La historia que se cuenta es interesante y conmovedora. Las imágenes, a veces también tienen fuerza e ilustran bien el mensaje y en otros momentos son más de relleno. Pero el principal problema que tiene el documental es que le falta algo de ritmo, a ratos querrías darle al acelerador

Desde el primer capítulo tuve tentaciones de dejarla. Y sin embargo, llegué hasta el último capítulo (aunque sigo dudando si sería realmente el último, porque entendí entre poco y nada del final).

Tenía dos cosas que me mantuvieron ahí, esperando que llegara el momento, en que un giro en el guion me hiciera justificar el tiempo que llevaba viéndola: por un lado, algún personaje con cierto encanto y todos ellos suficientemente poblados de contradicciones para llegar a ser interesantes. Por otra, dos grandes temazos de fondo, esa frontera ambigua entre lo humano y lo no humano (el robot tan perfeccionado que llega a tener sentimientos) y la necesidad humana de creer en algo más grande. Pero en lo uno y en lo otro, deja el debate apenas planteado, con alguna aportación en momentos o capítulos aislados, pero sin nada profundo que entresacar.

Si alguien me pregunta, no la voy a recomendar salvo a incondicionales de la ciencia-ficción, que quieran verlo todo en ese género.

Hay películas maravillosas para llorar. Hay otras particular geniales porque te invitan a la reflexión. Una de las bondades de esta preciosa película es lo bien que aúna ambas cosas. Te emociona y te conmueve en bastantes momentos y te enfrenta a los dilemas sin ofrecerte soluciones demasiado facilonas en otros.

Muy buenas interpretaciones y unos paisajes preciosos, donde se refleja muy bien también la doble alma de Euskadi, con su naturaleza rabiosamente verde y su tradicionalismo enganchado en el fondo de las almas.

Es una película que solo podía discurrir con lentitud. Aunque le acepto a los críticos, que incluso a mi a veces me pareció demasiada lentitud.