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1
15 de enero de 2016
15 de enero de 2016
15 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Han pasado varios meses desde que vi el último episodio y, a día de hoy, por más vueltas que le sigo dando, no encuentro ni una sola cualidad redentora para este zurullo que me comí enterito y a palo seco. Por si fuera poco, dicho zurullo tiene ya confirmada y en producción una 2ª temporada.
Poco o nada me sorprende saber que la cadena no tardó mucho en despedir a los responsables de la 1ª tanda de episodios y que ya han contratado a nuevos showrunners para hacerse cargo de la segunda. Pero mejor centrémonos en el daño que ya está hecho y no en el que está por venir.
Porque, sinceramente, esta serie ha hecho mucho daño.
La primera escena del episodio piloto intenta emular sin demasiado acierto el opening de la primera película, pero a nivel low-cost y sustituyendo las referencias cinematográficas por enorme presencia de redes sociales y la llamada telefónica por un chat vía smartphone.
Mala idea, ya de por sí, intentar emular una escena de este calibre porque todo el mundo la tiene grabada en su retina. Más aún cuando tus intenciones no son las de aplicarle ningún tipo de distancia irónica o sentido de la autoparodia —como sí hacía Scream 4—, sino tomártelo completamente en serio. Y es mala idea, porque entonces tienes que conseguir recrear la intensidad y la tensión del referente original.
Aquí, ni lo intentan.
El primer asesinato de la serie no sólo resulta tremendamente descafeinado y carente de emoción alguna, sino que además, para darle el toque de gracia, termina con la revelación de cuál va a ser la máscara del Ghostface televisivo... ¿La habéis visto? ¿No? Dejo que hagáis una pausa y la busquéis en Google.
¿Ya la habéis visto?
¿Sí?
«¿Pero esto qué puta mierda es?», se estará preguntando el lector, después de presenciar semejante infamia. Pues, os lo creáis o no, lo que es... es sólo la puntita del mojón que os estáis a puntito de zampar.
La versión oficial de los responsables de esta basura es que querían alejarse lo más posible de las películas con la intención de ofrecer un universo propio e independiente que esté ligeramente inspirado en la saga original pero que no esté ligado argumentalmente a ésta. Según los hermanos Weinstein, si los espectadores de la serie vieran la máscara original de las películas, se preguntarían también dónde están los otros personajes como Sidney, Gale o Dewey y se sentirían confusos.
Pero no me lo trago. A nivel empresarial es pegarse un tiro en el pie. ¿Para qué vas a hacer una serie de Scream si vas a renunciar al elemento más distintivo e icónico de la saga? Mi teoría: ni la MTV estaba muy por la labor de pagar los derechos de autor de la máscara ni los Weinstein querían que se relacionara demasiado esta serie con la franquicia cinematográfica porque se olían la mierda a kilómetros.
Para empezar, resulta dolorosamente obvio que todos los miembros del reparto han sido escogido única y exclusivamente por ser guapos —en serio, hasta los supuestos frikis parecen estar a punto de desfilar en Cibeles— y ninguno, absolutamente ninguno, tiene una mísera cualidad interpretativa. Y estamos hablando de los actores en sí, porque si nos centramos en los personajes a nivel de guión, podemos echarnos las manos a la cabeza.
Partimos de que la protagonista, Emma, no sólo es más sosa que un Calippo de Font Vella —la gente se quejaba de que Sidney Prescott era el personaje más aburrido de las películas, ¡pues esperad a ver a Emma! ¡Os vais a cagar!—, sino que además es la cosa más imbécil que me he podido echar a la cara. De verdad. Los guionistas le hacen tomar unas decisiones tan estúpidas e irracionales que hasta la víctima más subnormal de Viernes 13 se las pensaría dos veces.
Y me quejo de lo mal que actúan los jovenzuelos, sí, pero en cuanto a interpretación bochornosa quien se lleva la palma es Tracy Middendorf en el papel de Maggie, madre de Emma. No exagero, parece recién salida de una escena de The Room.
Pese a todo, el gran problema de esta serie es de enfoque. Se hace llamar Scream, pero es un culebrón adolescente de MTV. Quiere ser algo nuevo y distanciarse de la saga original, pero copia punto por punto todo su esquema argumental. Pretende ser irónica y reírse de los clichés de las películas de terror, pero termina cayendo en todos y cada uno de los errores que critica.
Todo lo que en la original eran guiños sutiles o referencias bien traídas, aquí se reduce a la presencia de otro pseudo-Randy —y éste, a diferencia del de Scream 4, sí que cae mal— cuyo papel se limita a decir cosas a lo «Jejé, ¡como en La Matanza de Texas!» o «Hey, ¿habéis visto Motel Bates?» e intentar ser un alivio cómico sin gracia alguna. Quiere ir de Abed Nadir, pero termina siendo Jar Jar Binks.
Tampoco ayuda la idea de convertir a Ghostface en una especie de Jason Voorhees —no, en serio, con lago incluido—, dotándole de un trasfondo con aires de leyenda urbana sobrenatural. ¡Con lo bien que salió aquello en Scream 3! Hay que darle cierto crédito a los guionistas, por lo menos no se han inspirado en Sé lo que hicisteis el último verano 3. Podría haber sido peor.
«Pero bueno, esto es Scream al fin y al cabo, ¿no? Vale, los actores son una mierda. El guión es una mierda. El diseño del asesino es una mierda… Pero esto es un slasher, habrá asesinatos, ¿no? Si los personajes son tan infumables al menos nos veremos recompensados con sus sanguinolentas muertes, ¿verdad?». Pues mire usted por dónde, señor lector, que tampoco. Sí, sí, no me mire con esa cara. Me sabe peor a mí que a usted.
Pongamos que de los 40 minutos que dura cada episodio, 35 están dedicados a lo que vendría siendo el típico dramita adolescente de MTV, con su buena dosis de triángulos amorosos y sus «¡Es que mis padres no me entienden!» de rigor, y que después los 5 minutos restantes es cuando se acuerdan de que esto tenía que ser una serie de terror en la que hay que matar a gente de vez en cuando y esas cosas.
(Sigo en spoilers, sin ser spoiler)
Poco o nada me sorprende saber que la cadena no tardó mucho en despedir a los responsables de la 1ª tanda de episodios y que ya han contratado a nuevos showrunners para hacerse cargo de la segunda. Pero mejor centrémonos en el daño que ya está hecho y no en el que está por venir.
Porque, sinceramente, esta serie ha hecho mucho daño.
La primera escena del episodio piloto intenta emular sin demasiado acierto el opening de la primera película, pero a nivel low-cost y sustituyendo las referencias cinematográficas por enorme presencia de redes sociales y la llamada telefónica por un chat vía smartphone.
Mala idea, ya de por sí, intentar emular una escena de este calibre porque todo el mundo la tiene grabada en su retina. Más aún cuando tus intenciones no son las de aplicarle ningún tipo de distancia irónica o sentido de la autoparodia —como sí hacía Scream 4—, sino tomártelo completamente en serio. Y es mala idea, porque entonces tienes que conseguir recrear la intensidad y la tensión del referente original.
Aquí, ni lo intentan.
El primer asesinato de la serie no sólo resulta tremendamente descafeinado y carente de emoción alguna, sino que además, para darle el toque de gracia, termina con la revelación de cuál va a ser la máscara del Ghostface televisivo... ¿La habéis visto? ¿No? Dejo que hagáis una pausa y la busquéis en Google.
¿Ya la habéis visto?
¿Sí?
«¿Pero esto qué puta mierda es?», se estará preguntando el lector, después de presenciar semejante infamia. Pues, os lo creáis o no, lo que es... es sólo la puntita del mojón que os estáis a puntito de zampar.
La versión oficial de los responsables de esta basura es que querían alejarse lo más posible de las películas con la intención de ofrecer un universo propio e independiente que esté ligeramente inspirado en la saga original pero que no esté ligado argumentalmente a ésta. Según los hermanos Weinstein, si los espectadores de la serie vieran la máscara original de las películas, se preguntarían también dónde están los otros personajes como Sidney, Gale o Dewey y se sentirían confusos.
Pero no me lo trago. A nivel empresarial es pegarse un tiro en el pie. ¿Para qué vas a hacer una serie de Scream si vas a renunciar al elemento más distintivo e icónico de la saga? Mi teoría: ni la MTV estaba muy por la labor de pagar los derechos de autor de la máscara ni los Weinstein querían que se relacionara demasiado esta serie con la franquicia cinematográfica porque se olían la mierda a kilómetros.
Para empezar, resulta dolorosamente obvio que todos los miembros del reparto han sido escogido única y exclusivamente por ser guapos —en serio, hasta los supuestos frikis parecen estar a punto de desfilar en Cibeles— y ninguno, absolutamente ninguno, tiene una mísera cualidad interpretativa. Y estamos hablando de los actores en sí, porque si nos centramos en los personajes a nivel de guión, podemos echarnos las manos a la cabeza.
Partimos de que la protagonista, Emma, no sólo es más sosa que un Calippo de Font Vella —la gente se quejaba de que Sidney Prescott era el personaje más aburrido de las películas, ¡pues esperad a ver a Emma! ¡Os vais a cagar!—, sino que además es la cosa más imbécil que me he podido echar a la cara. De verdad. Los guionistas le hacen tomar unas decisiones tan estúpidas e irracionales que hasta la víctima más subnormal de Viernes 13 se las pensaría dos veces.
Y me quejo de lo mal que actúan los jovenzuelos, sí, pero en cuanto a interpretación bochornosa quien se lleva la palma es Tracy Middendorf en el papel de Maggie, madre de Emma. No exagero, parece recién salida de una escena de The Room.
Pese a todo, el gran problema de esta serie es de enfoque. Se hace llamar Scream, pero es un culebrón adolescente de MTV. Quiere ser algo nuevo y distanciarse de la saga original, pero copia punto por punto todo su esquema argumental. Pretende ser irónica y reírse de los clichés de las películas de terror, pero termina cayendo en todos y cada uno de los errores que critica.
Todo lo que en la original eran guiños sutiles o referencias bien traídas, aquí se reduce a la presencia de otro pseudo-Randy —y éste, a diferencia del de Scream 4, sí que cae mal— cuyo papel se limita a decir cosas a lo «Jejé, ¡como en La Matanza de Texas!» o «Hey, ¿habéis visto Motel Bates?» e intentar ser un alivio cómico sin gracia alguna. Quiere ir de Abed Nadir, pero termina siendo Jar Jar Binks.
Tampoco ayuda la idea de convertir a Ghostface en una especie de Jason Voorhees —no, en serio, con lago incluido—, dotándole de un trasfondo con aires de leyenda urbana sobrenatural. ¡Con lo bien que salió aquello en Scream 3! Hay que darle cierto crédito a los guionistas, por lo menos no se han inspirado en Sé lo que hicisteis el último verano 3. Podría haber sido peor.
«Pero bueno, esto es Scream al fin y al cabo, ¿no? Vale, los actores son una mierda. El guión es una mierda. El diseño del asesino es una mierda… Pero esto es un slasher, habrá asesinatos, ¿no? Si los personajes son tan infumables al menos nos veremos recompensados con sus sanguinolentas muertes, ¿verdad?». Pues mire usted por dónde, señor lector, que tampoco. Sí, sí, no me mire con esa cara. Me sabe peor a mí que a usted.
Pongamos que de los 40 minutos que dura cada episodio, 35 están dedicados a lo que vendría siendo el típico dramita adolescente de MTV, con su buena dosis de triángulos amorosos y sus «¡Es que mis padres no me entienden!» de rigor, y que después los 5 minutos restantes es cuando se acuerdan de que esto tenía que ser una serie de terror en la que hay que matar a gente de vez en cuando y esas cosas.
(Sigo en spoilers, sin ser spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Pero entre que los asesinatos son más flojos que la mierda de pavo —sólo un par de escenas exageradamente gore que pretenden compensar pero que desentonan mil— y que además brillan por su ausencia, la sensación de que nos están tomando el pelo va creciendo por momentos.
Lo peor es que, al final, llegas a la conclusión de que no sabes muy bien qué se supone que ha estado haciendo el asesino durante toda la serie. Porque matar, lo que se dice MATAR... no le ha dado por matar mucho. Da la sensación de que el cuchillo sólo lo ha estado utilizando para rascarse los huevazos con más brío.
No me voy ni a quejar de que su plan sea totalmente absurdo y sus motivaciones no tengan sentido. Tampoco de lo dolorosamente previsible que es su identidad. No. Lo único que me molesta es que, cuando me planteo qué pasaría si en algún momento lo detuviera la policía, más que meterlo en la cárcel quizá sólo le harían pasar una nochecita en el calabozo para que reflexionase sobre lo que ha hecho y luego lo mandarían de vuelta a su casa. El número de cadáveres en esta serie es tan bajo que en 10 capítulos de 40 minutos se cepillan a menos gente que en Scream 4 en hora y media. Y donde se hace más evidente este problema es en el capítulo final.
Una Scream sin un clímax final a la altura no merece ser llamada por ese nombre. Y punto. Incluso Scream 3, dentro de su insana desmesura, lo entendía perfectamente. Pero en el último episodio, el supuesto gran final de temporada, no tiene ni los giros argumentales, ni las muertes ni el humor cafre que caracterizan a los últimos actos de esta saga. Y lo peor es que la intención de hacer algo realmente grande está ahí, puede percibirse, pero se queda coja en todo lo que propone. Y sin darse mucha cuenta.
Me revienta sobremanera esa sensación de que sus guionistas creen fervientemente ser las personas más ingeniosas del planeta, que están creando la sátira definitiva sobre el género, que nadie nunca podrá ver venir sus maravillosos giros argumentales y que están haciendo un producto súper redondo y trascendental. Pero no, en realidad sólo nos están tomando por gilipollas. Pongo un ejemplo práctico sin destripar demasiado.
Una cosa es que cierto personaje deje caer mediante diálogo un dato súper revelador al que seguramente no le prestes demasiada atención en su momento pero que luego tenga una importancia vital en el devenir de los acontecimientos. Es un recurso perfectamente válido y que puede provocar una sorpresa legítima si sabe disimularse bien.
Lo malo es cuando, confiando muy poco en la inteligencia del espectador, decides repetir EXACTAMENTE EL MISMO DIÁLOGO EN CADA EPISODIO. Si no lo pillas a la primera, no te preocupes, a la séptima ya te habrás olido la tostada.
Lo que jode no es tanto el hecho de que se crean tan listos, sino que nos tomen tan por idiotas.
Sí, sé que durante esta crítica he sido un poco injusto. Me he centrado más en lo que esta serie debería ser —comparándola con las películas, cuando nos han dicho por activa y por pasiva que la intención era ofrecer un producto totalmente nuevo—, en lugar de lo que realmente es. Pero es que si hubiera hecho esto último, habría bastado con una sola frase: es un festival de mierda sólo apto para doceañeros y/o coprófagos.
Por lo tanto, si te gusta el cine de terror en general y los slashers en particular, lo mejor que puedes hacer es huir de esta serie como de la peste. Porque si no, de la hostia que te vas a pegar no te vas a recuperar hasta pasados ocho o nueve meses de intensa rehabilitación.
Quizá el problema es que esto ya no vaya dirigido a nosotros, que ya no seamos el target nunca más. El relativo fracaso en taquilla de Scream 4 y el relativo éxito de audiencia de este engendro son señales suficientes para darse cuenta de que algo ha cambiado.
Nueva década. Nuevas reglas.
Puta vida, tete.
Crítica completa en: http://www.criticronico.com/2016/01/scream-tv-series-t1.html
Lo peor es que, al final, llegas a la conclusión de que no sabes muy bien qué se supone que ha estado haciendo el asesino durante toda la serie. Porque matar, lo que se dice MATAR... no le ha dado por matar mucho. Da la sensación de que el cuchillo sólo lo ha estado utilizando para rascarse los huevazos con más brío.
No me voy ni a quejar de que su plan sea totalmente absurdo y sus motivaciones no tengan sentido. Tampoco de lo dolorosamente previsible que es su identidad. No. Lo único que me molesta es que, cuando me planteo qué pasaría si en algún momento lo detuviera la policía, más que meterlo en la cárcel quizá sólo le harían pasar una nochecita en el calabozo para que reflexionase sobre lo que ha hecho y luego lo mandarían de vuelta a su casa. El número de cadáveres en esta serie es tan bajo que en 10 capítulos de 40 minutos se cepillan a menos gente que en Scream 4 en hora y media. Y donde se hace más evidente este problema es en el capítulo final.
Una Scream sin un clímax final a la altura no merece ser llamada por ese nombre. Y punto. Incluso Scream 3, dentro de su insana desmesura, lo entendía perfectamente. Pero en el último episodio, el supuesto gran final de temporada, no tiene ni los giros argumentales, ni las muertes ni el humor cafre que caracterizan a los últimos actos de esta saga. Y lo peor es que la intención de hacer algo realmente grande está ahí, puede percibirse, pero se queda coja en todo lo que propone. Y sin darse mucha cuenta.
Me revienta sobremanera esa sensación de que sus guionistas creen fervientemente ser las personas más ingeniosas del planeta, que están creando la sátira definitiva sobre el género, que nadie nunca podrá ver venir sus maravillosos giros argumentales y que están haciendo un producto súper redondo y trascendental. Pero no, en realidad sólo nos están tomando por gilipollas. Pongo un ejemplo práctico sin destripar demasiado.
Una cosa es que cierto personaje deje caer mediante diálogo un dato súper revelador al que seguramente no le prestes demasiada atención en su momento pero que luego tenga una importancia vital en el devenir de los acontecimientos. Es un recurso perfectamente válido y que puede provocar una sorpresa legítima si sabe disimularse bien.
Lo malo es cuando, confiando muy poco en la inteligencia del espectador, decides repetir EXACTAMENTE EL MISMO DIÁLOGO EN CADA EPISODIO. Si no lo pillas a la primera, no te preocupes, a la séptima ya te habrás olido la tostada.
Lo que jode no es tanto el hecho de que se crean tan listos, sino que nos tomen tan por idiotas.
Sí, sé que durante esta crítica he sido un poco injusto. Me he centrado más en lo que esta serie debería ser —comparándola con las películas, cuando nos han dicho por activa y por pasiva que la intención era ofrecer un producto totalmente nuevo—, en lugar de lo que realmente es. Pero es que si hubiera hecho esto último, habría bastado con una sola frase: es un festival de mierda sólo apto para doceañeros y/o coprófagos.
Por lo tanto, si te gusta el cine de terror en general y los slashers en particular, lo mejor que puedes hacer es huir de esta serie como de la peste. Porque si no, de la hostia que te vas a pegar no te vas a recuperar hasta pasados ocho o nueve meses de intensa rehabilitación.
Quizá el problema es que esto ya no vaya dirigido a nosotros, que ya no seamos el target nunca más. El relativo fracaso en taquilla de Scream 4 y el relativo éxito de audiencia de este engendro son señales suficientes para darse cuenta de que algo ha cambiado.
Nueva década. Nuevas reglas.
Puta vida, tete.
Crítica completa en: http://www.criticronico.com/2016/01/scream-tv-series-t1.html
12 de marzo de 2011
12 de marzo de 2011
14 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todavía me pica la garganta del descojone que me acabo de pegar en el cine. Por lo tanto, no esperéis que sea imparcial en mi crítica. Y digo ‘crítica‘ por decir algo, porque es imposible hacer una crítica constructiva de estas películas, y de ésta en particular. O las pones a parir con una crítica totalmente destructiva o las pones en un pedestal. Por eso, al igual que con las películas de Saw, de las únicas críticas que te puedes fiar son de las de los fans de la saga. Ya sabemos que a los críticos no les va a hacer ni puta gracia (aunque, sorprendentemente, la crítica la está poniendo bastante bien), por lo que si te han gustado las anteriores lo mejor que puedes hacer es ir a verla.
Bastante alejada de la tercera parte (que por otra parte no me pareció mala en absoluto, aunque sí muy desordenada y con muchas escenas que eliminaría por mal gusto -sin gracia- y otras que cortan el ritmo) y muchísimo más divertida que la segunda, nos encontramos realmente con la mejor secuela de la saga. Casi todos coincidiremos con que la primera parte es la mejor de todas, bien por su frescura, bien por tratarse de la única de las cuatro que es realmente una película y no una mera sucesión de gags y cameos. La segunda parte carecía totalmente de argumento (esa es la impresión que siempre me ha dado) y la tercera desaprovecha por completo el que tiene. El argumento que nos encontraremos en Lethal Crisis vuelve a tener cierto sentido (dentro del absurdo) y muchísimas posibilidades (en este caso, aprovechadas) contándonos la historia de un Torrente en sus peores días (pasamos de tenerle asco a sentir pena por él).
El temido desfile de cameos al final no es ni tan excesivo como creía ni chirrían tanto dentro de la trama. A ver, sí, abusan muchísimo del plano/contraplano en las escenas con Belén Esteban y Cañita Brava, ¿pero qué esperábamos? Lleva pasando eso (en mayor o menor medida) desde la primera entrega. Menos algunos cameos bastante terroríficos, la mayoría resultan de lo más divertidos y no distraen demasiado la atención de una trama donde Torrente vuelve a ser el protagonista. De Kiko Rivera (Paquirrín) no quiero ni hablar, sólo os diré que hasta el pobre Cañita Brava actúa mil veces mejor que él. Afortunadamente, si contamos sus minutos en pantalla no creo que llegue ni a media hora. Sin problemas con él, no molesta demasiado aunque sufres en cada una de sus apariciones. El villano, un cagarro como una catedral, pero es el villano que menos minutos tiene en pantalla de toda la saga; vamos, que la caga como nadie pero no sale ni cinco minutos.
(Continúo en Spoiler por falta de espacio, sin spoiler alguno)
Bastante alejada de la tercera parte (que por otra parte no me pareció mala en absoluto, aunque sí muy desordenada y con muchas escenas que eliminaría por mal gusto -sin gracia- y otras que cortan el ritmo) y muchísimo más divertida que la segunda, nos encontramos realmente con la mejor secuela de la saga. Casi todos coincidiremos con que la primera parte es la mejor de todas, bien por su frescura, bien por tratarse de la única de las cuatro que es realmente una película y no una mera sucesión de gags y cameos. La segunda parte carecía totalmente de argumento (esa es la impresión que siempre me ha dado) y la tercera desaprovecha por completo el que tiene. El argumento que nos encontraremos en Lethal Crisis vuelve a tener cierto sentido (dentro del absurdo) y muchísimas posibilidades (en este caso, aprovechadas) contándonos la historia de un Torrente en sus peores días (pasamos de tenerle asco a sentir pena por él).
El temido desfile de cameos al final no es ni tan excesivo como creía ni chirrían tanto dentro de la trama. A ver, sí, abusan muchísimo del plano/contraplano en las escenas con Belén Esteban y Cañita Brava, ¿pero qué esperábamos? Lleva pasando eso (en mayor o menor medida) desde la primera entrega. Menos algunos cameos bastante terroríficos, la mayoría resultan de lo más divertidos y no distraen demasiado la atención de una trama donde Torrente vuelve a ser el protagonista. De Kiko Rivera (Paquirrín) no quiero ni hablar, sólo os diré que hasta el pobre Cañita Brava actúa mil veces mejor que él. Afortunadamente, si contamos sus minutos en pantalla no creo que llegue ni a media hora. Sin problemas con él, no molesta demasiado aunque sufres en cada una de sus apariciones. El villano, un cagarro como una catedral, pero es el villano que menos minutos tiene en pantalla de toda la saga; vamos, que la caga como nadie pero no sale ni cinco minutos.
(Continúo en Spoiler por falta de espacio, sin spoiler alguno)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Del ‘sobrecogedor 3D’ lo único que os puedo decir es que creía que se trataba de una simple frase publicitaria, pero no, es realmente sobrecogedor. Abstenerse niños, mujeres de bien o personas con un algo de sensibilidad, porque lo van a pasar MUY mal. Lo digo muy en serio, es la que más cosas chungas muestra en pantalla, con el agravante de que además te lo frotan por la cara. Gente con buen gusto, huid. Para los estómagos más resistentes y los que ya están acostumbrados a las demás burradas de la saga, se lo van a pasar de puta madre (aunque hay una escena en particular que se va a quedar grabada en mi retina toda la puta vida) y se van a reír lo que no está escrito con el Torrente más ruin, más patético y más zafio del mundo (también con el más espectacular visualmente: Segura se ha dejado un pastizal). Hay gente que no termina de entender este humor, pero no dista en absoluto del de series al estilo de Family Guy o American Dad, o las películas de Sacha Baron Cohen mismamente, incluso tiene algunos guiños a The Naked Gun (sorprendente pero cierto). Además, las películas no están a favor de Torrente, sólo nos muestran lo patético que es, y la gracia no es tanto lo que dice como el simple hecho de que lo diga (que por cierto, vaya recital de frases para la posteridad que ha dejado en esta entrega).
¿Decepciones? Los créditos iniciales. Como friki que soy de los créditos iniciales esperaba unos al estilo de Casino Royale y me encontré unos más parecidos a los de Quantum Of Solace. Nada grave, pero estaba muy hypeado con eso. Y la canción de Bisbal que han puesto da cierta penita (no así la versión que ponen en los créditos, mucho más marchosa y James Bondesca). Una tontería muy grande.
¿Decepciones? Los créditos iniciales. Como friki que soy de los créditos iniciales esperaba unos al estilo de Casino Royale y me encontré unos más parecidos a los de Quantum Of Solace. Nada grave, pero estaba muy hypeado con eso. Y la canción de Bisbal que han puesto da cierta penita (no así la versión que ponen en los créditos, mucho más marchosa y James Bondesca). Una tontería muy grande.

6,2
37.018
8
23 de junio de 2017
23 de junio de 2017
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuatro intentos le ha costado a Warner. Cuatro. Que se dice pronto. Después de una película pasable, una puta mierda infumable y una puta mierda infumable recubierta de azúcar glas, han tenido que venir Gal Gadot y Patty Jenkins para deleitarnos por fin con la primera sacada de rabo —o de coño, según se mire— del DC Extended Universe.
Podríamos quedarnos con el bello mensaje antibelicista de Wonder Woman o agradecer su subtexto feminista, pero esto es una película de superhéroes y aquí hemos venido a lo que hemos venido: a molar. Y Wonder Woman sabe molar. Esto es importante. Sabe molar cuatro veces más que Escuadrón Suicida proponiéndoselo la mitad. Cabe recalcar que gran parte de la molonidad proviene de la banda sonora, cuyo leitmotiv ha sido reciclado de Batman v Superman pero dosificado en su justa medida para no restarle impacto y querer levantarte a aplaudir todas las veces que suena a todo trapo durante alguna escena de acción.
Sin desmerecer en absoluto el trabajo de Patty Jenkins detrás de las cámaras, se nota muchísimo la mano de Zack Snyder en el apartado visual. Esto no es malo, en absoluto, y sirve para desmarcarse de la estética más televisiva —y, por qué no decirlo, chusquera a veces— de las películas de Marvel Studios. Aquí cada fotograma parece recién salido de un cómic, si bien de un cómic más luminoso que el de la última obra de Snyder. Sí que se percibe a Jenkins en la dirección de actores, donde consigue que brillen con luz propia una pletórica Gal Gadot que desprende vitalidad y un carismático Chris Pine con el que además comparte una química excelente.
Me preocupaba, a raíz de algunas primeras críticas de la cinta, que en Warner hubieran optado por el camino fácil de seguir a pies juntillas la plantilla Marvel para contentar al público que demandaba algo más ligero de lo que había ofrecido DC hasta la fecha. Por suerte, me complace decir que no ha sido en absoluto así. Wonder Woman no es una película de Marvel. Ni lo intenta. Es más, es la única película de todo su universo compartido que ha conseguido venderme su visión épica de superhéroes y villanos retratados como dioses con un poder destructivo inimaginable. Lo que en las entregas anteriores fracasaba miserablemente aquí consiguen vendérmelo sin pestañear.
Siempre pensé que el problema de El Hombre de Acero y Batman v. Superman no residía en el tono, sino en el guión. Poco importa que una película sea oscura y sombría o que tenga luces de neón si luego parece que la haya escrito un mono borracho en un muy mal día. Y si luego encima resulta que quien la monta es otro mono, pero uno que lleva tres días esnifando pegamento e intentando autofelarse, es complicado que salga un producto potable. Aquí, por suerte, los guionistas estaban a lo que estaban y nadie parece haber destrozado su labor metiendo las zarpas (o la tijera) en el montaje final.
Wonder Woman tiene chistes, sí, pero menos que Escuadrón Suicida y ninguno que provoque vergüenza ajena. Por suerte, además, saben combinarlos a la perfección con el drama, la acción y el romance sin que ninguno de estos elementos chirríe. Es cierto que no se trata de un producto redondo, que tiene algún bajón de ritmo hacia la mitad, que abusa un poco de la cámara lenta y que los villanos —como casi siempre— dejan bastante que desear. Pero, por lo menos, se agradece que nos hayan contado una historia con inicio, nudo y desenlace sin avasallarnos con guiños y conexiones metidas con calzador para intentar vendernos las próximas entregas de este universo superheróico.
Viendo cómo estaba el panorama hasta hace poco, nunca creí que diría esto: tengo muchas ganas de ver La Liga de la Justicia. Si siguen en este plan, compro. Así, sí.
Crítica original en: http://www.cineenserio.com/wonder-woman-asi-si/
Podríamos quedarnos con el bello mensaje antibelicista de Wonder Woman o agradecer su subtexto feminista, pero esto es una película de superhéroes y aquí hemos venido a lo que hemos venido: a molar. Y Wonder Woman sabe molar. Esto es importante. Sabe molar cuatro veces más que Escuadrón Suicida proponiéndoselo la mitad. Cabe recalcar que gran parte de la molonidad proviene de la banda sonora, cuyo leitmotiv ha sido reciclado de Batman v Superman pero dosificado en su justa medida para no restarle impacto y querer levantarte a aplaudir todas las veces que suena a todo trapo durante alguna escena de acción.
Sin desmerecer en absoluto el trabajo de Patty Jenkins detrás de las cámaras, se nota muchísimo la mano de Zack Snyder en el apartado visual. Esto no es malo, en absoluto, y sirve para desmarcarse de la estética más televisiva —y, por qué no decirlo, chusquera a veces— de las películas de Marvel Studios. Aquí cada fotograma parece recién salido de un cómic, si bien de un cómic más luminoso que el de la última obra de Snyder. Sí que se percibe a Jenkins en la dirección de actores, donde consigue que brillen con luz propia una pletórica Gal Gadot que desprende vitalidad y un carismático Chris Pine con el que además comparte una química excelente.
Me preocupaba, a raíz de algunas primeras críticas de la cinta, que en Warner hubieran optado por el camino fácil de seguir a pies juntillas la plantilla Marvel para contentar al público que demandaba algo más ligero de lo que había ofrecido DC hasta la fecha. Por suerte, me complace decir que no ha sido en absoluto así. Wonder Woman no es una película de Marvel. Ni lo intenta. Es más, es la única película de todo su universo compartido que ha conseguido venderme su visión épica de superhéroes y villanos retratados como dioses con un poder destructivo inimaginable. Lo que en las entregas anteriores fracasaba miserablemente aquí consiguen vendérmelo sin pestañear.
Siempre pensé que el problema de El Hombre de Acero y Batman v. Superman no residía en el tono, sino en el guión. Poco importa que una película sea oscura y sombría o que tenga luces de neón si luego parece que la haya escrito un mono borracho en un muy mal día. Y si luego encima resulta que quien la monta es otro mono, pero uno que lleva tres días esnifando pegamento e intentando autofelarse, es complicado que salga un producto potable. Aquí, por suerte, los guionistas estaban a lo que estaban y nadie parece haber destrozado su labor metiendo las zarpas (o la tijera) en el montaje final.
Wonder Woman tiene chistes, sí, pero menos que Escuadrón Suicida y ninguno que provoque vergüenza ajena. Por suerte, además, saben combinarlos a la perfección con el drama, la acción y el romance sin que ninguno de estos elementos chirríe. Es cierto que no se trata de un producto redondo, que tiene algún bajón de ritmo hacia la mitad, que abusa un poco de la cámara lenta y que los villanos —como casi siempre— dejan bastante que desear. Pero, por lo menos, se agradece que nos hayan contado una historia con inicio, nudo y desenlace sin avasallarnos con guiños y conexiones metidas con calzador para intentar vendernos las próximas entregas de este universo superheróico.
Viendo cómo estaba el panorama hasta hace poco, nunca creí que diría esto: tengo muchas ganas de ver La Liga de la Justicia. Si siguen en este plan, compro. Así, sí.
Crítica original en: http://www.cineenserio.com/wonder-woman-asi-si/

6,4
9.660
6
21 de febrero de 2017
21 de febrero de 2017
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Os conocéis el típico dicho de «el que mucho abarca, poco aprieta»? Con Los hombres libres de Jones podríamos crear uno nuevo para la ocasión: el que mucho abarca y mucho aprieta, es un plomizo de cojones.
Y eso es básicamente lo que le ha pasado a Gary Ross (Seabiscuit, Los Juegos del Hambre) en su biopic de Newton Knight, que si se hubiera quedado sólo en eso podríamos estar hablando de una más que correcta película sobre un curioso e interesante período de la guerra civil americana. El problema es que luego sigue. Y sigue. Y abre más frentes. Y luego abre otros seis o siete más. Para cuando el film sobrepasa las dos horas, el espectador puede que vaya ya por su tercera siesta.
Pasando por alto algunos momentos de comedia involuntaria y unas escenas que se alargan mucho más de lo que deberían, lo cierto es que Los hombres libres de Jones arranca muy bien. Gran parte del mérito lo tiene una pletórica actuación de Matthew McConaughey, demostrando una vez más que es una bestia interpretativa capaz de levantar el nivel de cualquier fotograma por el que se pasee. Aunque, todo hay que decirlo, el resto del reparto tampoco lo hace nada mal, destacando a un tremendo Mahershala Ali que se revela como un robaescenas de categoría.
Los problemas de verdad vienen después del primer acto, cuando Gary Ross se cansa de hablar sólo de libertad y decide que aún quedan muchos más temas trascendentales que tocar. El punto más bajo de Los hombres libres de Jones es una subtrama con salto temporal incluido que, aunque temáticamente y sobre el papel pudiera tener cierto sentido introducirla, nunca termina de encontrar su lugar en la cinta y podría haber sido reestructurada (o eliminada directamente) para no apabullar y confundir aún más al espectador.
A nivel puramente técnico la película es impecable, pero es de esperar en un producto de estas características. Las escenas de acción, si bien nada del otro mundo, cumplen dignamente (nada que ver con el desastre perpetrado en ese aspecto en Los juegos del hambre) e incluso se permiten la libertad de dejarnos alguna cruda imagen para el recuerdo. La banda sonora no destaca ni para bien ni para mal, salvo por un excelente tema empleado en los créditos finales.
En definitiva, Los hombres libres de Jones no es una mala película en absoluto, pero no es lo suficientemente buena como para permitirse ser tan larga y tan densa. Por desgracia, no le auguro un gran recorrido. Ni crítico ni taquillero. Eso sí, recemos para que Matthew McConaughey no cambie nunca de camello.
Crítica original en: http://www.cineenserio.com/los-hombres-libres-de-jones/
Y eso es básicamente lo que le ha pasado a Gary Ross (Seabiscuit, Los Juegos del Hambre) en su biopic de Newton Knight, que si se hubiera quedado sólo en eso podríamos estar hablando de una más que correcta película sobre un curioso e interesante período de la guerra civil americana. El problema es que luego sigue. Y sigue. Y abre más frentes. Y luego abre otros seis o siete más. Para cuando el film sobrepasa las dos horas, el espectador puede que vaya ya por su tercera siesta.
Pasando por alto algunos momentos de comedia involuntaria y unas escenas que se alargan mucho más de lo que deberían, lo cierto es que Los hombres libres de Jones arranca muy bien. Gran parte del mérito lo tiene una pletórica actuación de Matthew McConaughey, demostrando una vez más que es una bestia interpretativa capaz de levantar el nivel de cualquier fotograma por el que se pasee. Aunque, todo hay que decirlo, el resto del reparto tampoco lo hace nada mal, destacando a un tremendo Mahershala Ali que se revela como un robaescenas de categoría.
Los problemas de verdad vienen después del primer acto, cuando Gary Ross se cansa de hablar sólo de libertad y decide que aún quedan muchos más temas trascendentales que tocar. El punto más bajo de Los hombres libres de Jones es una subtrama con salto temporal incluido que, aunque temáticamente y sobre el papel pudiera tener cierto sentido introducirla, nunca termina de encontrar su lugar en la cinta y podría haber sido reestructurada (o eliminada directamente) para no apabullar y confundir aún más al espectador.
A nivel puramente técnico la película es impecable, pero es de esperar en un producto de estas características. Las escenas de acción, si bien nada del otro mundo, cumplen dignamente (nada que ver con el desastre perpetrado en ese aspecto en Los juegos del hambre) e incluso se permiten la libertad de dejarnos alguna cruda imagen para el recuerdo. La banda sonora no destaca ni para bien ni para mal, salvo por un excelente tema empleado en los créditos finales.
En definitiva, Los hombres libres de Jones no es una mala película en absoluto, pero no es lo suficientemente buena como para permitirse ser tan larga y tan densa. Por desgracia, no le auguro un gran recorrido. Ni crítico ni taquillero. Eso sí, recemos para que Matthew McConaughey no cambie nunca de camello.
Crítica original en: http://www.cineenserio.com/los-hombres-libres-de-jones/
5
24 de febrero de 2016
24 de febrero de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de lo mucho que me pirró Birdman, ardía en deseos de echarle un tiento al nuevo trabajo de Alejandro González Iñárritu, y ya una vez me enteré de que contaba con Leonardo DiCaprio y Tom Hardy en el reparto, apaga y vámonos. ¡Tenía que ver esta película sí o sí!
Era uno de los acontecimientos más importantes del año, una de las claras favoritas para los Oscar, la gran oportunidad de DiCaprio de llevarse por fin la célebre estatuilla y de Iñárritu de ser el primer director de toda la historia en ganarla dos años consecutivos.
Tardé un poco más de lo deseable, ya que se me acumularon losestrenos y mi presupuesto no daba para más, pero por fin conseguí echarle un ojo en pantalla grande a esta odisea cinematográfica.
Y me ha parecido UNA CASTAÑA.
No nos engañemos, The Revenant no es una mala película. No del todo al menos. No quiero ir de pedante, porque por mucho que algunos iluminados digan que sí, tengo la ferviente creencia de que el cine no puede ser juzgado objetivamente. Pero si conseguimos mantener la mente fría, rápido nos daremos cuenta de que tiene muchas cualidades redentoras que nos evitan hablar de un desastre de proporciones bíblicas. Y vamos a empezar por ellas.
Entre la tremenda fotografía de Emmanuel Lubezki y el enorme fetichismo por los planos secuencia de Iñárritu, desde luego The Revenant es una película que da gusto ver. La ambientación está conseguidísima y te sumerge sin problemas en la América salvaje. Combínalo con el aire acondicionado a mala hostia del cine y la inmersión será espectacular.
Y, cómo no, a nivel actoral también estamos hablando de algo muy tocho. Leonardo DiCaprio lo da absolutamente todo —incluso más de lo que debería, pero ya volveremos a eso más tarde— en un papel que no es para nada agradecido y Tom Hardy se convierte en una bestia parda, en un villano despreciable y temible a partes iguales, con el que por difícil que parezca no cuesta empatizar de vez en cuando. Dohmnall Gleeson (que últimamente parece estar metido en todos los fregados) y Will Poulter también ofrecen unas interpretaciones a la altura, aunque se vean eclipsados por los otros dos titanes.
Entonces, ¿qué coño falla aquí? Si técnicamente es impecable, los actores están tremendos y la sensación inmersiva es total, ¿por qué me ha parecido tan terrible?
La respuesta es sencilla. The Revenant no es una película: es, a la vez, una lucha constante de egos para ver quién la tiene más gorda y el cebo para Oscar más desesperado que he visto en toda mi puta vida. Y no me molestaría, de verdad que no, pero por lo menos podrían haberse dignado también a que no fuera un tremebundo coñazo.
No os voy a mentir, no ha sido la experiencia más soporífera que he tenido en una sala de cine porque ya vi Segundo Origen hace unos pocos meses. Pero si no fuera por el talento que hay detrás, el descalabro sería peligrosamente similar.
Y la película no empieza mal. Más bien al contrario. Después de una introducción que deja poco respiro —gracias al buen pulso que tiene Iñárritu para las escenas de acción— y que consigue poner las expectativas por las nubes, todo se derrumba a partir de la tan cacareada escena del oso: mal planteada, mal rodada, peor actuada y con unos efectos especiales que son para echarse las manos a la cabeza. Y lo que viene a partir de ahí va cuesta abajo y sin frenos.
No exagero, todo el segundo acto de The Revenant consiste en ver a DiCaprio arrastrándose por el suelo, quedándose dormido mal, despertándose peor, volviéndose a arrastrar y volviéndose a dormir. Como si el guionista se hubiera olvidado de lo que es una elipsis, nos obsequia con un soporífero bucle interminable de hora y media que resulta, a todas luces, excesivo. Adornado, eso sí, con algunas escenas oníricas en las que Iñárritu se cree Terrence Malick con erótico resultado.
(Sigo en spoilers, sin spoilers)
Era uno de los acontecimientos más importantes del año, una de las claras favoritas para los Oscar, la gran oportunidad de DiCaprio de llevarse por fin la célebre estatuilla y de Iñárritu de ser el primer director de toda la historia en ganarla dos años consecutivos.
Tardé un poco más de lo deseable, ya que se me acumularon losestrenos y mi presupuesto no daba para más, pero por fin conseguí echarle un ojo en pantalla grande a esta odisea cinematográfica.
Y me ha parecido UNA CASTAÑA.
No nos engañemos, The Revenant no es una mala película. No del todo al menos. No quiero ir de pedante, porque por mucho que algunos iluminados digan que sí, tengo la ferviente creencia de que el cine no puede ser juzgado objetivamente. Pero si conseguimos mantener la mente fría, rápido nos daremos cuenta de que tiene muchas cualidades redentoras que nos evitan hablar de un desastre de proporciones bíblicas. Y vamos a empezar por ellas.
Entre la tremenda fotografía de Emmanuel Lubezki y el enorme fetichismo por los planos secuencia de Iñárritu, desde luego The Revenant es una película que da gusto ver. La ambientación está conseguidísima y te sumerge sin problemas en la América salvaje. Combínalo con el aire acondicionado a mala hostia del cine y la inmersión será espectacular.
Y, cómo no, a nivel actoral también estamos hablando de algo muy tocho. Leonardo DiCaprio lo da absolutamente todo —incluso más de lo que debería, pero ya volveremos a eso más tarde— en un papel que no es para nada agradecido y Tom Hardy se convierte en una bestia parda, en un villano despreciable y temible a partes iguales, con el que por difícil que parezca no cuesta empatizar de vez en cuando. Dohmnall Gleeson (que últimamente parece estar metido en todos los fregados) y Will Poulter también ofrecen unas interpretaciones a la altura, aunque se vean eclipsados por los otros dos titanes.
Entonces, ¿qué coño falla aquí? Si técnicamente es impecable, los actores están tremendos y la sensación inmersiva es total, ¿por qué me ha parecido tan terrible?
La respuesta es sencilla. The Revenant no es una película: es, a la vez, una lucha constante de egos para ver quién la tiene más gorda y el cebo para Oscar más desesperado que he visto en toda mi puta vida. Y no me molestaría, de verdad que no, pero por lo menos podrían haberse dignado también a que no fuera un tremebundo coñazo.
No os voy a mentir, no ha sido la experiencia más soporífera que he tenido en una sala de cine porque ya vi Segundo Origen hace unos pocos meses. Pero si no fuera por el talento que hay detrás, el descalabro sería peligrosamente similar.
Y la película no empieza mal. Más bien al contrario. Después de una introducción que deja poco respiro —gracias al buen pulso que tiene Iñárritu para las escenas de acción— y que consigue poner las expectativas por las nubes, todo se derrumba a partir de la tan cacareada escena del oso: mal planteada, mal rodada, peor actuada y con unos efectos especiales que son para echarse las manos a la cabeza. Y lo que viene a partir de ahí va cuesta abajo y sin frenos.
No exagero, todo el segundo acto de The Revenant consiste en ver a DiCaprio arrastrándose por el suelo, quedándose dormido mal, despertándose peor, volviéndose a arrastrar y volviéndose a dormir. Como si el guionista se hubiera olvidado de lo que es una elipsis, nos obsequia con un soporífero bucle interminable de hora y media que resulta, a todas luces, excesivo. Adornado, eso sí, con algunas escenas oníricas en las que Iñárritu se cree Terrence Malick con erótico resultado.
(Sigo en spoilers, sin spoilers)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Es en este acto cuando se nota especialmente la lucha de egos y la súplica por un Oscar de la que os hablaba antes.
«¿Que tú ruedas la película cronológicamente y en condiciones climáticas intempestivas? Pues yo me como un hígado de bisonte crudo. ¿Que tú babeas, moqueas y te pasas media película arrastrándote y gruñendo? Pues yo moqueo todavía más, ¡que no dejen de salpicar los fluidos a cámara!...»
Aun teniendo el potencial suficiente para ser un peliculón de tomo y lomo, The Revenant termina siendo un festival de cosas que realmente tampoco es que hicieran falta, pero luego queda cojonudo decir lo mal que lo han pasado rodándola y el enorme esfuerzo que les ha costado sacarla adelante. Algo así ocurrió en su día con Birdman y su —falso, que en realidad tampoco tenía tanto mérito— plano secuencia, pero por lo menos en aquella ocasión el guión era acojonantemente bueno si le perdonábamos algún que otro delirio pretencioso.
Aquí no es que haya algún delirio pretencioso, es que he visto películas dirigidas por James Franco mucho más humildes que ésta. El libreto de The Revenant no parece haber sido escrito por un guionista reputado, sino que más bien resulta digno de un adolescente superdotado con carencias emocionales al que nadie entiende y que parece ansioso por que todo el mundo le admire por lo ingenioso de sus metáforas sobadísimas.
Y lo peor de todo es que después, en el tercer acto, la película vuelve a levantar el nivel con creces en un enfrentamiento final que nos evoca a los mejores westerns. No nos dura demasiado la alegría, lo bueno se hace corto y al final sólo es un pequeño destello del peliculón que podría haber sido si sus responsables no estuvieran tan subidos de humos. Al final nos ha quedado un envoltorio precioso plagado de buenos momentos que terminan siendo inundados por una abundante y maloliente oleada de mierda.
Dijo Iñárritu que lo que pretendía conseguir con esta cinta era «una experiencia de inmersión sensorial para que la audiencia pueda fundirse literalmente en la realidad que describe». Visto de esa forma, si su objetivo era que el espectador lo pasara tan jodido como su personaje protagonista, creo que lo ha logrado con creces.
Eso sí, por cada Oscar que se lleve me hago un corte en la muñeca.
Crítica original en: http://www.criticronico.com/2016/02/the-revenant.html
«¿Que tú ruedas la película cronológicamente y en condiciones climáticas intempestivas? Pues yo me como un hígado de bisonte crudo. ¿Que tú babeas, moqueas y te pasas media película arrastrándote y gruñendo? Pues yo moqueo todavía más, ¡que no dejen de salpicar los fluidos a cámara!...»
Aun teniendo el potencial suficiente para ser un peliculón de tomo y lomo, The Revenant termina siendo un festival de cosas que realmente tampoco es que hicieran falta, pero luego queda cojonudo decir lo mal que lo han pasado rodándola y el enorme esfuerzo que les ha costado sacarla adelante. Algo así ocurrió en su día con Birdman y su —falso, que en realidad tampoco tenía tanto mérito— plano secuencia, pero por lo menos en aquella ocasión el guión era acojonantemente bueno si le perdonábamos algún que otro delirio pretencioso.
Aquí no es que haya algún delirio pretencioso, es que he visto películas dirigidas por James Franco mucho más humildes que ésta. El libreto de The Revenant no parece haber sido escrito por un guionista reputado, sino que más bien resulta digno de un adolescente superdotado con carencias emocionales al que nadie entiende y que parece ansioso por que todo el mundo le admire por lo ingenioso de sus metáforas sobadísimas.
Y lo peor de todo es que después, en el tercer acto, la película vuelve a levantar el nivel con creces en un enfrentamiento final que nos evoca a los mejores westerns. No nos dura demasiado la alegría, lo bueno se hace corto y al final sólo es un pequeño destello del peliculón que podría haber sido si sus responsables no estuvieran tan subidos de humos. Al final nos ha quedado un envoltorio precioso plagado de buenos momentos que terminan siendo inundados por una abundante y maloliente oleada de mierda.
Dijo Iñárritu que lo que pretendía conseguir con esta cinta era «una experiencia de inmersión sensorial para que la audiencia pueda fundirse literalmente en la realidad que describe». Visto de esa forma, si su objetivo era que el espectador lo pasara tan jodido como su personaje protagonista, creo que lo ha logrado con creces.
Eso sí, por cada Oscar que se lleve me hago un corte en la muñeca.
Crítica original en: http://www.criticronico.com/2016/02/the-revenant.html
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