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Críticas 88
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
9
17 de enero de 2012 3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cisne negro es una película que, al igual que su personaje principal, va evolucionando a lo largo de su metraje. Lo que en un principio podría ser un drama sobre una bailarina y su lucha por convertirse en la estrella del nuevo espectáculo de su compañía, con todo el esfuerzo y sacrificios que ello conlleva, hacia su parte mitad muta en una especie de thriller psicológico en el que la protagonista se siente indefensa ante los acontecimientos que van sucediendo a su alrededor, incapaz de discernir entre lo real de meras imaginaciones, para concluir la función con una media hora final, excepcional, en el que la cinta termina pasándose de forma definitiva, e irremediable, al género del terror donde los fantasmas propios y ajenos acechan a una Natalie Portman en estado de gracia.

La película empieza pareciendo el negativo fotográfico del anterior trabajo de Aronofsky. Mientras que en El luchador nos hablaba de un rudo, aunque artístico, espectáculo protagonizado por voluminosos caballeretes que se daban cera ante el público pero entre los cuales existía un gran compañerismo fuera de los flashes, en Cisne negro nos aproximamos al competitivo mundo de la danza, en el que unas delicadas muchachas, de gráciles movimientos ante los focos, se lanzan cuchillos, y gran parte de la cubertería, nada más bajarse del escenario. En ese sentido debo reconocer que el arranque del film me dejó bastante indiferente y lo único que llegó a llamar mi atención fue la enfermiza relación existente entre la hija y su madre.

A medida que la película avanza, la trama y su protagonista se van corrompiendo más y más y la cosa empezó a atraparme al ir envolviéndose el film de una apariencia de thriller malsano, acentuado todo ello con la entrada en escena de misteriosos personajes. El único punto débil de esta parte de la película es la aparición de un punto erótico-festivo que, lamento reconocer, no acabé de entender, como si de pronto todos los personajes de la cinta empezaran a tener una sorprendente fijación por la entrepierna de la Portman (ella misma incluida). Realmente no les puedo culpar, pero no creo que aporte mucho a la cinta. La película termina concluyendo con una brillante y desbocada media hora final, en el que el terror y la oscuridad se hacen definitivamente con las riendas de la trama, atrapándome por completo, rendido a éste Cisne negro.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Lo que realmente me cuesta entender de la cinta es que para que la Portaman consiga sacar a flote su parte oscura todo se termina centrando en el sexo. Como ejemplo tenemos el consejo del director del espectáculo: ¿te cuesta hacerte con el papel del Cisne negro?, ¡mastúrbate!... ¿perdón? Si te masturbas te vuelves malo... un discurso muy de cole de monjas.
12 de enero de 2012 3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nada más empezar, la película nos presenta a un protagonista de mirada aviesa, porte chulesco, cazadora molona, guantes de cuero, palillo en la comisura de los labios y una alarmante parquedad de palabras, haciendo rugir el motor de un potente coche justo antes de iniciar una espectacular persecución por el centro de la ciudad de Los Ángeles. Y es justamente en ese momento, cuando uno puede llegar a pensar que estamos ante una posible secuela/precuela/remake del personaje de Mario Cobretti, que aparecen sobreimpresionados los títulos de crédito del film con una tipografía que parece sacada de una película de John Hugues protagonizada por Molly Ringwald. Esa extraña mezcla y el desconcierto que provoca en el espectador se irá claramente acentuando a medida que la trama avance, convirtiéndose en la marca de la casa de la cinta.

Reconozco que, en un principio, la peli me daba más palo que otra cosa porque, sobretodo en su tramo inicial, se trata de una de esas cintas contemplativas, de largos silencios y de ritmo narrativo pausado que provoca que después de que uno de los personajes haya soltado su frase, te de tiempo a levantarte de la butaca, salir del cine, ir a tomar un café, montar un campeonato de pro-evolution en casa de algún amigo, matricularte en veterinaria, acabar la carrera, ir a salvar alguna ballena varada, casarte, tener cinco hijos, montar un equipo de futbol sala con ellos, ganar algún tipo de liga regional, salir de viaje, conquistar un país exótico, erigirte dictador absoluto, vivir de forma ostentosa hasta que venga el ejército de los Estados Unidos a derrocarte, huir justo a tiempo, volver a España, regresar a tu butaca y, todo ello, justamente antes de que el otro personaje le de la réplica. Todo muy fluido, ya saben. Para colmo, tengo la sospecha de que todas las lineas de diálogo del personaje protagonista cabían perfectamente en una servilleta de papel. En la parte sin usar, exactamente.

Como ya les advertía al principio, a la película le gusta jugar constantemente entre dos aguas y cuando uno empieza a creer saber por donde irán los tiros, los tiros entran en escena. Es en ese momento que la cinta comedida y preciosista se transforma y saca a relucir su doctor Hyde para salpicar la pantalla de sangre. Y mola. Mola un montón. Porque todo el vacío reinante, aunque efectivo estéticamente, se fusiona con una auténtica oleada de mala leche para acabar formando un espectáculo de lo más entretenido, que mejora a medida que la trama va avanzando. Es en ese momento cuando la peli saca a relucir lo mejor de si misma como queda plasmado en esa onírica/sangrienta escena del ascensor. Para cuando se llegó al final, mi escepticismo inicial se había convertido en auténtica devoción por una cinta que, o mucho me equivoco, o poco tardará en llevar colgado el cartel de "de culto".
16 de octubre de 2012 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ya lo decía la canción: “las vueltas que da la vida, el destino se burla de ti...”. Y es que durante los primeros años de la década de los '80, un joven (aunque ya despeinado) Tim Burton trabajaba para la Disney, aunque su arte no se puede decir que fuera del todo entendido ni, mucho menos, visto con buenos ojos dentro de la compañía. Así pues, tras dirigir un corto con la técnica de stop-motion, Vincent, y después de realizar un segundo corto basado en el mito de Frankenstein, de nombre Frankenweenie, la multinacional lo echó a la calle alegando que su trabajo había supuesto un desperdicio de recursos monetarios en una película demasiado terrorífica para los menores. Pero el joven Burton no arrojó la toalla y creció y creció hasta convertirse en un hermoso cisne blanco... digo, en un reputado director de culto capaz de contar con el reconocimiento tanto de crítica como de público. Y así fue como a mediados de la década del 2000, Disney volvió a llamar a la puerta del realizador para volver a contratar sus servicios. Para cerrar el círculo, en 2007 ambas partes firmaron un contrato para la realización de una película basada en el mismo corto por el que lo echaron la primera vez, filmado en blanco y negro, con la técnica del stop-motion y de nombre Frankenweenie. Lo cierto es que si este párrafo lo leen con música de Danny Elfman de fondo la cosa mejora un montón.

El protagonista de la cinta, Víctor Frankenstein, es un niño raro y solitario (el típico niño raro y solitario de las pelis de Burton) que vive con sus padres y su fiel perro, Sparky, en una urbanización de una pequeña localidad de Estados Unidos (la típica urbanización de una pequeña localidad de Estados Unidos de las pelis de Burton). El chico pasa sus horas muertas rodando películas caseras en las que su mascota (y mejor amigo) es el máximo protagonista. Además el muchacho resulta ser todo un pequeño genio en ciencias (lo que le vendrá muy bien para los acontecimientos que sucederán a continuación). Pero un día su perro es arrollada por un automóvil y Sparky, finalmente, fallece. Será entonces cuando Víctor, incapaz de aceptar la pérdida, utilizará sus conocimientos científicos para lograr volver a la vida a su adorada mascota. Lo que Víctor no sabe es que, tanto en literatura como en cine, cuando alguien opta por revivir un muerto suele terminar desencadenando una serie de terribles y catastróficas consecuencias.

Tim Burton vuelve al blanco y negro (que tan buenos resultados le diera en la estupenda Ed Wood) y a la técnica fotograma a fotograma, conocida con el nombre de stop-motion (que ya probara con éxito en La novia cadáver). Pero, sobretodo, a lo que vuelve el director es a sus orígenes, con una cinta que adapta su propio corto del año 1984 y que nos devuelve a la estética de su primer trabajo, Vincent.

Lo que si que es una noticia de las que hacen época es que, para Frankenweenie, ¡Tim Burton, no ha contado ni con Jonnhy Deep ni con Helena Bonham Carter! Si, ya se que se trata de una cinta de animación, pero igualmente contó con ambos para poner las voces a los dos protagonistas de La novia cadáver. A pesar de no encontrar a ninguno de los dos grandes nombres propios de su filmografía, si que encontramos algunos de los habituales, dispuestos a prestar su voz a los personajes de la historia: Winona Ryder (Bitelchus, Eduardo manostijeras), Martin Short (Mars Attacks!) y un Martin Landau (Ed Wood, Sleepy Hollow) interpretando a un profesor de escuela que recuerda muy, pero que muy, poderosamente a Vincent Price.

Les voy a contar por que me ha gustado la película: por el diseño y caracterización de los personajes (algunos de ellos simplemente geniales) tan típicos del cine de Burton; por los muchos guiños y referentes a los clásicos del cine de terror; por llenar la historia de monstruos fantásticos, por su oscuridad en clara pugna con su delirante sentido del humor, porque nos devuelve a un Burton en plena forma después del sonado descalabro que supuso “Sombras tenebrosas”; por la melancolía que desprende todo el producto; por su excelente técnica de stop-motion; y, sobre todo, por tratarse de un cuento, terrorífico, pero cuento al fin y al cabo. Lamentablemente a continuación voy a contar por que la película no logra ser todo lo redonda que podría haber sido: porque a pesar de su espléndido tramo inicial, la historia se resiente hacia la mitad y pierde ritmo y nervio; porque estos momentos de bajón suelen ir acompañados de un cierto vacío de la historia en la que parece que la cosa no termina de avanzar (aunque finalmente avanza y de que manera); y porque, en definitiva, no termina por aportar nada nuevo al cine de Burton, dejándonos con la sensación de algo ya visto, con lo que se termina por perder el factor sorpresa de una historia que nos recuerda a otras anteriores (el mito de Frankenstein también asomaba la nariz en Eduardo Manostijeras) y unos diseños de personajes brutales, pero que ya nos conocemos de trabajos precedentes.

Resumiendo: La carrera de Burton sigue siendo una auténtica montaña rusa. Por suerte para todos, en esta ocasión, la cosa sube bastante alto.

www.quesitorosa.com
2 de octubre de 2012 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Existen dos elementos de esta nueva producción de la compañía Aardman que no deja de sorprenderme lo muy de moda que siguen estando en pleno siglo XXI. El primero es que se trata de una película de “piratas”, género muy denostado hace unos años (y sino que se lo pregunten a Geena Davis o a Roman Polaski) pero que después del éxito de la saga “Piratas del Caribe” parece seguir disfrutando de un momento dulce (este año incluso sacaron la cabeza en la cuarta entrega de Ice Age, en la que los protagonistas debían enfrentarse a unos temibles piratas prehistóricos). El segundo de los elementos es la técnica del “stop-motion” (auténtico signo de identidad de Aardman, junto con la plastilina). Resulta curioso como, en plena era digital, esta técnica de la vieja escuela siga teniendo tantos adeptos. Sin ir más lejos, este mismo 2012, junto con la película que hoy nos ocupa, también se estrenan dos apuestas fuertes más en “stop-motion”: Frankenweenie y El aluciante mundo de Norman. Y viendo los resultados obtenidos, que sea por muchos años.

No se lo van a creer cuando se lo diga, pero resulta que la película ¡Piratas!, trata sobre... piratas. Exactamente sobre el llamado Capitán Pirata (estoy visualizando una mesa repleta de reputados guionistas rebanándose los sesos para dar con el nombre adecuado para el protagonista de esta aventura). Le acompañan su variopinta tripulación que, a pesar de tratarse de buena gente, no se puede decir que sean excesivamente aguerridos, valientes ni audaces. Más bien todo lo contrario. A pesar de eso, nuestro protagonista está empeñado con alzarse con el premio anual al mejor pirata del año, reputado galardón que recibe el pirata que consiga reunir un mayor botín en sus saqueos.

Entonces, si los piratas son los buenos de la película, ¿sobre quién recae el rol de malo oficial de la función? Pues ni más ni menos que sobre la reina Victoria de Inglaterra, una monarca con una especial debilidad por eliminar a todos los piratas de la faz de la tierra. Pero la reina no será el único personaje histórico que se cruzará en el camino de la tripulación y es que, en uno de sus habituales abordajes, los piratas se cruzarán con Charles Darwin quien le propondrá al Capitán un arriesgado plan para lograr ganar un montón de oro, con el que poder alzarse con su premio soñado. Lo cierto es que explicado así la trama no tiene mucha gracia y todo el conjunto desprende un tufo a topicazo plano que tira para atrás, pero lo cierto es que la cosa es de mucha risa.

Si existen unos personajes ligados a Aarman estos son, sin lugar a dudas, Wallace and Gromit, vistos en cortometrajes y en su salto al largo, la excelente Wallace and Gromit, la maldición de las verduras. Pero la compañía también ha realizado otros títulos como Chicken Run: Evasión en la granja, Ratónpolis y Arthur Christmas, operación regalo (estas dos últimas de animación por ordenador); o las televisivas Creature Comforts y Shaun the sheep. ¡Piratas! está dirigida por Peter Lord (co-director de Chicken Run: Evasión en la granja y miembro fundador de la compañía, hace cuarenta años) y Jeff Newitt. Entre los famosos que prestan su voz a los personajes de la película encontrarán a Hugh Grant, Martin Freeman, Salma Hayek y Jeremy Piven, entre otros.

¡Piratas! es ante todo un producto familiar capaz de entretener a los más pequeños y hacer disfrutar a los mayores. Se trata de un film cien por cien Aardman (algo que no se puede decir de sus dos anteriores films de animación por ordenador, bastante más flojos en su global), con sus personajes delirantes, su humor muy inglés, sus situaciones rocambolescas, su excelente animación por stop-motion, y sus carreras/persecuciones delirantes. Su humor es fresco, los gags se suceden a ritmo vertiginoso en algunos momentos del film, la reina Victoria está desencadenada e incluso sale un mono que hará las delicias del espectador. El sello Aardman también se percibe en una trama que se va complicando más y más a medida que avanza la historia (ya he dicho que el punto de partida es más bien sosainas). Lamentablemente la sensación general es de que el universo “pirata” está demasiado quemado ahora mismo, pero la película logra salir airosa a pesar de ello, aunque debo reconocer que todavía hubiera disfrutado más la cinta con un protagonista con algo más de carisma, ya que no logra estar a la altura del resto de personajes. Pero ¡Piratas! es, ante todo, un producto familiar capaz de entretener a los más pequeños y hacer disfrutar a los mayores.

www.quesitorosa.com
31 de agosto de 2012 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La intención, a la hora de llevar a cabo un producto como fue la primera entrega de los mercenarios, era la de reunir en una sola cinta a un importante elenco de lo más granado de los actores de películas de acción de la década de los años '80 y principios de los '90 y, a la vez, intentar recuperar el espíritu de aquel tipo de producciones, con la clara intención de entretener y, ya de paso, intentar tocar la fibra nostálgica de un cierto sector del público. Resulta evidente, pues, que si lo que se pretendía era ser fiel a un espíritu, era obligado que “los mercenarios” se terminara convirtiendo en una longeva franquicia (ahora nos llega la segunda parte y ya se está preparando una tercera que, como todo el mundo sabe, suelen resultar ser las más petardas y alocadas). El otro requerimiento de obligado cumplimiento, que quedaba por llevar a cabo, es que esta vez: fuera personal.

Una misión sencilla por cumplir. Un montón de rudos tipos duros armados hasta los dientes. Una chica de acompañante con más huevos que un caballo. Un misterioso maletín por recuperar. Unos malos muy malos que también quieren el maletín. Tensión en el ambiente. Miradas furtivas. Apretar de dientes. Un “aquí se la a liar de la Dios es Cristo”... Y se lía. Pues claro que se lía. Y bien gorda, además. Porque los Mercenarios además de querer recuperar el maletín, a toda costa, también buscarán vengar a uno de los suyos, caído en combate. Y lo harán a la vieja usanza, es decir: montando una auténtica carnicería. Ojo por ojo. Diente por diente. Puñal en la frente.

La trama es la que es y mejor no darle muchas más vueltas al asunto porque lo cierto es que la cosa es más bien justita. Y es que, aunque en estos casos acostumbra a ser lo de menos, los productores del film continúan con su molesta costumbre de querer contratar a guionistas con la intención de lograr una mínima linea argumental para este tipo de productos. Pero lo cierto es que, al fin y al cabo, lo más importante aquí son los golpes, las patadas voladoras, los disparos, las explosiones, las persecuciones y, ¿por que no?, la aniquilación en masa del enemigo. El director Alfred Hitchcock solía decir que “Una película tiene tres elementos fundamentales: El guión, el guión y el guión”. Los mercenarios 2 demuestra que se equivocaba.

Parece como si la premisa inicial hubiera sido: vamos a volver a hacer lo de la primera parte, pero intentaremos llegar un poco más lejos todavía. Eso, en este caso, supone más presupuesto, más nombres... y más dinamita. Y aunque la película parece tener más momentos “muertos” que la primera entrega, aderezados con diálogos absurdos/marcianos, únicamente comprensibles puesto hasta las cejas de LSD, cuando los mercenarios entran en escena nos regalan grandilocuentes escenas de acción imposible, que harán las delicias de los más fervientes seguidores del género. Y en ese sentido hay que agradecer a Stallone (y muchos de sus compañeros de rodaje también deberían hacerlo) que, en definitiva, siga siendo tan fiel a sí mismo. Porque la película es, básicamente, acción en estado puro, con un trepidantes escenas de acción, situaciones límite cada dos por tres, un cierto punto auto paródico y un sentido del espectáculo bañado en sangre. En definitiva, buena mierda.
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