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8
24 de julio de 2018
24 de julio de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La talentosa directora y escritora Marisa Silver debutó en el cine en 1984 con la película de adolescencia “Old Enough” y ganó el premio del gran jurado en el Festival de Sundance con apenas 23 años de edad. Su segunda película “Siempre con Nosotros” vino 4 años después, fue muy poco vista en Chile, es difícil de encontrar hoy en día, y fue elogiada por la crítica de su época en los Estados Unidos. Después de un par de películas más en los años 90, Marisa Silver se alejó de Hollywood, y se dedicó a escribir cuentos y novelas. Es así como su trabajo como escritora la ha llevado a ser una autora reconocida en la ficción norteamericana contemporánea, logrando importantes premios y reconocimientos.
“Siempre con Nosotros”, también conocida como “Vivir sin Ti” o como “Recuerdo Permanente”, es una de las poquísimas películas ochenteras que se internan en el profundo y devastador efecto provocado por el suicidio adolescente. Sin ser un exagerado melodrama familiar, y sin la presencia de grandes estrellas del cine, la película cobra una belleza única gracias a la sensibilidad de una directora que quiere hacernos ver y sentir una historia creíble y cercana, casi como algo que podría pasarle a cualquiera de nosotros, a nuestra familia, nuestros amigos o a nuestros compañeros de curso. Con una hermosa fotografía de Frederic Elmes (colaborador de David Lynch y Jim Jarmusch) que se nutre de bellos paisajes e ilumina a los personajes en la intimidad de sus hogares y el colegio, la película privilegia valiosos momentos de dialogo y de transparencia emocional, donde la historia de un chico que quiere entender el suicidio de su mejor amigo sirve como un realista estudio de personajes que devela lo mejor del buen cine independiente. Como película es también un excelente reflejo de su época, ya casi cerrando la década de los 80 y próxima al advenimiento del movimiento Grunge y de las bandas “de garage”. En ese sentido la trama privilegia el importante rol que cumple la música en la vida de los personajes ya que tratándose de adolescentes, es a través de la música y las letras de canciones donde sus inquietas almas pueden encontrar un respiro a las presiones del colegio, la familia y la sociedad en general.
Finalmente cabe destacar que “Siempre con Nosotros” (Permanent Record, 1988) junto a “Al Borde del Río” (River’s Edge, 1986) fueron dos importantes películas juveniles provenientes del mundo del cine independiente en la segunda mitad de los 80, y curiosamente ambas fueron protagonizadas por un adolescente Keanu Reeves. En ese entonces y con esas dos elogiadas interpretaciones, el joven actor daba sus primeros pasos en lo que sería una exitosa carrera hacia el estrellato mundial.
Texto: Daniel Valcarce
“Siempre con Nosotros”, también conocida como “Vivir sin Ti” o como “Recuerdo Permanente”, es una de las poquísimas películas ochenteras que se internan en el profundo y devastador efecto provocado por el suicidio adolescente. Sin ser un exagerado melodrama familiar, y sin la presencia de grandes estrellas del cine, la película cobra una belleza única gracias a la sensibilidad de una directora que quiere hacernos ver y sentir una historia creíble y cercana, casi como algo que podría pasarle a cualquiera de nosotros, a nuestra familia, nuestros amigos o a nuestros compañeros de curso. Con una hermosa fotografía de Frederic Elmes (colaborador de David Lynch y Jim Jarmusch) que se nutre de bellos paisajes e ilumina a los personajes en la intimidad de sus hogares y el colegio, la película privilegia valiosos momentos de dialogo y de transparencia emocional, donde la historia de un chico que quiere entender el suicidio de su mejor amigo sirve como un realista estudio de personajes que devela lo mejor del buen cine independiente. Como película es también un excelente reflejo de su época, ya casi cerrando la década de los 80 y próxima al advenimiento del movimiento Grunge y de las bandas “de garage”. En ese sentido la trama privilegia el importante rol que cumple la música en la vida de los personajes ya que tratándose de adolescentes, es a través de la música y las letras de canciones donde sus inquietas almas pueden encontrar un respiro a las presiones del colegio, la familia y la sociedad en general.
Finalmente cabe destacar que “Siempre con Nosotros” (Permanent Record, 1988) junto a “Al Borde del Río” (River’s Edge, 1986) fueron dos importantes películas juveniles provenientes del mundo del cine independiente en la segunda mitad de los 80, y curiosamente ambas fueron protagonizadas por un adolescente Keanu Reeves. En ese entonces y con esas dos elogiadas interpretaciones, el joven actor daba sus primeros pasos en lo que sería una exitosa carrera hacia el estrellato mundial.
Texto: Daniel Valcarce
14 de junio de 2018
14 de junio de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
En los años 70, William Friedkin se impuso como un autor destacado en el llamado “nuevo cine norteamericano”. Como director de las aclamadas películas “Contacto en Francia” (1971), ganadora de 5 premios Oscar incluyendo mejor película, y con “El Exorcista” (1973), considerada a la fecha una obra maestra en su género, su nombre se instaló como uno de los principales realizadores dentro de este movimiento que buscaba dar un nuevo sello al cine que emanaba de Hollywood. En los años 80, Friedkin inauguró la década con la controvertida “Cruising” (1980), donde Al Pacino se interna en la oscura escena discotequera homosexual de Nueva York en busca de un asesino serial, y a mediados de la década, con “Vivir y Morir en Los Ángeles” (1985), hizo renacer su estilo en lo que sería uno de los thrillers más exitosos de la década. Sin embargo y con el paso de los años, su trabajo se fue desinflando con películas de factura mediocre, donde nunca pudo volver a tener el sitial que le dieron estas cuatro películas, sin duda las mejores de su carrera.
“Vivir y Morir en Los Ángeles” tiene un lugar destacadísimo dentro del cine norteamericano de los 80 ya que se trata de una película ochentera de tomo y lomo, de principio a fin, y por donde sea que se le mire o analice. Ya sea en la forma como la fotografía de Robbie Muller captura los personajes citadinos y paisajes urbanos bajo el cálido y anaranjado sol de Los Ángeles, o bien en el uso de una banda sonora electrónica y sintetizada a cargo del grupo Wang Chung, pasando por una electrizante persecución automovilística ya probada por el mismo director en “Contacto en Francia” y aquí resucitada y mejorada hasta alcanzar la perfección, y con esa narrativa visual que se mueve entre la estética del videoclip y el estilo de la recordada serie “Miami Vice”, todos sus aspectos cinematográficos suman un producto fílmico considerado “de culto” en una década donde el género del thriller policiaco sacó algunos de sus mejores y más perdurables ejemplos.
Escrita por el propio Friedkin junto a al autor de la novela en la que se basa su guion, “Vivir y Morir en Los Ángeles” fue también una cinta donde en ese entonces los incipientes nombres de Willem Dafoe, William Petersen, John Pankow, John Turturro y Dean Stockwell se combinarían en un sólido tramado de personajes sumidos en la corrupción y brutalidad de una ciudad que no da tregua, factor que serviría para consolidar cada una de sus futuras carreras actorales. Finalmente, cabe destacar que a pesar de no conseguir grandes premios al momento de su estreno, la crítica especializada la ha revalorizado como una de las películas más importantes y representativas de la década de los 80.
Texto: Daniel Valcarce
“Vivir y Morir en Los Ángeles” tiene un lugar destacadísimo dentro del cine norteamericano de los 80 ya que se trata de una película ochentera de tomo y lomo, de principio a fin, y por donde sea que se le mire o analice. Ya sea en la forma como la fotografía de Robbie Muller captura los personajes citadinos y paisajes urbanos bajo el cálido y anaranjado sol de Los Ángeles, o bien en el uso de una banda sonora electrónica y sintetizada a cargo del grupo Wang Chung, pasando por una electrizante persecución automovilística ya probada por el mismo director en “Contacto en Francia” y aquí resucitada y mejorada hasta alcanzar la perfección, y con esa narrativa visual que se mueve entre la estética del videoclip y el estilo de la recordada serie “Miami Vice”, todos sus aspectos cinematográficos suman un producto fílmico considerado “de culto” en una década donde el género del thriller policiaco sacó algunos de sus mejores y más perdurables ejemplos.
Escrita por el propio Friedkin junto a al autor de la novela en la que se basa su guion, “Vivir y Morir en Los Ángeles” fue también una cinta donde en ese entonces los incipientes nombres de Willem Dafoe, William Petersen, John Pankow, John Turturro y Dean Stockwell se combinarían en un sólido tramado de personajes sumidos en la corrupción y brutalidad de una ciudad que no da tregua, factor que serviría para consolidar cada una de sus futuras carreras actorales. Finalmente, cabe destacar que a pesar de no conseguir grandes premios al momento de su estreno, la crítica especializada la ha revalorizado como una de las películas más importantes y representativas de la década de los 80.
Texto: Daniel Valcarce
8
8 de junio de 2018
8 de junio de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mike Nichols fue uno de los directores más destacados del Hollywood reciente. Debutó en el cine en 1966 con el matrimonio Richard Burton y Elizabeth Taylor en “Quien teme a Virginia Woolf” y descubrió a Dustin Hoffman en la premiadísima “El Graduado” en 1967. Desde entonces y a lo largo de cinco décadas trabajó con grandes estrellas de su entorno como Jack Nicholson, Meryl Streep, Michelle Pfeiffer, y Harrison Ford en inteligentes dramas y comedias. Al ser un director que venía del mundo teatral, supo siempre sacar lo mejor de sus actores y actrices, y éste es precisamente el caso de “Silkwood” (1983) donde no sólo llevó a Meryl Streep a una de las más celebradas actuaciones de su vida, sino que también brindó a Cher y a Kurt Russell la oportunidad de brillar en roles serios. La película obtuvo 5 nominaciones al Oscar incluyendo mejor actriz, actriz secundaria, dirección, guion y edición.
“Silkwood” cuenta una historia real y forma parte de un pequeño abanico de películas a fines de los 70 y principios de los 80 que exponen el peligro de la radiación nuclear. En plena expansión de plantas nucleares en Estados Unidos, el cine desarrolló historias de hombres y mujeres afectados por la contaminación, o bien enfrentados al dilema de tener que exponer la falta de seguridad en sus lugares de trabajo. La más famosa de estas películas fue sin duda “El Síndrome de China” (1979) protagonizada por Jack Lemmon, Jane Fonda y un muy joven Michael Douglas, quien por ese entonces era también productor y logró llevarla hasta el Festival de Cannes donde la película ganó el premio al mejor actor para el gran Jack Lemmon. De alguna manera “Silkwood” quiso ser la versión feminista de “El Síndrome de China”, con una Meryl Streep trabajadora sindicalista de una central nuclear, quien junto a su novio y su mejor amiga, recoge pruebas para demostrar la ineficacia de las medidas de seguridad de la planta donde trabaja, enemistándola con sus compañeros y con los directivos, y llevándola hacia un peligroso e incierto destino.
“Silkwood” fue mundialmente aclamada por la crítica y tuvo un poderoso éxito de público; aparte de sus nominaciones al Oscar fue también nominada a 2 premios Bafta y a 5 Globos de Oro, consiguiendo el premio para Cher. Escrita por dos famosas guionistas quienes investigaron acuciosamente la vida de la verdadera Karen Silkwood y su desenlace, la película también destaca por haber ganado ante la corte suprema de Estados Unidos el derecho de los cineastas a tener protección de sus fuentes confidenciales, algo que hasta entonces era posible sólo para los periodistas.
Texto: Daniel Valcarce
“Silkwood” cuenta una historia real y forma parte de un pequeño abanico de películas a fines de los 70 y principios de los 80 que exponen el peligro de la radiación nuclear. En plena expansión de plantas nucleares en Estados Unidos, el cine desarrolló historias de hombres y mujeres afectados por la contaminación, o bien enfrentados al dilema de tener que exponer la falta de seguridad en sus lugares de trabajo. La más famosa de estas películas fue sin duda “El Síndrome de China” (1979) protagonizada por Jack Lemmon, Jane Fonda y un muy joven Michael Douglas, quien por ese entonces era también productor y logró llevarla hasta el Festival de Cannes donde la película ganó el premio al mejor actor para el gran Jack Lemmon. De alguna manera “Silkwood” quiso ser la versión feminista de “El Síndrome de China”, con una Meryl Streep trabajadora sindicalista de una central nuclear, quien junto a su novio y su mejor amiga, recoge pruebas para demostrar la ineficacia de las medidas de seguridad de la planta donde trabaja, enemistándola con sus compañeros y con los directivos, y llevándola hacia un peligroso e incierto destino.
“Silkwood” fue mundialmente aclamada por la crítica y tuvo un poderoso éxito de público; aparte de sus nominaciones al Oscar fue también nominada a 2 premios Bafta y a 5 Globos de Oro, consiguiendo el premio para Cher. Escrita por dos famosas guionistas quienes investigaron acuciosamente la vida de la verdadera Karen Silkwood y su desenlace, la película también destaca por haber ganado ante la corte suprema de Estados Unidos el derecho de los cineastas a tener protección de sus fuentes confidenciales, algo que hasta entonces era posible sólo para los periodistas.
Texto: Daniel Valcarce

7,4
56.919
10
7 de septiembre de 2018
7 de septiembre de 2018
4 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Terciopelo Azul”, escrita y dirigida por David Lynch, llevó al entonces emergente director a la consagración mundial. Lynch, con 40 años y solo tres películas a esa fecha (“Cabeza Borradora” en 1977, “El Hombre Elefante” en 1980 y “Duna” en 1984), tomó una idea que venía gestándose en su mente a partir de tres elementos: el recuerdo de una popular canción de Bobby Vinton, el misterio de una oreja cercenada, y un trauma infantil vivido junto a su hermano cuando ambos se encontraron con una mujer desnuda en plena calle. Con un guion rechazado por los grandes estudios debido a su contenido sexual y violencia contra la mujer, Lynch finalmente logró el financiamiento que necesitaba para su película a través del mítico productor italiano Dino de Laurentiis, y el resto fue historia.
A pesar de la gran controversia derivada de su estreno “Terciopelo Azul” se convirtió casi instantáneamente en una suerte de “obra maestra” del cine contemporáneo, pasando a ser un clásico en prácticamente todos los rincones del planeta. Su profundo simbolismo y fascinante construcción onírica elevaron la película a un status de veneración intelectual y estético que le han permitido ser interpretada en una variedad de lecturas y capas, siendo constantemente citada en prestigiosas publicaciones y estudios semióticos del cine, superando incluso las implacables barreras del tiempo. En su galería de personajes “Terciopelo Azul” entregó un retrato subterráneo de pesadilla norteamericana justo en medio de la década de los 80, revitalizando códigos tomados del clásico cine negro (como la femme fatale, el villano y la doble moral del protagonista) en un estilo postmoderno y exacerbado, que para muchos es un viaje al subconsciente. El vibrante uso del color y la iluminación, más el hipnótico acompañamiento musical y la fuerte penetración del sonido, confluyen en transformarnos en espectadores voyeristas (al igual que el personaje principal), atrapados sin remedio en la peligrosa fascinación producida por el objeto del deseo (representado en la cantante), y ensimismados frente a los aspectos más oscuros del ser humano (representados en el villano).
En el contexto fílmico ochentero, “Terciopelo Azul” puso a la modelo Isabella Rossellini por primera vez en un papel actoral transformándola en un ícono, reflotó la alicaída carrera del actor Dennis Hopper en un rol digno de antología, consiguió una nominación al Oscar para David Lynch -entre muchos otros premios en festivales y círculos de crítica especializada- y destacó por su banda sonora hecha con canciones de época y la música original de Angelo Badalamenti. En suma, “Terciopelo Azul” pasó a ser en sí misma una suerte de objeto de culto, una verdadera comunión de fetiches cinematográficos.
Texto: Daniel Valcarce
A pesar de la gran controversia derivada de su estreno “Terciopelo Azul” se convirtió casi instantáneamente en una suerte de “obra maestra” del cine contemporáneo, pasando a ser un clásico en prácticamente todos los rincones del planeta. Su profundo simbolismo y fascinante construcción onírica elevaron la película a un status de veneración intelectual y estético que le han permitido ser interpretada en una variedad de lecturas y capas, siendo constantemente citada en prestigiosas publicaciones y estudios semióticos del cine, superando incluso las implacables barreras del tiempo. En su galería de personajes “Terciopelo Azul” entregó un retrato subterráneo de pesadilla norteamericana justo en medio de la década de los 80, revitalizando códigos tomados del clásico cine negro (como la femme fatale, el villano y la doble moral del protagonista) en un estilo postmoderno y exacerbado, que para muchos es un viaje al subconsciente. El vibrante uso del color y la iluminación, más el hipnótico acompañamiento musical y la fuerte penetración del sonido, confluyen en transformarnos en espectadores voyeristas (al igual que el personaje principal), atrapados sin remedio en la peligrosa fascinación producida por el objeto del deseo (representado en la cantante), y ensimismados frente a los aspectos más oscuros del ser humano (representados en el villano).
En el contexto fílmico ochentero, “Terciopelo Azul” puso a la modelo Isabella Rossellini por primera vez en un papel actoral transformándola en un ícono, reflotó la alicaída carrera del actor Dennis Hopper en un rol digno de antología, consiguió una nominación al Oscar para David Lynch -entre muchos otros premios en festivales y círculos de crítica especializada- y destacó por su banda sonora hecha con canciones de época y la música original de Angelo Badalamenti. En suma, “Terciopelo Azul” pasó a ser en sí misma una suerte de objeto de culto, una verdadera comunión de fetiches cinematográficos.
Texto: Daniel Valcarce

6,6
6.028
10
9 de enero de 2019
9 de enero de 2019
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
John Boorman es un director británico que desde sus inicios a mediados de los años 60 desarrolló su carrera en los Estados Unidos y más bien hacia el final de su carrera decidió retornar al cine inglés. En los años 80 estrenó tres de sus más destacadas películas; “Excalibur” (1981), “La Selva Esmeralda” (1985) y “La Esperanza y la Gloria” (1987) de las cuales “La Selva Esmeralda”, con una historia inspirada en hechos reales, filmada en el Amazonas y con un fuerte mensaje medioambientalista en su época, fue la única verdaderamente ochentera de las tres, logrando ser presentada fuera de competencia en el Festival de Cannes de ese año y obtener tres nominaciones a los premios Bafta en las categorías de música, dirección de fotografía y maquillaje.
“La Selva Esmeralda” es un poderoso film libremente inspirado en hechos reales que se interna mágicamente en las profundidades de la Amazonía para contar la historia de Tommy o Tomme, un adolescente dividido entre dos figuras paternales; el padre de la ciudad representado en un ingeniero encargado de la construcción de una mega represa y el padre de la selva representado en el líder de una enigmática tribu que vive al interior de la selva. Ambos padres representan dos mundos opuestos que luchan por demarcar su territorialidad, reclamando lo que de alguna manera creen les pertenece por derecho propio. De esta forma, el niño en su transición de adolescente a hombre joven e independiente, representa una suerte de nueva raza, donde los aspectos que pudieran vivir confrontados en una pugna sin fin, logran equilibrarse y encontrar un balance natural y armónico, rodeado de bondad y belleza, pudiendo mediar en una perfecta comunicación tanto con la naturaleza como con la urbanidad cada vez que sea necesario. “La Selva Esmeralda” es una inteligente película construida sobre la base de dicotomías en dialogo y conflicto como la ciudad y la selva, lo masculino y lo femenino, la naturaleza y el progreso, el padre y la madre, la niñez y la adultez, y a la vez llena de símbolos que tratan de entregarnos un profundo mensaje ambientalista donde el rol de la naturaleza y de los animales cobran especial importancia en la vida de la selva siempre vulnerable a la intervención humana.
Con una banda sonora electrónica y riquísima en sonidos tribales y selváticos, y una fotografía espectacular a cargo del maestro Philippe Rousellot, “La Selva Esmeralda” se alza como una de las películas más logradas del legendario director John Boorman y donde no por nada, su propio hijo Charley Boorman es quien interpreta al niño adolescente protagonista, cuya profunda mirada de ojos verdes marcaron al espectador ochentero con ese color esmeralda tan fascinante como la selva misma.
Texto: Daniel Valcarce
“La Selva Esmeralda” es un poderoso film libremente inspirado en hechos reales que se interna mágicamente en las profundidades de la Amazonía para contar la historia de Tommy o Tomme, un adolescente dividido entre dos figuras paternales; el padre de la ciudad representado en un ingeniero encargado de la construcción de una mega represa y el padre de la selva representado en el líder de una enigmática tribu que vive al interior de la selva. Ambos padres representan dos mundos opuestos que luchan por demarcar su territorialidad, reclamando lo que de alguna manera creen les pertenece por derecho propio. De esta forma, el niño en su transición de adolescente a hombre joven e independiente, representa una suerte de nueva raza, donde los aspectos que pudieran vivir confrontados en una pugna sin fin, logran equilibrarse y encontrar un balance natural y armónico, rodeado de bondad y belleza, pudiendo mediar en una perfecta comunicación tanto con la naturaleza como con la urbanidad cada vez que sea necesario. “La Selva Esmeralda” es una inteligente película construida sobre la base de dicotomías en dialogo y conflicto como la ciudad y la selva, lo masculino y lo femenino, la naturaleza y el progreso, el padre y la madre, la niñez y la adultez, y a la vez llena de símbolos que tratan de entregarnos un profundo mensaje ambientalista donde el rol de la naturaleza y de los animales cobran especial importancia en la vida de la selva siempre vulnerable a la intervención humana.
Con una banda sonora electrónica y riquísima en sonidos tribales y selváticos, y una fotografía espectacular a cargo del maestro Philippe Rousellot, “La Selva Esmeralda” se alza como una de las películas más logradas del legendario director John Boorman y donde no por nada, su propio hijo Charley Boorman es quien interpreta al niño adolescente protagonista, cuya profunda mirada de ojos verdes marcaron al espectador ochentero con ese color esmeralda tan fascinante como la selva misma.
Texto: Daniel Valcarce
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