. Y la hermana, un bombón.
Laure y su familia se instalan en su nuevo piso, a las afueras de París. La niña de diez años, de aspecto andrógino, se presenta a sus nuevos amigos como Michael. Se hace pasar por un niño y tiene, entre otras situaciones, que enfrentar la atracción que Lisa, una de las nuevas amiga, siente por ella / él.
COMENTARIOS
Es curioso. En cuanto Laure dice que se llama Michael empieza el drama y el suspense. Sabemos que la mentira acabará saltando; solo esperamos el momento y la manera en que va a estallar. Después debería venir una segunda parte: ¿qué pasa? ¿Qué consecuencias tiene en Laure y en los demás? Porque ese es el drama, una niña se siente chico y como tal se presenta. Pero aquí todo ocurre casi como si nada. Los padres no se extrañan ni tampoco toman medidas especiales. Y la película acaba con una suerte de “Vale”, tras el anuncio de la verdad. Justo cuando debería empezar.
Llama la atención la ausencia pasmosa de adultos. Niños de unos diez años juegan todo el día y los padres no se mezclan. Está bien, están en su barrio y su entorno. Lo llamativo es la distancia en este sentido de los padres de Laure, que recién mudados no muestran ningún interés en conocer los nuevos amigos de Laure. Son padres cercanos y que quieren a sus dos hijas, sin embargo, no se implican en absoluto. Incluso, la madre da las llaves de casa a la niña para que pueda “entrar y salir cuando quiera”. En un entorno nuevo para ella a esa edad, resulta soprendente. Y tampoco es propio de la educación francesa; he crecido en un entorno similar y puedo asegurar que no es así.
Pero volviendo al principio, resulta frustrante que la película no se adentre en lo fundamental: ¿qué hacer si tu hija se siente niño? ¿Cómo afrontará la escuela? ¿Y la vida?
Por lo demás, Laure (Zoé Héran), fenomenal en su transparencia y naturalidad. Y la hermana, un bombón.
5 de febrero de 2014
5 de febrero de 2014
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
El planteamiento inicial es sencillo y brillante. Un malentendido desencadena una relación entre dos personas que de otra manera no se hubieran cruzado. La fascinación que él(Fabrice Luchini) siente por ella (Sandrine Bonnaire) acaba manteniendo el fino hilo que los une. Los dos, aunque de manera diferente, tienen en común un hecho: la soledad.
William Faber (Luchini) es un hombre solo; vive en el despacho donde tiene la consulta de asesor fiscal; apenas se ve la calle a través de las ventanas, recubiertas con cortinas, y el interior es oscuro. Su único contacto parece ser el que mantiene con su ex (Anne Brochet).De Anna (Bonnaire), se sabe poco, solo lo que ella cuenta e incluso, su relato a trompicones,hace pensar si es cierto lo que cuenta.
Hay momentos en que, enfrentados a la mirada del otro, sentimos hasta qué punto nuestra vida es pequeña. Esto lo que ocurre a Faber (Luchini), un hombre gris, que sientede repente, lo absurdo de su mundo.
La última escena se rueda cámara en mano. El ligero movimiento de cámara refleja no ya la falta de pulso sino el temblor de los personajes…
Sandrine Bonnaire está singularmente guapa; su rostro es anguloso, pero aquí adquiere una dulzura especial. Luchini, con cara de palo asustado, va adquiriendo cada vez más expresión. En efecto, Luchini, de manera parecida a Jean-Louis Trintignant, representa elhombre común, una cara no especialmente atractiva, pero capaz de pintar en detalles las emociones.
Es una película sobre un lento streap-tease, de los sentimentos y de la ropa. La historiacomienza en invierno, con una Anna (Bonnaire) vestida hasta arriba; acaba en verano, con vestido ligero. Mientras, los dos se van contando su vida. Frente a ella, Faber/Luchini permanece en traje y corbata, ¡incluso el domingo! Aun así, algo se va aflojando.
Como en otras películas de Leconte, aquí se cuenta la historia de dos personajes, unidos por un azar. El hombre del tren (L’homme du train, 2002) se centra en dos personajes que nada parece unir salvo un encuentro fortuito en un tren: el personaje de Johnny Halliday es un atracador y Jean Rochefort interpreta un hombre aburrido, habitante de una gran mansión familiar. El marido de la peluquera, 1990, habla de Antoine (Jean Rochefort), un hombre que sueña con casarse con una peluquera.
Como las dos películas mencionadas, esta también nos hace creer que los sueños son posibles…
Película delicada… ¡y francesa!
William Faber (Luchini) es un hombre solo; vive en el despacho donde tiene la consulta de asesor fiscal; apenas se ve la calle a través de las ventanas, recubiertas con cortinas, y el interior es oscuro. Su único contacto parece ser el que mantiene con su ex (Anne Brochet).De Anna (Bonnaire), se sabe poco, solo lo que ella cuenta e incluso, su relato a trompicones,hace pensar si es cierto lo que cuenta.
Hay momentos en que, enfrentados a la mirada del otro, sentimos hasta qué punto nuestra vida es pequeña. Esto lo que ocurre a Faber (Luchini), un hombre gris, que sientede repente, lo absurdo de su mundo.
La última escena se rueda cámara en mano. El ligero movimiento de cámara refleja no ya la falta de pulso sino el temblor de los personajes…
Sandrine Bonnaire está singularmente guapa; su rostro es anguloso, pero aquí adquiere una dulzura especial. Luchini, con cara de palo asustado, va adquiriendo cada vez más expresión. En efecto, Luchini, de manera parecida a Jean-Louis Trintignant, representa elhombre común, una cara no especialmente atractiva, pero capaz de pintar en detalles las emociones.
Es una película sobre un lento streap-tease, de los sentimentos y de la ropa. La historiacomienza en invierno, con una Anna (Bonnaire) vestida hasta arriba; acaba en verano, con vestido ligero. Mientras, los dos se van contando su vida. Frente a ella, Faber/Luchini permanece en traje y corbata, ¡incluso el domingo! Aun así, algo se va aflojando.
Como en otras películas de Leconte, aquí se cuenta la historia de dos personajes, unidos por un azar. El hombre del tren (L’homme du train, 2002) se centra en dos personajes que nada parece unir salvo un encuentro fortuito en un tren: el personaje de Johnny Halliday es un atracador y Jean Rochefort interpreta un hombre aburrido, habitante de una gran mansión familiar. El marido de la peluquera, 1990, habla de Antoine (Jean Rochefort), un hombre que sueña con casarse con una peluquera.
Como las dos películas mencionadas, esta también nos hace creer que los sueños son posibles…
Película delicada… ¡y francesa!
1 de febrero de 2014
1 de febrero de 2014
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Buscarse la vida, mentir a las autoridades si es necesario, correr, enamorarse y sufrir decepciones, encontrar alojamiento, buscar oportunidades…
Son gente marginal, viven en las lindes del sistema, intentando entrar, que no aprovecharse de las facilidades que promete un país. Los personajes emocionan, incluso los más perdidos, como Nassera (Aure Atika) y su hijo Kevin o la pobre Lucie (Elodie Bouchez), algo ciclotímica, frágil y ninfómana. Increíble Jallel, Sami Boujila, que busca una nueva vida…
En esta primera película, el actor Abdellatif Kechiche retrata este mundo de París, pero fuera del glamur de las grandes avenidas, con crudeza, realismo y ternura. Como en La vida de Adèle toma el tiempo de contar las cosas, dejar la vida pasar, dejar que el espectador se identifique con los personajes, tan cercanos que parece que los hemos cruzado por la calle.
Y como telón de fondo, las dificultades de inserción, el miedo a controles… No hay maniqueísmo (los franceses no son todos malos, los inmigrantes no todas víctimas desvalidas…), sino una mezcla, como la vida misma. Al fin y al cabo, Jallel es como todos nosotros, busca amor, cariño, sexo, dinero, un futuro…
Es cierto que la película pierde algo de fuelle y de dirección al cabo de hora y media (sobre 2h10 de duración), no sabemos si centrará en él, en la pareja, en el grupo, pero en el fondo, poco importa, pues ya estamos de lleno en la historia. Final abrupto.
Cine social, ligero como sus diálogos que fluyen; sustancioso como la realidad que describe. Emotivo, real, crudo. No aconsejable en momentos de bajón.
Son gente marginal, viven en las lindes del sistema, intentando entrar, que no aprovecharse de las facilidades que promete un país. Los personajes emocionan, incluso los más perdidos, como Nassera (Aure Atika) y su hijo Kevin o la pobre Lucie (Elodie Bouchez), algo ciclotímica, frágil y ninfómana. Increíble Jallel, Sami Boujila, que busca una nueva vida…
En esta primera película, el actor Abdellatif Kechiche retrata este mundo de París, pero fuera del glamur de las grandes avenidas, con crudeza, realismo y ternura. Como en La vida de Adèle toma el tiempo de contar las cosas, dejar la vida pasar, dejar que el espectador se identifique con los personajes, tan cercanos que parece que los hemos cruzado por la calle.
Y como telón de fondo, las dificultades de inserción, el miedo a controles… No hay maniqueísmo (los franceses no son todos malos, los inmigrantes no todas víctimas desvalidas…), sino una mezcla, como la vida misma. Al fin y al cabo, Jallel es como todos nosotros, busca amor, cariño, sexo, dinero, un futuro…
Es cierto que la película pierde algo de fuelle y de dirección al cabo de hora y media (sobre 2h10 de duración), no sabemos si centrará en él, en la pareja, en el grupo, pero en el fondo, poco importa, pues ya estamos de lleno en la historia. Final abrupto.
Cine social, ligero como sus diálogos que fluyen; sustancioso como la realidad que describe. Emotivo, real, crudo. No aconsejable en momentos de bajón.
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